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14.11.20

RESEÑA DEL LIBRO "SHOAH. EL CAMPO FUERA DE CAMPO. CINE Y PENSAMIENTO EN CLAUDE LANZMANN", DE ALBERTO SUCASAS, SHANGRILA 2018, EN "SECUENCIAS. REVISTA DE HISTORIA DEL CINE"





Reseña del libro
Shoah. El campo fuera de campo. 
Cine y pensamiento en Claude Lanzmann,
 de Alberto Sucasas, Shangrila 2018, en Secuencias. Revista de Historia del Cine

Por Lior Zylberman








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7.2.20

RESEÑA DE "SHOAH. EL CAMPO FUERA DE CAMPO", Alberto Sucasas, Shangrila, 2018, en "Revista Ágora. Papeles de filosofía"




Reseña del libro Soah. El campo fuera de campo.
Cine y pensamiento en Claude Lanzmann,
Alberto Sucasas, Shangrila 2018,
en Ágora. Papeles de filosofía, vol. 8, nº 32,
Universidad de Santiago de Compostela.
Por José Carlos Bellido Herrero

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Shoah. El campo fuera de campo / Claude Lanzmann



No ignora el autor la magnitud de la tarea que aborda: hacer emerger reflexivamente lo que cualquiera que haya contemplado Shoah conoce, su carácter de obra maestra; lo evidente, en muchas ocasiones, se convierte en el enemigo más relevante de la comprensión cabal de un acontecimiento artístico. Lo obvio fija ataduras invisibles que hurtan el análisis y la crítica. Al mismo tiempo, nos da cuenta de una ruptura que introduce una nueva dificultad: el idilio entre imagen y acontecimientos de masas se torna divorcio cuando aborda el exterminio bajo planificación industrial acontecido en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo restablecer el diálogo? ¿Puede anularse esa supuesta irrepresentabilidad?

Aún podríamos ampliar el círculo de problematicidad con un tercer apunte: ¿cómo abordar una obra fílmica que rompe los cánones del documental por su extensión, más de nueve horas, y por su propósito, dar voz real a aquellos que fueron asesinados sin que haya ningún rastro de su presencia física en alguno de sus fotogramas?

Todo ello lo aborda Alberto Sucasas a lo largo de algo más de cuatrocientas páginas circulando, ora de forma paralela, ora simultánea, sobre un análisis del estatuto de la imagen a lo largo de la historia y su reflejo en Shoah, más lo propio y original que el genio de Claude Lanzmann supo imprimir al discurso pensante inserto en el filme y que vuela muy por encima de estereotipos haciendo de Shoah un documental único, radicalmente nuevo.

Lo lleva a cabo a través de una reflexión teórica avalada por muchos años de dedicación a la filosofía originada en la singularidad judía: El rostro y el texto (2001); Memoria de la Ley (2002); Lévinas: lectura de un pa-limpsesto (2006); Celebración de la alteridad (2014), etc. Alberto Sucasas, profesor de la Universidad de A Coruña, ya desde su tesis doctoral en la que indaga en el pensamiento de Lévinas, va a volver una y otra vez (con las pausas dedicadas a su otro afecto filosófico: Eugenio Trías) a la tradición del pensamiento judío. El esfuerzo previo que le emparenta directamente con el texto que nos ocupa sería La Shoah en Lévinas: un eco inaudible; en él, Sucasas indaga en la importancia que el Holocausto proporcionó al pensamiento filosófico levinasiano. A ese primer ejercicio de puesta al descubierto de aquello que parecía ausente, añade el autor Shoah. El campo fuera de campo, incidiendo en cómo el Holocausto, el suceso, gravita sobre unas imágenes que desprenden novedad cinematográfica a la vez que derrochan reflexión filosófica. Una tarea que resalta las señas de identidad estéticas del filme e indaga en los problemas éticos que sugiere.

El estatuto de la IMAGEN que enmarca la puesta en escena de Shoah es revisado en la primera parte del texto. Lo inicia trayendo al primer plano la relación entre el culto a los muertos, ese arcaísmo que puede parecernos ajeno a nuestras preocupaciones contemporáneas, y el cine. Lo resuelve a través de un viaje antropológico en el que desentraña la función de lo icónico para traer al presente la presencia de lo ausente. Tiempo y lugar rebasados por el imperativo de la imagen volviendo a nosotros lo ya ido, los muertos. El cine como dispositivo “capaz de materializar cualquier allá y entonces”. En Shoah, de una forma absolutamente consciente, se va a seguir produciendo la mediación entre los que fueron, las víctimas del acontecimiento más execrable de la historia, y el mundo de los vivos.

Procede entonces Sucasas a poner de manifiesto una lectura filosófica de la imagen que contribuya a dar notoriedad al sustrato también filosófico que habita Shoah. A través de una lectura atenta a autores varios, pero con escucha más atenta a Sartre, pone de relieve lo coincidente en cualquier imagen: presencia y ausencia del objeto representado: “Fotografiar consiste en otorgar visibilidad a algo de suyo invisible”. Lo fundamenta en la división sartreana entre percepción (nos pone en contacto con lo real) e imaginación (conciencia irrealizante, abierta a lo irreal o imaginario), ambas con igual predicamento. Somos también más allá de la realidad que nos ata a los objetos; la imaginación nos proporciona libertad. Eso sí, esta última también nos propone caminos confusos allí donde adquiere vigencia la magia de la imagen: es evidente en ella lo irreal, pero, en un segundo instante, ese objeto de la imaginación propuesto lo tomamos por el modelo.

La contemporaneidad en la imagen, señala en un nuevo capítulo el autor, también es deudora de la pugna entre iconoclastas e iconófilos. Junto a las reticencias platónicas, el judaísmo se convertirá en abanderado de una iconofobia secundada hasta el extremo por el Islam y amparada por el cristianismo en alguna fase de su historia (ambigüedad superada cortando el nudo gordiano de la idolatría mediante una iconodulia que permitirá la manifestación artística en todo su esplendor). Esta batalla de tintes religiosos tendrá su correlato en la imagen cinematográfica contemporánea y, en concreto, en Shoah, donde lo iconoclasta se convierte en seña de identidad del filme.

