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24.8.14

RETRATOS DE FAMILIA - TRÁNSITOS DEL CINE






Madrid, 4 de Mayo de 2011

Estimado Faus:


Creo que (sobre)vivimos, precisamente, por las contradicciones y por la extrema lucha con ellas. El placer de trabajar con un compañero de libro tan alejado metodológicamente pero tan cercano por una cuestión puramente generacional es ir descubriendo que, al margen de los referentes, somos capaces de intuir los mismos problemas en el tapiz sociológico que nos ha tocado afrontar. En ese sentido, quizá una de las vertientes más reivindicables del trabajo que hemos realizado en paralelo durante los últimos meses haya sido bregar precisamente contra nuestras propias contradicciones: nuestros intereses, nuestras herramientas. Probablemente a nuestro pequeño Frankenstein teórico se le noten demasiado las hendiduras, las cicatrices, los balbuceos y las desavenencias entre nuestras dos miradas teóricas pero, después de todo, ¿no somos nosotros mismos ya hijos de una sociedad de discursos tartamudos, balbuceantes, contradictorios?


Me gusta, en cualquier caso, esa polaroid movida que lanzas sobre una familia -la retratada en Yang- capaz de moverse “entre la necesidad y el dolor”. La familia ha pasado de convertirse en el pilar maestro de edificación ideológica y social de las sociedades del primer mundo a una especie de último héroe crepuscular de un mundo pasado (y no por ello, debo añadir, menos reivindicable). En otro momento hablas de que la familia “debería estar abierta a cualquier variación, interpretación y mutación”. Y aquí, afortunadamente, es quizá donde me atrevo a discrepar con mayor fuerza con tu línea teórica y donde -si todo va bien- se apreciarán con más fuerza nuestras divergencias en el análisis. La familia, en tanto construcción, es necesariamente el resultado eficaz y soberano de una emergencia personal vivida en ciertos textos, digámoslo sin miedo, fundacionales. Por supuesto, nos topamos de bruces con el problema de los márgenes y de los sujetos que viven en los márgenes, pero eso no me impide definir(me) en la familia con una perspectiva necesariamente reflexiva/defensiva sobre, pongamos como ejemplo, la función simbólica del padre. Comprendo que mi posición es ciertamente más incómoda -por no decir, retrógrada o suicida- y, sin embargo, no puedo sino dialogar con los textos en busca de evidencias que sustenten o desmonten esta misma intuición. Una cinta de la que no hemos hablado casi ni en nuestros correos ni en nuestros cafés es la muy intensa (y sabiamente postmoderna) C.R.A.Z.Y., esa pequeña joyita que nos habla de una familia en la que se propone un constante debate entre su interior simbólico, su diálogo con los márgenes (la homosexualidad, el mundo no occidental) y su identidad dentro de un marco en el que la cultura popular parece fagocitar lo que antes pendía de la presencia de lo sagrado. Creo que una cinta de esas características engloba también con gran precisión el reto y las posibilidades de diálogo que pueden desprenderse de la sociedad líquida. Sin embargo -y antes de deslizarme en un peligroso claqué relativista del que no saldría muy bien parado- prefiero trabajar desde la eficacia simbólica para, una vez cómodamente asentado en su tejadillo, intentar mirar con sospecha los huracanes distópicos de nuestro querido y criminal siglo XX.

Y supongo que bien podría ser ésta mi declaración de intenciones inicial. Poco me queda añadir sino abrir las puertas del análisis para que cualquiera de nuestros -más o menos problematizados- lectores pueda disfrutar (que al final es de lo que se trata) de esa experiencia brutal y hermosísima que acaba cristalizando en dos obras mayores de nuestro tiempo como Infiel y Yi Yi. Y agradecerte, por supuesto, tu valiente participación como compañero de viaje en esta pequeña aventura cinematográfica. Utilizando una metáfora que sin duda será del agrado de nuestros anfitriones en Shangrila Textos Aparte, aunque lleguemos a arrecifes opuestos y sensiblemente contradictorios, la travesía por las dos cintas ha sido un inmenso placer.

Un abrazo -que bien podría mandarte desde el arrecife de Donovan.

Aa. R.



Madrid, 6 de mayo de 2011

Estimado Aarón:

Como bien sabes, yo también he tenido dudas con respecto a la diferencia de nuestras miradas o a nuestra divergencia metodológica, pero tu último correo viene a ratificarme algo que ya me pasaba por la cabeza: es precisamente ese contraste de perspectivas el que puede ofrecer la riqueza de un análisis que, al final, como cualquier otra reflexión, debe de hacernos pensar en nosotros mismos dentro del mundo. Por eso espero que sea este cruce de miradas que hemos propuesto lo que permita a cualquier lector generar nuevas preguntas, nuevos planteamientos que, probablemente (y afortunadamente, porque si no la responsabilidad sería un lastre demasiado pesado), no tendrán respuesta. Me gusta que vivamos de esa falta de cohesión que a veces es virtud, porque así nuestro texto podrá ser deconstruido, fragmentado, eludido o reforzado, y de esta manera vivirá nuevas vidas, que es una idea que no se puede separar de la época que nos ha tocado habitar, la época después de Godard. Y siento volver a mencionar tan pronto a Godard, convertido últimamente casi en un lugar común, pero creo que buena parte de su fuerza está en sus fogonazos, sus destellos sincopados, sus discursos tantas veces contradictorios y, en el fondo, tan coherentes con Godard mismo… Porque como tú decías, es la contradicción lo que nos hace sobrevivir en un mundo, o sobrevivir a un mundo, tan abstruso como el de hoy. Nuestro querido mundo de retazos y fibras desmadejadas, de horizontes e ilusiones perdidas.

Pero más allá de nuestras divergencias, también estamos en muchas cosas más cerca de lo que pudiera parecer (esas cosas inmutables que necesitan ser reveladas), porque, como vienes a decirme en el correo anterior, de nuestros análisis sí se desprende la detección de ciertos problemas comunes, ciertas alarmas y miedos que compartimos y en cuyo deslizamiento, en cuya posibilidad de sortearlos, reside precisamente la diferencia de orientación. Ambos tenemos objetivos comunes, intenciones equiparables, y es la ruta y la mirada personal la que marca la diferencia. Sobre esto, me atrevería a decir que es mi mirada la que con más facilidad puede caer en ese relativismo al que antes aludías y que por lo tanto la convierte en más peligrosa aunque a primera vista pueda resultar más atractiva. Me atrevería a decir que mi enfoque de esos deslizamientos proviene de una postura ideológica que bebe de un cierto miedo a lo que fue la Historia y de la consiguiente necesidad de que hagamos las cosas mejor que en el pasado. Y por eso quizás se deba a una remanente ingenuidad, a una extraña falta de pragmatismo, o a la herencia de esta generación nuestra de la que hemos hablado, a ratos ilusionante, a ratos caprichosa, a ratos egoísta y cruel, lo que me hace querer creer que son nuestros modelos sociales y familiares los que deben adaptarse a nosotros y no al revés. Quizás todo eso lleve al caos, pero aún quiero soñar que la distopía puede transformarse en utopía. Decías que tu mirada podía parecer anticuada, pero creo que la mía ya lo es y en eso estoy un poco abocado al pesimismo, porque no sin razón suena sesentayochista y caduca, propia de un mundo que no supiera lo que son el capitalismo ni el mercado;  y sin embargo, a día de hoy, todavía no soy capaz de pensar de otra manera.

De todos modos, una de las principales conclusiones que saco del trayecto que hemos recorrido juntos está en la confirmación de Infiel y Yi Yi como dos películas extraordinarias, cuya grandeza reside en la cantidad de hilos diferentes que pueden llegar a lanzar y en las maneras diferentes, una por cada espectador, de recogerlos en un ovillo que se puede interpretar como una bola de cristal que reflexione sobre el pasado, que abra puertas de futuro, o que muestre el difuso tránsito del uno al otro.

Para terminar con estos correos que deben servir para que cada uno sea consciente de las bases sobre las que se asientan nuestras reflexiones y nuestros análisis, yo también quiero agradecerte la compañía en esta travesía que me ha supuesto todo un placer y que me ha permitido aprender tanto sin sentir ninguna deuda pendiente. Creo que nuestro entendimiento, a través de cristales de aumento tan distintos, puede simbolizar una nueva esperanza para que no dejemos de soñar con una Shangrila que quizás no se perdió en los lejanos horizontes de Hilton ni de Capra.

Un fuerte abrazo, desde mi arrecife utópico.

Faustino. 





23.8.14

RETRATOS DE FAMILIA - TRÁNSITOS DEL CINE






Madrid, 26 de Abril de 2011

Estimado Faustino:


En efecto, hablamos de fantasmas en tanto que el origen de ese dolor -y de esa pasión- del cine ya parpadeaba en las fantasmagorías. También hablamos de nostalgia, porque el cine -algo de eso decimos en el prólogo- es una inmensa tabla ouija y ahí está Ford para demostrarlo. También hablamos, y con esto hay que tener más cuidado, de un mundo “más difuso, más borroso”. Sin duda, las imágenes de la modernidad -con Bergman casi a la cabeza- tienen mucho que ver con esa sensación de pérdida y, si me permites utilizar la palabra, de orfandad.

Mientras escribo estas líneas, por ejemplo, escucho el último fragmento de la Winterreise de Schubert, esos fragmentos que escuchaba compulsivamente el protagonista de En presencia del payaso y que, años después, recupera Klotz para hacerlos atronar en La cuestión humana. La presencia fantasmal de Schubert en ambos textos sutura ese desgarro tan propio de nuestras sociedades, desgarro que resuena en cada una de las discusiones sobre la familia que llenan de ruido y furia los canales mediáticos. Y es que con la familia no se admiten medias tintas, porque la familia siempre es una deuda. Deuda de gratitud o deuda de odio, deuda del yo o de la psicosis. Pero todo empieza -y quizá todo acabe- en lo que ocurre en los márgenes de esa palabra ante la que Occidente parece sentirse cada día más incómodo.

¿Por qué nos da tanto miedo hablar de la familia sin una máscara bufa o sin una maldición apretada entre los dientes? ¿Por qué ese discurso del odio -un discurso principalmente europeo, todo habría que decirlo- y, por extensión, ese goce que a veces se intuye en los mecanismos políticos e ideológicos que claman contra ella? No es de extrañar que ciertos teóricos postmodernos -tan a la moda como esa “nueva cinefilia” de la que hablaba en el anterior correo- no hayan dudado en tildar a la familia como una “categoría zombie” junto a otras como comunidad, la clase o el vecindario. Y, es importante matizar: categoría zombie, no categoría fantasma como tú mismo proponías en el correo anterior. Para ese cierto pensamiento postmoderno, la familia no está ni muerta ni viva, es una especie de invitado incómodo en la gran fiesta lúdica de la libertad y del progreso que se resiste a ser enterrado y que parece molestar a la concurrencia terriblemente al arrastrarse mecánicamente en busca de cuerpos frescos que llevarse a la boca.  El cine, por supuesto, siempre integra y resiste las modas, se mueve en esa danza erótica y contradictoria en la que caben, por poner dos ejemplos bien poderosos, Canino y El primer día del resto de tu vida.

Sin embargo, en ese mundo deshilvanado que proponías, pocos como Bergman supieron plantear los problemas de la estructura familiar, comenzando por la propia pareja y terminando con ese demoledor relato vampírico que es Saraband. No sé si en Yang podrás encontrar un movimiento paralelo, pero desde luego, Bergman realiza un equilibrismo contradictorio entre el retrato conmovedor y nostálgico -pienso en la maravillosa Fresas salvajes- y esa escena límite que podría ser el asesinato del hijo fantaseado en La hora del lobo. Siempre me ha asombrado su capacidad para construir una puesta en forma fílmica que fuera capaz de hacerse cargo de la herida de su tiempo y, a su vez, de conectar tan íntimamente con el espectador. Todo su cine es un tratado de los fantasmas: de los exteriores y de los interiores, de los que guardamos en los armarios del siglo XX y de los que se pasean por los márgenes oscuros de lo vivido.

Creo que esa es una de las funciones fundamentales del análisis fílmico o, por lo menos, del análisis fílmico que más me emociona: utilizar un rigor metodológico para dar voz a los fantasmas.

Un abrazo.

Aa. R.



Madrid, 27 de abril de 2011

Estimado Aarón:

Me interesa a la vez que me inquieta mucho lo que dices del sentimiento de deuda que en Occidente se asocia siempre a la familia, ya sea de gratitud o de odio, y en el fondo me parece normal, porque estamos ante un concepto que convive con nuestra cultura desde hace ya miles de años y que todos hemos experimentado de una u otra manera, hacia un lado o hacia el otro. Todos podemos ser partícipes de esa opinión colectiva, dar nuestra versión, convencer y ser convencidos.  Además, como uno de los pilares básicos de nuestra formación, de nuestra nostalgia íntima, supongo que es normal cargar a la familia de una responsabilidad que puede ser excesiva, porque lo más fácil siempre es recurrir a lo más cercano para lo bueno y lo malo. Es un buen señuelo al que achacar que las cosas vayan mal, del mismo modo que se puede convertir en un buen símbolo de orgullo cuando hay motivos para la alegría. Me parece normal que pueda suscitar odios, aunque a veces no sean justificados, del mismo modo que puede provocar adherencias ciegas e inquebrantables. Eso sucede así y, sin embargo, ¿debería ser posible que el concepto de familia pudiera desencadenar pasiones tan extremas, o incluso pasiones sencillas de cualquier tipo? Lo pienso y me doy cuenta de que, sorprendentemente, la familia suele suscitar el ruido y la furia y resulta más fácil encontrar hoy día miradas extremistas sobre el estamento familiar que visiones sosegadas y lúcidas. Y sin embargo, la familia en sí no debería ser nunca algo que nos hiciera rebelarnos como sí podría serlo, por ejemplo, que se impusiera como fija una determinada estructura familiar.

Pero en la realidad familia nunca equivale a asepsia, seguramente debido a todos los inevitables prejuicios (inevitable como en todo estamento ancestral) que ha ido acumulando a lo largo de su historia. En paralelo, también ha hecho mucho daño la apropiación del concepto de familia que se ha hecho desde algunos sectores, como si un concepto así pudiera ser propiedad de alguien, como si la familia solo pudiera ser formada por aquellos que se adscriben a una determinada opinión, a un lamento, a un hueco quejido solipsista. El miedo por la trinchera que debiera ser derribada. La familia, como el mar, como el dinero (y aquí parafraseo a Godard), como las matemáticas o el amor, es y no puede sino ser un bien público, patrimonio de nuestra cultura y nuestra historia, construcción inefable de nuestra civilización. Por eso debe estar abierta, y nosotros con ella, a cualquier variación, cualquier interpretación o mutación. Aquí no caben los derechos de autor ni las patentes.

Me hablas también de ese movimiento íntimo que traza Bergman sobre la familia a lo largo de su carrera y, pensando en Yang, me atrevería a decir que ha sabido retratar como nadie las afecciones y pasiones encontradas que pueden surgir de las relaciones o de la influencia familiar. Su filmografía está plagada de historias familiares de pasión y desafección en las que la pérdida y la memoria empañan la alegría de vivir a la vez que refuerzan su necesidad. No hay más que pensar en los largometrajes de apertura y cierre de su obra, que muestran dos fugas, dos desapariciones: la del marido desvanecido por arte de magia que siembra de contradicciones Aquel día en la playa, y la de la abuela que en Yi Yi rompe una cierta idea de unidad familiar con su muerte abriendo también la puerta a una nueva época, una nueva etapa, que necesariamente tiene que ser distinta pero que los demás personajes deberían exigirse que fuera mejor. Yo diría que la idea de familia de Yang se mueve entre la necesidad y el dolor, una contradictoria realidad que parece provenir del dualismo asiático del ying y el yang, pero que en Europa siempre hemos tenido mucho más interiorizado de lo que parece, como bien nos han mostrado siempre las películas de Bergman. ¿No te parece que una de las cosas más bellas de la vida, de nuestra cultura y del cine es la posibilidad de sobrevivir a pesar de las propias contradicciones? ¿O será gracias a ellas?

Un abrazo.

Faustino








22.8.14

RETRATOS DE FAMILIA - TRÁNSITOS DEL CINE




 Infiel, Liv Ullmann



Madrid, 25 de abril de 2011


Estimado Faustino:

Todavía recuerdo el brutal impacto que me provocó aquella escena de Los Comulgantes. Quizá la recuerdes: Märta (una hermosísima Ingrid Thulin, como han sido siempre hermosísimas las mujeres bergmanianas) le recita una larga y atormentada misiva a Tomas, el sacerdote que ha perdido el rumbo en un territorio en el que Dios, los suicidas y la nieve se confunden. Como ocurre casi siempre en Bergman, estalla el milagro de la puesta en forma y el director mantiene la cámara en un poderoso plano fijo que se desliza por los silencios, los gestos imperceptibles, la construcción del discurso. Todas esas cartas, recitadas, salmodiadas, impostadas, que flotan por el río de la modernidad europea hasta los personajes de nuestro querido Desplechin, cartas que queman o que traen la voz de los muertos.

Y, en un segundo movimiento, cartas que construyen una moda -y que cada uno vista el término como quiera- en el panorama de la reflexión cinematográfica. Cartas y mails entre Rosenbaum y sus mutantes, cartas entre los cahieristas españoles que hablan de Truffaut, cartas y diálogos que intentan esquivar lo que hemos sabido siempre: que el placer cinematográfico es algo íntimo y, sin embargo, algo que nos toca emocionalmente de manera tan brutal que necesitamos compartirlo con otros. Como dijo González Requena -y me permitirás que la primera cita que introduzca en este, nuestro libro común, sea suya: “El cine convoca a una relación narrativa en la que la emoción se pone al mando, te invita, te convoca a una experiencia de identificación emocional muy intensa, y por lo tanto, el espectador sale con una experiencia emocional de la que necesita hablar”. 
Por supuesto, necesitamos hablar de lo que ocurre en el interior de la sala de cine y, si me apuras, de lo que se moviliza y de lo que quema en el interior de la sala de cine. La “nueva cinefilia” de Rosenbaum -y hay que tener cuidado con las nuevas etiquetas que se colocan sobre las viejas ideas, sobre todo si se celebran de manera masiva y sin cierto filtro crítico- quizá no quiera decir más que eso. Que necesitamos hablar de aquello que, definitivamente, nos duele. Rosenbaum claro, pero mucho antes el primer Lacan y, mucho antes, Freud. El pequeño Yang-Yang leyendo la carta a su abuela difunta en los últimos minutos de Yi Yi. El pequeño niño de Sacrificio preguntándose por el verbo junto al árbol.

Y, pasando de puntillas, hasta llegar a la familia. Una familia que -y llegó el momento de conjurar a Bauman, aunque su presencia nos acompañará a lo largo de las siguientes páginas- sólo puede ser pensada en relación con ese universo líquido y confuso sobre el que se despliega, con sus contradicciones y sus triunfos:

“Aquellos que quieran resucitar un concepto tan herido como el de ‘valores familiares” -y asumir seriamente lo que semejante reto implica- deberían comenzar por pensar en profundidad las raíces del consumismo, y simultáneamente, en la erosión de la solidaridad en los lugares de trabajo”.

Creo que nuestra intención ha sido mucho más modesta y, sin embargo, nuestra hoja de ruta será sin duda similar a la propuesta por el sociólogo polaco. Quizá vale la pena anotar una primera sugerencia: quizá la desintegración -algunos dirán la reformulación, y otros, la destrucción- de las estructuras familiares ha ido caminando en paralelo con la propia desintegración del clasicismo cinematográfico. Nosotros -hay que confesarlo: nacimos al hilo de La condición postmoderna de Lyotard, año arriba, año abajo- hemos aparecido al calor de los últimos estrenos de Bergman en las salas y, quizá por eso, crecimos en un universo en el que los modelos líquidos ya estaban funcionando a todo trapo. En España, en los bancos de esas últimas generaciones no emponzoñadas por el rictus macabro de la Logse y los delirios de cierta pedago-bobo-gía, comprendimos que la familia, en nuestro mundo, iba a ser radicalmente distinta de la que soñábamos al ver las cintas de Ford o de Capra. Quizá lo comprendí en aquel otro libro de Easton Ellis -y éste, me permitirás, lo citaré de memorieta- en el que un personaje afirmaba: “¡Eres un inadaptado! ¿En serio me intentas decir que tus padres no se han divorciado?”.

Y es que, después de todo, cómo cuesta hablar de la familia sin dejar que los calificativos y las intromisiones del autor empañen el texto de esa subjetividad tan venenosa para los buenos análisis cinematográficos. Haber trabajado dos textos tan ricos y complejos, dos propuestas que podrían ser textos-límite o textos-mausoleo, nos ha posibilitado este pequeño juego de máscaras entre el analista y el creador. Sin duda, tanto Infiel como Yi Yi se hacen cargo de una experiencia vivida en la que late el amor, el horror y el malestar de los tiempos en los que nos ha tocado naufragar.

¡Un abrazo!

Aa. R.



Yi Yi, Edward Yang


Madrid, 26 de abril de 2011

Estimado Aarón:

Me gusta que empieces hablándome de cartas y de cine y que te deslices suavemente de Bergman a Desplechin dibujando un puente en el tiempo igual que las cartas trazan puentes sobre los espacios. Me gusta por intuición y por nostalgia, por ese punto romántico que tenía también Truffaut, pero me gusta porque entre Los comulgantes y Reyes y reina transcurren cuarenta años de historia europea, cuarenta años en los que seguimos hablando de cartas cuando ya nadie escribe cartas, como si mantuviéramos artificialmente un fantasma que ya no necesitáramos porque ya no fuera necesario salvar los espacios físicos que nos separan. ¿Será que en estos años hemos acabado con los espacios, con la distancia? Pienso en el cine y me sorprendo de no poder rescatar de mi memoria ninguna escena de películas actuales, o relativamente actuales (borro rápidamente ese fogonazo de indignación a la memoria de Lubitsch que supuso Tienes un email, aquella comedieta de Meg Ryan), en las que el correo electrónico, los emails, se hayan convertido en el puente mágico que deberían simbolizar y que, por el contrario, sí siguen simbolizando las cartas. Puede ser un anacronismo, pero en algunas de las más bellas escenas del cine contemporáneo se siguen utilizando cartas de papel, manuscritas con la tinta de los sueños y las pasiones. Porque aún no hay emails tan bellos como esa carta que Ventura recita una y otra vez en Juventude em marcha, o como las desgarradas epístolas que siguen surcando los deseos más íntimos de las películas de Garrel.

Quizás las cartas nos parezcan más bellas que nunca ahora que desaparecen, que han terminado, y valoremos el esfuerzo de la tinta al deslizarse, del sello en el estanco, del sobre en el buzón de correos, de la (im)paciente espera que ilusiona o agoniza… La hora del crepúsculo, de lo que va terminando porque deja de encajar, qué bien lo reflejaría John Ford... Y del mismo modo que puede parecer un anacronismo hablar de cartas, seguir mostrando cartas en el cine, también puede parecer fuera del tiempo, o antiguo, o reaccionario, empezar a hablar, discutir, filosofar, o lo que sea que hacemos sobre la familia.

Me hablas de los tiempos en los que nos ha tocado naufragar. ¿No crees que si algo distingue estos tiempos es que todo se hace más difuso, más borroso, nada acaba de encajar en su contorno, los fantasmas dejan de aparecerse para que seamos los vivos los que nos volvemos un poco fantasmas? Por eso me parece más difícil que nunca definir lo que es una familia, no me atrevería a hacerlo, pero el hecho de que se puedan borrar los límites, precisamente, me parece una ventaja que tenemos que aprovechar, porque tras la forma quedará la esencia y lo importante, lo realmente bello que escondía la idea clásica de familia es lo que tenemos que intentar preservar, y surgirá de las cenizas como resurgen las cartas en esas películas que tanto nos gustan y parecen fuera del tiempo.

Y sin embargo, aquí estamos los dos, mandándonos emails que llegan en el acto a su destino sin que nos dé tiempo a pensar qué intrincada y oscura ruta seguirán para ello. La misma prisa, la misma vorágine que impide a muchas familias pensarse a sí mismas, probablemente porque hemos conseguido que esa autoreflexión no sea inmediatamente necesaria, se aleje de nuestro campo visual cuando levantamos los párpados y, por ese motivo, sea tan difícil de aprehender. Quizás estoy pareciendo un nostálgico de las cartas y, por extensión, un nostálgico del mundo, pero en realidad creo, o quiero creer, que es todo lo contrario. Me encanta escribir emails y dedico a ello muchas horas de mi vida, en ocasiones por puro placer, por el mero gusto de explayarme tranquilamente solo con quien quiero, de experimentar  el calor de los susurros, esa maravillosa sensación de protección que da saber a quién te diriges y dejar fluir la conciencia. Es una auténtica liberación, que seguramente nunca habría descubierto con las antiguas cartas por el único y banal hecho de no haberlas probado lo suficiente (otros medios como el teléfono se encargaron del resto). Y el email, con su subversión del correo tradicional, al final ha acabado sirviendo para reforzar y revitalizar en mucha gente esa idea de misiva cálida que empezaba a extinguirse ante el eclipse del correo postal. Lo que para unos era defunción y, para otros, mutación, ha acabado convirtiéndose en la salvación de la más pura esencia del correo. Por la misma razón, quizás tampoco tenga mucho sentido mantener unas estructuras familiares estrictamente rígidas, como han sido durante tantos siglos, sino que haya que dejar que muten y hallen su auténtica expresión, esa que permita sacar lo mejor de algo que, con el paso del tiempo, se ha transformado hacia una pura manifestación de belleza: si en el pasado las familias eran totalmente necesarias por mero pragmatismo cotidiano, hoy día muchas de esas necesidades se pueden cubrir con otros recursos y, a partir de ahora, la familia podrá finalmente expresarse en toda su pureza, sin coartadas sociales ni políticas, y sobrevivir por sí misma, libre de respiración artificial. Ya es hora de ser mayores de edad, de que la transgresión de las normas no suponga caos y desorden, sino una alambicada y quizá utópica búsqueda de perfección. ¿Ves, Aarón? Antes parecía un carcamal nostálgico y ahora solo soy un pobre iluso utópico. La verdad es que no sé con qué quedarme. Será este nuevo mundo, este mundo intangible, que me vuelve difuso, borroso, etéreo. 

Con un fantasmal pero sincero abrazo.

Faustino.





21.8.14

RETRATOS DE FAMILIA - TRÁNSITOS DEL CINE




Retratos de familia - Tránsitos del cine, de Aarón Rodríguez Serrano y Faustino Sánchez es un libro al que le tenemos un especial aprecio. Por ser uno de los primeros que publicamos, por el texto, por sus autores. Es probable que también sea uno de los primeros libros, si no el primero, que antes agote la edición de 1500 ejemplares después de transcurridos casi tres años desde que lo dimos a conocer. Y esto nos llena de satisfacción a los que desde la trastienda o tramoya de Shangrila Textos Aparte trabajamos sin hacer “ruido” para que la vida de nuestras publicaciones en papel sea intensa y lleguen a las manos del mayor número de personas posible.

¡No te lo pierdas! Antes de que se agote, puedes adquirirlo aquí o en librerías. Nuestra distribuidora: Latorre Literaria.

Gracias.