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16.4.23

RESEÑA DE "NO ESTOY ACOSTUMBRADA A LA ESPERANZA", de Everilda Ferriols, Valencia: Shangrila, 2023.



Reseña de No estoy acostumbrada a la esperanza,
de Everilda Ferriols en Valencia City.
Por Rafael Ballester Añón.


Everilda Ferriols


"Un tóxico adictivo"

Everilda Ferriols se estrena como novelista con No estoy acostumbrada a la esperanza.


Everilda Ferriols nació en Valencia. Licenciada en Filosofía pura y  prestigiosa bibliotecaria. Ha publicado numerosas artículos relacionados con su profesión.  Acaba de publicar su primer libro relatos bajo la advocación de un verso de la poetisa norteamericana Emily Dickinson, «I am no used to hope»,  cuya posible traducción al castellano da título al volumen.

El relato La literatura intoxica, incluido en No estoy acostumbrada a la esperanza (Shangrila), opera como una suerte de  doctrinal o arte poética de los textos de Ferriols: «La literatura intoxica, Cervantes lo sabía y, gracias a él, el mundo entero; yo debería haberlo sabido, pero me temo que desde niña he estado intoxicada y, por tanto, incapaz de reconocer el peligro que entraña creer lo que dicen los poetas». Un tóxico adictivo.

La cita de Dickinson no parece ociosa. Los textos  de Ferriols antojan, a menudo,  escuetas glosas  de la atmósfera  huidiza, la desconcertante lucidez y exquisita ironía de  esa autora.

La localización de diversas narraciones en espacios urbanos de la ciudad de Valencia  —San Miguel de los Reyes, el puerto, el centro histórico, el Ivam, Mercado de Abastos, calle del  Botánico…— son  alicientes subrogados para el lector residente  o conocedor  de nuestra ciudad.

Entre otros relatos hay  pequeñas piezas maestras, como  Avenida —involuntarias enseñanzas del quietismo lumpen—, o Llama —acerca de esa naturaleza extraviada de la literatura—, Plaza —delicioso tono sobre la vida vecinal, con un cierto aire chejoviano—, La niebla  brilla —historia fascinante y malvada de una bibliotecaria con parca vida social y amorosa—, Cerezas —pieza  realmente concisa y magistral—…

Junto a éstos cabe señalar estos otros:

No estoy acostumbrada a la esperanza: tono desolador de persona que ha sido abandonada por su amante.

Baile de debutantes: taciturna descripción de torpes cortejos amatorios.

Al caer la tarde: o cómo ejercitarse en las solicitudes  calmosas de una mecedora, como ensayo de la vecina vejez.

L.J. Silver (homenaje a Stevenson): Situación equívoca que concluye con  amable mordacidad: «seguramente absorto en la persecución de un mejor botín».

Pared: donde encontramos pasajes cómo este: «había decidido ocultarse de todos los que había conocido y casi olvidado (…) No tenía espejos porque no quería verse obligada a llevar una cuenta de los desperfectos». Concluye sugiriendo un probable suicidio.

Entomólogo: donde vuelve a aludir a su concepción de las bellas letras: «despojados de literatura somos una especie muy triste».

Fe: Deliciosa e impecable ironía acerca de las creencias.

Cafetera: exquisita voluptuosidad, erotismo oblicuo.

Araña: vida cotidiana como tela de araña; resulta casi inevitable la evocación kafkiana.

Favorita: reaparece su concepción sobre la  naturaleza insana de los textos líricos: el amor me parecía una invención literaria mal digerida”, así como la crónica de un edipo de manual, en versión femenina.

Agosto: observaciones de humor melancólico acerca de unos camareros: «son tan  guapos y jóvenes que ni siquiera parecen cansados».

Princesa: la irritación de una aristocrática clocharde que tiene su residencia en un cajero automático.

Los relatos Hotel y Desvanecerse comparten cierta filiación cortazariana.

Ciudad: postula esta aseveración: «la línea que separa  la cordura del extravío es extremadamente delgada».

