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9.5.20

XXXIII. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Coda


Robert Frank, Londres, c. 1951



Todo fue brillante
menos el final

Porque soy un señor domesticado
/ que escribe versos
/ y gesticula en los parques,
/ digo que nada pido.

/ La vida he derramado su cornucopia
/ sobre mis zapatos.
/ Tengo un auto, dos trajes,
/ diez pañuelos, y me puedo comprar
/ nuevas corbatas.

/ Me inquietan las jornadas submarinas.
/ Sé volar y lo hago raras veces.

/ Aquí paré mi tienda. Sólo espero
/ esa fiesta nocturna. Me moriré
/ cuando el placer termine.


La vita non é sogno.

Suite doméstica, Hugo Gutiérrez Vega. 





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XXXII. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Caligrafías 15
Buster Keaton, en la rendija



Buster Keaton: Sherlock Junior, 1924 / Samuel Beckett y Alan Schneider: Film, 1965


Qué haría yo sin este mundo sin rostro sin preguntas
donde ser no dura sino un instante donde cada instante
gira en el vacío en el olvido de haber sido
sin esta onda en donde al final
cuerpo y sombra se confunden
qué haría yo sin este silencio abismo de rumores
jadeando furioso hacia la salvación hacia el amor
sin este cielo que se eleva
sobre el polvo de su lastre

qué haría yo haría como ayer como hoy
mirando por mi rendija si no estoy solo
para errar y alejarme de toda vida
en un espacio falso
sin voz entre las voces
encerradas conmigo.
Samuel BECKETT




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XXXI. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Con Kafka, en el pabellón de las geishas.
Los espectadores se quedan petrificados cuando pasa el tren
José Luis Márquez Núñez


Gem Theater, Ed Freeman


Ir al cine no es solo una forma de ver películas...
Hay todo un ritual: salir de casa, ir al bar a tomar un café
antes de sumergirse en la oscuridad para ver las sombras de hombres
y mujeres moviéndose en la pantalla. El cine es la aventura...

Marco Ferreri, 1974


En 1966, a propósito de un agradecimiento a Henri Langlois, centinela del cine y uno de los fundadores de la Cinemateca Francesa, Jean-Luc Godard escribía: “También es aquí, en este cine de barrio, donde cada domingo los niños vienen a confrontar su juventud con la de las obras maestras. Y si Proust pasara por aquí, no dudaría en reconocer a Albertine y Gilberte entre las muchachas sentadas en primera fila, añadiendo así un nuevo capítulo al Tiempo recobrado”; sin pretenderlo, ni buscarlo, el autor de Elogio del amor (2001) bien establecía una poética correspondencia, la impronta fantasmal, con lo dicho por Franz Kafka en una carta a Max Brod, el 22 de agosto de 1908, 58 años antes: “... lo único que puedo decir con certeza es que todavía tendremos que ir juntos durante mucho tiempo al cine, al pabellón de máquinas y a ver a las geishas antes de comprender lo que significará este asunto no solamente para nosotros sino también para el mundo”. En el sentir de Godard, la sala cinematográfica ha sido siempre una casa, un hogar, en el que conviven tal vez no en la misma habitación, pero sí bajo el mismo techo, Ulmer, Griffith y Dreyer, porque “el cine abre, muestra y acoge”. En tanto, a sus 25 años Kafka se descubría cinéfilo entusiasta; en el deambular de una sala a otra el entonces temprano escritor sabría escudriñar el brío y la médula de un arte fílmico apenas naciente, y conmueve que en esa lid jamás sospechara cuánto del ánimo kafkiano seguiría y continúa nutriendo al cine mismo. Ese primer ligue o conquista se consigna en el hermoso libro Kafka va al cine (1996; primera edición en español, en 2008), de Hanns Zischler, entre otras, el también actor y compañero de ruta de Rüdiger Vogler en El curso del tiempo (1976), de Wim Wenders, película de la errancia y de la constancia del cine como experiencia trashumante (según Godard: “una película no es nada si no se proyecta, y el hecho de proyectarse es un movimiento; la película no está en el aparato de proyección, ni sobre la pantalla, es una especie de movimiento en el que se entra”) [...]


