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29.5.22

AGOTADOS LOS NÚMEROS 36 Y 37 DE LA REVISTA SHANGRILA






Cuando se acerca el número 40 y comienza a entreverse, no sabemos si un poco menos lejos o cada vez más cerca, el final de la travesía, hemos agotado los números 36 (Nieve. Postales desde el frío) y 37 (Islas. Fuga y abismo) de nuestra revista. Con ellos son diez los números agotados. Tres de ellos, 14-15 (Nicholas Ray. Nunca volveremos a casa), 23-24 (Pier Paolo Pasolini. Una desesperada vitalidad) y 28-29 (Unas sombras, un tren) pueden descargarse gratuitamente de nuestro sitio web. Otro de los números agotados, el 17, luego reconvertido en libro (Béla Tarr. ¿Qué hiciste mientras esperabas?), es con los dos formatos una de las publicaciones más vendidas de Shangrila Textos Aparte.

Nada de esto hubiera sido posible sin la generosidad de todos aquellos que han aportado sus textos y los lectores que nunca nos han abandonado.

Decir: "Shangrila: un espacio fuera de cuadro" no es pronunciar una mera frase o adoptar una impostura publicitaria de cara a la galería. El tiempo ha confirmado que sostener lo que decimos es una línea de navegación acertada.

Gracias a todos los que nos acompañan, día a día.


Ver todos los números




16.4.21

Y SIGUE NEVANDO...




Desde el mes de octubre del pasado año no ha dejado de nevar en Shangrila. Hemos recogido hasta el momento casi 1500 copos de nieve. Habrá quien los considere escasos, acostumbrados a cantidades mucho mayores, pero para nosotros, desde el irrenunciable espacio fuera de cuadro en el que estamos ubicados, es un pequeño logro que viene a confirmar, una vez más, la tarea que realizamos y cómo la llevamos a cabo. Y sigue nevando... No sabemos si al llegar a las Islas que ya comienzan a divisarse continuará cayendo la Nieve con la misma intensidad. Lo que sí sabemos es que, siempre sin ruido, con una meditada discreta exposición pública, con nuestros tan anticuados como destartalados cacharros y, tal como dijo en una ocasión un querido colega, "con toda la clandestinidad y el descaro al que nos tiene acostumbrados la editorial Shangrila", mantenemos, a pesar de todo, la misma ruta.
SH

No fue un sueño,
lo vi:
La nieve ardía.

Ángel González




Leer:




18.10.20

XXI. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




Vega de Pas (Cantabria) - Copy foto: Ángel Diego Cavia




Hace ya mucho tiempo que camino
hacia el norte, entre zarzas quemadas
y pájaros de nieve.


Julio Llamazares
Memoria de la nieve





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XX. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




ROBERT WALSER, EL CAMINANTE
Enrique Carceller Alcón






Quiero adormecerme en la cama del trabajo cotidiano y despertarme solo cuando la nieve eche a volar sobre la tierra y las montañas se blanqueen y los vientos del norte soplen hasta helarme las orejas y diluirlas en las llamas del hielo y de la escarcha.




Pronto empezó la nieve a arder con ese peculiar matiz rosa cálido, y aquella visión abrigadora, unida al frío real del aire, produjo un efecto vivificante y reanimador en el caminante, que no se detuvo ya más tiempo y siguió andando a buen paso.




¡Con qué nobleza ha elegido su tumba! Yace en medio de espléndidos abetos verdes, cubiertos por la nieve.
Saluda a los queridos y silenciosos muertos debajo de la tierra y no ardas demasiado en las eternas llamas del no ser.


© de las fotos
y selección de textos extraídos
de Los hermanos Tanner, Robert Walser:
Enrique Carceller Alcón






Leer:




XIX. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




HUELLAS
Olvido Marvao






Conocía el mensaje del invierno,
los dardos del granizo y la nieve pueril.

                                Dylan Thomas 
Antes de que llamara y la carne me abriese... 

