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2.2.22

RESEÑA DE "JULIEN GRACQ", de Jean-Louis Leutrat, Valencia: Shangrila 2020

 





"Rescatamos" un reseña aparecida poco después de la publicación del libro Julien Gracq, de Jean-Louis Leutrat y que no habíamos dado con ella antes. 
Se publicó en Periodistas en español.com y su autor es Jesús Cabaleiro Larrán



El novelista, poeta, ensayista y dramaturgo francés, nacido como Louis Poirier, pasó al mundo de la literatura como Julien Gracq (1910-2007). Un libro escrito por el profesor Jean-Louis Leutrat (1941-2011) publicado ahora en España por Shangrila ediciones, durante la pandemia, rescata su figura y sirve para recordar su trayectoria literaria.

Pero al igual que otros muchos conocidos escritores, tuvo una gran pasión que le acompañó toda su vida, el ajedrez. Cuando acababa de publicar ‘Los ojos del bosque’ abordó la relación entre literatura y ajedrez, Gracq declaró sobre los 64 escaques: «el juego del ajedrez se inclina más, cuando se trata de grandes jugadores, hacia el arte que hacia la ciencia. Hay un dato curioso, el estilo personal aparece en grandes jugadores, es decir, en un nivel muy alto, el más grande jugador debe acercarse a la perfección y así desaparece del anonimato».

Se inició en el ajedrez a los catorce años en el liceo Georges Clemenceau de Nantes, sus primeras partidas fueron ante su hermana Suzanne, quien le enseñó el juego, entonces tenía diez años más que él. Se conservan diferentes partidas que disputó ante ella y que anotó de su puño y letra, con notación descriptiva.

Posteriormente se sumergió en libros de temática ajedrecística y en su biblioteca figuraban además de francés, en inglés y ruso. En total, contaba con más de un centenar de obras, algunas de ellas contenían anotaciones al margen que había escrito a mano.

El presidente de la federación francesa de ajedrez (FFE) e impulsor de la FIDE, Pierre Vincent (1878-1956), le envió un escrito recomendándole un tratado general de ajedrez.

Gracq citaba también a ajedrecistas como Nimzovich, «nunca refuerces los puntos débiles sino los fuertes» y entre los que seguía se encontraban Wilhelm Steinitz (1836-1900), Paul Morphy (1837-1884), Emanuel Lasker (1868-1941), Alexandre Alekhine (1892-1946) y Mijail Chigorin (1850-1908).

Conoció al pintor y ajedrecista Marcel Duchamp (1887-1968), así como jugó por correspondencia con el pintor belga René Magritte (1898-1967) con el que coincidió en separar su actividad artística o literaria con la ajedrecística.

En su etapa de profesor de historia en Quimper, en la Bretaña francesa, además de impulsar el club local de ajedrez, recibió al escritor, crítico literario y ajedrecista Eugene Znosko-Borovsky (1884-1954), jugador francés de origen ruso conocido por haber ganado en 1913 una partida a José Raúl Capablanca (1888-1942). En su biblioteca tenía varios de sus libros.

También conoció al ajedrecista húngaro-australiano Lajos Steiner (1903-1975) en Budapest, en 1931.

Por otra parte, jugaba con su editor, José Corti -en realidad su apellido era Corticchiatto- (1895-1984) con quien mantenía una intensa relación desde que le publicó su primer libro. «Se lo debo todo a los libros y casi nada al juego que practique de forma intermitente», señalaba Gracq, añadiendo que era un «lector de partidas» y lo relacionaba con «el placer de descubrir obras de estrategia» ya que se consideraba un «estratega de café».

En el libro Un hermoso oscuro (Un beau ténébreux, en su original francés, 1945), no traducido al español, el juego del ajedrez se sitúa de forma simbólica en el corazón de la relación de los principales protagonistas de la novela. «Podemos sentir el mundo (…) como un problema de ajedrez. (…) Solo tienes que poner la pieza en cada cuadrado para que todo cambie. Visto desde cierto ángulo es una operación absolutamente mágica» figura, y es el ajedrez con sus «relaciones secretas que, de un escaque a otro, dormitan sobre el tablero».

Asimismo en A lo largo del camino (Carnets du grand chemin, en su original francés, 1992) –traducido en España por Acantilado- entre otros, hace un retrato muy singular del ajedrecista Alexandre Deschapalles (1780-1847) quien tomó el relevo a Philidor (1726-1795) en el mítico café de la Régence de París. Por cierto, en esta obra también hay referencias a paisajes de España.

Al final de su vida recibió una invitación para acudir al club ‘Círculo de Ajedrez’ de la localidad de Cholet, donde tras agradecer la invitación, contestó que era un «jugador modesto» pero que el ajedrez lo había acompañado toda su vida.

Gracq, quien ejerció como profesor de geografía e historia, es conocido por haber rechazado el premio Goncourt por su libro más destacado, El mar de las Sirtes en 1951, porque apreciaba su existencia como escritor discreto ajeno a las modas y a la atención mediática, algo que mantuvo siempre.