Franz Kafka, según Piotr Dumala




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XXX. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Caligrafías 14
De estar fuera, aunque parezca que está dentro



F. W. Murnau: El último, 1924 / Vittorio De Sica: Milagro en Milán, 1951


Antes tenía un reino tan grande que casi daba la vuelta completa a la Tierra.
Me molestaba. Quise reducirlo.
Lo logré.
Ahora no es más que una parcela de Tierra, una diminuta parcela sobre la cabeza
de alfiler.
Cuando la veo, me rasco con ella.
Y antes era una aglomeración de países formidables, un Reino soberbio.

Henri MICHAUX, Mi reino perdido



Grigori Kozintsev: Hamlet, 1964




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XXIX. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



La arquitectura del mal:
La infección silenciosa
Alexander Zárate


Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960



Ante ellos, envuelta en la niebla,
surgía amenazadora la silueta de una inmensa casa

La casa infernal, Richard Matheson


Una inmensa casa puede ser también una inmensa nave, como esa incierta nave alienígena en Alien (1979), de Ridley Scott, que parece emerger, como un barco varado, en un escarpado mar rocoso, y a la que rodea, envuelve, una niebla (como el vapor que emana de un cuerpo). Perfilada contra un oscuro cielo, parece que brotara de la misma niebla una enigmática luminiscencia que permite que sus contornos se perfilen. La niebla es incógnita, es materia difusa, equívoca. Dos prolongaciones se extienden, como si conformaran una herradura, aunque avistados los orificios de entrada, podrían asociarse con las trompas de Falopio y el útero. Se ha recibido de esa nave una señal. Los tripulantes de la nave comercial Nostromo han despertado de su hibernación, programada en principio hasta su llegada a la Tierra, para atender esa señal interceptada que no saben identificar, ni a su emisor ni su naturaleza. Aunque hay quien especula con que pueda ser una llamada de auxilio, algunos miembros de la tripulación muestran su reticencia. Pero las normas establecen que toda señal debe ser atendida. Demasiado tarde se comprenderá que era una señal de advertencia. Resulta revelador contrastar los exteriores de ambas naves en el momento de contacto. Mientras al Nostromo le rodea la agitada espesura de una tormenta que imposibilita la visión, a la inmensa nave le rodea una calma brumosa, como si fuera una materia espectral en reposo.

A la mansión de La leyenda de la mansión del infierno (Leyend of hell house, 1973), de John Hough, le rodea de modo constante la niebla, como se recuerda, intermitentemente, con las transiciones, con planos del exterior de la casa, que puntúan el paso de los días y las horas. Los cuatro habitantes alojados de modo provisional en su interior intentan extirpar, con diferentes procedimientos, una infección causada, supuestamente, por una impositiva presencia espectral que no acepta la mínima contrariedad. Los previos intentos fueron infructuosos. La niebla parece la emanación de su condición malsana, o también barrotes de un cautiverio. De hecho, en el plano final, los supervivientes cruzarán la verja como si fueran liberados. 

En El laberinto (The maze, 1953), de William Cameron Menzies, la niebla recibe a la enamorada Kitty (Veronica Hurst), y a su tía Edith (Katherine Emery), cuando el taxi las deja ante la verja del castillo escocés del prometido de la primera, Gerald (Richard Carlson). Lo primero que se percibe es una luz en la oscuridad, en la espesa negrura que rodea, o que parece emanar de la fachada, como si ésta fuera en sí misma sombra, incluso oscuridad. Niebla, noche y un árbol de ramas retorcidas. La niebla de la incógnita, la oscuridad y el retorcimiento tras el enigma que intentará esclarecer por qué su prometido modificó drásticamente de parecer a dos semanas de su boda. Una elipsis que no logra comprender. Qué ocurrió entre la carta que requirió su presencia en el castillo de su tío, al que no veía desde hacía quince años, y la carta dirigida a su tía en la que él rompía el compromiso y todo vínculo como un puente que se derruye. En la puerta, les recibe un criado de rostro taciturno que porta una vela. Tras él las sombras que deberán atravesar como una espesura de interrogantes.

En Horizonte final (Event horizon, 1997), de Paul W.S. Anderson, se interpone, ¿o más bien recibe?, a la nave estelar Lewis and Clarke (nombre de quienes dirigieron la primera expedición que cruzó el actual Estados Unidos hasta el Océano Pacífico), una especie de niebla, o espesura difusa, tan próxima que parece adherida, como si fuera su emanación, a la nave Event horizon, la cual ha resurgido de un agujero negro después de siete años. Por eso, la Lewis and Clarke, que acude al rescate, está a punto de colisionar porque en cuanto se despeja esa especie de niebla ya se la encuentran de bruces. Aún no saben que sí colisionarán con un territorio desconocido de cariz turbio y siniestro. El rescate será más bien un accidente. 

