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30.4.25

SEGUNDA EDICIÓN DE "VISLUMBRES", GEORGES DIDI-HUBERMAN, Shangrila, 2025.

 


Ponemos a la venta la segunda edición de Vislumbres


No es la mano la que se acerca a la llama de la vela. Ese fuego minúsculo y modesto ha elegido tu mano. Para que lo recuerdes ahora que lo ves y vuelvas a recordarlo cuando lo hayas perdido. No es el ojo el que ve el color. Esa mezcla vibrátil busca tu ojo. Tu ojo como una catapulta, una ballesta, que disparará esa mezcla en tus órganos. Ya estuviste pintado. El color fue mordido, saqueado, lavado por las lágrimas. Ahora regresa y reconoce su antigua casa. Durará tan poco, apenas hará hueco, como el roce de un ala. Mirarás hacia adentro y se habrá ido. No es el cuerpo el que se adentra en el bosque. El tacto de los árboles y el rumor del agua, el paso de los animales escondidos, han venido a buscarte. Asedian un ramo invisible de tus nervios. Estuvieron aquí, mientras dormías, mientras rompías la ley. No se sabe en qué noche ni en qué escuela.

Solo esto sabemos: el pasado sobrevive, como una imagen. Imagen de una vela, un bosque o un color. No se sabe a qué hora irrumpirá, no sabe concertar una cita. Solo esto tenemos: un cuaderno en el que anotar epifanías, gestos y trazos vistos al pasar, cosas apenas percibidas desde un tren, apuntes de lo que apareció para volver a ser tesoro desaparecido.

Como este cuaderno personal de Georges Didi-Huberman, que reúne todo lo que ama; que mira lo bajo y lo pequeño, también; lo lejano y lo cercano, a la vez; la ruina y el esplendor, al mismo tiempo. Páginas hechas de ocasiones (que pasan), de heridas (que golpean), de supervivencias (que retornan), de deseos (que suceden). Guijarros, dedos de un pie, drapeados de una ninfa, cartas suicidas y trucos de magia. Estelas y esquirlas, señales de barbarie, delicadeza en el terror, vislumbres.

Vislumbres, pese a todo.


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VISLUMBRES




17.1.20

RESEÑA DE "VISLUMBRES", Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019




VislumbresGeorges Didi-Huberman, Shangrila 2019,
en Posdata, suplemento cultural del diario Levante.
Por Rafael Ballester Añón.

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VISLUMBRE. GÉNERO LITERARIO

Un cuaderno personal donde el profesor
Georges Didi-Huberman reúne todo lo que ama



Georges Didi-Huberman (Saint Étienne, 1953), historiador y teórico de la imagen, profesor de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, y comisario de exposiciones artísticas.

Algunos de sus libros: Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto (2004), Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes (2006), La imagen superviviente (2009), Ante la imagen. Pregunta formulada a los fines de la historia del arte (2010), Ex-voto: imagen, órgano, tiempo (2013), Pueblos en lágrimas, pueblo en armas (2017)...

En 2009 inició una serie de libros extensos bajo un título general El ojo de la historia, donde relaciona directamente historia e imagen.

El profesor Didi-Huberman también se ha ocupado del arte religioso mediante artículos compilados en La imagen abierta (2007); sus investigaciones que abarcan desde el Medievo hasta el arte contemporáneo; emplea como hilo temático la sangre, la herida, la carnalidad.

En el 2010, preparó la exposición titulada Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, para el Museo de Arte Reina Sofía (Madrid) e inspirada en la obra de Aby Warburg.

Vislumbres es una compilación de textos tendencialmente breves, a modo de anotaciones personales del más diverso cariz. Mencionemos algunos.

"Las imágenes vehiculan, muy a menudo algo así como un no-saber (...) el no-saber sería al saber lo que la luciérnaga es al gran horizonte (...) por cierto la imagen es como una luciérnaga, un pequeño resplandor, la lucciola de las intermitencias pasajeras".

O a propósito de la Asunción, un cuadro de Francesco del Cossa, perteneciente al museo de Alte Mesiter de Desde, Huberman redacta una miniatura con el título "A qué velocidad se desplaza el Verbo?":

"El caracol se apresura lentamente (hacia la derecha). El perro sigue el olor (a la izquierda). La paloma emprende su vuelo (hacia lo alto). Las alas oceladas del ángel han dejado de agitarse y me hacen ojitos en silencio (adelante)".

Pero ¿qué entiende por "vislumbre"? Huberman perfila el concepto:

"...digo 'vislumbre' cuando lo que aparece ante mi deja, antes de desaparecer, algo así como la estela de una pregunta, de un recuerdo o de un deseo. Es algo que dura un poco más que la aparición en sí misma (una remanencia, una asociación) y que merece entonces, siempre en mi hábito o bricolage de escritura, el tiempo de trabajo, o de juego, de una frase o dos, de un párrafo o dos o más (...) vislumbre deviene entonces una práctica de escritura intermitente, mi pequeño género literario disperso-rápido, multiforme, sin proyecto, al margen (o a través) de mis 'grandes' investigaciones obstinado-pacientes".