Pero el filme no agota su diálogo con la problemática de la imagen en el fenómeno iconoclasta en el que claramente se inscribe; interpela en cada uno de sus fotogramas a las nuevas reflexiones que impuso la aparición de la fotografía y, posteriormente, el cinematógrafo. La iconografía contemporánea se hace presente a partir de las innovaciones técnicas que producen una sobreabundancia de imágenes que acaban atribuyendo a lo real su estatuto fantasmático. El mundo deviene espectáculo; las imágenes, a la par de su pérdida de sacralidad, se transforman en banales (su remate: la realidad virtual). El mundo es una representación perfectamente comercializable, al servicio del poder (como siempre). Las vanguardias del siglo XX van a poner también en entredicho la coincidencia histórica realidad/representación a partir del triunfo de la abstracción con escasas posibilidades de vuelta atrás. De ese alejamiento del objeto impuesto por vanguardia y de las paradojas figurativas de Magritte (“Esto no es...”) beberá igualmente Shoah.

Y, ya centrado en el fenómeno cinematógrafico y en su anudamiento al relato de la presencia/ausencia, Sucasas nos recuerda cómo el cine contiene una dimensión ajena a la fotografía: la temporal. A la vez que señala la primera ausencia detectable: la que se nos hurta en el “fuera de campo”. En el cine, en Shoah en particular, se debe ir más allá de lo presente, de lo visible, de lo continuo...; enfoque que traslada al análisis del género fantástico y su primado del phantasma. Por eso concluye el capítulo afirmando que “el cine de la ausencia es el único apto para reabrir el acceso a lo real”. Shoah constituiría su culminación: el documental se manifiesta como un viaje de más de nueve horas en el que nunca emerge físicamente lo nombrado mediante la voz del testigo. El acontecimiento excede de tal manera lo imagi-nable que no puede ser representado. No podemos estar allí a la manera propuesta, por ejemplo, en La lista de Schindler. 


Aborda a continuación la poética del exterminio que caracteriza a Shoah. Tras hacer compatibles el modo cinematográfico del documental con el relato ficcional, el autor del texto inscribe Shoah en el primero (al servicio de la verdad), pero también resalta la existencia de una suma de elementos ficcionales (subjetividad del testigo, sus gestos, la intención de hacer emerger el phantasma ausente...). De ahí que Lanzmann califique Shoah de “ficción de lo real”.

Documental con relato que, paradójicamente, parte de la nada: no se han conservado imágenes del acontecimiento (se eliminaron los cuerpos, también los documentos/testimonios); y, por decisión de Lanzmann, el gaseamiento se entiende irrepresentable. Un documental que se erige sobre lo que Sucasas denomina “poética del resto”, las reliquias que la Cosa nos dejó: testigos (pocos), lugares (sobre los que han pasado décadas). Con ellos Lanzmann da vida a lo sucedido, a los hechos, aun admitiendo, ya desde el inicio del proyecto, que ni estética ni éticamente pueda llegar a comprender-se. Esta se convierte en una de tantas aporías del filme: irrepresentabilidad/deseo de volver a la vida a las víctimas ausentes.

La eficacia del filme descansa en la orfebrería de su montaje. Discurre este por una puesta en escena temporal que conduce al fin anunciado desde su inicio, pero también con otro tiempo circular que golpea de manera repetida la visión del espectador. Tiempo de tragedia transitando caminos o a lomos de vías férreas (el tren circulando de forma obsesiva; progreso deshumanizado) siempre sintiendo la entrada al campo (la icónica entrada en Auschwitz). Todo se mueve en Shoah (eterno travelling), todo se muestra impávido (ojos que nos interrogan en los interminables planos fijos). Imágenes que permanentemente connotan al mostrarnos lo invisible. Secuencias sujetas a unos enlaces trabajados a lo largo de los cinco años de esfuerzo en el montaje.

La muy amplia parte final del texto la dedica a la pura creación del rodaje. Más allá de las reglas que barajan ese material inmenso mediante el montaje, Sucasas analiza el riguroso pensamiento de Lanzmann para conseguir una puesta en escena que literalmente haga hablar a los muertos. Des-taca los dos elementos fundantes: el testigo y su palabra, más el valor simbólico de los lugares. Su síntesis la realiza ya en las postrimerías del texto.


El testigo es la pieza fundamental: “solo él, que estuvo allí y ahora reside aquí, puede testimoniar en el mundo la experiencia de lo inmundo”. Figura que adquiere trascendencia a partir del juicio de Eichman y que muestra su hondura mayor en el filme de Lanzmann. Un testimonio diferente al que prestan habitualmente los que se ven sometidos a preguntas: son voces que, tras las resistencias iniciales que incluso les sumen en el silencio, son despojados de la máscara que esclerotiza su declaración para dar sonido a la voz de los muertos. Eso sí, Sucasas entiende que el mismo silencio “habla”, que el rostro es tanto o más expresivo cuando se resiste a la palabra. Cuando la máscara cae, las palabras del testigo pierden su condición de rememoración del pasado “para devenir su actualización”. De ahí la consideración repetida en muchas ocasiones del autor por destacar la idea de que el documental pierde su carácter de pura descripción del pasado para convertirse en el “acontecimiento” mismo. “La verdad velada ha de ser desvelada”. 

Por último, los lugares; el complemento de la palabra/silencio/gestuali-dad del testigo. A través de un recrearse en los espacios vacíos que favore-cen la aparición del espectro; de una labor de arqueología fílmica del pai-saje que nos permita oír la voz sofocada de las víctimas por tantos años de olvido. Síntesis de opuestos que nos recuerda la originalidad del proyecto cinematográfico de Lanzmann.

En fin, el texto se nos ofrece como el más diáfano por su escritura de cuantos ha escrito el autor. A lo largo de los años, ha extremado una precisión léxica que le acercaba al lector especializado; en Shoah. El campo fuera de campo, además del lector avezado en las letras filosóficas, un público más amplio podrá acercarse a un texto que, sin perder ninguna fuerza conceptual, allana las dificultades al discurrir por un tema tan universal como el cinematográfico. Eso sí, lejos del panorama cultural tan en boga del espectáculo; ni el documental ni su exégesis en las páginas de este libro se convertirán en “documento de barbarie”. Y si a la mayor transparencia léxica añadimos una vocación pedagógica producto de su tarea universitaria diaria, la labor se hará más liviana. Para ello, nada mejor que hojear las páginas dedicadas al índice: pura exhaustividad. El lector especializado encontrará asimismo una bibliografía extensa y minuciosa producto de una vasta cultura filosófica y cinematográfica.

