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29.11.16

III. "ANTES Y DESPUÉS DE AUSCHWITZ", PABLO FERRANDO GARCÍA Y JAVIER MORAL MARTÍN, Shangrila, 2016.




 Introducción
Pablo Ferrando / Javier Moral


 La cuestión humana, Nicolas Klotz, 2007



[...] llama la atención en este comienzo de siglo la presencia en las pantallas cinematográficas de numerosas películas que se han acercado de nuevo a esa oscuridad impenetrable que simboliza Auschwitz. [...]


La extrema profusión de títulos, pues, continúa alentando el debate: ¿Por qué volvemos de manera insistente a Auschwitz? ¿Por qué nos mostramos incapaces de ignorarlo, de sepultarlo en cuanto acontecimiento ya concluido, ajeno a nuestro presente? Al margen de las lógicas culturales del capitalismo tardío y su voracidad mediática y mediatizadora, la respuesta dista de ser sencilla: la complejidad del desastre impide su agotamiento desde una única perspectiva de análisis, y las motivaciones se hunden en lo más profundo de nuestra concepción social.


II
En primer lugar, el exterminio de seis millones de personas en el corazón de Europa puede ser considerado el acontecimiento que nos constituye como sociedad. Auschwitz simboliza el límite mismo de nuestra decibilidad colectiva, opera como lo impensable desde el que pensarnos. Es el núcleo exterior que nos define y nos nombra, el punto de partida insalvable desde el que establecer cualquier reflexión sobre el occidente moderno, sobre nuestra identidad social.

Acontecimiento absoluto de la historia en palabras de Maurice Blanchot, lo que ocurrió detrás de las alambradas traspasó todos los límites de la humanidad, “quemazón en que se abrasó toda la historia, en que se abismó el movimiento del Sentido, en que se arruinó el don no perdonable ni consentido”. La abyección más extrema trastornó por completo la conciencia de la civilización occidental. Auschwitz desbordó su capacidad para procesar un acontecimiento de tal envergadura, rasgó su membrana protectora y le impidió absorber el brutal impacto de lo real. El conocimiento de la barbarie no pudo ser incorporado a la experiencia social y quedó instalado en las capas más profundas de la conciencia de occidente como un exceso energético imposible de acomodar.
 
Convertido Auschwitz en un hecho histórico traumático, los síntomas de dicha condición no regresaron más que después de un periodo de latencia. No en vano, el genocidio sufrió un “eclipse casi total” en la sociedad occidental -incluyendo a la recién creada Israel-, durante los años 50 y la primera parte de la década posterior. La visibilidad del exterminio judío no comenzó hasta mediados de los 60, emergencia que puso en evidencia el retorno de lo reprimido y los procesos complementarios que lo definen: el regreso compulsivo al momento determinante en que el sistema defensivo social fue desbordado y la necesidad imperiosa de elaboración de los acontecimientos que lo excedieron. El juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961, la Guerra de los Seis Días en 1967, o la intensificación de los discursos de la memoria sobre el genocidio judío en Europa y EEUU a comienzos de los 80, momento decisivo en la visibilidad global del exterminio, pueden ser analizados desde esta perspectiva. La batería de aniversarios que se extendieron durante la década (la rememoración del ascenso de Hitler al poder en 1983, de la Kristallnacht en 1988, la apertura de un museo en la mansión donde tuvo lugar la conferencia de Wannsee en 1992, etc.), y la apremiante actividad cultural desplegada con la aparición de numerosos libros y películas sobre el asunto, se perfilan así como síntomas inequívocos de nuestra necesidad de regresar siempre de nuevo al agujero negro de Auschwitz.


III

A la respuesta psicoanalítica se superpone otra reflexión de corte filosófico que reclama con determinación nuestra responsabilidad social como señalara Jürgen Habermas:

Las catástrofes de nuestro siglo han introducido una nueva mudanza en esta conciencia del tiempo. Ahora nuestra responsabilidad se hace extensiva incluso al pasado. Este no puede aceptarse simplemente como algo fáctico y acabado. Walter Benjamin definió con suma precisión las demandas que los muertos hacen a la fuerza anamnética de las generaciones vivas. Es cierto que no podemos reparar el sufrimiento pasado ni reparar las injusticias que se hicieron a los muertos; pero sí que poseemos la fuerza débil de un recuerdo expiatorio. Solo la sensibilidad frente a los inocentes torturados de cuya herencia vivimos es capaz también de generar una distancia reflexiva respecto a nuestra propia tradición, una sensibilidad frente a la terrorífica ambivalencia de las tradiciones que han configurado nuestra propia identidad. Pero nuestra identidad no es solamente algo con que nos hayamos encontrado ahí, sino algo que es también y a la vez nuestro propio proyecto [HABERMAS, Jürgen, Identidades nacionales y postnacionales]

En esa apelación a una tradición que no es solamente encontrada, sino que es también y a la vez nuestro propio proyecto, Habermas reformula el eje esencial del pensamiento de la Escuela de Franckfurt, sintetizada en el dictum de Theodor Adorno: el hombre debe “orientar su pensamiento y acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante”.




