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29.9.14

IX. "MATERIA DE IMÁGENES, REDUX", JACQUES AUMONT, Contracampo libros, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014





Puede entenderse “materia” en tres direcciones:

La materialidad: la materia como principio constitutivo de las cosas (la idea aristotélica de la materia como potencia, cf. la Física). Concepción abstracta, cuya actualización es aún un misterio (el mismo de la noción de potencia: ¿qué es poder, en la naturaleza?). Esta materia en particular escapa a la temporalidad, está en cierto modo en suspenso, a la espera de su actualización, a la espera de su entrada en el tiempo. Es quizá esta virginidad temporal lo que constituye el fundamento de la igualdad concebible, en cine, entre la mímica aun inexpresiva de un rostro y el enlucido de un muro: para sentir a Bach y su lugar en la misma y luminosa penumbra espiritual, como lo quiere Straub, podemos vincularlos a un mismo tiempo pasado, más o menos mítico, pero podemos, también, dejarlos escapar al tiempo, producirlos (y, para el espectador, sentirlos) como cosas en sí, cuya imagen de cine devendría entonces, mediante la ficción, una actualización sensible.




Johan Sebastian Bach


Jean-Marie Straub



Lo material: la materia tal como existe en el tiempo, es decir, tal como tenemos su experiencia espontánea y normal; sus propiedades son la extensión (Descartes), la accesibilidad a los sentidos (cuyo problema esencial es la prioridad de la vista o el tacto), la variación en el tiempo. Las cosas del mundo, y lo que denominamos las sustancias (en el sentido corriente y no filosófico del término), son las descripciones pragmáticas de ese estado de la materia. De ese estado extendido y temporalizado, el cine no puede rendir cuenta sino de un modo imaginario. Este rostro, no lo puedo tocar, y si creo verlo es por defecto. Ciertamente, como dijo Jean Epstein de una vez y para siempre, en el cine “el universo es nervioso. Luz filosofal. La atmósfera está henchida de amor. Yo contemplo”, es decir, en el cine mi mirada no es sino afecto: si no puedo tocar el rostro, puedo experimentarlo en la intimidad, sentirlo, gozarlo. Pero exactamente por eso, no son cosas materiales lo que se ofrece como pasto a la mirada; son signos de cosas, cargados de sentido, cargados de sentimiento.



Jean Epstein



La forma material o materia informe. La materia, en efecto, en su estado temporal, no es concebible sin una forma que la afecte. Resultado de una operación de formación, de puesta en forma, divina o natural para las cosas del mundo, artificial para las cosas producidas por la mano del hombre. Decir que la imagen tiene que ver en principio con la forma de la materia es una banalidad, aunque peligrosa. Esto es apenas cierto en relación con la pintura, que no ha producido jamás, en todas sus variantes técnicas, sino objetos, ellos mismos tangibles, incluso móviles. Es un poco más cierto en relación con el cine, cuya imagen evanescente tampoco es, en absoluto, tangible. Aquí reside toda la paradoja de la imagen luminosa del cine (y no me refiero exclusivamente a la técnica: se aplica también al video, al formato digital). No tiene por sí misma, propiamente hablando, materia; no podemos tocarla y ni siquiera localizarla realmente (no está solo en la película, ni solo en la pantalla, ni solo en la proyección). Sin embargo, tiene una forma material (no es inmaterial).

En las imágenes representativas de orden visual, la cuestión principal es la relación entre lo visible y lo tangible, y el rol correlativo de la luz. Esta relación varía mucho de una técnica a otra. En fotografía, como el término indica, una luz ya formada golpea una superficie sensible, en la que se inscribe. En el cine, esta inscripción no es sino una condición preexistente a la existencia de la imagen; es necesaria luego otra puesta en forma, en la que la imagen inscripta juega el rol de matriz de diferenciación de una luz, la del proyector, inicialmente indiferenciada. La imagen está hecha de luz, pero para poner en forma la luz se requiere un artefacto gráfico, una inscripción material sobre un soporte material. La imagen de cine está hecha de luz y tiempo, y en la experiencia que nos hacemos de la misma no tenemos sino luz y tiempo. Pero la puesta en forma es lo que nos da la imagen, la apariencia y el grano a la vez.

La materia de la imagen de película es entonces el efecto, perceptivo e imaginario, que resulta de lo siguiente: 1) la impresión sobre un soporte de una multiplicidad de imágenes, vinculadas entre sí por la técnica del movimiento y el método de montaje, y 2) la diferenciación (variable en el tiempo) de una luz (la del proyector), con el apoyo de esta impresión. Cada fotograma, que juega el rol de una pequeña pantalla filtrante, que deja pasar por grados una parte de la cantidad de luz y una parte del espectro luminoso, oculta alguna cosa de la luz proyectada. Lo que busco aprehender es el efecto de la materia de imagen (la ficción “materia de imagen” fílmica), resultante de la relación entre una luz y su alteración mientras parte de esa luz atraviesa una superficie material e impresa. La luz de la sala es modelada, puesta en forma (informada) instantáneamente por la película en tanto que filtro de la luz. Así es como se liga, a la luz, la materia de imagen.