Bajo la piel del texto discurre un tratado de estética que, a mi juicio, resulta pertinente. Es el “fuera de campo” que reserva para sí Sucasas, aunque en esta ocasión perfectamente explícito para que el lector no pueda dejar de valorar ninguna de sus conclusiones.

Finalmente, Sucasas no olvida algunas de las controversias que cruzan el documental, y lo hace con un ánimo crítico. Veamos algún ejemplo: la intromisión heroica del gueto de Varsovia en el final del filme, ¿convierte Shoah en un ejercicio más del sionismo tendente a una reapropiación de la violencia por parte del mundo judío ya ubicado en Israel? La negativa de Lanzmann a la más mínima representación con pretensiones de veracidad (solo nos es dado escuchar el eco de las víctimas en el rostro, en las palabras, en los lugares), ¿conlleva una sacralización de la poética de la ausencia? Más, ¿por qué apenas hay rostros de mujeres?

Si el lector ya conoce Shoah o si se le ha despertado la curiosidad de visualizar uno de los grandes documentales de la historia, este texto será la mano firme que le hará transitar cada uno de los caminos que el filme propone. Alberto Sucasas se convierte gracias a su escrito en ese Virgilio necesario para profundizar en una obra de arte mayor.





3.2.20

RESEÑA DE "SHOAH. EL CAMPO FUERA DE CAMPO", Alberto Sucasas, Shangrila, 2018




Reseña del libro Soah. El campo fuera de campo.
Cine y pensamiento en Claude Lanzmann,
Alberto Sucasas, Shangrila 2018, en Kaos en la red.
Por Iñaki Urdanibia

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Ante la magnitud del crimen, de la tragedia provocada por el nacionalsocialismo con su demencial y asesina puesta en marcha de lo que denominaban la solución final (Endlösung der Judenfrage), refiriéndose a acabar con los judíos (en especial, si bien la gama se ampliaba a otros indeseables), considerados parásitos y siempre dispuestos a urdir complots para destruir la patria de los arios, ha solido presentarse el problema de cómo expresar el horror y la producción sistemática de cadáveres, cual avanzada empresa industrial; así en el campo de la escritura no pocos, entre los supervivientes dispuestos a testimoniar, fueron quienes temieron que su verbo , literario, pudiese embellecer el terror vivido, tales dudas llevaron a la búsqueda del tono justo además de hacer que algunos dejaran pasar el tiempo antes de emprender su tarea. Sirvan estos ejemplos a modo de confirmación de la preocupación que señalo: «nos parecía imposible llenar la distancia que descubríamos entre el lenguaje del que disponíamos y esta experiencia que, para la mayor parte, estaba todavía presente en nuestro cuerpo. ¿Cómo resignarnos a no intentar explicar como habíamos venido de allá? Estábamos allá todavía. Y sin embargo era imposible. Apenas comenzábamos a contar, que nos quedábamos sin respiración. A nosotros mismos, lo que íbamos a decir, comenzaba en el mismo momento a parecernos inimaginable» (las cursivas son de Robert Antelme), en la misma onda decía, otro que sufrió los campos del gulag, Varlam Shalámov: «No son tampoco relatos, o mejor, trato de escribir no un relato, sino algo que no sea literatura. No una prosa documental, sino una prosa nacida de un sufrimiento, como un documento», o el mismo Primo Levi: «…cuando lo he escrito[ se refiere a Si esto es un hombre], hace casi ya cuarenta años, no tenía más que una idea en la cabeza, muy precisa, y no era desde luego hacer una obra literaria sino aportar mi testimonio», y podríamos seguir con el repaso. Pues bien, si en el terreno de la literatura se daba tal problema a la hora de expresar la verdad de los hechos y hallar el tono adecuado, desde las primeras imágenes, tomadas en la primavera de 1945, que mostraban esqueletos vivientes, deshechos humanos, cadáveres amontonados, los intentos por reflejar lo sucedido no cesaron en los años que siguieron al final de los campos nacionalsocialistas, en las décadas siguientes continuó el empeño por dar salida a expresiones directas, así en el décimo aniversario, en 1955, vio la luz Nuit et Brouillard de Alain Resnais, basándose en un texto de Jean Cayrol, y en los sesenta y setenta siguieron filmes de Jean Nemec, Zbynek Brynych, Konrad Wolf, Franz Beyer, Louis Malle, …y bastante otras películas que hicieron que el tema de los campos fuesen introduciéndose en el imaginario colectivo. Un papel esencial jugó la serie televisiva americana Holocaust (1978) con sus tics hollywoodienses , que dio una visión lacrimógena, consolidando dicho inexacto término para designar los hechos [ dicho sea al pasar: no le falta razón a Annette Wieviorka cuando en Auschwitz explicado a mi hija ( Plaza & Janés, 2001) dice «En Estados Unidos sólo utilizan la palabra “holocausto”. A mí no me gusta. Significa “sacrificio por el fuego” y puede dar pie a creer que los judíos se sacrificaron, o fueron sacrificados, a Dios»] En 1985, no obstante, se dio un vuelco en el terreno de la expresión cinematográfica con la obra de Claude Lanzmann con su testimonio filmado: Shoah. La cinta, nueve horas y cuarto de testimonios, fue un verdadero acontecimiento no solo cinematográfico sino también histórico y hasta lingüístico (diez años después del estreno del reportaje, el término Shoah fue admitido en la lengua francesa como modo de expresar la catástrofe). La tarea emprendida y filmada por Lanzmann consistió en entrevistar a supervivientes de la catástrofe: víctimas, verdugos y testigos. La palabra de los que habían sobrevivido tomaba el centro de la representación evitando los intentos de reproducir , por medio de montajes, el escenario del horror. A cámara abierta u oculta , el escritor, periodista, documentalista e intelectual francés da la palabra a los protagonistas –deportados de diferentes campos, miembros de los sonderkommandos, algunos antiguos SS, algún destacado negacionista, etc. con el fondo de algunos lugares significativos.

