Agotadas las primeras ediciones y tras alcanzar un acuerdo con Les Éditions de Minuit para prolongar el contrato de cesión de los derechos, lanzamos la segunda edición de Fasmas y Falenas.
Agotadas las primeras ediciones y tras alcanzar un acuerdo con Les Éditions de Minuit para prolongar el contrato de cesión de los derechos, lanzamos la segunda edición de Fasmas y Falenas.
Ponemos a la venta la segunda edición de Vislumbres
No es la mano la que se acerca a la llama de la vela. Ese fuego minúsculo y modesto ha elegido tu mano. Para que lo recuerdes ahora que lo ves y vuelvas a recordarlo cuando lo hayas perdido. No es el ojo el que ve el color. Esa mezcla vibrátil busca tu ojo. Tu ojo como una catapulta, una ballesta, que disparará esa mezcla en tus órganos. Ya estuviste pintado. El color fue mordido, saqueado, lavado por las lágrimas. Ahora regresa y reconoce su antigua casa. Durará tan poco, apenas hará hueco, como el roce de un ala. Mirarás hacia adentro y se habrá ido. No es el cuerpo el que se adentra en el bosque. El tacto de los árboles y el rumor del agua, el paso de los animales escondidos, han venido a buscarte. Asedian un ramo invisible de tus nervios. Estuvieron aquí, mientras dormías, mientras rompías la ley. No se sabe en qué noche ni en qué escuela.
Solo esto sabemos: el pasado sobrevive, como una imagen. Imagen de una vela, un bosque o un color. No se sabe a qué hora irrumpirá, no sabe concertar una cita. Solo esto tenemos: un cuaderno en el que anotar epifanías, gestos y trazos vistos al pasar, cosas apenas percibidas desde un tren, apuntes de lo que apareció para volver a ser tesoro desaparecido.
Como este cuaderno personal de Georges Didi-Huberman, que reúne todo lo que ama; que mira lo bajo y lo pequeño, también; lo lejano y lo cercano, a la vez; la ruina y el esplendor, al mismo tiempo. Páginas hechas de ocasiones (que pasan), de heridas (que golpean), de supervivencias (que retornan), de deseos (que suceden). Guijarros, dedos de un pie, drapeados de una ninfa, cartas suicidas y trucos de magia. Estelas y esquirlas, señales de barbarie, delicadeza en el terror, vislumbres.
Vislumbres, pese a todo.
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INTRODUCCIÓN
Este libro solo responde a lo que, con Louis Marin (Destruir la pintura), llamaremos el placer de hacer palabra la imagen: procurar, pues, del disfrute de la contemplación del cuadro, o de su goce, un placer o un goce del lenguaje. No se trata tanto de un deseo de saber –explicar o significar la imagen– como de un gusto por decir el enigma y, si ello fuese posible, instalarse felizmente en él, o al menos rondarlo.
El cineasta Raúl Ruiz sostenía que todo film conlleva siempre otro film secreto, y que para descubrirlo bastaba con desarrollar el don de la doble visión que cada cual posee. Este don, que Dalí podría haber llamado “método paranoico-crítico”, consistía sencillamente en ver en una imagen o sucesión de imágenes no ya la secuencia narrativa que se da a ver efectivamente, sino el potencial simbólico y figurativo de las imágenes y, en el caso de las películas, de los sonidos aislados del contexto. Además, una escena o un film secreto no aparecerá casi nunca en la primera visión; requiere, para su revelación, de una cierta rumia y extrañamiento.
Puede que, como las películas, también las imágenes conlleven escenas o cuadros clandestinos, gestos oblicuos y furtivos que esconden sensaciones y paisajes ignotos. Encontrarlos y perseguirlos puede llegar a ser una práctica, o una obsesión, apasionante. Tal vez ahí, en esa ronda un tanto noctámbula –y sonámbula–, radique una parte considerable de la emoción estética.
