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9.9.22

RESEÑA DE "CASA DE FIERAS. RETRATOS CON ANIMAL DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO", de Pablo Perera Velamazán, Valencia: Shangrila, 2021. Por Tomás Z. Martínez Neira.

 




Por Tomás Z. Martínez Neira


Uno de los temas más actuales en el ámbito de la reflexión ética y política es la cuestión sobre los animales no humanos. Precisamente, en los días en los que se escribe esta reseña, aparece la noticia de la nueva ley sobre animales domésticos que se presenta con el eslogan, más o menos acertado, de convertir a las hasta ahora denominadas “mascotas” en “miembros de la familia”, con todas las implicaciones legales y morales que de ello se derivan. Habría que sumar a este hecho la cantidad de escritos que actualmente abonan la discusión acerca de los derechos animales (de los que son referencia ineludible autores como Peter Singer o Tom Regan [1]). Igualmente, las teorías críticas con el especismo, la defensa de la ecología y los análisis acerca de las consecuencias del cambio climático. Así, podemos hablar con fundamento de la urgencia del tema de los animales no humanos en el panorama del pensamiento actual, señalando también la aparición en el mercado editorial de una suerte de nueva “literatura de naturaleza” heredera de Walden o John Burroughs, a lo que habría que sumar la crisis del covid19, que guarda íntima relación con estas cuestiones. Pero una cosa es cierta: si bien, como hemos señalado, desde diversos espacios de saber este tema está en auge, podemos afirmar que, desde una perspectiva estrictamente filosófica, una mirada que nos sitúe ante la cuestión del animal no humano en cuanto tal no corre la misma suerte. Afortunadamente, y como primera virtud a tener en cuenta, la obra que reseñamos de Pablo Perera Velamazán, Casa de fieras. Retratos con animal del pensamiento contemporáneo, viene a cubrir esta carencia.


1. Citamos las traducciones en castellano de los escritos de ambos autores ya considerados referencias indiscutibles: SINGER, P. Liberación animal. Madrid: Taurus, 2015.  

REGAN, T. En defensa de los derechos de los animales. Mexico: FCE, 2016. 



En efecto, la cuestión de los animales ha sido uno de esos problemas que encontramos de manera bastante difusa a lo largo de la historia de la filosofía. Especial será el caso de Aristóteles y Descartes. El primero sí muestra una cierta preocupación por el problema de una física que incluya también un pormenorizado examen de todos seres que la habitan. Descartes y el mecanicismo, en cambio, reduciran el problema de la animalidad al de los autómatas, En seguida, el testigo de este discurso será recogido por las denominadas “ciencias de la vida”, haciendo de la biología el saber principal que se ocupará de esta cuestión. Habrá que esperar a la contemporaneidad para que, precisamente, sea Martin Heidegger y su curso sobre los Conceptos fundamentales de la metafísica [2], el último discurso relevante para la historia oficial de la filosofía en el que se trate de los animales no humanos. Eso sí, tratados básicamente como medio para despejar otras cuestiones, situándolos en una posición teórica muy particular, degradada, que se volverá hegemónica en el espacio filosófico y, por ello mismo, el punto de de toda posible discusión posterior sobre este tema.


2. HEIDEGGER, M. Conceptos fundamentales de la metafísica (Mundo-finitud-soledad). Madrid: Alianza editorial, 2007. 


Punto de partida que nos remite a esa primera virtud del trabajo de Pablo Perera que señalábamos anteriormente. Casa de fieras recoge el testigo de la cuestión de los animales no humanos para ofrecer posibles cuestionamientos y posibles derivas al problema tal y como quedó delimitado en la escritura de Heidegger y en el discurso de las “ciencias de la vida” y, por ende, en la historia de la filosofía. Su trabajo se presenta así como una obra nueva, original y especialmente titánica, tal y como demuestra su formato sobrepasando con creces el tamaño de bolsillo con un número de páginas cercano a las 700. Si bien esto podría resultar excesivo, enseguida se muestra como algo inevitable si tenemos en cuenta que Casa de fieras recorre los numerosos caminos que el filósofo alemán dejó planteados sobre la cuestión animal, sirviéndose de un extenso y erudito despliegue de interlocutores. Porque si, como ya hemos señalado, desde la literatura estrictamente filosófica hay muy poco donde poder estudiar sobre esta cuestión, la inteligencia de este escrito reside en el hecho de que sus fuentes pertenecen a multitud de disciplinas diversas. La entrada misma a esta obra, que rubrica la afirmación principal que lo guía y que no es otra que el reconocimiento de la actual pérdida del animal en la que nos encontramos y que, quizás solo por eso, por su carácter de pérdida, puede poner en marcha la “maquinaria” filosófica, nos la otorga Franz Kafka. Y ni siquiera un escrito de Kafka (que sí aparecerán posteriormente a lo largo de la obra, especialmente aquellos cuyos protagonistas son animales [3]), sino una foto del escritor checo, un retrato conocido por todos pero desconocido también por la mayoría según su formato original que es el de Kafka en compañía de una mujer y un perro. Lo más llamativo será la mano del autor que se posa sobre el perro, gesto que nos sitúa en el punto de partida del viaje al que nos invita una escrito que se autodenomina, no en vano, atlas zoopolítico. Viaje en el que nos iremos encontrando con otros relevantes y, a primera vista, extraños habitantes de esta casa como serán el realizador cinematográfico Chris Marker y su gato [4], el poeta R. M. Rilke entre panteras, los estorninos del Conde de Lautréamont, Coetzee y su alter ego Elisabeth Costello, W.G. Sebald, Bill Viola [5], Gilles Aillaud y J.C. Bailly [6], solo por citar una muestra de aquellos caminos posibles que sobre la cuestión tratada son descubiertos y transitados a lo largo de esta obra.


3. KAFKA, F. La metamorfosis y otros relatos de animales. Madrid: Austral, 2010. 


4. Los documentos visuales de Marker que acompañan este escrito son Chats perchès (The case of the grinning cat). Francia: Les Films du Jeudi, Arte France, 2004 y Chat écoutant la musique. Francia:Les Films du Jeudi, 1990.


5. VIOLA, B. Reasons for Nockingat an Empty House. Cambridge: The Milt Press, 1995.


6. BAILY, J. CH. Gilles Alliaud. Marsella: André Dimanche, 2005. 


Pero este rastreo, esta mirada al acecho que realiza Pablo Perera más allá de la filosofía, también cubrirá en el espacio filosófico mismo, ya que consigue salvar discursos imprescindibles sobre el problema del animal no humano que han caído en el olvido o, en el mejor de los casos, en el descuido teórico. Casa de fieras nos invita a la recuperación del último proyecto de Merleau-Ponty sobre una ontología de la naturaleza, truncada por su pronta muerte y que solo podemos revisitar en las ediciones de sus cursos de los años 50 en el Collège de France [7]. Somos invitados también a la lectura de la lectura del biólogo Üexkull [8], que tanta influencia tuvo en la filosofía de principios del siglo XX al poner en primer plano ese kantiano concepto de mundo circundante cuyo ejemplo de la garrapata llegó a ser el sueño dorado de un Deleuze que se presenta también como interlocutor principal en Casa de fieras. La invitación alcanzará, dentro del ámbito de la filosofía francesa, a Jacques Derrida [9], autor que se vio impelido hacia el final de su vida a mirar directamente a un problema que jamás había dejado de tener en cuenta, el de los animales, vehiculizado por la vergüenza del desnudo ante la mirada de su gata. Porque Casa de fieras es, en gran medida, una invitación a detenerse en una multitud de miradas animales que desafían ese vacío al que Heidegger desterró a la mirada de la alondra, mirada esta que quedará salvada incluso en ese perro de Lévinas capaz de olfatear la humanidad en los campos de concentración nazis. Pero si hay un filósofo que aparece en este libro con una especial importancia y que sorprende, en gran medida, por su misma aparición es Kojève [10]. Un acierto indiscutible de este trabajo saber rastrear la cuestión de lo animal hasta la concepción posthistórica de lo humano y el concepto de “esnobismo” en Kojève y en estrecha relación con Agamben y su ávida mirada hacia la continuidad esencial que se da entre el aturdimiento animal y el dasein. Porque Pablo Perera nos ofrece un arma de doble filo, pues a lo largo del trayecto que propone se juega una dialéctica en la que es a través del recorrido animal que se realiza el modo en el que se hace a la vez un recorrido humano que nos traza la figura de lo que somos nosotros mismos en nuestra actualidad. De ahí su subtítulo, retratos con animal del pensamiento contemporáneo, una suerte de historia del pensamiento actual que nos demarca allí donde estamos, situando en primer plano aquello que hemos desplazado y que quizás sin cuya recuperación nos resulte imposible encontrarnos a nosotros mismos nunca.


