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28.10.23

y XII. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


TOPOFILIA CONCENTRACIONARIA. HUMANIZACIÓN ESPACIANTE EN LOS CCDyT DE LA DICTADURA CHILENA (161)

[Fragmento inicial]

José Santos Herceg

(UIDEA / USACH)


Según informa la Comisión Valech, habría habido al menos 1.153 Centros de Detención y Tortura (CCDyT) repartidos por Chile durante la dictadura militar (2004, 261). (162) En estos lugares se llevaron a cabo las peores atrocidades imaginables. No solo se trató de un encierro masivo de personas inocentes en condiciones miserables de hacinamiento y muy por debajo del más mínimo nivel de higiene, sino que allí la tortura fue extrema, masiva e indiscriminada. Ella se desplegó con una infinidad de atroces modalidades, en un alarde de creatividad macabra e insólita. Los CCDyT fueron, en su sentido más pleno, «lugares del horror». Noticias de ello tenemos fundamentalmente a través de los testimonios de aquellos que sobrevivieron. En estos relatos se da cuenta del funcionamiento y la actividad de las prisiones de forma directa, basándose en la propia experiencia de las víctimas. Son muchas las formas que adoptan estos testimonios (Pizarro, 2021). En el marco de este trabajo tendré a la vista fundamentalmente aquellos textos publicados en formato de libro, que son confeccionados tan solo con intención de dar testimonio, sin pretensiones literarias ni ficcionales y que han sido escritos en primera persona por quien tuvo la experiencia de prisión (Cf.: Santos-Herceg y Pizarro Cortés, 2019). Estos textos conforman un corpus abultado de escritos publicados desde 1974 hasta hoy, pero que lamentablemente no tienen mucha circulación ni difusión (Cf. Strejilevich, 2005 y Pizarro, 2016). 

161. Este texto fue desarrollado en el marco tanto del proyecto Ontología política del placer (FONDECYT Nº 1190337), como del proyecto titulado Formas de la traición en el Cono Sur. Hacia una taxonomía crítica (FONDECYT Nº1210232).

162. Dado su carácter clandestino, es posible que esta cifra aún esté por debajo de la realidad. Como sea, se trata de una cantidad enorme de lugares que sobrepasa con mucho en número la realidad que habría existido en las otras dictaduras en el Cono Sur.

Lo que encontramos mayoritariamente en los testimonios es la descripción del horror: imágenes verbales que describen —en ocasiones con mucho detalle— las atrocidades y los dolores de las víctimas. Pese a esta primacía del relato del horror, los testimonios, sobre todo los publicados en el último tiempo, consagran también algunos momentos positivos. Encontramos allí pasajes que, sin desconocer lo terrible, van más allá, complementando el relato. Virgilio Figueroa, por ejemplo, titula uno de los capítulos de su testimonio con el sintomático nombre de «Lo excelente entre tanta maldad» (1991, 176). Cuenta allí que encerrado en el camarín Nº4 del Estadio Nacional, «[p]ara nuestra entretención efectuábamos shows con cantos, chistes, diversos entretenimientos, recitaciones, charlas» (176). Paradigmático es en este sentido el tardío testimonio de Marco Barticevic quien, aludiendo al hecho de que sus compañeros ya habían hecho el relato del horror, expresamente decide hacer un texto diferente. Declara al abrir su libro que «a través de lo escrito trato de relatar múltiples formas que encontramos a lo largo de esos 33 meses, para no ser vencidos anímicamente» (2009, 7-8). El de Barticevic busca ser expresamente un testimonio sobre la resistencia.

Teóricamente el tema de la resistencia en los CCDyT de las dictaduras del Cono Sur es abordado en el conocido trabajo de Pilar Calveiro (1998). Ella sostiene que estos lugares generan constantemente «líneas de fuga y los dispositivos que disparan contra el núcleo duro del poder y contra sus segmentos, abriendo brechas» (2001,112). Su intuición apunta a que hay muchas formas de fugarse, entre las cuales la «física» es tan solo una más. Todas ellas tienen en común el que están «…asociadas con la preservación de la dignidad, la ruptura de la disciplina y la transgresión de la normatividad…» (114). Se trata, como dice la autora, de cualquier estrategia para «sobrevivir sin entregarse, sin dejarse arrasar» (114). Calveiro alude a distintas experiencias de fuga: se detiene en el suicidio, en las experiencias místicas, en la risa (115), el engaño (116), la conspiración (117). Concluye que los objetivos de todas las resistencias tienen que ver con mantener o recuperar la humanidad, con adquirir algún grado de control sobre la situación o de algún nivel –por mínimo que sea– de libertad, con restablecer o generar lazos de solidaridad y cooperación entre los prisioneros (127). 

Para el caso chileno la idea de la fuga aparece en la literatura sobre los CCDyT veinte años más tarde en un texto de Jorge Montealegre titulado Derecho a fuga (2019). Usando el mismo término que Calveiro, el autor alude a aquellos «viajes interiores, imaginarios, hacia la libertad: fugas incontenibles, individuales. También colectivas, en acciones mediante las cuales se jugaba mancomunadamente a ser libres» (11-12). Fugarse es, para este autor, evadirse del temor, del terror permanente que reinaba en los CCDyT.

La fuga, como evasión sicológica en lugar del escape material, es un recurso que se hace presente incluso en los peores momentos, cuando el cuerpo resignado –en la tortura o la incomunicación– era desplazado para estar imaginariamente en otra parte […] Ensoñación individual que es –fiel a su etimología– el preludio del juego social del que dimanan otras formas de fuga, paliativos y enfrentamientos para eludir el daño que nos causa el mundo real (12). 

Las fugas tienen un lugar en los testimonios, aunque es un lugar menor, pues pertenecen a lo que el mismo Montealegre llama con razón «memorias eclipsadas» (2013). Recuerdos callados, ocultos; aquellos de los que poco se habla, a los que se refiere solo ocasionalmente y casi sin quererlo. Se trata de «… acciones y actitudes que, generalmente, no se declaran ni son objeto de preguntas» (2013, 24) porque son «experiencias positivas que permitieron sobrellevar la adversidad con humor, creatividad y espíritu comunitario» (2013, 24). Experiencias, acciones positivas en medio del más terrible de los trances, momentos de alegría, incluso de risa, espacios para el juego y la diversión, que a pesar del dolor más extremo permitieron encuentros profundamente humanos. Montealegre ensaya una serie de hipótesis que permitirían explicar este silencio que tienen que ver con la necesidad prioritaria de denuncia (24), la necesidad de coherencia del relato trágico y la culpa del sobreviviente. (163)

163. «… es posible que la culpabilidad por vivir de los sobrevivientes haya inhibido las posibilidades de compartir experiencias positivas que permitieron sobrellevar la adversidad con humor, creatividad y espíritu comunitario» (24).

No son solo los sobrevivientes quienes callan el referirse a estas resistencias; también la intelectualidad parece eclipsada. En la literatura sobre el tema de la prisión política en Chile este tema había estado completamente ausente hasta la publicación de los libros de Jorge Montealegre (2013 y 2019) y algunos trabajos de mi autoría (2015, 2017a y 2017b). El silencio, en este caso, tiene que ver fundamentalmente con que esta información pueda fácilmente ser manipulada y usada mañosamente. Montealegre dice expresamente que existe un «riesgo de manipulación interesada de esa información por parte de los victimarios o quienes justifican la prisión arbitraria» (2019, 18). La manipulación es una posibilidad muy real, baste con observar que se dio efectivamente desde el primer momento de la dictadura. El mismo Montealegre recuerda en su testimonio los eventos artísticos y de humor que montaban los presos en las galerías del Estadios Nacional y de cómo «los militares llevaron a sus medios de comunicación para que cubrieran ‘lo bien’ que lo estábamos pasando los presos» (2003, 77).