Más tarde viene a caracterizar el "vislumbre" como un posible género literario, una forma de capturar y configurar lo que él denomina "miradas pasajeras"; lo vincula a la tradición baudeleriana del paseante ocioso y sensible, y a la doctrina de los pasajes de Bemjamin, entre otros.

Establece una suerte de tipología de vislumbres o formas de entrever: "por ocaciones" (tiempos que pasan), "por heridas" (tiempos que golpean), "por supervivencias" (tiempos que retornan), "por deseos" (tiempos que suceden); de este modo está estructurado el volumen.

Los "vislumbres" son textos bellos, eruditos, inmoderadamente francés. Didi-Huberman forma parte de la extensa epigonía que generó la producción literaria y teórica de la cultura francesa de los años 60-70, en cabezada por un preclaro batallón: Barthes, Lacan, Foucault, Bataille, Deleuze, Levi-Strauss... Extensa epigonía académica caracterizada por el lirismo profesoral, escolástica lacaniana, intemperancia hermenéutica, hermosas banalidades o coruscantes ocurrencias sobre literatura, cinematografía, arte medieval o las piernas de una bella transeúnte... Pero también por una discreta actitud subalterna ante el pensamiento alemán y una fertilidad lexicógena, innecesaria a menudo...

El profesor Georges Didi-Huberman es, por lo demás, un grafómano entusiasta.



Publicación originaria 





15.1.20

RESEÑA-RECOMENDACIÓN DE "VISLUMBRES", Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019




VislumbresGeorges Didi-Huberman, Shangrila 2019, como uno de los mejores libros de arte para regalar  en el ABC Cultural. Por Fernando Castro Flórez.

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Pocos libros tienen la cualidad de ser leves e intensos, múltiples y reconcentrados, fragmentados y dotados de un latido continuo, un bajo obstinado, que los hace únicos. Vislumbres es, al tiempo, un «cuaderno de bitácora» y la fábrica desvelada de lecturas, los materiales que han servido para componer otros textos. Georges Didi-Huberman es uno de los historiadores del arte con mayor penetración interpretativa, entregado desde hace años a una revisión de los presupuestos de la Historia del Arte; en Ante la imagen, o en tantos libros en los que ha insistido en la necesidad de volver a afrontar una suerte de «sintomatología» de las imágenes, en un radical diálogo con Aby Warburg, pero también con Benjamin o Bataille, buscando esa «única vez» de la que hablara Paul Celan en El meridiano.

En estos hermosos vislumbres que Didi-Huberman declina en «femenino» encontramos conocidas «querencias», de Pasolini a Panofsky, de Baudelaire a Bloch, de las imágenes que piensan a las meditaciones, en la estela de Adorno, sobre una vida dañada. Nos recuerda que «radicalizar es intensificar el pensamiento para agudizar nuestra mirada sobre las cosas». Y, en verdad, en estas páginas no dejan de ofrecer perspectivas lúcidas, en un retorno, valga el juego con otros textos de este pensador, tanto de las luciérnagas cuanto de la imagen-mariposa.



     Estas gozosas páginas no excluyen la confesión personal, el recuerdo obsesivo de las pérdidas, en un duelo que puede conectar con aquella búsqueda que emprendiera Barthes de la fotografía de su madre, sabiendo que todo objeto está siempre perdido. El método de este libro -se advierte en la última página- es la caricia. Desde la certeza de que no se escribe nada que no esté en movimiento, nos invita a tocar y ser tocados por las imágenes que piensan.


1.12.19

"VISLUMBRES" - GEORGES DIDI-HUBERMAN, por Fernando Castro Flórez






Después de prestarle atención en anteriores días a dos pequeños fragmentos,
Fernando Castro Flórez comenta de forma más extensa en este video
Vislumbres, de Georges Didi-Huberman (Shangrila, 2019)









9.11.19

RESEÑA DE "VISLUMBRES", Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019.



Reseña de Vislumbres, Georges Didi-Huberman
 (Sangrila 2019) en Kaos en la red.
Por Iñaki Urdanibia.





"Entonces ya no se puede decir que esas imágenes no tienen nada que ver. Lo que hay que observar, al contrario, es cómo, en el seno de esta dispersión, los gestos humanos se miran, se confrontan o se contestan mutuamente, ya sea encima de un altar, de un mapa del estado mayor o de un osario a campo abierto".


No es la primera vez que me acerco a alguna obra del filósofo e historiador de arte, profesor en distintas escuelas y universidades del Hexágono y del otro lado del océano, distinguido con diferentes premios, organizador de exposiciones y autor de más de cincuenta obras, cuyo centro de gravedad reside, generalmente, en las imágenes. Seguramente no será la última que me acercó a él y ello por varias razones: por el interés que para servidor tienen sus obras, al considerarlo una de las mentes más fecundas del panorama hexagonal y también debido a que la editorial Shangrila sigue con su encomiable empeño de dar a conocer sus obras, poniéndoselo fácil a los lectores en castellano.

