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18.6.22

y XV. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022





Pieter Brueghel el Viejo, Paisaje con la caída de Ícaro (1554-55)




MUSÉE DES BEAUX-ARTS

Acerca del dolor jamás se equivocaron
Los Antiguos Maestros. Y qué bien entendieron
Su función en el mundo. Cómo llega
Mientras alguno cena o abre la ventana
O nada más camina sin objeto.
Cómo, mientras los viejos aguardan reverentes
El milagroso Nacimiento, habrá siempre
Niños sin mayor interés en lo que ocurre,
Patinando
En el estanque helado a la orilla del bosque.
No olvidaron jamás
Que el eterno martirio ha de seguir su curso,
Irremediablemente, en sórdidos rincones,
Donde viven los perros su perra vida
Y la yegua del verdugo se rasca
Las inocentes grupas contra un árbol.
Por ejemplo, en el Ícaro de Brueghel:
Con qué serenidad
Todo parece lejos del desastre.
El labrador oyó seguramente
El rumor de las aguas y el grito inconsolable.
Pero el fracaso no lo conmovió:
Brillaba el sol como brilló en el cuerpo blanco
Al hundirse en las aguas verdes.
Y la elegante y delicada nave
Debió haber visto lo inaudito:
La caída de un niño que volaba.
Pero el barco tenía un destino
Y siguió navegando en calma.

W. H. Auden, diciembre de 1938.
                     (traducción de José Emilio Pacheco)  





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17.6.22

XIV. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




EL PESO DE TU PERRO

Mariel Manrique



Fotografía publicada en The Guardian, el 8 de marzo de 2022. 
De Kiev a la frontera polaco-ucraniana, los últimos diecisiete kilómetros a pie.
(Ph: Alisa/Guardian Community)




Tuvo que duplicar la fortaleza de sus huesos, 
disciplinar sus articulaciones, extremar su estatura. 
Tuvo que aligerar al máximo el peso de su vida, 
vaciar su vida de casi todos sus pesos materiales. 
Como se sueltan lastres de un barco que se hunde, 
o recuerdos prendidos, como broches, 
a una cabeza exhausta que naufraga. 
Se calzó la capucha, 
ajustó los cordones de sus botas, 
se irguió hasta tocar la espalda del cielo. 
El cielo estaba de espaldas. 
Palpó en un bolsillo descosido
los restos de la estrella de la buena fortuna. 
La fortuna era mala, era tan mala. 
Y a esa hora estaba rota 
cualquier máquina de hacer sentido. 
No había que mirar a los costados, 
para no enloquecer. 
No había que mirar atrás, 
para no volver a buscar lo que quedaba. 
Lo que quedaba, pensó, lo llevaría encima. 
Cargó a Pulya sobre uno de sus hombros, 
como un fusil, o una bandera, o una patria. 
Pulya se dejó caer. 
Él sería su Dios menudo y obstinado,
su Dios aterrado de manos pequeñas, 
su Dios descolocado de todos los espacios habituales. 
“A la lata, al latero,
a la hija del chocolatero”, 
susurró, aterido, sin saber por qué. 
Un pie primero y otro pie, después. 
Pulya tembló y la nieve cedió 
y un agujero sin fondo sentenció: 
“Me he enamorado de ustedes. Serán míos”.
A ver quién soporta su corona de espinas
hasta ver cómo asoman los claveles. 
Hasta empezar a imaginarlos, 
como una forma de la redención. 

[...]





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16.6.22

XIII. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




LUZ OSCURA

Olvido Marvao



Anne Magill, Interior



Hablan las sombras.
Pinceladas oscuras narran tu historia.
Vuelve la cabeza para que vea tus lágrimas. 
¡Vamos!
Ese tenue rayo minúsculo de luz sobre tu cuello debería bastar.
Pero no, regresas y todo cobra vida.
El abandono, la pavura. 
Las pinceladas lo dicen. Has estado postrada bajo sus dedos.
¿Y vas a llorar otra vez? No lo hagas.
Sabes que le gustaría.

Habla el viento que sientes en la nuca.
Cruje de nuevo la pérdida. Ya no escuchas su risa inocente.
Apenas recuerdas el columpio.
El lazo de seda volaba igual que tu alegría.
Un instante.
Una diminuta mano que saluda,
y toda la oscuridad del mundo te tragó.

[...]





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15.6.22

XII. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




UNA PUERTA EN LA PARED

Carmen Pinedo Herrero



François Avril, Ciudad



I. ¿Qué es una pared?

¿Qué es una pared?, me pregunto cuando estoy a punto de dormir. No, por favor, no empieces: déjalo para mañana. Pero ya he empezado, como algunas otras noches me sucede con los hititas, la pintura de Piero, el espacio interestelar, la lengua aymara, las ciudades subterráneas… tantos temas urgentes, así que sigo preguntándome qué es una pared. Sabes perfectamente lo que es una pared. ¿Lo sé? Miro las paredes de la habitación y pienso: límite de espacios, verticalidad asociada con lo horizontal, sustento de techumbres, terreno de juego del cierre y la apertura, una cuestión de geometría.

Entre nosotros se asocia con el concepto de construcción y, en particular, con la práctica de la albañilería. Pero además del ladrillo se utilizan muchos otros materiales para levantar paredes: piedra, madera, adobe, tapial, cartón yeso, cristal, metal, tela, papel… ¿Luz? También luz, agua, hielo, vegetación: caña, bambú, arbustos vivos como los que en el ikegaki o seto cumplen “la función arquitectónica de la pared” (1) desde un concepto espacial ligado a la continuidad.