Museo del prado: que vale la pena leer aunque sea por tropezar con esta sabia observación: «ceguera protectora de la juventud».

En fin, Gatos, divertida paranoia  acerca de estas criaturas, quizá con  algún irónico componente autobiográfico.

La mayoría de la historia están relatadas en primera persona y el tono general no desdice el título del volumen: No estoy acostumbrada a la esperanza. De todos modos, hay varios textos donde sobreviene una serenidad y un bienestar excepcional, relacionado con la contemplación de una playa u otros lugares fuera de la ciudad, como los textos Mediodía, Oliva, septiembre o Playa de los muertos –descripción de un momentáneo paraíso, de beatitud ensimismada.

La portada  de este volumen reproduce un cuadro de Wilhelm Hammershoi, pintor dilecto del  Carl Theodor Dreyer, cineasta que guarda alguna afinidad electiva con Emily Dickinson;  también quizá con nuestra autora.




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25.3.23

RESEÑA DE "MI VIDA EN CIFRAS", Raymond Queneau, Valencia: Shangrila 2023.



Reseña de Mi vida en cifras, de Raymond Queneau en Valencia City.
Por Rafael Ballester Añón.


Raymond Queneau


La editorial Shangrila recupera en un único volumen tres relatos del escritor francés.

El poeta y escritor Raymond Queneau (El Havre 1903- Paris 1976) comenzó vinculado al movimiento surrealista del que se distanció; fue cofundador de Oulipo (iniciales, en francés, de  Obrador de literatura potencial), grupo de experimentación  literaria creado en 1960; se proponía crear obras  a partir de  premisas o limitaciones matemático-formales autoimpuestas; estaba constituido por escritores y matemáticos; entre sus miembros habían nombres tan ilustres como George Pérec, Marcel Duchamp o Italo Calvino.

Queneau fue también miembro destacado del Colegio de Patafísica —concepto tomado del presurrealista Alfred Jarry, que  lo definía como «un saber de  las excepciones» y la  postulaba  como  una «ciencia de  las soluciones imaginarias»—. Queneau es autor de títulos de notable nombradía como Ejercicios de estilo o Zazie, en el metro.

La editorial Shangrila acaba de publicar un breve y exquisito volumen que acoge tres textos de Queneau: Mi vida en cifras, Autobiografía amañada y El apartamento. Los acompaña un prefacio del escritor Pierre Bergounioux, un posfacio de Manuel Arranz —traductor, a su vez, de todo el libro— y  unas sobrias ilustraciones de Claude Stassart-Springer.

En Homo numericus, el prefacio de Bergounioux, éste asegura que nada tan absurdo como introducir la exactitud numérica en la futilidad de la vida cotidiana, habida cuenta de que las matemáticas tienen su origen en la pura abstracción. Los grandes eventos son susceptibles de cálculos geométrico-algebraicos, pero la mediocre rutina de la vida individual se adapta mejor  a una aprehensión intuitiva y meramente práctica. De este modo expone su admirativo desconcierto ante la inversión de procedimientos que emplea Queneau.

En su posfacio titulado El color de los cangrejos de rio, Manuel Arranz nos recuerda que en mayo de 1942, Queneau asistió en París a una interpretacion de El arte de la fuga de J.S Bach, con su amigo Michel Leiris, al que comentó que sería interesante hacer algo parecido en literatura. Ese fue el origen de componer 99 variaciones sobre un tema trivial, un pequeño incidente anodino en un autobús, del que surgió los mencionados, Ejercicios de estilo (1947), que está considerada su obra maestra. Aplicó pues de fórmulas músico-matemáticas a la escritura creativa.

En este orden de cosas, citemos un fragmento de Mi vida en cifras:

«Me presento, Prosper Rimbaut, un apellido de 7 letras precedido de un nombre de 7 letras. Si añado que mi otro nombre es Adhémar, a nadie le extrañará ya que mis señas de identidad oficiales formen un total de 21 letras, cosa que es tanto más curiosa puesto que yo nací el 21.2.1921, y lo que es más, soy uno de los 212.121 empleados del Crédito Interregional de Nitratos, sociedad anónima con personal y capital variables, capital que asciende a 2.121.212.121 francos con 93 céntimos […].