Las apariencias de la incógnita pueden ser otras. La niebla difusa, una sombra. En la imagen introductoria de La casa encantada (The haunting, 1963), de Robert Wise, la mansión es una sombra. La indefinida voz en off expresa que una mansión encantada es como un territorio desconocido que explorar. Pero cuando es vista por primera vez desde la perspectiva de Eleanor (su rostro en leve picado), ella expresa que siente que la mira, que la llama. Como una sombra que se anima con la mirada que necesita. ¿Interacción o transferencia? Los encuadres asocian su mirada con la fachada de la casa, con sus ventanas, que asemejan ojos (oscuros, huecos).

En Psicosis (1960), de Alfred Hitchcock, la casa de Norman Bates (Anthony Perkins), en principio, es una presencia, una figura imponente. Una figura que se perfila en la oscuridad para Marion Crane (Janet Leigh), quien conduce desorientada por un territorio que desconoce y que no parece tener contornos, cuando la luz del neón que anuncia el Motel Bates, como ilusión de refugio que procure que no siga conduciendo bajo la cortina de lluvia cerrada que dificulta la visión de la carretera, desgarra el telón de esa oscuridad (aunque aún no se sabe que para mostrar sus entrañas) [...]




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XXVIII. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Caligrafías 13
Ligado desligado, ahogado restallante, proclamado obstruido, en brecha en parte alguna




Marco Ferreri: La gran comilona, 1973
Nikita Mijalkov: Los últimos días de Oblomov, 1980



Mi vigoroso castillo me mantiene en una estricta clausura.


Rainer Maria RILKE, Mitsou




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XXVII. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Kubrick en el laberinto
Carlos Tejeda





Atraco perfecto, 1956 / Espartaco, 1960 / Lolita, 1962 - Stanley Kubrick



En una secuencia de la película Persona (Ingmar Bergman, 1966) la psiquiatra le expresa a una enmudecida Elisabet Vogler, a quien pone rostro Liv Ullmann, que a pesar de que tratemos de ocultarnos detrás de los herméticos y ficticios escondites que nos creamos, “la vida se cuela por todas partes”. En cierta manera esta idea puede definir un rasgo que poseen las películas de Stanley Kubrick, ya que son exploraciones sobre los entresijos de la condición humana, supeditada al mismo tiempo por un componente tan inherentemente humano como son las pulsiones internas que irán prefigurando el destino de sus personajes, un destino marcado a su vez por los caprichos del azar, los dictados de su entorno o del paso del tiempo. Seres con una marcada individualidad, inflexibles, algunos megalómanos, meticulosos otros y en su mayoría con un temperamento obsesivo en su afán por alcanzar sus propósitos, rasgos que en cierta manera son un reflejo del carácter del propio cineasta.

Hay que matizar que los dos primeros largometrajes del director neoyorquino, Fear and desire (1953) y El beso del asesino (Killer’s kiss, 1955), fueron sus dos únicos guiones originales ya que el resto de su filmografía, es decir, sus siguientes diez largometrajes, parten de obras literarias que el cineasta, más que adaptar, transforma a imagen y semejanza de su particular mirada, a la vez que cada proyecto que aborda le imprime un nuevo giro, tanto conceptual como visual, con respecto al anterior. En palabras de Ciment: “Como en los grandes artistas, cada obra realizada nace de la crítica y casi aniquilación de la obra precedente”. (1)

