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29.6.20

VI. "POESÍA Y FOTOGRAFÍA", Yves Bonnefoy, Valencia: Shangrila 2020



Guy de Maupassant



[...] puedo afirmar que el Maupassant que escribe La noche es un fotógrafo. Esas calles, esos monumentos que, desplegándose en silencio, no constituyen para sus ojos más que la inscripción de estos mismos en el espacio, son justamente lo que las fotografías de su época mostraron a la mirada, cuyas impresiones eran blancas y grises sin sugerencia de color ni de atmósfera. Al leerlo, e incluso cuando Maupassant habla de las zanahorias o los nabos en los carros de los hortelanos, pensamos en el trabajo de Eugène Atget, quien tenía unos treinta años en aquel período. Atget, que asimismo muestra calles vacías, de «vanos muros» silenciosos, puestos callejeros espectrales bajo una luz de la que no sabemos decir si es del alba, inmersa en la bruma, o de la noche que no acaba: del día consumido por la noche.

Y Maupassant también es fotógrafo del modo como muchos profesionales lo fueron en su tiempo, porque sus novelas y relatos están muy repletos de evocaciones de hombres y de mujeres captados en el meollo de su existencia por su mirada de psicólogo y sociólogo, pero no por ello se hallan menos desiertos que un daguerrotipo sobre su superficie de plata. Esta obra singular abunda en figuras, pero dado que el narrador no siente ningún afecto por sus personajes, no encontramos en ella presencia alguna. Llegado de su Normandía natal igual que el narrador de La noche regresa del bosque cercano, dueño desde ese momento de un lenguaje tan preciso como una cámara fotográfica, también él entró en París sin encontrarse allí con un alma viva. Su experiencia de los seres es la percepción de la granulosidad de su piel, una ampliación de los trazos que hace posible que su supuesto realismo concurra en la misma retirada del sentido, en el mismo imaginario latente de los monumentos que se erigen en La noche. Y sobre todo ello cae, como el frío de las horas nocturnas, un pesimismo que hace de él, por anticipado, el habitual de los progresos a tientas, en las tinieblas. Encima de él, el cielo está vacío, los valores no se le antojan más que quimeras, las vidas solo soledades.

Pero ¿es eso tan cierto? ¿Acaso Maupassant no poseía, en lo más profundo de su ser, la capacidad de tener otra mirada y, en virtud de ello, una preocupación por el otro —el otro ser humano— que sus elecciones vitales no apaciguaron? Podemos pensarlo así, ya que sus últimos escritos relatan la vivencia de una presencia, no obstante dicha presencia, el «Horla», sea inaccesible, hostil, de signo negativo y suscite en él un terror y una renuncia tan desesperados como los del narrador de La noche que ha ido a parar al quai del Sena. Maupassant no ha cruzado la mirada con el «Horla», va a morir. Pero en la ausencia ha presentido y ha echado de menos la presencia que en toda su vida anterior no había sabido desear [...]




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Poesía y fotografía.





28.6.20

V. "POESÍA Y FOTOGRAFÍA", Yves Bonnefoy, Valencia: Shangrila 2020



Edgar Allan Poe (daguerrotipo, 1849) / Stéphane Mallarmé, por Nadar, 1891



[...] deberíamos centrarnos en el pensamiento de Edgar Allan Poe y en la obra de Mallarmé, que también desde este punto de vista constituye el desarrollo y la expansión de la obra del primero, al abrir una dimensión en la lengua francesa que por entonces aún no había sido explorada. Ya he mencionado El cuervo, el gran texto simbólico de 1845, cuya repercusión se explica en parte, como me gustaría creer, en virtud de su trabajo de transcripción en la palabra del efecto de la imagen tal como esta fue propuesta por Daguerre. Pero no voy a volver hoy al «nevermore» de El cuervo, ni a algunos de los relatos de Poe que reflejan de varias maneras su aprensión ante la nada, y menos aún al «Soneto en -yx» o Igitur, esta vez de Mallarmé, a pesar de que estas dos obras sean de extrema importancia para comprender los efectos de lo fotográfico. Porque necesitaría todo un libro para valorar, por ejemplo, la fenomenología que Mallarmé exploró en Igitur de ese anuncio de la nada que desde hacía poco se había difundido en el mundo occidental.

