Botonera

--------------------------------------------------------------
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Borrego. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Borrego. Mostrar todas las entradas

5.11.21

DOS AÑOS EN "LA ALAMEDA..."

 

Hoy se cumplen dos años que publicamos un libro muy apreciado en Shangrila. No es, ni lamentablemente será, uno de los más vendidos de nuestro catálogo. Pero sí es, por lo menos para quien esto escribe, un libro extraordinario. Como extraordinaria es la obra de Miguel Borrego como escultor, pintor y dibujante.



El pasado mes de mayo Miguel Borrego nos dejó, cayó repentinamente para siempre. Estábamos preparando un nuevo libro programado para que se publicara en el presente mes de noviembre. Se trataba, se trata, de un libro muy especial, muy personal, por sus textos, todos de su autoría, por la composición de las imágenes, por lo que para él significaba. No sé si llegaremos a publicarlo antes de que Shangrila decida atracar en algún puerto para ya no volver a navegar. A pesar de las dificultades ajenas a mi voluntad, no pierdo la esperanza.

Aquí está la opción de portada que pensamos en su momento podía tener.



Edward Greene Malbone, Ojo de Maria Miles Heyward, 1802 (detalle)
Acuarela sobre marfil
Metropolitan Museum of Art, Nueva York.



16.5.21

"EL VIENTO DE TU LENGUAJE. ENTRE ORO Y OLVIDO" - MIGUEL BORREGO EN LA MEMORIA

 

Este dibujo es uno de los 37 inéditos (hechos con tinta negra sobre papel) de la obra de Miguel Borrego (1963-2021) que conforman un "cuaderno de viaje" titulado En esa estancia que aún la noche, realizado en 2020 para el libro que iba a ver la luz en octubre de este año 2021 y que, a su vez, sería un cuadernillo central diferenciado del resto con un papel de distinta textura y tonalidad.

Con claras referencias a Paul Celan en el título y subtítulo,
El viento de tu lenguaje. Entre oro y olvido,
comienza el libro con un poema:


                                    “A la ceguera con-

                                    vencidos ojos.

                                    Su –“un

                                    enigma es brotar

                                    puro”- su

                                    recuerdo de

                                    flotantes  torres de Hölderlin, de gaviotas

                                    revoloteadas.


                                    Visitas de carpinteros ahogados con

                                    estas

                                    palabras sumergiéndose


                                    Si viniera,

                                    si viniera un hombre,

                                    si viniera un hombre al mundo, hoy, con

                                    la  barba de luz de 

                                    los patriarcas: debería,

                                    si hablará de este

                                    tiempo, 

                                    debería

                                    sólo balbucir y balbucir

                                    siempre -, siempre-,

                                    así así.


“Pallaksch, Pallaksch”

Paul Celan, Tubinga, Enero




13.5.21

MIGUEL BORREGO

 

Miguel Borrego en la exposición Paraíso del sonámbulo, Centre Cultural La Nau, Valencia, 2019


Esta mañana, temprano, recibo una llamada al móvil y la persona que estaba al otro lado me comunica que hacia unas horas había fallecido Miguel Borrego. Decir que me he quedado de piedra y sin palabras es poco. Hasta el punto de que después de unos minutos que había terminado la conversación he llamado al número de móvil de Miguel no sé si con la absurda esperanza de que no fuera cierto. Se ha puesto su hermano y ha confirmado el fallecimiento.

Miguel era un tipo especial. Gran persona y gran artista. Su obra, como escultor, pintor, dibujante, queda para siempre. Además, destacaba por algo que no es muy frecuente en este mundillo: integridad.

Desde que regresé a Valencia hace algo más de tres años, siempre escurridizo y poco o nada dado a relacionarme, conecté en cambio muy bien con él y nos vimos regularmente, bien para hablar y dar forma a un bello libro que publicó Shangrila, La alameda del fin del mundo, bien para simplemente tomar algo y charlar un rato. Se ha quedado en el aire otro libro también suyo que pensábamos editar este verano y que lleva por título Viento de tu lenguaje.

