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25.2.22

IX. "LA BRUJA. UNA FIGURA FASCINANTE. ANÁLISIS DE SUS REPRESENTACIONES EN LA HISTORIA Y EL ARTE CONTEMPORÁNEOS", Monserrat Hormigos Vaquero / Carlos A. Cuéllar Alejandro (coords.), Valencia: Shangrila 2022




¿QUIÉN ES LA MÁS MALVADA DEL REINO?
La bruja en la casa Disney

TERESA LLÁCER VIEL


Maléfica



Introducción

Cuando la manzana ha mordido ella,
mi venganza será un hecho. 
La sangre se le congelará en el pecho
y yo seré en este reino, la más bella.
La madrastra de Blancanieves


Una vieja de aspecto desagradable y nariz aguileña culminada por una manifiesta verruga, lacios cabellos encanecidos, envuelta en un manto negro cual personificación de la Muerte, ofrece con sus dedos nudosos coronados con largas uñas, una brillante y apetitosa manzana escarlata a Blancanieves. Si bien es cierto que durante el resto del metraje de Walt Disney se ha podido contemplar a una reina de extraordinaria belleza que hunde sus ansias de eterna juventud en una superficie especular, es igualmente cierto que nunca será esta segunda imagen la que evocará nuestra memoria al recordar a “la Bruja del cuento”, sino la primera: avejentada y tétrica. (1)

1. Las acepciones de “Bruja”, “Hechicera” o “Maga” no tienen unas delimitaciones de significado muy claras. Es por ello por lo que se emplearán indistintamente a lo largo del presente estudio. Véase: GALLARDO, C. “Espejo de Brujas: mujeres transgresoras a través de la historia” en Espejo de Brujas: mujeres transgresoras a través de la historia (coord. ZAMORA CALVO, M; ORTIZ, A.), Madrid: Abada editores, 2012, pp.65-82.

Es presumible que, a lo largo de toda una vida, el imaginario Disney se haya colado incluso para ofrecer lo que sería para el espectador la primera imagen de una Bruja. La reina Grimhilde con sus penetrantes ojos verdes, Maléfica y su cornudo tocado negro o Úrsula y sus serpenteantes tentáculos, han marcado generaciones que no pueden evitar evocar las imágenes de la factoría en cuanto a relatos clásicos se refiere. Sin embargo, Disney ha elaborado metrajes de animación durante noventa años, por lo que una serie de cuestiones afloran a la hora de plantearse qué ocurre con la figura de la Bruja a lo largo de su prolífica producción: ¿Tienen entre ellas algún denominador común? ¿Ha existido algún tipo de desarrollo a lo largo de las décadas entre este tipo de antagonistas? ¿Se ha adaptado la productora a los tiempos modernos a la hora de diseñar a sus Brujas?
 
Sea como fuere, no es posible hablar de una evolución en ninguno de los casos, ya polémico dentro de la historiografía del Arte, de las variantes de Bruja que la casa Disney presenta a lo largo de toda su producción cinematográfica. Si bien al principio encontramos ejemplos revestidos de clasicismo, como el de la reina Grimhilde en Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarfs, David Hand, Wilfred Jackson, Perce Pearce, Ben Sharpsteen, Bill Cottrell, Larry Morey, 1937), en el año 1963 es posible contar con el ejemplo de Madam Mim en Merlín el encantador (The Sword in the Stone, Wolfgang Reitherman, 1963), donde es cierto que la Bruja se presenta a sí misma como un ser de rasgos psicópatas debido a su carente empatía pero que, a la vez, queda justificado por su propia demencia. Incluso, en algunas de las supuestas últimas Brujas que Disney ha creado para sus películas, ni siquiera es posible concebir al estereotipo de Hechicera o Bruja del cuento, ni siquiera la dama folclórica que podría asociarse a ella. En Enredados (Tangled, Byron Howard, Nathan Greno, 2010), el personaje de Gothel aparece totalmente desprovisto del interés (o repulsión) de las primeras antagonistas y tampoco aprovecha los encantos de las Brujas blancas, dejando una sensación de completa indiferencia en el espectador.