1. KISHO, Kurokawa, The Philosophy of Symbiosis, Nueva York: Academy Editions, 1991.

Mencioné, entre los materiales posibles, la tela. Lo entrelazado, lo entretejido, es la esencia del muro, señala Gottfried Semper. Para él, “los tapices colgados son los verdaderos muros, los límites visibles del espacio”. (2) Semper afirma que la “palabra alemana Wand (muro, pared) reconoce su origen. Los términos Wand y Gewand (vestido) derivan de una misma raíz. Esto indica que el material entrelazado es el que ha formado el muro”. (3)

2. HERNÁNDEZ LEÓN, Juan Miguel, La casa de un solo muro, Madrid: Nerea, 1990. 

3. SEMPER,Gottfried, Los cuatro elementos de la arquitectura, citado en Juan Miguel Hernández León, La casa de un solo muro, op. cit. El tema es desarrollado por FANELLI, Giovanni, y CARGIANI, Roberto, en El principio del revestimiento, Madrid: Akal, 1999.

¿Por qué me he detenido en el tema de la tela? He de volver sobre otros, pero este del tejido, lo que se trenza y se destrenza, también me parece fundamental, también lo atraviesa todo. Complexus: “lo que se teje junto” (4), recuerda Morin. El texto, por supuesto, palabra derivada del latín textum, tejido. La realidad. Lo grande y lo pequeño. El universo, tú, yo. Todo. Incluso la pared.

4. MORIN, Edgar, Mis demonios, Barcelona: Kairós, 2015.

*

¿Ya está? ¿Esto es una pared? ¿Esto, solo esto? Claro que no.

Es también el lugar que ella es y que ella habita. Ella, la exiliada. Es, nos indica Calasso, el lugar donde puede dibujarse una puerta que ponga en comunicación los dos mundos –como mínimo, dos– que existen. (5)

5. CALASSO, Roberto, K, Milán: Adelphi, 2002.


Si la pared es blanca, es el escondrijo perfecto para hacer invisible a un gato blanco que, solo al mostrar sus ojos oscuros, revela su presencia. “Cuando volvía la cabeza, desaparecía. Cuando saltaba por el suelo o se subía de un brinco a la mesa, parecía una criatura escapada de las paredes”. (6) [Fig. 1]

6. BERGER, John, Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, Madrid: Nórdica, 2017.



Fig. 1. Léonard Tsuguharu Foujita, El gato blanco


 Es, por no abandonar el mundo del gato o del niño, la construcción invisible que crece a partir de un círculo, un cuadrado o cualquier otra figura geométrica trazada en el suelo: el animal –o el niño- se instalarán dentro de ese recinto, cobijados por unos muros impalpables, pero no por ello menos reales. 

Es lo que protege, pero también lo que encierra, aísla, separa. Muros de prisiones, muros contra migrantes y refugiados. 

¿Dentro, fuera? ¿A este lado de la pared? ¿Al otro lado? La pared es el lugar de la duda. 

Manganelli nos habla de unos grandes frescos pintados en las paredes de una vieja iglesia. Al narrador le gusta pensar “que los frescos son más antiguos que la iglesia”. La figura que más le atrae, entre todas las que están allí pintadas, es la de un personaje de espaldas, alado –acaso, un ángel. Busca “el punto exterior de la iglesia correspondiente a la figura del ángel, casi como si, por ese lado, esperara verle el rostro”. Llega a “la conclusión de que la iglesia fue construida precisamente para borrar el rostro del ángel”. (7)

7. MANGANELLI, Giorgio, La ciénaga definitiva, Madrid: Siruela, 2002.

¿Dentro, fuera? ¿Cuándo? ¿Quién? 

Un personaje de Beckett dice que él es la pared: “yo soy el aire, las paredes”. (8) Resuelto, ya sabemos qué es una pared: Samuel Beckett o, más bien, la voz del innombrable. No, espera, no basta con esta respuesta. 

8. BECKETT, Samuel, El innombrable, Madrid: Alianza Editorial, 2012.

Una pared es también ese invitado frecuente en los relatos de terror que sirve para ser atravesado por los entrañables fantasmas o para acoger sonidos que causan tanto desasosiego como el producido por el correteo de las ratas tras la pared. 

Una pared falsa tras la cual puede buscar refugio un perseguido es un espacio de la realidad de terror. Leemos en un libro de Handke: “seguro que es un niño, porque busca su escondrijo en un muro. ¿Quién si no un niño cree poder esconderse en un muro?”. (9) Muchas personas. En algunos casos, esa pared fue su salvación; en otros, no.

9. HANDKE, Peter, El juego de las preguntas, Madrid: Alfaguara, 1993.

Una pared es piel, pantalla, página, interlocutor. ¿Lugar de paso? Tal vez. Y mucho más [...]





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14.6.22

XI. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




COMBATE CON UN ÁNGEL
LA REALIDAD PARANOICA DE PHILIP K. DICK

Josep M. Català Domènech



Philip K. Dick




Debemos ser cuidadosos de no confundir
una máscara, cualquier máscara,
con la realidad que hay debajo.