Todo ello en coherencia con lo que denunció un año antes el ensayo La literatura como bluff (La littérature à l’estomac, en su original francés) editado en 1950, sobre la situación de la literatura y los premios literarios.

Perteneció en su juventud al Partido Comunista de Francia –militancia que abandonó con motivo del pacto germano-soviético en 1939–, y fue miembro del sindicato CGT.

Entre sus novelas además de las citadas El mar de las Sirtes (1951), Un hermoso oscuro (1945), A lo largo del camino (1992), hay que mencionar las traducidas al español En el castillo de Argol (1938), Los ojos del bosque (1958), El rey Cophetua (1970), La península (1970) y Aguas estrechas (1976).

Nació en un pueblo, Saint-Florent-le-Vieil cercano a Nantes, ciudad que reflejó con carácter autobiográfico en La forma de una ciudad (1985) al igual que recorre la capital italiana con Roma. En torno a las siete colinas (1985).

De forma póstuma aparece en una maleta su libro Las tierras del ocaso, de 1956, una metáfora de la ocupación alemana. También se publica en 2011, Manuscritos de guerra (Manuscrits de guerre, en su original francés) donde recrea su experiencia en la guerra en 1940 cuando estuvo movilizado y acabó prisionero de los nazis hasta 1941, cuando salió por motivos de salud.

El escritor español Enrique Vila-Matas lo definió como el «último clásico de la literatura francesa».







Leer




4.5.21

SOBRE JULIEN GRACQ, POR JEAN-LOUIS LEUTRAT

 

Julien Gracq / Un bello tenebroso


[...] Deleuze explica que la aportación del Barroco es haber concebido una casa de dos plantas: la de arriba, cerrada (el interior), y la de abajo, un espacio para la recepción o la receptividad (la fachada, el exterior). El mundo barroco se organiza en torno a dos vectores, «el hundimiento hacia abajo; la elevación hacia lo alto». Ambas plantas están «separadas por el pliegue que se refleja por ambos lados siguiendo un régimen diferente». El pliegue «se actualiza en los pliegues íntimos que el alma encierra en la planta de arriba y se efectúa en los repliegues que en unos y otros hace surgir la materia, siempre en el exterior, en la planta de abajo. […] La “duplicidad” del pliegue se reproduce necesariamente en los dos lados que éste distingue, pero que al distinguirlos los relaciona entre sí: escisión en la que cada término estimula al otro, tensión en la que cada uno de sus pliegues está tensado en el otro».

En los relatos gracquianos las cámaras oscuras son criptas, iglesias, gabinetes de lectura o de estampas. Y son lugares de repliegue. Un beau ténébreux [Un bello tenebroso] ilustra esta configuración en el sueño del castillo asediado: «Los postigos con ranuras resonaron todos al unísono y, revestidos de un lienzo negro para ocultar a la noche las luces del interior, comunicaron a los alineamientos de la larga fachada el lúgubre aire de enclaustramiento, el duelo inestable y desigual de los rostros enmascarados con esos parches de seda negra que cuelgan delante de un ojo arrancado. Por una ventana descendía, rasgando toda la parte superior de la fachada con unos pliegues pesados y suntuosos, un inmenso pabellón negro». La colgadura negra se ve como el interior de un guante al que se ha dado la vuelta. En el cuarto de los mapas, el estandarte rojo cae «con rígidos pliegues cuan largo es contra la pared». Si el interior está consagrado al repliegue, el exterior lo está al despliegue. «Written in Water» expresa este anhelo: «¿Podríamos jamás vivir si no es a flor de piel, dejarnos seducir por otras trampas que no sean las de los espejos?, y desplegado como esas hermosas pieles de buey que se beben el cielo cuan largas son, alisado como una cera virgen en el umbral de los grandes signos nocturnos […] volveré a habitar mi perfecta imagen» [...]

Ese «laberinto sin coordenadas» es el de «la cortina mil veces replegada y redoblada en sí misma de los álamos» de «velámenes envergados» tal y como los vemos en el Flandes holandés o en la isla Batailleuse. Pliegue, desplegadura, eclosión, repliegue. Cualquier cosa puede hacer que se pase de un estado a otro; basta un cambio imperceptible en las «sutiles improntas del aire». Esto puede ser una frase de Breton, tan semejante a una carretera perezosa o al curso del río Èvre, «amplio, largo, sinuoso, fecundo en percances, en recodos y en ecos internos […]. Estos insólitos arabescos de la frase doblada y redoblada en sí misma como el cristal hilado…» (André Breton). «Éclosion de la pierre» describe el proceso en el que adquiere forma una figura en el trabajo del grabado, es decir, cómo se constituye el texto a sí mismo. Todo el final de Un beau ténébreux [Un bello tenebroso] es el despliegue de un conjunto de poemas de Liberté grande. El título de uno de ellos, «Le Vent froid de la nuit» (tomado de Poèmes barbares, de Leconte Lisle) aparece entonces. Las diez últimas páginas de esta obra consisten en «déclore» [lit. «des-cercar», es decir «abrir»], verbo que a Julien Gracq le gusta emplear en su sentido antiguo. (71)