                                               
Es marzo. Todo brota con fortaleza inaudita y, sin embargo, durante la mañana, el cielo sorprendido se ha vuelto gris espeso; los árboles han borrado su contorno, difuminándose en el horizonte que parece tragarlos poco a poco. La hilera de almendros que pregonaba su albor ha perdido el relieve. Los castaños de Indias, que exhibían majestuosos sus penachos florecidos, ahora parecen cubiertos por una sábana transparente.

El paisaje emprende una fuga gris; incluso los cercados de madera se disipan.

El hombre viejo, sentado en los escalones del granero, ve transformarse el paisaje con cierta inquietud; deja que la niebla le envuelva.

Para él, hace mucho que es invierno.

Aparece el viento frío y oscurece lo que su vista alcanza. Llega el sigilo amortiguado que precede a la caída de la nieve y diminutas trizas de cristal comienzan su metamorfosis. Bajo cero. Esa es la señal para que los cuchillos helados rasguen los recuerdos. Hexágonos perfectos caen sobre su pelo y sobre su ropa, deshaciéndose ante su mirada.

Extasiado por la ausencia de peso de las estrellas de hielo, el hombre viejo percibe aquella piedra infantil grabada en la memoria. “Bastardo”, gritaban. Vuelve a sentir la pedrada en su cara, la boca abierta en el frío de la vergüenza, teñida de rojo. El olor del humo de las chimeneas vuela junto a su memoria hasta aquella nieve, que le acogió como nadie lo haría jamás.

El hombre viejo se levanta con torpeza, pasea sobre huellas aladas y allí, en las ramas, ve cómo parece flotar un pájaro que ahueca sus plumas, detenido. Así permaneció él, paralizado, esperando una mano que le ayudara a incorporarse. Ahora su cuerpo cansado pisa el fantasma que cae sobre la tierra [...]






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16.10.20

XVIII. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




EL RUGIDO DEL ROMPEHIELOS
Marisa López Mosquera



Gordon Parks, 1948-61



En un planeta que lame sus heridas a diario, nieve es no solo la patria de los perdidos como él, de los soñadores como yo, de tantos otros que han decidido atajar por el medio en sus vidas, sino la redención. Más allá de la pertenencia a un lugar, de la conexión que esto pueda tener con el entorno, de su condición de nido, hogar, momento cero “aquí llegamos, de aquí somos”, la patria representa para él, también para mí, ese pequeño reducto almohadillado en el que desaparecemos cada noche, segundos antes de que nos venza el sueño. Una trinchera en la que se definen con claridad los tiempos de batalla, las treguas y la paz. Una tierra en ningún momento de nadie sino nuestra, donde nos arrojamos sin red, confiados; baluarte, espacio intermedio entre dos mundos que rivalizan por la calidad de su verismo. Hay quien contempla un infinito antes de entrar en el abismo de la nada, quien se introduce en ese universo onírico tras sorprender alguna breve fantasía y quien como él, como yo, penetramos con exactitud en un espacio diferente pero al tiempo cercano, al que no podemos llamar de otra forma que Nieve. Es su blanca solidez, las oportunas ráfagas de viento escarchado, es la cálida frialdad de sus entrañas lo que compone el íntimo equilibrio entre confort y muro protector que nos rodea. Es esa patria una sensación, un refugio, una hondonada como la de Martín Romaña, donde inevitablemente nos precipitamos cada madrugada al mismo centro de nuestra vulnerabilidad sin remedio.

Él divierte al público contando que su vida comienza poco después y la verdadera oscuridad no le alcanza hasta que llegan las primeras luces de la mañana. Elocuente, embaucador, no habría más que adentrarse en esa mirada opaca para descubrir el doble fondo de su ingenio, de su aparente comicidad. La historia del rompehielos conmueve a la gente, cuenta que se enroló en una locura de juventud, con apenas diecisiete años. Que la contundencia del barco contra la inmensa placa helada a la que fragmentaba le sobrecogió al principio, cuando creyó escuchar una vibración en el casco, un estertor ahogado que imaginó en boca del gigante blanco, mientras se resistía en su pulso contra el buque que lo despedazaba. Bajo las risas que corean su relato histriónico en el escenario, camufla sus heridas con habilidad. El dolor de que su vida se haya ido plegando a golpe de tragedias, enviándole al final de cada temporada a un nuevo inicio; como si viviese una permanente carrera contra el tiempo y estuviese condenado a ser el eterno aprendiz que limpiaba sin descanso cada día la misma cubierta. Algunas noches encaja los aplausos con una sonrisa de piedra, mientras aquel zumbido del pasado vuelve a su mente y enmudece cualquier otro sonido. No tardó en descubrir entonces que no era otra cosa que la respiración del Ártico, una persistente exhalación, un dejarse ir. Eso hace él en cada función frente a su audiencia, antes de abandonar toda lucha en la dimensión profunda del sueño, donde el hombre que le hubiera gustado ser tiene cabida, y a la que accede por el níveo pasadizo de la patria [...]