Puedo decir, por lo menos así lo consideraba, aunque sólo habían transcurrido tres años desde que nos conocimos, que se ha ido un amigo.


Jesús Rodrigo


4.5.20

y XIX. "CLARICE LISPECTOR. ALGUIEN DIRÁ MI NOMBRE", Isabel Mercadé (coord.), Shangrila 2020



De vez en cuando
Miguel Borrego



Copy: Miguel Borrego



De vez en cuando, también sin desgaste de la eternidad, nos entregamos a la pasión. Pero eso nos lo podemos llevar del presente, porque en un futuro solo seremos los muertos antiguos de los otros.


Clarice Lispector, Para no olvidar










APOYA UN PROYECTO FUERA DE CUADRO



21.12.19

XVII. "LA ALAMEDA DEL FIN DEL MUNDO. MEMORIA Y EXTRAVÍOS", Miguel Borrego, Shangrila 2019




En La alameda del fin del mundo...


Léon Spilliaert, Dique de noche en Ostende, 1908




*


“Allá donde cae la flecha que fue lanzada al azar.
Perdido, sin drama. Alguien me encontrará. Unas pocas voces se alzarán de todas partes en el cielo, en la noche que cae.
Y no son más que las cuatro, falta una buena parte del día para seguir perdiéndose –yendo, corriendo a veces, volviendo– por entre las piedras rotas y estas encinas grises, en el bosque surcado de hondonadas que busca en todas partes el infinito, bajo el horizonte tumultuoso. Pero aquí, en el paso, se cierra más aún.
Necesariamente, encontraré un camino.

Veré esa granja en ruinas, de donde partía una huella.
¿Llamaré? No; no todavía”.



Yves Bonnefoy, Principio y fin de la nieve













20.12.19

XVI. "LA ALAMEDA DEL FIN DEL MUNDO. MEMORIA Y EXTRAVÍOS", Miguel Borrego, Shangrila 2019




En La alameda del fin del mundo...



Miguel Borrego, Katabasis, 2017




*


“La mirada inspirada y prohibida destina a Orfeo a perderlo todo, y no sólo a sí mismo, no sólo a la seriedad del día, sino la esencia de la noche: esto es seguro, es sin excepción. La inspiración expresa la ruina de Orfeo y la certeza de su ruina y, en compensación, no promete el éxito de la obra como tampoco afirma en la obra el triunfo ideal de Orfeo ni la supervivencia de Eurídice. La obra está tan comprometida por la inspiración como Orfeo amenazado. En ese instante ella alcanza un punto de extrema incertidumbre. Por eso, tan a menudo y con tanta fuerza resiste a lo que la inspira. Por eso también se protege diciéndole a Orfeo: sólo me conservarás si no la miras. Pero, justamente, Orfeo debe realizar este movimiento prohibido para llevar la obra más allá de aquello que la garantiza, lo que sólo puede cumplir olvidando la obra arrastrado por un deseo que viene de la noche, que está unido a la noche como su origen. En esa mirada la obra está perdida. Es el único momento en que se pierde absolutamente, en que se anuncia y se afirma algo más importante que la obra, más despojado de importancia que ella. Para Orfeo la obra es todo, a excepción de esa mirada deseada en la que ella se pierde, de modo que también es sólo en esa mirada que puede trascenderse, unirse a su origen y consagrarse en la imposibilidad.

[…]

Todo se hunde entonces para Orfeo en la certeza del fracaso donde, en compensación, sólo queda la incertidumbre de la obra, porque, ¿acaso la obra existe alguna vez? Aun ante la obra maestra más evidente, en la que brillan el resplandor y la decisión del comienzo, también estamos frente a algo que se apaga, obra que de pronto se vuelve invisible, que no está, que no estuvo nunca. Este brusco eclipse es el lejano recuerdo de la mirada de Orfeo, es el regreso nostálgico a la incertidumbre del origen”.