Hablando de imágenes, que según el otro una vale más que mil palabras, se da una relación del sujeto con el objeto y la intencionalidad del primero con respecto a lo segundo, si bien casi me atrevería a afirmar que la relación es bilateral, ya que la imagen incita y reclama a quien la observa; no está de más añadir que no es suficiente mirar ya que a esto también se aprende, ya que según el propio pensador: «nadie sabe mirar, no es algo dado. Mirar es un trabajo, largo y duro. Cada imagen nueva requiere un trabajo nuevo, reaprender a ver y a hablar», y podría decirse que las distintas imágenes exigen lenguajes apropiados al caso. A esto ha de añadirse que el bagaje de quien observa no se puede excluir del fruto que saque del objeto o imagen observados…. Así podría darse por bueno aquello que dijese el otro: somos lo que vemos.

Pues bien, no hace falta ni decirlo, Georges Didi-Huberman (Saint Étienne, 1953) tiene una dilatada experiencia en mirar, en leer y en escribir sobre lo visto, de modo y manera que sus intervenciones en este campo de batalla que son las imágenes y sus interpretaciones que no se mantienen en un nivel meramente estético sino que dan cabida a la toma de posición y si se me apura a la ética ( véanse su Imágenes pese a todo, en las que derivaba por algunas cuestiones relacionadas con la Shoah, o su Cuando las imágenes toman posición, verdadera toma de posición del autor con respecto a la estética del siglo XX; sin obviar su incursión en las huellas del pasado familiar) no moviéndose por los pagos de una indefinida nebulosa, más allá del bien y del mal.

Ahora, acaba de publicarse Vislumbres (Shangrila, 2019), que recoge las anotaciones del autor a lo largo de una decena de años; podría decirse que se nos abre la puerta a la cocina en donde se van acumulando los materiales que luego darán lugar a las consiguientes reflexiones y teorizaciones, sin que esto último quiera decir que estamos ante unas notas en bruto, neutras y privadas de pensamiento sobre las cuestiones apuntadas que en su variedad , inciden en las cuestiones relacionadas con la percepción de lo sensible, y con las dificultades a la hora de hallar la interpretación más ajustada ; podría decirse que en cada imagen hay, por lo menos , dos que hacen dudar, tantear en la distancia desde la que se ha de abordar, la observación de los detalles que en sus colores y formas hacen que resulten inaprehensibles o aprehensibles de diferentes formas dependiendo de los momentos y de las ocasiones, que lleva a reparar en detalles que en una primera mirada podía haber pasado inadvertida, cobrando en la o las siguientes una significación relevante. Pequeños comentarios, a modo de deslumbrantes flashes, nos son entregados, abriendo paso a una visión que no responde a la espontaneidad sino a una elaboración que construye sus pautas ante diferentes textos, películas (Godard versus Lanzmann), espectáculos, obras de arte, lo que hace que estemos ante nuevas imágenes ofrecidas por Didi-Huberman, relacionadas con cuadros de Weermer, libros de Jacques Rancière o Adorno, Platón, Simondon, , de damas como las de Dante o Petrarca, y otras intuidas, o analizadas, por Freud, Baudelaire, Warburg o Kracauer.

Imposible de dar cuenta de todo el amplio abanico de temas tratados o esbozados por este infatigable e insaciable flâneur, aplíquese el término no a las calles o pasajes urbanos por la senda baudeleriana o a su zaga benjaminiana, sino al continente-cultura que es transitado por Didi-Huberman haciendo que conozcamos sus puntos de vista, sus ideas y como consecuencia su manera de enfrentarse con las imágenes y sus diferentes representaciones e interpretaciones, en esta obra, que a modo de singular cuaderno de bitácora, se nos entrega dividido en cuatro apartados: Por ocasiones (Tiempos que pasan), Por heridas (Tiempos que golpean ), Por supervivencias (Tiempos que retornan) y Por deseos (Tiempos que suceden) que funcionan de forma reversible pues no responden a una dinámica temporal lineal sino que se dan vueltas y revueltas, marchas atrás y saltos hacia adelante, y momentos de iluminación( como si del kairós griego se tratara) en un desfile por el que vemos pasar, además de a los ya nombrados, a Bataille, Barthes,  Beckett, Foucault, Pasolini, Einsenstein, Merleau-Ponty, Sartre, Picasso, Henri Cartier-Bresson,… sin que se eludan los ajustes de cuentas con las diferentes visiones y concepciones con las que se enfrenta.

Desplazamientos a través, al biés, visiones, deslumbres, vislumbres… que como lumbres oscilan en la mente lectora y que iluminan, en sus movimientos y formas continuas, distintos caminos, distintos fragmentos significativos que dejan una huella en la mente del autor y que es contagiada a quien se acerque a estos lúcidos retazos…guiados por el deseo de ver, y ahí salta a la palestra una tonalidad erótica que se funde con la estética, que Georges Didi-Huberman nos entrega, en casi doscientas notas, desvelando los momentos, hechos, lecturas, representaciones, que le han tocado (touché); el autor no se guarda nada y hasta amplía en muchas de sus anotaciones la correspondiente bibliografía como quien pone las cartas encima de la mesa y propone sendas a poder seguir en el camino siempre inacabado de las interpretaciones.