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XVII. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




NIEVE GRIS
Faustino Sánchez



Ted Croner, Sin título, 1947




He necesitado esperar a la jubilación para cumplir el sueño de mi infancia: vivir en un lugar donde nieva copiosamente media docena de veces al año. En realidad, solo se trata de la mitad de mi sueño. La otra mitad la cumplí durante los cuarenta y cinco años en los que fui primero detective privado y, luego, inspector de policía. Mi avidez nunca vino tanto por el lado de impartir justicia o perseguir malhechores, sino por el de encontrar la verdad y demostrarla a los demás, y puedo decir que eso se ha cumplido en buena parte. Sin embargo, moriré con la desazón de que aquel sueño único de infancia haya necesitado atomizarse para ser cumplido. Nunca conseguí ser un detective en la nieve, solo un detective urbano y ahora un jubilado en la nieve.

Hace ya cerca de sesenta años de mi primer recuerdo de la nieve, que, viviendo en un barrio pobre de gran ciudad, era normal que estuviera asociado a una pantalla de cine. Necesitábamos una ventana al exterior de un barrio que constituía todo nuestro universo. Ir al cine era embarcarse en una aventura intergaláctica; expandía nuestros sentidos convirtiéndose en nuestro mayor instrumento de conocimiento y emancipación. Conocimiento compartido en comunidad. Compartir películas era compartir experiencias.

Suelo recordar la historia que contaba James Baldwin sobre el cambio que el cine produjo en su infancia, cuando era un niño pobre de Harlem, negro, homosexual, de ojos saltones. En esos primeros años ‘30 nadie podía imaginar que Baldwin fuera a convertirse en el gran escritor y activista que fue, que rellenaría de oro las páginas de la historia del arte y la dignidad del siglo XX. Él, como yo en mi barrio, no pensaba que pudiera salir de su pequeño Harlem, de la burbuja de su entorno. Hasta que en una de esas sesiones de sábado por la tarde en las que el cine era el lugar de encuentro comunitario, una pequeña película de Michael Curtiz se cruzó en su vida: Veinte mil años en Sing Sing. En aquel momento no era importante que Curtiz estuviera detrás de la cámara. Lo importante es quiénes estaban delante, quiénes expandían la mirada de los espectadores. Eran dos estrellas de Hollywood, Spencer Tracy y Bette Davis, estrellas pioneras pero aún no rutilantes surgidas de ese nuevo cine que acababa de empezar a hablar.

Baldwin estaba viendo la película con agrado, disfrutando como solía hacerlo del cine, cuando de repente, con una sola imagen, algo cambió en su cabeza. Bette Davis, en primer plano, bebía un sorbo de su copa de champán mientras miraba a cámara con sus enormes ojos de rana. Una mirada dirigida a James Baldwin, quien, en ese momento, vio sus propios ojos al otro lado de la cámara, del universo, del mundo. Ahí estaban, ojos de rana y estrella de Hollywood. Fealdad y éxito. Cortocircuito mental. Baldwin sabía que podría salir de la miseria y hasta hacer cosas importantes. Una mirada de Bette Davis en una sala oscura le cambió la vida de una manera que en ese momento todavía no era capaz de calibrar.