P. K. Dick


I

Walter Benjamin proponía la sorprendente idea de que la realidad se forma a partir del material de los sueños. Cada época sueña con la siguiente, es decir, con su futuro, decía Benjamin, recordando la idea de Michelet. De esta aseveración se desprende que, cuando llega el futuro, se precipitan sobre él los sueños del pasado que, al consolidarse, forman la realidad del presente. Cabe preguntarse, pues, dónde se plantan las raíces de nuestra realidad actual. Es decir, donde se originaron los sueños de los que ahora despertamos. Responder a la pregunta implica comprender cuáles son los contornos de una era. Una era es un espacio temporal y cultural que tiene su inicio en forma de sueño y su final en forma de realidad. Observemos, sin embargo, que desde que esta operación de cartografía psicogeográfica es concebible –desde que Benjamin la aplicó a la ciudad de París de finales del S. XIX, entendiéndola como capital de una modernidad que acabó catastróficamente–, sabemos que las eras empiezan con un flagrante optimismo, con un sueño maníaco, y terminan con una depresión en forma de pesadilla real. Quizá se puedan equiparar estos ciclos maniaco-depresivos con las sucesivas crisis del capitalismo. No olvidemos que un teórico del capitalismo y estudioso de sus ciclos como Schumpeter opinaba, siguiendo de cerca a Marx, que este sistema socioeconómico acabaría muriendo de éxito, lo cual implica la posibilidad de que el sueño y la realidad de una época acaben coincidiendo en un mismo momento catastrófico. La aceleración de la realidad que se ha producido en las últimas décadas ha hecho que sueño y realidad, euforia y depresión concuerden en un mismo momento bipolar. De modo que nuestra realidad actual ya no soñaría con su futuro, sino que lo haría acerca del propio presente, el cual se vería obligado a despertar una y otra vez de su propio sueño, hasta el punto de no poder discernir ya de forma clara qué parte de la vida pertenece al sueño y cual al despertar. Cualquier novela del escritor californiano de ciencia-ficción Philip K. Dick nos sitúa en una tesitura parecida. La estructura de una novela como Los tres estigmas de Palmer Eldritch (The Three Stigmata of Palmer Eldritch, 1965), prototípica de la alternancia de realidades que caracteriza la obra de este escritor, constituye, por ejemplo, una perfecta alegoría de la acelerada bipolaridad que aqueja a nuestra época. 

En una era tan intensamente tecnológica como la nuestra, resulta difícil discernir entre lo que compete a las mentalidades y lo que se refiere a la propia constitución de la realidad, por lo que el ciclo acelerado que se produce entre euforia y depresión se detecta en la propia ontología de lo real, no solo en su interpretación. En este panorama, los avances son a la vez retrocesos y viceversa, todo nace provisto de una vibración que lo lleva sin cesar de lo positivo a lo negativo. Lo que es válido para una época histórica y para las mentalidades que se nutren de ella, ha de serlo también para los individuos que habitan ambas regiones. Rosi Braidotti, opina, por ejemplo, que “el estado de ánimo predominante en nuestra existencia social oscila constantemente entre el agotamiento y una angustia que lo penetra todo” y añade que “es como si nuestros paisajes psíquicos estuviesen enmarcados por una economía emocional maniacodepresiva que nos deja a todos colgados no se sabe muy bien dónde”. (1) No siempre ha sido así; en épocas anteriores, los dos estados –sueño/futuro/optimismo y despertar/presente/pesimismo– que ahora forman alternancias inmediatas estaban separados por varias décadas e, incluso, anteriormente, por centurias. 

1. BRAIDOTTI, Rosi, Coneixement posthumà,  Barcelona: Arcàdia, 2020, p.58.

No es común que haya individuos capaces de situarse fuera de los envoltorios culturales que los acogen y subjetivan. Hasta ahora, en estas ecologías imaginarias regía una temporalidad lineal proverbialmente optimista que ocultaba los entrelazamientos del sueño con la realidad constituyentes de la verdadera fenomenología histórica. Es más, el sueño apuntaba al futuro, mientras que la realidad lo hacía al pasado. Según Benjamin, “la imagen de la felicidad que cultivamos está teñida enteramente por el tiempo al que el decurso de nuestra existencia nos ha asignado de una vez por todas”. (2) La felicidad de un momento dado ignora, como el sueño, que su existencia hace equilibrios entre dos abismos. La verdadera conciencia histórica está representada, según Benjamin, por la figura del Angelus Novus de Paul Klee que alegoriza una relación inesperada entre el pasado y el futuro. El viento de la historia empuja al ángel hacia un futuro al que este le da la espalda, puesto que su mirada está puesta en el pasado del que se aleja y en el que “ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies”. (3) El ángel de la historia, en su alucinación, contempla ruinas allá donde se percibía progreso. Es decir, contempla el pasado desde los ojos del porvenir. Comenta Reyes Mate, en su lectura de las tesis sobre la historia de Benjamin, que “lo problemático del progreso es que su producción de novedades es solo aparente porque, en el fondo, es reproducción de los males de los que parte, de ahí que progreso y eterno retorno sean lo mismo”. (4) Solo un ángel sería capaz de invertir la percepción histórica para ver el trasfondo real de los sueños sociales y contemplarlos, mientras sigue soñando, desde la perspectiva de su despertar. Esta capacidad es absolutamente necesaria en una era como la nuestra en que pasado, presente y futuro se han integrado en un todo que oscila psicofísicamente entre los diferentes estados. Pero esta capacidad tan primordial es extremadamente rara, ya que implica el riesgo para quién la posea de ser arrojado fuera de la realidad, entendida esta como una construcción fenomenológica global que solo acoge a quienes están dispuestos a no cuestionarla. No cabe duda, pues, de que están abocados a la locura esos escasos individuos suprahistóricos, dotados de una conciencia visionaria y, por lo tanto, dramáticamente desligados del imaginario social de su época. Son sujetos fuera de quicio porque se han desposeído de la subjetividad que les era asignada por la fuerza catatónica del presente. En lugar de participar del optimismo utópico generalizado, no solo intuyen de alguna manera el catastrófico despertar, sino que incluso lo habiten mentalmente de forma premonitoria. En estos casos, el grado máximo de lucidez coincide, pues, con el más intenso de los delirios.

2. BENJAMIN, Walter, Sobre el concepto de historia, Obras, libro I / vol. 2, Madrid: Abada, 2012, p.305.

3. Ibid., p.310.

4. MATE, Reyes, Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin “sobre el concepto de historia”, Madrid: Trotta, 2006, p.163.