 La cinta blanca, Michael Haneke, 2009


La distancia respecto al desastre del segundo en comparación con la cercanía del primero confiere aún mayor vigor a la sentencia: debemos responsabilizarnos del pasado para comprendernos mejor en el presente, y poder proyectarnos así con mayor capacidad de éxito hacia el futuro. No se trata por tanto de embalsamar el recuerdo de Auschwitz, sepultarlo bajo el peso de la conmemoración institucionalizada y la ritualización memorial. Antes bien, se trata de comprender y asumir que la barbarie nos interpela directamente, que proyecta su hedionda luz fatua sobre nuestro hoy. Tanto La cinta blanca como La cuestión humana, que sortean las interpretaciones más consoladoras del desastre, hacen suya esta premisa: Auschwitz no debe ser considerado como algo clausurado y por tanto ajeno a nuestra realidad, sino como un espejo o juego de espejos en los que la sociedad debe mirarse de frente con valentía. O en otras palabras, el presente puede (y debe) verse bajo el prisma del exterminio, tal es la tesis que defienden los dos filmes de nuestro estudio.
Es por eso que, pese a la memoria del horror, pese a la experiencia adquirida con el paso de los ciclos de la historia, aún seguimos percibiendo los turbadores reflejos de Auschwitz. De ahí que rechacemos con vehemencia la falaz idea de John Boyne cuando  afirma en las últimas líneas de su novela comercial8 que ya no volverá a suceder el exterminio masivo de seres humanos. La urgencia de los acontecimientos contemporáneos parece contradecirle y confirmar el oscuro diagnóstico: la barbarie no está tan lejos ni tan superada como podríamos suponer, el límite puede ser franqueado de nuevo en cualquier momento.

Por un lado, las desoladoras imágenes televisivas del hacinamiento de miles de refugiados en trenes y autobuses mientras atraviesan Europa y sus alambradas huyendo del horror de sus países. Las escalofriantes escenas de miles de cuerpos amontonados sobre ataúdes flotantes en mitad del mediterráneo, pendientes de las decisiones de unos poderes políticos timoratos y presos de su sumisión al poder económico. El ascenso de movimientos de ultraderecha que vuelven a nutrirse del odio al extranjero, siempre susceptible de segregación y se aprovechan del desánimo social ante la flagrante dejación de los políticos y autoridades económicas y esconden su estrechez mental en la retórica inflamada y vacua de la pureza de la raza. Todos ellos operan como signos que nos avisan de que la amenaza persiste aún hoy, de que ese maravilloso presente sin conflictos no es más que una añagaza de la derecha neoliberal para mantener su status quo y su posición de dominio. Unos signos además, que nos desafían y solicitan nuestra actuación, exigen nuestra “indignación”, el impulso ciudadano que permita reconstruir esa realidad que a veces se asemeja con demasiada claridad a aquella otra que hizo posible la barbarie.

Por otro lado, tanto la crisis económica como las deformaciones producidas en las bases educativas del sujeto contemporáneo han sido temas actuales de enorme preocupación social. En septiembre de 2015 recibimos la noticia de una chica de 13 años que había pegado una brutal paliza a otra de edad similar en un parque público de Gandía (Valencia). La agresora iba acompañada por sus amigos que jaleaban y grababan con sus móviles el acto violento. Algunas asociaciones españolas lamentaron que este tipo de sucesos esté siendo cada vez más frecuente entre jóvenes menores de 15 años. La conclusión a la que se llegaba en dicha noticia es que el sistema educativo estaba fallando, pero sin duda la familia también tendrá algo que ver.

En definitiva, la imposición de una ley patriarcal dogmática a un sujeto que sublima toda la violencia ejercida sobre él bajo la forma de una sumisión rayana en la perversión, es lo que denuncia La cinta blanca. La amoralidad de una contemporaneidad regida por el mandato económico, que transforma al individuo en una pieza instrumental sometido a las necesidades del sistema (incluso en contra del mismo sujeto), es la tesis que defiende La cuestión humana. Pasado, presente y futuro se entrecruzan así en un diálogo abierto, en permanente revisión y siempre en relación de inestabilidad; intrincado juego de espejos que permiten dibujar el siniestro rostro de Auschwitz.
 




28.11.16

II. "ANTES Y DESPUÉS DE AUSCHWITZ", PABLO FERRANDO GARCÍA Y JAVIER MORAL MARTÍN, Shangrila, 2016.




 Prólogo
CUESTIÓN DE VISIBILIDAD
Imanol Zumalde


 La cinta blanca, Michael Haneke, 2009


Entre las señas de identidad del ISIS, acrónimo del Estado Islamico de Irak y el Levante, descuella su notoria fascinación por la imagen. Solo quien concede a lo icónico un estatus trascendente es capaz de compaginar esa iconoclasia de manual que les apremia a destruir las imágenes sagradas que caen en sus manos, con la pulsión por dejar constancia de su feroz e insaciable praxis punitiva a través, precisamente, de un insólito catálogo de imágenes difundidas urbi et orbi. Porque no hablamos de imágenes cualquiera, sino de objetos visuales de impecable factura que surgen de un evidente empeño por mostrar la salvajada en las mejores condiciones de visibilidad. De manera que el snuff yihadista del ISIS violenta nuestra mirada tanto por las ancestrales técnicas de matarife que manejan sus verdugos, a menudo menores de edad inmersos en su bautismo de sangre, cuanto por la refinada elegancia de su puesta en imagen. Horror sin tapujos, empaquetado en primoroso Full HD.

Esta fe (o confianza ciega) en la imagen y sus catárticos poderes también es apreciable en el modus operandi de Al-Quaeda, su contrincante táctico en el seno de la Yihad islámica. Así lo puso de manifiesto al menos su performance suprema del 11-S, atentado colosal gestado concienzudamente con la vista puesta en infringir el mayor destrozo posible así como en provocar, sobre todo, el mayor impacto mediático, lo que en este mundo nuestro donde la realidad se nos manifiesta en imágenes significa su visualización más rentable. El despliegue coreográfico de la acción (cuatro aviones de diferentes trayectorias que impactan sucesivamente en distintos objetivos), los escenarios (amén de concurridos, todos ellos polos de irradiación simbólica de la americanidad y, por ende, lugares permanentemente vigilados), el timing (el primer avión impactó a las 8.45 hora local de Nueva York, en plena emisión de los noticiarios matutinos de la costa este de los EE.UU.), toda la dramaturgia del atentado, en suma, fue proyectada al milímetro con objeto de colocar al espectador mundial en la tesitura de No Poder No Ver, casi en tiempo real, aquel despiadado Auto de Fe a la altura de nuestros tiempos.

El hecho de que los historiadores, como hicieron con el pistoletazo de salida de la Gran Guerra para la pasada centuria, consideren al 11-S el momento inaugural del siglo XXI revela no solo la dimensión impar de ese suceso, sino un estado de la cultura (cierto malestar) en el que todo se fía a la imagen. Vivimos, como ha señalado con pertinencia Gérard Wajcman, en el reino de “el ojo absoluto”, donde conviven inextricablemente mezcladas dos pulsiones complementarias: Querer verlo todo y querer ser visto a toda costa. Aunque desconocemos qué suceso histórico definirá en el futuro la centuria en curso que nació de ese traumático alumbramiento, no es descabellado conjeturar que su trascendencia se medirá con un rasero bien diferente al que permite sostener que es su invisibilidad constitutiva la que ha definido el holocausto nazi, ese cataclismo del que apenas se conservan un puñado de confusas instantáneas y, que al decir de algunos, constituye el hecho nuclear (el Acontecimiento con mayúsculas y en singular) del pasado siglo.

Algo querrá decir que las performances punitivas del ISIS sean, en su puesta en escena, la inversión perfecta de la Shoah, dado que a la compleja logística técnico-administrativa de la industria de la muerte inmediata de la Aktion Reinhard los muyahidines del Dáesh contraponen sus artesanales degollaciones manufacturadas  incluso por novicios de sangre, en tanto que su fetichismo icónico e irrefrenable pulsión exhibicionista reproducen a contrario el férreo mutismo visual que caracterizó al exterminio de los judíos durante el Tercer Reich. Porque si algo califica a la solución final no es que fuera desconocida o llevada a la práctica sotto voce (los prebostes nazis, con el Führer a la cabeza, lo advirtieron a voz en grito, por activa y por pasiva), sino que fue gestionada visualmente bajo el régimen retórico del secreto; es decir, bajo la consigna de no dejar rastro o huella fotoquímica a su paso.



 La cuestión humana, Nicolas Klotz, 2007

 
Sobrevivieron testigos, algunos de los cuales nos han legado su elocuente testimonio de la masacre, pero de los Lager de la muerte solo han perdurado cuatro imágenes, de iconicidad a cada cual más precaria, cuyo valor o utilidad explicativa, para más inri, ha sido puesta en cuestión por voces como la de Claude Lanzmann o el citado Wajcman, que estiman que lejos de ayudar, la imagen oblitera(ría) el discernimiento y la comprensión de un acontecimiento categóricamente singular como el Holocausto. Esta manera de ver las cosas (negarse a admitir que todo lo real se subsume en imágenes; postular que es necesario “mirar más allá de la imagen”), que dista de ser la dominante (recuérdese la polémica que enzarzó a George Didi-Huberman con los dos anteriores), no debe confundirse con la tesis de la inefabilidad de la Shoah, con la idea de que este acontecimiento único escapa a la simbolización, de que no es concebible un enunciado capaz de agotar (aqu)el horror absoluto. Como se apreciará, estamos fuera de la órbita del aserto de Adorno quien dijo en 1952 (Crítica, cultura y sociedad) que tras el fuego inextinguible de Birkenau la creación poética es un acto de barbarie. Aunque poco antes (Todesfuge/Fuga de la muerte, 1948), y sobre todo después (Sprachgitter/Rejas del lenguaje, 1959; Die Niemandsrose/La rosa de Nadie, 1963), Paul Celan lo desmintiera en la práctica con rotundidad.

El caso es que, por unas razones y otras, el exterminio nazi de los judíos de Europa se erige en el gran agujero negro del siglo XX (consideración que algunos hacen extensiva a la Historia de la humanidad en su conjunto, y otros relativizan, incluso de forma sensata como Norman Finkelstein), también en lo que hace a su visibilidad. Es así que entre los retos que aun plantea el acontecimiento-enigma del genocidio nazi se cuenta el no menor de su confrontación (definitiva) con las imágenes, preferentemente con las del arte coetáneo de las imágenes en movimiento. Como no podía ser de otra manera, el cine ha tratado el tema del Holocausto, incluso con una insistencia digna de su significación histórica, pero la heterogeneidad de aproximaciones y abordajes ensayados delata que aun no ha dado con la cifra que le haga justicia.

Este volumen centra el foco en dos películas de ese corpus que hacen suya la tesis de la inefabilidad de la Shoah. La cuestión humana (Nikolas Klotz, 2007) y La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), en efecto, son relatos de perfil que encaran el escollo de la representación de ese vacío (de imágenes, de sentido) dejado tras de sí por el genocidio nazi mediante fórmulas de cariz iconoclasta por cuanto eluden la mostración directa de aquella barbarie. Retratos de soslayo no solo porque ambas películas sitúan su respectivas acciones en momentos anacrónicos respecto a esa suerte de escena originaria sumida en Zyklon B (la de Haneke en la Alemania de los Junker que precedió al estallido de la Gran Guerra, la de Klotz en la Europa contemporánea de las grandes corporaciones del capitalismo postindustrial), sino porque, cada cual a su manera, afrontan ese abismo de lo irrepresentable con una serie de soluciones (las fecundas figuras de la omisión) en las que salen a relucir algunas de las prestaciones menos convencionales del dispositivo cinematográfico. Entre otros prolijos avatares, el trabajo de Pablo Ferrando García y Javier Moral Martín desvela que estas tácticas de representación en las que prima lo elíptico y lo sugerido (a saber: las formas de lo no visto) construyen pacientemente un espectador “que piensa en las imágenes que le deniegan”. Hacer pensar en lugar de Hacer ver; cuestión de visibilidad.






27.11.16

I. "ANTES Y DESPUÉS DE AUSCHWITZ", PABLO FERRANDO GARCÍA Y JAVIER MORAL MARTÍN, Shangrila, 2016.







Ha pasado más de medio siglo desde el final de la barbarie nazi, 70 años desde que los primeros tanques rusos atravesaron las alambradas de los campos de concentración y el mundo accedió al horror que había gobernado allí dentro, oculto pero no invisible a la mirada occidental. Desde entonces, y a pesar de que otras atrocidades han ido hilvanando el relato histórico sin tregua (Vietnam, Camboya y los Jémeres Rojos, Bosnia, Las torres gemelas, El Estado Islámico...), la industria cultural sigue mostrándose igual de receptiva a ese Objeto del siglo XX como lo denominara Wajcman. Innumerables productos vuelven una y otra vez al momento aciago en que el mundo dejó de girar. Las novelas, los ensayos, los cómics, las películas sobre la Shoah aparecen en circulación de manera regular como si todavía no estuviera todo dicho, como si la sola mención de la barbarie más cruenta de nuestra historia provocara la imperiosa necesidad de retornar compulsivamente al agujero negro de la boca de un horno crematorio, como si fuéramos incapaces de pasar página y nos viéramos obligados a mirar de frente al horror, una y otra vez, cual Sísifo ante la historia.

Es el caso de dos películas contemporáneas excepcionales que examinan a contrapelo la herencia de Auschwitz, que escrutan las motivaciones más oscuras y complejas de ese agujero negro en que el tiempo dejó de girar. La cuestión humana (Nicolas Klotz, 2007) y La cinta blanca (Michael Haneke, 2009) se enfrentan de lleno a lo inevitable, se proponen abordar el horror a partir de la comprensión del antes y el después de la catástrofe, cuestionando qué la hizo posible y qué perdura aún hoy. Es por ello que las dos tejen una tupida red de elementos referenciales cuyas puntadas y costuras, trazados y simetrías, les permiten afianzar la tesis que levantan contra toda pereza intelectual, contra toda explicación consoladora del desastre. El pasado actuó en el presente de la barbarie, argumenta el filme de Haneke: la rigidez de las estructuras feudales de la Alemania decimonónica se convirtió en el caldo de cultivo de las futuras generaciones nazis. Pero el presente de la barbarie también opera en el futuro de nuestra realidad contemporánea, expone el filme de Klotz: la burocratización de lo humano que hizo posible la fábrica de Auschwitz también rige los principios de la empresa actual.

Pablo Ferrando García. 
Crítico e historiador de cine, es licenciado en la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universitat de València. Ha sido docente en los Ciclos Formativos de Grado Superior de Formación Profesional de la familia de Comunicación, Imagen y Sonido en el Centro Juan Comenius (Valencia). También ha colaborado en Televisión Valenciana durante la temporada 91-92 como ayudante de realización en el programa cultural Enquadres. Actualmente ejerce de profesor en la Universitat Jaume I de Castelló donde imparte Narrativa Audiovisual y Tecnología de la Comunicación. Es autor del monográfico Roma, ciudad abierta para las editoriales Nau Llibres-Octaedro. También ha participado en el diversos libros colectivos como Teoría y Técnica de la producción audiovisual, Diccionario de conceptos y términos Audiovisuales, El universo de 2001 una odisea en el espacio, Espejismos de sueños olvidados. Asimismo ha colaborado en revistas culturales y científicas (Ámbitos, Banda Aparte, Shangrila, Archivos de la filmoteca, L’Atalante, El viejo topo, etc.). Es miembro de la Asociación Española de Historiadores de Cine (AEHC) y de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación (AE-ICE).

Javier Moral Martín. Crítico e historiador de la imagen, es licenciado en BBAA y Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Politécnica de Valencia. Ha sido profesor de diversas Universidades españolas y ha impartido numerosos cursos, talleres, ciclos y conferencias sobre cine y arte en distintas Instituciones de la geografía española (IVAM, MuVIM, IVAC, Centro Párraga, etc.). Autor de los libros Guía para analizar y ver Lola Montes (2015) y La representación doble (2013), ha editado diversos volúmenes y participado en una docena de libros colectivos nacionales e internacionales. Asimismo, ha publicado diversos artículos en revistas de investigación y difusión cultural (Archivos de la filmoteca, L’Atalante, Zer, El viejo topo, etc.).




   



11.11.16

"CEREMONIAS DE LO FALSO ('BIENVENIDO MR. CHANCE' / 'LARS Y UNA CHICA DE VERDAD')", Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel, Shangrila 2016







   



"CEREMONIAS DE LO FALSO ('BIENVENIDO MR. CHANCE' / 'LARS Y UNA CHICA DE VERDAD')", Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel, Shangrila 2016







   



"CEREMONIAS DE LO FALSO ('BIENVENIDO MR. CHANCE' / 'LARS Y UNA CHICA DE VERDAD')", Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel, Shangrila 2016




Lawrence de Arabia, David Lean, 1962


[...] En un mundo lleno de opciones, cada vez es más difícil consensuar eso que se llama “mayoría”, pero la política, en cambio, ha decidido simplificar al máximo su oferta ideológica para aferrarse al concepto de masa homogénea, buscando desesperadamente lo poco que queda común a todos. Chance demuestra que no decir nada, en este caso, es la manera de que el otro adapte el discurso vacío a sus expectativas y quede satisfecho. Pero fuera de la fábula, las consecuencias de unos líderes gubernamentales que no construyen un discurso por no abrir divergencias frente al votante han sido gravísimas. La expresión “corrección política”, en su sentido literal, ha paralizado la madurez política universal, condenándola a un perpetuo estado “naif” en su cara vista y a una terrible doble moral en la cara oculta. 

Y es que aunque la diversificación del individuo ha puesto entre la espada y la pared al poder, quien para dominar tiene necesariamente que unificar, los políticos siguen ahí, paradójicamente, gracias al desdén del ciudadano hacia su figura. Nadie espera nada de ellos, sino que lo hagan mal, que certifiquen que la política ha acabado siendo inútil y que el mundo “va solo”. Que hasta Chance podría gobernarlo sin que dejara de ser el mismo mundo que encontró cuando llegó al poder. Y así, poco a poco, la ineficiencia política vende más al pueblo que representa. El engaño se ha convertido en rutina.

Un contraste entre un individuo que empieza a ser consciente de su naturaleza líquida y ese mismo individuo que no exige a quien le representa institucionalmente que sea igualmente flexible, sino que claudica ante la imposibilidad de cambiar un sistema anquilosado y mastodóntico. No deja de ser decepcionante que el hombre contemporáneo en constante cambio no haya repercutido en una política estancada en lo de siempre. ¿Hasta ahora? Ojalá. Pero resuenan como profecía las palabras de T. E. Lawrence que lastraron el cambio en una época que también parecía de cambios: “Cuando terminamos y amaneció el mundo nuevo, los hombres viejos volvieron a surgir y nos arrebataron nuestra victoria para rehacer el mundo según el modelo que ya conocían. La juventud pudo ganar, pero no había aprendido a conservar”.






   




10.11.16

"CEREMONIAS DE LO FALSO ('BIENVENIDO MR. CHANCE' / 'LARS Y UNA CHICA DE VERDAD')", Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel, Shangrila 2016




La vida de Adèle, Abdellatif Kechiche, 2013


[...] La vida de Adèle, como verdadera síntesis de la individualidad contemporánea: un yo en permanente búsqueda y en permanente insatisfacción por llegar a etiquetas que pensaba le darían sentimiento de pertenencia, pero solo lo dejan fuera de lugar, le causan decepción casi nada más llegar. [...]

En
La vida de Adèle está resumido el espíritu contemporáneo, que no es otro que el de la desorientación global: sexual, emocional, social, profesional... Hemos analizado previamente la huida de uno mismo, pero este filme muestra con contundencia sin igual la angustia por el verdadero hastío de uno mismo, el agotamiento que produce la sensación de ser inclasificable y redefinirse en cada instante.

Y es que en una sociedad con déficit de atención, de textos, documentos audiovisuales o relaciones de pareja cada vez más cortas, es fácil pensar como consecuencia lógica e inevitable que el siguiente paso en la cadena es que la convivencia con uno mismo se haga demasiado prolongada y tediosa, casi insoportable. Que tenga ganas de cambiar de yo, pero choque con la evidencia de que uno no puede negociar consigo mismo y acabar teniendo “una relación abierta” con su ser. Esto no nos libra de una desaforada batalla interna. Y las lágrimas de Adèle son tan amargas por seguir intentando reconciliarse consigo misma sin éxito. El pensar que el lesbianismo será el fin del camino, cuando no es así. Que la carrera profesional apagará sus instintos, de nuevo en vano. O que el estatus social calmará sus inseguridades. Adèle, esa síntesis de la persona que se deja ser pura víscera, reacciona a la vida como un animal asustado. Su gama de emociones y vulnerabilidad a diferentes impulsos es transparente e incorrupta, parece condenada a ser inasible no solo para el resto de las personas, sino sobre todo para sí misma. Ella aglutina en poquísimo tiempo lo que Milan Kundera, retratista de la insatisfacción, atribuía a toda una vida en
La inmortalidad con la siguiente metáfora:


De muy joven, era pudoroso y trataba de estar a oscuras al hacer el amor. Pero en la oscuridad tenía los ojos abiertos de par en par para ver al menos algo, gracias al débil rayo que se filtraba por la persiana. Después no solo se acostumbró a la luz sino que la requería. Cuando comprobaba que su acompañante tenía los ojos cerrados, la obligaba a abrirlos. Y un día comprobó con sorpresa que hacía el amor con la luz encendida pero cerraba los ojos. 

Hacía el amor y recordaba. 
Oscuridad con los ojos abiertos. 
Luz con los ojos abiertos. 
Luz con los ojos cerrados. 
El cuadrante de la vida.








   




9.11.16

"CEREMONIAS DE LO FALSO ('BIENVENIDO MR. CHANCE' / 'LARS Y UNA CHICA DE VERDAD')", Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel, Shangrila 2016








   




"CEREMONIAS DE LO FALSO ('BIENVENIDO MR. CHANCE' / 'LARS Y UNA CHICA DE VERDAD')", Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel, Shangrila 2016




INTRODUCCIÓN
¿Qué es lo real?


¿En qué ha quedado lo real en el siglo XXI? En la que fuera alumbrada como la era de “la sociedad de la información”, el acercamiento a lo real se ha convertido, curiosamente, en una tarea desglosada hasta el infinito, casi contraproducente. Tanto volumen de datos, de opiniones y perspectivas, de argumentaciones, de rapidez informativa llegada desde cualquier parte del mundo, ha acabado por enmarañar la sensación de realidad como ente tangible, ha creado una impresión de polivalencia inasible que ha sumido el nuevo siglo en la confusión. Así, emergen la narración, la simplificación o, más aún, el engaño, como únicas maneras de entrar en contacto con estructuras comprensibles, como verdades homologadas que generan la ilusión de poder definir un mundo que se ha demostrado fugitivo de toda clasificación.

Además de la multiplicación exponencial del “campo real” que supera el propio entendimiento individual, el ser humano se ha enfrentado a un conflicto todavía mayor: el de una realidad quizá decepcionante a la que ha buscado refugio similar en la ficción al que antaño encontró en la fe. Lo virtual acapara el protagonismo en la sociedad contemporánea y cada vez se parece más a su supuesto antónimo, lo real. La tecnología, la informática, internet…, abren una nueva línea de interacción y encuentran legión de seres que descubren facetas distintas de sí mismos solo con cambiar las reglas de presencia física o de comunicación no verbal. ¿Cuál es, entonces, su verdadera identidad? Y mientras, un sistema entero se colapsa y destapa la fragilidad de sus pilares “verdaderos” hasta construir la sensación de espejismo económico, político y social. Las certezas parecen haber caducado para siempre.

En 2012, cuando se empezó a escribir este libro, el cine tejió algunas de sus mejores películas alrededor de lo relativo, de lo ambiguo o de lo engañoso. El arte que nació en 1895 asustando a unos espectadores que pensaron que un tren caminaba hacia ellos, se pliega sobre sí mismo y reflexiona más que nunca sobre las sinergias entre una palabra de connotaciones positivas y mágicas como la invención –como el homenaje que Scorsese realizó a su oficio en
La invención de Hugo (Hugo, Martin Scorsese, 2011)– y su denostada hermana, su cara B: la manipulación. Y el cine se lanza a las tres dimensiones que lo acercan a la mimesis con la experiencia vital pero sigue pactando con cada espectador esa verdad irreal, que detona emociones auténticas a veces olvidadas por el compás alienante de una realidad en entredicho. Holy Motors (Leos Carax, 2012) planteaba desde su limusina blanca la multiplicidad de la identidad. La pregunta añeja del “¿quiénes somos?” dividida como la luz al pasar por una gota de agua, aunque en vez de en siete colores en nueve existencias distintas en un mismo día. ¿Es la aceptación de esa complejidad neutralizante y agotadora la única forma de asunción de la realidad contemporánea? ¿Ha olvidado el hombre quién es, en busca de la acumulación cuantitativa de facetas? En la casa (Dans la maison, François Ozon, 2012) ganaba en San Sebastián por defender la retórica como paleta con la que pintar una realidad gris, como narración mucho más estimulante que la enumeración objetiva de hechos y sensaciones del día a día. Como una Sherezade que se cuenta cuentos a sí misma para salvarse de una realidad que la ejecuta. Una apasionante creación frente a una tediosa objetividad. La vida de Pi (Life of Pi, Ang Lee, 2012) definía la espiritualidad como voluntad de decorar mejor la realidad a través del relato. Y César debe morir (Cesare deve morire, Paolo y Vittorio Taviani, 2012) triunfaba en Berlín por alzar la obra de Shakespeare como atenuante de la pérdida de libertades de los presos en la cárcel romana de Rebibbia y como rito por el cual acceder a los conflictos “reales” de sus protagonistas.

Conforme avanzaba el 2013, en el proceso de elaboración del libro, la urgencia por retratar, detonar o filtrar las historias a través del engaño aún arreció más.
Nebraska (Alexander Payne, 2013) captaba la difícil evolución de un ser bueno engañado respecto a la generosidad del hombre, que inicia un viaje crepuscular tras creer la publicidad que le asegura ha ganado un millón de dólares. Her (Spike Jonze, 2013) ponía al día la virtualidad de las relaciones y Joaquin Phoenix se enamoraba de su sofisticado y, por qué no, sexy sistema operativo con la voz de Scarlett Johansson. La gran estafa americana (American Hustle, David O. Russell, 2013) recuperaba el clásico juego de espejos identitarios con personajes que huyen hacia adelante, no vaya a ser que su propia y miserable verdad les alcance algún día. Woody Allen sumaba el engaño a gran escala de las estafas económicas culminadas por Bernard Madoff con el espejismo íntimo de un sosias de Blanche DuBois, esa Blue Jasmine (2013).

Y dos deslumbrantes documentales se encontraron explorando lo escurridizo de la verdad:
Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012) tenía en el cantante Rodríguez a una persona capaz de ser a la vez superestrella y perdedor olvidado o incluso estar vivo y muerto simultáneamente, mientras que The Act of Killing (Joshua Oppenheimer y Christine Cynn, 2012) utilizaba la representación de una barbarie histórica como manera de que sus responsables tomaran conciencia de la misma.

2014 fue el año de
Birdman, de Alejandro González Iñárritu, que triunfó en los Óscar con un retrato del desdoblamiento de un actor en decadencia, incapaz de encontrar su personalidad como artista, su identidad como hombre, y rodada, además, con la siempre inteligente pero indudablemente tramposa vocación de manipulación de un director que, esta vez, viste de plano secuencia y tono casi documental su acercamiento más honesto a la frivolidad y el espejismo.

Y en 2015 y 2016... digamos que el peso de la mentira en el cine no ha dejado de crecer, como también ocurre, fuera de las salas, en las esferas políticas y (redes) sociales.

En este nuevo volumen de la colección Intertextos de Shangrila Textos Aparte nos remontamos a dos cintas,
Bienvenido Mr. Chance (Being There, Hal Ashby, 1979) y Lars y una chica de verdad (Lars and the Real Girl, Craig Gillespie, 2007), que juegan con las percepciones, con los espejismos y los simulacros. No con el ver para creer, sino con el creer para ver. Fábulas amables de simplificación, en principio, por las que subyacen inquietantes mensajes sobre las bondades y los peligros de ese engaño, de la desconexión inconsciente o elegida con la realidad. Cuentos de doble o triple lectura que ponen contra las cuerdas el convenio social, que juegan con lo falso como catalizador de lo verdadero y que perfilan la necesidad del hombre de recurrir a los placebos. Temas recurrentes en arte, mitología, literatura y, por supuesto, cine. Juegos de espejos, de Narcisos que se multiplican y creen estar socializando entre ellos, o de soledades que se encuentran y se alivian. De ficciones que perduran y realidades que caducan. De democracias que se refrendan o de individuos que se desmarcan. Fantasías que nos hacen ser más reales. Y realidades que nos obligan a fantasear.






   




8.11.16

"CEREMONIAS DE LO FALSO ('BIENVENIDO MR. CHANCE' / 'LARS Y UNA CHICA DE VERDAD')", Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel, Shangrila 2016






Con la certeza de que el engaño es parte de nuestra realidad, los periodistas Ayoze García González y Mateo Sancho Cardiel se han propuesto en Ceremonias de lo falso descubrir cuántas máscaras hay bajo la máscara, cambiar sus identidades para encontrarse a sí mismos y usar la ficción cinematográfica para entender mejor un mundo que, cuanto más lo conocemos, más hace que tomemos conciencia de nuestra ignorancia.

No es cierto que este sea un libro sobre la mentira. No es cierto que este texto busque la verdad. Pero sí transita un sugerente camino por los espejos de la retórica, por los esfuerzos de definición de la ambigüedad, por la ilusión democrática en lo colectivo y la confusión identitaria en lo personal. Tendencias que arrecian en el siglo XXI, en la era de la información, del cambio de paradigma y de redes sociales que rompen las reglas del discurso y las relaciones personales.

Para caminar sobre estas arenas movedizas sin hundirse demasiado, los autores han elegido dos películas que pesan poco:
Bienvenido Mr. Chance (Hal Ashby, 1979), para el engaño público, y Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie, 2007), para la ficción íntima. Y el desglose de los mensajes de múltiple lectura que, tras un tono amable y cómico, se agazapan en ambos filmes impulsa este libro en su propósito de ofrecer una peculiar visión de la historia del cine. Ese arte que, como todas las artes, cree en transmitir verdad a través de la representación, al tiempo que apuesta por la estética de la invención y la sabiduría de la fantasía. El cine a través del engaño. O quizá el cine como la más real de las mentiras.

Desde sus inicios, el séptimo arte ha vivido un toma y daca con la realidad: se ha inspirado en ella, se ha rebelado contra ella o ha influido en ella. Por eso, como arte de masas, el cine sirve a los autores como base para reflexionar sobre la sociedad contemporánea y el individuo del siglo XXI, en un momento de caducidad de las tradiciones, de intento de renovación de los valores y de puesta en duda de sistemas políticos, económicos y espirituales.

El cine sigue siendo, quizá por pocos años ya, el arte de nuestro tiempo y, por ello, una excelente herramienta para volver a plantear, sin dar una respuesta concreta, las preguntas más ambiciosas jamás formuladas: quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. O dicho de otra manera: ¿qué estamos celebrando en esta ceremonia? ¿Y cuál es la realidad que estamos falseando?


Ayoze García González. (Puerto de la Cruz, 1982). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, Máster de Periodismo ABC-UCM y licenciado en Musicología por la Universidad de La Rioja. Ha trabajado como redactor en periódicos digitales e impresos de Gran Canaria como Canarias Ahora y La Provincia, escribiendo ocasionalmente artículos sobre cine. Entre 2010 y 2014 dirigió y presentó el programa de radio La Linterna Mágica, dedicado al séptimo arte. Es autor de varios cortos, y su mediometraje Isføre fue seleccionado en la sección Canarias Cinema del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria en su edición de 2016.

Mateo Sancho Cardiel. (Zaragoza, 1983). Comenzó su trayectoria como periodista de cine con 13 años, cuando presentaba un programa en Radio Jaca dedicado a comentar la película del único cine de la ciudad y a repasar la historia del séptimo arte. Desde entonces, su pasión por el universo cinematográfico le llevó a viajar a festivales de cine como San Sebastián o Berlín, que más adelante cubriría, junto con Cannes y Venecia, para medios como Radio 3 y la agencia Efe. En esta última trabajó nueve años, los tres últimos como corresponsal en Nueva York, ciudad en la que ahora reside y donde escribe para El País. Licenciado en Periodismo en 2005 en la Universidad Complutense de Madrid y actualmente cursando un máster en Problemas Sociales en la UNED, fue finalista al premio Anagrama de ensayo en 2012 con La revolución asexual y ha coordinado los dos volúmenes del Compendio ilustrado y azaroso de todo lo que siempre quiso saber sobre la lengua castellana, editado entre la Fundación del Español Urgente y Debate.




   



24.11.14

"IMÁGENES DE LA REVOLUCIÓN" / "LA COMMUNE"



A próposito de la reciente publicación por parte de Intermedio DVD
de La Comuna de Peter Watkins,
traemos aquí nuestra edición del libro
Imágenes de la revolución,
en el que la misma película es sujeto de estudio.












31.8.14

IMÁGENES DE LA REVOLUCIÓN








(...) El componente ético y formal del cine de Watkins alberga en su interior, consecuentemente, la clara conciencia de la necesidad de una responsabilidad inequívoca. Los múltiples horrores que la obra de Watkins se ha encargado desde hace ya medio siglo de describir no comportan, pues, ningún tipo de nihilismo. “Algún día habrá que cambiar la sociedad” dice el abuelo, el primer personaje de La commune que hace su aparición en el relato, dejando claros desde su mismo pórtico los propósitos del mismo y su proyección hacia el futuro, lo que también está sugerido visualmente de una forma muy simple: el abuelo aparece acompañado de sus nietos, síntesis visual de otro de los rasgos esenciales del filme, inseparable del anterior y ya analizado abundantemente en este texto, la fértil convivencia entre pasado y futuro.

En esta línea, Watkins sustituye en su puesta en escena la pretensión de una presunta objetividad por un conjunto de subjetividades, aspecto trascendental de cara a las intenciones del director inglés: como ha escrito, de nuevo, Bill Nichols, “la objetividad, de acuerdo con el realismo, representa el mundo del modo en que el mundo, en forma de ‘sentido común’, escoge representarse a sí mismo. Barthes la denomina forma de representación ‘de estilo grado cero’ natural y lógica (es decir, impuesta institucional e ideológicamente). Adopta una postura de neutralidad inocente frente a las tretas de individuos, instituciones y sistemas sociales (…). Y en cada caso, la objetividad no es sólo una perspectiva: también permite que se representen a sí mismas perspectivas individuales o institucionales más específicas”.

Frente a la convención de la objetividad, una convención interesada, Watkins expone a cara descubierta la perspectiva subjetiva que es asumida en La commune, en la que hallamos, por lo tanto, un desenmascaramiento de la “objetividad” periodística y documental realizado en múltiples niveles: desde dentro de la diégesis, a través del desvelamiento de las subjetividades e intereses que están detrás de la profesión periodística –considerada como paradigma de esa deontológica objetividad–, desvelamiento efectuado de formas tan meridianas como ese momento en el que un periodista de la televisión de Versalles se infiltra, disfrazado, entre el pueblo parisino para obtener información en beneficio de las fuerzas reaccionarias, pero también mostrando los sesgos que median el trabajo de los dos reporteros de la televisión comunal; y desde fuera de ella, a través de la negación de la presunta objetividad y autoridad de la voice-over identificada con un Narrador omnisciente –vertiendo en ocasiones juicios valorativos, ya sea sobre los hechos históricos narrados como sobre todo acerca de la contemporaneidad, y en especial sobre el papel que juegan en ella los medios de comunicación. (...)








(...) [la] primera persona narrativa resulta relevante no sólo por [la] fidelidad al texto, sino también por la fidelidad a la época. El sujeto que nace con la Ilustración (incluso un poco antes, aunque en menor medida) es un sujeto en el que la primera persona prima sobre segundas y terceras y que se desarrollará en el Romanticismo y llegará hasta más o menos la Revolución Industrial, cuando se impone la tercera persona, y el siglo XX, cuando la segunda persona haga su aparición. Este sujeto en primera persona, que Grace Elliot representa a la perfección en tanto a narradora/personaje real, es un sujeto agente, un sujeto que emite enunciados sobre sí mismo y sobre el mundo desde dentro, desde su propia experiencia y que, con ello, se conforma como ese sujeto agente que actúa, que es consciente que a través de sus actos en primera persona condiciona, modifica y construye la realidad.

Sin embargo, el breve prólogo que abre La inglesa y el duque es el único momento de la película en que se rompe todo lo anterior. Pero no lo hace de manera arbitraria, sino que busca asentar ese punto de vista de Grace Elliot, introduciendo, a su vez, varios elementos esenciales que ayuden a comprender mejor el desarrollo de la narración así como los mecanismos que Rohmer emplea en La inglesa y el duque para crear una mirada diferente sobre la Historia mediante la visualización de una época que visualmente hablando pertenece a una era anterior al cine. (...)