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8.5.25

DOS RESEÑAS DE "LALY SOLDEVILA. UNA BIOGRAFÍA ARTÍSTICA", Gabriel Porras, Shangrila



Reseña de Laly Soldevila. Una biografía artística
de Gabriel Porras, en Aisge. Por Antonio Rojas


Reseña de Laly Soldevila. Una biografía artística
de Gabriel Porras, en Vanity Fair. Por Alex Ander





Leer




2.10.24

II. "LALY SOLDEVILA. UNA BIOGRAFÍA ARTÍSTICA", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2024

 

PREFACIO


Laly Soldevila en las páginas de Blanco y negro (6 de febrero de 1960). Foto: Enrique Ribas


A los cuarenta y cinco años de su fallecimiento, la actriz Laly Soldevila continúa presente en el recuerdo de sucesivas generaciones de españoles, incluidos muchos nacidos tiempo después. Cierto es que la frecuente emisión por las diversas cadenas de televisión de películas en las que aparece, casi siempre, se debe reconocer, las menos importantes cinematográfica y artísticamente hablando, contribuye a que su figura, su rostro, su voz, sigan manteniéndose en ese imaginario común.

Laly Soldevila no pasa desapercibida, esencialmente por las decenas de personajes de comedia —o francamente cómicos— a los que ha dado vida a lo largo de una filmografía que supera los cien títulos; su peculiar modo de interpretar, su forma de decir y la eficaz utilización de los recursos expresivos a través del rostro y la mirada, además de las inflexiones de voz tan características que la han singularizado desde siempre, lograron crear un personaje capaz de reencarnarse en otros muchos, haciéndolos creíbles sin por ello dejar de ser ella, Laly, el arquetipo de intérprete que no puede ser comparado con ningún otro.

Ahora bien, esa imagen ha sido y de alguna forma sigue siendo, la que durante tanto tiempo consiguió mantenerla encasillada dentro del tipo que ella misma creó. Tanto en cine como en televisión, con contadas excepciones, ha sido el modelo inalterado, pese a los grandes trabajos interpretativos realizados en ambos medios, asociado siempre con la actriz cómica en forma de incontables chicas de servicio, muchachas tímidas y apocadas, madres de familia en clave de comedia y otros personajes varios en los que solamente cambia el rol, pero nunca el tipo. Todo lo contrario de lo que aconteció casi siempre en su trabajo teatral, que fue, no lo olvidemos, la auténtica vocación de Eulalia Soldevila Vall, aquella chica surgida de la burguesía barcelonesa más genuina que dejó sus estudios universitarios para dedicarse al mundo de la interpretación.

La actriz conocida, popular, querida de los espectadores españoles de cine y televisión, cómica necesariamente, no tenía nada que ver con ella, la esposa y madre, una mujer llena de inquietudes intelectuales que perteneció a los círculos artísticos y creativos de la Barcelona de su primera juventud y del Madrid del resto de su corta vida. Una mujer capaz de expresarse en cinco idiomas, lectora empedernida, estudiosa del teatro en todas sus acepciones, viajera constante siempre que su trabajo se lo permitía, especialista en la literatura bajomedieval española a quien el mismísimo Dámaso Alonso pidió colaboración para un proyecto compilatorio de poesía religiosa transformado en grabaciones; la misma que tradujo a Vladimir Mayakovski al castellano y a la que su amiga Carmen Martín Gaite escribió una obra específicamente para que la interpretase. Una actriz, en suma, querida y requerida por grandes directores del cine y el teatro españoles como Luis García Berlanga, Víctor Erice, Manuel Summers, Antonio Drove, Gutiérrez Aragón o Miguel Narros, Francisco Nieva, José Luis Alonso…

Un caso tan poco usual como fascinante el de esta mujer comprometida y moderna que supo armonizar, a base de esfuerzo y dedicación, su profesión con el hecho de ser madre de tres hijos, al tiempo que, a través de su trabajo, prendía en el público hasta el punto de alcanzar una gran popularidad.