28.9.19

X. "VISLUMBRES", Georges Didi-Huberman





"¿Cómo se lee? ¿Cómo comienza, cómo se combina? ¿Cuáles son los gestos del leer, del ver y del escribir? ¿Cómo se organizan nuestras mesas de montaje para ver, leer, escribir mejor? ¿Podemos leer cosas que jamás fueron escritas? ¿Qué hacemos con nuestras palabras, con nuestras frases, cuando vemos –o miramos, o contemplamos, o vislumbramos, o somos mirados, o afectados, por algo? ¿Qué hacen nuestros más antiguos gestos de niños en nuestras prácticas más “expertas” de lectura? ¿Por qué nos faltan las palabras ante la imagen y porque necesitamos escribir todo eso?”.

"Le hablo a Emmanuel de una de mis preocupaciones constantes en cuanto a la escritura: por un lado, hacer acto de conocimiento, pero no colocarlo al servicio del dominio que encierra cada cosa; por el otro, hacer acto de experiencia, por lo tanto, hablar en primera persona, pero no colocarla al servicio de la clausura narcisista. No me gustan los eruditos que se ocultan detrás de sus notas a pie de página y afirman su pericia para ahorrarse pensar, ni los pensadores que ocultan sus fuera de texto y ejercen sobre todas las cosas el poder de la primera persona (hay algo de esto incluso en Foucault, para poner como ejemplo un autor que, por otra parte, me gusta tanto). Habría que saber poner en práctica el contenido autobiográfico de todo pensamiento, de todo conocimiento, pero sin que el Yo devenga un centro fascinado por sí mismo (hay algo de esto incluso en Derrida, para poner como ejemplo un autor que, por otra parte, me gusta tanto).
Podemos leer el equilibrio milagroso entre ambas instancias, por ejemplo, en Infancia en Berlín, de Walter Benjamin: he aquí alguien que cuenta sus recuerdos de infancia sin ser jamás el centro, el protagonista, el Narciso o el amo de su memoria, y nos cuenta el mundo entero sin narrarse exclusivamente a sí mismo. Recordemos también a Claude Simon, y su La Ruta de Flandes: inmenso y discreto al mismo tiempo. Ocasión propicia para que Emmanuel me diga que la preocupación de una escritura semejante ya está inscripta en mi nombre. No entiendo. Me mira con una gran sonrisa y me dice: Je-hors-je [Yo-fuera-de-mí]*, ¡vamos!"







   



27.9.19

IX. "Vislumbres", Georges Didi-Huberman





"La “experiencia para ver” es una noción introducida en 1865 por Claude Bernard en el marco de su Introduction à l’étude de la médecine expérimentale [Introducción al estudio de la medicina experimental]. Dicha experiencia concierne, dice Bernard, a las “ciencias en la infancia” (nuestro estudio de las imágenes, nuestra estética, nuestra historia del arte, nuestro Kunstwissenschaft, ¿son “ciencias en la infancia”? Creo que sí. Para dar muestra de un poco de modestia recordemos de ahora en más que Claude Bernard consideraba en 1865 a la medicina misma como una “ciencia en la infancia”). Dichas ciencias son ciencias inquietas, ciencias que no están seguras de nada. “¿Qué hay que hacer, entonces?”, pregunta Claude Bernard. “¿Hay que abstenerse y esperar que las observaciones, al presentarse por sí mismas, nos aporten ideas más claras?”. Respuesta: “A menudo podrías esperar mucho tiempo e incluso en vano; al experimentar siempre se gana”.
Experimentar, entonces. ¿Pero cómo hacerlo, según qué normas, considerando que una “ciencia en la infancia ” no está todavía armada de sus reglas, de sus protocolos, de sus axiomas? De hecho, dice Claude Bernard, “solo podremos comportarnos según una suerte de intuición [...], e incluso si el tema es completamente oscuro e inexplorado, [el investigador] no deberá temer actuar incluso un poco al azar a fin de experimentar, permítaseme esta expresión vulgar, lo que es pescar en aguas turbulentas. Lo que quiere decir que puede esperar, en medio de las perturbaciones funcionales que se producirán, el surgimiento de algún fenómeno imprevisto que le dará una idea sobre la dirección a imprimir a sus investigaciones. Estas suertes de experiencias de tanteo, que son extremadamente frecuentes [...], podrían denominarse experiencias para ver, porque están destinadas a hacer surgir una primera observación imprevista e indeterminada de entrada, pero cuya aparición podrá sugerir una idea experimental y abrir una vía de investigación”.
Una década antes de que Claude Bernard escribiera estas líneas, Charles Baudelaire había ofrecido otro modelo de esta “experiencia para ver”, incluso la había referido a una ética paradójica que llamaba la “moral del juguete”. Como afirma Baudelaire, la “moral del juguete” se observa en los “chiquillos”, cuando, deseosos de “ver el alma” escondida en el fondo de cada objeto, desmontan experimentalmente todo lo que les cae entre las manos: “el niño da vueltas y más vueltas a su juguete, lo araña, lo sacude, lo arroja contra las paredes, lo tira al piso. De vez en cuando necesita recomenzar sus movimientos mecánicos, a veces en sentido inverso”... A riesgo, por supuesto, de que todo se rompa. Este texto de Baudelaire me fascinó durante largo tiempo y me fascina todavía, sin duda porque yo mismo me parezco a ese niño cuando doy vueltas y más vueltas a las imágenes en todos los sentidos, cuando las reproduzco, las anoto, las clasifico, las encuadro y las desencuadro, las desmonto y las monto, cuestión de “sacudirlas” a fin de producir “perturbaciones funcionales” y “ver surgir algún fenómeno imprevisto que [me] dará una idea sobre la dirección a imprimir a [mis] investigaciones”... A riesgo, por supuesto, de que todo se destruya ante mis propios ojos. 
Tal sería nuestra “experiencia para ver”, que es a la vez Erfahrung, Experiment y Erkenntnis: experiencia padecida, experimentada, que forma conocimiento. Pero un conocimiento, cuando adviene, tan frágil como maravilloso. Tal sería la suerte de nuestras “ciencias en la infancia”, es decir, de nuestras ciencias no todavía “regias” y todavía “nómades”, de nuestras ciencias todavía no territorializadas y todavía exploratorias, para retomar la terminología de Mil mesetas, ese gran tratado de epistemología experimental. ¿Cómo un conocimiento de las imágenes podría no ser una “ciencia nómade” cuando su objeto mismo es un objeto migratorio, errante, que atraviesa las fronteras? ¿Acaso no hemos comprendido, desde Aby Warburg, que ya no se podía hablar de las imágenes sin hablar de sus movimientos, sus desplazamientos, sus montajes recíprocos, sus errancias en el espacio (Wanderungen, decía Warburg) y en el tiempo (Nachleben, decía)? ¿No es preciso responder, a estos desplazamientos de las imágenes, con el propio desplazamiento de nuestras miradas, nuestros propios desplazamientos experimentales?”.