*

En esta perspectiva, la aventura de la luz ya no es la que describe Sternberg: la aventura de la luz es lo que le sucede a una luz “blanca” modulada y transformada incesantemente por su pasaje a través del filtro, la “pantalla” de la película. Es esta aventura, esta situación, lo que hace que se comuniquen imaginariamente la materia de la película y la materia de la pantalla, lo tangible y lo visible. Todos los filmes experimentales basados en una aprehensión física de la película están hechos para despertar una sensación correspondiente a la visión de la pantalla. Recuerdo aun nítidamente la
performance de Jürgen Reble, en el gran anfiteatro del Louvre en 1995, que consistía en proyectar en bucle un film (en 16 mm) a priori bien indiferente, mientras el artista derramaba progresivamente sobre la película, a medida que esta última avanzaba, diversos productos químicos que la atacaban, y el espectador tenía que vérselas entonces con el efecto directo de estos ataques sobre la pantalla. El fantasma de materia se llevaba a su punto culminante (si bien había, a simple vista, en la sala, un operador y una película cuya existencia tangible podía verificarse).


Josef von Stenberg


Jürgen Reble


Es la misma experiencia, más ligera, más ficcional, que se tiene frente a Mothlight (Brakhage, 1963). A pesar del desplazamiento fotográfico sobre una película, a pesar, en consecuencia, del carácter puramente visual de lo que se ofrece, la materialidad genética no nos deja escapar: sabemos, y si no sabemos, podemos ver que se trata de alas de insectos, briznas de hierba, pequeñas flores pegadas a una cinta, pasadas a través de la luz del proyector y transformadas entonces en minúsculas pantallas materiales. No insisto más en este punto, sobre el que volveré más tarde, especialmente en relación con los filmes primitivos pintados. Evocaba hace instantes la categoría material del vestigium, que sin duda se aplica notablemente a las imágenes de Brakhage, fragmentos materiales dispersos “al azar” sobre el soporte, que juegan frente a la luz (blanca - “divina”) del proyector el rol de una pura impresión sin pensamiento propio, inerte. La impresión de materia sobre la pantalla es fuerte, porque nos remite a algo que no es reproducido sino citado, producido (en el sentido de “producir un testimonio”); pero es una materialidad sin propósito deliberado, ya que el propósito del filme es global, no articulable: se trata de producir una presencia, no de dar un discurso. (Por el contrario, en los filmes primitivos coloreados, por más torpe que sea la pincelada, tengo una imagen intencional, deseada: la imagen queda cautiva en un proyecto figurativo, en la producción de una imago e incluso de una similitudo).



Stan Brakhage


Jacques Aumont,
Fragmento de "Preambulo. Prolegómenos a la materia",
Materia de imágenes, redux






25.9.14

VIII. "MATERIA DE IMÁGENES, REDUX", JACQUES AUMONT, Contracampo libros, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014





La imagen de una película es una imagen móvil perceptible frente a nosotros, en un cuadro: esto es casi todo lo que puede decirse, en general. Existen hoy diversas maneras de verla –diversos dispositivos, para retomar la palabra consagrada por el uso–, entre las que la proyección sobre una pantalla blanca, en una sala en penumbras, aun si es cada vez menos frecuente, es la más sugestiva. En este dispositivo canónico de la sala de cine, la imagen se define en tres tiempos: la película, la luz, la pantalla. Una película transparente sobre la que se imprime la imagen; una luz que atraviesa esa semi-transparencia y transporta sus modulaciones; una pantalla que recibe esa luz y manifiesta su organización incesantemente cambiante. Se me perdonará esta torpe descripción de las evidencias: con ella solo quiero subrayar la dificultad que existe para circunscribir el lugar de la materia en esta imagen. ¿La materia está en la película? ¿en la luz? ¿en la pantalla? ¿nada de esto?

Empíricamente, hay distintas maneras de actuar sobre la “materia” de esta imagen, o al menos sobre cada uno de sus estadios o sus componentes, aun cuando estas expresiones sean un tanto inadecuadas. La imagen impresa sobre una película, por ejemplo, es el resultado de un serie de diversos factores: en principio, la luz que entra en una cámara y que uno puede modificar de distintas maneras al producir efectos ópticos de materialidad (objetivos deformantes o recubiertos de sustancias diversas, filmación en un espejo no plano [Fig. 1], manipulaciones más sofisticadas como las variaciones de foco, de fotograma en fotograma, en Tournesols, de Rose Lowder). Luego, los efectos vinculados al soporte, las películas o, actualmente, lo digital (el grano, la mezcla de las imágenes, la sustancia visual en general de la imagen). Sin mencionar todo aquello que se suma en el caso de un filme fotografiado imagen por imagen (Fig. 2, 3), a fortiori de un filme no fotografiado, donde se puede intervenir sobre la película misma: frotamiento, espolvoreo (Fig. 4), distintos ataques químicos, etc.