Ahora la valenciana Shangrila, publica un libro de Alberto Sucasas que resulta francamente esclarecedor e importante: «Shoah. El campo fuera del campo. Cine y pensamiento en Claude Lanzmann». El título resulta significativo en lo que hace a la innovadora empresa lanzmanniana, al dar presencia a la palabra frente a la irrepresentable imagen, situando los testimonios como modo de expresar lo sucedido fuera del campo, mas hablando de él por quienes de un modo u otro lo han vivido / padecido. Cruce de palabras que dan una visión poliédrica de los hechos y las interpretaciones de diferentes discursos. Indudablemente el modo de expresión adoptado conduce de manera ineludible a la reflexión y a la conmoción de quienes se enfrenten a las palabras, los gestos de los filmados.

En la obra, estudio serio y pormenorizado donde los haya, que despliega en amplio abanico se plantean los problemas de la expresión, de la imposibilidad ética, estética y de hecho, de reproducir en imágenes la realidad de lo sucedido, y en ese sentido nos vemos llevados a unas sabrosas derivas acerca del poder o incapacidades de la imagen, y el empleo realizado de la cámara por parte del realizador, nos enfrenta con el vacío de la puesta en escena, más allá de cualquier truculencia, en la desnudez de los testimonios que nos conducen al corazón de las relaciones de la palabra, la imagen y la verdad, y el consiguiente mecanismo estético que sirve para expresar el tema abordado.

Hasta los más mínimos (?) detalles son abordados en este ensayo en lo que hace a la elección calculada del título , frente a otras opciones del nombrar, por parte del cineasta ; la actualización del desastre pasado por medio de las palabras de los rostros parlantes y los cuerpos silentes, que hacen que pervivan los efectos de la tragedia al ser revividos por los testigos dando cabida a la rememoración a la anamnesis que hace que aquello planee más allá del tiempo de los hechos, y que los relatos penetren en los receptores que somos nosotros que nos sentimos conmovidos, al igual que el autor y su hijo Ángel, ante las escenas; acompañados del desasosiego de sentirse identificado con algunos de los rostros del horror, con cierto temor a convertirnos en cómplices o mostrar, vellis nolis, cierto carácter concesivo con algunas de las abominables declaraciones.

La obra nos hace visitar las elecciones tomadas por Lanzmann con el fin de evitar la presentación del asunto como si fuese algo normal, carente de la enorme gravedad que tuvo, huyendo del peligro de caer en alguna forma de escabroso morbo, opciones siempre abordadas en un entrelazamiento de la estética con la correspondiente ética, en una travesía de compromiso moral que entrega las palabras crudas y duras, sacadas algunas veces con el recurso al doloroso método socrático, más allá de cualquier forma de sublimación o embellecimiento…dando voz a la verdad, a las verdades, vividas y proclamadas por la senda del deber de memoria, como uno de los dispositivos más potente de cara a la no-repetición.

Una travesía, con las vías abiertas al horizonte de la sucursal del infierno, necesarias en la empresa cinematográfica y a la del seguimiento de Sucasas, que al tiempo que avanza en los análisis entrevera las imágenes y las voces y los diversos modos de interpretación ( los recursos a Gilles Deleuze, Jacques Derrida o Jean-François Lyotard son de un tino sobresaliente en lo referente a las imágenes-tiempo/ imagen-movimiento, al vivir-revivir, o al discurso/figura), cinematográficos, estéticos y filosóficos…que nos sitúan en una arqueología de los acontecimientos, de sus enfoques, y en una certera topología de los escenarios de la crueldad.

Entre el silencio y el grito, entre el lugar y el afuera, entre la presencia y la ausencia, entre el ver y el conocer… un recorrido tras la senda abierta por Claude Lanzmann que empuja a la reflexión y al modo otro de la expresión… hasta el deslumbre.

Concluiré señalando que la edición tiene numerosas fotografías del film estudiado, reproducidas con esmero, y una bibliografía final realmente destacable, sin obviar que el libro va mucho más allá que el análisis de la película, y de temas con el séptimo arte relacionados, para extenderse en la problemáticas de los campos.


10.7.19

RESEÑA DE "SHOAH. EL CAMPO FUERA DE CAMPO", de Alberto Sucasas en "Eu-Topías". Por Alberto Ruiz de Samaniego






Reseña publicada en Eu-topías, volumen 17, 2019

Por Alberto Ruiz de Samaniego


Shoah. El campo fuera de campo. Cine y pensamiento en Claude Lanzmann (Ed. Shangrila, Valencia, 2018) es el primer y —creemos— único estudio en profundidad que se ha realizado del gran film de Claude Lanzmann en español. Compone, en principio, un análisis muy detallado de dos aspectos que la propia película convoca y, en cierto modo, no deja de cuestionar. Por un lado, un asunto que no ha cesado de ser polémico aun en estos días: ¿cómo exponer un acontecimiento —el exterminio nazi de los judíos europeos— que desafía los poderes de la propia imagen, incluso la dimensión —ética, política, pero también estética, formal— del audiovisual contemporáneo? Por otro, una cuestión de raíz, si queremos, antropológica y, por tanto, inmemorial: ¿cómo se relaciona la imagen con lo real? ¿En qué consiste exactamente eso que llamamos representación? ¿Cuáles son sus efectos sobre el espectador? Se trata en este segundo caso, de nuevo, de un tema para nada menor donde se cruzan múltiples disciplinas: la política, otra vez, pero también la ética y la estética, al menos desde la preocupación aristotélica por la dimensión catártica de la tragedia o la propia ontología de la imagen que los diálogos platónicos hubieron de trazar. En este segundo aspecto, el libro de Alberto Sucasas es mucho más que un estudio de la obra de Lanzmann, en la medida en que propone, en una infatigable recapitulación de todos los grandes temas que conciernen al estatuto de la imagen (iconoclasia, presencia/ausencia, mortalidad, retrato, máscara, paisaje, gesto y palabra, individualidad y tipo, etc.) un verdadero tratado o compendio de estética sumamente rico y pormenorizado, muy detallado también en el aparato bibliográfico y, por cierto, last but not least, excepcionalmente escrito, con una escritura de una sobriedad clásica admirable.