Por eso este libro es un álbum. El producto de unas circunstancias, el relato discontinuo o la dispersión de unas elecciones y encuentros felices con algunas imágenes. Como señaló Barthes (La preparación de la novela), si algo caracteriza a un álbum es la ausencia de estructura. El álbum –apuntaba Barthes– forma un conjunto facticio de elementos cuyo orden, presencia o ausencia son del todo arbitrarios.
Nada más lejano, entonces, en esta deliciosa derrota sometida al azar y a la contingencia del capricho y del gusto –placer barroco de las incidencias y las digresiones– que el tratado o el libro –que se quiere normativo– de arte y ensayo, dicho esto por recurrir a un término que remite a las viejas sesiones cinefílicas de antaño y que, como enseguida nos sugeriría el propio Barthes, está repleto de pesadas connotaciones lindantes con el tedio, y a veces con la pompa atroz de los circunstantes.
Un álbum. La misma contingencia o capricho que guía la presencia de las obras aquí comentadas habrá de regir –deseamos– el desplazamiento del lector por sus páginas; tránsito episódico, salteado, fragmentario y parcial. Puede que orientado o seducido, antes que nada –y por tratar al menos en este caso de hacer una excepción a la normativa logocéntrica que nos conforma culturalmente– por las imágenes mismas: santos –y señas– de una devoción compartida con Baudelaire y con los hábitos despreocupados de la infancia, y, por qué no, también con aquellos viejos espectadores de la menesterosa cinefilia, los últimos hombres de las cavernas, al decir también de Raúl Ruiz.
Pues toda imagen aspira a ser, de algún modo, un espacio salvado. He ahí, desde luego, la experiencia propia de un cuadro: un sitio resguardado del exterior donde estar y deambular en paz, modelo él también del detenimiento, y de la suprema intimidad. Un libro como este, con cuadros dentro, no puede más que intensificar esa experiencia.
Naturalmente, este es el tipo de libro cuya concepción misma excluye la posibilidad de darle fin. Lo cierto es que, en el fondo, todo escritor-lector aspira a la escritura infinita que incluya todas las variantes y todos los desvíos: la palabra tramada en una querencia o delirio que dure lo que dura la vida de quien la escribe.
Este libro solo responde al placer de convertir en palabra la pintura: procurar del disfrute de la contemplación del cuadro, o de su goce, un placer o un goce del lenguaje. No se trata tanto de un deseo de saber –explicar o significar la imagen– como de un gusto por decir el enigma, y, si ello fuese posible, instalarse felizmente en él, o al menos rondarlo.
Por eso es un álbum. El producto de unas circunstancias, el relato discontinuo o la dispersión de unas elecciones y encuentros felices con algunas imágenes. Si algo caracteriza a un álbum es la ausencia de estructura. El álbum forma un conjunto facticio de elementos cuyo orden, presencia o ausencia son del todo arbitrarios.
Nada más lejano, entonces, en esta derrota sometida al azar y a la contingencia del capricho y del gusto que el tratado o el libro –que se quiere normativo– de arte y ensayo.
Un álbum. La misma contingencia o capricho que guía la presencia de las obras aquí comentadas habrá de regir el desplazamiento del lector por sus páginas; tránsito episódico, salteado, fragmentario y parcial. Puede que orientado o seducido, antes que nada por las imágenes mismas: santos –y señas– de una devoción compartida con Baudelaire y con los hábitos despreocupados de la infancia.
Pues toda imagen aspira a ser, de algún modo, un espacio salvado. He ahí, desde luego, la experiencia propia de un cuadro: un sitio resguardado del exterior donde estar y deambular en paz, modelo él también del detenimiento, y de la suprema intimidad. Un libro como este, con cuadros dentro, no puede más que intensificar esa experiencia.
Naturalmente, este es el tipo de libro cuya concepción misma excluye la posibilidad de darle fin. Lo cierto es que, en el fondo, todo lector aspira a la escritura infinita que incluya todas las variantes y todos los desvíos: la palabra tramada en una querencia o delirio que dure lo que dura la vida de quien la escribe.