   



26.9.19

VIII. "Vislumbres", Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019





"¿Dónde la he visto ya, entonces? ¿Cuándo fue? Esta es la pregunta que nos hacemos cada vez que una persona (incluso una cosa) inesperada suscita en nosotros una suerte de reconocimiento inmediato, como si esa persona (o esa cosa) estuviera allí, en nosotros, desde siempre, esperando, simplemente, aparecérsenos un día. Tenemos la sensación de reencontrar lo que nos estremece en esa aparición en el instante inaudito de descubrirlo. Como para todo, Platón también tenía una explicación para esto, y notable, ya que comprometía la totalidad del alma y del tiempo. Es lo que se denomina, en el Menón, la teoría de la reminiscencia, o anamnesis, según la cual todo conocimiento se revela fundamentalmente como un reconocimiento: “Como el alma es inmortal, y renace varias veces, ha visto a la vez las cosas de aquí y las del Hades [a saber, las cosas de la luz y de la sombra, de lo visible y de lo invisible, de la vida y de la muerte], es decir, todas las realidades, y no hay nada que ya no haya aprendido. De modo que no es sorprendente que el alma haya sido capaz, tanto a propósito de la virtud como de otras cosas, de rememorar cosas que precisamente, en un tiempo anterior, había conocido”. La tradición judía dice incluso que eso se ve en el centro de nuestra figura. Conocimos todas las cosas en el vientre de nuestra madre pero un ángel, se dice, posó su dedo en el centro de nuestros labios (en ese lugar que los anatomistas llaman el “arco de Cupido”) y ese dedo nos hizo olvidar todo. Pero también nos hará desear, investigar, reconocer, en todas las cosas, las cosas que una vez conocimos.
¿Dónde la he visto ya, entonces? Esta es la pregunta que Aby Warburg se planteó en primer lugar ante la joven criada que llevaba su cesta de frutas sobre la cabeza, en un rincón del fresco pintado por Domenico Ghirlandaio en Santa Maria Novella, la gran iglesia dominica de Florencia. Warburg señaló de inmediato el contenido anamnésico de esa figura al llamarla Ninfa. Esa mujer muy joven sobrevenía en la imagen de manera imprevista, y rompía con su extrañeza la economía de la representación que la rodeaba (la imaginería cristiana del nacimiento de San Juan Bautista), desde una especie de muy alta antigüedad, como si las dos temporalidades del de pronto y el desde hace mucho tiempo se superpusieran en el mismo acontecimiento o síntoma figurativo. 
En el manuscrito de 1900 titulado Ninfa Fiorentina, el intercambio epistolar de Aby Warburg con su amigo André Jolles dará lugar a una serie de extrañas preguntas: “Wo hab ich dich mehr gesehen?” - “¿Dónde te he visto más?”, frase que también podría entenderse así: “¿Dónde te he visto, entonces, en la dimensión superlativa y originaria de tu gracia?”. En resumen, ¿en qué temporalidad (o en qué nudo de temporalidades imbricadas, los tiempos del ya mezclados con los tiempos del súbitamente) despliegas tu aparición? Respuesta, a algunas líneas de distancia: “En el presente y siempre” (heut und immer). Y André Jolles, entonces, erotiza pertinentemente esa cuestión de tiempo al interpelar a su amigo, en francés en el original: “Cherchez la femme, mein lieber” [“Busque a la mujer, querido mío”]. Frase un tanto brutal escrita en el mismo momento en el que Sigmund Freud escribía, en la Traumdeutung, esas líneas un tanto radicales sobre la sensación de déjà vu en los sueños típicos: “Hay sueños de paisajes o de localidades que están acompañados de la certidumbre expresada en el sueño mismo: yo ya estuve allí. Pero ese déjà vu tiene en el sueño un sentido particular. Esa localidad es siempre el órgano genital de la madre, en el sentido de que no existe ningún otro lugar del que se pueda decir con tanta certidumbre que ya se ha estado allí”.
¿Dónde la he visto ya, entonces? Esta es la pregunta que se hacen los psicólogos a través de la noción de paramnesia. En 1901, Freud no dudaba en refutar a aquellos para quienes la sensación de déjà vu solo sería una especie de “ilusión de crónica”, tal como suele hablarse de una “ilusión de óptica”. “En mi opinión”, escribía Freud en su Psicopatología de la vida cotidiana, “es erróneo calificar como una ilusión la sensación que se experimenta de haber vivido ya una vez alguna cosa. Más bien debemos decir que en tales momentos realmente se toca alguna cosa que ya se ha vivido una vez, salvo que esa cosa no puede ser rememorada de manera consciente, porque jamás lo fue. La sensación de déjà vu corresponde, para decirlo brevemente, al recuerdo de un fantasma inconsciente”. Dos años más tarde aparecía Gradiva, la novela de Wilhelm Jensen, en la que el lector podía imaginar al arqueólogo ver aparecer a la antigua muchacha “de paso alerta y ligero”, ese ser “a la vez muerto y vivo” a quien el protagonista dirigirá este tipo de pregunta y de deseo: “Tengo la sensación de que una vez comimos juntos nuestro pan, hace dos mil años. ¿Lo recuerdas? [...] ¡Oh, si tan solo existieras, si tan solo estuvieras viva todavía!”.
En 1908, Bergson también denominó ilusión esa sensación de déjà vu (en su famoso artículo sobre “El recuerdo del presente y el falso reconocimiento” incluido en la recopilación La energía espiritual), sin entender realmente la dimensión erótica y estética de ese fenómeno indisociable tanto del deseo como de la memoria. “Te me apareciste de manera totalmente inesperada, y sin embargo tengo de la sensación de haberte esperado desde siempre”: esta podría ser la fórmula del amor mismo. Hace poco, Laurent Jenny concluía su obra La Vie esthétique [La vida estética] con consideraciones semejantes: “Me parece que la experiencia estética opera una duplicación de conciencia del orden de una memoria instantánea, al encerrar lo vivido en un ‘momento’ (en ese sentido, sería casi una tautología hablar de ‘momento estético’: lo estético es el ‘momento’ mismo) o en un recuerdo inmediato”.