1. CIMENT, Michel, Kubrick, Madrid: Akal, 2000, p.59.

Para trazar un primer apunte sobre la idiosincrasia de los personajes kubrickianos, bien puede servir una reflexión que hace en voz en off el protagonista de El beso del asesino al comienzo del film: “Es increíble como a veces acabas metido en un lío al que no eres capaz de encontrar sentido, y aún así no puedes pensar en nada más. Al final no sirves para nada, ni para nadie. Quizá ocurra por tomarse la vida demasiado en serio”. Los recelos y la codicia condicionarán el robo al hipódromo en Atraco perfecto (The killing, 1956), película que consolida a Kubrick como cineasta, y en el que la intervención del azar en el último momento truncará un plan que ha sido estudiado al detalle y cuya consecución se ha desarrollado a la perfección. Como los esfuerzos del coronel Dax en la antibelicista Senderos de gloria (Paths of glory, 1957), durante un consejo de guerra en su defensa de tres soldados escogidos, también al azar, como castigo ejemplar hacia las tropas por un acto de supuesta cobardía durante un ataque suicida contra una inexpugnable posición enemiga. “El juicio contra estos hombres es una parodia de la justicia humana”, clama Dax en su alegato final ante el jurado militar, ya que el proceso es en realidad una farsa para encubrir la negligencia del iracundo y ambicioso general Mireau (George Macready) quien había ordenado a la artillería disparar contra sus propios hombres a los que un indiscriminado fuego enemigo impidió salir de las trincheras.


La lucha por la libertad que inicia Espartaco (Kirk Douglas) cuando se convierte en el líder de la gran rebelión de los esclavos que se alza contra la república de Roma en el film del mismo título rodado en 1960. Al fin y al cabo, “cuando un hombre libre muere, pierde el placer de la vida. Un esclavo pierde su dolor. La muerte es la única libertad que conoce el esclavo. Por eso no le tiene miedo”, expresa en un momento dado el protagonista. Y frente a él, Craso (Laurence Olivier) el ambicioso general romano quien anhela poseer a Varinia (Jean Simmons), la esclava de la que está enamorado Espartaco.

La obsesión del maduro profesor Humbert Humbert (James Mason) por la adolescente (Sue Lyon) en Lolita (1962) que le llevará a pergeñar todo tipo de tretas para ganarse sus favores, incluso a contraer matrimonio con su madre, la extravagante viuda Charlotte Haze (Shelley Winters), como a soportar todo tipo de humillaciones que le inflige la chica. Un paulatino camino de autodestrucción en el que de nuevo interviene el azar –el accidental atropello de Charlotte, por ejemplo–, que llevarán al malogrado profesor, como indican los rótulos finales, a morir por una trombosis antes de ser juzgado por el asesinato de Quilty (Peter Sellers), asesinato con el que se inicia el film [...]




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XXVI. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Caligrafías 12
Orson Welles. "No Trespassing"





Orson Welles: Citizen Kane, 1941 / François Truffaut: La noche americana, 1973



Descubrí el mundo de Kafka: las oficinas del abogado, las oficinas de los juzgados, los pasillos, una especie de modernismo a lo Julio Verne, que me pareció muy del gusto de Kafka. [...] Lo que daba a la estación su fuerza particular no era solo que se trataba de un lugar muy espacioso y muy bello para ser fotografiado, sino el estar cargado de tristeza, el tipo de tristeza que se acumula en las estaciones de tren en las que la gente espera... Sé que suena terriblemente místico, pero realmente una estación de tren es un lugar visitado por los fantasmas. Y la historia trata acerca de la gente que espera, espera, espera que sus papeles sean rellenados. Está lleno de la desesperanza de la lucha contra la burocracia. Esperar a que te rellenen un papel es como esperar un tren, y una estación es también un lugar de refugiados. Desde aquí los nazis deportaron a gente. Ciudadanos argelinos fueron concentrados allí...


Orson WELLES, a propósito de la Gare d'Orsay,
estación de trenes utilizada como decorado en El proceso





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8.5.20

XXV. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Los castillos en el cine de Miyazaki:
piedra, acero, carne y resistencia
Mireia Iniesta Navarro




Dido construye Cártago, J. M. William Turner, 1815 / El castillo de Cagliostro, Hayao Miyazaki, 1979 /
Castillo de Caernarfon, J. M. William Turner, 1798



Para Hanna Arendt la ciudad es una memoria organizada; para Miyazaki, en El castillo de Cagliostro (1979), es además una conjunción entre amor y naturaleza. El tesoro de los Cagliostro resulta ser una antigua ciudad romana, una representación de la civilización opuesta a la barbarie y cubierta por una pátina arcádica. El camino que conduce a ella pasa por atravesar física y emocionalmente el castillo en el que el conde retiene a la princesa Clarisse en contra de su voluntad para casarse con ella y poder acceder así al ignoto tesoro. Como afirma Lupin: “al castillo del conde lo llaman el agujero negro”. Una fortaleza medieval construida en piedra, cuyo mecanizado funcionamiento interno presenta numerosos pasadizos y trampillas que se abren y abducen el cuerpo de toda persona intrusa, a saber, de Lupin, en sus múltiples intentos de salvar a la princesa. Un abigarrado bloque de piedra que constituye una metáfora de los autoritarismos y de la corrupción político-económica en los años previos a la devastadora burbuja financiera e inmobiliaria en el Japón de finales de los 70 y principios de los 80.