71. Gracq gusta de las palabras con el prefijo de- como démenager [«mudar»], démeubler [«desamueblar»], décloisonner [«eliminar separaciones»], démuseler [«quitar el bozal»], démâter [«desmantelar (una embarcación)»], désancrer [«desancorar»], défleurir [«desflorar»], déplanter [«desplantar»], désheurer [«perder la noción del tiempo»], etcétera. Con frecuencia, las yuxtapone: «Este mundo desorientado, descuadrado, de pronto entregado a una sorda deriva…» (Un beau ténébreux). La utilización de este prefijo refuerza la idea de un universo que «suelta amarras»; entra al mismo tiempo, como proceso neológico posible (désheurer), en las marcas de elasticidad del discurso, es decir, de una lengua que tiende a «zarpar» con sus puntos de induración.


La duplicidad del pliegue, el relato obtenido por dilatación, expansión de las descripciones, la amplificación o, al contrario, la miniaturización (el gusto por las iluminaciones y las capitulares), el tema de la soledad, el de la reversibilidad, la burbuja negra y la burbuja blanca [...] las figuras incorporadas al fondo, como fundidas en él [...], la proliferación de metáforas y alianzas de palabras, la teatralización del mundo, el doble foco, el laberinto, la cámara oscura, la beldad luciendo luto, todos ellos —a buen seguro esta lista no es exhaustiva— son rasgos que pertenecen al espíritu del Barroco. En su libro Poétique de la dérive, Daniel Klébaner establece un paralelo entre la deriva y el Barroco. En un primer momento los correlaciona «emparentando la deriva con lo barroco, que no contiene sino el juego en la exuberancia de los determinantes causales, la profusión en el abandono»: «Ambos son productos de la errancia, un juego gratuito de las formas, una metamorfosis en la que aquello que se metamorfosea se pierde en la metamorfosis misma». A continuación, los contrapone: «Aunque, al igual que lo barroco, la deriva es una sobreabundancia, no es tal para provocar el vértigo de la redundancia. Aquí la sobreabundancia de los determinantes es comparable a la infinidad de ruidos imperceptibles contenidos en el desenvolverse de una ola y cuya suma produce en nosotros la percepción del rumor que emite esa ola. La suma de tales determinantes causales en número infinito la percibimos como una gran indeterminación que nos confunde al considerar la deriva. Paradójicamente, esa pululación de causas alcanza así la austeridad más completa. Al contrario de lo barroco —y, sin embargo, tan próxima a él— la deriva existe en un espacio de una inmensa desnudez». (72) Ni el término austeridad ni el de exuberancia son exclusivos en la obra de Gracq, que ilustra tanto uno como otro (pobreza y proliferación). Su obra se sitúa en el distanciamiento entre ambos extremos. Junto a la inmovilidad pasmosa (de quien se queda pasmado) que habita en el ojo del ciclón, reina el movimiento, lento estremecimiento o furioso resbalamiento [...]

72. Daniel Klébaner, Poétique de la dérive, París: Gallimard, 1978, pp.30-31.


Shangrila, 2020


3.9.20

RESEÑA DE "JULIEN GRAQ, DE JEAN-LOUIS LEUTRAT Y "LA FORMA DE UNA CIUDAD", DE JULIEN GRACQ, SHANGRILA 2020






Reseña de los libros
Julien Gracq, de Jean-Louis Leutrat
La forma de una ciudad, de Julien Gracq
Shangrila 2020, en Kaosenlared

Por Iñaki Urdanibia

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27.6.20

V. "JULIEN GRAQ", Jean-Louis Leutrat, Valencia: Shangrila 2020



Julien Gracq



Todo esto sucedió en tiempos muy remotos.
Me refiero a un tiempo que, sin duda,
nunca más regresará. 

Julien Gracq, Lettrines 2


La flor japonesa

Ninguna biografía de Gracq es posible por cuanto los elementos materiales de ésta son prácticamente desconocidos y porque la historia de la sensibilidad del escritor ya la escribió él mismo y la diseminó en sus libros sin culminarla. En concreto sabemos que solamente se ha publicado un tercio de los diecinueve cuadernos de notas que escribió. Es menester, pues, buscar esta «biografía» tanto en sus narraciones como en sus «preferencias» o en los poemas en prosa. Literalmente, se trata de una vida escrita.