[...]





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13.6.22

X. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




CINE DEL PRESENTE, COORDENADAS CENTENARIAS

Faustino Sánchez







100 años de expresionismo

En 2022 se cumplen 100 años del estreno de dos películas emblemáticas del expresionismo alemán: El doctor Mabuse (Dr. Mabuse, der Spieler, F. Lang, 1922) y Nosferatu (F. W. Murnau, 1922). Se trata de dos obras cumbre de la historia del cine, de las que se han escrito ríos de tinta e infinidad de ensayos, análisis e interpretaciones, pero cuya relación con el cine contemporáneo y el mundo actual no se ha explotado de la misma manera.

A pesar de ser dos de las películas más famosas del mítico movimiento germánico, si nos fijamos en ellas vemos rápidamente que a nivel estético no son las más representativas del movimiento; más bien son rarezas, objetos únicos fuera del espacio y del tiempo que, quizás por esa razón, tienen un alcance universal que puede resultar muy útil para pensar otras realidades. 

En el caso de la película de Lang, estamos ante una obra que centra su dirección y su vigor en el montaje, con una narrativa frenética y una fuerte carga simbólica de los conceptos tratados, que revelan una determinada realidad social a través de la fantasía, la acción y el juego conspiranoico. Fantasía, realismo social, policiaco, noir… Los géneros se hibridaban antes de que maduraran en el propio cine, quizás porque los géneros, procedentes de otras artes, nunca llegaron a ser puros. 

La obra de Murnau, sin embargo, reviste un aliento más poético. Nosferatu es una película llena de planos abiertos, en escenarios reales, con algunas imágenes luminosas y atmósfera naturalista. Se suelen recordar, en Nosferatu, las sombras, el castillo del conde Orlok y la imponente figura de Max Schreck, pero incluso estos elementos, tan propios del misterio, el terror y de los temas recurrentes del expresionismo alemán, están tratados con una mirada mucho más libre de artificios, precisa hasta el extremo, pero limpia. 

Solo habían pasado dos años del éxito de El gabinete del doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, Robert Wiene, 1920), pero la aproximación estética ya se había abierto, enriquecido y parecía abarcar universos más complejos y totalmente alejados del expresionismo primerizo de Wegener o Wiene. Ya no tenemos esos abigarrados y sinuosos decorados pintados, ya no tenemos esos movimientos ortopédicos de los intérpretes ni una dualidad tan básica (aunque no poco interesante) en el uso del plano general y el primer plano. La herencia pictórica de Die Brücke pasó a ser menos directa, más sofisticada y tamizada por otras influencias. El cine, de repente, en esos dos años, alcanzó un grado de sofisticación y de madurez impensable en otras artes o en otras épocas históricas.

Bien es cierto que, más allá de la estética y del uso de recursos formales, estas dos obras de Lang y Murnau siguen interesándose por lo siniestro, lo macabro, por el papel del Mal en la sociedad y su influencia en el individuo. De hecho, lo que ambos consiguen en sus películas a este respecto llega aún más lejos de lo que consiguieron sus predecesores. Una estética con menos marcas, menos subrayada, consiguió un efecto más profundo y más complejo en la descarnada disección que practicaron al alma humana, a la vez que comprendieron que lo individual no se puede separar de lo social. Núcleo y contexto son indivisibles. La percepción no se escinde.


Categorías clásicas

Tradicionalmente, el cine se ha representado a través de una rígida taxonomía que pone sobre la mesa dos categorías o, mejor dicho, dos filiaciones que podría catalogarse como más filosóficas que estéticas: la de los hermanos Lumière y la de Georges Méliès. Esto ha servido, muchas veces con brocha gorda, para lanzar a un lado y a otro el cine de no ficción y el cine de ficción o, en su versión algo más sofisticada, el cine de la realidad y el cine de la imaginación.

Con el paso de los años han ido quedando patentes algunas máximas sobre la relación entre realidad y representación o no ficción y ficción, como aquella afirmación de Rossellini que decía que toda ficción es un documental de su propio rodaje, o la evidencia de que ninguna película documental está a salvo de su carácter de representación.

La afirmación de Rossellini, de profunda raigambre baziniana, parece estar hoy en día más vigente que nunca, y periódicamente es reivindicada por algún teórico o cineasta. Acerca de ella, resulta elocuente una anécdota que tuvo lugar en el año 2019, cuando la revista británica Sight and Sound, fiel a su tradición de generar cánones cinematográficos universales, lanzó una encuesta entre críticos, programadores y cineastas sobre los mejores documentales de la historia del cine, pidiendo a cada uno de ellos una lista de sus 10 favoritos. La mera decisión de generar una lista en torno a ese vago concepto dual de ficción o no ficción ya resultaba polémica, y la respuesta del cineasta James Benning estuvo a la altura cuando en su lista incluyó una única película, Titanic (James Cameron, 1997), incluyendo el siguiente comentario: “Este es mi único voto: un documento asombroso sobre la mala interpretación. Y, debo añadir, todas las películas son ficciones”. (1)

1. This is my only vote: an amazing document of bad acting. And, I might add, all films are fictions.

Acerca del hecho de que todo documental es una representación, sabemos que cualquier documental (si es que tiene sentido seguir utilizando este término), como cualquier ficción audiovisual, está impregnado de puesta en escena y de decisiones que condicionan el resultado, como la posición de la cámara o el momento en el que empezar o terminar un plano. La representación está en la propia naturaleza del cine, en la manera de aproximarse a su materia primaria: el espacio y el tiempo.