A continuación, sería necesario señalar las numerosas situaciones de la vida social que atestiguan este impacto, por ejemplo, ese suceso que Nadar, el primer gran fotógrafo, supo captar desde el primer momento, y de cuyo testimonio hizo después Jérôme Thélot un análisis notable. Se trataba de un asesinato y del papel que desempeñó la fotografía del cuerpo torturado en la indignación de la opinión pública. El pensamiento de la nada que lo fotográfico suscita en la conciencia de uno mismo ha ampliado su campo dentro de esas fotografías por medio de la presentación del cadáver, lado oscuro de la vida, epifanía del sinsentido. Y en contrapartida, la fascinación que despertó ese nuevo tipo de imagen percibió e hizo manifiesta esta particular consecuencia de la imagen misma, causando tanta curiosidad como horror: estamos aquí en los albores de la supresión de las prohibiciones visuales que caracterizarán al siglo xx. Un cataclismo que se fundirá, literalmente, con la fotografía del reportaje, repleto de escenas que incluso el arte asirio o azteca habrían censurado; y también con la fotografía pornográfica. Un cataclismo que sin embargo asumirá una forma auténticamente artística de la mano de algunos profesionales del cuarto oscuro. Sería necesario volver a encontrar el rastro de estos gnósticos de la fotografía que viven de manera plena la sugerencia de tinieblas que hay en ella, pero no tanto para combatirla como para soñar, por el contrario, mundos más luminosos que el nuestro. Un modo este de recuperar en la imagen nueva, y esta vez de forma explícita, el objetivo metafísico inherente a la imagen tradicional.

Pero sobre todo sería necesario tomar conciencia de la oleada de resistencias que se opusieron, decididamente y en su mismo plano, a esa negación de la experiencia del ser que constituían lo fotográfico y las imágenes que este producía. Apenas podríamos más que esbozar la historia de la fotografía si no reconociéramos la importancia de las decisiones, esta vez profunda y plenamente poéticas que, de Nadar a Cartier-Bresson y después de muchas maneras, han tratado de dar al ser un fundamento nuevo, justo ahí donde su pensamiento estaba siendo deconstruido. Oponer a la nada, que se descubre en la fotografía cuando esta muestra el azar, la voluntad de ser que se expresa en el otro modo de captar la imagen permitido por la fotografía, la mirada, nunca como antes captada por entero y de frente en algunos retratos a partir de Nadar. Es por reacción a su propia insinuación funesta como la fotografía ha sido capaz de producir obras que justifican con todo derecho que se haya colocado a la misma altura espiritual que la pintura, la cual por cierto resultó muy pronto perjudicada por esta nueva arte, y desviada por ella. Y esto es así no porque las fotografías puedan reproducir el objeto con una precisión y una completitud inalcanzables para el más realista de los pintores, habilidad que solo ha interesado a los artistas mediocres, sino porque sugieren que busquemos más allá de los caminos de la mímesis un modo de pensar la condición humana y sus necesidades reales. Tal fue por ejemplo el caso de Giacometti, obsesionado con las fotos que lastran los carnés de identidad [...]




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Poesía y fotografía.





25.6.20

IV. "POESÍA Y FOTOGRAFÍA", Yves Bonnefoy, Valencia: Shangrila 2020



Anunciación, Lorenzo Lotto, h. 1527



[...] ¿Cómo ocurrió? En ningún caso, de forma intencionada. Daguerre había sido pintor, y componía sus tomas como lo habría hecho con un cuadro, sin dejar nada «al azar», y multiplicando, a propósito, las referencias a la tradición artística. Pero reflexionemos sobre lo que necesariamente aparecerá en la pequeña placa de cobre. Ese mantel sobre una mesa, esa prenda sobre un cuerpo estarán ahí, ante nuestros ojos, con sus pliegues verdaderos, los que decidieron el azar de su materia, no el arte del pintor. Esa persona que fue retratada tiene el brazo en una posición que el fotógrafo no ha podido decidir por completo, y permite así que aflore un azar que, en las fotografías de grupo (que se convirtieron en numerosas con la aparición de las instantáneas), se multiplicará por el número de cuerpos y sus posiciones respectivas, entre las que ya no se tratará de crear una armonía que sea ajena a la existencia, tal como se vive. Y un día no muy lejano un gato pasará delante del objetivo sin que el fotógrafo lo haya previsto o querido, lo que, no obstante la propuesta de la Anunciación de Lotto, no podemos hallar en ningún cuadro. El azar está activo, en la imagen fotográfica, desvía a la mente de lo que expresa la composición, si es que la hay; muestra que las cosas existen, por tanto, como tales, en una materialidad irreductible para la mente. En la pintura, el azar es simulado a veces por los mismos que están tratando de deshacerse de él. En la fotografía no hay necesidad de simularlo, está de entrada presente en ella.

