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2.11.21

JEAN EUSTACHE, INTERIOR CINE. Taller online impartido por Ángel Díez.

 




Este taller se compone de dos sesiones de 3 horas cada una que forman el siguiente díptico en torno a sus dos obras mayores, las únicas que pudo realizar en condiciones normales de producción:
 
I – LA MAMAN ET LA PUTAIN
Realizada en 1972, la película cierra un ciclo dedicado al estudio de lo que sería la función del cine y la noción de autor. Obras todas fotografiadas en blanco y negro, como queriendo imprimir la perennidad de la vida y su registro instantáneo en la memoria por el simple hecho de haber sido filmada (“si una cámara rueda, el cine se hace”).
 

II – MES PETITES AMOUREUSES
Escrita años antes y filmada en 1974, Mes Petites Amoureuses apuesta por un regreso a la infancia desde el color, la música y las técnicas propias al cine que Eustache no se permitió en su primer periodo (el montaje de sonido, el travelling, el flashback), pretendiendo así una reconciliación con la sabiduría artesanal de los directores americanos de los años 50 que él tanto admiraba.
 
Se facilitarán enlaces para visionados.
 
Jean Eustache no estaba destinado a ser un cineasta. Originario de una familia pobre y desmembrada del Sudoeste de Francia, pasa sus primeros años bajo la tutela de su abuela, Odette Robert. Adolescente, decide reencontrar a su madre en Narbona, que apenas le da atención. Con una formación técnica como electricista, trabaja durante un breve periodo para las líneas férreas francesas, y a los veinte años abandona la provincia y se instala con gran dificultad en París. Las circunstancias que hacen posible la existencia de su primer filme, Les Mauvaises Fréquentations, son hasta hoy un misterio. Lo cierto es que esa película le va a etiquetar como enfant terrible del cine francés, una condición de la que nunca se librará. El cine de Jean Eustache, el “deshollinador”, como Miguel Marías lo denominó en su nota necrológica, elabora una ecuación inédita a partir de un observador, llamémoslo cinematógrafo, y una incógnita, siendo esta la realidad o lo que reconocemos como vida. La vida presente y su memoria, sus desencuentros y fallas, su celebración y luto serán el foco incandescente de la materia prima que franqueará toda su obra.

Para Sylvie Durastanti, una de sus últimas colaboradoras, “Eustache consideraba que era el guardián de algo que siempre situaba en el pasado. Esa era toda la ambigüedad de ese gesto, y resulta evidente que alguien que actúa así no está totalmente inmerso en el presente, y para mí fue muy difícil de aceptar. Para mí, un autor era, según la acepción clásica, aquella persona que añade, que da algo al mundo; y ésta es otra concepción de autor, que es alguien que toma, que recorta y que de alguna forma desengrasa, que entrega algo que ya existía, pero sobre lo que ha realizado una selección”. Y en palabras de Jean-Noël Picq, amigo y actor a su pesar, “Eustache prestaba una atención constante a todo aquello que pudiera tomar cuerpo al transformarse en cine. Las cosas, para él, solo se hacían verdaderamente con el cine. Daba la sensación de que de no ser así esas cosas perdían, resultaban fallidas o inacabadas, o simplemente no eran bien recibidas. La realidad de la vida se volvía palpable en la recuperación cinematográfica. En la realidad hay siempre algo de irreparable, de ineluctable, pero al hacer intervenir el cine, la cámara, esa misma realidad adquiría una forma más real aún, por el simple hecho de haber sido descifrada”.
 
Ángel Díez nace en León, España, en 1963. Ha trabajado como montador, guionista, productor y ayudante de dirección. Formado en dirección y montaje en el Institut des Hautes Études Cinématographiques, realiza en 1997 La Peine Perdue de Jean Eustache. En 2001 colabora en la redacción del monográfico colectivo Jean Eustache, el Cine Imposible, de Shangrila Ediciones.




