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23.1.21

RESEÑA DE "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", de Pascal Quignard, Shangrila 2020






Reseña del libro
La vida no es una biografía, de Pascal Quignard
Shangrila 2020, en Valencia City
Por Ballester Añón


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3.9.20

RESEÑA DE "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA" Y "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", DE PASCAL QUIGNARD, SHANGRILA 2020






Reseña de los libros
La vida no es una biografía, de Pascal Quignard
La respuesta a Lord Chandos, de Pascal Quignard
Shangrila 2020, en Kaosenlared

Por Iñaki Urdanibia

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RESEÑA DE "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", DE PASCAL QUIGNARD, SHANGRILA 2020






Reseña del libro
La vida no es una biografía, de Pascal Quignard
Shangrila 2020, en el El Imparcial

Por Francisco Estévez

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24.6.20

VI. "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quignard, Valencia: Shangrila 2020



Aaron Siskind


[...] Eliot escribió estos dos maravillosos versos en la La tierra baldía 13 v, 405-406: 

Por esto y solo por esto hemos existido
pero no se trata de hallar en nuestros obituarios.
By this, and this only, we have existed
Which is not to be found in our obituaries.

De la misma manera que lo que no es mediatizable es imposible para los mediadores, de la misma manera que el movimiento del tiempo no puede ser ni inmovilizado en el cálculo de los números y las fechas, ni asignado a una única dimensión sobre una superficie plana, de la misma manera el estado de la muerte es incognoscible para un ser vivo.
La muerte efectiva, en su modalidad temporal (fin de la vida), exceptuando el aoristo, ni siquiera es temporal.
Es del orden de lo “post” absoluto.
Temporalidad “hiperbólica” pues el cadáver ha perdido el sentido temporal durante la extinción de todos sus sentidos.
Temporalidad “simbólica” que es una quimera.
Hay una estética negativa de la muerte.
El obituario. La crucifixión. La disección anatómica. El diagrana psicológico. La taxidermia. La biografía.

La taxidermia es el arte de preparar y exhibir a los muertos.
En él se puede distinguir el trabajo sobre la piel, del montaje.
El trabajo sobre la piel consiste en desollar la piel o la dermis y conservar el cráneo. El preparado se hace a base de arsenico. Una vez retirada toda carne y toda vida celular, el montaje consiste en rellenar el saco de piel con estopa y con algodón, con entrevistas, con papel de periódico, rosarios de fechas y cotilleos. Se pone todo junto sobre un soporte. Y al finalizar el montaje se colocan bajo los párpados dos ojos de esmalte.

Del mismo modo la escena sexual, precediendo el avatar de la concepción, pone en escena el misterio del ante puro. Escena desconocida para el que está vivo, que sin embargo da por supuesta su vida y la continúa. De esta misma manera hay una fantasmagoría negativa de la vida después de la vida, poniendo irreprensiblemente en escena el enigma o más bien el jeroglífico del post puro. Y así los limbos alcanzan la región de los infiernos. La tumba se cree matriz, y por eso se espera el delirio de una resurrección. Lo mismo que el que está vivo se esfuerza continuamente en imaginar que ha surgido de un abrazo en el que no figura, el instante de su muerte es imperceptible para la mano del moribundo ya que él pierde el entendimiento mientras se hunde.

En verdad el Post es tan imaginario como el Ante.

El caos los ignora.

[...]

Cuando estaba viva Colette no tuvo madre. No hay más que leer las Claudine: Claudine no tiene madre. Colette no podía más con las imposiciones, encolerizada por la vida provinciana, descontenta con la estrechez y el desamparo negruzco de su pobre habitación, superada por la mediocridad sin horizonte de su vida, finje la violación y se casa con un padre poderoso, wagneriano, parisino, adinerado, en la persona de Willy (catorce años mayor que ella) para liberarse de Saint-Sauveur-en-Puisaye lo más rápido posible.
Su hermana mayor, Juliette, privada también por su madre de su lugar en el espacio familiar, apasionada lectora de novelas, se quedó tirada en las nubes, con el sufrimiento propio de una mujer sin objeto, ahogándose con el paso de los días siempre iguales en una ciudad gris asentada en un promontorio en el antiguo bosque de Fontenoy. Finalmente se suicida.
En París, Quai des Grands Augustins, Gabrielle se desprende del apellido que le ha dado su madre y, para alejarla aún más de su recuerdo, decide adoptar el patronímico de su padre como apellido: Colette.
Sido muere en 1912. Colette ni siquiera asiste a su entierro.
Colette emplea diecisiete años en idealizar aquello que odiaba.
El personaje de Sido data de 1929.