Es por ello por lo que el presente texto pretende abordar la influencia que ha tenido la representación de la Bruja en la construcción del imaginario colectivo a través de las películas de la productora Disney, desde las malvadas de Blancanieves o La Bella Durmiente (The Sleeping Beauty, Clyde Geronimi, 1959), hasta las buenas como la de La Bruja novata (Bedknobs and Broomsticks, Robert Stevenson, 1971). Existe otro tipo de incursiones en forma de Hechiceras que emplean su magia con un fin aleccionador como la Hechicera que lanza el terrible encantamiento al déspota príncipe en La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, Kirk Wise, Gary Trousdale, 1991) o La Bruja de Indomable (Brave, Brenda Chapman, Mark Andrews, 2012) pero, debido a su anecdótico paso por los metrajes, no se desarrollan en este estudio. 


Del cuento a la gran pantalla

Antes de adentrarse en la figura de los personajes antagonistas por excelencia de la productora Disney, resulta interesante detenerse un momento a sondear, aunque sea superficialmente, el origen de la Bruja a nivel folclórico y literario, donde subyacen las fuentes que han creado este ser de misterio y poder. 

Es sabido que la figura de la Bruja encarna lo oculto, lo engañoso, lo nocturno, lo tramposo, lo críptico, lo tentador y lo ilusorio. Sin embargo, como se ha dicho en la introducción de este capítulo, si hay una imagen en concreto que surge cuando se piensa en la figura de la Bruja, es la de la vieja ajada. Los autores de antaño han preferido evocar el perfil de una mujer avejentada, con algún tipo de tara física o desviación mental, viviendo al margen de la civilización, esto es, en el bosque o en el páramo, en contacto con la naturaleza, y que es capaz de practicar la magia mediante un pacto con el Maligno. Sin embargo, es menester traer a colación las palabras extraídas de la obra La Bruja de Michelet, pues no siempre fue así: 

No la juzguéis por la literatura grosera de los cuentos de Navidad, ni por las fábulas, ni por la risa imbécil y la licencia de los cuentos indecentes, que se harán más tarde. Ella está sola, no tiene vecinos. La malsana vida de las pequeñas ciudades negras, cerradas, del espionaje mutuo, del miserable peligroso comadreo todavía no ha empezado. Tampoco existe todavía la celestina que venga al anochecer para tentar a la joven, diciéndole que alguien muere de amor por ella. La mujer no tiene más amiga que sus sueños, y no habla más que con sus animales o los árboles del bosque. (2)

2. MICHELET, J., La Bruja, Madrid: Akal, 2004, p.65.

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24.2.22

VIII. "LA BRUJA. UNA FIGURA FASCINANTE. ANÁLISIS DE SUS REPRESENTACIONES EN LA HISTORIA Y EL ARTE CONTEMPORÁNEOS", Monserrat Hormigos Vaquero / Carlos A. Cuéllar Alejandro (coords.), Valencia: Shangrila 2022




HACIA LA CONSTELACIÓN DE HÉRCULES.
Artistas-Brujas de las Historias del arte en España

MERY CUESTA Y TANIA PARDO


Ángeles Santos, La tertulia, 1929



La constelación de Hércules es una de las más grandes y extensas de nuestra panorámica celeste, y sin embargo, a día de hoy, sigue siendo una de las menos estudiadas y, por tanto, casi desconocida. De la misma manera que se está empezando a atisbar y a analizar con más interés este colosal cúmulo de estrellas, muchas investigadoras del arte, cual astrónomas, estamos empezando a desentrañar el gran enigma cósmico de las mujeres artistas que han sido sobreseídas en las historias del arte. Si nos remitimos en concreto a la constelación de Hércules para activar esta metáfora, es porque– como veremos al final del texto –fue la gran artista Maruja Mallo, sibila y visionaria, quien nos regaló la pista, y por ello tiene un lugar destacado en nuestra disertación. El presente artículo tiene dos objetivos; el primero de ellos, conectar esencialmente el concepto de bruja con la vida y la obra de algunas mujeres artistas, en un intento por despojar de la figura de la bruja sus tradicionales asociaciones malignas, y entenderla –por el contrario– como una fuerza femenina transformadora a través de la experiencia y la sabiduría. Quedándonos con la esencia incorpórea de lo que es la bruja, subrayamos la relevancia del pensamiento mágico en el mismo origen de la práctica artística. En segundo lugar, nuestro texto se aproxima a algunas mujeres que forman parte de una constelación de artistas-bruja. Estas mujeres que unas veces fueron amigas y otras simplemente se rozaron, compartieron inquietudes o se reconocieron en el contexto del pensamiento de vanguardia en España.