¿A qué es debida esta peculiaridad? ¿cuál es el resorte mediante el que los personajes encarnados por esta actriz prenden de inmediato en el espectador de todas las edades? ¿qué talento especial poseía para lograr algo tan difícil como hacer creíble cualquier papel sin apartarse un ápice de lo que bien podemos definir como estilo interpretativo?

La respuesta a estas y otras muchas interrogantes que nos podemos hacer es lo que me animó a plantear la posibilidad de rastrear una carrera tan excepcional e intentar descifrar un perfil tan especial como el de la gran actriz catalana que inundó el teatro, el cine y la televisión españoles de grandes trabajos que son lecciones perdurables de eso que llamamos interpretación. Y, de paso, a través de su trayectoria artística, recorrer su periplo vital, inseparable de aquella. 

Un periplo lamentablemente corto como intérprete, pese a haberse iniciado cuando aún era muy joven, que apenas duró tres décadas; truncado cuando la actriz, con solo cincuenta años, nos dejó, no mucho después de haber reconocido públicamente, como habrá ocasión de comprobar que “aún se me puede sacar mucho partido…” Una expresión, como tantas otras, muy de Laly Soldevila, algo que podemos acuñar como “soldevilesco”, es decir, perteneciente a un espíritu, un temperamento y un estilo únicos en los que lo cómico —tragicómico también— se enlaza armoniosamente con lo genial a través de un sentido de la existencia, de la esencia humana, tamizado por una inteligencia y capacidad de análisis, tan personal como difícil de hallar.

Desentrañar la idiosincrasia personal y profesional de una actriz como Laly Soldevila es tarea tan ardua como apasionante. La combinación de un carácter depuradamente sólido con una aparente forma de afrontar la vida, sustentada en lo que consideramos como un sentido del humor (con todo lo que representa el término) tan alejado de las coordenadas usuales y frecuentemente gastadas, solamente responde a criterios tan personales como acrisolados intelectualmente. Precisamente lo que nos lleva a situarnos ante una mujer exquisitamente culta, particularmente avanzada y decididamente diferente al cliché reconocible de la actriz al uso. Cualidades que son, me temo, desconocidas para el gran público y pocas veces atisbadas en algunas reseñas críticas y comentarios relacionados con sus trabajos, por determinados estudiosos e historiadores de nuestro cine.

Todo ello contenido, desde 1948 hasta 1979, en noventa y tres estrenos teatrales como actriz profesional con centenares, miles, de representaciones, ciento cuarenta y nueve espacios de televisión de variado formato y ciento dos películas, sin contar otros medios y modalidades interpretativos, supone un trabajo difícil de superar para tan corto plazo de tiempo y es, sin duda, el reto más significado y, como arriba, señalé, apasionante, a la hora de emprender este recorrido que, se debe advertir, quiere ser un ejercicio de investigación regido por un método histórico basado en hechos y datos comprobados. Un relato, en donde el rigor empírico no impida la proximidad humana hacia el personaje biografiado, eso sí, referido a la faceta profesional y artística como premisa incuestionable. 

Quiero dejar constancia aquí de mi agradecimiento a varias personas sin cuyo apoyo y generosidad este libro hubiera sido, de haberse logrado, muy diferente. Por una parte, a la familia directa de la actriz, es decir sus tres hijos, quienes se han prestado en todo momento dispuestos a colaborar con sus recuerdos, pese a que cuando su madre fallece apenas tenían quince, catorce y nueve años. Juan, Eugenia y Paula como “portavoz”, me han proporcionado material documental, fotografías de enorme valor biográfico y profesional absolutamente inéditas y, sobre todo, el caudal de sus remembranzas y vivencias directas en forma de conversaciones llenas de sinceridad que, así lo creo, muchas veces estuvieron teñidas de una emoción que las hace incomparablemente más valiosas en cuanto supusieron remover un sentimiento que, aunque transcurridos tantos años, no deja de seguir presente en sus corazones.