Lo que, entre muchas otras cosas, el film Shoah evidencia es que los fantasmas del universo concentracionario sobreviven, no dejan de inquietar(nos). Que la esencia de lo que allí aconteció nunca se hará del todo presente y, tal vez por ello, que la supervivencia, la pervivencia, no termina nunca. Al igual que el tormento, que quizás es, a la vez, el alivio y la esperanza. El tormento, por ejemplo, de no alcanzar la esencia de lo que allí sucedió es el acoso de los fantasmas que perseguían a Claude Lanzmann, que ocupó prácticamente su vida en este empeño. Fantasmas. Ni vivos, pues, ni muertos: sobrevivientes: revenants. También nosotros, con las imágenes de Lanzmann, nos volvemos un poco como fantasmas, asediados por fantasmas, con la serie de riesgos que todo proceso de identificación comporta, tal como señala Alberto Sucasas. Sobre todo en un caso como el que aquí se trata, donde nada sería peor que alcanzar una suerte de reconciliación con el horror perpetrado. Pues es cierto que nunca se dejará someter «la irreductible escisión entre vivientes y exterminados». Nadie, desde luego puede testimoniar por el testigo.

Una de las cuestiones que Alberto Sucasas analiza con maestría en su libro es que Shoah —el film— quiere ser, precisamente, una encarnación. Sucede, entonces, como si traer a la «vida» a un fantasma pudiese acabar con esa su existencia retornante, con sus legados, con sus proyecciones persistentes, acosadoras, acusatorias. Porque consistiría, en definitiva, en acabar con su secreto y éste, el secreto, es el lugar de donde surge el movimiento de diseminación de la herencia y la supervivencia del legado. Con mucho detalle, con lucidez, Sucasas da cuenta de los modos con que Lanzmann intenta eludir toda esta espinosa cuestión, concentrada fundamentalmente en tres peligros: el de la banalización del mayor crimen, el de la proyección pseudo-identificadora y lo que, acaso, constituya su reverso: la —diríamos que satánica— satisfacción sádica; pues, como sabemos, de todo ha habido.

El autor de Shoah —el libro de Shangrila— lo ha visto muy bien: lo que define, en este sentido, la puesta en escena de Lanzmann es, esencialmente, un rigor extremo: «En lo inflexible de sus decisiones se vuelve manifiesta la indisociabilidad entre la dimensión estética del proyecto y su compromiso moral.» Es en esta juntura —que ha preocupado a la estética de Occidente desde sus orígenes— por donde buena parte del ensayo de Sucasas se despliega, analizando, por ejemplo, cómo Shoah deviene también una empresa de desacralización. De hecho, incluso podríamos encontrar paralelismos entre esta actitud y la propia exigencia filosófica, profana, racional, discursiva. Exigencia donde a la palabra se le pide aspirar a la transparencia, aun en medio de la opacidad más terrible. Una experiencia que —ahora en palabras de Lanzmann citadas por Sucasas— «restituye la palabra y la instaura allí donde nunca había sido tomada, donde no había podido serlo, rechazando todos los eufemismos, forzando los silencios en todos sus retiros para confrontarse con la más central de las interrogaciones: saber cómo se mató, estar lo más cerca posible del crimen, hacer que se diga todo, que se cuente todo, sin detener la cámara en el instante del dolor y retirarse de puntillas, como exigiría el buen tono».

Pero, también, conviene recordarlo, esa condición espectral, entre la vida y la muerte, define, justamente, como ha analizado también con pormenor Alberto Sucasas, lo que sea la imagen. La imagen casi en un sentido ontológico, en tanto que supervivencia: estructura original que no se deja derivar del todo ni de la vida, ni de la muerte; que se correspondería, más bien, con la forma misma de la experiencia y del deseo irrenunciable. «La vie est survie», dejó dicho Jacques Derrida en la última entrevista antes de su fallecimiento.

El secreto. Con esto es con lo que han de convivir tantos de los supervivientes de la Shoah. Es lo que se resiste al movimiento de reapropiación, ese deseo de determinar al otro o lo otro, por ejemplo, y dejarlo sentado y establecido de una vez y para siempre, si tal cosa fuera posible. Eso sería el fin de la fantasmal herencia, el entierro y la lápida colocados como trofeo en el interior del «hermeneuta». Así pues, el legado sobrevive al sustraerse en lo que no se puede manifestar, por mucho que Lanzmann se obsesione por conseguirlo: esta sobrevida le da su porvenir al no cerrar el trazo. La herencia, en suma, está siempre por venir. Nunca se cierra, como no lo hizo jamás el trabajo de Lanzmann, siempre en duelo —en ambos sentidos del término, como aflicción y como contienda— con este asunto crucial de nuestro tiempo. El propio Lanzmann se hizo consciente de ello, tal como acredita el ensayo de Sucasas: «el acto de transmitir —escribió Lanzmann— es lo único que importa y ninguna inteligibilidad, es decir, ningún saber verdadero preexiste a la transmisión. Es la transmisión lo que constituye el propio saber.»

Alberto Sucasas ha visto muy bien cómo todo el dispositivo de Shoah configura, en realidad, un esperar —y un preparar— el acontecimiento de esta revelación. Todo allí está dispuesto para abrirse a esa venida, abrir la venida, levantar las barreras, romper las (auto)defensas, para todo lo que venga. Esta sería la actitud de Lanzmann, como director, como analista, como gestor de la imagen. Es hacer lo que hay que hacer, hacer lo imposible. Incluso a veces, como ha constatado Sucasas, llegando a situaciones que lindan con la crueldad para con los testigos, las víctimas que testimonian del horror. Porque, si hay algo que detener, es aquello que impidiendo la venida pueda obstruir el por venir, traer nada más que la muerte, impedir la posibilidad de una llegada otra, cerrar la apertura afirmativa para la llegada de (lo) otro. Es decir: cerrar la experiencia misma, que, como ha sugerido también Derrida, es siempre la experiencia de(l) otro. No podemos olvidar, en este punto, que la trayectoria investigadora de Alberto Sucasas, profesor de estética en la Universidad de La Coruña, está marcada por el estudio del pensamiento judío contemporáneo, especialmente de un autor que impregna buena parte de la reflexión de Jacques Derrida, el lituano Emmanuel Lévinas.

Así pues, el acontecimiento: es decir, lo que viene, adviene, sobreviene. Está desde luego ligado con ese «Ven» del que Derrida ha hablado tantas veces. Más que ligado; ya que, en realidad, el evento, el acontecimiento del «Ven», precede y abre la venida, el evento del acontecimiento. Por consiguiente: para que algo pase, para que haya evento, historia, es preciso que un «Ven» se dirija al otro, a lo incalculable, a lo improgramable, a lo imprevisible, a la venida de ese otro. He aquí lo que trata de realizar Shoah, lo que se opera en el film. Todo esto está relacionado, por ejemplo, con el motivo del camino, que recorre como una escena arquetípica la construcción fílmica de Lanzmann, según ha notado Sucasas. Como el propio autor sugiere, su máxima expresión está ligada al travelling frontal que interminablemente avanza hacia un destino nunca alcanzado: «define también —señala Sucasas—, meta-cinematográficamente, el sentido de una obra cuya elaboración consistió en un elaborado abrirse camino».

