Botonera

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13.11.25

"CUANDO CÉCILE", Philippe Marczewski, Valencia: Shangrila, 2025





[...] con solo tirar de ese hilo la vida de Cécile se desplegaría como un abanico de mil caminos que se abrirían ante ella, mil caminos que seguir y mil bifurcaciones en este único universo, un hilo que nada podría cortar antes de la vejez más avanzada, un hilo que crearía una vida que contar, que sería una historia, o cien o mil historias, una larga frase jamás interrumpida, con un incesante deslizamiento de nuevas palabras que cuentan nuevas experiencias, una larga frase de un solo aliento en que Cécile nunca dejaría de respirar, una historia que Cécile misma contaría en el ocaso de su vida, desplegando las maravillas enterradas en su memoria que la harán sonreír, frunciendo su piel arrugada por la edad alrededor de lo rubio de sus ojos y de sus labios, solo entonces, después de mucho tiempo de vida y de historias, en un último suspiro su vida se deshilacharía, pero para ello tendría que ser mejor «hilandero» que Antoine Doinel, piensa, tendría que desenrollar la enmarañada madeja del tiempo y rebobinar la larga cinta, cuidando de que nada la dañara, pero no sabe si es capaz, nunca ha seguido a nadie, carece de las maneras y las actitudes, teme dejar escapar con su torpeza la oportunidad única de captar los últimos filamentos de la vida de Cécile o de no saber qué hacer con ellos, vuelve a pensar en otra escena, muy conocida, de Besos robados, en la que Antoine Doinel, interpretado por Jean-Pierre Léaud, está solo frente a su espejo repitiendo sin cesar los nombres y apellidos de las dos mujeres que ocupan su mente en ese momento, y luego repite su propio nombre una y otra vez, Antoine Doinel Antoine Doinel Antoine Doinel, como si quisiera dar con la pronunciación correcta, y lo repite incansablemente, una y otra vez, Antoine Doinel Antoine Doinel Antoine Doinel, alzando la voz y estrujándose los dedos hasta que la confusión abre una brecha en su rostro y revela un abismo entre Doinel y Léaud, y por un momento, sentado en el banco entre las paradas de autobús, él también se imagina frente a su espejo repitiendo una y otra vez el nombre de Cécile, con la loca esperanza de dar con la correcta pronunciación y de que, solo con seguirla por la calle, solo con repetir su nombre una y otra vez frente al espejo, como por obra de un misterioso encantamiento el nombre repetido la recree, de algún modo la devuelva a la vida, y que esa mujer que según él se le parece rasgo por rasgo sea en verdad ella, o que su nombre vibre lo suficiente para abrir un pasaje entre los universos que él podría atravesar para ver a Cécile llevando mil vidas diferentes

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