Veinte mil años en Sing Sing



Mi experiencia fue similar cuando, aún más pequeño que James Baldwin, vi una película de un policía violento, desarrapado, de vuelta de todo. Era un policía antipático que recuerdo que me asustaba. La película era urbana y agreste. En realidad, no presentaba una realidad muy diferente de las cosas que yo miraba o intuía al otro lado de la ventana de mi casa. Pero me permitía verlas de cerca. Aquellas eran las cosas que mi mirada, acordonada por la distancia del peligro, no llegaba a atisbar. Sin embargo, en la película, de repente, todo cambia. El conflictivo policía es desterrado. Lo envían a resolver un caso a las montañas y la ciudad queda atrás. Era un paisaje como no había visto en ningún otro lugar, o quizás recordaba haber visto con frialdad en la ilustración descolorida de algún libro infantil. Porque las montañas las reconocía bien. Me impactó, no obstante, el manto que cubría todo de un gris mucho más claro que el gris de la ciudad: un gris uniforme, suave, de tonalidad degradada. Un gris que se asentaba conforme iba goteando del cielo, como cuando mi madre lanzaba pellizcos de sal sobre la comida. Pero la sal se diluía en la comida, no formaba ese manto maravilloso que solo deseaba tocar, por el que soñaba deslizarme [...]






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14.10.20

XVI. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




LECTURA DE LA PRIMAVERA INVERNAL
DE 2020: NIEVE, DE FERMINE MAXENCE
Y DESVÍOS POR BLANCOS JAPONESES
Mariana Freijomil



Haruna bajo la nieve, Utagawa Hiroshige, 1853



ELECCIONES Y LIBROS

El joven Yuko Akita confiesa a su padre que quiere ser poeta. Ni soldado ni monje como su progenitor. Es la mañana del cumpleaños diecisiete del joven. Están junto a un puente. El agua del río fluye mientras Yuko escucha los argumentos contra su decisión, que vienen a resumirse en uno: la poesía no es un oficio, es un pasatiempo. A lo que responde con calma:     

“-Es lo que quiero hacer. Quiero aprender a mirar cómo pasa el tiempo”. (1)

1. MAXENCE, Fermine, Nieve, Barcelona: Anagrama, 2001, p.2.

Con esta declaración de principios a las pocas páginas de Nieve, la breve novela del francés Fermine Maxence logra paralizarme por un instante. La historia tiene lugar en el Japón de finales del siglo XIX y narra cómo el protagonista se ejercita en el arte del haiku y consagra su labor a la nieve. Todas las horas del invierno, desde los primeros copos hasta el deshielo, están enfocadas en plasmar la presencia y la vida de este elemento. 

Quizás la elección de este libro no sea casual. En realidad es menos casual de lo que el lector puede creer mientras me lee. El agotamiento del teletrabajo me pide relajarme. Un libro grande me desanimaría. Algo fácil, por favor, pide mi cerebro. ¿Por qué un libro con este título en mayo de 2020? Vivir en un lugar cálido alienta que construyas una imagen soñada del invierno cubierta de blanco que rara vez se materializa. Quizás dicha imagen esté ahora más presente tras el confinamiento: somos osos que salimos al exterior tras vivir una primavera como si fuera invierno. Toda una contradicción. La elección de mi lectura parece clara y subjetivamente lógica. 

Sigo leyendo y enseguida llega la pregunta clave de la trama: ¿Por qué la obsesión de Yuko con la nieve? ¿Por qué sublima esa devoción en la poesía, en ese mirar cómo pasa el tiempo? ¿Qué significa eso? ¿Qué quiere decir mirar pasar el tiempo a través de la nieve? Para el protagonista ese mirar el transcurrir del tiempo no tiene nada que ver con perderlo, más bien lo contrario. 


Fang Congyi, Montañas nubosas, 1360-70




Recuerdo que la poetisa Sei Shōnagon menciona con delicia y gozo la nieve en bastantes pasajes de su Libro de almohada. En una de sus elegantes listas, menciona ya la metamorfosis de la nieve en agua:

“La nieve es maravillosa cuando ha caído sobre un techo de corteza de ciprés. 
Cuando la nieve empieza a derretirse o cuando no ha nevado mucho, penetra en las rendijas de los ladrillos. De suerte que el techo es negro en algunas partes y blanco en otras, muy atrayente”. (2) [...]