Hablar de fugas, de momentos positivos, de alivio, de alegría, de felicidad, bien puede ser usado con la pretensión de mostrar que la prisión política no fue algo tan terrible. El justificado temor a que sea tergiversado lo que se dice ha sido, sin duda, un elemento central en el silenciamiento de los investigadores que no han querido ser cómplices involuntarios de cualquier tipo de negacionismo. (164) La contraparte de este silencio es que una porción importante de la experiencia de prisión queda velada: justamente aquella que posee el contenido más extraordinario, la que muestra el valor más humano. Dejar fuera del relato y del estudio la resistencia es eliminar de la representación aquello que permite observar el valor, la creatividad, la fuerza, la entereza, la solidaridad de la que es capaz el ser humano con el objeto de preservar su humanidad.

164. En mi propia experiencia como investigador puedo reconocer este mecanismo de auto-censura que ha ocasionado que algunos trabajos estén aún sin publicar.

El presente texto se instala en esta brecha y busca contribuir al develamiento de la experiencia humana de la prisión durante la dictadura militar chilena desde la perspectiva de la resistencia. Para hacerlo, se ha escogido partir del concepto de lugar. Colombo ha hecho ver acertadamente que «[l]as investigaciones sobre el modo en que los sujetos producen espacios en marcos de violencia política son muy escasas» (Colombo 2013, 153). Como si fuera poco, quienes trabajan el tema de los espacios de detención y tortura los piensan «… como ya siempre allí y el detenido-desaparecido como padeciendo o rebelándose contra dicho espacio» (154). Es posible sostener, como lo hace la autora, que estos lugares no son solamente lo que el poder ha querido hacer de ellos, condenando al sujeto a resistir instalado en un lugar ya constituido, monolítico, rígido, al cual solo se aspira a agrietar para poder respirar un poco.

 

[...]




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27.10.23

XI. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


RUINAS Y FRAGMENTOS DE VILLA GRIMALDI: LA SEGUNDA VIDA DE LOS RESTOS (144)

[Fragmento inicial]

Jaume Peris Blanes

(Universitat de València)




Figura 1. Villa Grimaldi antes de 1973. Archivo Documental
de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi.


Figura 4. Muro de los mosaicos en Parque por la Paz Villa Grimaldi.
Archivo Documental de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi.


Villa Grimaldi fue, bajo el nombre de Cuartel Terranova, uno de los centros neurálgicos de la represión de la dictadura militar chilena. Centro clandestino de detención y tortura de singular intensidad, tras la dictadura fue el objeto de un extraordinario proceso de recuperación por parte de las víctimas y asociaciones vinculadas a la defensa de los Derechos Humanos, que acabarían convirtiéndolo en un espacio emblemático de la memoria de la represión, denominado Parque por la Paz Villa Grimaldi e inaugurado en 1997. Ese proceso de recuperación y de resignificación radical de un espacio que fue de violencia y horror tuvo que resolver, entre otros muchos, un problema crucial: al final de la dictadura el edificio que sirvió como centro de tortura había sido demolido y, en el tiempo de la redemocratización, solo quedaban de él ruinas, escombros y un extenso espacio tomado por la maleza.

144. Esta investigación utilizó como fuente de información el Archivo Documental de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi. Todos los resultados del estudio son de responsabilidad del autor y en nada comprometen a dicha Institución. Esta contribución se enmarca en los proyectos de investigación HAR2017-83519-P («Representaciones Contemporáneas del Perpetrador de Violencias de Masas: Conceptos, Relatos e Imágenes») y «De espacios de perpetración a lugares de memoria. Formas de representación» (PROMETEO/2020/059). Una parte de la investigación se realizó durante dos estancias de investigación en Santiago de Chile en 2019 y 2022: agradezco especialmente a Omar Sagredo por su generosa asistencia en la consulta de archivos de Villa Grimaldi y a José Santos Herceg y Carolina Pizarro por su invitación a participar en los seminarios del IDEA.

En este trabajo abordaré el estatuto de esas ruinas y de otros restos de la actividad represiva, interrogando su potencial para construir nuevos marcos de sentido y una nueva relación con el pasado violento en tiempos de postdictadura. En un primer lugar me detendré en la novela de Germán Marín El palacio de la risa (1995), que representa explícitamente el encuentro con las ruinas de Villa Grimaldi y articula una reflexión de calado en torno a ellas. En segundo lugar, analizaré el modo en que el Parque por la Paz ha ido incluyendo elementos que formaban parte de ese conjunto de escombros, restos materiales y fragmentos arquitectónicos que sobrevivieron a la demolición, lo que ha otorgado una segunda vida social a las ruinas del espacio de violencia. En tercer lugar, analizaré la propuesta del Monumento Rieles de Bahía Quintero, integrada desde 2007 en el conjunto del Parque por la Paz, que si bien no incorpora elementos materiales de Villa Grimaldi, sí da un nuevo uso a los restos de una herramienta de violencia: los raíles de tren utilizados para hacer desaparecer los cuerpos de los detenidos que eran arrojados al mar. A partir de ese conjunto de textos, prácticas y monumentos, trataré de interrogar el lugar de la ruina, del resto y el escombro en la imaginación contemporánea en torno a la represión política y el terrorismo de estado en Chile.


1. El lugar del crimen

En diciembre de 1993, tres meses después de volver a Santiago de Chile tras un largo exilio de 18 años, el escritor Germán Marín se acerca al terreno de lo que fue Villa Grimaldi, una vieja casa señorial que durante la dictadura de Pinochet funcionó como centro de detención ilegal y de tortura, llegando a convertirse con el paso de los años en un espacio emblemático de la represión dictatorial. Al llegar al lugar ubicado en la comuna de Peñalolén que había conocido ampliamente décadas atrás, se encuentra con un espacio urbano transformado, que le cuesta reconocer y en el que apenas halla signos de lo que fue antes de la dictadura: «aunque al principio no reconocí nada de sus alrededores, algo remoto, pero a la vez familiar, me señaló que era el lugar» (1995, 98). El relato de esa visita, titulado El palacio de la risa (1995) incidirá en el eje que abre esa afirmación: una experiencia simultánea de familiaridad y de extrañamiento que, en cierto sentido, coincide con la definición clásica que Freud diera de lo siniestro. 

Pero no se trata aquí únicamente de la re-emergencia de fragmentos reprimidos de la experiencia individual del narrador, sino de una dinámica que, con Susanne Knittel, podríamos denominar de «siniestro histórico» (2014): «la intrusión vertiginosa del pasado en el presente, la repentina toma de conciencia de que lo familiar se ha vuelto extraño» (2014, 9). De acuerdo a ese planteamiento, la historia deviene siniestra cuando inesperadamente se extiende al presente y obliga a reevaluar la propia posición subjetiva en relación con un pasado colectivo. ¿Cómo leer el presente de la primera transición en Chile, poco tiempo después de finalizada la dictadura, desde los restos del que fue su más emblemático espacio de tortura? Ese va a ser el propósito fundamental de la novela de Germán Marín, al menos en su primera parte, y quizás por ello se abre con una explícita cita del Edipo Rey de Sófocles: «Y ¿dónde se encuentran? ¿Dónde se hallarán las difíciles huellas de un antiguo crimen?» (1995, 95). 