Maurice Blanchot, El espacio literario












18.12.19

XV. "LA ALAMEDA DEL FIN DEL MUNDO. MEMORIA Y EXTRAVÍOS", Miguel Borrego, Shangrila 2019




En La alameda del fin del mundo...


Georges de La Tour, Job y su mujer, sin fecha




*


Hay una resignación muda en el cuadro de Georges de La Tour. Una luz arcaica recluida e inmóvil que vela la fragilidad del anciano Job, en la perfecta geometría compositiva de una pintura descarnada. Una escena nocturna que parece iluminar la antigua naturaleza del mundo. Aquella que insistía en el hombre bueno que sufre y el malo que es feliz.

Hay una precisa luz artificial que envuelve la narración de un cuerpo desolado, que observa el gesto impaciente de la mujer, que sostiene con una mano la vela, al tiempo que interroga con la otra. 

Hay una escudilla de barro rota a los pies del personaje sentado, que nos recuerda aquello que Job dijo una vez:

“las palabras del que se acerca a quien sufre son leves como polvo y, como el barro, de una fragilidad extrema” (13,12) 

Hay un destino de abismo para una mirada.



*







16.12.19

XIV. "LA ALAMEDA DEL FIN DEL MUNDO. MEMORIA Y EXTRAVÍOS", Miguel Borrego, Shangrila 2019




En La alameda del fin del mundo...


Ingmar Bergman, El manantial de la doncella, 1959


 Carl Th. Dreyer, Gertrud, 1964



*


“De esa asociación fortuita de los impulsos nace –con el individuo que éstos componen a merced de las circunstancias– el principio eminentemente engañoso de la actividad cerebral como algo que resulta de la liberación progresiva del sueño; pareciera que la conciencia está obligada a oscilar constantemente entre la somnolencia y el insomnio, y lo que se llama el estado de vigilia no es más que la comparación entre uno y otro, su reflejo recíproco, como un juego de espejos”.


Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso 




*







14.12.19

PARAÍSO DEL SONÁMBULO, Miguel Borrego







PRESENTACIÓN
Miguel Borrego


Paraíso del sonámbulo es un proyecto que de alguna manera se introduce en el imaginario de personas que han padecido procesos psicóticos y trastornos esquizoafectivos. De este relato, compartido por algunos de estos "enfermos", surge este proyecto como un intento de legitimar la experiencia narrada de una memoria laberíntica y distorsionada.

Con ello, iniciamos un proceso de búsqueda, análisis y reconstrucción de aquellas huellas latentes y difusas, cargadas de resonancias, a partir de dos ejes argumentales; la enfermedad y el recuerdo. Para conseguir nuestro propósito elaboramos una particular taxonomía como imágenes en la frontera entre la realidad y el ensueño. A través de un diálogo llevado de mutuo acuerdo con algunas personas que sufrían estas patologías, se fue estableciendo la dirección que permitía la posible (re)construcción de una memoria dibujada que fuera capaz de convocar esa metáfora desplazada del sentido y su transitoriedad.

Un quimérico e improbable inventario que habilitaba la búsqueda procesual de una escritura imaginada que se pronunciara contra el olvido y los procesos de desgaste de esa memoria. De acuerdo con esto podemos apuntar que Paraíso del sonámbulo es un contrasentido, una cesura que se orienta y vertebra en esa temporalidad paradójica que nos permite proponer la imagen como un rumor pronunciado a destiempo.

En este punto, habría que señalar, entonces, que el poder de la imagen se puede desarrollar como un legado sutil entre lo cercano y lo lejano. Una soberanía que la construcción de un imaginario artístico hace posible como proceso de apropiación, narración y contacto. En esas coordenadas era donde podía aparecer el misterio, la tensión, la inquietud que legitimaba cada acción: "como el punto ciego que provoca el tránsito y el asedio, todas las variaciones y modificaciones periféricas que tratan de capturar su vuelo y someterlo a suelo, a trazo; de ponerlo al descubierto en la forma de un dibujo final".