Del mismo modo, Elvira Rocha Barral, amiga de Laly desde la niñez de ambas, cuya fidelidad se ha mantenido incólume, primero con su presencia y después en su recuerdo. Las conversaciones mantenidas con ella y su prodigiosa memoria han sido una colaboración que nunca olvidaré.

Laly Soldevila Fragoso, sobrina de la actriz, ha contribuido eficazmente en apartados relacionados con los padres y hermanos de Laly, con la búsqueda de la documentación indispensable sobre las actas de nacimiento y defunción de varios de sus miembros, algo que suele ser especialmente trabajoso y ella ha solucionado de manera admirable, por lo que le estoy muy agradecido.

Igualmente, a compañeros de profesión de Laly Soldevila, como los actores Emilio Gutiérrez Caba, Julia Martínez y Enriqueta Carballeira, entre otros, por compartir sus recuerdos de rodajes, giras teatrales y trabajos televisivos con la actriz, con el denominador común, en todos los casos, del aprecio y admiración que despertó en ellos su generosidad y su altura intelectual.

No puedo olvidar la ayuda constante de Jesús Peñalva, amigo y colega, en múltiples maneras, entre las que no es la menor el gran interés por el proyecto.

Debo agradecer también, la solícita atención y pronta ayuda de Álvaro Pajares González, Archivero del CDAEM, así como a Carme Sáez, del Centro de Documentación del Institut del Teatre de Barcelona y a Claudio Alberto Rodríguez, Jefe de Sección de Filmoteca Española, sin olvidar la eficiencia de Ramón Ravell y Begoña Álvarez del Archivo Histórico y de Patrimonio Documental de la Universidad de Barcelona. A todos, gracias por su profesionalidad.

Como siempre, a mi mujer e hijos por su comprensión y tiempo robado.





30.9.24

NOVEDAD: I. "LALY SOLDEVILA. UNA BIOGRAFÍA ARTÍSTICA", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2024

 

550 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila - ISBN: 978-84-128935-0-2


La carrera de Laly Soldevila supuso un verdadero fenómeno en muchos aspectos, no siendo los menores, además de su extraordinaria capacidad como intérprete, la enorme facilidad que tuvo para conectar con el público. 

Actriz eminentemente teatral, de sólida formación, sería en el cine y la televisión donde cimentó una gran popularidad a través de 250 trabajos entre 1961 y 1979.

Sin embargo, no fue ese éxito popular lo que importaba a Laly actriz y, mucho menos, a Eulalia persona. La imagen pública y los personajes interpretados, a los que dotaba de múltiples matices, nada tenían en común con su personalidad. Algo que ella resumía con meridiana claridad cuando afirmaba: “Acepto lo que me ofrecen en el cine para hacer el teatro que me gusta”.

Fue una mujer de gran cultura. Realizó estudios universitarios paralelamente con los seguidos en el Instituto del Teatro de Barcelona; se expresaba correctamente en cinco idiomas, fue especialista en historia del teatro y reconocida experta en literatura bajomedieval, a quien Dámaso Alonso solicitaría, para realizar una antología de poesía religiosa. Una actriz formada sobre los escenarios en los Teatros de Cámara, estrenando a autores como Tennessee Williams, Eugene O’Neill, J. B. Priestley, T. S. Eliot o Albert Camus, sin olvidar que con diecisiete años participó en el estreno español de La casa de Bernarda Alba de García Lorca.

A ello debe añadirse su presencia en varios de los grandes montajes escénicos españoles, realizados por Juan Germán Schröeder, Luis Escobar, Miguel Narros o Francisco Nieva, dándonos idea de su genuina calidad interpretativa. Realidad que ha permanecido oculta por tantos filmes intrascendentes. 

Sin embargo, tal realidad no impidió que la actriz fuese solicitada por directores con talento (Berlanga, Picazo, Summers, Erice, Drove…), brindando magníficas interpretaciones.