El crimen al que alude con esa cita está marcado a fuego en la memoria colectiva chilena: Villa Grimaldi fue durante los primeros años de la dictadura, entre 1974 y 1978, una de las bases centrales de la DINA (Salazar et alli.), principal organismo represivo del régimen militar, y en tanto tal se convirtió en un terrible centro de detención y tortura, bajo el nombre de Cuartel Terranova. Ubicada en la avenida José Arrieta de la comuna de Peñalolén, en la zona este de Santiago, fue ocupada por los militares tras el golpe militar y unos meses después comenzó a servir de base a la Brigada de Inteligencia Metropolitana (BIM). Como Cuartel Terranova, Villa Grimaldi, fue el centro de un tipo de represión específica, propia del periodo de hegemonía de la DINA entre los aparatos represivos de la dictadura. Frente a la primera oleada de violencia desatada tras el golpe, caracterizada por detenciones masivas y por el internamiento en grandes recintos –Estadio Nacional, Tejas Verdes, Dawson o Chacabuco–, una segunda fase de la violencia comenzó en 1974 con la creación de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). En esta fase se utilizaron recintos más pequeños y ocultos de la visión pública como casas, clínicas o cuarteles y se caracterizó por un funcionamiento secreto, que escapaba no solo del conocimiento público sino también del control efectivo de la legalidad. La DINA fue un verdadero «organismo de excepción» que no atendía a limitaciones legales (Salazar 2011).

Desde esa ambigua posición de clandestinidad estatal la DINA combatió las militancias que trataban de reorganizarse, de forma precaria, en los primeros años de la dictadura: militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el Partido Socialista Chileno (PSCh) y el Partido Comunista Chileno (PCCh) sufrieron allí una política de choque que implicó el exterminio y la desaparición selectiva de sus cuadros dirigentes. Aproximadamente 4500 personas pasaron por las dependencias del Cuartel Terranova, de las cuales 241 fueron ejecutados políticos o desaparecidos. La gran mayoría de detenidos fueron, además, sistemáticamente torturados: si Villa Grimaldi se ha convertido en un lugar emblemático que metonimiza la violencia de la dictadura, es porque en su interior se desarrollaron formas de tortura extrema de muy diverso tipo, a las que aluden recurrentemente los testimonios de supervivientes: la «parrilla», aplicación de descargas de electricidad en el cuerpo desnudo sobre un catre metálico; el «colgamiento» de una barra por las muñecas o las rodillas, combinado con descargas eléctricas; el «submarino húmedo» o hundimiento de la cabeza en agua sucia hasta estados próximos a la asfixia; el «submarino seco», que producía el mismo estado de semi-asfixia metiendo la cabeza en una bolsa de plástico; y en el caso de las mujeres una amplia gama de violencia sexual y violaciones, llegando incluso a utilizar perros amaestrados para violar a las detenidas. (145)

145. Entre los testimonios de supervivientes que detallan algunas de estas formas de tortura destaca sin duda el de Nubia Becker, Una mujer en Villa Grimaldi

Esas formas variadas de violencia se enmarcaban, sin embargo, en una planificación organizada y pensada de la represión, cuya aparente desmesura desempeñaba una función clara de amedrentamiento social y dispersión del terror. Pilar Calveiro, en su estudio ya clásico sobre los campos de concentración en Argentina, señaló la relación directa, casi de isomorfismo, entre las formas específicas de la represión y el poder que las utiliza (1998). Podemos entender, pues, que Villa Grimaldi fue la expresión molecular de un funcionamiento global del poder y su forma de penetración en el tejido social.

Si el régimen militar quería gobernar sobre una población dócil y amedrentada por el miedo, Villa Grimaldi funcionó, por una parte, como un espacio de exterminio y desaparición de una parte de la militancia, portadora de proyectos de transformación social, pero por otra como un espacio concentrado de producción de docilidad: sujetos rebeldes, contestatarios e identificados con proyectos colectivos de transformación debían ser reducidos a individuos aislados de sus grupos, abocados a la lucha por la supervivencia y a la aceptación a un poder con respecto al cual solo pudieran ubicarse en términos de subordinación. Dicho de otro modo: Villa Grimaldi constituyó un espacio de experimentación, concentración e intensificación hasta el límite de algunas de las lógicas que caracterizaron al funcionamiento del poder estatal durante los primeros años de la dictadura. El quiebre de la subjetividad que tenía como objetivo la tortura, el aislamiento de los detenidos, el intento de acabar con sus resistencias… formaba parte del quiebre masivo que el poder militar trató de producir en las identidades políticas y sociales que habían hecho posible la llegada al poder de la Unidad Popular y suponía el núcleo del shock social con el que la dictadura golpeó a la sociedad chilena para poder transformarla por completo. (146)

146. Naomi Klein argumenta convincentemente que la dictadura chilena constituyó un laboratorio de experimentación del uso de la violencia de Estado como shock social que permitiera llevar a cabo una profunda transformación social y económica en dirección a lo que hoy conocemos como neoliberalismo (2007).  


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26.10.23

X. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


LA ESMA EN LA LITERATURA: RECUERDO DE LA MUERTE (1984), DE MIGUEL BONASSO

[Fragmento inicial]

Teresa Basile

(Universidad Nacional de La Plata)




Figura 1. Laboratorio de la ExESMA. Fotografía: Vicente Sánchez-Biosca


1. Perspectivas 

Desde las investigaciones sobre la historia reciente, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio (CCDTyE) más emblemáticos de la Argentina, ha sido exhaustivamente estudiada considerando diversos aspectos que van desde su funcionamiento como maquinaria del poder concentracionario y desaparecedor hasta su conversión en sitio de memoria. (141) En este marco nos preguntamos qué es lo que la literatura puede añadir a estos estudios, y en especial qué es lo que la literatura testimonial, que se acerca a la lógica testimonial y su código veridictivo pero a su vez integra momentos ficcionales y emplea procedimientos literarios, puede agregar. En esta oportunidad vamos a destacar y recorrer dos aspectos en nuestro abordaje del texto elegido, Recuerdo de la muerte (1984), de Miguel Bonasso: la imaginación literaria y su capacidad de representación y metaforización, que abre los conceptos sobre la ESMA hacia una plurisemia y los vincula a otros saberes, y la subjetividad política del autor –que se proyecta en los personajes– (142) desde la que se mira y describe la ESMA dejando de lado perspectivas analíticas (que suelen auto reconocerse) objetivas. En ambas instancias la ESMA se representa como un escenario del terrorismo de Estado y un espacio político particular, respondiendo así a dos demandas del campo intelectual de fines de la dictadura e inicios de la democracia: la denuncia de la maquinaria represiva y el señalamiento de sus instrumentos, lógicas, sujetos y espacios por un lado, y por el otro la necesidad de evaluar, a través de la crítica y la autocrítica, el accionar y la derrota de la izquierda armada (Pozzoni 2012). 