7. MERLEAU-PONTY, M. La nature: notes cours du Collège de France, et. Dominique Séglard. París: Seuil, 1995. Cabe señalar también la existencia de una traducción al inglés Nature: course notes from the Collège de France, et Dominique Séglard & Robert Vallier. Chicago: University of Chicago Press, 2003.


8. VON UEXKÜLL, J. Umwelt und Innenwelt der Tiere. Berlin: J. Springer, 1921. 


9. Especialmente cabe señalar DERRIDA, JACQUES. L´animal que donc je suis. París: Galilée, 2006 (Trad. El animal que luego estoy si(gui)endo. Madrid: Trotta, 2008.)


10. KOJÈVE, A. Introduction à la lectura de Hegel. Paris: Gallimard, 1979.  


Desde una perspectiva formal, este escrito se estructura en 54 capítulos o retratos que, si bien tienen una solidez suficiente cada uno como para considerarse como breves tratados con cierta independencia en sí mismos, es en su conjunto donde adquieren todo su sentido, pues de una manera muy benjaminiana, Casa de fieras funciona al modo de un conjunto de citas (y en parte así también se defiende hacia el final de la obra) dispuestas y comentadas en una cierta constelación, en la que original y comentario cohabitan en un movimiento que, evitando siempre el estancamiento y la detención del pensamiento, se vuelve el exacto correlato de aquello de lo que se quiere hablar, único modo de que las palabras puedan hacer justicia a la cosa misma. Si añadimos que el texto va acompañado de numerosas imágenes, pues en gran parte de su repertorio de interlocutores es la vía principal de expresión, no es exagerado afirmar que nos encontramos, atendiendo a su estructura narrativa y visual, ante otra gran virtud de esta obra.


A estas 54 derivas se añade una Caja negra como una suerte de breve historia de los mataderos que alegoriza a la perfección la cuestión nuclear de toda la obra acerca de la pérdida del animal. Finalmente, Casa de fieras se cierra regalándonos un epílogo donde Benjamin y su encuentro con la nutria de Infancia en Berlín hacia milnovecientos [11] nos dará la penúltima palabra. Y digo penúltima, pues está claro que esta obra que reseñamos no pretende ser la última palabra sobre la cuestión filosófica acerca del animal no humano, sino una palabra que faltaba y que es totalmente necesaria para poder retomar este problema y saber calibrarlo en toda su extensión y profundidad, y en toda la gravedad que implica el intento incasable e insistente, incluso quizás imposible, que el autor nos presenta: recorrer los caminos que nos permitan hablar de los animales sin enmudecerlos, sin tomar por ellos la palabra.


11. BENJAMIN, W. Infancia en Berlín hacia 1900, Obras, Libro IV/vol.1. Madrid: Abada Editores, 2009. 




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13.1.22

SOBRE "CASA DE FIERAS. RETRATOS CON ANIMAL DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO", Pablo Perera Velamazán, Valencia: Shangrila 2021

 


Por Ignacio Castro Rey


Es necesario cuestionar la suposición de un espacio neutro, un espacio político al margen de la naturaleza, donde nuestra especie se singularice. "En el animal, en cuanto fenómeno natural, se da una relación necesaria entre lo velado y lo desvelado, entre lo visible y lo invisible; es el acaecer de una visibilidad que no abandona nunca la invisible" (Pablo Perera Velamazán, Casa de fieras. Shangrila, Madrid, 2021). ¿Estamos ante otra contribución a expandir los derechos del universo animal? Perera toma más bien otra senda, no muy transitada: estudiar una forma de espíritu emparentada con lo que se retrae, con los seres borrosos que se fugan de la expresión articulada, de una universalidad disponible. Este libro atiende a la fraternidad con los seres que no tienen nombre, anteriores a ese momento adánico por el que el hombre se enseñorea de "la creación". Este nuevo atlas zoopolítico no plantea proteger a los animales con el habitual paternalismo humanista. Al contrario, quiere convocarlos para que su sombra nos proteja, salvándonos de la trituradora antropocéntrica. Las múltiples referencias del autor a la crueldad de nuestros mataderos, incluso en su analogía con los hornos donde eliminamos a los humanos que consideramos inferiores, tienen la función de evocar la caja negra que encierra los gritos que deja tras sí una cultura despiadada.  Ante ella se quiere "reconstruir nuestro espacio político de una manera diferente, donde la naturaleza no humana no esté excluida de principio".

La pandemia nos dejó calles suspendidas en un eterno amanecer. Más tarde, esta nueva normalidad plagada de seres absortos, embozados. Entre ellos vimos tránsitos inesperados de animales desorientados, como un flâneur que no quiere ser dueño de sus pasos. Pero nuestros peces siempre acaban muriendo, ahogados en medio de una armonía flotante. Si es cierto que el pensamiento ecológico trata de protegernos de una relación destructiva con la naturaleza, "también lo es que proyecta sobre ella un orden que le es ajeno y que acaba por ser indiscernible del orden doméstico en el que supuestamente vivimos". Perera cita a Emanuel Coccia y su crítica de los tópicos de la biología evolucionista y la antropología filosófica. La relación entre las especies no es nunca puramente natural o física, analizable desde una perspectiva determinista, sino que es más bien de orden técnico, artificial, en el sentido en que toda especie "encuentra su espíritu, su inteligencia, su facultad de pensar siempre y exclusivamente en su relación con otras especies". Siguiendo a Coccia, se trata en este libro de comprender la naturaleza como una comunidad interespecífica atravesada por un proceso metamórfico que le es inmanente, "donde sus partenaires necesarios, los animales que le acompañan en el retrato de su pensamiento no son nuestros semejantes más cercanos, los mamíferos, sobre los que no dejamos de proyectar nuestra comprensión exclusiva de lo que significa portarnos en un mundo, sino que son unos animales tan ajenos como los insectos y su orden delirante". La crisálida que el mundo es, según Perera y Coccia, tiene sus principales artífices en los insectos, los grandes demiurgos de la transformación.

Habría pues que reconsiderar la naturaleza no desde la perspectiva tradicional de la muerte, condición para la disecación biológica de especies e individuos en urnas bien selladas, sino desde la perspectiva del nacimiento, donde el proceso de individuación lo comparten un gato, un champiñón o una bacteria. "La naturaleza no encuentra su análogo en un espacio doméstico donde cada ser vivo ocupa su lugar según determinaciones funcionales. No cabe ecología posible. El mundo en su totalidad deviene de esta manera una suerte de realidad relacional, interespecífica, donde cada especie es ella misma un territorio abierto o una metamorfosis zootécnica". Podemos leer entonces en la palabra animal una metáfora del doble que siempre ha estado cerca, en duermevela, cuando se ha intentado pensar el hombre en los márgenes del prejuicio racionalista o logocéntrico. Es posible que vuelvan a estar presentes en este libro momentos de una vieja sabiduría, nunca del todo olvidadas, según las cuales el hombre obtiene su salud cuando dialoga con el peligro, con la enfermedad que le acosa desde lo más íntimo de su condición. Podemos olvidar muchos dioses, no el dios omnisciente del dolor.

