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15.4.23

RESEÑA DE "MI VIDA EN CIFRAS", de Raymond Queneau, Valencia: Shangrila, 2023.



Reseña de Mi vida en cifras, Raymond Queneau,
en El Periódico Mediterráneo. Por Eric Gras


Raymond Queneau




Tres textos de Queneau que no son un mero juego literario

Shangrila pubica Mi vida en cifras, unos relatos inéditos del autor francés con prefacio de Pierre Bergoiunioux y traducción (más posfacio) de Manuel Arranz

Para algunos, la literatura no es más que un juego, o incluso una broma que no deberíamos tomarnos muy en serio. Para otros, es en ese juego, en esa broma, donde encuentran un elemento clave a desarrollar, un inicio o ruta que emprender para hacer de la literatura un arte. Y es que la literatura, en parte, es un juego, un juego de palabras, con las palabras, un juego que atraviesa las palabras, que puede deformarlas, dotarlas de otro sentido. Y también puede ser, en parte, una broma, pero no una broma cualquiera, sino, más bien, un ejercicio inteligente disfrazado de divertimento y que hace más ameno algo tan serio como ese forcejeo (necesario, a veces) con el lenguaje. 

Raymond Queneau sería uno de esos autores que jugaron, que se divirtieron seriamente para demostrarse a sí mismo que ciertas reglas científicas podrían aplicarse, por qué no, sobre un texto. Diríase que el propio Queneau ideó una técnica específica, como hiciera James Joyce o Raymond Roussel, que, aplicada a su literatura, transformara esa relación entre lo que es real y lo que no, lo que uno narra y la forma en que lo narra y el propio texto.

En Mi vida en cifras (Shangrila), encontramos tres textos inéditos del célebre escritor francés –al que me acerqué, como tantos otros imagino, leyendo su Zazie en el metro– en los que hay una presencia matemática importante y donde uno intuye un lado mucho más personal del propio autor gracias a una ausencia de vanidad de quien no ha de demostrar nada (o no quiere). Dicho de otro modo, son tres textos breves que parecen bosquejos, sencillas historietas que le sirvieron de estudio para aplicar luego ciertas ideas a otros escritos, si bien éstos tienen entidad propia, son independientes y rezuman pequeñas dosis de autoficción. 

La sorpresa de esta edición, que se une, claro está, a la sorpresa de estos textos que le sacan a uno la sonrisa, está en el prefacio firmado por Pierre Bergounioux y el posfacio de Manuel Arranz. Del primero, confesar otra debilidad, pues junto a Pascal Quignard y Pierre Michon conforman una triple «p» simple y llanamente extraordinaria dentro de las letras francesas, europeas y universales. Del segundo, destacar su labor traductora y, cómo no, las pistas que nos ofrece sobre los breves relatos de Queneau. Unas pistas que vienen en forma de preguntas, preguntas que el mismo Arranz se formula y que nos interpelen, como si este es un proyecto de autobiografía abortado. ¿Lo fue? ¿Lo es?  

Este volumen, breve, brevísimo, se lee con sumo placer y nos devuelve la sonrisa ante algunos relatos o novelas que parecen tomarse demasiado en serio pero que están vacíos, huecos de originalidad. Así, resulta lógico que, de cuando en cuando, necesitemos regresar a ciertos autores que arriesgaron, que demostraron tener picardía, que rompieron esquemas, para ofrecernos otra manera de leer, de entender la literatura, o de ser conscientes de que no todo en la literatura debe regirse por las normas, los cánones, el aburrimiento de las imposiciones. 





Leer




14.9.22

RESEÑA DE "LAS SOMBRAS ERRANTES. ÚLTIMO REINO I", Pascal Quignard (Shangrila, 2022)





Reseña de Las sombras errantes. Último reino I, de Pascal Quignard
(Valencia: Shangrila, 2022) en El periódico del Mediterráneo.
Por Eric Gras


«La lectura es errancia», escribe Pascal Quignard en el primero de los volúmenes de su magno proyecto 'Último reino', Las sombras errantes, que ahora reedita Shangrila con revisión en la traducción a cargo de Manuel Arranz. «Leer es errar», afirma el escritor, musicólogo y pensador francés, porque, dice, «hay en el hecho de leer una expectativa sin fin». ¿Quiere decir, por tanto, que cuando leemos nos dirigimos hacia el abismo, que vamos a la deriva? ¿O, por el contrario, esa errancia supone, en realidad, un encuentro, un hallarse? 

No puedo dejar de leer a Quignard, porque no puedo dejar de cuestionarme, de cuestionarlo todo, y él, su pensamiento, su escritura, me induce a ello, siempre. Él mismo lleva a cabo ese mismo ejercicio en toda su obra, como refleja muy bien cuando dice, se dice a sí mismo: «Voy a ir a ver lo que ignoro». Esa invitación es demasiado tentadora para no aceptarla, para no querer seguir sus pasos, a pesar de saber –porque eso se sabe– que uno vaya a sufrir al ir tomando consciencia de todos aquellos males que nos aquejan y que nosotros mismos provocamos deliberadamente. Ya lo dice Quignard en estas mismas páginas: «La humanidad inventó la muerte».

Una vez más, el autor francés demuestra una erudición excepcional en cada uno de los breves y no tan breves capítulos que conforman esta obra en curso –cabe recordar que, hasta la fecha, son once los libros que comprenden este particular devenir intelectual y emocional–. Son una especie de aforismos, reflexiones o pensamientos al vuelo, así como recuerdos y testimonios que Quignard recoge y sobre los que medita. No es de extrañar, por tanto, que el lector emprenda un viaje con él hacia el pasado, que se sumerja en otras culturas, que sea conocedor de ciertas anécdotas o acontecimientos extraordinarios...

Música, literatura, arte, filosofía, historia, política... Existe, aunque a primera vista quizá no lo parezca, una visión global e intrahistórica, una percepción aguda de los procesos que nos han configurado socialmente, y en los que la escritura, el lenguaje, juegan un papel fundamental, o más bien la experimentación del lenguaje o con el lenguaje, a través de la lectura. Recuerdo ahora otra cita de Quignard, precisamente del último libro de este 'Último reino', El hombre de tres letras: «Leer reabre de par en par el pasaje hacia la vida, el pasaje por donde pasa la vida, la luz repentina que nace con el nacimiento». Efectivamente, para él, leer es un todo, porque nos descubre la naturaleza, como vuelvo a comprobar en este otro fascinante ejemplar.

No recuerdo bien cuándo «descubrí» a Pascal Quignard, pero sí supe entonces, como sé ahora, que acudir a él, a sus ideas, es una de las mejores decisiones que uno puede tomar si lo que quiere es tener la capacidad de modificar la percepción del mundo, de su propio mundo incluso. En él no hay tiempo, no puede existir el tiempo, porque todo es y todo puede ser, todo importa. Uno vuelve a asombrarse de cuán fascinante resulta perderse, errar por esa historia que ignoramos, y por ello le doy las gracias una vez más.