Este libro pretende mostrar la realidad de una actriz popular pero desconocida. La profesional comprometida y actriz polivalente, plena de registros; la verdad de una mujer perteneciente a los círculos creativos más destacados de su tiempo; a la traductora de Mayakovski, amiga de Carmen Martín Gaite, Sánchez Ferlosio, Daniel Sueiro y tantos integrantes de la Generación del ‘50.

Esposa y madre entregada, que afrontó con discreción, una lucha tenaz contra la adversidad de una enfermedad durante una década, hasta que nos dejó, cuando apenas contaba cincuenta años. 



GABRIEL PORRAS

Estudió Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad de Deusto e Historia del Arte en Florencia. Profesionalmente su actividad se ha centrado en la docencia dentro de la Enseñanza Pública en institutos de Salamanca, Segovia y Cantabria.

Como autor ha publicado una quincena larga de trabajos, donde se cuentan varias investigaciones biográficas relacionadas con el teatro, el cine y la televisión españoles, como (entre los más recientes): Julia Martínez. Vocación de actriz (2007), Amparo Soler Leal. Talento y coherencia (2012), Mis “muertos de cine” y otros artículos” (2015), Victoria Rodríguez, con Buero Vallejo de fondo (2017), Conversaciones con Alberto González Vergel. Sesenta años innovando en teatro y televisión (2021), Luis Varela. Los grandes genéricos españoles (2022), Maite Blasco. Los escenarios de la sensibilidad (2023), La influencia de las lecturas de Galdós y Menéndez Pelayo en el cine de Buñuel. Filmografía comentada (2023), La tía Tula. Análisis, contexto e historia del filme (2024) y La Celestina y Yerma. Dos legendarios montajes de Luis Escobar, de próxima aparición.




Más información en

18.5.24

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: "LA TÍA TULA. ANÁLISIS, CONTEXTO E HISTORIA DEL FILME", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2024

 

PRESENTACIÓN
JUEVES 23 MAYO 2024 / 18:30h.




GABRIEL PORRÁS, autor del libro, estará acompañado por

ENRIQUETA CARBALLEIRA (Actriz) 
LUIS ARIAS GONZÁLEZ (Escritor)
EMILIO GUTIÉRREZ CABA (Actor)




Plaza de Dávalos s/n - 19001 Guadalajara




15.2.24

III. "LA TÍA TULA. ANÁLISIS, CONTEXTO E HISTORIA DEL FILME", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2024

 

INTRODUCCIÓN

Gabriel Porras


Miguel Picazo


Con motivo de un curso celebrado en El Escorial en el verano de 1996, dedicado a efectuar un interesante recorrido por la historia del cine español, tuve el, para mí, gran placer de conocer a Miguel Picazo, con quien sostuve una inolvidable conversación. El título de aquel encuentro era Cine Español: como un espejo, dirigido por Juan Tébar, con la asistencia como ponentes de un extraordinario número de personalidades y nombres directamente relacionados con nuestro cine que dieron al evento un interés no especialmente frecuente en este tipo de actividades. 

Era el viernes 9 de agosto, coincidiendo con la última jornada del curso, que se cerró con una mesa redonda memorable en la que participaron Juan Antonio Bardem, Carlos Saura, Alfonso Ungría, Enrique Urbizu y Miguel Picazo, con activa intervención en forma de preguntas de los cursillistas, entre los que me encontraba. Al terminar el acto, Miguel Picazo salió y se sentó en el foyer del antiguo hotel Felipe II donde entonces tenían lugar los cursos de verano y, venciendo el reparo que me producía, me acerqué a saludarlo. La enorme humanidad física de aquel hombre dio paso de inmediato a otra, aún mayor si cabe, en la que la cordialidad se aunó con una llaneza y espontánea naturalidad que me dejaron gratísimamente sorprendido. Me invitó a sentarme a su lado, respondiendo a mis preguntas e, incluso, animándome a realizarlas. Como es natural, desde el primer momento, quise saber sobre su obra incuestionable, es decir, La tía Tula, filme que formaba parte entonces (como también ahora) de mi particular firmamento cinematográfico. Tanta era la curiosidad por conocer su directísima opinión sobre la película, que me atropellaba continuamente inquiriendo sobre esto y aquello. Miguel Picazo, con un punto de ironía y mucha comprensión también, me animó a que mis cuestiones se sucediesen de forma ordenada, añadiendo –lo recuerdo bien– que nada le agradaba más que hablar de su trabajo cinematográfico y, en especial de La tía Tula, a la que se refería como “mi parienta”.

