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16.9.16

IV. "LOS MECANISMOS COMUNICATIVOS DEL CINE DE TODOS LOS DÍAS. ANTOLOGÍA DEL COLECTIVO MARTA HERNÁNDEZ Y JAVIER MAQUA EN 'COMUNICACIÓN XXI'", Asier Aranzubia (coord.), Hispanoscope libros, Santander: Shangrila 2016.




Javier Maqua




MARTA HERNÁNDEZ Y EL ANÁLISIS TEXTUAL
ENTREVISTA CON JAVIER MAQUA
Asier Aranzubia


¿De dónde viene tu interés por el cine?

Fui poco al cine de pequeño porque era insalubre. No era cinéfilo, en el sentido duro de la palabra. No veía todas las películas ni perseguía las flores raras. No leía casi nunca Cahiers du cinéma. Pero empecé a interesarme por el cine, a punto de acabar el bachillerato, en el cine club del Colegio Calasancio, que dirigía un militar, Félix Martialay, que a su vez era el director de Film Ideal. Él abrió las páginas de la revista a algunos de los que asistíamos al cine-club. No supe que era comandante del ejército hasta que fui al consejo de redacción y puso la pistola encima de la mesa. Pero aprendí mucho de él y seguí escribiendo esporádicamente en Film Ideal hasta su último número. Entretanto estudiaba, primero, la carrera de Ingeniería Industrial y, luego de abandonarla en segundo, Biología en la Complutense. Eran los años sesenta, años de lucha política universitaria movidísima. Además de acudir a asambleas, manifestaciones, saltos, reuniones, estudiaba la estructura del ADN, intentaba comprender lo que se escondía debajo de la biología evolutiva, y leía cuanto los de mi alrededor, compañeros de lucha –estudiantes de Exactas, Derecho, Económicas, Filosofía, Físicas…–, nombraban con admiración: a Piaget, a Lévi-Strauss, a Foucault, a Freud, a Marx, a Althusser, a Barthes y, por fin, a Metz. Anagrama, por ejemplo, publicaba esbillas de pequeños artículos de los popes (Lacan, Poulantzas, Bourdieu, Deleuze…), agrupados bajo distintos pretextos, todos ellos muy prometedores, pero fragmentos de un discurso ausente que casi nunca estaba publicado en español. En uno de esos libros miscelánea, “Problemas de estructuralismo”, había un artículo magnifico de Pierre Bourdieu, titulado “Los pájaros de Safón”, que me pareció de una claridad meridiana al explicar el funcionamiento de los campos intelectuales. Acallados los Aparatos Ideológicos de Althuser, los campos intelectuales de Bordieu podían también dar buena cuenta de la dinámica de los campos culturales. Fuera de los circuitos librescos de la izquierda, en la muy académica editorial Gredos se habían publicado o se estaban publicando tochos fundadores de la lingüística, la semiología, la semántica, etcétera. Allí estaban Saussure, Martinet, Greimas y la escuela de Copenhague, representada por Hjelmslev que era quien se proponía con más vehemencia, casi hasta el delirio, convertir la lingüística en una ciencia exacta. Lo leí todo. Y también había españoles de los que aprender aunque no fuera de izquierdas: Alarcos. Pero, sobre todo, hay que rendir homenaje a Dámaso Alonso, que, en su Poesía española, analizaba poemas de Góngora ajustándose al dedillo al sistema saussuriano. Analizando el verso “oscura turba de nocturnas aves” vislumbré con toda claridad las relaciones entre significante y significado.

Háblame del origen de Marta Hernández. A raíz de la lectura de Cine español: algunos materiales por derribo (Cuadernos para el diálogo, 1973), de los hermanos Pérez Merinero, te pones en contacto con ellos y los reúnes con Julio Pérez Perucha y Francisco Llinás. ¿Es así?

Más o menos fue así, con la política militante de por medio. Entre finales de los ‘60 y principios de los ‘70, Paco [Llinás], Julio [Pérez Perucha] y yo formábamos parte de un Comité de Contrainformación, es decir, del cine militante, que lideraba el PCE (concretamente, Andrés Linares). Con Paco [Llinás] trabajé en París en el montaje de una de aquellas películas, pero nuestras diferencias con el PCE eran muchas y modificaron el montaje. No guardo buenos recuerdos. Mi mujer [Gloria Berrocal] había cedido un proyector de 16mm y una cámara Bell & Howell muy dura y estupenda para disimularla bajo el periódico y filmar manifestaciones. Un buen día, cayó Miguel Hermoso, le requisaron la cámara, se desató el dispositivo de seguridad y las películas que habíamos rodado y el proyector se enterraron, al parecer, junto al Manzanares, como si aquello fuera La isla del tesoro. No se recuperaron, inservibles, hasta meses después. De todo eso hay testimonio en Contracampo [nº 8 (enero de 1980), pp.8-9 y nº 10-11 (marzo-abril de 1980), pp.10-12]. Creo que ya habíamos abandonado el cine militante, cuando nos pusimos en contacto con Carlos y David [Pérez Merinero], que era de la Liga, me parece; nosotros estábamos en Movimiento Comunista (MC). Carlos [Pérez Merinero] creo que no militaba, pero era el más radical de todos nosotros. La gente suele olvidar la militancia, pero me parece que son épocas de tu vida básicas para comprender lo demás.