Este abrirse camino ha de ser puesto en relación, asimismo, con un principio radical de escucha, y de rememoración —y reverberación— de todas las voces que Auschwitz guarda y convoca. Dice el escritor Paul Celan, en un conocido poema: «no leas - ¡mira!/no mires - ¡vete!» Son palabras que —nos recuerda Sucasas— habría que vincular con algunas declaraciones de Lanzmann en relación con los lugares del acontecimiento concentracionario. Por ejemplo: «Me parece que supe hace mucho que las voces son imágenes. Y que las imágenes son voces. Es imposible separar en Shoah lo que pertenece a la imagen y lo que pertenece al sonido.» Como sugiere Sucasas, ninguno de ambos medios, al cabo, ni el visual ni el verbal, puede aspirar al monopolio del sentido, no solo porque «cada uno es incapaz de realizar lo que el otro ejecuta» sino, también, porque es únicamente en ese circuito entre mirada y voz, o entre sonido e imagen, donde se hace posible la instauración —siempre precaria y como en promesa o inminencia permanente— de lo que entendemos, justamente, por sentido. Sucasas recuerda unas muy hermosas declaraciones de Gilles Deleuze, pertenecientes a La imagen-tiempo, que podrían condensar perfectamente lo que el film de Lanzmann pone en evidencia, con una persistencia casi metodológica: «Hay que mantener a la vez que la palabra crea el acontecimiento, lo alza, y que el acontecimiento silencioso está cubierto por la tierra. El acontecimiento es siempre la resistencia, entre lo que el acto de habla arranca y lo que la tierra sepulta. Es un ciclo del cielo y de la tierra, de la luz exterior y del fuego subterráneo, y más aún de lo sonoro y lo visual, que no rehace jamás un todo, sino que constituye cada vez la disyunción de las dos imágenes al mismo tiempo que su nuevo tipo de relación, una relación de inconmensurabilidad muy precisa, no una ausencia de relación.»

En este punto problemático y exacto, en la escisión y el cruce entre el discurso (de lo) visible y el de lo secreto o reprimido, es donde se suceden algunos de los momentos más incisivos del escrito de Alberto Sucasas. De hecho, el ensayo que Shangrila publica ha destacado convenientemente cómo la palabra y la vista están en Shoah siempre en movimiento. Vista, pues, pero, diríamos, en vista, en vista siempre de un movimiento. Vista asociada a un movimiento. Como si se tratase de ir hacia la llamada de esos ojos que han visto más de lo que hay que ver. Ojos, diríamos otra vez con Celan, ciegos ahora al mundo. Ojos que la palabra sumerge hasta la ceguera y que miran en el conjunto de las fisuras del morir.

Así, casi al final del libro, el autor rescata convenientemente algunos versos del poeta de Amapola y memoria, para ver ellos el sentido último de la estética lanzmanniana. Con Celan, Alberto Sucasas sugiere, en efecto, que el trabajo del negativo —de la ausencia, de la muerte— en la mirada puede, en definitiva, devolver la plenitud de la presencia, de la vida:

«Mira alrededor:
Mira cómo en torno todo deviene vivo –
¡Por la muerte! ¡Vivo!
Verdad dice quien sombra dice.»

En este imperativo se halla el gesto crucial, inextricablemente ético y estético, político y moral, antropológico e inmemorial que Shoa encierra, y que este ensayo de Alberto Sucasas ha conseguido transmitir con verdadera certeza, y con todas las consecuencias que abarca, que no son pocas. Al cabo, ya lo sabemos, es la transmisión lo que constituye el propio saber.



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8.12.18

y X. "SHOAH. EL CAMPO FUERA DE CAMPO. CINE Y PENSAMIENTO EN CLAUDE LANZMANN, Alberto Sucasas, Shangrila 2018




Shoah



Conocido desde antiguo, pero en general subestimado, el papel del receptor ha cobrado extraordinaria importancia en la estética contemporánea. Su expresión mayor, aunque en modo alguno única, viene dada por la llamada Estética de la recepción: los representantes de la Escuela de Constanza (Hans Robert Jauss y Wolfang Iser, ante todo) han sabido dar expresión, desde los estudios literarios, a una preocupación central de la conciencia artística de nuestro tiempo. No cabe entender la obra como entidad autosuficiente, cerrada sobre sí, pues la precede un antes, el de su creación a cargo del artista, y la prolonga un después, el de su acogida a cargo del receptor. Solo en esta alcanza su consumación el hecho estético, pues únicamente en el trabajo del receptor –en absoluto pasivo; la recepción es de suyo actividad, proceso de lectura– alcanzan cumplimiento las potencialidades de sentido presentes en la obra artística. A esa novedosa convicción habrá contribuido la presencia de las vanguardias, dado que, objeto inicial de rechazo por un público fiel a las formas tradicionales de representación, hubieron de acometer una doble tarea: por un lado, como resulta obvio, elaborar sus propuestas; pero también, por otro, formar un público, de entrada inexistente, apto para acogerlas. 

Aplicada a Shoah, la problemática de su recepción atañe a dos planos. Por una parte, la respuesta crítica que ha generado; lo novedoso de la propuesta, y también las dotes como polemista de su creador, han provocado, junto a una admiración y reconocimiento casi unánimes, sonoras polémicas. En ellas se implicaron algunos de los nombres más sobresalientes de la escena intelectual francesa, como Semprún o Godard, obteniendo respuesta directa (Lanzmann) o a través de persona interpuesta (Wajcman, devenido portavoz del cineasta). Nos centraremos en una de esas querellas, en razón de su alcance teórico: la que enfrentó a Georges Didi-Huberman y Gérard Wajcman. Pero, con mayor relevancia incluso, figura la cuestión de la recepción de Shoah por parte de los espectadores en general; el axioma sobre el papel decisivo del receptor adquiere una significación especial con Shoah, tanto en la dimensión estética como en la ético-política.