2. SHŌNAGON, Sei, El libro de almohada, Madrid: Alianza Editorial, p.65.

Me sorprende que cuando Yuko explica por qué la nieve le fascina su padre sólo la vea como un elemento negativo. Debe considerarse como una manifestación del agua, maleable, capaz de igualar al resto. A su vez, el agua es un elemento central en el taoísmo, cuyas ideas se transmitieron al budismo japonés. Lao Tsé repetidamente usa la metáfora del agua entendida como la materialización de la bondad y el tao: es capaz de cambiar de forma para abrirse camino bajo cualquier circunstancia y es generadora de vida. Esta capacidad de flexibilidad y fertilidad se trata en la novela cuando Yuko explica que la nieve es por sí misma la manifestación metafórica de todas las artes:   

“-Es blanca. Luego es una poesía. Una poesía de gran pureza.
Hiela la naturaleza y la protege. Luego es una pintura. La pintura más delicada del invierno.                    
Se transforma continuamente. Luego es una caligrafía. Existen diez mil modos de escribir la palabra nieve.
Es una superficie resbaladiza. Luego es una danza. En la nieve, todo hombre puede creerse funámbulo.
Se convierte en agua. Luego es una música. En primavera, troca los ríos y torrentes en sinfonías de notas blancas”. (3) [...]

3. MAXENCE, M., op.cit., p.15.






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XV. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




FUNDIDO A BLANCO
Ricardo Baduell



El gran éxtasis del tallador en madera Steiner, Werner Herzog, 1984



PISTA DE DESPEGUE

La mente en blanco ante la carta blanca. “No se me ocurre nada sobre H.”. Nada que poner sobre la nieve, que no distingue entre razas ni credos, a pesar de sus orientaciones geográficas, pero se ha tragado a muchos, y entre otros a varios cientos de los mandados por el genocida que no inspiraba al Criticón austrohúngaro. Mejor la nieve sola, sin comentario, sin testigos ni a corta ni a larga distancia. Como la página en la que el mismo instinto de conservación aconseja no aventurarse. Ni una huella: ni de bota, raqueta o trineo. Nada. Si acaso, algún bosque amenazante a lo lejos, cuyos imaginarios lobos completan el marco disuasorio de la ventana. Y sin embargo, pendiente, la invitación llama al aliento que, empañando el vidrio, delata la vida escondida. Apretado corazón en suspenso como el mundo sin límites allá afuera. ¿Trazar en el cristal unos signos que confiesen, sin exponerse al ácido del aire desnudo, la aptitud de la conciencia pasmada por la ausencia de pólvora en su recámara? Y sin fuego, sin el calor de una fricción entre memoria y quimera, experiencia y probabilidad, ¿cómo quemar las hojas que, muertas y abandonadas entre la tinta endurecida y la madera inútil, sostienen a toda hora su llamada al vacío?   

Llanura deshabitada, o mejor desahuciada, condenada entre el mariscal von Karibdissen y el general Escilov. La Polonia de las dos primeras películas de Zulawski, cubierta por una nieve capaz de acoger cualquier incendio. Un espacio negado entre dos potencias, cada una empeñada en su despliegue: el paréntesis que contiene las vidas en suspenso que, despojadas de su tierra, la sienten con la fantasmal intensidad del miembro arrancado, como la expuesta raíz. Espacio de nieve: mejor blanco, sin nadie, tal como el conquistador cree que lo quiere, de libre disposición, cuando sin resistencia no hay conquista ni victoria: sólo ya el abierto abismo de esa trampa, cerrada incluso antes de que la presa caiga. Nada contra la que estrellarse. ¿Con otro paso sería posible, quizás, abrirse camino hasta otro lado, al menos otra posición, que derrita el congelamiento? Nabokov, en Speak, memory, evoca los trineos de su rica infancia rusa con una nostalgia comparable a la del cuerpo por su parte amputada, en este caso el incomparable deslizarse de los abandonados esquíes sobre la derretida nieve bendecida por los zares. “I wish I had a river I could always skate away on”, famoso y muy coreado verso de Joni Mitchell. Si no intentas quebrar la resistencia, esta puede ser tu apoyo. Aunque no tolerará que te evadas. 