¿De dónde viene la idea de trabajar como un colectivo de críticos?

Entonces era bastante común escribir con un nombre colectivo, como hizo la derecha con el Grupo Tácito. Pero que varios críticos escribieran sobre cine bajo el mismo nombre seguro que iba a tocar las pelotas a más de un crítico en ejercicio. La crítica de cine era asquerosamente individualista.

¿Y el nombre?

Julio [Pérez Perucha] dijo, a posteriori, que era por Marta Harnecker y Miguel Hernández, pero yo no recuerdo eso. La cosa es que entre los cinco tenemos acceso a muchas más revistas. Somos cinco individuos buscando plataformas.

¿Y escribís los artículos entre todos o cada uno lo suyo y lo firmáis colectivamente?

Yo creo que los primeros que publicamos en Cambio 16 sí que nos reunimos para leerlos. Luego, ya no.

Funcionabais de manera autónoma.

Confiábamos unos en otros. Y jamás hubo la menor disensión, luego de verlas publicadas sin haberlas leído. Marta Hernández era en el sentido genuino de la palabra un colectivo. Sobre unas bases de acuerdos mínimos. Todos éramos partidarios de la ruptura, contrarios a la política revisionista del PCE y estábamos por enfrentarnos a ciertos tópicos de la cultura de izquierdas, dominada durante todo el franquismo por el PCE. Nos habíamos leído unos a otros y estábamos conformes: se trataba de acabar con los lugares comunes de la progresía cinematográfica. Se trataba, en fin, de dar guerra. Sabíamos que iba a molestar.

Y alrededor del colectivo orbitan una serie de personas como Manolo Revuelta, Manuel Vidal Estevez…

… que está en París…

… y Juan Miguel Company.

…que está en Valencia. Y F. Creixells, en Barcelona (lo que nos permite escribir en Destino). Y el Nuevo Frente Crítico aquí y allá... Pero lo primero que se escribe en español en términos semiológicos y metzianos, que a mí me deja pasmado, fue de un tal “Plinio” en una revista llamada Asturias Semanal. Mi padre, asturiano en Madrid, estaba suscrito a ella y en ella aparecieron las primeras críticas de cine escritas por un español que usaban herramientas semiológicas para hablar de las películas, los primeros análisis fílmicos textuales, en fin. Al menos fueron las primeras que yo leí. Tras una de sus críticas, la de Boinas verdes [The Green Berets, Ray Kellogg y John Wayne, 1968], le escribí una carta ponderando su trabajo. “Plinio”, que resultó ser Juan Cueto, me escribió a su vez agradeciendo mi misiva que, al parecer, había sido muy oportuna, ya que el consejo de redacción de la revista no veía con buenos ojos sus extrañas críticas y estaba a punto de prescindir de ellas. A aquellas cartas se sucedieron otras donde polemizábamos acerca de las posibles relaciones entre estructuralismo y marxismo y marcábamos nuestras diferencias. Cueto era barthesiano y metziano, estudió Políticas en Argel, donde conoció a Metz, y leía Cinéthique y Cahiers du cinéma y todo un mundo de revistas culturales de izquierda que llegaban al departamento universitario de Gustavo Bueno. Todos los profesores estaban informadísimos. A un tal “Martín Lendínez”, que resultó ser otra vez Cueto, junto a Mariano Antolín Rato, se debe el análisis sémico más notable e ingenioso que se había hecho en este país: el de la Guía espiritual, de Miguel de Molinos.

Entre los “aliados” de Marta Hernández está también Álvaro del Amo.

La práctica cinematográfica y crítica de Álvaro es una práctica materialista. Era un hombre pluridisciplinar, que escribía teatro, hacía cortometrajes… y tiene un libro capital e insólito sobre la comedia española.

¿Son importantes los cine-clubs para el nacimiento de Marta Hernández?