[Texto publicado en el catálogo de la exposición]




OSCUROS PARAÍSOS DEL SONÁMBULO
Alberto Ruiz de Samaniego


Nada es más negro
que la mañana luminosa del recuerdo.
                                                          
Paul Celan



Como las almas suspendidas de que hablara Dante, por boca de Virgilio, en el Canto II de La divina comedia –almas en el limbo o infierno de los justos, suspensas entre el deseo de ver a Dios y la desesperanza de no alcanzar nunca a verlo, así las imágenes. Especialmente las de Miguel Borrego. Emergen y desaparecen sus perfiles como en medio de un universo flotante, indeciso o incierto, y larval. Ámbito placentario donde la pérdida y el mundo, el olvido y lo posible, el rumor –anónimo y la máscara, efectivamente, se disputan lo visible, lo concebible, lo real mismo. La pregunta que estos dibujos y acciones nos plantean es verdaderamente la más grave: ¿qué es aún, o de nuevo, posible? Las obras de Miguel Borrego buscan ciertamente, aquí, tocar un suelo seguro, alcanzar una superficie estable, suspensas como están en medio de una amenaza que se quiere mortal. Tratan de habitar, diríamos, el borde del mundo, del mundo sensible y, como decimos, una dimensión posible. Buscan o luchan por su rememoración. Su trabajo es platónico: la anamnesis, el retorno desde el país del olvido, tan semejante al de la muerte.

Esto significa antes que nada tratar de anticipar los orígenes, pero también trazar y asumir los retornos y los relatos, y también, aún más, las desviaciones de lo no-familiar. Soportar incluso el fracaso de las explicaciones; decidir, en fin, sobre lo probable, lo imposible y lo excluido. Todo esto es algo que –creemos también tiene que ver, como en el ancestral homo pictor de las cavernas, con rituales mágicos en medio de la angustia, la precariedad y la falta; pero, a la vez, con un ser que, como apuntara Hans Blumenberg en su ensayo sobre el mito, “juega a saltar por encima de su falta de seguridad mediante una proyección de imágenes”. (1)

Decimos imágenes, pero hablamos más que nada de atisbos, sensaciones, señales de algo punzante: desgarraduras. Oscuridad. Espesura. Ellos también hablan confusamente, estos signos. Estas rememoraciones. Son señales de una opacidad siempre anterior; desde luego faltas de consideración para con nosotros los hombres. Hablan de algo que, aún no nacido, se está ya tal vez empezando a corroer, a consumir, a desgarrar. Borradura nada más nacer, de lo naciente mismo. Como nacimiento. Rostro como pecio, tomado en su afán de rostridad misma por la desaparición y la incuria. Dramatismo de lo que se expía en su desarticulación y su epidermis de sepulcro. Cuando –o porque  ser es perecer, pertenecer al olvido. Una noche toma el mundo y el hombre –incluso un cuerpo, el cuerpo sin particularidades, cuerpo genérico de la especie y todo está como a punto de desbordarse en una suerte de fatalidad del negro, la ruina y el mal.





No obstante, si estas historias, estas figuras donde se inicia y trunca una narración personal –tan crítica, tan rota y fragmentada como para definir una mente como enferma reciben especial protección por parte de la memoria, ello tal vez sea debido al contenido de verdad que ellas persiguen condensar. ¿Pero lo consiguen? ¿Es posible realmente restablecer ese contenido de verdad o como verdad antigua que demora en lo profundo? Contenido de verdad en verdad arcaico y sumamente problemático, en la medida que allí lo significativo o verdadero, el objeto final de la mnémé, del proceso de la rememoración, se ha vuelto un espacio oscuro, un magma confuso, inextricable, enigmático, si no, como sugerimos, maligno, turbio e imperativo: demónico. Hay algo en el interior del hombre –no sólo en su exterior inhóspito e inmanejable, algo lacerante, de una extensión difusa, sin límites claros: borrascoso, borroso. Una negación grandiosa y siniestra. Lamentable en su capacidad de tachar o emborronar la presencia, en su capacidad por tanto de mal. Es cierto que la memoria se despliega, pero lo que surge no son más que parcelas de un laberinto íntimo donde sin duda reposa o se esconde un monstruo. En este sentido, las obras de esta exposición marcan el recorrido de una purga que es a la vez errancia y castigo, una degradación o una obnubilación en marcha, políptico como paraíso oscuro del sonámbulo. Limbo del alucinado: fascinante espectáculo de la corrosión, la (des)memoria y el hundimiento. El arte de acabar: fundido a negro.