Fig.1. La playa (Patrick Bokanowski,1991)




Fig.2. Asyl (Kurt Kren, 1975)



Fig.3. La llegada (Peter Tscherkassky, 1998)








Fig.4. Study in Color and Black and White (Stan Brakhage, 1993)


En la proyección, existe menos margen efectivo de intervención, más allá de la interposición, entre el proyector y la pantalla, es decir, en el lugar donde transita la luz, de algo que pueda incidir sobre esta última: las humaredas de las funciones de Anthony McCall, la interposición de cuerpos opacos entre el proyector y la pantalla en el expanded cinema (o, más prosaicamente, en las proyecciones de filmes en los espacios museísticos donde circulan los espectadores). Muchas otras manipulaciones, más raras, más experimentales, son posibles: cambiar la luminosidad del proyector, su velocidad (por ejemplo, proyecciones de películas primitivas en las que se altera la velocidad adecuada, a fin de producir un centelleo); mover el proyector en el transcurso de la proyección; o simplemente apagarlo (supongo que esto ya lo han pensado los letristas).

Finalmente, la pantalla, uno de los puntos más trabajados por las vanguardias de los años ‘20: proyección sobre múltiples pantallas, pantallas de formas extrañas (la cruz del profesor Chrétien, el Polykino semi-esférico de Moholy-Nagy, las pantallas móviles, blandas, fuera de foco…), manchado de la pantalla, etc. Más recientemente: instalaciones que incluyen una proyección sobre superficies diversas, en el museo o al aire libre (árboles, casas…); pantallas gigantes de tipo Imax, hemisferios.

La lista es extensa y jamás cerrada. Debemos asombrarnos, en definitiva, de que pueda existir la idea de “imagen de película” y subsumir semejante variedad. Es que, en todos estos procedimientos, la materia de la imagen de película no se aprehende sino indirectamente. Incluso los más físicos de estos procedimientos –la raspadura de la película o su manchado (Mothlight), los proyectiles arrojados a la pantalla (tomates en el estreno de La edad de oro), los espectadores que bailan frente a ella (Rocky Horror Picture Show)–, no afectan inmediatamente a una materia de imagen, porque esta “materia” es una materia compuesta, lábil y, sobre todo, intangible. La descripción que acabo de esbozar es la de las condiciones materiales de la imagen de película, de los factores de los que depende esta imagen; no es la descripción de la “materia de la imagen”, porque esta materia es apreciada por el ojo y no por la mano. La imagen fílmica, en efecto, no se toca. Si paso la mano sobre un cuadro, siento el empaste, el pigmento seco. Si paso la mano sobre la pantalla de cine, solo siento la pantalla, el soporte de la imagen: la imagen, la propia imagen, se transporta entonces a mi mano. De la imagen de película, a fortiori de su materia, no tengo sino una experiencia a distancia, visual, mental.

Y sin embargo, se trata ciertamente de la experiencia de una materia, aun si esta experiencia continúa siendo perturbadora porque nos recuerda la materialidad paradójica de lo visible. Describo nuevamente: una película sólida, con una imagen sólida (pero, en la función de cine, ni veo ni toco la película); una luz que perfora el negro de la sala (pero, en general, no miro este cono de luz); formas proyectadas sobre una pantalla, que son mi único objeto de atención. Deleuze: “nada sucede en la cabeza del espectador que no provenga del carácter de la imagen”. Esta frase del filósofo se refiere a las ideas, los afectos del espectador, pero también podría describir la aprehensión de la “materia de imagen” en la que estoy pensando: una sensación, pero múltiple, fundada sobre un saber, pero difuso; una atención, pero no necesaria, a lo que es la imagen, más allá de lo que está en ella. Espero no transponer demasiado, o demasiado mecánicamente, la situación de la atención de un amante de la pintura al tacto, al empaste, a las capas de materia sobre el soporte. Imagino a un amante del cine (un amante del fílmico) que dirige su atención a la imagen misma, a su sustancia compleja de luz y sombra, a la riqueza aparente que se le ofrece en la pantalla. La materia de la imagen fílmica es la parte de esa imagen a la que puedo atribuir la idea de una materia y diría, más precisamente, la ficción de una materia. Guion, imaginario: ficción. Ficción de imagen, una entre otras (pero siempre allí, virtualmente).


Jacques Aumont,
Fragmento de "Preambulo. Prolegómenos a la materia",
Materia de imágenes, redux