Para mí, no lo fueron. Pero para Julio [Pérez Perucha] sí. La intención era intervenir en todos los sectores del Aparato Cinematográfico: en cine-clubs y en todos lados. ¡Qué locura! Basilio Martín Patino llegó a pedir en el cine-club de un Colegio Mayor que fusilaran a Marta Hernández. Lo decía metafóricamente, supongo. Hubo dos artículos en Cambio 16 que levantaron mucho revuelo. El primero fue una crítica de El espíritu de la colmena, crítica de Aparato porque no hacíamos valoración. Nos llegó la información de que Elías quería sacar más al monstruo de Frankenstein y que Víctor no quería. Nos inventamos lo del pas de deux de Querejeta con la Administración. Le llamábamos Elías Frankensteinquejeta, qué bárbaro, qué lejos llegaba nuestra fe en la libertad de expresión. Víctor Erice envió una carta diciendo que Elías era un productor maravilloso y tal. La siguiente crítica se titulaba “Mano de obra barata”, denunciando que los productores más progres de este puto país, Elías Querejeta y Luis Megino, estaban coproduciendo con Alemania y subcontratando a intérpretes del PCE para papelitos secundarios. Todos ellos me retiran la palabra. Salíamos como Marta Hernández en la mancheta de Cambio 16, habíamos publicado un dossier sobre la censura y parecía que íbamos en su línea, pero a las pocas semanas desaparecimos de la mancheta.

¿Cómo surge la oportunidad de publicar en Comunicación XXI? ¿Quién os lo propone?

A través de Domenec Font, creo. Nos conocíamos del Festival de Benalmádena y allí se fraguaron muchas cosas. O puede que fuera el redactor jefe, Javier Martín Domínguez.

En uno de los primeros números hay un texto de Miquel de Moragas que se titula “Análisis semiológico de la publicidad”.

Es que Comunicación XXI era la revista donde se podía hablar de semiología.

En Comunicación XXI hay un cambio fundamental con respecto a lo que había sido la intervención de Marta Hernández hasta entonces, porque en las nueve entregas de “Los mecanismos comunicativos del cine de todos los días” os enfrentáis por primera vez al hecho fílmico, es decir, utilizáis las herramientas del análisis textual y habláis de películas concretas.

Estaba loco por hacerlo. El empeño en llevar un poco de rigor a un campo tan caprichoso y sucio como el de la crítica cinematográfica me viene seguramente de que en la Universidad yo cursaba una carrera científica y estaba familiarizado con el método científico. Yo quería hacer una crítica científica, rigurosa, no valorativa. Análisis concreto de la realidad concreta, repetía Marx, una y otra vez. O sea, abordar la realidad concreta del cine, del hecho cinematográfico o del hecho fílmico, con instrumentos de análisis específicos: en nuestro caso, textuales, semiológicos. La semiología, el estructuralismo y el psicoanálisis nos proporcionaron herramientas muy útiles para un análisis materialista. Era como pensar que si se conseguía en todos los campos llevar a cabo estos análisis concretos, zas, por arte de birlibirloque, la realidad obedecería a estos análisis y sería mejor. Ya se ha visto que no. En todo caso, esos análisis están ahí, tienen su bien ganado prestigio y han sido y son utilizados en campos integrados diversos, como la publicidad o las empresas de encuestas. Yo creo que la serie “Los mecanismos” proporcionaba un camino para medir las películas y esas medidas podían interesar a los que comerciaban con ellas. Proporcionaba, en cierto modo, radiografías de películas, muy a la manera de los análisis cualitativos que empresas emergentes de encuestas y sondeos estaban haciendo. De ahí que todo fueran enhorabuenas por parte de los que llevaban una revista tan cara, moderna y bien editada como Comunicación XXI.

¿Veíais las películas más de una vez?

Las críticas de prensa tenían que ser forzosamente impresionistas, porque las películas solo se veían una vez. Pero si querías ser riguroso había que verlas más veces, por eso escribíamos sobre Vida conyugal sana y El verdugo, por ejemplo. Son las primeras críticas que hago desde que dejé Film Ideal.

¿Qué repercusión tuvieron “Los mecanismos” entre el resto de la crítica?

Ninguna… Marta Hernández empieza en el 73 y acaba, más bien poco a poco, a finales del 76; las últimas entregas de “Los mecanismos” son, probablemente, las últimas que llevan esa firma. No hubo, en absoluto, una reunión para acabar con el seudónimo. Carlos y David [Pérez Merinero] ya se habían alejado, Perucha vivía en Valencia y, en Madrid, quedábamos Paco [Llinás] y yo y un nuevo miembro, Alberto Fernández Torres, también del MC, con quien intervinimos también en el campo teatral, concretamente en Pipirijaina, donde Marta Hernández escribió y figuró en la mancheta.

La intervención de Marta Hernández se desarrolla justo en el tránsito de un régimen al otro ¿Cómo afecta eso al colectivo?