POLÉMICAS

Si “la memoria moderna nace de una intensa conciencia de las representaciones en conflicto del pasado y del esfuerzo de cada grupo por hacer valer su versión propia del pasado”598, esa conflictividad alcanza enormes proporciones cuando lo que está en juego es el recuerdo de la barbarie contemporánea, y muy en particular del genocidio nazi. Cabría establecer, a ese respecto, una periodización en tres etapas: en un primer momento, los tres lustros inmediatamente posteriores al fin de la II Guerra Mundial, el exterminio judío entró en una fase de latencia; el proceso Eichmann supuso un punto de inflexión, a partir del cual el testimonio y sus elaboraciones alcanzan una proliferación inaudita; en los últimos quince o veinte años, esa tendencia, sin en absoluto desaparecer, coexiste con una conciencia crítica, resuelta a condenar lo que de excesivo pueda darse en esa cultura de la memoria. Mucho habrá tenido que ver en ese giro reciente el efecto conjunto de la banalización mediática (a cargo, sobre todo, de la industria cinematográfica) y la instrumentalización propagandística (protagonizada por el sionismo, israelí y extra-israelí) del acontecimiento. Esa mutación de la sensibilidad, alegando cansancio o denunciando los efectos de un cultivo obsesivo del recuerdo, promueve un distanciamiento crítico, más atento a desactivar los efectos sacralizantes que a preservar la memoria del exterminio. Diríase que, en un efecto pendular, abundan, de manera creciente, los síntomas de que se vuelve a cierta amnesia inducida. Está fuera de discusión la existencia de una “industria del Holocausto”, pues nada parece poder sustraerse a las garras del interés capitalista y la industria cultural. Pero eso no justifica la conveniencia, como terapia, del olvido: no es seguro que la renuncia a recordar, por mucho que la mueva una legítima voluntad crítica (política y cultural), no acabe sirviendo a la banalización que pretendía evitar. La alternativa (o sobre-representación mediática, o ausencia de representación –olvido, silencio, amnesia–) puede estar mal planteada. De la combinación de un hiper-criticismo apocalíptico (en el sentido de Eco) y una oposición irreductible a toda “sacralización de la Shoah” bien pueden resultar efectos afines, aunque lo sean involuntariamente, al designio de los victimarios [...]

(En este fragmento del libro no se ha incluido las llamadas de las notas y sus correspondientes textos)







   



6.12.18

IX. "SHOAH. EL CAMPO FUERA DE CAMPO. CINE Y PENSAMIENTO EN CLAUDE LANZMANN, Alberto Sucasas, Shangrila 2018




Shoah


En Shoah coexisten cuatro antítesis (lo visible y lo invisible; el presente y el pasado; lo visible y lo enunciable; la representación audiovisual y la Cosa) y dos elementos (rostros y lugares). Contra lo que esa formulación, tajante en el trazado de sus distinciones conceptuales, pudiera sugerir, las interferencias y préstamos entre esos factores son múltiples, de suerte tal que la construcción cinematográfica vive, a la vez, de su contraposición y de su superposición. Por una parte, las cuatro antítesis distribuirían sus elementos en dos conjuntos (visible-presente-representable audiovisualmente e invisible-pasado-enunciable-Cosa), con lo que, en el fondo, podrían unificarse en una sola, la última de ellas: el filme opondría su propia realidad como hecho cinematográfico (representación audiovisual) a la inaprehensibilidad, en sentido estricto, del referente (la Cosa, jamás vista ni oída, aunque sí presente en tanto que objeto de enunciación). Pero tal dicotomía presencia/ausencia ni es fiel a la ambigüedad inherente a la imagen (su ontología obliga a reconocer una tensión entre ambos motivos, pero, a la par, evidencia su irreductible complicidad), ni respeta el propósito último del filme de Lanzmann, que aspira a transmutar la forma más extrema de ausencia en apoteosis de la presencia. Por otra parte, si atendemos a los dos elementos, es obligado reconocer que, para dar cuenta de su función fílmica, hay que problematizar la partición dual que las cuatro series proponen. En efecto, el rostro, que en principio pertenece al orden de lo visible, no es ajeno a la invisibilidad (voz en off del testigo); tampoco el lugar, a menudo objeto de enunciación sin que comparezca como imagen. Además, rostro y paisaje, representan un punto de encuentro entre presencia denotada (ambos resultan visibles y su tiempo es el presente) y ausencia connotada (tanto uno como otro remiten a la Cosa invisible y pretérita). Por lo demás, el papel de la sonoridad (palabras; ruido; música) introduce una variable que incrementa la complejidad estructural: el rostro habla, pero también calla; en general silencioso, el lugar también puede revelarse audible.

Baste lo anterior para ofrecer un atisbo de la complejidad y sobredeterminación estructurales de Shoah; también para flexibilizar la rigidez de los binomios categoriales convocados a elucidar esa intrincada estructura. Nuestro enfoque de lectura consistirá en revisitar dos parejas conceptuales (rostros/lugares; sonidos/imágenes), ampliamente interrelacionadas, para detectar en ellas, junto al momento disyuntivo, el trabajo de la síntesis. La película contiene, en tanto que obra maestra de la cinematografía, un tratamiento específico de ambas dualidades; ofrece, en esencia, una magna síntesis audiovisual.


PALABRA E IMAGEN

Abordando el modo en que un filme concreto, el de Lanzmann, configura en su montaje rostros y lugares, representaciones verbales y representaciones icónicas, no puede perderse de vista que esas distinciones trabajan desde dentro la creación cinematográfica en general, a la vez que constituyen determinaciones fundamentales de la condición humana. En esta sección, indagaremos ese complejo según una progresión que a partir del análisis de Shoah, y pasando por la antropología fundamental, desemboque en la teoría del cine.


