Botonera

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9.4.12

BI(T)BLIOGRAFÍA: "JAUME BALAGUERÓ: EN NOMBRE DE LA OSCURIDAD"

COORDINADOR: AGUSTÍN RUBIO ALCOVER

OLIVARES MERINO, Julio Ángel: Jaume Balagueró
En nombre de la oscuridad
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Akal, Madrid, 2011
POR AGUSTÍN RUBIO ALCOVER



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En la colección consagrada a directores de cine que la editorial Akal creó hace unos años, que tiene el aliciente de nutrirse tanto de trabajos de estudiosos españoles contemporáneos como de traducciones, incluso de algún clásico, acaba de aparecer una buena primera aproximación monográfica al universo de Jaume Balagueró, tanto más interesante por cuanto aborda y con ello dignifica la figura de un cineasta ligado al cine de género del terror: con la obvia excepción de su colega y compadre Paco Plaza, el catalán  es, seguramente, el único cineasta patrio con continuidad que no ha hecho ningún esfuerzo por desencasillarse. Su autor es el versátil Julio Ángel Olivares Merino, profesor de Filología Inglesa de la Universidad de Jaén y novelista y radiofonista en otras dos de sus muchas facetas; y maneja con gran solvencia y profundidad referencias literarias, pictóricas, cinematográficas, etcétera para, a la postre, inventariar las constantes de la filmografía balagueriana.
Sin embargo, el trabajo plantea algunos problemas de índole conceptual y metodológica no precisamente intrascendentes: el primero consiste en la doble contradicción de no reconocer a Balagueró la condición primordial de artesano, para reivindicarlo hasta la extenuación como autor en el sentido más tradicional y exquisito de la palabra, y de desplegar una estrategia para quien suscribe menos operativa que una alternativa más natural y directa. Así, en el apartado titulado “El eclecticismo creativo…” (pp. 17-21) raro es el nombre del gran director de toda la historia del cine cuya presunta influencia o concomitancias con Balagueró que no sea citado: Vertov, Welles, Godard, Tarkovski, Antonioni, Fellini, Dreyer, Kubrick, Wenders, Tanner, Kieslowski o Murnau son solo algunos de los cineastas supuestamente próximos en su sensibilidad a Balagueró. El problema es que el lector tiene la sensación de que la pasión y el afán de ensalzamiento ciegan al analista, que, con perdón y recurriendo a la imagen del célebre efecto Balagueró, ve algún que otro espectro por puro delirio.
El peligro de intelectualizar demasiado un cine de género e industrial como éste, es que la premisa está desenfocada y no hace justicia a la ética del mismo director. En aras de subrayar el control demiúrgico que se le atribuye sobre su producción, se hace caso omiso de cuestiones tan fértiles como el virtuosismo técnico de un equipo de artistas con personalidad propia, que le han aportado algo más que granitos de arena: es significativo, en este sentido, que se confunda la profesión de uno de los colaboradores más estrechos y determinantes de Balagueró, como es el director de fotografía Xavi Giménez, a quien erróneamente se identifica como director artístico (p. 56); igualmente, y en la misma línea, habría sido sugestivo plantear el impacto que en el cine de Balagueró ha tenido la sustitución del mencionado Giménez por otro director de fotografía, Pablo Rosso. Cuestiones como esta, más a ras de suelo, se nos antojan potencialmente tan provechosas o más que algunas de las vías que se han rastreado aquí hasta las últimas consecuencias. Tampoco parece de recibo soslayar una evidencia que contradice la concepción misma, como es la deriva comercial, que ha pasado por rebajar el listón de exigencia propia y al espectador, del Balagueró maduro.
El otro gran reparo que cabe oponer a este texto radica en que la tónica de demasía se contagia a la escritura, de un barroquismo extenuante: en verdad nadie puede discutir a Olivares Merino la erudición, quien cuida su estilo con un mimo literalmente digno de mejor causa. Lo decimos con conocimiento de tal, porque una apuesta como ésta tiene un precio alto: presuponer al lector un interés y un grado de atención tal es, cuanto menos, arriesgado; la exhibición de cultura (por momentos, el principal objetivo del libro parece desviarse hacia el hecho de demostrar un dominio pleno, magistral, de campos semánticos) aleja y repele. Y, además de que el análisis fílmico y la lexicografía o la literatura son terrenos distintos, se hace un flaco favor al que, estamos seguros, era el propósito original, y el más noble: dar a conocer, aproximar, al lector a Balagueró.
Es lástima, porque tiene hallazgos, y señalamos solo un par: uno es el señalamiento de Fotos, de Elio Quiroga, como una de las películas españolas de la oleada de cine joven de los noventa que funcionaron como referente de la filmografía del director de Lérida (p. 11); otro, el detenido y muy agudo estudio del valor más frecuente de las distintas escalas de plano en su obra (p. 26). Pero, como alguien tan consciente de la preeminencia de la poética no ignora, el respeto a las reglas de la retórica es fundamental: en este sentido, tampoco habría estado de más que, en lugar de mencionar personajes, instantes e ideas de las películas, partiendo de la base de que quien se enfrenta al libro las conoce a fondo todas y las tiene tan frescas (es el caso de quien suscribe, que las ha visto todas, mas lamentablemente no retiene una imagen tan precisa a fecha actual), el autor hubiera hecho primero el esfuerzo de resumir los argumentos. De lo contrario, sucede lo que en este caso: que se carga en el receptor la buena voluntad y el esfuerzo de localizar los puntos favorables.

Dicho todo ello desde el cariño, pues como se sabe dijo la sartén al cazo “apártate…”, punto redondo.







 Mientras duermes, Jaume Balagueró, 2011