En el 77, cuando se celebran las primeras elecciones, yo ya no milito en el MC, pero siguen haciéndolo Julio [Pérez Perucha], Paco [Llinás] y Alberto [Fernández Torres]. Eso nos distancia políticamente. Y más nos distanciará, luego de las elecciones, cuando el MC de Madrid entra en crisis y es expulsado el comité madrileño. Perucha, Alberto y Llinás están a favor de las posiciones del Comité Central; yo, que intento mediar, soy acusado en los panfletos internos del partido de “fraccionalista”. Esos textos figuran en la novela que escribimos José Luis Téllez y yo, de título Aventuras de Percy en Oceanía. En algún momento, con Marta Hernández casi en trance de desaparecer, propuse que cada cual añadiera su nombre al de Marta Hernández. Empecé a hacerlo en la serie de “Los mecanismos” en Comunicación XXI. Ninguno más usó el procedimiento. Y Marta Hernández se esfumó. 1977, en todo caso, me parece una fecha frontera para casi todo en este país. La derrota de los partidarios de la Ruptura frente a los de la Reforma fue total en las elecciones del 77 y se culminó con la entrada en la OTAN, ya con el PSOE en el Gobierno. A partir de entonces, a los derrotados, ni agua. En escala minúscula, el caso de la crítica y teoría del cine solo fue uno más. Los representantes de la crítica social-gacetillera supuestamente progresista, cuyas posiciones y discursos el Nuevo Frente Crítico había combatido, accedieron y rigieron importantes instituciones del Aparato Cinematográfico; el Nuevo Frente Crítico quedó huérfano y fue, poco a poco, amordazado.

¿Qué queda del Nuevo Frente Crítico y de Marta Hernández?

En lo que a mí atañe, abandono por completo la tentación política militante y me centro en mi trabajo en RNE. Todavía intervengo con entusiasmo en La Mirada el año 78, pero mi cabeza ya no está centrada en el cine, la teoría y la crítica cinematográfica, lo que se demuestra en el 79, cuando comienza Contracampo y me autoexcluyo y me hago solidario de las deudas de La Mirada a los dos avalistas, la librería Fuentetaja en Madrid y El Viejo Topo en Barcelona. Luego de Marta Hernández, la de las revistas es la segunda etapa en el camino, digamos, de una crítica materialista. Con el cierre de Contracampo, ya en forma de análisis textual, el NFC fue refugiándose en la Universidad con algunas intervenciones externas esporádicas en revistas como Archivos y otras más, que desconozco. Ésta es la tercera etapa. Solo, años después, la separata de El Viejo Topo, La Madriguera, que impulsó Alejandro Montiel, pareció agrupar a algunos miembros antiguos del NFC y nuevos textualistas en torno a un nuevo proyecto. Y hasta hoy.

Así que en la década de los ochenta la crítica de cine deja de ser para ti una actividad prioritaria.

Trabajo en Radio Nacional de España y, en unas vacaciones, en 1980, hago Tú estás loco, Briones. Enseguida empieza Radio 3. Poco después de que el PSOE gane las elecciones, me incorporo a Vivir cada día, que ha empezado en el 78 y durará hasta el 88. Por problemas surgidos a consecuencia de un Vivir cada día centrado en un diputado del PSOE, dejo el programa un par de años para incorporarme a Fila 7, que dirige Manuel Pérez Estremera y donde están, entre otros, Manolo Vidal y Álvaro del Amo. Vuelvo a Vivir cada día en 1988. Cuando acaba, Pilar Miró me encarga una serie de ficción, Muerte a destiempo, de seis horas de duración. Lejos, de nuevo, del cine, trabajo como editorialista y columnista en El Mundo hasta el 94-95, donde hago, por primera vez crítica de cine ligada a un diario. Pero, en el 97-98, ya fuera del periódico, hago Chevrolet, y, en 2001, Carne de gallina. En el 2003, Apuntarse a un bombardeo, que, junto a Guor, es mi último trabajo cinematográfico, salvo mi intervención en El cazador de crepúsculos, de Alejandro Montiel, película perteneciente a lo que yo llamo “cine casero”, cuyas fronteras con la vanguardia mayor se irán cada vez más, desde mi punto de vista, desdibujando. Se trata, pues, de una ruta intermitente, una urdimbre de varios hilos, uno de los cuales, apareciendo y desapareciendo, es siempre la reflexión sobre el cine.









9.9.16

NOVEDAD: "LOS MECANISMOS COMUNICATIVOS DEL CINE DE TODOS LOS DÍAS. ANTOLOGÍA DEL COLECTIVO MARTA HERNÁNDEZ Y JAVIER MAQUA EN 'COMUNICACIÓN XXI'", Asier Aranzubia (coord.), Hispanoscope libros, Santander: Shangrila 2016.