Aun así, la invitación a la nieve descubre una mente en blanco. Una sola asociación significativa, pero ajena a lo visual o a los otros sentidos: sólo verbal. “Equivocar el camino es llegar a la nieve” (García Lorca, Poeta en Nueva York). ¿Partir entonces desde el extravío, de este lugar sin más referencias que los ecos de tambores muy lejanos? La invitación, la carta blanca, es el mapa de esa nieve que no ha cuajado en ningún sitio salvo este, sin alternativas: nada que elegir, todo por hacer. Nieve de máquina, sin naturaleza ni paisaje afín, sin un clima propicio ni la temperatura adecuada. Buscar la nieve en esta nieve, falsa como toda experiencia vicaria. “¿Dónde están las nieves de antaño?”. ¿Qué responderle a François Villon? Tal vez la metáfora ayude. La nieve bajo la nieve. Todo blanco de novia o novicia, sin evidencia de acto alguno y debajo, desde aquí, el ningún sitio alcanzado por una invitación, en retrospectiva, la inabordable dimensión borrada de la que aún crece, desaparecido su objeto, el remordimiento, o donde hunden sus raíces retorcidas y sucias el arrepentimiento y la nostalgia, lejos de la pureza virtual del destilado. La nieve recuperada ya no es blanca, ni mucho menos nueva. No cae del cielo, sino que sube de la tierra, con todas las ásperas propiedades del suelo, bajo y traicionero. Disuelto el manto que los acolchaba, resuenan los pasos dados y emerge, rompiendo el blanco perfecto de la amnesia, la incorregible huella de lo sucedido: en una nieve conservada con sus manchas, captada en pleno uso por las cámaras contratadas, el punto que da perspectiva al espacio de una probabilidad. Por donde pasa la línea vertical de una fatalidad en suspenso, cada vez que la ley de gravedad es puesta a prueba y desafiada. El gran éxtasis del tallador en madera Steiner (Die groβe Ekstase des Bildschnitzers Steiner, Werner Herzog, 1984) es un documental deportivo con un tema muy concreto pero también, como el mismo título sugiere, una hipótesis metafísica, apenas deslizada sobre los esquíes del protagonista, involuntario héroe de una fábula kafkiana insospechada por el público general que lo sigue o el canal de televisión que financia la película [...]






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12.10.20

XIV. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




LENI EN PANTUFLAS CON PLUMITAS
Mariel Manrique



Leni Riefenstahl - Die Weiβe Hölle vom Piz Pallü 
(El infierno blanco de Piz Palú), Arnold Fanck - G.W. Pabst, 1929




Vendrá el fascismo y tendrá los ojos de Leni Riefenstahl, con su historia clínica de adicta al alpinismo colgada en las pestañas. Oh, sí, la nieve es tan blanca. Prístina nieve. 

El fascismo lava más blanco. Remueve la mutilación, la escoria, la impureza. Amputa la mano gitana, el pene homosexual, la boquita torcida. Oh, sí, el desvío es tan negro. Pútrido desvío. 

Al fascismo le encanta el deporte, lo marcial y lo liso. La hipótesis beligerante, el músculo tenso, la misión heroica. Siempre está en movimiento, pero no se pregunta para qué. Le arroja monedas a la lengua que lo lame. La lengua se esmera, se empeña, se extralimita en su función. Se pone pesada. La rematan en la casa de empeños, la envuelven en un trapo, la descartan. La lengua militante no sale de la infancia, necesita un Papá que le traduzca el mundo. Se ríe como una boba de los chistes de Papá. Pusilánime lengua.  