ALBERTO RUIZ DE SAMANIEGO
Doctor en Filosofía (UAM) y profesor de Estética de la Universidad de Vigo. Crítico y comisario de exposiciones, por ejemplo: Andrei Tarkovski: fidelidad a una obsesión, La escultura en Fritz Lang, Cabañas para pensar, Unterwegs: al paso de Walter Benjamin o Georges Perec: Tentativa de inventario. Ha comisariado exposiciones de Jorge Molder, Manuel Vilariño, Antón Patiño, Xesús Vázquez, Antón Lamazares, Luís Seoane, Roland Topor, Juan Carlos Meana, etc., así como diferentes exposiciones colectivas.
Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Maurice Blanchot: una estética de lo neutro (2001), Cabañas para pensar (coord., 2011), Las horas bellas. Escritos sobre cine (2015), Leyenda de Paradjanov (coord. 2017), Alegrías de nada. Ensayos sobre algunas estéticas de la anulación (2018), El lugar era el desierto. Acerca de Pier Paolo Pasolini (2019), La ciudad desnuda. Variaciones sobre Un hombre que duerme de Georges Perec (2019), Pintores de la vida moderna (2021), La musa inquietante (2022) y Hombres y Dios. Escenas de noche y misterio.
Es co-director del filme Pessoa / Lisboa.
Stefano Maderno y su Cecilia de Roma, Bernini y su Santa Teresa en éxtasis, las cosas que tenía en su cabeza Camille Claudel; las chicas pintadas por Modigliani, el gabinete de curiosidades de Remedios Varo, los colores según Yves Klein; un avión extenuado de Anselm Kiefer, Bas Jan Ader (cayendo), los catorce perritos de Peggy Guggenheim, una silla Panton y el reflejo en una foto de Atget; la crónica roja de Enrique Metinides, una giganta en el Circo Barnum, el búho blanco de Webb y el príncipe feliz de Wilde; los microcristales de Bentley, el país de nieve en Kawabata, el amor secreto de Wyeth.
Las cartas de Charlotte Corday y Feliciano Centurión, los temblores de Sarah Kane y Kurt Cobain; el agua en una tumba de Paestum y en las termas modernas que Zumthor diseñó; el cine según Pasión Rivière; una huella animal en un Rothko doméstico, Andersen y su sirenita descarriada; San Petersburgo y los niños en Dostoievski; Dostoievski según Coetzee; la escritura de Duras y la de Fleur Jaeggy, el amor según Alfred Hayes; Cortázar y una máquina de hacer recuerdos; la gente sencilla de Sherwood Anderson; y una carta de Giovanna Tornabuoni a Cindy Sherman, para que cuente cómo fue. Obreras en la fábrica, migrantes y enfermeros.
Algunas personas son hermosas. Persisten en su gesto de alumbrar hermosura, esa flor rara que hace la vida soportable. Ejecutan el gesto contra viento y marea. A veces sin saberlo. Célebres y anónimos, frágiles y desesperados. Como un niño sentado en la hierba, con su tapadito negro y su gorro de piel de cazador, miran hacia quién sabe dónde. Solo el que lea sabrá. Porque la hermosura es finalmente de quien lee. Y de lo que ha perdido.
MARIEL MANRIQUE
(Buenos Aires, 1968). Estudió leyes e historia del arte. Ejerció la docencia universitaria en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Ha escrito ensayos sobre literatura y artes audiovisuales, publicados en diversos medios de América Latina y España. Integra el equipo de redacción de la revista española Shangrila y codirige, para Shangrila Ediciones, la colección Contracampo, en la que ha traducido a diversos autores. Publicó los poemarios La constelación de Andrómeda (Crack-Up, 2008), Descartes en Holanda (Paradiso, 2010), Cómo nadar estilo mariposa (Paradiso, 2011), Flores en la boca (Paradiso, 2012), Rehenes (Crack-Up, 2020; Shangrila, 2020) y Hospital Alemán (Shangrila, 2023), el ensayo Magdalena Montezuma. Musa, máscara y muñeca (Shangrila, 2016), y las recopilaciones de textos sobre cine Un proyector en Finisterre. Cine y demolición (Shangrila, 2020) e Invernadero. Cine y resistencia (Shangrila, 2023).