La bruja que rasga el velo 

Para entender el tipo de noción sobre la bruja que ampara esta disertación, nos remitimos a una concepción arcaica de la misma, previa al desarrollo del repertorio visual que caracteriza la bruja como estereotipo. Nos referimos pues, a una bruja desencarnada, esto es, sin cuerpo, que –tal y como se tiene conocimiento en las comunidades pirenaicas– no es una entidad humana, sino “un ser sobrenatural que puebla el imaginario nocturno”, según explica la experta en brujas del Pirineo y etnobotánica, Julia Carreras. Este ser sobrenatural hace de mediadora entre los reinos de lo visible e invisible: “Las brujas se originaron históricamente como espíritus nocturnos que carecían o efectivamente abandonaban una dimensión física y caminaban bajo la forma del Otro con otros espíritus, interactuaban con el otro mundo”, concluye Carreras en su blog Occvlta (2018), una de las fuentes que aborda la figura de la bruja primitiva más populares en la actualidad. 

Las cazas de brujas que tienen lugar en los siglos XV y XVI en Europa fueron, primero de todo, cruzadas eclesiásticas contra sectas heréticas, y en esta pesca de arrastre se incluyó también a mujeres que, en muchos casos, adoptaban roles para la comunidad tales como la hechicería, la cura con hierbas o la adivinación. He aquí el momento de la somatización de esa fuerza sobrenatural e invisible que era la bruja primitiva en el cuerpo carnal de la mujer como bruja moderna. Así tomaría forma lo evanescente, adquiriendo atributos progresivamente y forjando estereotipos a base de túnicas negras, escobas voladoras, gorros puntiagudos e incluso verrugas en la nariz.
 
Pero retrocedamos y retomemos el concepto primigenio de bruja como símbolo de comunión con la otredad, como entidad transgresora que media entre dos tipos de esferas y como atentado contra el orden simbólico establecido. La bruja sería, por tanto, aquella que rasga el velo, evocando con estas palabras a la “Isis sin velo” de la ocultista y teósofa Helena Blavatsky. Transitar el camino de la bruja, en esencia, implicaría un ejercicio imprescindible de pérdida y transformación personal, la absorción de saberes, la entrega a la causa de la sabiduría, y el compromiso con una vida en comunión con lo no visible. Adoptar un rol de bruja en un momento dado podría comportar, por poner un ejemplo, la investigación en profundidad del mundo de las plantas y sus propiedades, entendiendo estas como espíritus fecundos que tienen algo que ofrecernos; en nuestro “papel de brujas”, seríamos investigadoras aplicadas del mensaje que estos entes revelan y transmisoras comprometidas del mismo, entregadas a la causa de la conexión entre esos espíritus y la esfera de lo tangible. El vínculo intrínseco de la bruja con la naturaleza se asemeja a la imbricación profunda que algunas artistas de las historias del arte (1) han mostrado, tales como Ana Mendieta, Fina Miralles o Maruja Mallo. En cualquier caso, ellas o nosotras podemos transitar por el camino de las brujas, pero no seríamos brujas, puesto que insistimos en este texto en no despegarnos de la concepción primigenia de la bruja como fuerza sobrenatural desencarnada. Transitar este camino exige la consagración de la vida de una a su recorrido: es un camino de iluminación en el que quemamos y reconstruimos nuestro yo. La actividad artística ha supuesto este ‘camino de las brujas’ para algunas mujeres.

1. ‘Historias del arte’ en vez de Historia del arte, es una expresión que desciende del pensamiento feminista de Griselda Pollock y que emplearemos a lo largo del texto para referirnos a ese constructo comúnmente llamado Historia con la voluntad de ampliarlo incluyendo intencionalmente aquellas figuras y relatos que han sido silenciados o ninguneados por cuestiones de raza, economía o género.

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