23.9.14

VI. "MATERIA DE IMÁGENES, REDUX", JACQUES AUMONT, Contracampo libros, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014



Jean-Marie Straub


Con este comentario de un plano de su Crónica de Anna-Magdalena Bach [“Se considera que eso que llamo la materia cinematográfica sería descubierta por el propio espectador: uno ve a alguien en proceso de ejecutar algo bajo el ojo de la cámara, ante una pared débilmente iluminada, porque es el crepúsculo, casi la noche. Esta pared es tan importante como el rostro, sobre el que sucede algo y que, en mi opinión, debe ser la materia cinematográfica pura”], Jean-Marie Straub asigna a la materia del cine un estatuto a la vez mental y ontológico: la “materia cinematográfica pura”, en la imagen que comenta, no es otra cosa que la relación entre una figura humana y su lugar: un rostro es filmado en la penumbra delante de una pared neutra; uno y otro, la figura y el fondo, el hombre y el decorado, devienen igualmente habitados, igualmente interesantes. La “materia” es aquello que une y asimila un rostro –objeto fetiche de la representación, considerado a veces como su absoluto– y un fragmento del mundo, el muro que tan a menudo es emblema de lo insignificante (ver Leonardo). La materia es entonces la mundanidad de lo uno y lo otro o, para decirlo más simplemente, su presencia. Esta declaración del joven cineasta remite todavía al esencialismo de André Bazin,


André Bazin


Robert Bresson


reforzado de otra manera por el credo bressoniano, que no ha cesado, a través de Straub pero también de Pialat, Eustache o Malick, de representar uno de los ideales posibles del arte cinematográfico, un ideal tan seductor que ha sobrevivido al argumento indiciario que había permitido descubrirlo y promoverlo. La imagen argéntea, la única que conocía Bazin, era considerada una huella, como el vestigium de Tomás de Aquino o San Buenaventura, que significa al mismo tiempo la presencia de la huella, la invisibilidad de su causa y, no obstante, la certeza de que esa causa existe.



Maurice Pialat


Jean Eustache


Terrence Malick


Se entiende que esto haya podido parecer vertiginoso y quedan, por otra parte, a la hora de los números, suficientes cineastas que ilustran y prolongan esta tradición, desde Jia Zhang-ke a ciertos Sokurov. Materia “cinematográfica”; una materia ideal, en el espacio conceptual y psíquico del ser y el hecho de habitarlo; una cierta concepción, “materialista” si uno quiere, del arte del cine, basada en el ser obstinado de aquello que se encontró allí, ante la cámara, y que se nos restituye pensando que no ha sido cambiado, pensando, tal vez, que se lo reveló.



Jia Zhang-ke

Alexander Sokurov


No es de esta materialidad de lo que se ocupa este libro. Me interesa otra relación, igualmente concreta, entre la imagen y otra cosa distinta de la imagen. Pero me empeño en establecer esta relación, de manera más elemental, entre las imágenes de un filme y todo aquello que, concreta y materialmente, las ha determinado en tanto tales; su apoyo, su forma primera, las modulaciones subterráneas o superficiales de esa forma por la historia de las imágenes. No busco en todo ello la descripción prosaica de un fenómeno que se agotaría en su manifestación sensible y que uno creería explicar hablando de material y fabricación; busco lo que permanece como la aspiración primera y última del cine en tanto medio: el afecto y el pensamiento, indisociables. He allí en pocas palabras la aspiración, paradójica, en parte incierta, de este libro: preguntarse de qué están hechas esas cosas enigmáticas que llamamos las imágenes de una película. Y preguntárselo no como el químico satisfecho con la identificación de partículas y elementos, sino más bien como el biólogo que sabe que, luego de esta identificación, todavía queda en pie el misterio de la vida. 


Jacques Aumont,
"Preambulo. Prolegómenos a la materia",
Materia de imágenes, redux