Vivo en la nº 19 de la rue Lemercier en la puerta 17, en el 5º piso en un apartamento de 1, sola habitación por la que pago 10. 030 francos al mes, los 30 francos son para los buenos amigos».

En cuanto al relato Autobiografia amañada, se puede leer:

«La niñita que seguía allí parecía aburrirse.

Me dijo:

— Puedo transformarte en lo que yo quiera.

No iba a entablar ninguna conversación con aquella niña y, como antes, me limité a sonreírle y seguir mi camino. Fue entonces cuando me tocó con la varita mientras pronunciaba estas palabras:

— Eres un coche.

Me paré de golpe y me sentí obligado a ponerme a cuatro patas».

Humor intelectual, excéntrico, irrecusablemente francés, con su gusto por los modelos lógico-formales y las restricciones en cuanto incentivos compositivos. Pero no es ésta una invención del todo nueva: las complejas demandas técnicas de un magistral soneto barroco —pongamos por caso— son otra forma de matemática clandestina.

En varios aspectos Raymond Queneau nos recuerda a nuestro Ramón Gómez de la Serna. Dentro de sus respectivos ámbitos, han sido paladines de un tipo de vanguardia lúdica. El gusto pues por las idées recués y la literatura convencional, no fueron su fuerte.


Leer la reseña en su publicación original

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16.12.22

ENTREVISTA A ANA MARENY A PROPÓSITO DE SU LIBRO "TRANSICIONES. HISTORIAS CORTAS DE LA BREVE VIDA", Valencia: Shangrila, 2021

 

"Escribo porque no lo puedo remediar".

Entrevista a Ana Mareny a propósito de su libro
Transiciones. Historias cortas de la breve vida,
publicada en la revista digital Valencia City. Por Rafa Marí.



Ana Mareny



Precisamente "El poder de lo irremediable" se titula uno de los relatos más emocionantes y atípicos de los que componen la irrupción en el panorama literario de Ana Mareny con un libro, Transiciones (Historias cortas de la breve vida) –publicado por la valenciana Shangrila Ediciones dentro de su colección Desiderata–, tan cautivador, contundente y redondo que uno se queda sin términos de comparación. En ese breve relato, escrito en un tono apremiante, desbordante, poético, puede asomarse el lector a algunas de las claves de la personalidad de su singular autora: Nada afuera,  todo contenido en nosotros, siento que mis pies giran… Y también: Y no renuncio a la caricia de nuestros zapatos que quieren derretirse para no interponerse entre los dos… Y también: Inocentes de creer que el tiempo para y la magia espera… Y también…

Llegar aquí no ha sido fácil. Quiero decir llegar a esta terraza de sombrillas naranja donde la espero, con el recuerdo fresco de su voz sensual al teléfono y su risa franca, sin pizca de afectación, al proponerle esta entrevista: No sé… No estoy muy por la labor… No tengo mucho interés en perder tiempo ahí porque tengo muchas ganas de escribir y hacer cosas que me gustan, y (con un mohín de niña en la voz; ¿tienen mohínes las voces?) eso no me gusta. Es que creo que quieres que haga algo que no soy yo. No soy partidaria de hacer eso, de desmenuzar la magia. Porque no soy una teórica de esas cosas. Quiero huir de decir cosas “esotéricas”, como por ejemplo que las historias vienen a mí, que no me tengo que preocupar de eso de la inspiración porque me sobra inspiración, lo que no tengo es tiempo para materializarla. (Risa divertida). Inspiración tengo por todos los poros de mi cuerpo, estoy inspirada prácticamente las veinticuatro horas del día, soy una masa de inspiración… Todas esas cosas no quiero decirlas porque no quiero pecar de tipa esotérica o que me lo creo, porque tampoco es verdad, ni soy una esotérica ni me lo creo. No soy una persona que daría un curso de cómo se escribe. Yo escribo, y lo que me apetece es escribir y poco más.