Cuando Lupin llega a las proximidades del castillo tras haberse cruzado con la princesa en mitad de su huida, pasa por las ruinas del Palacio Real del desaparecido príncipe de la región, cuya trágica muerte durante el incendio que sufrió el palacio granjeó al malvado conde de Cagliostro la posibilidad de erigirse como tirano. Lupin se detiene a contemplar las ruinas de la construcción neoclásica, similares a las representadas en los cuadros del Castillo de Caernarfon (1799) y Dido construye Cartago (1815) pintados por William Turner. El espíritu romántico de la obra de Turner envuelve ese momento contemplativo de Lupin, análogo al del Caminante sobre el mar de nubes de Friedrich, interrumpido por el sonido del campanario del castillo. Campanario que se impone ante el espectador, en un poderoso primer plano, que subraya su importancia futura. La secuencia da sentido a toda la película, ya que recoge las bases culturales sobre las que descansa la crisis del hombre posmoderno: que van desde la ausencia y sustitución de Dios por la figura de un tirano, hasta los estragos del sistema capitalista. 

No es casual que el interior del reloj de la torre del castillo de Cagliostro sea el último agujero negro al que deben enfrentarse Clarisse y Lupin antes de huir de la fortaleza para siempre. Las tuercas, los engranajes y las poleas sobre las que ambos protagonistas hacen todo tipo de equilibrismos, así como el mecanismo interno del reloj, funcionan como un símbolo de la evolución del tiempo y de la historia y de cómo el capitalismo ha corrompido a la humanidad. No es casual que el conde se vea derrotado por la unión sobre su cuerpo de las manijas del reloj de la torre, en lo que pretende ser un acto de justicia cósmica.

Tras ser apresados y encerrados en las mazmorras, Lupin y el inspector Zenigata descubren las máquinas falsificadoras en los sótanos del castillo y la trama corrupta que había permitido a la familia Cagliostro controlar clandestinamente la economía mundial durante siglos, desequilibrando gobiernos y el devenir de la historia, a través de asesinatos y conspiraciones, que causaron entre otras cosas, la gran depresión. Ese descubrimiento da lugar a la secuencia en la que Zenigata denuncia al conde ante las autoridades y una serie de mandatarios internacionales, dibujando una contundente crítica a la corrupción político-económica nipona.

La ciudad romana que había sido anegada para ser protegida es el tesoro que el reloj de la torre del castillo hace emerger de las aguas. Un ideal de ciudad elegido por Miyazaki a imagen y semejanza de las ciudades romanas descritas por Richard Sennet en su ensayo, Carne y piedra. Es la forma elegida por el director para retornar a un pasado idealizado en el que la revolución industrial y el capitalismo aún no habían aparecido, a un espacio sin tiempo en el que las crisis históricas no tienen cabida. Toda una declaración de intenciones que visibiliza la dicotomía entre civilización y barbarie (1) [...]

1. El mismo objetivo se plantea Miyazaki en El castillo en el cielo. La película se sitúa en una época imaginaria entre los siglos XIX y XX. Hay una evocación a la época de la revolución industrial, a un pasado lleno de expectativas en el futuro. Se respira desde el principio del libro en el que está basada la película, lo que Isaac Asimov bautizó con la expresión La Nostalgia del futuro. El tesoro buscado por todos los personajes, Laputa, es una isla ecológica, libre de violencia y con memoria de lo dañina que puede llegar a ser la tecnología.





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XXIV. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Caligrafías 11
Akira Kurosawa en los ojos de los que mueren




Akira Kurosawa: Vivir, 1952 / Ran, 1985 / Trono de sangre, 1957



Cineasta de la muerte, Kurosawa es también un cineasta de la vida. En cada uno de sus films el ser vivo se agita, lúcida e insensatamente, a veces haciendo incluso de su dolor una razón de vivir, y se agita para permanecer en la vida, por no fundirse con el fondo oscuro. Son raros los momentos de alegría en la obra kurosawiana, porque en ella no es tanto el gozo de vivir lo que sostiene a los personajes, sino el dolor mismo, un dolor aceptado y casi amado como la verdad que cada uno lleva dentro. Por algo sucede que no se pueda ver Barbarroja sin pensar en Dostoievski, ese autor que tanto ha leído Kurosawa. Porque la vida, ese fondo abisal de la vida, eso que "bulle y nos rodea por todas partes", era también para el autor ruso una perpetua agonía, un combate del ser vivo contra su fin próximo o lejano.