Rostros y lugares

Rostros y lugares: el filme nace, y vive, del agudo contraste entre vida y belleza del paisaje filmado, por un lado, y relato o discurso sobre la muerte masiva, por otro. La heterogeneidad entre esos dos ámbitos, también entre lo icónico y lo verbal, parece ser ley inexorable. Doble heterogeneidad: entre primeros planos de los testigos y planos generales del territorio; entre imagen y palabra. Reinan ahí una disparidad e incomunicación en apariencia insuperables. De seguir la taxonomía deleuziana, Shoah sería un filme bipolar: ausente la imagen-acción, inexistente en una propuesta estética donde sujeto y mundo viven en permanente desencuentro, se compondría de imágenes-afección (rostros) e imágenes-percepción (lugares), de fisiognómica y paisajística. De hecho, la puesta en escena opta por mantener una separación estricta entre las dos clases de planos; renuncia, en consecuencia, a cualquier recurso cinematográfico (dos serían los principales: sobreimpresión y fundido encadenado) que indujese a su fusión icónica, configurando, aunque fuese efímeramente, una unidad fílmica indistinta. Inhibiendo esa tentación, Lanzmann reivindica una yuxtaposición rigurosa, ajena a cualquier mezcla o contacto. Cartesianismo fílmico: conciencia y mundo, res cogitans y res extensa, coexisten sin zonas de intersección, sin puntos de encuentro [...]

(En este fragmento del libro no se ha incluido las llamadas de las notas y sus correspondientes textos)







   



4.12.18

VIII. "SHOAH. EL CAMPO FUERA DE CAMPO. CINE Y PENSAMIENTO EN CLAUDE LANZMANN, Alberto Sucasas, Shangrila 2018




Shoah



Shoah únicamente reconocería un objetivo como obra fílmica: restituir la verdad de la Cosa, es decir, del exterminio millonario de judíos mediante el gas. En su integridad, el trabajo del cineasta estaría al servicio de esa meta: establecer el qué de lo acontecido. Pero para ello no bastó la comparecencia de sus protagonistas vivos (tres clases de testigos: víctimas, victimarios y espectadores). Aunque el plan inicial solo contemplaba la filmación de testimonios (rostros parlantes… y silentes), su progresiva ejecución puso de manifiesto la imperiosa necesidad de plasmar, cinematográficamente, el escenario de la masacre, la localización de lo acontecido. De ahí la dualidad de rostros y lugares, cuya expresión estética se traduce en la alternancia, a lo largo del metraje, de primeros planos y planos generales, fijos o con movimiento de cámara (zoom; panorámicas; travelings). (Binomio cinematográfico que rememora y transforma dos géneros pictóricos, el retrato y el paisaje.) Lanzmann responde a la pregunta por el qué de manera doble: quién y dónde.

No estamos exclusivamente ante un cine del rostro; Shoah propone, asimismo, una cinematografía de los lugares. No solo una fisiognómica; siendo esta imprescindible, ha de completarla una topografía. Su intención en modo alguno consiste en representar, con voluntad estetizante, los paisajes polacos; el propósito es muy distinto: se trata de transformar el lugar del horror, tal y como hoy (en el presente de la filmación) se ofrece ante la cámara, en monumento, a la vez documento histórico y estela funeraria. Shoah: la monumentalización del lugar.

Pero la experiencia del lugar que el filme proporciona al espectador es trasunto de una experiencia de su creador. También Lanzmann experimentó esa primera vez que obsesivamente reclama de sus testigos: el montaje audiovisual remite a una matriz biográfica, la conmoción provocada por el viaje inicial a Polonia. Allí, en contacto con los lugares donde el genocidio fue perpetrado, lo hasta entonces meramente sabido da paso, sobrecogido el espectador, a la visibilidad del referente. La toponimia de la red concentracionaria deviene ahora realidad visible y tangible: esa metamorfosis del lugar nombrado en lugar percibido provocó una redefinición del proyecto general.

El análisis del retrato puso de manifiesto cómo toda obra pictórica, incluso cuando de ella está por entero ausente la figura humana, contiene implícitamente la mirada fundacional del artista, a su vez identificada con el punto de vista del contemplador. Mediando el artilugio técnico de la cámara, esa situación se reproduce en el ámbito cinematográfico: la mirada del cineasta predetermina la del espectador. Verdad general del cinematógrafo ampliamente confirmada por Shoah: el propósito de Lanzmann es que, en la retina del espectador, reviva la mirada que él mismo experimentó en su encuentro, más bien shock, inaugural con los lugares polacos. Con un añadido esencial: ambas miradas, del cineasta y del espectador, se enfrentan a algo visible que arrastra consigo, en su patencia, una dimensión espectral, invisible pero pese a ello presente. Lograr que lo invisible –mirada de los muertos– resurja, espectralmente, del espectáculo de lo visible. Que el lugar contemplado pueda devolver la mirada de los exterminados.


EPIFANÍA DEL LUGAR

La revelación polaca

Insistamos en ello: el rodaje en tierras polacas no estaba incluido en el plan inicial; Lanzmann incluso abrigaba una firme resolución de no emprender el viaje. Sin embargo, en un determinado momento, se le impone la necesidad, acuciante, de realizarlo, visitando los lugares del exterminio. Le guiaba la expectativa de una doble presencia, rostros y parajes polacos; o sea, una comunidad que fue, in situ, contemporánea de los hechos. Cuando llegue allí, lo experimentado desbordará cualquier previsión. Ante sus ojos pasmados, tuvo lugar una genuina revelación, una epifanía topográfica.

En un primer momento, el recorrido por la superficie nevada del campo de Treblinka no despertó una emoción intensa en Lanzmann, como si la gelidez del ambiente contagiase su espíritu. Sin embargo, todo cambia cuando, regresando en coche, se topa con el cartel, letras negras sobre fondo claro, que indica: TREBLINKA. (Escena primordial cuyo trasunto en el filme será la llegada de Gawkowski, conduciendo la locomotora, a la estación: el plano muestra, contiguo a su rostro, el letrero.) Entonces tuvo lugar una transformación interior del cineasta, una auténtica metanoia: lo que hasta ese instante había sido la Cosa –un acontecimiento histórico que, a sus ojos, aparecía nimbado de irrealidad, como si no tuviese cabida en ningún espacio-tiempo humano– cesa y, en su lugar, se impone, con la evidencia física de lo percibido, que allí había acaecido, que ese era el lugar de la Cosa. Se da en esa escena biográfica un notable parentesco con el episodio bíblico de la teofanía sinaítica; con dos diferencias: lo aquí revelado no es el Absoluto del Bien, sino el Mal radical; mientras que en la experiencia mosaica el paraje montañoso, acogiendo la epifanía, no forma estrictamente parte de ella, en la estación ferroviaria el espacio mismo es contenido principal de la vivencia [...]

(En este fragmento del libro no se ha incluido las llamadas de las notas y sus correspondientes textos)