Llega ondulando, espantando el invierno. Todo en ella es ondulante y cálido: la melena leonada inmune al cepillado, el flequillo juguetón, el venir y venir de caderas, el paso firme y felino, el aleteo de la mano al saludar, la amplia sonrisa… Y esos ojos, unos hermosos ojos chispeantes de mirada intensa y traviesa. Uno entiende que   escriba lo que escribe solo con mirarla a esos ojos que, como quien no quiere la cosa, se te meten dentro, revuelven todos los cajones con gozo infantil y desempolvan el alma mientras le dan ese masaje que tanto andaba necesitando.

—¿Cuál es su fuente de inspiración?

—Es que a mí me inspira todo, salvo la palabra inspiración. (Risa). Escribo porque no lo puedo remediar. Sé –porque me lo han dicho– que hay personas a las que les engancha leerme. Les engancha. Sé –porque me lo han dicho– que lo que les llama la atención es de dónde saco esas ideas, o en qué se basan. Que es el tema de la dichosa inspiración. ¿De dónde las saco? (Pausa). Para empezar, vienen solas a mi cabeza. (Pausa). Me inspira atrapar con delicadeza momentos fugaces que son la materia de la existencia. La emoción. Una instantánea. Me inspira respirar. Vivir. En definitiva es cuestión de sensibilidad. De observación y sensibilidad.

—La elección del relato como forma de expresión ¿es fortuita o deliberada?

—Escribo relatos porque son historias completas y no están terminadas, como en la vida real. Escribo relatos porque las historias de la vida no son largas ni cortas, no  tienen extensión. Su dimensión es la intensidad. Escribir relatos aporta una variedad al libro que la novela no suele permitir. Cada relato llega con su propia voz y pide una forma de escritura. Cada uno es como es.

—¿Hasta qué punto le preocupa y trabaja la elaboración del estilo?

—Es que yo no hago eso de “preocuparme y trabajar la elaboración del estilo”. No sé qué es. ¿Qué es el estilo literario?

—Bueno, digamos que normalmente se parte de una idea a la que se va dando forma, y me gustaría que explicara cuál es su proceso concreto…

—Mira, una vez trabajé en una película y a veces, por la noche, iba a ver el montaje. Lo único que conseguí fue que se me fuera la magia del cine. Se me fue.  Luego ya se me olvidó y ya está, pero durante una temporada larguísima fue una intromisión en mi cerebro para ver a gusto una película. El estar desmenuzando mi cabeza intentando ver de dónde saco las cosas me hace daño. Porque digamos que yo he respetado mucho mi cabeza, no la he estado castigando preguntándole y dándole vueltas para contarle a alguien… ¿Cómo se cuenta cuando alguien es un buen pizzero? Cuando ves cómo amasan la masa, que es un gran bolo gigantesco que parece el torso de una persona, donde hunden los brazos una y otra vez hasta que hacen las pelotitas más pequeñas que luego serán cada pizza, me he dado cuenta de lo diferentes que son amasando, de lo diferentes que son mimando la pizza, de cómo utilizan la musculatura, de cómo… Tú imagínate que lo paras mientras hace eso y le dices: “¿Me puede usted descifrar y explicar exactamente cómo amasa usted su masa?”. Es que… Un amigo me vio escribir un relato en su casa, "Provisionalmente". Mientras él hacía no sé qué,  yo cogí mi portátil… ¿Te imaginas que se hubiera plantado allí y me hubiera dicho: “Me puedes decir cómo has hecho esto”? O que, cuando estuviera acabándolo o a mitad, me preguntara: “¿Cómo estás haciendo esto?” Se me hubiera cortado la inspiración de  golpe y además no hubiera podido explicarle cómo lo estaba haciendo, porque es algo automático, que va en tus dedos, en la presión sobre cada tecla, que va en tu vida, en tu experiencia… Que va más allá de tu experiencia, en algo que no sabes explicar… Claro, pero si te hacen una pregunta y lo que dices es “Mire, es que yo no sé explicarle”…  Pues entonces no juegues a las preguntas.