Hispanoscope libros 
16x23cm. - 264 páginas







Este volumen recupera uno de los episodios más singulares, atractivos y, paradójicamente, desconocidos de la historia de la crítica cinematográfica española. Se trata de una serie compuesta por diez artículos largos que llevan la firma del Colectivo Marta Hernández y Javier Maqua y que fueron publicados entre 1974 y 1975 en una excelente revista (también, desgraciadamente, poco conocida) llamada Comunicación XXI.
A esta serie le cabe el honor de ser la primera manifestación de una manera de enfrentarse a las películas de la cartelera que había sido ensayada en otros lugares durante la década anterior pero de la que todavía no se habían hecho eco los críticos españoles. Dicha “nueva manera” había nacido en la Francia de los sesenta de la feliz adaptación al discurso de la crítica de toda una serie de herramientas teóricas y metodológicas procedentes, en su mayor parte, de la órbita del estructuralismo y que habían servido para dejar atrás la poco operativa “política de los autores” y dar la bienvenida al “análisis textual”. Por primera vez en sus más de sesenta años de historia la crítica cinematográfica española comenzaba así a fundamentar su discurso sobre los estrenos de la cartelera en algo menos vaporoso e inconsistente que los gustos y las opiniones del crítico de turno. La llamada “teorización de la crítica” venía así a insuflar cierto rigor científico a un discurso que, salvo excepciones, había estado tradicionalmente dominado por el impresionismo y los juicios de valor.
Cuando “Los mecanismos comunicativos del cine de todos los días” se publica en las páginas de Comunicación XXI  España, casi no hace falta decirlo, atraviesa uno de los periodos más convulsos (y apasionantes) de su historia reciente. El aire de los tiempos está fuertemente contaminado por los debates políticos y esto hace que todas las expresiones culturales (y los discursos que las acompañan) se vean obligados a hacer cuentas con el problema de la ideología. El interés de la serie que se rescata en este volumen va más allá de su mencionado rigor teórico y analítico. Las diez entregas de “Los mecanismos” nos recuerdan, de manera muy oportuna, que el cine “no es un espejo de la sociedad, sino un instrumento de lucha [ideológica] utilizado por las distintas fuerzas que en ella luchan”.

Asier Aranzubia. Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad del País Vasco, profesor en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid y miembro del Grupo de Investigación TECMERIN. Ha participado en numerosos libros colectivos y en diversas publicaciones académicas, entre ellas, Secuencias, Archivos de la Filmoteca, Revista de Occidente, ZER, Signa o Studies in Spanish & Latin American Cinemas. Entre 2007 y 2011 forma parte del consejo de redacción de Cahiers du Cinéma España donde también colabora como crítico. Desde 2012 es miembro del consejo de redacción de Caimán. Cuadernos de cine. Es autor de Carlos Serrano de Osma. Historia de una obsesión (Filmoteca Española, 2007), premio al mejor trabajo monográfico de investigación de la Asociación Española de Historiadores del Cine; de la monografía Alexander Mackendrick (Cátedra, 2011) y del libro de entrevistas El mapa de la India. Conversaciones con Manolo Matji (Cuadernos Tecmerin, 2013). En 2013 se encargó de la traducción y edición crítica del libro en el que se recopilan las clases de guion y dirección de Alexander Mackendrick: On Film-making. Manual de escritura y realización cinematográfica (Jaguar, 2013). 

  






29.2.16

VIII. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Murieron con las botas puestas, Raoul Walsh, 1941


Cuando Javier Maqua nació en Madrid en 1945 para muchos jóvenes el cine era un refugio, un sueño, la frontera tras la cual se escondía un mundo mejor donde los héroes sacrificaban todo menos la dignidad.

En uno de sus últimas novelas publicadas (
La sombra, 2015), Javier Maqua rememora aquellos años de infancia y juventud con la libertad que consiente la ficción:


Había empezado a ir al cine muy tarde, hacia quinto de bachiller. De pequeño, mis padres apenas me llevaban; sostenía don Cástor que un local cerrado, con tanta gente junta respirando a la vez, era un concentrado de miasmas, un peligro para la salud del cuerpo. Y del alma, añadía tras una leve pausa, chiscando con la lengua sobre su diente de oro. Para marcar distancias con él, solo por llevar la contraria, de la mano de Álvaro, fui sustituyendo el tenis por el cine. Y, del cine de sesión continua, al cineclub y la pegajosa cinefilia.  Vivíamos con, en, entre, sobre, tras el cine. En una burbuja. Aislados en su interior, dando la espalda a la sosa e hipócrita realidad que nos rodeaba, negándola. Estábamos enfermos de cine. Álvaro presumía de haber ido todos los días durante dos semanas al Delicias para ver El tigre de Esnapur y La tumba india, y de que, las últimas veces, le dejaron entrar sin pagar. Nunca superé ese record, pero me ufanaba de haber visto Laura yo solito, como único y privilegiado espectador, en el cineclub Urbis; la copia estaba hecha un desastre y cada cuatro minutos se rompía, interrumpían la proyección y encendían las luces; yo aguantaba en mi butaca, sin hacer ademán de levantarme, oyendo las blasfemias del proyeccionista contra aquel gilipollas que no se iba; pero, cuando se apagaban las luces, era como si Gene Tierney fuera ¡solo para mí!