¿Se trataría, por tanto, de una invasión?, se me dirá. Consideremos con atención la más insignificante de las fotografías, observemos ese montón de piedras que parece estar ahí —por casualidad, ciertamente— o el tejido de la chaqueta de una persona que quería que le hiciesen un retrato. En la imagen fotográfica, de estos materiales se ve no solo el complemento que constituyen de la idea de piedras o de chaqueta, sino, si se me permite decirlo, su grano, su cúmulo de accidentes en el mero hecho de la cosa, manchas, bocetos de formas, pliegues o roturas, en un número indeterminado y prácticamente infinito. En la pintura un artista, impulsado por su idea, componiendo, instituyendo un sentido, habría controlado e incluso eliminado estos ínfimos detalles con el trabajo de su trazo, de su pincel, mientras que en la fotografía aflora un libre juego de formas y fuerzas, manifiestamente ajeno a todas nuestras leyes e indiferente a nuestros deseos: negación profunda y abismal que se opone a nuestras pretensiones de controlar los caminos hacia una realidad superior, por entero mental. El azar repunta de los detalles de lo que la cámara fotográfica percibe tanto en la materia del mundo como en las relaciones que existían entre los componentes de la obra en el momento en que se decidió y se tomó la foto. Y al hacerlo, el azar se coloca en el nivel de las intenciones, de los proyectos, de los pensamientos del fotógrafo para decirle a él mismo lo que pronto Mallarmé reconocerá, a saber: que solo somos «vanas formas de la materia»; que, de hecho, no somos [...]




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Poesía y fotografía.





23.6.20

III. "POESÍA Y FOTOGRAFÍA", Yves Bonnefoy, Valencia: Shangrila 2020



Daguerrotipo, 1837



[...] Después, en la época romántica, la noche no hizo más que espesarse y extenderse, y con ella el vértigo, incluso aunque los poetas de aquellos años trataran de recobrarse a través de la religión, con representaciones y formas de creencias concebidas por ellos en privado. Este esfuerzo es lo que acerca a Keats y Hugo, o a Nerval, y a Novalis y a Friedrich. Sin embargo, todavía no es suficiente para liberar a Delacroix de la obsesión del «lago de sangre», como bien observó Baudelaire: resultó inútil que el pintor atormentado se encomendara a Apolo. Alrededor de 1840, todo estaba listo para una toma de conciencia más intensa, también más determinada, del gran «fuera» de la imagen: del no-ser. Una cristalización, como dice Stendhal a propósito del amor en 1822, buscando tal vez así desviar la atención.

Y de hecho, fue en esos mismos años, a mediados del siglo de Baudelaire, cuando se produjo una cristalización muy diferente de aquella de la idea de quien ama, o cree que ama. La hizo posible un acontecimiento, el cual, hay que recalcarlo, fue celebrado inmediatamente con una solemnidad impresionante, laica y religiosa al mismo tiempo.

Tuvo lugar en la Academia de Ciencias de Francia, donde el 7 de enero de 1839 Aragon anunció al mundo la invención de lo que llevará el nombre de daguerrotipo, un procedimiento mediante el cual las imágenes de las cosas del ambiente circundante se fijan de modo permanente en un soporte, en este caso de cobre. ¡Quedan fijadas! No es todavía lo que hará viable la fotografía. Es solo una toma directa, sin posibilidad de reproducción, para la cual tendremos que esperar aún otros diez años. Pero ¡no importa! Lo que causa sensación es que sobre la placa de cobre se obtiene una reproducción tan completa como precisa de lo que otrora solo podíamos encontrar en sus tres dimensiones. Y así es como este «fuera», este cambio perpetuo, ha sido ahora fijado y quedará ahí, inmovilizado, en esta nueva imagen muy singular.

¿Por qué es tan importante la fijación? ¿Por qué estoy a punto de afirmar que esta inmovilización fue un acontecimiento tan decisivo como el de transferir en la imagen la realidad del «fuera»? Porque es lo que garantiza que cosas que no podrían más que ser consideradas cada una en sí misma y por sí misma logren cohabitar de manera permanente con otras percibidas del mismo modo, y abandonar así su plano de realidad en movimiento, temporal, para existir en el plano de las imágenes, es decir, justo donde estas afirman sus pretensiones. Cabe señalar que ver una cosa allí donde no está no era una completa novedad en la época de Daguerre. Hacía largo tiempo que existían situaciones en las cuales la captura de un exterior se producía sin la intervención de un artista, como por ejemplo la observación del suelo lunar a través del telescopio de Galileo. Pero las figuras así producidas no se fijaban en un marco, no podían competir pues con las imágenes tradicionales, que al poseer uno tenían así el poder, como he recordado, de sugerir que lo que ellas mostraban estaba dotado de una realidad, de un ser: un ser, incluso, de una naturaleza más excelsa que la nuestra. Y ahora, con el daguerrotipo, y muy pronto con la fotografía, que son algo fijado, algo enmarcado, pueden colocarse entre las imágenes [...]