Más que una variante de la cultura de los derechos, con este impresionante volumen podríamos hablar de una reivindicación de otra cultura de los sentidos, de la intimidad con una naturaleza que jamás ha sido naturalista. Recorreremos de la mano de Perera una fenomenología del espíritu propio del instinto: tal vez los animales callan porque tendrían demasiado que decir acerca de nosotros. Se trata en Casa de fieras de acariciar un "universal" homo que ahora ha de hacerse cargo, para no dejar fuera un resto sacrificable, del ser mudo que nos acompaña. De hecho, la inmensa mayoría de una humanidad atrasada que se confunde con el color de su territorio, se asemeja a esa presencia oscura del animal, nunca domesticado en su extraño lenguaje de gestos. No existe lo "salvaje", leemos, pues todo está cultivado, aunque dentro de un orden difícil de discernir de lo que, por miedo, llamamos habitualmente caos. Como lo hacen las sombras de cada sala, el animal doméstico prolonga en lo familiar los reflejos de lo extraño. Así pues, Perera se propone atender a un torpor que forma parte del espíritu de la especie, de este ser peculiar que tiene "la esencia en su existencia", al decir de Heidegger. En realidad los humanos no seríamos tan peculiares, puesto que transitamos acompañados de la noche indesvelable que acompaña a cualquier otro ser. No es tan extraño que el pensador del Eterno Retorno reconozca que le asalta por vez primera su pensamiento abismal ante una enorme y silenciosa roca en el recodo de un camino italiano de Zoagli. ¿Estamos rodeados entonces de seres que callan en nuestra presencia pero que, en cualquiera de los tres reinos, no dejan de conspirar a favor de otra humanidad? Esta podría ser una de las hipótesis de Pablo Perera en la preciosa edición de este libro.

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Se trataría de atender a un compromiso moral con lo impersonal, un compromiso con lo inhumano sin el que este mundo nuestro no se salvará, tampoco de la legión militar de salvadores empeñados en desarraigar al llamado "primer mundo" de la presencia cruda de lo terrenal. Atender a lo que hay entre los hombres, más aún, entre la identidad civil de cada ser humano y su existencia. Si leemos la mítica Monadología de Leibniz entenderemos algo de esa interrelación profunda entre los seres, una zona ártica que Casa de fieras quiere rescatar para una vida humana menos cruenta. Se trata de un acto de piedad bastante insólito, dado que reivindica un alma insondable para cada humano, al margen de la cultura o condición social a la que se pertenezca. Pero esto no podría hacerse sin rescatar otra relación con nuestra animalidad latente. ¿Zoopolítica significa entonces una política por fin común, inserta en una noción no antropocéntrica de la naturaleza, libre por tanto de la conciencia que controla el tráfico de lo social?

Casa de fieras habla de lo inclasificable del encuentro entre seres que siempre se desconocen, a sí mismos y al otro. De una otredad de sí mismo, que hace imposible que cada uno de nosotros no se encuentre con posibilidades y personajes imprevistos. Perera habla también del animal -consciente e inconsciente a la vez- como ocasión para rehacernos, para descender al "uno a uno" de una existencia que carece de una esencia que la salve de su vértigo. Si el encanto, según Deleuze, es el temblor de alguien que mantiene una relación con la lejanía de sus bordes, lo no conocido de sí mismo, es normal que en cada retrato personal aparezca la sombra de una compañía incierta. Como si dijésemos: cada persona "se parece" a una bestia, cercana y lejana a la vez, que nos sigue y raramente se funde con nosotros. Esta posibilidad, no muy sensata y no obstante verosímil, tiene relación con la antigua certeza de una infancia que no sería una etapa más, dejada atrás como origen ingenuo de nuestra cronología, sino el estupor de una vacilación que vuelve en el umbral de cada momento crucial. El animal, si se quiere, es el umbral de una espiritualidad que está más en lo latente de las escenas que en lo manifiesto. El libro de Perera pone así en pie una especie de freudismo que afectaría a los seres, como si ellos, hombres o no, siempre ocultaran algo.

Animal, anormal, anomal que está en el movimiento secreto de cada presencia, regresando de unos bordes siempre imprecisos. La vida que se fuga de la identidad, el animal que se fuga del ser racional. Tal vez como la figura del niño en Así habló Zaratustra, Pablo Perera trabaja una figura que espera después de muchos peregrinajes, no antes. Desenfocado, "como si fuera un recién llegado de otro mundo", Perera escoge un campo temático, amplio y difícil de acotar, que permite frecuentar el punto de intersección entre la imagen, la filosofía, el cine, la literatura y la poesía. Los autores son visitados en Casa de fieras no con el orden distante de la filosofía académica, como depositarios de un saber del cual podemos apropiarnos, sino como personajes en los que la sombra va siempre por delante del cuerpo, estén acompañados o no por la imagen borrosa de un animal que se cuela en la fotografía, como en el famoso retrato de Kafka.   

Se trata de percibir la forma del mundo, también la sonrisa de lo humano, antes de que sea una imagen canónica. O mejor, con Barthes, atender a las imágenes según la vibración sinuosa del punctum, no por la guía óptica del studium. En suma, volver a encarar la vida en virtud de su relación infinita con la finitud, no por medio de una universalidad histórica que nos librase de ese resto sombrío. Felizmente, este nuevo atlas zoopolítico es "antihegeliano" de principio a fin, ajeno a esa superación con la que sueña la fiebre suprasensible de Occidente. Aunque, tal vez, cercano a otro Hegel escondido, a su vez emparentado con cierto frenesí báquico. Cercano por tanto a Heidegger y Derrida, a Deleuze y Agamben. También a Lorca y Coetzee. Perera se propone rehacer la imagen de lo humano en un trato con la masa bruta de vivir, una vida tan ocupada por su escarpadura mortal que no puede alcanzar una expresión libre de grietas. Una potencia sombría vuelve a emborronar siempre el último acto del hombre, como si una materia animal reapareciese tras su pose. No es casual que los ejemplos literarios y cinematográficos a los que Perera nos invita sean bastante anómalos. Coetzee y la vergüenza del testigo de la muerte mecánica. Pero también Rilke, Ted Hughes, Berger, Tarkovsky, Bill Viola, Bela Tarr o Chris Marker son convocados para horadar nuestras escenas con una contaminación inmunda.

¿Qué tienen en común el hombre y el animal? Para empezar, el miedo, la vulnerabilidad ante la muerte. Siempre parece que el animal, a pesar de las cien señales que nos envía la Antigüedad, careciera hoy de testigos de su "espiritualidad" y sólo tuviera testigos de cargo. Al animal, ciertamente, le falta la "conciencia", incluso esa conciencia "tarada con la maldición de estar preñada de materia" que Marx reserva para los hombres. Sin embargo, la animalidad, sugiere Pablo Perera, tiene en sus ojos que casi nunca nos miran la infinitud del sufrimiento, el dolor de un dulzura que es la antesala de ese momento en que los ojos se desorbitan en el pánico y la sangre del matadero. El animal tiene su ritual de duelo en la "tristeza bíblica" de su mirada. En el sentido de Baudelaire, ¿existe un spleen animal? La lasitud del ojo animal tras un combate no expresa, como pensaba Bataille, que el animal vive en el mundo como "el agua dentro del agua", sin saber de él y a sus espaldas. Por el contrario, como insisten estos laberínticos retratos de Casa de fieras, el animal sabe del mundo en su no ocuparse él, en su inconsciencia.

Este libro mantiene un continuo debate con la fascinación moderna por el modelo zoológico, tal y como se manifiesta en las Ciencias de la Vida y, tal vez, en esta última pasión consumista por unas mascotas selladas en su higiénica envoltura. Perera combate la voluntad de mantener apartado a la humanidad de la masa animal, singularizando al hombre frente a las bestias. Habría que ver incluso si la exitosa Teoría de la Evolución no tiene un fin perversamente antropomorfo: venimos de los reptiles, pero los hemos dejado atrás. Descendemos de los primates, a los que hemos dejado muy lejos en virtud de una insólita racionalidad conquistada. Nuestra práctica evolutiva es acaso otra vía, positivista y más inflexible que la mentalidad religiosa de antaño, para mantener alejado al hombre de la contaminación animal, de su mirada inquietante. También, por tanto, alejado de una hermandad antropomorfa que ha quedado rota en las cien distribuciones normativas con las que subdividimos a la especie: las culturas avanzadas y las atrasadas, el primer mundo y el tercero...