Al fascismo lo excitan los niños. Es un gran criador. Los viste, los peina, los perfuma. Les pasa jabón de mitos y leyendas que por supuesto terminan en Papá. Tiene predilección por la carne fresca. Adora violar con un palo de escoba. Cuelga el trapo con el que envuelve lenguas en la punta del palo que viola. Lo llama bandera. Después se va a esquiar y es un punto en la nieve, después tiene que conquistar el pico nevado, para dejar de ser un punto abajo y ser un punto arriba que contempla a los pobres mortales. Todas las líneas del fascismo fugan a un punto único en la altura. Perspectiva dorada, sin sótanos ni cloacas, sin pliegue ni extravío. Un Caspar David Friedrich sin Lado B. Romanticismo expurgado de inconsciente. Irracionalidad con plan. Stählerne Romantik. Leni te mira pero no te ve. Metálica pupila, pupila de su Herr

Todo es rústico y seco en la cabaña alpina, y está cubierto de polvo. La nieve cubre la mesa y los bancos de exterior. Apenas llega, Leni limpia esa nieve como una maniática, subida a la mesa sin dudar. Y desembala. Entre el calzado alineado contra la pared, sobresalen, por su sinrazón, un par de pantuflas con plumitas. Están fuera de lugar, no van con la cabaña ni con Leni. No van con esta película de montaña. Sin embargo, parecen verdaderas, ridículamente verdaderas. Más que todo el paisaje circundante, tan próximo a un cartón pintado. En otro plano, Leni se las calza y advertimos que tienen un taconcito que refulge. Todo en diminutivo, encantador. Unos pocos segundos de coquetería, kitsch y desatinada. Como una excrecencia irresistible, guantes para la pantera o rouge en la boca del soldado [...]






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XIII. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




NIEVE SOBRE LA ISLA DE FARÖ
Aarón Rodríguez Serrano



Ingmar Bergman, Pasión, 1969




LA NIEVE Y LA ISLA

Vuelvo a ver Pasión tras diez o doce años. El dato sería anecdótico si no fuera porque, en cierto modo, volver a ciertas películas nos hace posicionarnos como esos personajes del cine de Bergman que, de pronto, se quedan petrificados ante un espejo y acarician su carne teorizando sobre sus arrugas y los temblores que el tiempo ha cincelado sobre su piel. Las películas de Bergman –lo dijo Jeese Kalin2–, cuando funcionan, lo hacen en tanto superficie especular, y por eso tendrá el espectador que tomarse la molestia, a posteriori, de saber qué demonios se ha reflejado durante el tiempo del visionado.

Y veo la película, inevitablemente, en busca de la nieve.

Bergman no abusó de los paisajes nevados. Una visión apresurada podría mostrar que se manejaba mejor en las primaveras y los veranos de la adolescencia fantaseada de sus primeras películas, o incluso en los crepúsculos otoñales que inventaba la luz de Sven Nykivst –y que tiene, dicho sea de paso, uno de sus mejores trabajos en la película que hoy nos ocupa. Una explicación puramente práctica es que, como ha quedado consignado por sus biógrafos, Bergman ocupaba gran parte del otoño y del invierno en las jornadas maratonianas que le imponía la dirección de piezas para los teatros de Malmö o Estocolmo, mientras que solía reservar para los meses más cálidos sus rodajes cinematográficos. Hay, por supuesto, notables excepciones. Podría señalar el afilado lector que también rodó aquella terrible Suecia provincial y hermética de Los Comulgantes (Nattvardsgästerna, 1962), un territorio extrañamente anonadado, balbuceante, poblado de ciudadanos congelados y enfermos y dominado por un Dios que dudaba de sí mismo mientras dejaba caer, como lágrimas o maldiciones, tormentas de nieve sobre sus fieles. También está la nieve celebratoria del primer capítulo de Fanny y Alexander (Fanny öch Alexander, 1982), la nieve de las navidades de la infancia, la familia, el teatro. Y por supuesto, la nieve que caía siempre fuera de plano y que aislaba a los protagonistas de En presencia del payaso (Larmar Och gör sig till, 1997). Nieve que, por cierto, Bergman vinculaba explícitamente con la última canción de la Winterreise de Schubert, Der Leiermann (El zanfoñero), ese desgarrador poema en el que un viejo músico –según interpretaciones como las de Ian Bostridge (2019)– se tambaleaba entre la nieve tocando su zanfona.