Qué extrañas composiciones son las biografías. Verdaderos cuentos. Insostenibles leyendas desincronizadas que nos tapan la vista, increíbles.

[...]






11.5.20

V. "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quignard, Shangrila 2020



Aaron Siskind


[...] Durante el Gran Terror tuvieron que abandonar la espléndida casa que poseían en Neuilly que estaba rodeada por un bello jardín. Habían emigrado a Inglaterra. En Londres, George du Maurier desarrolló un “arte de soñar en compañía”. Se trata de que dos personas que se aman, por alejados que estén en el espacio, se encuentran en el interior de un “sueño común”. A esta técnica la llamó “el amor mediante los sueños”. Escribió un libro para explicar mejor sus reglas. “Cuanto más tiempo continué viviendo solitariamente, más era recompensado mi aislamiento por esta perspicaz nueva vida que me tenía encandilado”. Por la noche, incluso cuando el narrador se encuentra encarcelado en alguna prisión, en el silencio de la celda, en el confinamiento, el frío, el aislamiento de la cárcel, durante las interminables horas nocturnas, los fragmentos de imágenes que surgen en sus sueños se transforman en otros tantos capítulos mágicos que se abren y vuelven a empezar. El alma susurra a su amor lejano una especie de mandamiento: “Consagremos nuestros sueños menos a amar nuestros cuerpos ausentes y a decepcionarlos, ya que carecen de realidad, que a amar las mismas cosas por las que nos reencontramos. Nos encontraremos entonces bastante más a menudo. Compartiremos una a una las mismas músicas, uno a uno los mismos cuadros maravillosos, una a una las mismas intrigas emocionantes, anhelantes, palpitantes, que encontramos en las verdaderas novelas desde sus primeras páginas. Compartiríamos todo en sueños”.
Hay algo de saciedad en la vida onírica. Una saturación del deseo que conduce a un gasto sin esfuerzo.
La prueba de la realidad que encontramos en los sueños realmente compartidos puede ser inducida. La tinta violeta que mancha los dedos al final de la mañana es la prueba de su existencia. La mancha de esperma que ha acartonado la sábana, al final de la noche. ¿Por qué cuando se trata de un adolescente hablamos de un accidente de polución nocturna? Es la eclosión de una flor en la oscuridad, al margen de todos, provocada por el elemento de un sueño, sin ningún esfuerzo. Es un regalo que las tinieblas hacen a los hombres.
Hay una discreción sagrada que obliga a aquellos que son felices [...]






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IV. "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quignard, Shangrila 2020



Aaron Siskind


[...] En el transcurso del sueño cada noche el alma (en Grecia la Psique, en Roma la Umbra) deja a su pareja sobre el lecho, la familia en la casa, la comunidad yendo y viniendo de acá para allá en la plaza de la iglesia, a los comerciantes que suben a la nave o que bajan al muelle del puerto, el servicio de bienes culturales en la calle principal que atraviesa el pueblo. Se va sin avisar de la llanura o de la montaña o del bosque o del litoral. Se exvaga de cualquier lugar. Se expatria del país. Quema sus naves. Se va mar adentro.

Aquellos que se emancipan del sueño cruzan una frontera, pasan a “otro lado” del reino de los rostros y del día y del transcurso del día. Se deslizan tras el telón de boca del mundo hablado y simbólico. Alcanzan subrepticiamente el otro lado de la genealogía de la banda familiar e incluso de la Historia de la nación lingüística.
Por eso siempre hay un “terreno vago” más allá de la verja de la casa donde vivimos. En el sótano del edificio donde trabajamos. En lo más profundo de la más terrible de las celdas de la cárcel donde estamos encerrados. Incluso en el peor lugar del peor de los mundos que hemos conocido. Había un espacio donde cerrábamos los ojos [...]






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24.4.20

III. "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quignard, Shangrila 2020



Aaron Siskind


[...] Una biografía es una ofrenda vana, un cirio de más, una flor de tela, una ficción tras la muerte a las que el grupo recurre para enterrar a aquel que ha dejado de ser un miembro del colectivo de los vivos, con la finalidad de separarse de su espectro, de su influencia, de su inoportunidad, de su obsesión, de su dolor, de su dolor lancinante.
Porque una vida nunca es un relato.
El núcleo de aquello que se ha experimentado no está sometido a la mirada y nunca queda a merced de la lengua, adquirida con tanto esfuerzo durante los siete primeros años de la infancia, que no es más que un efecto secundario del sometimiento interior, del aseo personal y de la exhibición externa.