Casa de fieras constituye una sugerente aproximación a lo que pueda ser todavía el hombre tras la máscara de "animal racional" con la que se ha recubierto en la modernidad. Con lo extraños que nos hemos vuelto, deberíamos mirarnos ya en el espejo de lo desemejante. Es posible que una asimetría fundacional atraviese a los humanos. En las palabras de un clásico del siglo XX, el hombre no está loco cuando se cree Napoleón: Napoleón "está loco" si cree que es igual a sí mismo, que su identidad civil coincide con su existencia. Reapareciendo siempre por fuera, la vida sería para cada uno de nosotros un animal que todavía no tiene nombre, ni siquiera una especie reconocible. No es extraño así que el autor de este libro, que es a la vez monumental y fulminante, tome de la literatura y el cine tantos ejemplos como de la filosofía.

El escritor es responsable ante los animales que mueren, afirma Hofmannsthal. El escritor es un brujo porque vive el animal como la única población ante la cual es responsable. "Afirma Deleuze que no hay que borrar el límite que nos separa de los animales, sino que, alcanzándolo, estar en él de una manera ajustada, de tal forma que ‘uno (el hombre) ya no queda separado’. Movimiento donde, se puede decir, Deleuze cifra la relación animal con el animal, la relación animal con el hombre, y la posibilidad misma del pensamiento". El pensamiento es el efecto de "cohabitación simbiótica entre plantas, animales o bacterias". Sería entonces como una irrupción triunfal del lazo secreto entre piedras, plantas y animales, pero dentro de nosotros. De hecho, es imposible pensar sin alterarse a la vez en otra cosa, donde reaparece una sombra animal, el futurismo de un antepasado desconocido.

El libro de Pablo Perera puede producir una insana envidia. Lo de menos es la erudición portentosa que despliega, la escritura que fluye tanteando mil posibilidades nómadas y dejándose tentar por ellas. Lo importante son los lugares reales y anómalos que nos permite transitar de una humanidad y una naturaleza que creíamos conocidas. No es necesariamente delirante entender este mapa mudo de otra humanidad posible como una variante "monstruosa" de la filosofía de la Ilustración, aunque esa no sea la intención primera de su autor. No se emprende en Casa de fieras un discurso continuo, sino múltiples retratos puntuales donde el hombre y el animal caminan juntos hacia otro reino indeciso. Los cincuenta y tantos retratos permiten que el libro pueda resultar muy corto, pues se puede recomenzar en cada uno de sus círculos.

Casa de fieras es un ensayo en el mejor sentido de la palabra, pues tienta lo que nunca sabremos a ciencia cierta. Bien escrito, denso, sugerente. Experimental, pues en cada página se pone a prueba a sí mismo. Sin rechazar nada, sin empecinarse contra nadie, Perera está se ocupa en asediar una posibilidad común e insensata a la vez. De ahí que esta humana casa de fieras se cargue en cada página con una escritura nerviosa que conecta con motivos candentes de las últimas décadas, en el cine y la poesía, en el campo de la imagen, de la literatura o la filosofía. ¿Cuántos libros se habrán publicado en España este año con tal abigarrada presencia, retirada y a la vez dotada de parecida potencia de infiltración? Pocos, tal vez ninguno.   

Lorca, poeta en Nueva York, reaparece agotado por el ritmo de los inmensos letreros luminosos de Times Square y unas muertes animales masivas "que dejan los cielos hechos añicos". Geometría y angustia. Admirado por Hitler, es legendaria la atención de Henry Ford hacia la cadena serial de despiece en el matadero de Chicago. Los coches se componían en un tiempo récord, igual que los cuerpos de los animales se desmembraban en un tiempo tan corto que era inverosímil. Es obvia la similitud de nuestro trato industrial con los animales con la programación sistemático del exterminio de cientos de personas al día. Pero en nuestro nuevo orden ecológico la sangre apesta, por lo que el ciudadano es despiezado en la interactividad numérica. No mecánica, sino simbólicamente. En el mundo mecánico de Chaplin y en el orden digital nuestro el resultado es similar: la catatonia que nos convierte en animales dóciles, listos para una muerte sin gritos. En nuestra industria de la agonía la sangre debe saltar fuera de campo, sin manchar la transparencia de las pantallas planas. De ahí el declive de nuestros rituales en torno a la muerte. Es preferible la incineración al enterramiento clásico, donde el cadáver permanece entero y visible. La perfección fordista en la línea de montaje se corresponde con la perfección deconstructiva en nuestra línea actual de desmontaje, con la liquidación interactiva de cualquier autonomía orgánica. Todo lo que sea intensidad carnal, terrenal, ha de ser licuado en un campo de dispersión climatizada. El libro de Perera es incómodo, pues nos hace ver el trasfondo genocida de una cultura donde el animal es el símbolo de la alteridad que hemos rechazado en lo humano.

Madrid, 23 de diciembre de 2021



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10.9.21

RESEÑA DE "CASA DE FIERAS. RETRATOS CON ANIMAL DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO", de Pablo Perera Velamazán, Valencia: Shangrila, 2021

 



Por Iñaki Urdanibia


UN ATLAS ZOOPOLÍTICO

No diré que estamos ante la magna obra del profesor y traductor Pablo Perera Velamazán, pero sí ante una obra magna y no lo digo únicamente por el número de sus páginas, que también (rozando las setecientas), sino por la gran amplitud con que se aborda el tema abarcado. Habla el autor de «un “atlas” en el sentido en que cada pequeño tratado de los cincuenta y cuatro que configuran el libro se presenta en la forma de un retrato donde el pensamiento, entre sus pensadores, se aplica en el esfuerzo de hacerse cargo de la presencia animal sin renunciar a la diferencia humana, y en que, entre todos ellos se delinean en todas sus valoraciones posibles esta nueva presencia animal entre nosotros». Estoy hablando de «Casa de fieras. Retrato con animal del pensamiento contemporáneo», editado por Shangrila.

Que nadie, no obstante, se lleve a engaño, por las palabras recién transcritas del autor, ya que ciertamente se dan el número de entradas señaladas y que cada una de ellas es un pequeño tratado, lo que dicho así da cuenta de dos cosas: de la humildad de Pablo Perera Velamazán a la hora de expresar su trabajo y dos de que en su brevedad sí que nos encontramos con pequeños tratados, que quede claro nada tienen que ver con un cúmulo de anécdotas deslavazadas, que enlazan unas con otras en una deriva que presenta escenas, reflexiones, y confrontación de posturas entre pensadores, en relación con la presencia inesperada del animal, con el encuentro que queda reflejado en las palabras que se citan y se interpretan de los autores (filósofos, poetas, cineastas, …) y en las imágenes que se ofrecen; todos ellos, eso sí, formando parte de la misma galería, concretada en «el giro zoológico de la biología contemporánea». No exagero si digo que un hilo conductor, que destaca sobre otros acompañantes, atraviesa las fronteras de cada entrega, de modo rizomático, y es el que enfrenta/contrapone, entrecruza, las posturas de Heidegger y Deleuze; el primero subrayando la ausencia de mundo de/en los animales y la muerte como exclusivamente humana, ya que los animales dejan de vivir, y las del pensador francés que niega lo primero, y matiza lo segundo, el ejemplo de su gatito buscando el lugar adecuado para morir, y mantiene su primacía del devenir, devenir-animal, no como figura imaginaria o lírica, que hace que la relación se dé entre animales, ya que al fin y a la postre, los humanos tenemos ramalazos, que se me permita la expresión, que responden a comportamientos realmente animales, reivindicando el filósofo francés el trato animal entre animales y la importancia de tal relación ; rechazando el trato doméstico de los animales convertidos en miembros de la familia, humanizándolos, lo que hace que la relación sea castrante. Señala como rasgo esencial por parte de los animales el acecho y los afectos que les hacen estar atentos para escapar o para alimentarse, estado que Deleuze traspasa, en lo que se refiere a su importancia, a la escritura y a la filosofía como actividades que exigen de tal estado de alerta. Subraya Deleuze, en algunas ocasiones con su colega Guattari y en conversaciones con Claire Parnet, la primacía de la diferencia y el carácter positivo del devenir como «vínculo a lo revolucionario en el arte, la política y la religión», desbordando las rejillas dicotómicas e interpretativas del estructuralismo: serie y estructura. Ejemplos de metamorfosis animales, o formas de protagonismo animal que se adueña del sujeto humano y de su quehacer, se ofrecen como el poeta Hughes y su pensamiento zorro, el recurso de Hugo von Hofmmansthal a las ratas y otros animales que asoman en su célebre Carta de Lord Chandos, por no hablar de las hibridaciones / cruzamientos presentes en algunos textos kafkianos (mitad gato, mitad cordero), y, por supuesto la metamorfosis de Gregorio Samsa, o la inversa del Informe para una Academia…sin obviar todo el muestrario, bestiario, que es entregado de diferentes relaciones y referencias a perros, caballos, gatos, cerdos, monos, ranas, estorninos, la alondra (observada por Heidegger), garrapatas (destacadas por Deleuze), la gallina de Camus, lechuzas, no la de Minerva, etc. y que «se pone en relación la necesidad de hacerse cargo del índice de lo cotidiano con nuestra relación con los mundos animales que nos expropian de las determinaciones que lastran el Espíritu que se quiere autónomo»…por los pagos de una zoopolítica.