141. Los abundantes trabajos de investigación sobre la ESMA abarcan diversos aspectos. Por un lado se refieren a su funcionamiento durante la dictadura (e incluso antes como «escuela» de formación de los marinos) ya sea focalizando en el ejercicio del poder desaparecedor del CCDTyE o en el proyecto político que el Almirante Emilio Massera puso en práctica (Calveiro [1998] 2001; Feierstein 2015; Feld 2002, 2008, 2010, 2019, 2021; Feld y Franco 2019; Feld y Messina 2014; Feld y Salvi 2021; Fernández Barrio y González Tizón 2020, entre otros). Otra serie de trabajos abordan la ESMA como Espacio de Memoria y Derechos Humanos –con sus diversos edificios a cargo de distintas instituciones públicas, organismos de derechos humanos y asociaciones de la sociedad civil, de nivel local, regional e internacional– y analizan los procesos de configuración de memoria, sus gestores, dispositivos memoriales y actividades involucradas (Pastoriza 2005; Vezzetti 2009; Carnovale 2007; Lorenz 2010; Da Silva Catela 2014; Larralde Armas 2022, etc.). Las dimensiones, los edificios y las extensiones, en el país y en el exterior, que forman parte del CCD es otro aspecto que ha sido tenido en cuenta. Varios de estos y otros aportes también exploran a partir de la ESMA: el terrorismo sexual, las figuras de los represores, las representaciones sobre los militantes desaparecidos, los procesos de emblematización, las políticas de la memoria, las producciones literarias, visuales, fílmicas, testimoniales, fotográficas sobre la ESMA y sus modos de representarla, los Juicios y causas en torno a este CCD, entre otros. 

142. Longoni (2007), Nofal (2009), Pozzoni (2012) y García (2022) analizan las complejidades y ambigüedades del género literario de Recuerdo de la muerte.

Por un lado, Recuerdo de la muerte, uno de los textos más reveladores en las representaciones literarias sobre la ESMA, despliega una serie de imagos que, en términos de José Lezama Lima, son capaces de condensar diversos aspectos significativos del espacio y asimismo configurar una era imaginaria, la del terrorismo de Estado. El centro clandestino aparece como un infierno, un laberinto, mundo invertido o buque fantasma, un laboratorio político, una tertulia, una tienda fantasma o agencia de robo, un espacio para los vínculos «amorosos» / sexuales y una maternidad clandestina. 

Por otro lado, en Recuerdo de la muerte encontramos la mirada desde una subjetividad política a partir de la cual Bonasso se propone explorar las causas de la derrota de la agrupación armada Montoneros, focalizando en la ESMA como un espacio político concentracionario donde convivían leales y traidores a la causa revolucionaria. Junto a la indagación de la derrota, Recuerdo… investiga el designio de Montoneros y para explicar y justificar sus luchas, reconstruye la historia argentina desde la tradición peronista (en ese recorrido por la historia habrá otros terrorismos de Estado que prefiguran a la ESMA). 

A su vez, esta novela testimonial, nos zambulle en la cotidianidad del centro clandestino, nos devuelve las pulsiones que lo atraviesan y las subjetividades que lo habitan, recuperando aquellas particularidades que la ESMA como emblema suele escamotear. La noción de «recuerdo» que consta en el título, más allá de invocar un verso de Quevedo, nos acerca al concepto del Erinnerung (recuerdo) de Walter Benjamin que implica el trabajo individual, la reapropiación personal vinculada a la experiencia (Erfahrung), la mirada particular y previa a la configuración de la memoria (Cifuentes Quiñónez 2018). 


2. La ESMA en sus imágenes

El centro clandestino aparece en Recuerdo de la muerte como un infierno que alude en primer lugar a las prácticas represivas de una extrema violencia –torturas, vejaciones, violaciones, humillaciones, despojos, robos de pertenencias y propiedades, apropiaciones de bebés, vuelos de la muerte, etc.– y en este sentido coincide con el imaginario social más frecuente sobre el terrorismo de Estado en general y sobre los diversos Centros Clandestinos de Detención en Argentina. La estructura de la novela se diagrama desde el tópico del infierno, ya presente en los capítulos: el primero y el tercero remiten al infierno específico de la ESMA (mientras el segundo se refiere a la Quinta de Funes que pertenece al Ejército), bajo los subtítulos “Primera temporada en el infierno”, “Segunda temporada” y “Tercera temporada”. Sin duda, el infierno es su imago principal ya que simboliza además una era imaginaria, la de los años de plomo.

Entrar a la ESMA significaba para el detenido la pérdida de todo derecho de protección por parte del Estado, lo que Giorgio Agamben (2006) define como la «nuda vida», el sometimiento a la violencia radical ejercida por los represores, la corrosión de la identidad subjetiva y el abandono de la esperanza de vida –como reza la inscripción que Dante Alighieri encuentra en la puerta del infierno al iniciar su viaje: Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate. Además, las referencias al Infierno dantesco implican, tal como analizan Fernando Reati (1992) y Emilia Perassi (2019 y 2021), el empleo de recursos simbólicos ante los límites de la lengua testimonial para indagar el mal radical padecido bajo el terrorismo de Estado.

Pero Bonasso no se queda en su mera alusión a este tópico tan reiterado, sino que le otorga espesura al vincularlo al rol de la religión y de la Iglesia cristianas en la historia argentina, en primera instancia, y en segunda instancia, al relacionarlo con la matriz religiosa de ciertas macronarrativas políticas, tanto de la agrupación de la izquierda revolucionaria Montoneros como de la Doctrina de Seguridad Nacional implementada por los militares. 

Bonasso destaca la injerencia de la Iglesia en la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón en 1955, un hito de la historia argentina que va a explicar la emergencia de Montoneros en la década de los 70 y que será un antecedente del infierno concentracionario que se desataría a mediados de los años 70. El padre del protagonista Jaime Dri asiste al bombardeo y masacre de Plaza de Mayo, que adquiere las dimensiones de «una versión circunscripta y criolla del Apocalipsis» (31) y se siente «arrojado al caos y a las tinieblas» (36). La complicidad de la Iglesia con los golpes de Estado será una constante en la historia argentina. Como se sabe, cierto sector eclesiástico, hegemónico y mayoritario, no solo daría su apoyo, sino que además colaboraría con el aparato del terrorismo de Estado durante la última dictadura, formaría parte de su infierno. Al imaginario del infierno se añade el de la Inquisición con sus mecanismos de castigo y tortura, y el de las «catacumbas» con su universo subterráneo, oculto, donde se enterraban los muertos y se reunían los perseguidos (104). 


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25.10.23

IX. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


EL PATRONATO DE PROTECCIÓN A LA MUJER. ESPACIO, IMAGEN Y HUELLA DE PERPETRACIÓN (133)

[Fragmento inicial]

María Rosón Villena

(Universitat de València)




Figuras. 1 y 2. Ca. 1950-1970. Archivo Histórico Provincial del Sevilla.