Las estrellas nos protegían de las chicas reales. Las estrellas eran fantasmas y felizmente no podían salirse de la pantalla ni era fácil topárselas por la calle. Las chicas, por el contrario, eran un engorro cotidiano indescifrable. En los guateques, reunidos en un rincón, hablábamos de cine mientras los demás bailaban. Si alguna osaba acercarse e intentaba participar, podía suceder que el diálogo quedara en suspenso o que, al cabo de interminables minutos de apasionado discurso cinéfilo trufado de nombres propios de directores, estrellas e ignotos actores secundarios, la susodicha huyera aburrida y descorazonada. A veces, condescendíamos yendo al cine con ellas, pero, si querías ver la película, era mejor no ir con ninguna y colocarte en las primeras filas donde nadie se interpusiera entre nosotros y la pantalla. Según Romaní, con una chica al lado era muy difícil seguir el argumento; el más ligero cambio de posición en la butaca, una mano que se apoya en el brazo separador casi rozándote, unas faldas que se suben, te distraían. Nos colocábamos en la cuatro, la fila de la masonería cinéfila, demasiado cerca para todas las chicas. Ningún cabezón podía colocarse delante, ninguna pareja se besaba en las primeras filas. Que un beso real ocultara el beso de la pantalla nos producía un hondo malestar.

La cinefilia toma formas muy distintas aparentemente reñidas entre sí: la del coleccionista de estampas de estrellas y la del especialista en obras maestras desconocidas y autores difíciles, la de Almudena y la de Romaní. Todas, no obstante, variantes de fetichismo. Habitantes de la penumbra, los cinéfilos, con el tiempo, palidecen, se arrugan, pierden el color y los ojos, topos de filmoteca o de otros oscuros laberintos (¿víctimas, quizás, de las miasmas?). Dejadme que recuerde al amigo trágico que, tinto tras tinto, se alcoholizaba en las barras de los bares de los saloons del barrio, aquel tierno y hosco vaquero sin revólver; tuve un día que acompañarle a su casa, borracho, tenía apenas veinte años y no se tenía en pie; le tomé por el brazo y comencé a silbar el himno del Séptimo de Caballería; mi amigo se irguió e imitó el silbido; Murieron con las botas puestas era su película favorita, en ella se narraba la historia del himno: Gary Owen toca al piano, por primera vez, la tonadilla irlandesa; en los saloons, bajo el cielo estrellado, en los campamentos, se van incorporando nuevos músicos soldados, nuevos instrumentos; el ritmo es cada vez más marcial, más euforizante; a bombo y platillo, la banda del Séptimo desfila, al fin, contenta hacia la batalla con el coronel Custer a su cabeza. Así, silbando el himno del Séptimo de Caballería, marcando el paso, derrumbándose a veces para, enseguida, recuperar el silbido in crescendo, levantarse y continuar desfilando, hasta acercarle, poco a poco, a su casa, a la casa de sus padres, y depositarle en su habitación. En la misma habitación de casa de sus padres continuaba décadas después, ¿un séptimo piso? El cine es una ventana abierta al mundo. Las fronteras se cruzan, dijo. Atravesó la ventana y cayó al vacío. Era una frase de El pistolero, de Henry King, un director que no estimaba demasiado. Descanse en paz.

Sí, la cinefilia, a veces, mata, y la que no mata engorda.

(...)



"EOC/UHF/MH/RNE: Ensalada de siglas. Desde los inicios de Javier Maqua como crítico cinematográfico hasta su primer largometraje (c. 1965-1980)"
por Luis E. Parés y Alejandro Montiel
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.







25.2.16

VII. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Rodaje de Tú estás loco, Briones, Javier Maqua, 1980


Marta Sanz.- Javier Maqua es biólogo, dramaturgo, periodista, novelista, guionista, realizador de televisión, hombre de radio, profesor eventual y director cine. ¿Algo más? ¿Tienen todas estas actividades algo en común?

Javier Maqua.- El azar y la necesidad, buena o mala suerte, no sé, la vida. De todas maneras, especializarse demasiado me parece una autoamputación del conocimiento. Escoger un solo camino de perfección no es lo mío. Todas las tentaciones del conocimiento me seducen. Nunca tuve vocación definida, salvo una curiosidad universal. ¿A eso le llaman diletantismo?

Pero un diletante es alguien que puede permitirse ese lujo de picaflor. Y, si yo pico en muchas flores, es también porque otros insectos defienden el polen, ponen reglas para libar, me siento incómodo y vuelo a otra flor o me expulsan. Y así, de flor en flor, hay muchas flores donde libar. Tengo una formación científica y jamás pensé convertirme en eso que llaman un “artista”.