  Si con anterioridad me he referido a otras compañías que avanzan junto al par Heidegger/Deleuze, hay que referirse a Merleau-Ponty, a etólogos como Uexkül, Lorenz o Portman; el abanico se abre no solo a otros escritores, filósofos y demás y sus encuentros –e incluso iluminaciones- animales, sino a los temas relacionados con las Ciencias de la vida, la antropología, zoología, la etología, la ecología, estética, y en ese sentido el libro se abre como una crisálida que nos desplaza en la lectura no solamente a diferentes teorías o posturas sino a diversos cruces disciplinares y de debate a los que resulta imposible esquivar: las diferencias entre lo humano y lo animal, las tendencias antropocéntricas y antropomórficas que siempre planean hasta en quienes pretenden escapar de ellas, el lenguaje como signo distintivos, cuestiones implicadas con el maltrato animal o el trato respetuoso, etc.

Y los casos y personales visitados, además de algunos ya nombrados, se despliegan con amplitud: Lévi-Strauss con su gato, Lautréamont y sus estorninos como discurso del método para leer su Cantos de Maldoror, Derrida desnudo, inquietado por su vigilante gata mientras él se ducha y las reflexiones vertidas en sus seminarios animales, Agamben y la vida nuda y sus diferencias entre zoon y bios, y la fuga de las bestias invisbles, , Benjamin y las nutrias, Foucault y a él asociado la biopolítica las coincidencias con algunos textos deleuzianos, por la senda ensayada por Georges Canguilhem, sin olvidar su querido gato, Rilke y lo viviente, completado con su zoología, Bailly, Market y su gato, amante de la música de Mompou, flmado y tomado de un graffti como si de un reflejo especular se tratara, y los dos Rousseau el pintor con su representaciones animales y el ginebrino, y sus elogios del estado natural, salvaje, o un cineasta holandés, Keuken, que contraviniendo las normas establecidas para una película entre varios directores, sorprendió rodando a su gato, lo que da lugar a un excurso acerca de la mirada de los gatos y de las lechuzas, …y Sebald y las vacas locas, y Bataille, Coetzee expresándose a través de su Elisabeth Costello, y Pierre Sloterdijk o Elisabeth de Fontenay…a través de ls diferentes miradas y entradas, asoman temas como la compasión, la imposibilidad de vivir juntos, ya que ello no supone existir conjuntamente, y los desplazamientos se producen, las vueltas y revueltas, en una vaivén que va del animal al humano y viceversa, que unen ciertos sentimientos, como la compasión y la empatía, humanos demasiado humanos, que se ven traspasados a casos humanos en los que también asoma el cuchillo, como en El proceso kafkiano, o en matanzas reales como la vida misma. Y…las referencias, con paseos incluidos con Berger y Sebald, a la domesticación zoológica, como esfera de un saber expuesto en condiciones de dominio, a los mataderos de los que se da cuenta, y entre ellos el modelo de matanza en cadena que suministró el modelo al fabricante de automóviles, Henri Ford.

Visitas que dan trabajo a las meninges y que nos vuelcan en interpretaciones de diferentes pensadores, y escritores que en base a su experiencia y al relato de ella nos ofrecen sus argumentos que Pablo Perera Velamazán pone a nuestro alcance; eso sí, y el que avisa no comete traición, quien se disponga a emprender la travesía ha de disponerse a ir despacio ya que ha de comprender que va lejos, y hablando de travesía, recurriré a la clasificación que señala el grado de dificultad en los recorridos de montaña y a fuer de sincero no dudo en incluir esta obra en el nivel C+, muy alto. «imprescindible una buena condición física y psicológica, estar acostumbrado a terrenos y situaciones cambiantes. Exige el conocimiento y manejo de técnicas y material específico para cada actividad».

Un rastreo diseminado, que no desparramado, que como los caminos del bosque de los que hablaba Heidegger, holzwege, que no llevan a ninguna parte pero que nos hacen pasar, y detenernos, en muchos rincones y sabido es, al menos desde el bueno de José Bergamín que si sólo buscamos la salida no conoceremos el laberinto.

El pensamiento contemporáneo como una CASA DE FIERAS, abierta por el autor, atendiendo a la mirada animal, retratando «nuestro pensamiento más actual acompañado de los animales, [que] pretende poner en evidencia antes que nada que el mundo en que vivimos es también contemplado por otros seres, que se da una partición de lo visible entre las criaturas, y que por ello no hay más política entre nosotros que la que, haciéndose cargo de esta evidencia, deviene una zoopolítica».



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23.5.21

X. "CASA DE FIERAS. RETRATOS CON ANIMAL DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO", Pablo Perera Velamazán, Valencia: Shangrila 2021



 Eli Lotar, Aux Abattoirs de la Villette, 1929



[...] Lotar, como ya hemos dicho, fue con André Masson, reconocido pintor surrealista, en su visita al complejo de La Villette. De esta experiencia, Masson, que ya había trabajado sobre la violencia y la muerte desde sus vivencias en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, dio lugar también a una serie de obras intituladas también “Mataderos” (“Abattoirs”, 1930). El contraste entre un trabajo y otro es evidente, en parte condicionado por los diferentes medios poéticos empleados. Masson, atrapado, aun dentro del surrealismo, en la discursividad propia del lenguaje pictórico, retiene de su experiencia en el matadero la brutalidad del lugar, la conversión misma del sacrifico supuestamente incruento que se lleva allí a cabo en espectáculo donde esa neutralidad se deniega. Lotar, ejemplo evidente del uso de la fotografía en el surrealismo tal y como lo presentan Krauss o Didi-Huberman, hace patente la remergencia de lo sagrado profanado precisamente a través de la negación de la muerte, en cuanto herida que en cada cuerpo se infringe sobre la vida en general, que sucede en el dispositivo del matadero industrial. La dimensión sacrificial del matadero es reprimida por la sociedad industrial, que desplaza el caos sangriento de la carnicería artesanal hacia un ordenamiento racional de los residuos cadavéricos para su transformación en mercancía, no cumplida, por otra parte, de manera plena en el complejo de La Villette, como ya hemos dicho. Exhibir la violencia del sacrificio pura y simplemente como hace Masson, que no deja además de proyectar sobre ella connotaciones simbólicas que proceden de la tauromaquia, gesto intelectual muy habitual en la época, donde las reacciones biológicas del animal son sintetizadas en un espacio mítico, en parte mucho más cercano a Bataille que a Lotar, es en cierto modo dejar oculta la violencia originaria sobre la que se funda el dispositivo del matadero. Es mucho más significativo, sin duda, subrayar cómo el sacrificio está evacuado en todo el proceso, a la manera en que se presenta la temporalidad periférica de Lotar, de ahí que la lacónica imagen del inmundo montículo formado por piel de vaca frente a la puerta del matadero sea, desde ese silencio que acompaña al “después”, atronadora. Es más, frente a la insistencia de Bataille en la necesidad del hombre del presente de exiliarse de su propia imagen a través de lo informe, reafirmando desde su bajo materialismo los presupuestos del teatro de la crueldad que nos obliga, Lotar se limita a mostrar, indiferente, neutro, los trazos de violencia donde nuestro mundo se da desde las instalaciones funcionales de La Villette. En verdad, la aparente homogeneidad de los mataderos de La Villette es un signo de la negación que implícitamente existe en la organización racional de la masacre. La verdad de lo que allí sucede no es tanto ese trapo de piel ensangrentada arrastrada por el suelo, sino su contraste con un mundo que se quiere bien limitado por muros rectos y funcionales, su contraste con la forma, si es que podemos hablar así, y el principio sacrificial que le es inherente. 