Al final, ¿sabes qué?: el problema es que, digas lo que digas, destrozas la magia. No tiene sentido.

—Como lectora, ¿cuáles son sus autores preferidos?

—Soy una lectora insaciable, he leído tanto… Últimamente me decanto por el relato: E. L. Doctorow, Lucia Berlin, Donald Ray Pollock, Raymond Carver, Alice Munro, Kjell Askildsen, Charles Bukowski, Roald Dahl, Flannery O’Connor, Quim Monzó… y tantos otros.

—¿La literatura y el arte en general iluminan lo oculto?

—El arte ilumina espacios que están obscuros y da sombra a la iluminación plana: el arte crea relieve y revela. La creatividad artística libera. El arte no ilumina necesariamente lo oculto, el misterio también está en el arte y forma parte de él.

—En cuanto a la temática de su libro, aparte del motivo unificador de la vida como transición permanente, yo diría que le interesa especialmente lo que se oculta bajo las apariencias.

—Me interesa lo que hay detrás de lo aparente, que para mí es tan evidente como  la apariencia misma. Para mí, una fuente de inspiración –que está en "Marketing relacional" por ejemplo– es cuando la protagonista mira las luces de las ventanas del edificio de enfrente; eso es una constante en mi vida, mirar luces en las ventanas y ver vidas detrás, pero no sé cómo explicarlo. Que observo… Es que la palabra no sería observo. Que todos mis sentidos siempre están en marcha. Que soy como una máquina, tengo todos los sentidos en marcha, y me puede inspirar cualquier cosa que entre por los sentidos. Un olor puede transmitirme toda una historia. Puedo estar con los ojos  cerrados y sentir un aroma a mi alrededor, y se dispara una historia, que además son las mejores, son las que me salen solas, las que se disparan. Se disparan en mi interior a través de uno de mis sentidos o de varios, no sabría cómo explicarlo… Es que yo creo que estas preguntas sobran, porque cuando tú lees a un escritor y te gusta, tú sabes en qué se inspira. Es que lo sabes, no tienes ni que preguntárselo. Pero si alguien lee "Terrazas contiguas" y me dice “Ay, pobre chica, era una planta”, pues… ¿qué quieres que haga?

Un buen relato, al final, es aquel que, cuando acaba, se convierte en algo personal para el lector. Lo hace suyo y hace con él lo que quiere. Por ejemplo, ella era una  planta. No es un fracaso del relato. Creo que es todo lo contrario, es la suerte que tiene ese relato, que alguien se lo quede y diga “Ay, pobre, era una planta”. Porque hay relatos que ni se te quedan. No sabes lo que eran. “He estado cinco minutos recorriendo letras”.

—Tengo entendido que esta ha sido la primera entrevista que concede. ¿Cómo se ha sentido?

—Me cuesta más hacer esto que escribir un relato. Y encima tenía en todo momento la sensación de que se me quedaba guardado lo más importante… y que me lo quería guardar.

Se marcha sin irse, como sus historias, esas historias que se quedan obstinada, irremediablemente, en el retrogusto y el hipotálamo y otras entretelas no tan confesables.

Y uno entiende de golpe los riesgos insospechados de este oficio de escudriñador en mentes ajenas, la posibilidad de acabar tragado por el espacio entre dos parpadeos hasta ser nada, una vez desmontada la intrascendencia de los guiones preconcebidos y las preguntas previsibles, la futilidad del oficio de medir, pesar y cuantificar lo intangible. Uno entiende, en fin, que la vida no iba de eso.

Recuerda entonces aquellos versos largo tiempo olvidados:

y más, mucho más
que este revuelto recuento, mucho más que cualquier otro descolorido inventario
(las pobres palabras sudan y se asustan, se avergüenzan, palidecen y se excusan ante ti:
pones en evidencia su insuficiencia) descubrí en un descuido
al buscarme detrás de tu flequillo.








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