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Poesía y fotografía.





11.5.20

II. "POESÍA Y FOTOGRAFÍA", Yves Bonnefoy, Shangrila 2020




Moises salvado por las aguas, Nicolas Poussin (c.1638)



[...] ¿Cuáles son esas características que distinguen una imagen de la vida plenamente vivida? La primera es que toda imagen necesita un soporte: pared, piedra, lienzo, papel, o al menos la idea de un soporte semejante. Y esto es así porque el soporte constituye inmediatamente una delimitación, un marco, aquello que sugiere que las cosas y los seres que la imagen parece evocar se sitúan en un lugar auténtico, con su espacio e incluso su luz: el marco confiere a la imagen una apariencia de realidad, y esta ilusión extrae de aquel su capacidad para perdurar más allá del instante de la fantasía; el marco le otorga credibilidad pero, en primer lugar y sobre todo, autoridad en un plano que puede denominarse ontológico, aquel donde se decide lo que es o, por el contrario, lo que no es. De ahí se sigue, por tanto, que el complemento habitual del marco que hace la imagen creíble sea un determinado punto entre las figuras que parece el fundamento del ser que la imagen reivindica poseer. Así ocurre en la hija del faraón en el Moisés salvado de las aguas de Poussin: de pie, hermosa, toda ella autoridad, el centro mismo, como se deduciría dadas las proporciones armoniosas que se hacen pasar por la realidad según la concibe esta pintura.

Sin embargo, no hay duda de que ninguna estructura de imagen es una realidad completa. Esta representación esquemática puede registrar mucho de la apariencia de las cosas pero, por ejemplo y sobre todo, no puede menos que dejar fuera de sí lo que la conceptualización suprime y quiere olvidar: la finitud, en lo que es, y la mirada sobre el mundo y la vida de quien no ha olvidado su finitud. La imagen no logra expresar esta intimidad con independencia del ser existente, que por cierto es esencialmente temporal.

Y es un hecho que en muchas imágenes aflora un nivel —su inconsciente— donde permanecen como permeables este límite y la idea de que hay un mundo fuera de ellas [...]




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Poesía y fotografía.





21.4.20

SWANN LITERATURA - SHANGRILA





Unos días antes de decretar el estado de alarma y el posterior confinamiento, lanzamos tres nuevos títulos de nuestra colección Swann dedicada a la literatura. Muy pronto regresamos a ellos para darlos a conocer con mayor detalle.


En el apartado de la web dedicado a la colección Swann puedes encontrarlos junto a otros títulos.


ENTRA EN LA WEB DE SHANGRILA

APOYA UN PROYECTO FUERA DE CUADRO





14.4.20

NOTAS DE LECTURA / RESEÑA DEL LIBRO "POESÍA Y FOTOGRAFÍA", Yves Bonnefoy, Shangrila 2020






Notas de lectura / Reseña del libro
Poesía y fotografía
Yves Bonnefoy, Shangrila 2020,
en el blog Je dis ce que j'en sens

Por Joan Florens Constans

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13.3.20

NOVEDAD: I. "POESÍA Y FOTOGRAFÍA", Yves Bonnefoy, Shangrila 2020





Poesía y fotografía



La actividad del fotógrafo influye directa y profundamente a veces en lo que la poesía aspira a ser. Y en contrapartida, los poetas deben entender en qué consiste esta actividad e incluso estar dispuestos a expresar sus reservas, sus inquietudes, así como su aprobación ante las diferentes y tal vez contradictorias formas que el acto y los objetivos del fotógrafo han asumido desde el daguerrotipo, y luego con Nadar, preservando para nosotros la mirada de Nerval, de Marceline Desbordes-Valmore, de Baudelaire.

Este breve ensayo se centra en uno de los efectos perturbadores de la primera fotografía, en su introducción de un pensamiento del no-ser, si no de la nada, en el universo de las imágenes. Pero también en una historia en la que, de una manera figurada, me parece haber percibido este efecto y que registró con horror sus riesgos, la extraordinaria La noche, de Maupassant, una de las obras alucinadas de sus últimas temporadas conscientes.


[El libro contiene como anexo el citado relato de Maupassant, La noche]