No fue solo Bataille quien trabajó con las imágenes que Lotar extrajo del matadero de La Villette. En el mismo 1930 la revista belga “Varietés” publicó un fotomontaje a cargo de E.L.T. Mesens intitulado “La viande. Huit photos prises à l’abattoir par Eli Lotar”. Son ocho, pues, las imágenes que selecciona Mesens, enfrentando una a otra en cuatro parejas sucesivas, sin ningún subrayado textual. Su perspectiva remarca, al margen de los excesos retóricos de Bataille, cómo en el trabajo fotográfico de Lotar conviven de manera paradójica el proceso de desanimalización del ganado llevado a cabo en el matadero para convertirlo en un producto alimenticio y su atención a los restos no utilizables de los animales que, enfocados por su cámara, en su disposición ordenada, como las pezuñas de vaca alienadas en la pared, o las pieles sin cuerpo clasificadas según un incierto sistema, o su abandono sin más, un trapo de piel arrastrado por el suelo, como esa vejiga con la que no se sabe qué hacer, parecen cobrar una nueva vida, más allá del valor sociopolítico que se pueda proyectar sobre ellas. En el fotomontaje de Mesens se señala entre las imágenes hacia ese punto inquietante que queda como un resto inasumible en la conversión del ganado, de este o aquel animal, en un producto alimenticio. Así, en concreto, en la última pareja de la revista nos encontramos con el montaje impactante entre la imagen de un buey que aún está vivo al que se le ha vendado la cabeza para su aturdimiento, entre los restos de otros animales que se ven al fondo de una puerta y los cuerpos colgados y alineados de otros ya convertidos en carne, y la imagen de unas ovejas que yacen ya muertas sobre la mesa de trabajo, cuya disposición presagia todo el proceso serial que se llevará a cabo con ellas para convertirlas en objeto de consumo. Y, entre medias, como siempre sucede en el trabajo de Lotar, siempre vedado, el acto de matar, ese acto inevitablemente transgresivo, necesario para la conversión del animal en carne. Porque este acto de matar solo queda verdaderamente vedado porque no nos encontraremos nunca con el cadáver del animal, sino con productos alimenticios, punto extremo de la profanación del sacrificio. 

Ni Bataille ni Mesens atienden apenas a otra referencia que aparece en varias ocasiones entre las fotografías de Lotar. La presencia de los obreros de la carne junto a los despojos que son fruto de su trabajo. Y cuando se atiende a su presencia, como sucede en el número de abril de 1931 de la revista francesa Vu, en la forma de otro fotomontaje que acompaña al texto “La Villette rouge” de Carlo Rim (pseudónimo utilizado por el escritor Jean-Marius Richard, que es también quien selecciona y monta las fotos), solo es una vez más para resaltar la dignidad casi epigonal de esos trabajadores de la carne que todavía mantienen una relación real con el producto de su trabajo, manejan la carne del animal con la sensibilidad de un artista, llega a decir Carlo Rim, a pesar de todos los inconvenientes en los que se desenvuelve su vida diaria (el olor acre de las tripas intestinales, el ruido incesantes de grifos y cascos, ese vapor grasiento y repugnante que se extiende por todos los lados), pero, en todo caso, a salvo de la generalización de los procesos seriales del fordismo importados de los Estados Unidos. Al final del artículo se refiere a la investigación realizada por Topaz de los diferentes sistemas de producción de varias empresas europeas y americanas, señalando cómo, incluso para el ojo experimentado de un especialista industrial, los mataderos de La Villette constituyen un arquetipo de trabajo que debe conservarse para contrarrestar la amenaza de una industrialización más radical. Porque, frente a los grandes edificios aireados y ordenados como salas clínicas, donde los carniceros aparecen como internistas que ejecutan sus sacrificios de manera rápida y limpia como si practicaran el arte de la cirugía, como se encontró en Chicago (donde manadas de animales entraban y salían enlatados, etiquetados y listos para satisfacer el apetito de los ciudadanos en el mismo tiempo que en La Villette se tardaba en noquear a un cerdo), pero también en los nuevos mataderos municipales recién inaugurados en Lyon, Topaz y el propio Carlo Rim se quedan fascinados, eso sí desde un punto de vista literario, con lo que ocurre en La Villlette, donde “un matadero sigue siendo un matadero”, recordando con nostalgia las inmundas matanzas que allí seguían todavía sucediendo, cuyas consecuencias Rim pretende contemplar en las imágenes de Lotar, que, por otra parte, no deja de manipular para su publicación, aumentando la escala de los motivos y generalizando los tonos sepia para acentuar el valor nostálgico, dando lugar a una impresión que recuerda más las técnicas del dibujo tradicional que las técnicas fotográficas modernas.



 Eli Lotar, Aux Abattoirs de la Villette, 1929


Ni que decir tiene que el trabajo de Lotar no asume como propio este valor nostálgico. Como ya hemos indicado en más de una ocasión nunca expone el trabajo llevado a cabo en el matadero, su mirada periférica se queda en el “antes” o en el “después”. Sus imágenes ponen en evidencia la experiencia concreta de la muerte que se da en el complejo de La Villette, donde desde 1863 se repite una matanza diaria, y que ha dejado sus huellas imborrables en las grietas de los caminos de piedra donde la sangre y los detritus orgánicos se han acumulado durante más de cincuenta años. En este sentido su trabajo estaría más cercano a los montajes de Bataille o Mesens, salvo por el hecho de que en ambos la circunstancialidad del hecho de la muerte que pone en juego Lotar ha desaparecido en argumentaciones genéricas acerca de los mataderos como nuevos templos sacrificiales o acerca de la transformación del ganado en carne [...]





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IX. "CASA DE FIERAS. RETRATOS CON ANIMAL DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO", Pablo Perera Velamazán, Valencia: Shangrila 2021



 Gilles Aillaud, Interior e hipopótamo, 1970


[...] Hay un encuentro muy significativo para la Fenomenología francesa cuando concurren a la vez en el examen oral del concurso de acceso a la École Normale de France Maurice Merleau-Ponty junto Gilles Aillaud, que luego sería reconocido como uno de los grandes pintores franceses de las últimas décadas. Un encuentro que es insignificante en apariencia para una historia más o menos oficial de esta Fenomenología donde el papel de Aillaud no dejaría de ser irrelevante frente al poderoso caudal creativo de la obra de Merleau-Ponty, que, al cabo, salió triunfante del concurso. Sin embargo, no lo es tanto cuando, después de reconocer que el propio Merleau-Ponty no deja de poner contra las cuerdas los presupuestos más evidentes de la Fenomenología en contacto con la “fuerza dulce” que el animal porta consigo en dirección de una “ontología de la vida” que su temprana muerte truncó, recordamos que el único tema, el sujeto elegido, por la obra pictórica de Aillaud, pintor y filósofo formado en la Fenomenología, es el mundo animal. No lo es solo, como se podría suponer, porque la cuestión de lo “visible” en cuanto tal sea decisiva en Merleau-Ponty desde su Fenomenología de la percepción (1945) hasta su obra póstuma e inacabada Lo visible y lo invisible (1964) como lo es también para la pintura de Aillaud empleada en una “nueva figuración” que tras la descomposición abstracta del hecho pictórico intenta alcanzar una visibilidad al margen de toda legibilidad, sino también porque en ambos este trato fenomenológico con lo visible se ofrece de forma extrema en compañía de los animales.  