Sin embargo, y por empezar a trazar algunas ideas, si ese afilado lector alzara su vista hacia la trayectoria general del significante “isla” en la filmografía bergmaniana, podría concluir con nosotros que, por decirlo rápidamente, en 1970 algo se había congelado directamente en su fuerza escenográfica. Si en una película como Un verano con Mónica (Sommaren med Monika, 1953) la isla mostraba todavía ese rostro amable, acogedor, cálido y propio –el título mismo lo escribía– de las temporadas estivales y de la juventud, en Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961), los cuatro protagonistas comenzaban su andadura emergiendo de un mar ya estrictamente otoñal, difícilmente soportable. En La hora del lobo (Vargtimmen, 1968), los fuertes vendavales acompañaban las idas y venidas desesperadas de los protagonistas por la isla de Farö hasta que, finalmente, en Pasión, aparece la nieve  [...]






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10.10.20

XII. "NIEVE. POSTALES DESDE EL FRÍO", Pasión Rivière (coord.), Shangrila 2020




ES TAN DULCE LA MIEL DE LOS DIOSES
Manuel Merino




Fotografía de Oliver Maxwell Cooper publicada en
Autre ("The Great Search for Lady Day", 14 de enero de 2011)




¿Cómo pudo la noche convertirse en lamento?
E. Bishop


Siempre hay un momento impreciso en el que todo milagro se interrumpe para empezar a crecer como leyenda. La piedra que revienta el cristal transformando la plana transparencia en silencio; la liga que se desliza líquida por el muslo mientras vuelan los billetes que apresaba; el tazón de natillas con avena que en su caída ha salpicado todo; la misma muerte que interrumpe la cena mientras la radio continúa con su canción de amor, el corazón ya inútil como un himen quebrado. En algunos casos, saber con exactitud cuándo sucedió esa fractura es imposible. Pudo haber sido en el mismo instante en el que, para mostrar la desesperación como osadía, eligieron ese pedazo roto de ladrillo que ya vuela en el aire con toda su violencia, o aquel breve momento de vértigo y de duda al imaginar la tensión de un abrazo fingido. En su caso es posible pensar en dos instantes en apariencia tan diferentes como distanciados por años, aunque quizá ambos destellos fueran llamaradas feroces de un mismo infierno privado. Cuando su voz se abrió como una flor carnívora en una noche de calor profundamente espesa, o tras aquel primer vértigo de hielo incandescente que transformó una brizna de nieve en paraíso. 

De ninguno de ellos ha quedado registro pero, anterior a ellos, hay una fotografía que muestra esa misma niña que todavía se esconde tras sus párpados tintados esta noche de un malva pernicioso, casi grises, derrumbados. En la sien muestra una magnolia más grande que su rostro, todo ojos inmensos, expectantes; el cuerpo enfundado en un retal mal hilvanado de satén. Ella misma podría hablar de ese olor que la inunda como un latigazo cuando se entrega a su blancura: una sacudida implacable que la niega con la misma intensidad con que se entrega a la obligación de seguir hasta acabar con todo. También con ellos y su propio temor a sus ausencias, hasta limpiar de la memoria sus trajes de matones a sueldo, sus empastes de oro, su intensidad fingida y esos anillos tan pesados que ella paga donde les gusta concentrar su poder. Aunque a quien ya está muy lejos, fuera de toda norma o residencia, alguien como ella que ya se siente expulsada hasta de los espejos, por vocación o constancia, poco importa saberlo, nada de todo eso podría impresionarle. 

Ella necesita muy poco. Sin otro adorno que su propia leyenda y unos céntimos como todo ahorro, las caderas de la dama nunca echaron en falta acomodarse contra aquel piano blanco, porque sabían dejar bien claro su mensaje a cada paso. Por eso aún conservaba la costumbre de entrar a los locales por la puerta trasera. Ya quedó atrás aquel tiempo de hoteles de primera donde todavía la esperaban ramos de rosas con tarjetas dobladas de Welles, de Lester, de Sinatra; estuches con broches caros, brazaletes brillantes que son serpientes caprichosas, bombones con forma de corazón sobre almohadas de pluma  [...]





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