En verdad, estas imágenes que en todo remiten a esa presencia ahumana que Rudolf Otto denominó lo numinoso poder primitivo y abisal que nos condena a no ser más que criaturas entregadas a algo que las sobrepasa están antes de todo pensamiento. Son como fulguraciones que (des)articulan en su aparecer la posibilidad misma de configuración de todo un mito personal, esto es: lo que denominamos yo. Imágenes de mito oscuro, por tanto, cuando éste deviene una fuerza que, como sostuviera Schelling, no puede ser simplemente inventado, sino que, en la forma de un estallido primigenio, se apresura a entrar, él mismo, en cada existencia. Por tanto: entrada de imagen traumática; lo que sobrevive y se rememora es una imagen-trauma, una opacidad de crecimiento negro e insistente, letal, invasivo, como un dibujo casi carcinógeno sobre la piel, o como una línea quebrada e hirsuta que, cual una alambrada, encarcela y secuestra un cuerpo. Por eso el carácter a menudo lastimoso de las figuras que retrata o esculpe el artista, atrapadas en sus horrores primigenios. Miguel Borrego o el lado oscuro de las cosas. La noche y el misterio con que está rodeada, asediada, asfixiada la vida. “Nada es más negro que la mañana luminosa del recuerdo”.

Pero, a la vez, pensemos en el carácter apotropaico de la figura misma, o del rostro que, como el nombre, permanece o se sostiene frágil al borde del abismo, que irrumpe en medio del caos de lo innominado. Esa figura o ese rostro son las máscaras que anuncia y, al tiempo, nos protegen de esa anterioridad que se nos escapa. Rumor ininteligible e indomable de un antes que nos condena y funda. El rostro, la figura, encarnan en definitiva el advenimiento de una especie de capacidad de apelación. Por eso abre a su vez el camino a una influencia de tipo mágico, ritual o cultual. Hablamos de una contienda que puede llegar sin duda a ser trágica. La lucha entre la insistencia, el absolutismo cruento de la realidad y el propio y defensivo temblor de las imágenes y de los hechos o deseos –hechos vueltos deseos  a que éstas responden o despliegan o intensifican. El espacio de la imagen es como el espacio cerrado de la cueva para aquéllos que, aún no habiendo abandonado los peligros del bosque, se someten a un proceso de anamnesis esencial, brutal: vital.






La imagen es el espacio del deseo, sí, o de la magia, de la ilusión,  pero también de la preparación anticipada del efecto catastrófico mediante el pensamiento. Quizás el trazado de una fuga, la elevación de un pozo de angustia, su perímetro oscuro. La imagen no llega a ser un pensamiento, decíamos: ella no ilumina lo suficiente como para que su ilusión lo capte. Más bien, y más que nada, es un proceder. Ilusorio, ilusionista: magia que deviene a menudo negra. Un caos de rostros, el rostro mismo como caos. Tan solo un proceder: protocolos, aproximaciones, ajustes a una regla que busca unos efectos cuyo significado y origen nadie (más) conoce.

La imagen es aquí el peligro de un recuerdo, y un recuerdo en peligro. Ambos severamente ritualizados. En su centro se halla el núcleo resistente de lo enigmático. El punto ciego que provoca el tránsito y el asedio, todas las variaciones y modificaciones periféricas que tratan de capturar su vuelo y someterlo a suelo, a trazo; de ponerlo al descubierto en la forma de un dibujo final y acrisolado. O de un rostro, ya tomado por la extranjería final. Cuanto más se insista en ese proceso de desgaste del recuerdo, tanto más este centro insondable crecerá en pregnancia y capacidad de hacer girar o de producir trastorno, desgarradura, opacidad en su proceso. Todo intento de iluminar el recuerdo, que es como cerrarlo, agotarlo o clausurarlo, no hace otra cosa que dar alas a su supervivencia en un nuevo estado, hacer proliferar la metamorfosis, el tránsito, la espesura: fortificar el rumor, la máscara.