   



25.9.19

VII. "VISLUMBRES", Georges Didi-Hubernan





"Hipótesis de trabajo. Ver sería usar nuestros ojos para saber algo de lo real. Mirar sería implicar nuestra visión en la economía del deseo. Vislumbrar sería apresar al vuelo, en lo real, algo que se ha encontrado con nuestro deseo –que ha venido súbitamente a sostenerlo, o súbitamente a contradecirlo. En realidad, todo es más intrincado. En primer lugar, a causa de esto: tenemos dos ojos y no uno solo (cuando era niño, pasaba horas mirando mi entorno inmediato y experimentando, es decir, pestañeando, ante los abismos conceptuales que separan, en ciertas condiciones, la visión binocular de la visión con un solo ojo; toda la perspectiva cambia e incluso se derrumba, y torna el espacio más fantástico que nunca). Ahora bien, así como tenemos dos ojos, cada acontecimiento visible, por más simple que sea, está hecho de dos cosas, dos acontecimientos por lo menos (de ahí la justeza fenomenológica y psicológica de las teorías lucrecianas sobre la idea de que cada parcela del mundo tiene su origen en el choque de dos cuerpos o, como mínimo, dos corpúsculos). Del mismo modo, cada deseo parece muy complicado, una y otra vez, por un conflicto irreductible. ¿A qué se vincula esto? Al tiempo, por supuesto, es decir, al hecho de que no miramos nada, no deseamos nada en el elemento ideal del puro presente. Todo lo que miramos, todo lo que deseamos está complicado por el tiempo, implicado en los nudos –conflictos, olvidos, remanencias, etc.– del tiempo.
Al inicio de Tristes trópicos, Claude Lévi-Strauss cuenta en este sentido, con su habitual honestidad de observación, que su propia mirada de viajero exótico siempre está complicada por un conflicto: entre una sensación de pérdida referida al pasado (todo aquello que sabe que no ve porque ya ha desaparecido) y una fatalidad de la pérdida inherente al presente mismo (todo que aquello que sabe que no ve porque todavía no sabe mirarlo). Su conclusión es tan correcta como trágica, ya que vincula el vislumbrar con el doble movimiento de una herida y un deseo: “En definitiva, soy prisionero de una alternativa: o bien soy un antiguo viajero, enfrentado a un espectáculo prodigioso del que todo o casi todo se le escapa –o, peor aún, al que todo le inspiraría burla o repugnancia–, o soy un viajero moderno que corre tras los vestigios de una realidad desaparecida. Pierdo en ambos casos, porque yo, que me lamento frente a las sombras, ¿no soy acaso impermeable al verdadero espectáculo que toma forma en este instante, pero para cuya observación mi grado de humanidad carece aún del sentido requerido? En algunos cientos de años, en este mismo lugar, otro viajero, tan desesperado como yo, llorará la desaparición de lo que yo hubiera podido ver y no he visto. Víctima de una doble invalidez, todo lo que percibo me hiere, y me reprocho sin cesar no mirar lo suficiente”.