Por este motivo, el propio origen de esta categoría adolece de este problema: las películas de los hermanos Lumière son emblemas de puesta en escena. No solo porque tenían actores que interpretaban un papel, lo ensayaban y representaban frente a la cámara (desde el regador regado hasta los jugadores de la partida de cartas), o por la mera elección de una u otra toma, sino también porque la propia decisión de cómo disponer los elementos en el cuadro, desde dónde filmarlos y cuándo filmarlos determinan indudablemente el punto de vista. Como dice Benning, todas las películas son ficciones.

Pero se puede ir más lejos todavía en esa linde entre realidad y representación. Obviando ese punto de vista del realizador, que sería el sujeto, también existe un condicionamiento decisivo en el objeto, en lo filmado, desde el momento en que ese objeto son personas conscientes de que están siendo filmadas. La presencia de una cámara condiciona su comportamiento, sus gestos, su mirada, y por lo tanto su vida desaparece durante unos momentos. La persona filmada se convierte en un fantasma, ya que no existe para sí misma sino para aquello que está siendo filmado. Vive durante un tiempo para cumplir un rol, para ser otro: su imagen proyectada.

Estas disquisiciones, antiguas y tan ampliamente abordadas, volvieron a salir a la luz en el S. XXI con el advenimiento del digital y su capacidad para intentar sortear estos límites. El mejor ejemplo puede ser el caso del cineasta chino Wang Bing, quien convive filmando a sus personajes hasta que la cámara desaparece por la costumbre, si esto es posible, o al menos minimiza su interferencia en la realidad. El cine digital, con sus cámaras pequeñas y su capacidad de grabación casi ilimitada, puede plantearse este objetivo de diluir realidad y representación.

Sin embargo, ya entrada la tercera década del S. XXI, nos encontramos con que el efecto mayoritario en el audiovisual ha sido el contrario: la representación ha colonizado la vida; todo instante es susceptible de ser grabado, toda nuestra existencia podría ser perdurable y, de tal manera, la propia identidad muta condicionada por esa imagen de espejo corregido que intentamos dar. La sobreexposición acaba llevando a una pregunta: si cuando la representación era una excepción de la realidad la ficción era su mecanismo de exhibición, ¿cuál es el mecanismo de exhibición de la realidad cuando la excepción es la propia realidad íntima y la norma es una realidad performativa susceptible de ser grabada? ¿Tiene sentido, en un momento en el que el diario íntimo, la creación y la confesión conviven diariamente en las redes sociales, hablar de categorías que ya son indiscernibles e impregnan no solo el cine sino la vida? [...]






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10.6.22

IX. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




LA MIRADA FEMENINA SOBRE EL WESTERN
DE LOS EASTERN WESTERNS DE ALICE GUY A LOS WESTERNS REVISIONISTAS
DE KELLY REICHARDT Y JANE CAMPION

Irene de Lucas




Two Little Rangers (Alice Guy, 1912)



Meek’s Cutoff (Kelly Reichardt, 2010)




El poder del perro (Jane Campion, 2021)



Cuando la Edison Company estrena el primer western de la historia del cine, The Great Train Robbery (Porter, 1903), basado en un melodrama teatral de 1896, buena parte de los elementos del género (sus personajes, su iconografía, argumentos sustentados en la acción y el enfrentamiento…) ya estaban asentados en el imaginario del público de la época, lo que explica que fuera un rotundo éxito de taquilla. (1) Sin embargo, desde el estreno de este filme fundacional, que solo retrospectivamente puede considerarse un western, el que durante décadas será considerado como uno de los géneros cinematográficos más estables aún tardaría varios años en conformarse como tal. En años sucesivos aumenta la popularidad de los filmes militares rodados en antiguos fuertes, y especialmente una serie de películas conocidas como Eastern westerns (2) que, a pesar son rodadas en la costa este, recuperan la nostalgia del pasado colonialista reciente emulando la iconografía del Oeste (muchas se ruedan en Fort Lee, New Jersey, no solo por la Edison sino también por productoras francesas establecidas allí, la Eclair o la Solax). Pero es en torno a 1910, momento en que varias compañías como la Selig-Polyscope o la Bison se trasladan a California, cuando los westerns mudos empiezan a identificarse como tales. Thomas Ince encuentra su primera estrella en Gilbert M. Anderson con su personaje de ‘Broncho Billy’, seguido por William S. Hart, cuyos personajes ya apuntan a la ambigüedad moral del cowboy solitario: el “buen hombre malo”. 

1. Sus orígenes pre-cinemáticos se remontan a las manifestaciones persistentes de la leyenda de Pocahontas y de enfrentamientos de pioneros con “pieles rojas”, tanto en diarios de viaje (The Oregon Trail, 1849, de F. Parkman) como en obras de ficción (los Leatherstocking Tales, 1823-1841, de J.Fenimore Cooper o los relatos de la frontera de Bret Harte a finales de 1860). Así, a finales del S. XIX la conquista del Oeste será una pieza central de la gestación de la identidad nacional americana que articula Roosevelt en The Winning of the West (1889-1896) y de la noción imperialista de “destino manifiesto· que introduce por primera vez John L. O’Sullivan y populariza John Fiske, vinculando la desaparición de la frontera al individualismo democrático americano. En paralelo a la actual conquista del salvaje Oeste, en las décadas de 1870 y 1880 proliferan las novelas y melodramas de frontera y los “Wild West” shows desde 1883 –con la eminente y auténtica figura del Oeste en escena, Buffalo Bill–, que popularizan la visión romántica de la aventura del Oeste y generan el simbolismo que aprovechará el cine. 

2. Para profundizar en los Eastern Westerns, recomiendo consultar la obra de Scott Simmon:  The Invention of the Western Film: A Cultural History of the Genre’s First Half Century (2003), de Scott Simmon.