Finalmente, lo que aflora en ese vértigo es una negación no sólo persistente sino, si se nos permite el juego, sustentada, suspensa, sin resolución: consistente. Eso es la imagen, eso es también el yo, al cabo. Una negación enmascarada, y su rumor que no puede jamás ser silenciado. Y entonces la pregunta que se nos plantea vuelve  a ser de nuevo la más grave: ¿qué es eso que es capaz de sobrevivir al trabajo mismo de la memoria, eso incógnito oscuro e irresuelto hasta el punto mismo de fundarla, a la memoria, de atraerla a su centro inaccesible para allí irremisiblemente y en suma siempre hundirse?

Bien podría ser lo que llamamos terror. El terror como fuente y origen mismo de lo poético. Terror en el sentido, por ejemplo, que le daba Mme. De Staël, cuando escribía que el terror era la “fuente inagotable de los efectos poéticos de Alemania”. (2) Eso puede también recibir por nombre el trabajo de lo mítico. Como el mito, el jardín o el pozo del recuerdo nunca alcanza su esplendor inicial, primero o final. Su revelación desde luego nunca es causal, ni discursiva, sino un fulgor sin fundamentación, una irrupción frágil, equívoca, sin condiciones ciertas de repetibilidad. Algo comúnmente hundido o enterrado –como vemos a menudo en los dibujos de Diciembre en Turín que mira turbiamente a un cielo, en un contrapìcado donde el espacio y la luz siempre están tomados por la crepitación oscura de lo que, salvaje, crece contra el hombre. Algo sin por qué, una revelación intransigente y total en su soberanía impía. Por cierto, ya Cassirer había notado este carácter de pasado absoluto en que esta dimensión mítica se despliega, en contraposición al trabajo histórico: “El mismo pasado no tiene ya ningún ‘por qué’ –señaló: es, él mismo, el porqué de las cosas. Eso es justamente lo que distingue la consideración del tiempo por parte del mito de la que hace la historia: para aquél, hay un pasado absoluto que, en cuanto tal, no es susceptible ni está necesitado de una explicación ulterior”.  






No hay, pues, posibilidad de ninguna explicación. No hay cauce, ni respiro. Por eso, quien habita o se aproxima a esta dimensión mítica penetra, por decir así, en una realidad magmática y flotante en donde reina el principio sinuoso de la metamorfosis,  o, como también apunta el propio Cassirer: “cada forma puede cambiarse en otra; todo puede venir de todo”. 

Y, en consecuencia, lo que sea el mundo, depende tan sólo del estado afectivo de aquel a quien se muestre y lo continúe. De manera que no puede haber una participación intersubjetiva de ello más que comunicando en el proceso la propia subjetividad, como sucede aquí en la historia narrada o re-citada entre el relato oral de una persona mentalmente enferma y el dibujo, la traducción en imágenes que de este relato que en principio no es suyo, que no le pertenece, hace el artista.  De hecho, como al mito, no puede atribuirse a la imagen una objetividad teórica, pero sí una ‘traducibilidad’ intersubjetiva. Y por ello mismo, también, el creador, como el ser rememorante, es siempre alguien angustiado. Preocupado por la supervivencia de esas imágenes en que sufre y (se) vive. Situado siempre antes del hundimiento de ese mismo mundo. Asomado a su propia negación que le da vida, y a la que da vida, a través de las imágenes, precisamente, solo y precisamente.