En fecha de 2018, el programa Crónicas (RTVE) se dedicaba al Patronato de Protección a la Mujer; (134) la emisión se iniciaba con unas imágenes de archivo en las que se muestra la demolición del reformatorio de las Monjas Adoratrices de Madrid, uno de los centros de internamiento que funcionaron hasta bien entrada la democracia en España. La imagen de la brutal caída de este edificio, de esta arquitectura, podría ser epítome de la destrucción de uno de los espacios que podemos identificar con la dictadura franquista, aunque más que señalar su fin o desaparición, la voladura representa una borradura de una parte significativa de nuestra memoria colectiva.  Si, como dice Lefebvre (2013, 111), cada sociedad produce su propio espacio (2013, 111), el espacio de los «colegios» del Patronato, como se llamó a los reformatorios eufemísticamente, es el espacio del internamiento y disciplinamiento, y está ligado necesariamente al funcionamiento de otros lugares creados bajo el franquismo, como las cárceles de mujeres, los orfanatos o los albergues de Auxilio Social. 

133. Este capítulo es la versión en castellano del texto «El patronato de protección a la mujer: Space, Image and the Mark of Perpetration», publicado originalmente en inglés en Jirku y Sánchez-Biosca (2021, 231-246).

134. Fragmento visto en El Patronato. España 2018, Programa Crónicas, RTVE. Puede consultarse online en el siguiente enlace: https://www.rtve.es/alacarta/videos/cronicas/cronicas-patronato/4742478/ [29.01.2022]

El «Patronato de Protección a la Mujer» fue una institución represora que funcionó durante la dictadura franquista y subsistió hasta mediados de la década de los ochenta (1941-1985, a pesar de que oficialmente se abolió en 1978). Dependiente del Ministerio de Justicia, daba continuidad al Real Patronato para la Trata de Blancas, creado en 1902 y disuelto en 1931. La misión del Patronato franquista fue la de «dignificar la moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a la religión católica» (García del Cid 2015, 15). La presidenta del Patronato fue Carmen Polo de Franco, la esposa del dictador.

Su objetivo era «rehabilitar» la moral de aquellas jóvenes que no seguían los preceptos patriarcales y católicos de la moral franquista, a través del encierro de estas mujeres en reformatorios, mal llamados colegios. Por esta especie de cárceles pasaron madres solteras, mujeres violadas (en muchas ocasiones por sus propios padres), disidentes sexuales y muchísimas prostitutas. En definitiva, aquellas mujeres que por distintas razones y de formas diversas desafiaron los estrictos preceptos ideológicos de una dictadura pacata y violentamente machista que pretendía determinar de manera férrea un modelo de ser mujer, aunque la línea política del franquismo se sustentara sobre una doble moral. Las internas, en muchas ocasiones, fueron mujeres pobres, aunque también las hubo de clases acomodadas que sus familias estigmatizaron como «descarriadas» por muy distintos motivos (no solamente relacionados con la sexualidad, sino también por otras cuestiones como el uso de drogas o la práctica del activismo político, especialmente ya entrados los años setenta).

Los distintos agentes que sostuvieron la labor de los Patronatos fueron, por un lado, las autoridades civiles (gobernadores civiles, presidentes del Cabildo, alcaldes) y, por otro, los cuerpos de seguridad del Estado: policía, guardia civil y una figura especial, las «Celadoras de la moral». El patronato contaba con esta figura propia, las celadoras, que devenían las guardianas de la moral y las costumbres, de la «decencia», un concepto importante en el momento. Entre sus objetivos se encontraba el de proponer nuevas jóvenes para su internamiento. En lugar fundamental, las distintas órdenes religiosas que eran responsables de los centros: oblatas, adoratrices, trinitarias o cruzadas evangélicas (seglares, pero las más severas, ya que venían de trabajar en las cárceles de mujeres). También jugaron un papel esencial los profesionales de la salud, que «atendieron» a las madres gestantes, ginecólogos especialmente pero también matronas. Digamos que este entramado conforma una tupida red compuesta por muchos y diversos actores que podríamos considerar los responsables difusos de la perpetración.  Este gramaje tan espeso y su diseminación tan grande por todo el territorio, así como su asentamiento en prácticas cotidianas, que fueron repetidas año tras año hasta al menos mediados de la década de los ochenta del siglo XX, son algunas de las razones por las que a día de hoy no solo no se haya investigado judicialmente, ni menos se hayan depurado responsabilidades, sino que el entramado del Patronato haya prácticamente permanecido en el olvido. 

A pesar del enorme impacto que tuvo en la vida de muchísimas mujeres durante décadas y siendo una clave de la violencia machista y patriarcal del régimen, lo cierto es que esta institución ha pasado bastante desapercibida en los estudios sobre la dictadura. Y a pesar de su magnitud es aún hoy, en gran medida, desconocida. Sobre todo, se ha estudiado en el contexto de los estudios sobre prostitución, pues las memorias y los informes del patronato son una fuente de primer orden para su estudio. (135) También encontramos trabajos que provienen del ámbito del periodismo, como los de Consuelo García del Cid (2012 y 2015), en cuyas investigaciones se conjuga además el testimonio, pues la autora experimentó durante su juventud el internamiento en los centros regidos por el Patronato. También destaca la labor periodística que ha desarrollado la televisión pública de España (RTVE), con el programa anteriormente citado, así como la publicación de algunos artículos de prensa en distintas cabeceras virtuales. (136)

135. En este aspecto es pionero y especialmente significativo el trabajo de Assumpta Roura (1998). Sobre prostitución, otro trabajo clave es el de Mirta Díaz-Balart (2003). Una reciente publicación que ofrece una muy completa información sobre el tema es Lucía Pietro Borrego (2018). El trabajo de Carmen Guillem (2020), quien ha hecho su tesis doctoral sobre este asunto, es asimismo de enorme interés.

136. Especialmente destacan dos trabajos de El Confidencial, ambos escritos por María Zuil (2018a y 2018b). Véase también el trabajo de Violeta Assiego para El Diario (2019) y el de Ana Iris Simón, publicado en Vice en 2020.

Nuestro aporte en este capítulo será pensar el Patronato desde la perspectiva del espacio e incorporando fuentes audiovisuales: fotografías y un programa de RTVE. En él nos aproximaremos a los vestigios de la Maternidad de Nuestra Señora de la Almudena (Madrid). Este centro es clave para entender la invisibilidad, el silencio y el desinterés por la memoria y las vidas de las mujeres que vivieron estas experiencias, concretamente, el pasar por la maternidad. Un problema que en gran medida se debe a una transición que decidió mirar hacia otro lado y no afrontar los fantasmas del franquismo. Veremos cómo hasta 1983, y precisamente gracias a un programa de TVE que quería ofrecer una imagen edulcorada del centro, no comenzarán las diligencias que llevarán a su cierre definitivo. 


1. Escándalo público: espacios y control social

Pensar el entramado generado por el Patronato desde la clave espacial es un reto para la investigación, pues esta perspectiva permite un mejor entendimiento de sus prácticas, ya que estas tuvieron que ver, en gran medida, con el espacio. Si analizamos los patronatos pensándolos como espacios encontraremos algunas claves para entender su funcionamiento, tanto en el sentido de las regulaciones del propio estamento como las referidas a la experiencia en sí de pasar por un Patronato, que como es evidente, es en gran medida una experiencia espacial. No solo porque existe una experiencia de confinamiento en un centro concreto, sino también porque las mujeres eran denunciadas por encarnar actitudes trasgresoras en el espacio público: cines, piscinas, teatros, entre otros. Es clave, en este sentido, la clásica diferenciación entre las dos esferas, pública y privada, que estructuran el ordenamiento de género en la sociedad capitalista y que fue un pilar esencial en la construcción de las políticas de moralidad durante la dictadura: lo que se hacía de puertas adentro, en el ámbito de la intimidad y no tenía una exposición y visibilidad públicas que pudieran ser ejemplarizantes, era más permitido o incluso tolerado por los distintos poderes del régimen. 