Este volumen reúne ensayos sobre arte y literatura publicados en distintas colecciones de Shangrila, y material inédito.
Los cuatros ensayos de este libro recorren la emoción de ser un sujeto al borde de sí mismo; en vísperas, como quien dice, del absoluto. En el apartamiento de la noche retirada, se abrirá al goce de ser expuesto al contacto con la aparición.
En la pintura de Georges de La Tour nos hallamos, por ejemplo, en lo más profundo de la revelación. De manera que ese viaje pictórico no es otro que el de la transparencia. La transparencia sola de la luz, abriéndose paso en el corazón de la noche. Los protagonistas de sus cuadros se muestran como figuras imponentes, sumergidas en profunda oscuridad, al modo extático de una alucinación. Cuerpos esclarecidos al calor de la llama, transfigurados bajo la luz del fuego.
Si la experiencia de los esclarecidos de La Tour es la del despojamiento donde el hombre se pone –al desnudo, en el abandono y la fragilidad– de cara al dios, otros ensayos nos presentan esta situación desde diferentes perspectivas: la de San Pedro, traicionando a su dios, la de Dios mismo como un cadáver escandaloso, la del durmiente que visita en éxtasis la eternidad.
Existe una condición fraternal entre las aguas, el fuego y el sueño; dimensiones todas de licuefacción de las formas trascendentales de la sensación, el espacio y el tiempo. Lágrimas o fuego como signos del suspenso, del intervalo. La visión del cuerpo muerto del dios representa, sin duda, la crisis más angustiosa del sentido. Como en el dios muerto o en el cuerpo del dormido, en la ensoñación del santo abandonado, la claridad triste del agua de lágrima inunda propiamente esa imposibilidad que es una transición, ese momento en medio del pasaje en el que todo está oscuro o perdido. Desde ese radical desvalimiento se abre la existencia.
La soledad supone la verdadera prueba de fuego: es sin duda equiparable a la experiencia del desierto, el lugar poético por excelencia. Lo que los protagonistas de estos ensayos manifiestan, al cabo, es que solo donde el mundo y la compañía han sido desalojados y la tierra ya no da sostén, habrá de imponerse el permanecer poético en su mayor fuerza. La promesa o el don no pueden ser entendidos sin su preparación catastrófica.
ALBERTO RUIZ DE SAMANIEGO
Doctor en Filosofía (UAM) y profesor de Estética de la Universidad de Vigo. Crítico y comisario de exposiciones, por ejemplo: Andrei Tarkovski: fidelidad a una obsesión, La escultura en Fritz Lang, Cabañas para pensar, Unterwegs: al paso de Walter Benjamin o Georges Perec: Tentativa de inventario. Ha comisariado exposiciones de Jorge Molder, Manuel Vilariño, Antón Patiño, Xesús Vázquez, Antón Lamazares, Luís Seoane, Roland Topor, Juan Carlos Meana, etc., así como diferentes exposiciones colectivas.
Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Maurice Blanchot: una estética de lo neutro (2001), Cabañas para pensar (coord., 2011), Las horas bellas. Escritos sobre cine (2015), Leyenda de Paradjanov (coord. 2017), Alegrías de nada. Ensayos sobre algunas estéticas de la anulación (2018), El lugar era el desierto. Acerca de Pier Paolo Pasolini (2019), La ciudad desnuda. Variaciones sobre Un hombre que duerme de Georges Perec (2019), Pintores de la vida moderna (2021) o La musa inquietante (2022).
Es co-director del filme Pessoa / Lisboa.