No hemos dejado de acompañarnos nosotros a su vez por el modo en que Merleau-Ponty acierta a pensar la animalidad en compañía del pensamiento zoológico más avanzado, de UexKüll a Portman, pasando por Lorenz. Sin duda, junto a Deleuze, es el pensador que se ha encaminado con más decisión hacia una posible ontología de la vida. Sin embargo, el contraste de su obra casi póstuma con la obra de Aillaud no es solo significativo sino, al cabo, decisivo para medir su verdadero alcance. La cuestión es que Aillaud no solo es un pintor de animales, sino, antes que nada, un pintor de animales figurados en un contexto de cautividad. Pinta, pues, animales tal y como se presentan en los zoológicos, errando en esos espacios artificiales y restringidos que la civilización humana les ha consentido. Animales alienados, desplazados, deportados, aparcados, arrinconados, en todo caso, como nos decía al respecto Berger, a quienes de forma irónica en una suerte de paraísos artificiales se les ofrece todas las apariencias de libertad y seguridad. No deja de ser también irónico que el trabajo pictórico de Aillaud, en definitiva, estrictamente solitario, sea encuadrado por los historiadores del arte bajo el rótulo de “figuración narrativa”, cuando, si hay algo evidente en sus obras es que exponen el resto que queda de los animales desaparecidos en los zoológicos cuando ya no queda ninguna forma de narración que puedan volver a protagonizar. Pero ¿en qué sentido, cabe preguntarse, estas obras, que usan de una paleta tan fría, que miden con exactitud la perspectiva y el encuadramiento de la figuración animal para que el espectador forme parte necesaria de lo que allí sucede, pero que no dejan, a pesar de ello, de mantenerlo emocionalmente a una distancia insuperable, al margen de toda empatía, se convierten en una piedra de toque fundamental para medir el alcance de la obra de Merleau-Ponty?

Ya vimos que el gesto principal de Heidegger respecto a Husserl fue tratar de pensar la esencia del animal al margen de cualquier empatía que no hace otra cosa sino pensar al animal como si fuera un hombre. Merleau-Ponty, con la ayuda de las ciencias biológicas, como el propio Heidegger, pero con mucha más intensidad, sigue este camino. No hay empatía posible tampoco, hemos dicho, con los animales pintados por Aillaud en su silenciosa reclusión zoológica. Ya notó Berger los gritos de decepción de los niños ante esos animales que no se comportan como animales, que, a menudo, ni siquiera quieren salir del escondrijo de sus jaulas. De esta manera, difícilmente se puede aceptar que esta más que persistente elección temática de Aillaud, que sus animales pintados tengan como motivación última, con sus encuadramientos tan imperativos, una denuncia con tonos moralizantes de su estado de cautividad. Hay demasiada frialdad y silencio en estas pinturas para que pueda ser así. Y si la negación de la empatía en Heidegger tenía como última intención diferenciar la existencia humana de la vida animal, si en Merleau-Ponty pretendía poder declinar la existencia humana sobre una tonalidad todavía natural, en Aillaud, sin duda, estamos ante un registro diferente. Y no porque sea un registro pictórico, en todo caso, extraordinariamente sensible, hasta el punto de que, si nos acercamos a la superficie de sus telas, desde esta primera sensación de frialdad, nos salta a la vista cómo, de un modo fenomenológico, cada estímulo visual se traduce en una cuestión pictórica. Es más, de aquí se podría deducir que la elección de los animales como único tema posible no tendría otro sentido que favorecer un hecho pictórico puro, por eso son animales de zoológico, como si se trataran de las manzanas de Cezanne. Su elección, de esta manera, sería casi superflua. Convertidos en los únicos sujetos de su pintura, ya no habría que comentar más del tema. Pero esta mítica de la autonomía de la pintura moderna no se confirma nunca, ni siquiera en Cezanne, y mucho menos en Aillaud. En todo caso, solo situando su registro pictórico donde debe ser verdaderamente emplazado podemos vincular sus pinturas de animales con su formación fenomenológica, que es nuestra intención, en contraste con Merleau-Ponty.


Gilles Aillaud, Leones y jaula, 1974


La decisión de Aillaud por los animales como único tema de sus pinturas nada tiene de circunstancial. Porque, insistimos, no se trata solo de animales, sino de animales encerrados en un zoológico. Es más, si nos damos cuenta de que su trabajo reconocible como pintor se afirma en la década de los sesenta del siglo XX, momento donde la determinación fenomenológica del pensamiento europeo entra en crisis, esta decisión se carga con un peso problemático evidente. Es como si, a pesar de la sensibilidad de las pinturas de Aillaud, donde cada estímulo visual deviene una cuestión pictórica, esta relación ya solo fuera posible desde el exilio del edén fenomenológico donde Merleau-Ponty todavía parecía habitar sin problemas. Por seguir con el símil de Cezanne, en el momento en que la figuración retorna al arte europeo, después del silencio de la abstracción, solo se puede volver a pintar la montaña de Saint-Victoire, uno de los grandes iconos de la reflexión fenomenológica, copiándola desde una tarjeta postal. Así, esa experiencia de lo animal, donde no deja de convocarse en última instancia el tacto de la primera materia sensible, que Merleau-Ponty aún nos propone en sus cursos del Collège de France, a todas luces la concreción más definitiva del edén fenomenológico, aunque sea por la mediación del discurso biológico, en las obras de Aillaud solo cabe ser vuelta a sentir ya, en su desvanecimiento, en las salas compartimentadas de un zoológico donde los animales, arrinconados, solo esperan para ser vistos [...]




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VIII. "CASA DE FIERAS. RETRATOS CON ANIMAL DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO", Pablo Perera Velamazán, Valencia: Shangrila 2021



Tiziano, Ninfa y pastor, Kunsthisthoriches Museum Viena



[...] Los animales posthistóricos de la especie Homo Sapiens cifrarán su felicidad en la forma de un beatífico perderse en su propio conatus, allí donde su comportamiento se presente de forma artística, erótica o lúdica. Esta es la profecía que Kojève dejó caer sobre nosotros en sus notas a pie de página sobre los textos donde Hegel se empleaba en la cuestión del “fin de la historia”. “Jugarán como juegan los animales jóvenes y se entregarán a su amor igual que lo hacen los animales adultos”. No es fácil hacerse cargo del sentido que se pone en juego en esta profecía, tanto más cuando el propio Kojève la considera ya cumplida en las últimas décadas del siglo XX, o, al menos, detectable en sus signos principales. El propio Agamben no acierta a identificar, más allá de su breve reseña, y en contraste con la “negatividad sin empleo” de Bataille, bajo qué perspectiva estas prácticas humanas históricas, el arte, el amor, el juego, re-devienen puramente naturales, más allá de la historia, por tanto, y en qué sentido pueden ser vinculadas a los animales posthistóricos de la especie Homo Sapiens. ¿No perderían acaso hasta el sentido de su propia denominación? 

Sin embargo, después de identificar en Lo abierto los dos escenarios posibles que, desde Heidegger, puedan darse en la relación entre hombre y animal en la posthistoria, entre la biopolítica y la sociedad del bienestar devenida “sociedad del espectáculo”, estos comportamientos, el artístico y el erótico, al cabo el lúdico también en otros momentos de su obra en curso, vuelven a aparecer como si en ellos se contuviera la cifra incógnita de este otro escenario posible, donde no solo el pensamiento del filósofo alemán se viera desbordado, sino también desde dónde nos podamos hacer cargo de la condición posthistórica del ser humano devenido una especie más. El protagonista es esta vez, como al cabo siempre sucede en Agamben, Walter Benjamin, su siempre secreto compañero:

Algunos textos de Benjamin proponen una imagen completamente distinta de la naturaleza y el hombre, en la que la máquina antropológica parece estar completamente fuera de lugar. (Agamben, 2004, 103)   

Y vuelven estos comportamientos en la forma de una praxis posthistórica donde el hombre posthumano mide el sentido de su felicidad porque esta “imagen completamente distinta” es presentada por Agamben a través un par de textos, extraídos de su obra Dirección única, entre los cuales se acaba convocando el arte y el erotismo, o, mejor, la satisfacción sexual, como su principal referencia, y donde de alguna manera se reafirma una relación con la felicidad también transformada, más cercana al puro contento encantado que al arduo trabajo de su búsqueda desesperada, donde acaba confundida, en un gesto propio de nuestra filosofía, como un vivir dignamente tratado como el “deber ser” propio al que tiende toda “vida humana”, como Agamben ya señaló en su breve y magnífico texto “Magia y Felicidad” contenido en Profanaciones.  