El funcionamiento del Patronato se basó en la creación de una red de centros de internamiento, llamados colegios, por toda España. En ellos, las chicas eran recluidas y pasaban allí temporadas, en muchos casos, largas estancias. Como explica Carlos Álvarez, las vías de entrada al Patronato eran múltiples: a través de la detención policial, a través de denuncia de particulares o a través de la petición de la interesada (algunas se encontraban en estado de abandono o en busca de «protección»). Algo similar ocurría en otras instituciones para menores, como el Tribunal Tutelar de Menores de Bilbao (Álvarez 2020). También se podía ingresar a través de la petición de las autoridades civiles y religiosas, así como por la denuncia de las celadoras del propio Patronato. Para el internamiento de las mujeres era necesario que hubiera una denuncia previa. 

La consecuencia de llevar a cabo un «mal» comportamiento en el ámbito público es la reclusión en un espacio otro, «heterópico» —concepto de Michel Foucault que más tarde comentaremos—, los colegios. En este sentido, los centros funcionaron como lugares en los que se trataba, a través del confinamiento de las mujeres en los mismos, una intervención directa para reeducar las «conductas desviadas». Así, como explica Pietro Borrego:

la naturaleza del Patronato se autodefine a partir del análisis de sus funciones y de sus fines por su carácter redentorista, regenerador y profiláctico, lo que es coherente con la propia concepción de regeneración social. Ello implica en un primer nivel, el aislamiento social del elemento contaminado, la mujer inmoral cuyo pernicioso ejemplo es socialmente peligroso (2018, 24).

Así, el Patronato sería un poderoso aparato biopolítico franquista que funcionó como paradigma de una de las líneas maestras de la ideología del régimen, la que entendió que el periodo autárquico, el tiempo de posguerra, funcionaba como una gran «cuarentena social» necesaria para purificar España de los desmanes y disidencias, los virus, inoculados durante la etapa roja (Richards 1999). Así, en esta limpieza que los vencedores habrían de efectuar a los parias, las mujeres eran especialmente significativas como guardianas del orden moral y, sobre todo, como responsables de la reproducción social. Una acción, la de la maternidad y custodia de lo doméstico, que dejaba de ser una opción vital para transformarse en una condición obligatoria en pos del buen funcionamiento de la patria, y que, por tanto, era susceptible de intervenirse. Esa intromisión en la sexualidad femenina fue la que llevó a cabo, a gran escala, el Patronato. No solo con el control de gestaciones sino también con la «rehabilitación» de conductas que se consideraron desviadas.


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24.10.23

VIII. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


EL VALLE DE LOS CAÍDOS COMO SINÉCDOQUE Y EPÍTOME DE LA DICTADURA: UNA APROXIMACIÓN DESDE EL ENFOQUE DE LAS CULTURAS POLÍTICAS

[Fragmento inicial]

Zira Box

(Universitat de València)


Figura 1. NO-DO. 516ª (Año X).


La relación entre arquitectura y poder es conocida. Como apuntó Lawrence Vale en su Architecture, Power and National Identity, el poder político adquiere muchas formas y una de ellas tiene que ver con el valor simbólico que alcanzan los entornos y espacios físicos que lo rodean. En consecuencia, proseguía el urbanista, se puede aprender mucho de un régimen político observando simplemente lo que este construye, pues las edificaciones necesitan ser entendidas de acuerdo con los contextos políticos y culturales en los que se levantan. (75)

75. Vale, Lawrence (2008). En la misma línea, Deyan Sudjic (2005).

Pensando específicamente en el caso fascista, el historiador Emilio Gentile titulaba elocuentemente uno de sus libros Fascismo di pietra. Centrado en la ciudad de Roma y en el mito de la romanità, Gentile advertía que el fascismo no solo había sido el reino de la palabra –comprobable en la importancia de su retórica movilizadora y en el discurso propio de un movimiento que se consideró a sí mismo como poesía–, sino que también había sido un reino de piedra, expresándose en los edificios, reorganizaciones urbanísticas y monumentos erigidos por el régimen de Mussolini a lo largo de toda Italia. (76) Recientemente, la historiadora Queralt Solé y la periodista Sílvia Marimon titulaban su estudio sobre el Valle de los Caídos La dictadura de pedra, argumentando que la gigantesca construcción puesta en pie por deseo y orden del dictador no solo guardaba hasta hace poco sus restos mortales, sino que también posee la capacidad de contar parte de la historia del régimen franquista. (77)

76. Gentile, Emilio (2010).

77. Miramon, Sílvia y Solé, Queralt (2019).

La intención de este capítulo tiene que ver con lo anterior. En concreto, el objetivo es abordar el Valle de los Caídos desde la perspectiva del régimen político que lo construyó. En este sentido, la propuesta no es analizar qué significan esas piedras para la actual democracia ni qué expresan sobre la gestión de la memoria y del pasado traumático de nuestro país, sino poner en relación el monumento con su contexto político partiendo de la propuesta de considerar al Valle como una sinécdoque y un epítome de la dictadura que lo ideó. La alusión a la primera figura retórica —la sinécdoque— tiene que ver con que, por un lado, en este texto plantearé que el Valle se puede comprender como la parte con capacidad de tomarse por el todo; la referencia a que el monumento también puede ser considerado como un epítome se refiere, por su parte, a que siguiendo algunas de las fechas clave asociadas al monumento es posible bosquejar lo que fue el franquismo. Para desarrollar el objetivo mencionado, partiré de un abordaje del régimen franquista a partir del enfoque de las culturas políticas. Para ello, tomaré ciertos momentos o acontecimientos relevantes vinculados con la historia del Valle de los Caídos como instantáneas que ayudan a explicar la historia de la propia dictadura. Dicho recorrido comenzará en la inmediata posguerra, en el momento de la fascistización, para continuar a lo largo de los tecnocráticos años 50 y culminar, finalmente, con el agotamiento del régimen, la muerte del dictador y el inicio de la transición a la democracia.


1. Estudiar el franquismo desde el enfoque de las culturas políticas

A lo largo de los últimos años, el concepto de cultura política se ha incorporado con éxito al estudio de la historia política y cultural de la España contemporánea. (78) Perteneciente, en su origen, a la sociología funcionalista de los años 60 y abrazado masivamente por parte de los historiadores e historiadoras con el cambio de siglo, la novedad más reciente en lo que al término respecta ha sido tanto su refinamiento teórico y analítico como su consiguiente conversión en una herramienta eficaz para el análisis del pasado. (79)

78. Pan-Montojo, Juan y Peña Guerrero, María Antonia (2011), p.219.

79. Gendzel, Glen (1997), p.245. Formisano, Ronald (2001), p.394. Fernández Sebastián, Javier (2009), p.29.

Si bien han sido varios los desarrollos posibles de una noción que, como la que nos ocupa, está abierta a una cierta polisemia, se puede considerar que ha sido la historia cultural de la política, vinculada a autores franceses como Serge Bernstein o Jean-François Sirinelli, la que ha avanzado de forma más exitosa en su definición y aplicabilidad analítica. (80) Para estos autores, una cultura política sería un concepto articulado alrededor de tres vectores interrelacionados entre sí: por un lado, el conjunto de representaciones que conforman una específica visión del mundo y una construcción de sentido; por otro, los programas de acción política y los objetivos de fundar regímenes concretos dirimidos y luchados en el fragor político; finalmente, el catálogo de símbolos, ritos y gestos que formarían la urdimbre simbólica desde –y con– la que se da significado a la acción. (81) Así entendido, uno de los mayores potenciales heurísticos del término reside en su capacidad de aunar los tres elementos clave de lo político: las ideas conectadas con la acción y expresadas a través de arsenales simbólicos y rituales. Encarnadas en partidos o en familias políticas específicas según los diferentes contextos y países, las culturas políticas no supondrían, por tanto, meras cosmovisiones o representaciones colectivas, sino intenciones explícitas de conformar política e institucionalmente modelos de sociedad a partir de las construcciones de sentido previas. 