   



24.9.19

VI. "VISLUMBRES", Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019





"Aprovecho esta mañana algunas horas de libertad, así como el desfase horario que me ha puesto de pie al alba, para ir al Metropolitan Museum en cuanto abre. Volver a ver, volver a percibir algunas salas antes de que demasiada gente haga más difícil la eventualidad de una contemplación ensimismada. Hace mucho tiempo que no visito este museo extraordinario. No obstante, experimento una sensación de familiaridad. Hay aquí muchos objetos, muchas imágenes, que amo desde “siempre”. Vistos y vueltos a ver, entonces. Fotografiados a menudo. Ahora bien, la sensación de esta mañana es un tanto desagradable; no logro decidir ante qué detenerme. El tiempo urge, eso es lo que me resulta desagradable. Porque mirar quiere decir, justamente, tomarse un tiempo. Esta mañana no miro nada en particular. Me siento un momento –por la fatiga acumulada durante estos últimos días, el dolor de espalda, la incapacidad de vibrar, de abrirme realmente ante un cuadro, y sin embargo hay tantos y tan bellos– en una pequeña sala opulenta, tapizada de terciopelo rojo, de la colección Lehman. Tengo ante mí una chimenea renacentista y, a ambos lados, dos obras de El Greco.
Miro y me pregunto, una vez más, qué es mirar (miro entonces mucho menos de lo que pienso). Pienso en esa obsesión del lugar del espectador en la teoría moderna del arte, y me digo que es tan fácil, tan común, está tan mayoritariamente establecido ser el no-espectador de un cuadro. Los comitentes de El Greco, los galeristas, los curadores del museo e incluso el propio Robert Lehman deben haber pasado mucho tiempo sin mirar [regarder] estos cuadros que, sin embargo, estaban tan orgullosos de conservar [garder], de poseer. Yo mismo, en este momento, yo que compré una entrada para adquirir el derecho a esa mirada, apenas los miro. Miro, de hecho, al custodio de la sala, todavía vacía de turistas. Es un anciano muy distinguido, que tampoco mira los dos cuadros de El Greco, porque hace mucho tiempo, sin duda, que vive con ellos. De hecho, su función lo insta a dar la espalda a los cuadros que protege; advierto claramente que me mira, a mí, a mí que soy el único “espectador” en esta sala, a esta hora. Lo miro a su vez, nos saludamos con una ligera inclinación de cabeza. A fin de cuentas –digamos más modestamente: al final del día–, me acordaré más nítidamente de este anciano que de dos bellos cuadros. No supe, hoy, interrogar con la mirada esas dos imágenes. Pero al menos supe intercambiar una mirada con alguien".

"Trabajo en este momento en la relectura de algunos textos de Roland Barthes sobre la emoción que suscita el acto de mirar. Vuelve a mí este recuerdo, que no podría fechar con precisión pero que corresponde a la época en la que estudiaba en la École des Hautes Études –no era “su” estudiante, por cierto. Camino solo por un pasillo de los locales de la calle Tournon. Se abre una puerta y aparece él, con su cuerpo todavía recortado por el marco pero su rostro ya vuelto hacia mí. Me mira con insistencia, quiero decir, con una cierta intensidad, una gran ternura, hay en la situación, también, algo un poco denso, envolvente, denso porque esa mirada dura (o me parece durar) parece interrogarme (¿quién eres? ¿por qué no te conozco?). En esa situación yo soy, pues, el vislumbrado. Me esfumo, como un extraño, como una persona condenada a cargar probablemente con el duelo de esa mirada muda”.







   



23.9.19

V. "VISLUMBRES", Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019





"Las vislumbres de una poeta japonesa en las calles de Hamburgo: en todas las personas con las que se cruza, le impacta una suerte de 'búsqueda de la mirada' cuya sensación jamás ha tenido en las calles de Tokio. 'No solo el rostro sino también los dedos o incluso la espalda reclaman una mirada', observa. Cada uno 'arroja una mirada' al otro. Es como si se ordenara a los ojos expresar algo, 'mostrar una reacción'. Una reacción negativa sería incluso menos escandalosa que una ausencia de reacción. La poetisa japonesa –se trata de Yoko Tawada– dice entonces cuánto la cansa esta perpetua espera de la mirada, cuando le parece, simétricamente, que aquello que angustia al europeo es que aquello que no es mirado, o incluso simplemente visto, podría desaparecer. 'El cuerpo que ve y debe ser visto es un cuerpo europeo. No se trata ni siquiera forzosamente de una cuestión de narcisismo. La causa de esta necesidad es, más bien, el temor de que aquello que no es visto pueda desaparecer a cada instante'”.