Conocemos la comparación con la que Marcel Proust concluye su descripción de la experiencia de la magdalena: «Y así como en ese juego en el que los japoneses se divierten sumergiendo en un cuenco de porcelana lleno de agua unos trocitos de papel hasta entonces indistintos y que, apenas se sumergen, se estiran, se perfilan, se colorean, se diferencian, se transforman en flores, en casas, en personajes consistentes y reconocibles, así también ahora todas las flores de nuestro jardín y las del jardín del señor Swann, y las ninfeas de Vivonne, y la buena gente del pueblo y sus pequeñas moradas y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo lo que adquiere una forma y una solidez salió, la ciudad y los jardines, de mi taza de té» (Por donde vive Swann).* Gracq retoma la comparación y la vuelve contra Proust efectuando una transformación irónica: «Cuando [Proust] me arroba me vienen al pensamiento esas bolsitas de sopa deshidratada en las que, una vez en el plato, de pronto, recompone incluso sus zarcillos una maravillosa hebra de perejil» (Capitulares). Sin embargo, en el mismo libro, acerca de uno de los recuerdos del escritor relativos al teatro, podemos leer: «Hasta donde recuerdo, el acuario mágico del teatro nunca ha extraído de un puñado de hojitas esmeradamente deshidratadas semejante flor japonesa». Es menester la presencia de unas aguas revitalizantes (algo que se sobreentiende con las palabras «acuario» y «deshidratadas») para que el recuerdo se reconstruya en su luz singular. Se precisa una «recarga afectiva» dotada del «poder de eclosión del filtro amoroso». Estas expresiones las emplea Gracq al referirse a Stendhal y su relación con Italia, esa Italia «que él siempre confundió […] con el uso del teatro y la ópera»: «De la parte de comedia presente en lo italiano […] Stendhal extrajo e hizo que se abriera como una flor japonesa toda una fantasía de costumbres que lo embelesó hasta sus últimos días» (Leyendo «escribiendo»). 

* N. de T.: Du côté de chez Swann, título del primer volumen de À la recherche du temps perdu, y que se ha venido traduciendo, de manera imprecisa, como Por la parte de Swann o Por el camino de Swann. Entre otras, existe trad. esp. a cargo de Mauro Armiño: A la busca del tiempo perdido, Madrid: Valdemar, 2015.

En la obra de Julien Gracq no hay magdalena y, en concreto, los perfiles y la elegancia están perdidos. Gilles Deleuze escribe lo siguiente sobre la memoria involuntaria: «El verdadero continente no es el cuenco, sino la cualidad sensible, el sabor, la cadena de objetos y personas que se conocieron en Combray, pero Combray en cuanto esencia, Combray en cuanto puro Punto de vista, superior a todo cuanto se vivió desde ese cabal punto de vista, que aparece finalmente para sí y en todo su esplendor, en una relación de corte con la cadena asociativa que no estaba haciendo hacia él sino la mitad del camino. El contenido, por cuanto nunca se ha poseído, está tan totalmente perdido que su reconquista es una creación. Y es precisamente porque la Esencia como punto de vista individualizante corona toda la cadena de asociación individual con la que rompe por lo que ésta no sólo tiene el poder de recordarnos intensamente incluso el yo que ha vivido toda la cadena, sino que nos hace revivirlo en nosotros al volver a individualizarla con una existencia pura que ese yo nunca ha vivido. Toda “explicación” de algo es, en este sentido, la resurrección de un yo» (Proust y los signos).* La figura lingüística de la implicación, es decir, del engranaje, del envolvimiento, conjugada con la del despliegue le es familiar a Julien Gracq, por eso hace suya la flor japonesa tan preciada por Proust. «Al igual que un álbum de fotografías de familia que ojeamos al alzar nos habla de nuestro pasado, pero un pasado a la vez aprestado con sucesos vivos y, sin embargo, indeciblemente un pasado personal, que nos insufla al mismo tiempo el sentimiento vital del contacto con el tallo matriz y la tonalidad delicada y todavía débilmente sonriente de lo marchito, tales lugares alzan, de un modo enigmático, un velo sobre el futuro: de antemano entrañan los colores de nuestra vida; al contacto de esa tierra que, en cierto sentido, se nos había prometido, todos nuestros pliegues se despliegan de la misma manera en que se abre en el agua una flor japonesa: inexplicablemente, nos sentimos en una tierra conocida y como si estuviéramos en medio de las figuras de una familia aún por venir» (Las aguas estrechas). La «biografía» de Julien Gracq es como esa flor: está «explicada» a través de la obra entera.

* N. de T.: Existe traducción castellana a cargo de Francisco Monge, Barcelona: Anagrama, 2006.

La diferencia entre Gracq y Proust es más palmaria en la manera en que cada cual contempla el resurgimiento del pasado. En En busca del tiempo perdido, el pasado sobreviene [sourvient], mientras que en la obra de Gracq éste «bajo-viene» [sous-vient], viene desde abajo [...]




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26.6.20

IV. "JULIEN GRAQ", Jean-Louis Leutrat, Valencia: Shangrila 2020



Julien Gracq



Mas callemos: lo que sé es mío, y cuando
esta agua se vuelva negra, poseeré la noche
entera con el conjunto íntegro
de estrellas visibles e invisibles.