[...]

La obra misma, de la que ciertas vidas se rodean como si fuera un extraño espacio, como un jardín, no se parece a un diálogo. Lo que la conforma no es un significado. Es una forma viva que crece en su silencio. Un libro nombra aquello que ha abandonado el diálogo; un libro se escribe aparte, en soledad, en silencio. Nunca es una interlocución; ni siquiera una habilidad. Es un sentir. Es una extraña concreción que inventa su forma y que se dirige únicamente hacia ella mientras se consolida aleatoriamente en la frontera de las manos, de los ojos, de la respiración [...]






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21.4.20

II. "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quignard, Shangrila 2020




Aaron Siskind


[...] San Pedro lloraba porque había abandonado.
San Pablo por haber tardado.
San Agustín por haber gozado.
La mayor parte de la vida la dedicamos a desactivar la zona traumática.
La parte de la vida herida, infantil, arisca, susceptible, salvaje, inexpresiva, está como encapsulada. Llega a ser inabordable. Los médicos del puerto de Nagasaki hablaban en 1945 de un estado de entumecimiento psíquico. Lo que se ha sufrido se hace imposible de encontrar a medida que se adquiere el lenguaje que lo abarca, que lo asfixia, que lo sustrae a la vista, que rebota sobre los otros rostros, que destroza los elementos, los repliega, los enrolla, los reprime, los deforma, los desnaturaliza. Y, entonces, la terrible erosión progresiva, la contusión local, o el caos, o la fiebre, o la putridez, o la efervescencia, perduran, ocultos no se sabe dónde, en las profundidades de uno mismo, pero siempre ajenos al hilo de los días. La vergüenza roja o blanca –o bien ensangrentada, o bien lívida, siempre supurante, siempre reluciente, temblorosa, evanescente, retraída– es la huella de un incidente que ha tenido lugar en la zona fronteriza. El cuerpo súbitamente se pone en guardia sin llegar a saber nunca qué es exactamente lo que le agrede, ni lo que le ha impactado en otras ocasiones, ni lo que persiste de daño o de dolor, puesto que la psique a la que se enfrenta no estaba entonces constituida ni tampoco completamente sumergida por la marea del lenguaje de los allegados y del grupo.
Por un lado, porque al principio no sabemos lo que somos.
Por otro, porque no tenemos absolutamente nada que ver con lo que se ha proyectado sobre nosotros cuando aparecemos en este mundo. 
Ni siquiera sabemos quién ha sido identificado cuando aparecemos. Solo conocen nuestro sexo abriéndonos las piernas.
El resto de la vida lingüística, simbólica, voluntaria, productiva, reproductiva, se desarrolla, mal que bien, fuera de esta zona de agonía cuyo acceso fue casi fatal. La fuente, ineluctablemente, se aleja cada día más. No hay explicación posible. ¿Y qué aguacero, qué borrasca, pueden avisar del lugar, de la casa, del bosquecillo, donde descargarán su agua? ¿Dónde van a golpear? Ellos mismos ignoran la fuerza del viento, el calor del sol, el peso de su nube –o bien de su llanto.
En cualquier caso, el “relato biográfico” no puede producirse, no solo hasta que la lengua, no importa si materna o nacional, haya sido adquirida, sino, y sobre todo, hasta que su fuerza esté disponible en esa etapa muda y prematura de la carne.
Queda una especie de auto-aprensión en carne viva, que está llena de vestigios, pero sin recuerdos: puros enigmas psíquicos [...]






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SWANN LITERATURA - SHANGRILA





Unos días antes de decretar el estado de alarma y el posterior confinamiento, lanzamos tres nuevos títulos de nuestra colección Swann dedicada a la literatura. Muy pronto regresamos a ellos para darlos a conocer con mayor detalle.


En el apartado de la web dedicado a la colección Swann puedes encontrarlos junto a otros títulos.