   



20.9.19

IV. "VISLUMBRES", Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019





"[...]
Adopté la costumbre de llamar “vislumbres” a fragmentos de cosas o de acontecimientos que aparecen ante mis ojos. Esto nunca dura mucho tiempo. Fragmentos, astillas del mundo, restos que van, que vienen. Empiezan a desaparecer en cuanto aparecen. Sin embargo, todo lo que es visible a mi alrededor no es para mí una “vislumbre”. Por hábito personal –más que por una voluntad cualquiera de dar un sentido de categoría, definida o definitiva, a esta palabra–, digo “vislumbre” cuando lo que aparece ante mí deja, antes de desaparecer, algo así como la estela de una pregunta, de un recuerdo o de un deseo. Es algo que dura un poco más que la aparición en sí misma (una remanencia, una asociación) y que merece entonces, siempre en mi hábito o bricolaje de escritura, el tiempo de trabajo, o de juego, de una frase o dos, de un párrafo o dos, o más. De experiencia vivida en el tiempo del puro pasaje, la vislumbre deviene entonces una práctica de escritura intermitente, mi “pequeño” género literario disperso-rápido, multiforme y sin proyecto, al margen o a través de mis “grandes” investigaciones obstinadas-pacientes. 

Vislumbres, del verbo vislumbrar. Es un poco menos que ver. Es ver un poco menos bien, menos bien que cuando la cosa por ver se ha convertido en objeto de observación, esa cosa de ahora en más inmovilizada o posada en una alguna plancha de estudio, como el cadáver bajo el ojo del anatomista o la mariposa prendida con alfileres a su plancha de corcho. Vislumbrar es solo ver al pasar, ya sea que algo o alguien pase fugitivamente por mi campo de visión (estoy sentado a una mesa de café, una persona notable pasa delante de mí y desaparece de inmediato en la multitud), ya sea que mi propio campo de visión pase demasiado rápido para demorarse en algo o en alguien (estoy en el metro, una persona notable está de pie en el andén, pero soy yo quien pronto me precipito en el túnel de la estación). Vislumbrar, pues: ver justo antes de que desaparezca el ser por ver, el ser apenas visto, entrevisto, ya perdido. Pero ya amado, o portador de un cuestionamiento, es decir, de una suerte de invocación. El género literario de las “vislumbres” sería una forma posible de escribir ese tipo de miradas pasajeras. 

Vislumbres, en plural, evidentemente. Singularidades múltiples, si es cierto que singularidades y multiplicidades constituyen los elementos más cruciales de la exploración literaria (desde Proust) o filosófica (desde Bergson). No obstante, no deseo ni trazar el sistema de las singularidades múltiples en el que se dibujaría una fisonomía de mi sensibilidad ni escribir una novela del personaje que mis experiencias de mirada acabarían por dibujar. Me contento con atrapar al vuelo y liberar enseguida mi presa (que no es tal) sin decidir la importancia que reviste el pájaro que pasaba en ese instante. Dejar ser la ocasión, escribir si se da la ocasión. Esbozar. No releer durante un largo tiempo. Un día, remontar todo eso como se remontan los rushes de mil y un filmes breves y ver cómo se dibujan los motivos inconscientemente formados de miradas en miradas, las inquietudes persistentes, las invitaciones a pensar.

Vislumbres, en femenino, necesariamente. No me gusta que lo vislumbrado lo sea en masculino, porque evoca entonces algo así como un resumen, una tabla de materias, un programa. Una “vislumbre” será más bella y más extraña. Me remite al femenino en tanto pasa y me abandona, en tanto la llamo y vuelve a mí. Apenas escritos estos verbos (pasar, abandonar, llamar, volver), surgen tres motivos. El primero: muerte de la madre, cuando el niño aún no ha comprendido la irreparable pérdida y siente la infinita duración del abandono (de ese tiempo pasado no me quedan sino algunas imágenes, viejas fotografías y este apellido Huberman que me prometí poner un día en una página impresa, como si la decisión de escribir hubiera sido tomada en el momento preciso de esa muerte). El segundo: espera del amor, cuando el muchacho escruta en una multitud la aparición del ser amado (razón, sin duda, por la que me conmueven los andenes de las estaciones o las zonas de espera de los aeropuertos, cuando miro a las personas concentradas en su espera, en sus reencuentros o en sus lágrimas de despedida).

Sin duda, Charles Baudelaire es el gran maestro de la vislumbre, porque es a la vez el poeta de la transeúnte que para siempre se ha perdido de vista y del deseo de pintarla para siempre:

La calle atronadora aullaba a mi alrededor.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor majestuoso,
Una mujer pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos; [...]
Un relámpago… ¡y luego la noche! – Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo súbitamente renacer [...].

Necesito pintar a la que pocas veces vi
Y huyó tan velozmente, como algo hermoso y desafortunado
tras el viajero que la noche arrastra [y que] inspira 
el deseo de morir lentamente bajo su mirada. 

A esta ninfa en movimiento responde otro motivo, el del pensamiento que aflora al pie de su estela. Escribir algunas frases, algunos párrafos, algunas “vislumbres”, no sería otra cosa, entonces, que atesorar los rastros de acontecimientos minúsculos pero decisivos, es decir, abiertos a infinitos campos de posibilidades. Acontecimientos entre los que cada uno, por derecho propio, merecería mucho más, como si cada frase, cada párrafo, fuera la llave de una búsqueda siempre nueva del tiempo perdido". [...]