80. Otras definiciones, en Cabrera, Miguel Ángel (2010).

81. Sirinelli, Jean-François (1998). Bernstein, Serge (1992).

Aplicado al caso del franquismo, los trabajos de Ismael Saz han permitido en los últimos años comprender la dictadura como el contexto político de confluencia de las dos grandes culturas políticas nacionalistas antiliberales y hegemónicas del pasado siglo XX: la cultura política fascista, por una parte, y la cultura política del nacionalismo católico, monárquico y reaccionario, por otro. (82) Una y otra fueron culturas políticas de carácter transnacional, brotadas en distintos países y materializadas en el conjunto de partidos fascistas que, a partir de los años 20, se multiplicaron por todo el continente europeo, así como en las organizaciones y partidos monárquicos, católicos y antiliberales florecidos igualmente por Europa durante el inicio del siglo XX. (83)

82. Saz, Ismael (2008) y (2010). 

83. Kallis, Aristotle (2012).

En España, tanto una cultura política como otra se conformaron como tales en el contexto de la II República. En el caso del fascismo, el actor concreto que la vehiculó fue el partido de Falange Española, fundado por José Antonio Primo de Rivera en 1933 y fusionado un año después con las JONS; en el caso del nacionalismo reaccionario, se encarnó en el grupo de Acción Española, creado en 1931 como la alternativa del monarquismo alfonsino en clave antiliberal frente a la experiencia republicana. Que ambas ideologías se armaran como culturas políticas a principios de los años 30 no resulta casual: la instauración del régimen republicano y la llegada de la nueva democracia se interpretó como una amenaza de disolución del orden previamente conocido, propiciando que una y otra se organizaran como verdaderas culturas políticas armadas con un sólido programa y un puntualizado plan de actuación en aras de imponer un nuevo orden de cosas. (84) El golpe del 18 de julio de 1936 corroboró a sangre y fuego las explícitas intenciones de derrocar a la República, provocando el estallido de una guerra civil y la posterior victoria del bando franquista al que ambas culturas políticas habían apoyado y de cuya dictadura fueron pieza esencial. 

84. Saz, Ismael (2015). 

Estudiar el franquismo desde la perspectiva aquí apuntada ofrece tres ventajas analíticas. La primera de ellas consiste en que traslada el interés desde el régimen hasta sus actores, es decir, es una perspectiva que no solo se centra o se interesa por analizar qué fue el franquismo en tanto sistema político, sino que obliga, simultáneamente, a tomarse en serio qué fueron y qué hicieron tanto el fascismo español como el monarquismo antiliberal católico y reaccionario. Al ser consideradas como culturas políticas y, en este sentido, como ideas conectadas con la acción, se hace necesario seguir la pista de las intenciones, ambiciones, actuaciones y proyectos que una y otra tuvieron de forma evolutiva desde el inicio del franquismo y hasta el final. En este sentido, se puede corroborar que hubo fascismo y fascistas en España más allá del final de la II Guerra Mundial, así como el hecho de que parte del monarquismo alfonsino fue marcadamente antiliberal hasta la antesala de la actual monarquía parlamentaria. En una dictadura que duró cuatro décadas hubo, claro es, recambios generacionales gracias a los cuales las culturas políticas se fueron expresando a través de diferentes grupos y actores políticos según el momento. Así, si el fascismo siempre estuvo representado por FET y de las JONS, a partir de finales de los años 40, el nacionalismo reaccionario, monárquico y antiliberal pasó de expresarse a través del proyecto de Acción Española a hacerlo, fundamentalmente, a través del Opus Dei: primero, con la denominada generación del 48 y, posteriormente, con los influyentes tecnócratas del desarrollismo franquista. (85)

85. Prades, Sara (2012).

En segundo lugar, el enfoque analítico que nos ocupa también aporta nuevas perspectivas sobre la naturaleza del propio franquismo. Al asumir su heterogénea composición y las dinámicas protagonizadas por las dos culturas políticas, resulta posible comprender que la forzada convivencia entre ambas no solo supuso pugnas destinadas a marcar el espacio propio de cada una de ellas, sino que, igualmente, conllevó el desarrollo de influencias mutuas, contagios e hibridaciones por las que el fascismo asumió elementos de la derecha tradicional al tiempo que esta última experimentó la fascistización de algunos aspectos. En este sentido, es posible liberarse del laberinto taxonómico, tal y como sugirió Aristotle Kallis pensando en las dictaduras contemporáneas al franquismo de la Europa de entreguerras, y modificar tanto la pregunta como el objetivo de análisis: en lugar de tratar de definir qué fueron estos regímenes –¿fascismos o dictaduras reaccionarias?–, merece la pena asumir su heterogeneidad e hibridación para centrarse, en su lugar, en los estudios de caso destinados a ver de qué manera se produjeron en cada contexto específico las dinámicas expuestas. (86)

86. Kallis, Aristotle (2016). 

Finalmente, y de acuerdo con lo anterior, la tercera ventaja que proporciona el enfoque aquí elegido es considerar al franquismo como una coyuntura política que siempre estuvo conformada por fascismo y conservadurismo, que siempre albergó aspiraciones revolucionarias y ansias de restauración, y que tuvo simultáneamente mucho partido único y mucha institución eclesiástica. En definitiva, el enfoque de las culturas políticas plantea el análisis de la dictadura de una forma dinámica, atendiendo a cómo se repartió el poder entre una y otra según el contexto –tanto interno como externo–, a qué fricciones se produjeron entre ellas, a qué desenlaces se llegó y a quiénes tuvieron más y menos protagonismo en cada momento. (87) A continuación, comenzando con la historia del Valle de los Caídos, el primer epígrafe está destinado a ahondar en el periodo de máxima fascistización de la dictadura y del primer desempate a favor de la cultura política fascista: el de la inmediata posguerra.

87. Un análisis detallado de las ventajas analíticas del enfoque de las culturas políticas, en Box, Zira (2019). 


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23.10.23

VII. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


"TODA LA PRISIÓN ERA UN RUGIDO CALLADO": NARRACIONES, ESPACIOS DE VIOLENCIA Y EXPERIENCIAS DE MUJERES EN CÁRCELES FRANQUISTAS

[Fragmento inicial]

Cristina Somolinos Molina

(Universidad de Alcalá / Universidade Nova de Lisboa)



1. Introducción (71)

En el primer tomo de testimonios recopilados por Tomasa Cuevas, se incluye el relato de María del Carmen Cuesta, que comparte las impresiones que le suscitó la película Fahrenheit 451:

Hace aproximadamente seis o siete años se pasó por la televisión una película, que tú habrás visto también, con el título de «Fahrenheit 451». A mí me causó un impacto tremendo porque, si tú recuerdas el tema, sabes que la trama es de un país represivo, donde hay una dictadura tremenda hacia la cultura con un cuerpo especial de bomberos que se dedica a la destrucción de todos los libros que encuentran. […] Yo cuando vi esta película me causó un impacto tremendo porque pensé que éramos cientos, más que cientos, miles de mujeres que, como en esa película, guardábamos también en nuestras mentes unos profundos testimonios; unos testimonios que también esperábamos confiadamente que pudieran salir en un momento determinado y poder llenar todas las páginas de la historia, de esa historia que fue la época más larga, más negra y más brutal de nuestro país: la historia del fascismo (Cuevas 1985a, 178).

71. La preparación de este trabajo se ha realizado en el marco de una ayuda postdoctoral «Margarita Salas» convocada por la Universidad de Alcalá en el seno del programa de Recualificación del Profesorado Universitario.

En su primer visionado, la película evocaba para la narradora del testimonio la mordaza que impedía hablar de la represión franquista y que dejaba en la sombra estos relatos femeninos de las experiencias de la cárcel. El hecho de volver a encontrarse con la película años después, ya en el momento de la narración, le hacía pensar en la «imponente losa que pesaba sobre nosotros» (Cuevas 1985a, 179), que limitaba los debates públicos en torno a la represión y las consecuencias de la dictadura. En una línea similar, Juana Doña, represaliada de la dictadura franquista, hacía referencia en su libro Desde la noche y la niebla, escrito en 1967, pero publicado en 1978, a la desigual atención que habían recibido hasta ese momento las memorias de las mujeres en las cárceles franquistas: «Se contaban las epopeyas de las cárceles masculinas y las heroicidades de sus protagonistas, se rompía el cerco de la censura y en la más negra clandestinidad se divulgaban acciones y sufrimientos protagonizados por los luchadores-hombres. Rara vez se hablaba o escribía sobre las heroicidades de las luchadoras-mujeres» (Doña 1978, 16).

A partir de esta necesidad de llenar el vacío en torno a las experiencias femeninas de las prisiones, se publicaron, durante los años que siguieron al final de la dictadura franquista, relatos testimoniales que recogieron la experiencia de las mujeres en las prisiones franquistas (Hernández Holgado 2015, 297-300). Se trata de textos como, entre otros, Cárcel de Ventas, de Mercedes Núñez, publicado en París en 1967 y reeditado en 2016 en la editorial Renacimiento, bajo el título El valor de la memoria: de la cárcel de Ventas al campo de Ravensbrück, el libro de Juana Doña ya citado, los tres volúmenes de Tomasa Cuevas que contienen las entrevistas que ella misma realizó a las compañeras y camaradas con las que compartió presidio, el testimonio de Carlota O’Neill, Una mujer en la guerra de España, publicado por primera vez en España 1979, y otros textos que no suponen testimonios directos sino que cuentan con la mediación de un periodista o investigador, como es el caso del libro de Consuelo García, Las cárceles de Soledad Real, publicado en 1982, o El daño y la memoria: las prisiones de María Salvo, recopilado por Ricard Vinyes en 2004. Se publicaron asimismo otros testimonios referidos a la represión y experiencias en cárceles del tardofranquismo, como es el caso de los textos de Lidia Falcón En el infierno: ser mujer en las cárceles de Franco (1977), de Eva Forest, Diario y cartas desde la cárcel (1975) o Celda común, de Dolores Medio (1996). También en las últimas décadas ha tenido un gran desarrollo la historiografía que ha explorado la represión diferenciada a la que tuvieron que enfrentarse, así como sus vivencias en las cárceles y la complejidad de la experiencia carcelaria (Vinyes 2002; Hernández Holgado 2003; Egido y Montes 2018; Sierra Blas 2016, entre otros). 

Entre estos textos, resulta interesante atender a las diferencias en los proyectos de articulación testimonial que existen entre la autodenominada «novela-testimonio» de Juana Doña, Desde la noche y la niebla. Mujeres en las cárceles franquistas, que recoge las memorias de su autora en su periplo por varias prisiones del franquismo, escrito en el año 1967 pero publicado en 1978, y la trilogía de Tomasa Cuevas, formada por Cárcel de mujeres (1939-1945) (1982); Cárcel de mujeres. Ventas, Segovia, Les Corts (1985) y Mujeres de la resistencia (1986). A pesar de que se trata de textos de distinta naturaleza, pues Juana Doña decide narrar su testimonio a través del molde de la novela y Tomasa Cuevas recoge testimonios orales de compañeras que después son transcritos y ordenados en los tres volúmenes que finalmente se publican, estas obras surgen de un impulso paralelo, de una necesidad similar de combatir el marco de desmemoria que estaba implantándose en España tras la Ley de Amnistía de 1977, que impidió la posibilidad de juzgar a torturadores y perpetradores de violencia durante el franquismo, y son textos que, al narrar experiencias similares, establecen diálogos entre sí. De esta forma, cumplen con la función que señala Forcinito (2012, 13) para los relatos testimoniales: la reconstrucción de sujetos olvidados y memorias excluidas, ya sea que hayan sido silenciadas por el autoritarismo estatal o por su secuela en las democracias de transición.

En el caso de Juana Doña, la motivación que ella misma señala a la hora de escoger el marco de la ficción para dar vehículo a su narración tiene que ver con su situación de militante clandestina en el momento de la escritura, el año de 1967: «entonces decidí hacerlo en forma de novela con nombres supuestos, pero quiero dejar constancia que ni uno solo de los relatos que se cuentan aquí son producto de la imaginación» (Doña 1978: 16). Por su parte, Tomasa Cuevas reconoce en el prólogo al primero de los volúmenes que su limitada alfabetización no le permite dejar por escrito su propio testimonio pero, en lugar de ello, considera que puede dar cuenta de su experiencia a través del medio oral: 

Muchas veces me han dicho: ‘¿por qué no escribes?’. Pero yo no estoy en condiciones de escribir, pues, como se suele decir, justo sé hacer la O con un canuto. Pero, a fuerza de insistir, al final he decidido hablar: cómo ha sido mi vida desde niña, por qué llegué al partido y la vida de las cárceles. Esto lo puedo hacer hablando cada vez que tengo un ratito libre y me pongo ante el magnetófono para recordar las cosas que han pasado ante mí y por mí (Cuevas 1985a, 13).

Sin embargo, ambos testimonios comparten el haber sido escritos de forma retrospectiva: es una vez que sus protagonistas salen en libertad cuando se plantean su escritura, organización y publicación, lo que implica una dimensión afectiva contemporánea al momento de la escritura pues, como señaló Labanyi (2019, 321), la memoria no es un fragmento del pasado que espera escondido a ser recordado, sino un proceso que opera en el presente y que inevitablemente da una versión del pasado teñida por las emociones presentes y afectada por todo tipo de interferencias de las experiencias y conocimientos posteriores. Además, ambos se editaron en forma de libro y circularon paralelamente, ante los intentos de borrar y blanquear el patrimonio de la resistencia antifascista y de sus luchas. Se trata, por tanto, de un ejercicio de construcción de una memoria de vida para dar a conocer a las generaciones futuras las dimensiones de la experiencia carcelaria.

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