De pequeño leía poca novela, solo ensayo, y no iba casi al cine, pero, en el colegio, un militar, Félix Martialay, dirigía un cineclub y empecé a interesarme por el cine y a escribir en Film Ideal, una revista católica. Había otra revista “enemiga”, Nuestro Cine, que al parecer era de izquierdas. Estudié ingeniería y, cuando ser ingeniero parecía inevitable, me largué a Biología. En el campus me sorprendió la ebullición política, los mejores alumnos —las mejores notas, los más vivos e inteligentes— estaban a menudo a la cabeza de las reivindicaciones. Me acerqué a ellos y fui, primero, bien acogido, y, luego, rechazado; demostraba demasiada ansiedad por saber, era sospechoso por lo menos de pequeño burgués. Así que iba a las asambleas y manifestaciones y leía a [Karl] Marx (lo primero, la Introducción a la filosofía del Derecho de [George William] Hegel, y naturalmente no entendí nada; pero como, en esto de aprender, soy recalcitrante, seguí leyéndolo y acabé admirándole, él me dio una visión del mundo), a [Paul Marlor] Sweezy, a [Claude] Lévi Strauss, a [Jean] Piaget, a [Michael] Foucault, a [Roland] Barthes, a [Arnold] Althuser, biología, estructuralismo, semiología, psicoanálisis. Y también empecé a leer novela y teatro, a [James] Joyce, a [Marcel] Proust, a [Bertolt] Brecht, a [Samuel] Beckett. Y a ver cine raro, de arte y ensayo, de vanguardia. Cuando estaba acabando la carrera, me admitieron en la Escuela de Cine y allí conocí al ser de mi vida, que entonces era actriz. Pero nos expulsaron ese mismo año a la casi totalidad de los alumnos de dirección, a consecuencia de una huelga. Así que terminé Biología y trabajé en la enseñanza, en el Maravillas. Al acabar el curso surgió la oportunidad de ir de auxiliar de dirección a la primera serie de TVE, hoy olvidada, Los paladines [1972], de [Juan] García Atienza, una de moros y cristianos.

Luego, Gloria [Berrocal] trabajaba en la compañía de Núria Espert en el montaje de
Yerma y, para la gira, sustituyeron a los figurantes teloneros por actores consortes, los maridos de las actrices. Y me apunté. Hicimos la gira por Europa y Estados Unidos con un hijo de ocho meses. ¡Actué en La Fenice, en Berkeley! ¡Nos perdimos por el Bronx, por Hollywood!

Al volver a España comencé a escribir crítica de cine en el colectivo Marta Hernández, en Cambio 16 y otras revistas. Y el azar me llevó a Radio Nacional. No había oído mucha radio, pero aprendí pronto y me divertí de lo lindo. Sobre todo en Radio 3, jamás sentí mayor libertad de expresión, tiempos de UCD. Con el PSOE, se acabó lo que se daba.

Durante unas vacaciones —fui un irresponsable— hice mi primera película [Tú estás loco, Briones, Javier Maqua, 1980], un horror raro. Como consecuencia, pasé a TVE, a un programa, Vivir cada día, que iba a ensayar un género nuevo: el docudrama. Eso fue magnífico. Aprendí todo lo que sé de cine y en particular de dirección de actores (dirigiendo a no actores). Habría seguido toda mi vida haciendo encargos, docudramas, pero tuve problemas con la dirección, primero por uno, Su señoría [Javier Maqua, 1985]4, sobre un diputado socialista, y luego por otro de Avilés [El cadáver del tiempo. Los avilesinos de toda la vida, Javier Maqua, 1988]. Se organizó un cristo en Avilés, los socialistas locales protestaron y Pilar Miró, directora de RTVE, tuvo que ver el programa. Le gustó, no les hizo caso y, como premio, ordenó que hiciera una serie de ficción. Una paradoja: yo estaba muy contento haciendo docudramas. Me dieron unos guiones infectos sobre un libro flojo de Javier Reverte; reformé los guiones (que habían pagado dos veces, por error burocrático, a sus guionistas) e hice en un tiempo record la serie, Muerte a destiempo [Javier Maqua, 1990], cuatro capítulos de hora y media con actores viejos y nuevos, como Carmelo Gómez, Luis Merlo, Clara Sanchis… Me lo pasé bomba y no quedó nada mal, pero también tuve problemas con el productor ejecutivo y la pasaron de cualquier manera, pero Haro Tecglen la comentó estupendamente en su columna. Un periodista de El País me llamó un buen día a un hotel de Valencia y me dijo que a Reverte no le había gustado, y contesté que estaba en su derecho, que la gente leyera su libro y viera la serie y comparara; añadí que, no obstante, me había parecido fatal el horario en que la estaban emitiendo. Y, al parecer, al leer el periódico, Ramón Colom se puso histérico y me echó otra vez a RNE.