En una carta dirigida a Rang el 9 de diciembre de 1923, recuerda Agamben, Benjamin se emplea en una distinción habitual donde opone, casi en el mismo sentido que Heidegger, la naturaleza como mundo de la clausura y la noche y la historia como esfera de la revelación. Nada original se pone aquí en juego, salvo cuando, de forma inesperada, se adscribe a las ideas y las obras de arte, nunca demasiado lejanas de la lógica de la redención, a la esfera cerrada de la naturaleza. En cuanto tales, son presentadas por Benjamin en la carta, sin embargo, como modelos “de una naturaleza que no está a la espera de día alguno, ni menos todavía de ningún día del juicio”. Como modelos de una naturaleza que ya no es el escenario ni de la historia ni del habitar del hombre en cuanto humano, y que, en consecuencia, puede ser considerada al margen de toda lógica de la redención según la cual el silencio de las creaturas encuentra su sentido en la voz del hombre. 

Las ideas, que como estrellas “solo resplandecen en la noche de la naturaleza”, captan la vida creatural no para revelarla, ni para abrirla al lenguaje de los hombres, sino para restituirla a su clausura y a su mutismo. (Ibid.)

“Noche salvada” es como Benjamin denomina a esta naturaleza restituida a sí misma. Aunque no deja de insistir en que la “salvación” de que se trata aquí nada tiene que ver con una pérdida u olvido que necesitan ser recobrados. Más bien, al contrario, se refiere a lo perdido u olvidado como tal, en cuanto insalvables. La “noche salvada” no deja de ser, por tanto, una relación con un insalvable. En este caso, una naturaleza cuya cifra es la contingencia absoluta. Pero también, en cuanto que se apela a lo salvado, una naturaleza cuyo ritmo propio es el ritmo que acompasa una felicidad ya siempre real. A la salvación según un orden espiritual, que conduce a la inmortalidad y a todo su trabajo necesario, le corresponde una salvación referida a un puro orden mundano “que lleva a la eternidad de una decadencia” cuya principal medida es el desobramiento de lo humano, afirma Benjamin en uno de los textos contenidos en su “Fragmento teológico-político”. Una salvación, pues, que hace coincidir la felicidad con el ritmo de esta “naturaleza mesiánica”, eternamente fugaz en su totalidad. Y si el hombre, a pesar de todo, sigue siendo en Benjamin el lugar en que se separan y distinguen vida creatural y espíritu, creación y redención, naturaleza e historia, sin embargo, entre ambos órdenes, se conspira secretamente para su salvación, pero ya no confiada ni a la naturaleza ni a la historia, ni a la pura vida creatural ni a la vida del espíritu. No en vano, recordamos, e insistimos, en Kojève el estado del animal poshistórico de la especie Homo sapiens se presentaba como una suerte de “re-devenir animal”, que no puede ser interpretado de ninguna manera como un retorno, agotada y consumida la vía del Espíritu, a la naturaleza.

La verdadera medida de esta “noche salvada” ya la hemos encontrado cuando Agamben, en compañía de Walser, se atreve a dar una respuesta acerca del estado y relación de las criaturas del mundo, incluido el hombre, después del Juicio. Más allá de toda oikonomía donde el reino de los vivos solo cabe desde la perspectiva de la gloria, en el fin del Juicio Final, gozan las criaturas de una “caducidad incorruptible”, que Agamben presenta como un “nimbo profano” que las protege de la necesidad de redención. Aunque no dejaba de quedar pendiente en qué sentido bajo este “nimbo profano” se daba lugar una ontología relacional acerca de la vida que escapara a cualquier trato trascendente en relación consigo misma. Con la ayuda de Benjamin, apoyándose en el último texto de Dirección única (“Al Planetario”), se puede precisar más esta cuestión. En este texto se trata de delinear la relación del hombre moderno con la naturaleza, identificando su lugar propio en la técnica, que, frente a lo esperado, no es tratada como un instrumento de dominio sin más, sino como “dominio de la relación entre naturaleza y humanidad”. Y lo que se pone en juego aquí, según Agamben, cuando se desmonta cualquier afirmación de dominio entre el hombre y la naturaleza, es la “suspensión” de la maquinaria antropológica que ya no puede “articular naturaleza y hombre para producir lo humano por medio de la suspensión y captura de lo inhumano”. En la recíproca suspensión de ambos términos se da algo en relación con la vida para lo que todavía no disponemos de nombres, vuelve a insistir Agamben, pues se presenta entre la naturaleza y la humanidad, pues ya no es ni animal ni humana en la noche salvada. Sin embargo, este “innominado” que se da en el dominio de la relación entre hombre y animal, que, ya dijimos, no deja de tener una consistencia apocalíptica, se pone en evidencia de manera no prevista en otro de los aforismos del mismo libro donde Benjamin se refiere a la “satisfacción sexual”. “En la satisfacción sexual el hombre es liberado de su misterio”, afirma. Nos ofrece la imagen paradójica de una vida humana que, en la extrema peripecia de la voluptuosidad, en un elemento que parece pertenecer por completo a la naturaleza, como la relación sexual, queda cortada de toda relación con ella y abandonada a sí misma. En una suerte de segundo nacimiento, la mujer desliga al hombre de la madre tierra definitivamente, “es la comadrona que corta ese cordón umbilical que el misterio de la naturaleza ha trenzado”. Y esta liberación hacia una suerte de “no-naturaleza” donde Benjamin, según Agamben, ha fijado algo así “como el jeroglífico de una nueva in-humanidad”, es donde, sin duda, están convocados, en esta “noche salvada”, la presencia de los animales de una diferente manera.

Es un jeroglífico que, a su vez, se trata de desvelar a través de la interpretación de una de las últimas obras de Tiziano, Ninfa y pastor, que se encuentra en el Kunst historisches Museum de Viena. Es aquí donde Agamben se trata con la obra de arte como modelo de una naturaleza que no está a la espera de ningún día del juicio, donde la naturaleza vuelve a su clausura y mutismo, a la cifra absuelta de su contingencia, tal y como comentaba Benjamin, y lo hace además refiriéndose al enigma de la relación sexual entre el hombre y la mujer, entre la voluptuosidad y el amor, que es el tema del cuadro. La obra de Tiziano, destaca Agamben, es un paysage moralisé en que conviven de manera muy extraña una sensualidad extremada y una apagada melancolía, resistiéndose a toda interpretación simplificada. El propio Panofsky, certero artífice de la iconografía artística, declaraba su confusión ante la singularidad de la relación entre la ninfa y el pastor, promiscua, pero también remota, como si fueran “amantes mortificados, tan cercanos uno a otro, pero tan lejanos en sus sentimientos”. Mas justo allí, donde el iconógrafo delata su incapacidad para abordar el sentido de la obra, “está demasiado cargada de emoción para ser una alegoría”, Agamben, sin abandonar los presupuestos iconográficos, no en vano es profesor de iconografía en el Instituto Universitario de Venecia, se topa con figura suprema e insalvable de la vida donde se precisa el “jeroglífico de una nueva in-humanidad”.

Desde luego, en el momento de la satisfacción, los amantes han conocido uno de otro algo que no habrían debido saber –han perdido su misterio- sin que se hayan hecho por eso menos impenetrables. Pero, en este mutuo alejamiento del secreto, acceden, al igual que en el aforismo de Benjamin, a una vida nueva y más dichosa, ni animal ni humana. (Ibid., 110)

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