Paul Claudel, Conocimiento del Este





Caminos 

Hay un título de una obra del geólogo alemán Eduard Suess, Das Antlitz der Erde [La faz de la tierra], que «siempre fascinó» a Gracq, que empleó la expresión en incontables ocasiones. (73) Esta «faz de la tierra» que Gracq acarició tan amorosamente comprende sus lugares predilectos: el Flandes holandés, el bosquecillo, otro laberinto («cada recodo del camino conduce a una puerta cauta, y detrás de ti otra puerta se cierra. Paisaje atravesado como una casa compleja, una habitación tras otra: todas las puertas dispuestas en zigzag, y jamás dos cercas una frente a la otra» [La península]), la meseta volcánica de Salers, los altiplanos volcánicos de la región de Aubrac y el macizo de Cézallier «a lo largo de los cuales caminamos como si fueran un mar de la Luna», las regiones de Sologne, la Landas, la Bretaña… El primer contacto del escritor con Venecia crea un lazo muy estrecho que quedó intacto con el paso del tiempo: Gracq frecuenta los Fondamente Nuove para experimentar la sensación de «una deriva atrayente a lo largo de siglos muertos hacia las encalladuras de la no-duración» (Roma. En torno a siete colinas). Aprecia Madrid, de un «extraordinario desaliño monumental», y París «de principio a fin hechizado por su río, bordeado por niveles de piedra cual si fuera una piscina, sombreado por los árboles, enguirnaldado de hiedra y adonde, por un hilo de placer, parecen confluir todas sus calles lo mismo que las alamedas de un jardín veraniego conducen hacia el estanque» («Souvenir d’une ville inconnue»).

73. Principalmente en Capitulares: «Las carreteras de Castilla, donde por doquier se circula directamente sobre la faz de la tierra»; los escritores «que no saben sino aprehender los grandes movimientos de un paisaje, que sólo saben descifrar la faz de la tierra cuando ésta se desnuda». Asimismo, en Lettrines 2: «A mi alrededor, no sólo la forma de las ciudades ha cambiado, sino también la faz de la tierra»; en La península: «Cuando llevaba mucho rato conduciendo y escrutaba largamente la faz de la tierra…»; por último, en Leyendo «escribiendo» habla de «los rasgos de la tierra», etcétera.

Gracq procura deslastrar las ciudades de toda fuerza de gravedad, con lo que contribuye así al proyecto que deseaba Michel Butor de «acelerar el tránsito hacia un nomadismo lujoso y novísimo». No es de extrañar que Butor haga esto en unos textos que no pertenecen a ningún género concreto. Así lo dice Butor: «El poder absoluto del centro en relación con el espacio circundante hacía que, partiéramos del punto del que partiéramos, no había, en efecto, sino una dirección permitida, y ésta se traducía en los textos por su alineación, lo más fuerte posible. […] Si la novela, tal y como se ha desarrollado en los últimos siglos, es la expresión por excelencia de la gran ciudad clásica, lo que hoy en día debemos desarrollar son nuevas formas móviles y abiertas, anillos y redes, para los cuales los siglos pasados pueden procurarnos numerosos esbozos». (74) En Londres, el joven Louis Poirier descubre y experimenta aquello que se convertirá en su enfoque favorito del tejido urbano, «la deambulación indefinida y sin puntos de referencia» («Souvenir d’une ville inconnue»). Julien Gracq se forma de Nantes la imagen «de un nudo mal atado de vías radiales divergentes a lo largo de las cuales el fluido urbano fluye y se diluye en la campaña del mismo modo en que la electricidad se escapa por los extremos» (La forma de una ciudad). 

74. Michel Butor, «La ville comme texte», L’Art des confins: Mélanges offerts à Maurice de Gandillac, París: PUF, 1985, p.78.

Del árbol a Gracq le gusta la apariencia de los ramajes desplegados como un pulmón, es decir, no se trata ni de la raíz ni del tronco, sino de lo que más se asemeja a un rizoma. Los caminos en los mapas dibujan tales trazados. En cualquier caso, lo que se pone de manifiesto es su «tropismo de las lindes», que es, en primer lugar, de naturaleza erótica: «Encuentro el sentimiento agridulce —que el sueño a menudo nos restituye, pero que yo vivía entonces de un modo familiar— de una deriva aletargada, glacial, a lo largo de un vasto cuerpo viviente cuya respiración sentimos muy cercana, pero a la que un perverso sortilegio impide alcanzar» (La forma de una ciudad). Jean-Pierre Richard señala que en el viaje erótico gracquiano «la mujer constituye a la vez el destino y el camino: inmanente y transcendente respecto al deseo, a la vez poseída y atravesada, si se me permite decirlo, hacia ella misma, hacia su posesión siempre imposible, y es ahí donde, en la obra de Gracq reside el enigma del gozo». (75)

75. Jean-Pierre Richard, «À tombeau ouvert», Microlectures, París: Seuil, 1971, p.276.




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23.6.20

III. "JULIEN GRAQ", Jean-Louis Leutrat, Valencia: Shangrila 2020


Julien Gracq



…y sus libros, escondidos,
¡que se habían sumergido en el océano!

