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18.11.16

"MICHAEL MANN. CREADOR A LA VANGUARDIA", VICENTE RODRÍGUEZ ORTEGA (coordinador), Shangrila 2016




The Midnight Ride of Paul Revere, Grant Wood (1931);
Landschaft nach einem Gewitter, Joseph Anton Koch (c. 1830)
El dilema, Michael Mann, 2001





[...] resulta inevitable pensar en Grant Wood y su The Midnight Ride of Paul Revere (1931). Pero esa referencia, acaso elemental para un espectador estadounidense, no basta para descubrir el modelo que usó Michael Mann para conformar el mural-pastiche que domina la habitación. La solícita y solicitada ayuda de Roberto Amaba nos pone sobre la pista concluyente: Joseph Anton Koch y su Landschaft nach einem Gewitter (c. 1830).
De la suma estética y argumental de esos dos óleos tenemos una pared que circunscribe y define a un personaje, o más bien a su mente, alienada durante unos segundos por una apacible visión. En medio de un horizonte pictórico que se disuelve, en medio de un extravío introspectivo en panorámico, Jeffrey Wigand, científico reconvertido en mensajero, resulta ser su propio paisaje después de la tormenta.


Los personajes de Mann tienden a la soledad, la ruptura, la desobediencia. Avanzan abrumados por las paradojas de la identidad personal y la libertad, marcados por un pasado doliente (esas alusiones en su obra a las figuras paternas...) y desplegando las más de las veces un carácter fraguado en el desarraigo. Seres individuales que, frente al otro, manifiestan la naturaleza competitiva de las relaciones humanas, o cómo la identidad parece encadenada a la propia capacidad de controlar el espacio que nos rodea. El espacio o las palabras, pues aquí componen una unidad de acción.

El empleo de las palabras resulta clave para entender la denuncia implícita en El dilema. Tan implícita como ajena a la militancia, conviene precisar. Una denuncia que parte de uno de los rudimentos de la posmodernidad, aquel que apunta hacia la relatividad de la verdad. Aquí, esta idea está estrechamente relacionada con los modos de representación manejados y manoseados por los medios de comunicación. La historia de Jeffrey Wigand no es la única que acapara la atención de la prensa: en el marco temporal de la película (1995-1996) conviven Theodore Kaczynski y O.J. Simpson. (Tres preguntas al brumoso aire de la posmodernidad: ¿Debe y/o puede el periodismo participar en la elaboración de una ficción? ¿Deben y/o pueden los medios congeniar con la dramatización de la realidad? ¿Deben y/o pueden los ciudadanos conocer cómo se obtiene una noticia? La película no explicita respuestas) [...]


Fragmento de:
El dilema: hombre corrientes, hombres extraordinarios
Raúl Pedraz




   



17.11.16

"MICHAEL MANN. CREADOR A LA VANGUARDIA", VICENTE RODRÍGUEZ ORTEGA (coordinador), Shangrila 2016




El dilema, Michael Mann, 2001



24 de marzo de 1993. Michael Kenneth Mann contaba entonces con seis largometrajes en su haber. Aquel día, miércoles, años antes de que Vincent Hanna y Neil McCauley hicieran que los rostros de Al Pacino y Robert De Niro compartieran encuadre por primera vez en sus carreras, comenzó a tomar forma –sin que ninguno de los implicados lo sospechara– la octava ficción del director de Heat (1995). Hablamos de El dilema (The Insider, 1999).

No consta prueba documental de qué hizo Michael Mann aquella jornada. Sí conocemos, en cambio, cuál fue el acontecer vital del personaje en el que se inspira el protagonista de El dilema. El 24 de marzo de 1993, en un edificio situado en Louisville, Kentucky, Jeffrey Stephen Wigand fue despedido de Brown & Williamson –“Trabajé como Jefe de Investigación y Desarrollo para Brown & Williamson. Una compañía tabaquera. Fui vicepresidente corporativo”–, empresa donde prestaba sus servicios desde enero de 1989. Su despido, un hecho que, en principio, afectaba únicamente a su realidad personal y familiar, fue el inicio de un tormento que, años después, derivó en el cuestionamiento público de la integridad de la cadena CBS, más concretamente de su división CBS News... y aún más concretamente del programa 60 Minutes, en antena desde 1968 y estandarte, incluso último reducto, del rigor en el periodismo catódico de Estados Unidos. La controversia llegó a su cima con Self-Censorship at CBS, editorial de The New York Times que contenía una hiriente acusación: haber disuelto el legado de Edward R. Murrow.

Mann se preocupó por evaluar la trascendencia de los hechos relatados. Desde lo particular hizo de El dilema un artefacto universal: el ser humano en crisis (crisis interna y externa, por supuesto) como epicentro de su historia. Una historia que parte de lo biográfico por primera vez en su filmografía –luego llegarían sus aproximaciones a Muhammad Ali y John Dillinger– para validar así la pertinencia de las reflexiones que había desarrollado en su obra ficcional precedente. En definitiva, la imaginación del artista-autor enfrentándose a acontecimientos reales de vidas reales, escarbando en los hechos que precedieron a todo guion, sabiendo ensamblar el artificio propio de toda película con la traslación a una forma verosímil con la que exponer lo acaecido públicamente. Asimismo, realzó el trasfondo de la historia con elementos de diseño, certificando de este modo que, en ocasiones, un mayor artificio puede conducir a un mayor grado de verdad.

Toda vez que asumió embarcarse en El dilema, procedió a alimentar su fama de controlador obsesivo... desde la misma fase de preproducción. Inició una pormenorizada labor de investigación: en este caso, estudiando los antecedentes y desgranando los hechos contrastables. Nada mejor que abrazar lo factual para impedir toda tentativa de represalia legal desde la omnipotente industria del tabaco. Esa investigación tuvo un crucial punto de partida: el extenso y prominente reportaje que Marie Brenner publicó en la revista Vanity Fair en el número de mayo de 1996 [...]


Fragmento de:
El dilema: hombre corrientes, hombres extraordinarios
Raúl Pedraz