ENTRA EN LA WEB DE SHANGRILA

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14.4.20

NOTAS DE LECTURA / RESEÑA DE "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quigard, Shangrila 2020






Notas de lectura / Reseña del libro
La vida no es una biografía
Pascal Quignard, Shangrila 2020,
en el blog Je dis ce que j'en sens

Por Joan Florens Constans

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17.3.20

II. "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quignard, Shangrila 2020




Aaron Siskind


[...] San Pedro lloraba porque había abandonado.
San Pablo por haber tardado.
San Agustín por haber gozado.
La mayor parte de la vida la dedicamos a desactivar la zona traumática.
La parte de la vida herida, infantil, arisca, susceptible, salvaje, inexpresiva, está como encapsulada. Llega a ser inabordable. Los médicos del puerto de Nagasaki hablaban en 1945 de un estado de entumecimiento psíquico. Lo que se ha sufrido se hace imposible de encontrar a medida que se adquiere el lenguaje que lo abarca, que lo asfixia, que lo sustrae a la vista, que rebota sobre los otros rostros, que destroza los elementos, los repliega, los enrolla, los reprime, los deforma, los desnaturaliza. Y, entonces, la terrible erosión progresiva, la contusión local, o el caos, o la fiebre, o la putridez, o la efervescencia, perduran, ocultos no se sabe dónde, en las profundidades de uno mismo, pero siempre ajenos al hilo de los días. La vergüenza roja o blanca –o bien ensangrentada, o bien lívida, siempre supurante, siempre reluciente, temblorosa, evanescente, retraída– es la huella de un incidente que ha tenido lugar en la zona fronteriza. El cuerpo súbitamente se pone en guardia sin llegar a saber nunca qué es exactamente lo que le agrede, ni lo que le ha impactado en otras ocasiones, ni lo que persiste de daño o de dolor, puesto que la psique a la que se enfrenta no estaba entonces constituida ni tampoco completamente sumergida por la marea del lenguaje de los allegados y del grupo.
Por un lado, porque al principio no sabemos lo que somos.
Por otro, porque no tenemos absolutamente nada que ver con lo que se ha proyectado sobre nosotros cuando aparecemos en este mundo. 
Ni siquiera sabemos quién ha sido identificado cuando aparecemos. Solo conocen nuestro sexo abriéndonos las piernas.
El resto de la vida lingüística, simbólica, voluntaria, productiva, reproductiva, se desarrolla, mal que bien, fuera de esta zona de agonía cuyo acceso fue casi fatal. La fuente, ineluctablemente, se aleja cada día más. No hay explicación posible. ¿Y qué aguacero, qué borrasca, pueden avisar del lugar, de la casa, del bosquecillo, donde descargarán su agua? ¿Dónde van a golpear? Ellos mismos ignoran la fuerza del viento, el calor del sol, el peso de su nube –o bien de su llanto.
En cualquier caso, el “relato biográfico” no puede producirse, no solo hasta que la lengua, no importa si materna o nacional, haya sido adquirida, sino, y sobre todo, hasta que su fuerza esté disponible en esa etapa muda y prematura de la carne.
Queda una especie de auto-aprensión en carne viva, que está llena de vestigios, pero sin recuerdos: puros enigmas psíquicos [...]











9.3.20

NOVEDAD: I. "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA", Pascal Quignard, Shangrila 2020





La vida no es una biografía



Dice Pascal Quignard en La vida no es una biografía, último libro, hasta la fecha, de su ingente y poliédrica obra: “La lengua era un elemento vivo que no cesaba de nacer y de morir en sus huellas”.

Proteica, multiforme, inefable, solitaria, la obra de Pascal Quignard, heterodoxa, iconoclasta, rizomática, sería, si no existiese este libro, si Pascal Quignard no hubiese escrito La vida no es una biografía, la biografía más verosímil  que un autor podrá llegar a escribir. Un libro sobre la lengua (“la lengua es una matriz y un paradigma”), un libro sobre los sueños (“los sueños son jirones vivos de nuestra vida casi siempre indescifrables”), un libro sobre la biografía (“La biografía es una ofrenda vana”), un libro sobre el cuerpo (“el cuerpo, el pobre cuerpo, el único cuerpo”). Su prosa es de una exuberancia que escapa a cualquier tentativa de formalización. Citas de Heráclito, de Séneca, de la Odisea, de la Tebaida, citas de citas que se imbrican, que se implican, que se replican. Hace tiempo que Quignard hiciera suyo el lema de los argonautas: “Un día decidí llevar una vida un poco menos lineal –un poco más aventurera, más agujereada, un poco más inexpresable, un poco más salvaje, un poco más real”. Porque “vivere non est necesse navigare necesse est”. Seis líneas bastan a Pascal Quignard para resumir el objetivo de este libro. Seis líneas que son una declaración de intenciones, seis líneas claras, concisas, rotundas, para un objetivo concreto: “este es el núcleo del argumento del libro que quisiera dedicar a la idea de biografía: los sueños no contienen la menor idea de causa. Los sueños están vivos. Los sueños vagan”.