Arthur Rimbaud, «Los desiertos del amor»




El pobre ensueña 

Tengo un don para pasear sin rumbo. Me ha interesado mucho el ajedrez en determinados períodos que vuelven de manera cíclica: son los períodos en que no escribo. […] Eso seguramente esté relacionado con el placer que me procuran las obras sobre estrategia: me gusta la estrategia de andar por casa. (42)

42. «L’écrivain au travail», entrevista con Julien Gracq a cargo de Jean Roudaut, art. cit., p.19.

Julien Gracq asimismo escribe que, en el ajedrez, «basta poner la pieza en una casilla que nada indica para que todo cambie. Visto desde cierto ángulo, hay en ello una operación absolutamente mágica» (Un beau ténébreux). Los estudios del ajedrecista Richard Réti «parecen a veces llevar la impronta de la brujería» (Lettrines 2).

Hay una pieza del ajedrez que tiene un desplazamiento «desviado»: el caballo, cuyo movimiento, sinuoso y quebrado, está erizado de cambios de dirección. El problema del caballo, mencionado con relación al juego suicida de Allan en el casino, reside en intentar «rizar el rizo» a fuerza de zigzags y ardides, de recorridos sinuosos, oblicuos y en forma de estrella, es decir, en recorrer todos los escaques del tablero sin pasar dos veces por el mismo. De igual modo, el caballo es la única pieza que, aun pudiendo saltar por encima de las demás, evita las defensas sin atravesarlas. 

Julien Gracq juega al ajedrez cuando no escribe. El mundo del ajedrez, «cristalino, congelado», nada tiene que ver con la novela, pero sí mucho con la poesía. De hecho, el ajedrez, con sus «relaciones secretas que, de un escaque a otro, dormitan sobre el tablero» (Un beau ténébreux), evoca la facultad del poeta de despertar «unas imágenes con otras conforme a un código secreto, a unas leyes de correspondencia ocultas en lo más profundo» (Préférences). 

Pasamos de una imagen a otra. Así, el personaje de La península ve encenderse las candilejas, unos fuegos artificiales como pocos: «El campo mudaba en un teatro en el que un dedo de fuego delicadamente venía a tocar y alumbrar el matorral de muérdago de un manzano aislado en su herbazal, la pizarra mojada de una finca rodeada por un encinar: todo se convertía en emboscada, aparición, un destello que tan pronto como se apaga se vuelve a encender». No podemos evitar pensar en el «trazado pirotécnico» de las imágenes inflamándose y volviéndose a encender entre sí en el espíritu del escritor, esa «fuga alegre y enfebrecida». (43)

43. «Lo importante en los poetas […] es la facultad de saltar más ligeramente, más libremente de una imagen a otra, despertar a unas con las otras mediante un código secreto, unas leyes de correspondencia ocultas. Es, si se quiere, una especie de arte de la fuga» (Préférences).
«Pero este repentino desencadenamiento de un genio prisionero de la materia que lleva a cabo el recuerdo […] es una fuga alegre y enfebrecida que, para mí, es el motor y el principio: con su destello reanimado, las imágenes amadas y durante mucho tiempo ensombrecidas  –todas las imágenes– se inflaman y van volviéndose a encender una a una; un trazado pirotécnico zigzaguea a través del mundo aletargado y lo recorre en forma de relámpago siguiendo las fracturas secretas que, año tras año  –de una experiencia o de una lectura a otra, de un encuentro esencial a otro– han marcado para siempre mi clave personal» (Las aguas estrechas).

Una sola imagen puede atravesar un texto, inervarla. El pensamiento nace «en el seno de una imagen que tiende a dilucidarse» (André Breton). La comparación ayuda a expresar, a comunicar «una impresión difícil de determinar de otro modo que no sea mediante ejemplos». La imagen crea la idea, como por ejemplo en esta descripción del universo de Memorias de ultratumba: «Un extraño universo lagunoso que deriva poco a poco hacia la noche, perforado por esos largos desgarros intercalados que se observan en las nubes del ocaso, fragmentado por los formidables abatimientos del recuerdo» (Préférences). Así como el vocabulario bursátil recorre el texto entero de La literatura como bluff, así la imagen de la fusión a alta temperatura atraviesa «Le Printemps de Mars». 

Gracq siempre insistió en la idea de la pobreza en lo que atañe a las imágenes preferidas de un escritor, no por un sentimiento de humildad, sino para acceder a lo más alto. Gracq recuerda esta frase de Mozart (que le enseñó Robert Bresson) acerca de algunos de sus conciertos: «Se sitúan justo a medio camino entre lo dificilísimo y lo facilísimo. Son brillantes… pero les falta pobreza». (44) [...]

44. Esta expresión se halla en una carta del músico. Robert Bresson la menciona en Notes sur le cinématographe, París: Gallimard, 1975, pp.42-45 [existe trad. esp. a cargo de Daniel Aragó Strasser: Notas sobre el cinematógrafo, Madrid: Árdora, 1997]. Un pasaje de La península parece una alusión al sentido de economía que pone de manifiesto la obra de Bresson (máxime por cuanto uno de los proyectos no realizados del cineasta es La Genèse): «[…] muy cerca, el mugido de una vaca, como si desembarcara por fin el Arca» (p.76).