De manera que, frente al terror omnipresente de la realidad, para no caer en ese mundo primitivo, el poder de la imagen consiste en ejercer una potencia tal vez puramente espiritual. La imagen instaura así una suerte de poder mítico, que se opone al omnipotente poder oscuro de la realidad. De este modo, frente a lo que pueda parecer, el uso de la imagen nos muestra todo el dominio de o sobre la realidad ganado por el hombre, gracias a la experiencia de relatar y figurar su(s)  historia(s), por mucho que, como es evidente, nunca consiga quitarse de encima esa amenaza “y todavía más, esa nostalgia de volver a caer de nuevo en aquel estado de impotencia, de volver a hundirse, por así decirlo, en su arcaica resignación”. (3)

De hecho, viendo las obras de Miguel Borrego, da la sensación de que estas imágenes de horror originario –también de pavor maravillado hacen que el sujeto corra hacia el mismo asombro y temor que lo inspiran. Que avance hechizado hacia eso mismo que lo niega, y que se estremezca embriagado por su propio aniquilamiento. Vemos demasiadas veces en este universo imaginario la desnuda expresión de la pasividad de la angustia, el horror y el exorcismo de fuerzas hostiles, demoníacas, como dijimos. La evidencia del desamparo mágico, la dependencia absoluta ante lo que –nada angustiante nos arrastra y domina. Esto es algo, ciertamente, con lo que la vida a duras penas puede convivir.





Esa misma tensión o contienda se aprecia en la dinámica de los sueños, de las que las piezas y dibujos de Miguel Borrego también están tan próximos. “El sueño significa una pura impotencia respecto a lo soñado, una desconexión completa del sujeto y de la capacidad de disponer de sí mismo en medio de imágenes extremadamente proclives a un estado de angustia; pero, al mismo tiempo, el sueño es un puro dominio de deseos, que hace del despertar una suma de todos los desencantos, por muchas censuras a las que haya estado sometido el mecanismo psíquico del sueño”. (4)

Como el sueño, la memoria. ¿Supone finalmente la memoria una salvación, una emancipación de las fuerzas hostiles, su purga incluso, o más bien será un castigo, su reanudación eterna, su continua flagelación? ¿No fue precisamente Celan quien afirmó que “sobre las propias ruinas se alza y tiene su esperanza el poema”? Y también: ¿no es acaso el delirio –como pensara Cioran un inmenso generador de fuerza (5)? En conclusión, y en palabras de nuevo de Hans Blumenberg: “El ser humano sigue estando siempre del lado de acá del absolutismo de la realidad, pero sin llegar a lograr del todo la certeza de haber llegado, en su historia, a la cesura en que la supremacía de la realidad sobre su conciencia y su suerte se haya trocado en la supremacía del propio sujeto”. (6)

De modo que, como estas imágenes nos muestran, todavía y siempre permanecerá un fondo oscuro, como una reserva no superable de mundo ancestral, donde en turbulencia persisten los poderes indomados e indomables que nos colocan abruptamente en el desamparo, la fragilidad, el miedo, la salvación y la muerte. Allí, en ese fondo, el sujeto hace sus figuras, sus retornos, sus historias, que a su vez lo deshacen. Esa representación antigua y primitiva –y siempre futura o prometida elabora como una epopeya demente cuyo desenlace no implica idea alguna desde luego de finalidad. Por mucho que esas mismas historias se tracen o dibujen para ahuyentar algo, acaso esa misma maldición, como hacen los mitos.


1. Hans Blumenberg, Trabajo sobre el mito, Paidós, Barcelona, 2003, p.16.
2. Mme. De Staël, Alemania, Espasa-Calpe, Madrid, 1991, p.136.
3. Blumenberg, op. cit., p.17. Las cursivas pertenecen al original.
4. Ibid., p.18.
5. Cf. Cioran, Desgarradura, Ed. Montesinos, Barcelona, 1989, p.11.
6. Blumenberg, op. cit, p.7.


[Texto publicado en el catálogo de la exposición]




PARAÍSO DEL SONÁMBULO
2 diciembre 2019 / 26 enero 2020
Universitat de València - Centre Cultural La Nau




* * * * *

Miguel Borrego es autor de uno de los últimos libros
publicados por Shangrila: