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14.2.20

VII. "VÍCTOR ERICE Y LA MÚSICA. LA BÚSQUEDA DE LA REVELACIÓN", José Ángel Lázaro López, Shangrila 2020



Víctor Erice



[...] Otra corriente de pensamiento que enlaza la música con el conocimiento de la realidad profunda se centra en la relación sustancial de la música con la naturaleza. Arthur Schopenhauer consideraba la música como la más poderosa de las artes, ya que, en sus palabras, “no informa del mundo. Esto le permite expresar no emociones concretas, sino la naturaleza esencial de estas”. (711) Cuando Vladimir Jankélévitch trata de buscar una característica común entre expresionismo, impresionismo, realismo y surrealismo musical, concluye que “No es el dato objetivo lo que está ante vosotros, sino la naturaleza en persona… ¡Como si estuvierais dentro!”. (712) Manuel Gértrudix afirma que la música nos comunica una imagen del mundo: “Su mensaje es una atenta respuesta de la naturaleza, dilatado en el ámbito de una relación temporal, que exige un estar presente y continuo”. (713) El factor temporal ha estado presente en todas las propuestas teóricas por comprender la naturaleza de lo musical, su efecto en el receptor, y su capacidad de transmitir y, sobre todo, generar conocimiento. Gértrudix retoma el patrón dual de los clásicos para diferenciar lo estético de lo cognoscitivo, y toma de Igor Stravinsky la idea clave de la acción. Aporta el compositor de origen ruso que la música es potencia que se perfecciona o traiciona al hacerse acción. Con esta puntualización, Gértrudix considera que la música 

se muestra doblemente: como ciencia y como arte, como manifestación y alumbramiento, como número y como idea. Posee, a la postre, una doble identidad navegando en dimensiones tangentes, pero contribuyendo a la creación de una realidad artística cuya última voluntad es servir como medio de expresión y comunicación, y por ello, de conocimiento. (714)

711. ARRANZ Esteban, Víctor, op. cit., p.12.
712. JANKÉLÉVITCH, Vladimir, op. cit., p.64.
713. GÉRTRUDIX Barrio, Manuel, op. cit., p.19.
714. Ibíd.


El modelo dual es clave en los teóricos para establecer que esa doble naturaleza capacita a la música para superar las divergencias que, históricamente, arte y ciencia han establecido como formas de interpretación y conocimiento de la realidad. Una dualidad que a un artista como Erice, tan preocupado por el conflicto entre memoria/historia/realidad frente al sueño/arte/ficción, sin duda está muy interesado en tratar de superar. Nicholas Cook considera que la música no constituye algo aparte, sino que se haya en el centro mismo de las cosas. Afirma el autor británico que, de hecho, no es tanto un “algo” en el mundo, sino “un modo de conocer el mundo, un modo de ser nosotros mismos”. (715)


715. COOK, Nicholas, op. cit., p.10.


Entrando en el terreno de lo cinematográfico y las intenciones de los cineastas en los usos de la música, encontramos testimonios tan contundentes como, por ejemplo, el de Stanley Kubrick, en referencia a su filme 2001. Una odisea del espacio (2001: A space Odissey, Stanley Kubrick, 1968): “Quería conducir al espectador a un nivel más interior del conocimiento, tal como hace la música”. (716) En el cine que hemos definido páginas atrás como moderno, Russell Lack considera, siguiendo a Gilles Deleuze, que la música actúa, de un modo crucial, “como piloto de unos sentimientos desposeídos de cuerpo, de biografía”. (717) Si la música es así capaz en el cine de superar lo eminentemente figurativo, podríamos, trascendiendo a su vez la condición narrativa, adentrarnos en los territorios de lo que Paul Valery definió como “aquello que se transmite directamente sin el desvío o el aburrimiento de una historia que contar”, y que denominó “sensación”. (718)

716. CHION, Michel, op. cit., p.354.
717. LACK, Russell, op. cit., p.360.
718. PÉREZ Perucha, Julio, op. cit., p.30.

De lo hasta aquí argumentado en nuestra investigación podríamos tomar por válida la idea de que Víctor Erice nunca intenta transmitir al espectador una idea predeterminada, sino abrir un campo de experiencia. José Val del Omar, quien concebía su cine y sus procesos de creación fílmica basándose en la música, la distinguía como “el arte supremo de la experiencia”. (719) Este acercamiento a través de la música a la generación y transmisión –en principio– de emociones entre el artista y el receptor de su obra, se encuadraría, según Julio Pérez Perucha, en ese “gran arte” que se presenta siempre como una ilustración del célebre dictum de Paul Klee que confiere al artista la tarea de no copiar lo visible, sino de hacer visible lo invisible. (720) Revelar la verdad oculta en la realidad. Pérez Perucha califica de “gran arte” a ese que logra la revelación, para distinguirlo y elevarlo en su cualidad particular.

719. LATORRE, Jorge, op. cit., p.131.
720. Ibíd.

En la secuencia de arranque de El sur, la historia se nos presenta desde un punto de vista lejano, externo, desde fuera de lo que teóricos como Steven D. Katz denominarían el “círculo dramático de acción”. (721) Sin embargo, en un momento dado, la cámara entra muy claramente en ese círculo dramático de acción, y el punto de vista de la narración cambia notablemente. La cámara se acerca y pasa a estar, por montaje, en un primer plano de la adolescente que despierta en su cama al oír los gritos que se profesan por la casa ante la desaparición de Agustín, su padre. Se inicia entonces la voz en off de la propia protagonista, Estrella, recordando en tiempo pretérito aquella mañana, y entonces aparece, en la banda de sonido, de forma extradiegética, el tercer movimiento del Cuarteto de cuerda en Fa menor de Maurice Ravel. Esa música, en el campo de la “sensación”, no de la narrativa que explícitamente comienza a ordenar la voz en off estableciendo las temporalidades del relato, inaugura un espacio de experiencia emocional, de identificación que puede ser con la Estrella adulta que narra la historia, o con la Estrella niña que está comprendiendo lo que ha sucedido con su padre, pero, en cualquier caso, de experiencia emocional fílmica para el espectador. Este ejemplo también nos es de utilidad para aclarar, desde nuestro objeto de estudio, una cuestión de relevancia que suele aparecer en el terreno de la música de cine y que de alguna forma ya hemos tratado al estudiar las corrientes funcionalistas que teorizan sobre la cuestión. No referimos a la idea de que el espectador de cine, en general, y como requisito para que la música opere como proponen esas teorías funcionalistas –subrayando, generando continuidad, haciendo de fondo, etc.– (722), no debe reparar en la presencia de la música en la banda de sonido, ya que la acción y los diálogos no deben sufrir competencia en su inteligibilidad. La secuencia comentada es buen ejemplo de que Erice no opera bajo esa premisa. Funciona como ejemplo y también como caso para revocar este tipo de postulados. En primer lugar, por tratarse de una música extradiegética, que es a la que implícitamente se suelen referir todas las teorías funcionalistas, y que suelen perder pie al estudiar ejemplos de música diegética, considerando que implican un cambio de paradigma. Y, en segundo lugar, por tratarse, como hemos descrito con anterioridad, de una música “de emergencia”, que el cineasta tuvo que improvisar debido a los conocidos problemas de súbita finalización que tuvo el filme en cuestión. El ejemplo referido, comienzo de, posiblemente, la película más marcadamente narrativa de la filmografía de Erice y –hemos de insistir– a través de un ejemplo de música extradiegética de repertorio clásico impresionista, tomada de forma prácticamente improvisada, es sin embargo, también aplicable a la consideración del propio director –hecha en referencia a los recursos narrativos y de puesta en escena de El espíritu de la colmena– según la cual en un cine no exactamente narrativo, hay que estar atento a más cosas que en cines más marcadamente narrativos. La música ejerce, por tanto, también al nivel de la recepción, en cuanto experiencia fílmica para el espectador, un papel muy distinto, mucho más constructor de la narración y el drama de lo que lo hace habitualmente en el cine, aún en los momentos más convencionales del diseño de la puesta en escena del director. 

721. KATZ, Steven D., Shot by shot. Film Directing. Visualizing from concept to screen, STUDIO City, CA: Michael Wiese Productions, 1991, p.229-231.

722. Ver nota 14.


En el extremo opuesto a la consideración funcionalista de las músicas extradiegéticas en cines narrativos de la que partíamos en la anterior reflexión, encontramos el cine musical. Jane Feuer hace un análisis, a un nivel fundamentalmente estético, de la capacidad de la música en este cine para “presentar una visión de la liberación humana, algo profundamente estético”. Pero añade: “la razón parcial por la que a muchos de nosotros nos apasionan los musicales, es porque nos ofrecen un atisbo de lo que sería la vida si fuéramos completamente libres. Necesitamos desesperadamente imágenes de liberación en las artes populares”. (723) Está implicando que la lógica que la irrupción de las músicas aporta al espectador en el cine musical es una experiencia estética que es capaz de construir una “sensación” de libertad en el espectador, y que esa experiencia de liberación es la causa real y profunda de su gusto por ese tipo de cine y su necesidad o voluntad de buscar esas películas. Más allá del cine musical, es sencillo detectar, al nivel de la estrategia dramática y narrativa de los cineastas, cómo a la música le es otorgado ese papel liberador, que opera en lo emocional –clímax narrativo– tanto como en lo narrativamente estructural; esto es, a la hora de desanudar las historias –desenlace narrativo. En los filmes de Erice podemos enumerar cómo las diferentes piezas musicales van asumiendo estas funciones en los tramos finales de prácticamente todos y cada uno de ellos.

723. FEUER, Jane, op. cit., pp 105-06.

Finalmente, para cerrar este apartado sobre la capacidad de la música de generar conocimiento, y para concluir en plena relación con su aplicación al cine, traemos a colación la reflexión de André Obey, recogida por Jean Mitry, en la que se plantea si es poco razonable afirmar que la música es generadora de imágenes. Si la música pura, no pensada para el cine, contempla y acepta la forma del poema sinfónico (724), se pregunta el autor qué poder no tendrá al ser aplicada al lenguaje cinematográfico. Habla el autor a continuación, aún en el terreno de lo puramente musical, del poema sinfónico, de “visiones sabiamente encadenadas sobre la pantalla de nuestro consciente y de nuestro inconsciente”, y se pregunta si, dado que un maestro de baile tiene derecho a extraer de un nocturno de Chopin toda una serie de realizaciones plásticas, para el caso del director de cine, quien dispone de un modo de transposición infinitamente más flexible, más rico, y sobre todo más “musical” en su técnica, no habríamos de concluir que ese director de cine tiene derecho a reivindicar el mismo privilegio. (725) Dejamos aquí este debate abierto, el de la capacidad de la música para generar imágenes, conscientes tanto de su enorme interés y proyección como de su potencial magnitud, que obviamente desborda nuestro ámbito de investigación [...]

724. El poema sinfónico es una forma de sinfonía característica de la música programática que se caracteriza por estar determinada formalmente por el contenido representado, de modo que a través de ella se pretenden expresar determinados procesos interiores o exteriores. GRABNER, Hermann, Teoría general de la música, Madrid: Akal, 2001, p.231-32.
725. MITRY, Jean, Estética y psicología del cine. 2. Las formas, op. cit., p.169.







   



13.2.20

VI. "VÍCTOR ERICE Y LA MÚSICA. LA BÚSQUEDA DE LA REVELACIÓN", José Ángel Lázaro López, Shangrila 2020





El sol del membrillo



[...] En El sol del membrillo, filme aparentemente muy diferente de los anteriores, la estrategia musical de Erice se consolida definitivamente en la línea de lo acumulado hasta ahora. El director diseña un plan musical imbricando todas las vertientes exploradas con éxito anteriormente y que ya han pasado a ser señas de identidad de su obra, a saber: canciones populares (interpretadas diegéticamente), piezas de repertorio clásico (ahora por primera vez incorporadas diegéticamente, a través de los programas de radio que escucha Antonio López mientras trabaja), y música original para el filme, esta vez a cargo de Pascal Gaigne. Es muy importante señalar que este “diseño” es llevado a cabo en tiempo real, es decir, a medida que el cineasta descubre su propia película. Recordemos que el rodaje de El sol del membrillo dio comienzo el 29 de septiembre de 1990 sin haber redactado Víctor Erice una sola línea de guión cinematográfico. Lo más destacado de los modos de trabajo de Erice en este caso es, sin duda, la utilización de esas tres “vías” ya experimentadas para incorporar las músicas –que no lo musical, lo cual, como ya hemos señalado, se puede encontrar en otros modos de llevar a cabo la filmación–, añadiendo sin embargo en los tres casos sensibles variaciones.

En primer lugar, la forma de incorporar las músicas populares diegéticamente y en boca de sus personajes, al estar ahora moviéndose en un formato documental, no puede diseñarse de igual manera que en las películas estrictamente de ficción. Por ello, necesita contar con otros puntos de arranque en la construcción. En este caso, empezando con la incorporación de la costumbre de Antonio López –descubierta en la grabación de Apuntes (1990-2003) (Víctor Erice, 2004)– de canturrear copla y músicas populares mientras pinta. Carmen Arocena considera que en este filme primer encuentro de Antonio López con su modelo “va a ser sacralizado a través del sonido […] Es la voz de Antonio López la que canta la canción y la que sirve de nexo de conexión entre todos estos planos”. (226) Pero también incide en ello Erice, desde las mismas coordenadas pero un paso más allá, con la petición a Enrique Gran de que, cuando acuda a visitar a su amigo en la segunda ocasión en la película, le sugiera cantar alguna de las viejas canciones que a ambos les gustan. De esta idea surgirá la famosa escena de Ramito de mejorana, que será posteriormente analizada con detenimiento.

226. AROCENA, Carmen, op. cit., p.294.

Sobre la segunda vía, la de la incorporación de música clásica, será muy sutil en este caso. La novedad, ya mencionada, estriba en incorporar las piezas desde la reconstrucción sonora de la diégesis, a través del aparato de radio en el que Antonio López escucha la música y las noticias –en la antigua Radio 2 de Radio Nacional de España, en emisión en 1990– mientras pinta el membrillero. A través de este dispositivo Erice consigue mantener la sensación de cercanía documental a su material fílmico en observación sin renunciar a que determinadas escenas contengan una serie de músicas determinadas por él, y a utilizar estas músicas con funciones de puntuación en la narrativa fílmica, incluyéndolas para marcar elipsis y transiciones, o para ambientar determinados momentos concretos. Ello lo conseguirá con mayor facilidad y efectividad con la incorporación de determinadas piezas, elegidas por el director en postproducción entre las escuchadas por López a lo largo de las numerosas jornadas de trabajo en el patio. Erice utiliza esta música con las funciones habituales en el cine de ambientación dramática y como medio de sugerir las elipsis y transiciones del paso del tiempo. Entre estos momentos destaca aquel en la que Antonio López y Enrique Gran recuerdan cómo se conocieron. Según Gran, su primera visión de un adolescente Antonio López fue simulando dirigir una orquesta imaginaria que interpretaría la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven. Los dos hombres ríen rememorando sus días de juventud en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando comentando lo mucho que les gustaba entonces la música a todos los amigos de su grupo. “Aunque no como ahora, claro” sentencia Enrique Gran. Erice ha montado en ese punto un plano de cielo y nubes para hacer avanzar el relato hacia delante, y suena un apunte de cuerdas de cámara en tempo lento. Esta vez la fuente musical no aparece, es decir, no es justificada diegéticamente por el filme, sino que es utilizada, como decimos, de manera más convencional, en la línea de las piezas musicales extradiegéticas que suelen ejercer funciones de ambientación y puntuación habituales en el cine. El director toma materias primas puramente documentales de su proceso de registro para luego utilizarlas como herramientas narrativas con criterios marcadamente habituales en la ficción cinematográfica. (227)


227. Pascal Gaigne asegura que este tipo de breves apuntes fueron todos añadidos sobre el montaje de imagen ya concluido de la película. En CUETO, Roberto, El lenguaje invisible. Entrevistas don compositores del cine español, Madrid: Festival de cine de Alcalá de Henares- Comunidad de Madrid, 2003, p.188.


En tercer lugar, la utilización de la partitura de Pascal Gaigne tiene la novedad de ser incorporada estrictamente en el tramo final de la película, donde toda la construcción fílmica sufre un notable giro y todo pasa a ser narrado desde una perspectiva sensiblemente diferente, mucho más cercana a la ficción, en clave de noche, en localizaciones interiores, desaforando explícitamente el aparato de rodaje, con aparición del recurso de la voz en off, y reflexionando abiertamente sobre los temas que preocupan al autor. Ahí cobra todo su protagonismo la música original. Como yahemos anticipado páginas atrás, José Saborit lleva a cabo, en su Guía para analizar “El sol del membrillo”, un detallado análisis de la intervención de las piezas originales de Pascal Gaigne que protagonizan la segunda parte del filme. (228) Se trata de seis intervenciones musicales, cuya primera aparición tiene lugar en el significativo momento en que Antonio López renuncia al óleo sobre el membrillero ante las malas condiciones climatológicas y, antes de cambiar su proyecto de pintura al óleo por el de un dibujo a lápiz, procede a guardar el lienzo inacabado en el sótano de la casa. Según Saborit, 

en reticente réquiem, (…) la música incidental hace su primera aparición como serena despedida asociada a la muerte, y el hecho de que se escuche por primera vez cuando ya han transcurrido una hora y doce minutos con sonido directo incrementa su carga simbólica como reflejo de los sentimientos del artista, al tiempo que prepara el ánimo del espectador para el progresivo deslizamiento del film hacia un tono más poético e introspectivo (…) Las insinuaciones confluentes del violonchelo y el contrabajo se estiran lentamente como buscando concordancias, e intensifican el tono trascendente y elegíaco de la secuencia del enterramiento. (229) [...]

228. SABORIT, José, op. cit., pp.98 y 99.
229. Ibíd.







   



12.2.20

V. "VÍCTOR ERICE Y LA MÚSICA. LA BÚSQUEDA DE LA REVELACIÓN", José Ángel Lázaro López, Shangrila 2020






El espíritu de la colmena



[...] Ana María Sedeño nos recuerda que la música contemporánea se ha relacionado con frecuencia en el discurso fílmico con la función de describir estados psíquicos inestables, crisis de identidad o conflictos sociales. Llama la atención la autora sobre “cómo, a pesar de su aura de dificultad y de alejamiento del espectador y consumidor musical medio, la música contemporánea para cine también ha creado sus clisés y estereotipos, quedando encasillada en su asociación y recreación del suspense, la anormalidad y todo lo relacionado con la ciencia ficción y lo extraterrestre”. (203) En el arranque de Los desafíos la partitura original de Luis de Pablo parece trabajar en esa dirección, pero no desde la psicología de los personajes, sino con esa función de recreación de ambientes de anormalidad, o directamente extraterrestres –“Estamos en la luna” afirma uno de los personajes–. Sin embargo, ambos autores –Erice y De Pablo– van a evolucionar notoriamente en su colaboración de cara a la siguiente película –El espíritu de la colmena–, en la que trabajarán sobre un estilo musical similar, pero desde una perspectiva notablemente diferente a las coordenadas del clisé apuntadas por Ana María Sedeño, y cuya viabilidad radica en la imbricación entre la propuesta narrativa y escénica desde un modelo de relato basado en el mito, y sobre el que profundizaremos más adelante en este trabajo.

203. SEDEÑO Valdellós, Ana María, La música contemporánea en el cine, Málaga: Universidad de Málaga, 2005, p.42.

Pasarán sin embargo aún cinco años hasta que Erice, de nuevo de la mano de Querejeta, afronte el que constituirá su primer proyecto personal como director profesional en formato de largometraje de ficción. Efectivamente, el 12 de febrero de 1973 comienza a rodarse en el municipio segoviano de Hoyuelos El espíritu de la colmena. Luis de Pablo se encarga de la partitura musical, en la que se combinan músicas originales con la adaptación y variaciones, por encargo del director, de temas infantiles populares. Como apunte fundamental para pensar cómo funciona la música en esta película hemos de traer a colación el comentario de Dominique Russell en su ensayo Silences. Víctor Erice´s use of sound, que resume perfectamente, a través de la aparente contradicción de dos datos –cualitativo y cuantitativo–, la especificidad del estilo que, a partir de esta película, va a imprimir Erice a su cine desde nuestra óptica de la música: “Aunque 'El espíritu…'" es casi opresivamente silenciosa, tiene más música extradiegética que el resto de las películas de Erice” (204), si bien “esta música no borra el penetrante sentimiento de pesado silencio”. (205) Este filme es el que más minutos de música tiene en su banda de sonido de entre todos los del director –veinticuatro minutos de música– y, como sucede con el resto, deja en el espectador –y a la vista está que también en los estudiosos– la sensación de tener mucha menos música de la que en realidad tiene. Analiza Russell que en El espíritu de la colmena la partitura de Luis de Pablo funciona dentro de la lógica de leit motives para los diferentes personajes y situaciones, y que por un lado, los temas más ligeros (como el de la llegada al colegio) son breves; y por otro, los más persistentes (como los ligados a Ana) están llenos de suspensiones y ritmos irregulares que forman parte del intento experimental (afín a Luís de Pablo) por incluir silencio a la pieza musical. (206) Como vemos, la autora toma el paradójico efecto logrado por la banda de sonido del filme como un experimento del compositor. El resto de la filmografía de Erice demuestra que la estrategia o el estilema van mucho más allá de esta película, al conformarse el silencio como un rasgo apreciable y de peso en una obra fílmica donde la música siempre está presente en los momentos fundamentales, incluso bajo títulos tan elocuentes como el de Música callada, de Federico Mompou, utilizada por el director para La Morte Rouge en 2006 [...]

204. “Though The spirit of the Beehive is almost oppressively silent, it contains more extradiegetic music tan the rest of Erice´s films”. EHRLICH, Linda C., op. cit., p.251.
205. “Yet this music does not obliterate the pervasive feeling of heavy silence”. Ibíd.
206. Ibíd.






   



11.2.20

IV. "VÍCTOR ERICE Y LA MÚSICA. LA BÚSQUEDA DE LA REVELACIÓN", José Ángel Lázaro López, Shangrila 2020





El sur / El Gatopardo / El espíritu de la colmena



[...] Durante el periodo de formación en el que hemos englobado estos años de crítico en Nuestro cine, Víctor Erice desarrolló, a lo largo de varios textos, el concepto de una estrecha dicotomía sobre la que su visión del cine mantenía un delicado equilibrio: su naturaleza y uso por parte de los cineastas entre la historia y el sueño. Esta idea es importante porque ha sobrevivido en el discurso del cineasta con el paso del tiempo, se ha consolidado, e incluso ha evolucionado hacia la nueva idea de “memoria y sueño”. (90) Esta evolución de su pensamiento ha tendido además hacia la idea, desde una confrontación de concepciones que podrían entrar en tensión y conflicto en sus primeros textos, hacia una cualidad dual del cine, de naturaleza complementaria entre las dos nociones –memoria y sueño–. En 1964, Erice escribía un artículo titulado “Entre la Historia y el Sueño” (91) para hablar sobre El Gatopardo y el cine de Visconti, y recurría ya a esta idea para situar al cineasta italiano como autor:

¿No es esta condición entre el sueño y la historia la que recorre toda la obra viscontiana, desde Ossessione hasta El Gatopardo? Así lo creo yo. De ahí el título que encabeza este trabajo (Entre la historia y el sueño). Y aunque pudiera parecerlo, no expresa una disyuntiva. Visconti, en el terreno de las responsabilidades, ha tomado partido por la historia sin vacilación alguna. Por eso, esos dos términos solamente pueden representar, en cierto modo, la situación existencial del autor.


90. Memoria y sueño es incluso el título bajo el que Erice pretende englobar una serie de piezas documentales a realizar por él sobre películas que considera fundacionales o trascendentales en la historia del cine, y del que ha rodado ya tres capítulos.

91. Nuestro cine, nº 25, 1964.


Son muchas las correspondencias entre El Gatopardo y, sobre todo, El sur. En el análisis de lo musical en este film, ahondaremos en algunas de ellas. Baste señalar ahora las claras similitudes en la caracterización de ambos protagonistas. Seres solitarios, quedos, incomprendidos, que a lo largo del relato toman conciencia del fin de su tiempo, con aficiones particulares, incomprendidas también y que les transportan a universos lejanos, más solitarios aún, y donde rigen leyes incomprensibles para los demás (la astronomía en el caso del príncipe Salina, la cultura zahorí en el caso de Agustín) (92), pero sobre todo, y esta es la circunstancia que más nos interesa, llevados por ambos cineastas al momento de la toma de conciencia de su despedida final con el mundo en el que fueron felices, a través de una secuencia absolutamente equivalente: la de un baile –y su rememoración años después a través de una música en el caso de El sur– en un salón repleto de gente que celebra algo, mientras ellos, del brazo de una joven plena de vida, felicidad y futuro, bailan su último momento de contacto con ese tiempo y esa felicidad. El propio Erice explicitó el efecto de este mecanismo en el film de Visconti otorgándole todo el crédito de calidad, en el mismo artículo de 1964: “El baile del príncipe con Angélica significa también –y ahí está la gran categoría del film– el último contacto, la resignada despedida del protagonista con una juventud y una felicidad pasadas”. Al hilo de lo cual traemos a colación otro interesantísimo texto publicado en Nuestro cine tres años antes, firmado por el propio Luchino Visconti, y tras cuya lectura nos encontramos intensamente inmersos en una visión de la praxis fílmica completamente musical, tanto en su concepción, como en sus influencias, como en esa misma praxis. El texto se titula “Mi método de trabajo” (93), y en él nos revela el cineasta italiano: 

Casi siempre mi obra tiene algo de melodrama: Verdi y el melodrama italiano son mi primer amor (…) Con el texto asimilado por cada uno de los actores, termino por definir el ritmo, determinando en forma musical la representación con sus tempos, allegro, piano, andante, como para una sinfonía. 

92. Rasgos estos también fácilmente reconocibles en Fernando, personaje secundario, aunque fundamental, en El espíritu de la colmena, y cuyas aficiones (la apicultura, la radio de galena, la escritura sobre el mundo de las abejas) están claramente también en la línea de las de los otros dos personajes.
93. Nuestro cine, nº 4, 1961.

Hablaremos en su momento con detenimiento, de los dos tipos de orquestaciones musicales que hace operar Erice en las dos escenas de El sur, en las que el tema musical del baile entre Agustín y su hija, establecen el sustrato y el estilo dramático del film, y ahí recobrarán todo su sentido las palabras de Visconti. Veremos cómo los dos actores del film español, en la secuencia final del Gran Hotel, funcionan a tempos distintos; veremos cómo ese tema musical que se repite y recuerdan, ha sido reorquestado siguiendo unas influencias de música popular y códigos culturales muy determinados, y cómo todo ello desemboca en el clímax dramático del film, a través de la puesta en escena de todos los elementos.

Sobre el uso de la música y cómo podría el joven Erice verse influido por ella, se da alrededor del filme de Visconti una circunstancia especialmente significativa. Como ya hemos señalado, El Gatopardo no fue, en su momento, la película favorita de Erice. En la encuesta en que ésta es valorada, ocupa el segundo lugar tras Crónica familiar (Cronaca familiare, Valerio Zurlini, 1962), de Valerio Zurlini. El film de Zurlini hace un uso muy particular y, sobre todo, muy evidente de las músicas, mientras que el de Visconti, extensamente trenzado por las piezas musicales, lo hace, tanto a nivel diegético como extradiegético, de manera menos evidente, pero más convencional. Erice no pudo ser ajeno a ello de ninguna forma. Tanto es así que, incluso la propia revista, de cuyo consejo de redacción formaba parte activa, publicó en esas mismas fechas dos artículos, firmados por Jaime Camino (94), en los que se analizaban expresamente los usos musicales en las obras de Valerio Zurlini. La paradoja interesante es que, según todas las declaraciones que ha hecho a lo largo de su vida al respecto, Erice se muestra más favorable a una utilización de la música más en la línea de Visconti. El tiempo y el análisis nos han mostrado que el film de Visconti tiene muchos más puntos en común, a todos los niveles, con las formas de hacer del Erice cineasta. De este planteamiento paradójico bien podríamos extraer la conclusión, o al menos la hipótesis, de que el Víctor Erice de 1964, no le concede un valor muy grande a la parte musical de los filmes a la hora de valorarlos. De hecho, en el grueso de su obra crítica en toda la década en Nuestro cine, las referencias a las músicas de las películas son prácticamente inexistentes. Esta hipótesis encaja con su profunda y primordial querencia, por ejemplo, por el cine de Roberto Rossellini, en el cual el uso de la música, como analizaremos más adelante, dejaba mucho que desear según el criterio de Erice [...]


94. Jaime Camino encuentra en La muchacha de la maleta falta de unidad en la obra, y fallos de ritmo en su montaje “rico y libre”. Camino cree que el filme de Zurlini “ofrece un final desacompasado, lo que puede achacarse a la «solución» que los guionistas buscan para el film, o, mejor dicho, para la historia narrada en el mismo”. Nuestro cine, nº 17, 1963, p.52.








   



9.2.20

III. "VÍCTOR ERICE Y LA MÚSICA. LA BÚSQUEDA DE LA REVELACIÓN", José Ángel Lázaro López, Shangrila 2020







Historia de un olvido, crónica de una desconsideración

La obra de Víctor Erice no es muy musical. O eso parece. O, dicho de otro modo, la música en la obra de Víctor Erice es una cuestión, en primer lugar, prácticamente inabordada por los estudios académicos hasta la fecha, y, en segundo lugar, prácticamente inadvertida, tanto por los estudiosos y expertos, como por el público en general. De hecho, el mero planteamiento de la cuestión sorprende al conversador interesado en la obra del cineasta. El recuerdo de los filmes del director vizcaíno está generalmente instalado en el espectador sin apenas presencia del componente musical. 

Michel Chion ha demostrado, en sus experimentos sobre el falso recuerdo que generan los espectadores sobre los filmes, que el recuerdo sobre las músicas presentes en las películas se genera muy fuertemente connotado por la impresión dramática que la escena en cuestión haya dejado, de manera general, en el espectador. (1) Así, de la misma manera que una escena impregnada dramáticamente de un valor de esperanza o salvación para el protagonista, se recuerda con una música alegre, de armonías abiertas (2), ligera, habría que plantearse, en esta clave de análisis, qué tipo de sensaciones operan sobre las películas de Víctor Erice para generar un recuerdo que oscila entre lo silencioso y lo poco musical. 

1. CHION, Michel, La audiovisión, Barcelona: Paidós, 1993, p.148.
2. Por armonía abierta entendemos aquella en la que las notas del acorde tienen una separación tonal amplia. KENNEDY, Michael, The Oxford dictionary of music, Oxford: Oxford University Press, 2006, p.637.

Algunos autores hablan sobre cierta música silenciosa presente en las películas del director vasco; otros, de una musicalidad intangible. En otro orden de análisis, se habla de un cine que aspira a convertirse en música. Nosotros trataremos de desentrañar las causas y las implicaciones de estas circunstancias, que, como veremos, se manifestarán en algunas ocasiones de manera paradójica.

Esta notable situación de ignorancia, o inapreciación, del componente musical en la obra objeto de estudio, deviene en inexistencia cuando se aborda el segundo enfoque sobre el que trabajaremos, el de la praxis fílmica del director. Tal es así, que el mismo Víctor Erice es el primero en no ser consciente, ni del elevado grado de utilización, ni de la trascendencia metodológica, que la música ha ido adquiriendo en sus filmes a lo largo de su carrera. ¿Cómo podemos explicar tan sutancial desconsideración hacia algo tan notorio, tanto material como expresivamente, como la música? [...]







   



6.2.20

II. "VÍCTOR ERICE Y LA MÚSICA. LA BÚSQUEDA DE LA REVELACIÓN", José Ángel Lázaro López, Shangrila 2020






"Quizá como a Víctor Erice, quizá como a François Truffaut,
seguro que como a tantas y tantas personas,
yo también creí un día que el cine me había
salvado la vida. En todos esos momentos de salvación,
estoy seguro, sonaba una música".






   



5.2.20

I. NOVEDAD: "VÍCTOR ERICE Y LA MÚSICA. LA BÚSQUEDA DE LA REVELACIÓN", José Ángel Lázaro López, Shangrila 2020












La obra de Víctor Erice, aclamada y mitificada por la crítica cinematográfica mundial, no parece, a primera vista, especialmente musical. Calificada como silenciosa, contemplativa, pictórica… los análisis, e incluso el recuerdo del público en general, no hablan de música. Sin embargo, cuando se señalan, en concreto, los momentos más emblemáticos de sus películas, paradójicamente emergen, enseguida, un pasodoble bailado por un padre y una hija en una fiesta de primera comunión (El sur), una copla entonada una y otra vez hasta satisfacer a dos amigos pintores que disfrutan del paso de la vida junto a un membrillero (El sol del membrillo), los enormes ojos de una niña obnubilada ante la proyección –y la música…– de una película de terror en un pequeño pueblo castellano de las España de posguerra (El espíritu de la colmena), una canción de cuna que emerge de la nada en el filo de vida y la muerte de un recién nacido (Alumbramiento), un pianista que atormenta las noches de insomnio de un niño aterrorizado por la experiencia de asomarse a la primera película de su vida (La Morte Rouge), una niña que improvisa una canción invocando el final de la lluvia que arruina el dibujo de un árbol como el que pintó su abuelo veinte años atrás (Correspondencias Erice-Kiarostami), o un acordeonista que interpreta un himno obrero ante la foto en la pared de unos compañeros que ya no están (Cristales  rotos)…

La música no sólo es un elemento clave para entender la propuesta expresiva en todas y cada una de las películas de Víctor Erice, sino que, como se desgrana en este libro, es el hilo conductor de su carrera profesional y de su inagotable búsqueda a través de seis décadas por realizar un destino vital a través del cine. Una búsqueda por salir al encuentro de la verdad –más allá de la realidad material del mundo–, que se configura en el pensamiento y la metodología de trabajo del cineasta a través de un diálogo entre la propia biografía del director, la historia universal del cine, y el contexto social, político y cultural en el que se van forjando todas esas películas. En este diálogo multidireccional, recorrido por múltiples experimentos y caminos de ida y vuelta, la música se revela como la llave que abre todas las puertas hacia el otro lado con el que sueña Víctor Erice desde que una tarde de invierno de 1945 su hermana le llevó a ver la primera película de su vida.