Con los últimos westerns mudos, especialmente los dirigidos por John Ford, y notablemente con el estreno de su primer western sonoro, La diligencia (Stagecoach, 1939), la madurez de este género con ambiciones épicas ya puede reconocerse en todo un conjunto de rasgos estables o códigos que lo caracterizan como un género cinematográfico distintivo. El apogeo que alcanza el western clásico de la mano de Ford y John Wayne en los años ‘40 se verá renovado en los ‘50 con la época dorada de los westerns “adultos” o “psicológicos”, que incluye los filmes de Anthony Mann y la obra maestra de Ford, Centauros del desierto (The Searchers, 1956). Con el declive del género en los ‘60 (coincidiendo con la crisis del sistema de estudios de Hollywood que empieza una década antes en favor de la televisión), los spaghetti westerns de Sergio Leone y los filmes de Sam Peckinpah a las puertas de los ‘70 vuelven a reavivar un modelo cuyos últimos coletazos alternan en un mismo año westerns nostálgicos de la tradición más clásica como Río Lobo (Hawks, 1970) con westerns crepusculares como Pequeño Gran Hombre (Little Big Man, A. Penn, 1970), al que seguirán muchos otros profundamente revisionistas. El declive culmina desdibujando el género con filmes surrealistas como El Topo (A. Jodorowsky, 1971) y parodias como Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974), de Mel Brooks. Su práctica desaparición en la década de los ‘80 encuentra un nuevo resurgir con el western contemporáneo en los ‘90 y en el S. XXI, con la aparición de nuevas formas de westerns revisionistas que abarcan desde el surrealismo de Dead Man (J. Jarmusch, 1995) y la rompedora Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), hasta los célebres westerns de Tarantino o la notable adaptación del western de humor negro The Sisters Brothers (J. Audiard, 2018).

En este largo recorrido y evolución del género cinematográfico más americano por excelencia, la lista de westerns escritos por mujeres es extensa y bien documentada y se remonta a los orígenes mismos del género, aunque muchos de ellos no se conserven actualmente. (3) De hecho, la visión del western como una forma cinematográfica exclusivamente “masculina” desde sus orígenes es una idea equivocada instalada y perpetuada por la práctica desaparición de un buen número de westerns mudos anteriores a 1930 en los que la figura de la cowgirl era especialmente popular. (4) Sin embargo, sí es cierto que, en más de un siglo de existencia de un género tan prolífico, apenas podemos encontrar un puñado de westerns dirigidos por mujeres en el conjunto de la historia del cine. Al margen de los que dirige Alice Guy con la Solax (la mayoría perdidos), antes de 1920 Lois Weber (5) dirige al menos dos (Captain Courtesy, 1915, y When a girl loves, 1919, ambos perdidos) y Ruth Baldwin rueda su célebre parodia del western, ’49’-17 (1917), que se anticipa décadas al western revisionista. Nell Shipman dirige Something New (1920) y Grace Cunard otros tres westerns, The Man Hater (1920) y Her Western Adventure (1921), que también escribe e interpreta, y Daughter of the Law (1921), en el que también actúa. Un salto de varias décadas los separa del spaghetti western que co-dirige Lina Wertmuller bajo el pseudónimo de Nathan Wich, Il mio corpo per un poker (1968), y otras tantas del western musical satírico de Alla Surikova, A man from the Boulevard des Capucines (1987), o del primer western de vampiros, Near dark (1987), dirigido por Kathryn Bigelow. (6)

3. Dorothy Arzner escribió al menos un par (Breed of the Border y The No-Gun Man, ambos perdidos), también Anita Loos (The Saving Grace, también perdido), y Frances Marion cerca de una veintena, la mayoría de los cuales no se conservan (entre otros, All Man, The Mask of Lopez, Galloping Gallagher, Sundown, Ridin’ the Wind, The Tough Guy, Hands Across the Border, The Two-Gun Man, Lone Hand Saunders, The Sunset of legion o Kit Carson). Jeanie Macpherson escribió unos cuantos para DeMille, y Grace Cunard algunos para John Ford y muchos más para su hermano, Francis Ford, interpretando buena parte de ellos (entre otros, es guionista de A Soldier’s Honor, Texas Kelly at Bay, Taps, The Tornado y The Gun Runners, y guionista y actriz en The Half Breed Parson, The Darling of the Regiment, Captains Billie’s Mate, From Dawn tilll Dark, The White Vaquero, The Mysterious Hand, Old Peg Leg’s Will, Three Bad Men and a Girl, And They Called Him a Hero, The Phantom Island, The Princely Bandit, The Powder Trail, y The Rebel’s Net. También produce y actúa en Hell’s Crater, y escribe, produce y actúa en The Bandit’s Wager). A estas primeras guionistas de westerns sucedieron muchos otras, una lista que se amplía considerablemente si incluimos también los westerns que adaptan libros escritos por autoras. 

4. Además de los filmes que protagonizan, en torno a 1912-1914, Vinnie Burns con la Solax y Louise Lester con la American Film Company, Marie Walcamp interpreta a la cowgirl Tempest Cody en una serie de nueve filmes producidos por Universal en 1919. Aunque la más famosa de estas actrices cowgirls es probablemente Texas Guinan (1884-1933), conocida como “la Bill Hart femenina”, que protagonizó muchos de los westerns dirigidos por Francis Ford o Frank Borzage, además de una serie de filmes que produjo ella misma con su propia compañía. La popularidad de la cowgirl apunta al interés que también despertaba este género entre el público femenino. 

5. Tras la francesa Alice Guy, cuyo debut como directora en la Gaumont con La fée aux choux se sitúa entre 1896 y 1902 dependiendo del autor, la americana Lois Weber –que habia trabajado como actriz de phonoscènes con Guy– es la segunda directora y productora de la historia del cine, y co-dirige, junto a su marido, su primer filme A Breach of Faith (1911). Le sigue de cerca la francesa Germaine Dulac, que empieza a dirigir filmes en 1915.