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16.6.20

II. "JULIEN GRAQ", Jean-Louis Leutrat, Valencia: Shangrila 2020



Julien Gracq - Foto: Jean Suquet



Ola única de la que soy el mar creciente.
Rainer Maria Rilke, Sonetos a Orfeo*


Las máscaras y la pluma

Todo el mundo sabe que, para los autores de libros, existe una biografía del escritor distinta de la del hombre, que posee su curva, sus propias peripecias, sin un lazo aparente con los acontecimientos de su vida, pues los únicos elementos que la forman son los libros, los escritos y los malogrados, así como aquello que los ha originado. En esta biografía de escritor, mis libros no tratan de disimular nada. (1)

N. de T.: Sonetos a Orfeo, traducción a cargo de Carlos Barral, Barcelona: Lumen, 1985.
1. «L’écrivain au travail», entrevista con Julien Gracq realizada por Jean Roudaut, Magazine littéraire, nº 179, p.18.

Existe Louis Poirier y existe Julien Gracq. Profesor, el primero vivió una vida marcada por el ritmo escolar. Hay «una línea dura de segmentación en la que parece que hay que rendir cuentas de todo y en la que todo está previsto, el principio y el final de un segmento, el paso de un segmento a otro. Así es como está construida nuestra vida». (2) Existe otra línea, flexible, formada por «pequeñas segmentaciones en actos que, al nacer, parecen estar presas en un rayo de luna o en una escala de intensidad». Esta línea imperceptible está hecha de vibraciones intermitentes que atraviesan a la persona. Hay una tercera línea que enlaza con el trabajo del escritor. Es en esta línea de fuga, «pura línea abstracta», en la que Julien Gracq se olvida de su persona (mejor dicho, de la de Louis Poirier) para abandonarse a un viaje inmóvil y fundirse con unos paisajes y unas ciudades que no existen sino por su escritura. Las tres líneas no cesan de entrecruzarse y de actuar las unas en las otras. Si bien Louis Poirier lleva «[en su opinión] una vida casi siempre monótona», sus días y sus años «mudan constantemente con los colores del momento y de las estaciones»: (3) tales vibraciones de intensidad son las que primordialmente constituyen el material del escritor. 

2. Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mille Plateaux, París: Éditions de Minuit, 1980, pp.235-252. [Existe trad. esp. a cargo de José Pérez Vázquez, Mil mesetas, Valencia: Pre-textos, 2010.]
3. «Les Yeux bien ouverts», Préférences, p.53.

Louis Poirier y Julien Gracq presentan al mundo diversas máscaras: la del profesor «con un mecanismo bien engrasado», la del hombre gris, la del dandi que luce corbatas vistosas y, por último, la del escritor reservado que sabe declinar las invitaciones de los medios de comunicación. Quienes se han acercado a él mencionan su cortesía, sus destellos de ironía, su mirada penetrante y de una vivacidad poco común, así como su sonrisa: «Cuando sonríe, su rostro de delicados rasgos, con el pelo cortado al ras, se ilumina de pronto con una luz más tierna, casi infantil». (4) La palabra clave es discreción: la discreción de un hombre que espera que igualmente hagamos uso de ella en lo relativo a su persona. 

4. Jean-René Huguenin, entrevista con Julien Gracq, Arts, nº 688, 17-23 de septiembre de 1958, p.5.

De su existencia, Julien Gracq sólo dio a conocer aquello que consideró útil y en el momento en que él quiso. Cada «cronología» en la que aceptó colaborar aporta su cupo de nuevos detalles. Se trata de informaciones estrictamente controladas, de tal suerte que las páginas consagradas a su vida en la edición de la Pléiade ciertamente constituyen la versión autorizada y definitiva de su biografía. Tales páginas comprenden numerosos pormenores sobre la genealogía de Louis Poirier. Tras el exceso de detalles, se percibe el humor: el lector lo conocerá todo sobre sus antepasados, desde aquel homónimo a quien, en 1793, con amenazas le arrebataron un trozo de terreno por razones políticas. 

Su familia se divide entre «azules» o «republicanos» y «blancos» o «monárquicos», entre los «amigos de la parroquia» y los espíritus libres, en cualquier caso, siempre espíritus fuertes. Louis Poirier añade un poco de rojo al conjunto al afiliarse al Partido Comunista desde finales de 1936 hasta finales del mes de agosto de 1939. Después, el rojo figura de manera exclusiva en la corbata que luce hacia 1950, según el testimonio de Stanislas Rodanski: «En aquel entonces volví a ver a Gracq, que andaba enfrascado en una partida de ajedrez con Hérold. Yo admiraba profundamente su corbata del color de la sangre. Todo ello, perfecto para una tempestad». (5) El color sangre recuerda al lector la rosa emblemática de Orsenna y la mácula que, en el corazón, lucen Allan y Dolorès durante el baile de disfraces de Un beau ténébreux. La afiliación al Partido Comunista probablemente sea algo más que una intemperancia prontamente contenida. Como dice Gracq en su prefacio a La Victoire à l’ombre des ailes, una recopilación de textos de Rodanski, «en aquella época el comunismo estaba presente de un modo muy contundente, con una presencia intelectual y, en mayor medida, tal vez pasional: los derechos de la presencia son inmensos, algo que está escrito en Las afinidades electivas». (6) Secretario del sindicato CGT de su instituto en Quimper, Louis Poirier es el único en seguir la consigna de la huelga anunciada para el 20 de noviembre de 1938, lo que le vale una suspensión temporal de sueldo. Ya nunca volverá a aquello sino «leyendo escribiendo»:

Releo Les Luttes de classes en France y Le 18 Brumaire de Louis Bonaparte con una admiración y una alegría puras. Nada alcanza lo elevado del tono, la claridad del trazo —que atraviesa de medio a medio sin ni siquiera hacer sangrar—, el gozo feroz y alborozado del Marx periodista (Capitulares).*

5. Stanislas Rodanski, La Victoire à l’ombre des ailes, París: Le Soleil noir, 1975, p.40.
6. Prefacio de La Victoire à l’ombre des ailes, p. 14. Sobre los derechos de la presencia, véase En lisant «en écrivant», p.236 [Existe trad. esp. a cargo de Cecilia Yepes: Leyendo «escribiendo», Madrid: Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, 2004].
* N. de T.: Lettrines en el original, libro cuya traducción al español estuvo a cargo de María Teresa Gallego para la editorial Días contados, 2012. Todas las traducciones de los fragmentos de Gracq que aparecen en este libro son nuevas traducciones, no obstante la existencia de varias obras del escritor traducidas al español. El lector encontrará en el apartado de bibliografía la lista de las obras de Gracq traducidas al castellano. Cuando en el libro se citan obras de otros autores franceses, son éstas también traducciones nuevas, aunque a pie de página se cita la traducción publicada en España cuando la hubiere. Las citas cuya lengua original es distinta del francés están tomadas de las traducciones españolas existentes y hacemos referencia a ellas a pie de página.

De manera diferente, en Préférences («Lautréamont toujours») enaltece «el rechazo y la rebelión [que] se hallan en el hombre de un modo tan esencial como la conciencia», ensalzando sobre todo los del adolescente, en recuerdo de sus clases en el instituto de Nantes: «Lo propio de la infancia, eternamente anárquica, es una aversión natural y principesca a todo orden razonable». Considera que el paso de los bancos del colegio «al estado de lanzadores de bombas» representa «una de las trayectorias humanas de mayor pureza de línea en que pueda soñarse: la de una rebelión absolutamente incondicional». (7)

7. En Saint-Just le impacta el hecho de haber sido «lanzado desde el colegio al terrorismo abstracto» (entrevista con Jean-René Huguenin). Evoca «la pincelada de fulgurante poesía» que representan los estudiantes rusos del Hôtel des Touristes en el bosque, hacia 1907, quienes vivían «en el destello de las hojas del abedul y del álamo temblón en pleno bosque careliano» e iban cada semana a San Petersburgo «con las maletas bien cargadas de dinamita» (Préférences). Esto trae al pensamiento las sugerencias de Mille Plateaux [Mil mesetas] sobre «la jovencita en el terrorismo ruso, la joven de la bomba, guardiana de dinamita» (p.339). 

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15.6.20

NOVEDAD: I. "JULIEN GRAQ", Jean-Louis Leutrat, Valencia: Shangrila 2020







Como sabemos, todo libro se nutre, en efecto, no sólo de los materiales que le proporciona la vida, sino asimismo, y acaso especialmente, del espeso mantillo de la literatura que lo ha precedido. Todo libro crece sobre otros libros, y tal vez el genio no sea sino la aportación de unas bacterias concretas, de una delicada química individual por medio de la cual un espíritu nuevo absorbe, transforma y, finalmente, restituye, con una forma inédita, no ya el mundo en bruto, sino la enorme materia literaria que preexiste en él.  

A despecho de las apariencias, la literatura se escribe en verdad a dos manos, como la música de piano. La línea, la melodía verbal, se alza y se apoya sobre una base continuada, un acompañamiento de la mano izquierda que recuerda la presencia en segundo plano del corpus de toda la literatura ya escrita, y que señala, con discreción y firmeza, que por siempre jamás hemos abandonado el registro de la comunicación trivial. En realidad, al igual que no hay en la ópera partes habladas, jamás ha existido en la literatura lo hablado. Ni en los tiempos de Homero ni tampoco en los de Céline o Queneau. 

¿Por qué desde muy temprano arraigó en mí el sentimiento de que si bien sólo el viaje —el viaje sin ánimo de retorno— nos abre las puertas y puede cambiar nuestra vida de veras, un sortilegio más oculto, que semeja el manejo de la varilla del zahorí, se liga a ese paseo favorito entre todos, a esa excursión sin aventura ni imprevistos que nos lleva en unas horas a nuestro puerto de amarre, a la clausura de nuestro hogar familiar?

Julien Gracq