No acepté el traslado y, meses después, me enviaban un telegrama para que me personase ante el director de RNE. Lo hice, manifesté mi desacuerdo y exigí un puesto de trabajo, no estaba dispuesto a ir solo a fichar. No me lo dieron, y me mandaron la carta de despido. Un ex director general fue testigo de mi defensa, pero Comisiones se llamó andana; declararon despido improcedente, me pagaron una mierda y a la calle. Me lo dijo, para tranquilizarme, el señor director de RTVE: “Tú, Maqua, eres un artista”. Y se quedó tan ancho.

Pero tenía razón: en la prensa, en la televisión reina ya la obediencia ciega. Así a mí me hicieron artista a la fuerza, un artista del hambre decidido a no dejarse arañar la libertad de expresión. Ya había ganado algún premio de teatro y me habían estrenado La soledad del guardaespaldas en el Olimpia [bajo la dirección de Guillermo Heras, 1985], en Viena, en Buenos Aires, pero el caminito parecía cerrado, mis siguientes textos no lograba estrenarlos.

También había escrito y publicado ya algunas novelas, pero no pertenecía al cuerpo de los escritores (nunca pertenecí a cuerpo alguno, soy un desperteneciente). Sin embargo, de pronto, gané el premio Café Gijón y eso me puso en contacto con los cenáculos literarios y facilitó que Manuel Hidalgo me llamara para escribir en El Mundo, donde hice de todo —hasta editoriales—, disfruté otra vez como un enano y aprendí periodismo. Pero eso forzosamente tenía que acabar, porque ya se veía el camino de obediencia ciega que llevaba el periodismo y el giro que iba a dar El Mundo.

Así que otra vez me quedé sin trabajo, pero, se suponía que ya era novelista, mis novelas se publicaban sin éxito de ventas, pero con buenas críticas. Y probé de nuevo escribiendo y dirigiendo teatro.

De pronto, aparecieron unos muchachos vascos con afán de convertirse en productores y aceptaron hacer, en condiciones ínfimas y pactadas, una adaptación de mi obra [teatral] Coches abandonados. Así que hice Chevrolet [1997] a mis anchas (en condiciones increíbles, pero, a la vez, magníficas) y la película no estaba mal; la actriz, Isabel Ordaz, ganó la espiga o lo que fuera en Moscú y un Goya. Y, zas, otra vez director de cine. Pero tardé cinco años en hacer otra película, Carne de gallina [2002], en condiciones también menores, pero ya de película normal, industrial. La promocionaron y exhibieron con el culo, pero tuvo buenas críticas (en especial, una, brevísima, en Variety) y en Asturias se convirtió en un hito popular.

En fin, yo no pertenecía a ninguna de las cuadras dominantes, era díscolo, y la película, que podía haber sido un éxito de taquilla, también. Así que seguí escribiendo novela —nunca dejé de escribir— y publicando.

Como cada vez pagan menos anticipos, procuro ganar premios. Escribo para saber, para resistir y como me da la gana (pensando en un lector activo). Pensar y narrar. Podrán no publicarlo o no producirme películas, pero nadie me puede prohibir escribir. Mientras pueda escribir, seguiré sintiéndome vivo y disfrutando. ¿Es ésta la trayectoria de un diletante? Me parece que no. Es la vida.



"Entrevista a Javier Maqua"
por Marta Sanz
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.







24.2.16

VI. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Richard Ramiro y Javier Maqua montando Apuntarse a un bombardeo



La vida es un anélido con muchas quetas*
Javier Maqua


(...) El presente libro pretende comprobar, matizar y desarrollar –quizás debatir [las aquí] esbozadas proposiciones. Digamoslo alto y claro. Queremos...  ¡Más Maqua! En los teatros, en las librerías, en los cines, en la televisión, en los mítines y en las asambleas: “¡Más Maqua!” O, por mejor decir, “¡Más Maqua(s)!”

Porque leyendo las siguientes páginas acabaremos por desear preguntarle: “Pero, Javier, ¿cuántos eres?”.


* “Los anélidos (annelida, del latín annellum, 'anillo' y del griego ίδες ides, 'miembro de un grupo') son un gran filo de animales invertebrados protóstomos de aspecto vermiforme y cuerpo segmentado en anillos. Queta: Cada una de las cerdas quitinosas finas y rígidas, con una función táctil y locomotriz, que tienen algunos gusanos anélidos en los lóbulos de los segmentos corporales”, según se lee en Wikipedia.




"Introducción. Masculino, plural"
Alejandro Montiel, Javier Moral y Francisco Canet
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.