6. Bigelow ha manifestado que su intención era rodar un auténtico western, pero no pudo encontrar financiación a no ser que lo cruzara con otro género más popular en la década de los ‘80, como los filmes de vampiros. El éxito de Bailando con lobos (Dances with Wolves, Costner, 1990) poco después reavivará el interés de los productores por el western.

En los ‘90 encontramos dos interesantes westerns de época, Thousand Pieces of Gold (1991), de Nancy Kelly, y The Ballad of Little Jo (1993), de Maggie Greenwald, sobre una mujer que se disfraza de hombre para sobrevivir en el viejo oeste, y Antonia Bird rueda el western cómico de vampiros caníbales Ravenous (1999). Ya en el S. XXI algunas directoras también han explorado el neowestern con filmes que, de nuevo, cruzan los códigos del western con los de otros géneros, como el western de vampiros iraní A Girl Walks Home at Night (2014) y el western distópico The Bad Batch (2016), ambos de Ana Amirpour. Algunos de estos filmes trasladan el género a otros lugares, como Indonesia, en Marlina the Murderer in Four Acts (Mouly Surya, 2018), o la frontera canadiense con North Dakota en Little Woods (Nia DaCosta, 2018), y varios adaptan sus códigos a la época contemporánea, como los filmes de Chloé Zhao (Songs My Brothers Taught Me, 2015, y Nomadland, 2020) o Cowboys (2020), de Anna Kerrigan. 

Los westerns de época, sin embargo, son los menos frecuentes. Tras El forastero (The Outsider, Randa Haines, 2002), los más recientes son Meek’s Cutoff (2010) y First Cow (2019), ambos a cargo de la directora americana de cine independiente Kelly Reichardt, y el último estreno de la neozelandesa Jane Campion, El poder del perro (The Power of the Dog, 2021), que recibió ocho nominaciones a los premios Oscar y permitió a Campion ganar el Oscar a la mejor dirección.

A pesar de situarse en las coordenadas geográficas y temporales del género (esto es, en la frontera oeste norteamericana y en el periodo que se extiende aproximadamente desde el final de la Guerra Civil en 1865 hasta el cierre de la frontera en 1890), muchos críticos y espectadores discuten si los filmes de Reichardt y el de Campion pueden considerarse realmente westerns, no tanto porque dos de ellos se sitúan temporalmente fuera de sus límites (7) sino porque, además, se alejan de buena parte de los códigos, temáticas y tratamientos que caracterizan al género. Algo similar ocurre con los primeros westerns de la historia dirigidos, escritos, montados y producidos por una mujer, hace ya más de un siglo. Los Eastern westerns de Alice Guy con la Solax (8), a los que ya me he referido, tampoco son westerns en sentido estricto, pues preceden a la gestación de los códigos cinematográficos del género. Es fácil observar que los filmes de Reichardt y Campion y los de Guy se asemejan entre sí y a su vez se alejan del western clásico, no solo porque divergen de sus códigos en multitud de aspectos –desde el argumento, las temáticas o el perfil psicológico de sus personajes, hasta la planificación, el punto de vista narrativo, la factura visual y el tratamiento sonoro–, sino porque se desvían del canon mediante estrategias similares y con objetivos coincidentes. 

7. La historia de First Cow se sitúa en 1825 y El poder del perro transcurre en 1925.

8. En este artículo nos centraremos únicamente en cinco de sus westerns conservados y disponibles para su visionado en la red: Greater Love Hath No Men (Guy, 1911), Parson Sue (Guy, 1912), Two Little Rangers (Guy, 1912), Across the Mexican Line (Guy, 1912) y Algie the Miner (Guy, H. Schenck, E. Warren, 1912).

Del mismo modo que los filmes de Guy no acaban de encajar en los confines del género que se constituye pocos años después, los westerns de Reichardt y Campion vuelven del revés sus códigos y mitos hasta reducir sus señas identitarias prácticamente a las coordenadas geográficas y a la iconografía que define este género. Pese a la distancia de más de un siglo, es posible trazar un arco de relación entre unos y otros. Identificar una serie de rasgos comunes en estos westerns dirigidos por mujeres, en los que subyace una mirada femenina sobre el universo temático y narrativo de uno de los géneros más claramente asociados con la idea de masculinidad en la historia del cine, cuyos tópicos y simbología han influido profundamente en nuestra sociedad. Cabe plantearse, pues, en qué se diferencian los westerns dirigidos por mujeres del western tradicional [...]






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9.6.22

VIII. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




LA IMAGEN PROMETIDA
MEMORIA Y BIOPOLÍTICA EN PROMESAS DEL. ESTE, DE DAVID CRONENBERG

José Miguel Burgos Mazas





Promesas del Este (David Cronenberg, 2007)



Introducción

Como ejemplo de un giro definitivo hacia el marketing y la promoción, la producción de David Cronenberg titulada Promesas del Este (Eastern Promises, 2007) ha sido marginada a la nómina de las películas “interesantes”. Sin embargo, el paso del tiempo no ha impedido que la cinta conserve buena parte de su interés, hasta el punto de situarse en el centro del debate no solo cinematográfico sino también político-filosófico. Desde Una historia de violencia hasta Promesas de Este, Cronenberg ha depurado al máximo su tradicional obsesión por la materialidad orgánica en favor de una ficción que asigna al cuerpo su nuevo lugar en un mundo interconectado. En este sentido resulta asombrosa la capacidad del filme para iluminar retrospectivamente y con sutiles guiños cinéfilos la necesidad de reactivar el género de mafias bajo otra clave: mientras en Coppola, incluso en Scorsese, los lugares asignados a las cenas, la comida o la familia aparecen como reductos cargados de aparente humanidad, en Promesas del Este, un filme enfáticamente consciente de la atomización individualista tras la caída del Muro, esos lugares emergen como espacios que, pese a presentarse como espacios de socialización amables, no solo se limitan a constatar la corrupción y descomposición natural-corporal sino que ponen de relieve la lógica asesina que los sustenta. Esta característica, que en la primera fase de su obra toma la forma de irreversible descomposición de la materia (La mosca o Inseparables), y en la era virtual (Crash y ExistenZ) corrompe la vida en la pantalla de un ordenador, adquiere aquí una dimensión estrictamente política: donde la armonía simbólica es incapaz de resistir y la cámara solo puede dar testimonio de la caducidad corporal (Videodrome), Promesas del Este deviene, sin olvidar la connotación física de algunas de sus escenas, un juego político siniestro, iluminado desde su propia lógica interna.

En el drama clásico, la acción sacrificial del héroe se somete a un orden de representación que regula narrativamente la experiencia de la muerte y de ese modo hace posible la conciliación y el reconocimiento en un correlato necesario del origen. Como suele ocurrir en este tipo de dramas, la acción del héroe está orientada hacia una falta situada en el pasado (un haber sido –Gewesen), de la que una metafísica del tiempo que construye una relación lineal y continua entre presente y pasado debe dar cuenta de modo estable y satisfactorio. Por el contrario, películas como Promesas del Este no solo iluminan los efectos políticos que ese proceso constituyente trae consigo sino que ofrecen un esbozo muy riguroso del tipo humano que la hace posible. Frente a productos audiovisuales que alientan formas de gobierno que postulan una victoria directa de la vida frente a la muerte, la obra de Cronenberg hace de la experiencia de la muerte en sus distintas formas la matriz de la vida social y la convivencia entre los hombres. La composición, la inmediatez de imágenes explícitamente violentas, así como la ingravidez de su puesta en escena, delinean figuras y situaciones en las que la muerte, lejos de conformar un horizonte último, aparece como una instancia superable, capaz de dispensar un orden estable y duradero para la comunidad.

Por lo tanto, lo que inicialmente pretendía absolver a lo humano de su falta de fundamento –la grieta existencial que lo circunda–, se vuelve en el filme el “fundamento” mismo de una práctica que, tras diversos avatares, termina convirtiéndose en una praxis criminal. Una vez interiorizada como defecto y falta, la nada patentada debe ser neutralizada mediante un dispositivo regulador que en lugar de asumir su papel de mediador social no hace otra cosa que reproducir ese vacío en tanto no logra ofrecer a esa nada un carácter originario y no derivado. En la medida que no se comprende el estatuto de esa nada como un dato originario sino como una pérdida de la que hay que protegerse, cualquier tentativa de afrontar la nada supone la reproducción infinita de la misma. 

En este preciso sentido, el caso particular de Promesas del Este no solo ilumina la lógica, el funcionamiento y los efectos existenciales y políticos del nihilismo cotidiano, sino que pone de manifiesto, de forma inédita, el tema que desde siempre ha ocupado a un cineasta como Cronenberg y que no por casualidad es síntoma inequívoco de nuestro tiempo: en nuestra contemporaneidad, lejos de poder ofrecer un fundamento a la vida entera de una comunidad, el mecanismo del sacrificio que regula la construcción del mito del origen de las comunidades queda sin cumplimiento, y por consiguiente, en la necesidad de justificar su violencia produciendo más violencia. 

Pero si otras películas del género fijaban su atención en la descripción de estas prácticas con el fin de generar conciencia acerca su existencia o de mostrar la belleza tentadora del crimen, Promesas del Este lo hace desde una clave diferente. Tanto su concepción general como su composición anuncian de qué modo toda tentativa de construir y cerrar una comunidad en la praxis de una institución sacrificial deviene hoy una política de los cuerpos y el fundamento mismo del crimen. Buena parte de la imaginería puesta en escena por Cronenberg muestra el proceso de investidura por el cual Semyon, el jefe de los “Vory V Zakone”, pasa a ser el soberano único. Se trata de una operación que trasforma a un individuo concreto en soberano y a este en unidad que ofrece visibilidad a lo que de otra manera no sería nada: la comunidad. 


La memoria como dispositivo biopolítico

El principio representativo, concebido como el instrumento que confiere presencia a lo que permanece ausente, no solo es el que rige el orden de las acciones que la secta mafiosa trata de imprimir sino aquel que propaga el vacío que en vano trataba de controlar. Toda la celebración vacua pero esplendorosa que se evidencia en la ostentosidad de las fiestas de la mafia rusa proporciona a la comunidad la imagen de un “nosotros” compuesto por individuos completos, de vidas aparentemente satisfactorias, enteramente resueltos en sí mismos. 

En la medida en que de este modo se procura un importante estadio de perfección, reaparecen imágenes y expresiones que se asocian a las de totalidad, plenitud, deseo cumplido, solo que ahora iluminadas en su propio proceso formativo. En el centro de ese proceso de investidura se encuentra la práctica renovada del sacrificio, un leitmotiv plenamente reconocible en la trayectoria artística del autor canadiense. Incluida Promesas del Este, toda la obra de Cronenberg, desde La mosca hasta Una historia de violencia, trata de poner de manifiesto lo implicado en el doble fondo de los actos marcados por la lógica del sacrificio: lo que normalmente queda encubierto por el proceso sacrificial, es decir, la violencia y el conflicto fratricida, no solo queda marcado y excluido mediante el signo de la prohibición y olvido, sino que a la postre es lo que proporciona a la comunidad la ficción de un origen que indulta a sus individuos de su falta originaria y funda la vida de una comunidad [...]






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