José DE LA COLINA, Miradas al cine




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XXIII. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



El zumbido de una mosca: Los paisajes del Cautiverio
en el cine de Roman Polanski
Israel Paredes



Repulsion, 1965 - Basada en hechos reales, 2017, Roman Polanski


La atmósfera es la personalidad de una película. Lo es todo.
Es el sonido, principalmente. Si muestras un paisaje, por ejemplo,
habrá muy poca atmósfera en él. Pero si muestras un paisaje
y se oye el zumbido de una mosca, la atmósfera crecerá
de inmediato. Todo lo que hay en un paisaje puede
afectar a nuestro estado emocional. 

Roman Polanski, en The Film Director As Superstar,
de Joseph Gelmis, 1970


El cine de Roman Polanski es, en esencia, un cine de movimiento tanto interior como exterior. Sus personajes, como el cineasta en su vida, muestran una constante tendencia al nomadismo. Un no estar en ninguna parte y, en cambio, ser en todas. Su carrera comienza en Polonia, sigue en Francia, se desplaza a Estados Unidos, se mueve a Inglaterra, y, finalmente, permanece en Francia con puntuales producciones británicas. Como él, cada personaje se mueve en el interior de unas narraciones tan férreas en su construcción como etéreas en sus juegos existenciales. Las figuras humanas que pueblan sus paisajes son cuerpos existenciales antes que sociales, individuos que se enfrentan a unas situaciones de coacción y de encerramiento. De cautiverio. En mayor o menor medida, todos ellos deben luchar por no ser atrapados, sometidos, manipulados, controlados. Establecen fuertes enfrentamientos de poder para evitar la apropiación de su identidad por el otro, quien toma muy diferentes formas y rostros a lo largo de su filmografía.

En este contexto, el sentimiento de cautiverio, tanto físico, real, como interior, existencial, pero también imaginado, cuando no alucinado y paranoico, se transforma en un paisaje que atrapa a los personajes de manera real y simbólica. Pueden estar presentes o en fuera de campo; pueden ser visibles o proyecciones de las emociones de los personajes. Paisajes que crean unas atmósferas muy precisas. Ya sean paisajes al aire libre, apartamentos, barcos, pequeñas habitaciones o ciudades, en manos de Polanski, se erigen como representaciones de una cierta represión que sufren sus personajes. 

En el cine de Polanski los castillos no aparecen como fortalezas o espacios de resguardo y de seguridad, sino más bien todo lo contrario, como lugares de cautiverio y amenaza que afectan y condicionan los estados emocionales de los personajes [...]




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4.5.20

XXII. "PARA RONDAR CASTILLOS", José Luis Márquez Núñez (coord.), Shangrila 2020



Caligrafías 10
Ingmar Bergman.
En la isla de Farö también hay castillos


Ingmar Bergman: Gritos y susurros, 1972


¿Comprendes la envergadura de la soledad de la parte abandonada? ¿La comprendes? El amor es siempre grandioso, apasionado, atormentado o tormentoso, no sé qué. Pero en la oscuridad y el silencio con una pregunta no respondida y una soledad inmensa e infernal, llevabas a ese hombre o a esa mujer atados de pies y manos. ¿Te das cuenta del martirio? Aquel que tiene que sufrir y sufrir solo. Es posible sufrir juntos, ya, sí, es bastante molesto, puede resultar doloroso y los dos se golpean y se torturan mutuamente y se deshumanizan mutuamente. Pero estar obligadamente solo. Solitariamente solo. No poder extender la mano, estar atado. Ya he tocado fondo, el fondo ha desaparecido, ahora solo queda sentimentalismo. Mierda. ¿Tan grande es en realidad la diferencia entre las soledades? Sí, yo creo que sí. Hay mucha diferencia. La soledad impuesta es terrible. La soledad buscada o la soledad en la que uno se ve pueden curarse con bastante facilidad; si uno quiere.


Ingmar BERGMAN,
Cuaderno de trabajo (1955-1974) 




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