La pedí permiso para anotar a vuelapluma las cosas que podía retener de su conversación, pues en eso se transformó aquel encuentro, donde la cortesía dejó paso enseguida a la simpatía, y la condescendencia a una franqueza casi familiar. Miguel me respondió que “¡cómo no!” y que, si quería, “me repetía” alguna cosa no captada o no comprendida debidamente. Cuando llevábamos menos de cinco minutos hablando, una corriente de sincero afecto se había establecido por mi parte y, me atrevo a asegurar, también por la suya. 

Fruto de aquellas informaciones sobre la película y las intenciones que tuvo presentes al abordar el proyecto, expuestas en forma de juicios y reflexiones que me confió con una sencillez y generosidad que atribuyo a su práctica docente, son las que irán apareciendo, aquí y allá, en las páginas de este libro, como aportaciones directas y sin intermediarios, para pasar a formar parte del rico e impagable acervo donde se contienen tantas y tantas otras emitidas por el director a lo largo de su vida como cineasta y realizador televisivo, abierto siempre a responder de la manera más complaciente a quienes le han requerido sobre el tema.  

El propósito de estas páginas, dedicadas a La tía Tula película, no es otro que el de intentar situar tan determinante título del cine español en el contexto histórico en que se produjo y de la gente que contribuyó a hacerlo posible. No se pretende realizar un estudio específico sobre la profundidad temática que contiene y que de forma tan acertada supo plasmar Miguel Picazo ni del análisis pormenorizado que se estableciera entre el precedente literario de Miguel de Unamuno y la traslación en forma de guion reflejada en las imágenes del filme. Son muchos y autorizados los trabajos al respecto, tanto circunscritos a la obra fílmica del director como otros, de carácter monográfico, específicamente dedicados a la película en sí misma. Cierto es que todos ellos se ajustan a determinados criterios necesariamente unidos al medio cinematográfico o, a lo sumo, referidos a la novela base que la inspiró y que, por lo general, se trata de trabajos de corta extensión, con independencia del valor e importancia de cada uno. Pese a ello, he de dejar constancia de que, insisto, este trabajo debe encuadrarse dentro de lo que podemos considerar (lejos del análisis narrativo) como ejercicio histórico que aproxime la adaptación cinematográfica de La tía Tula al contexto en el que se gestó, las intenciones mantenidas por los que la llevaron a efecto, la situación del cine español del momento y los nombres y apellidos de todos (o, al menos, la inmensa mayoría) los que intervienen en ella, es decir, un ejercicio más cercano a la investigación y pesquisa histórica que a cualquier otro aspecto, sin que ello quiera decir, naturalmente, que el contenido y la profundidad humanos y sociales que la conciernen y determinan no sean tenidos en cuenta en todo momento.

La primera vez que vi La tía Tula fue en un cineclub bilbaíno en mi etapa inicial de estudiante universitario. La película hacía unos quince años que se había estrenado, pero el eco de su repercusión dentro del cine español había conseguido transformarla en un título de culto, se hubiera tenido ocasión de verla o no en los cines comerciales.

En mi caso, había leído la nivola, como llamaba Unamuno a parte de su producción narrativa de ficción, por imperativos escolares dentro de la asignatura de Literatura Española y he de decir que, sin llegar a entusiasmarme, me había interesado mucho más que, por ejemplo, San Manuel, bueno y mártir o Niebla y casi tanto como Abel Sánchez, que juzgo, aun hoy, como la mejor de las novelas del gran escritor vasco, en la que la incidencia argumental supera con mucho a las demás, para convertirse en verdadero tratado psico-filosófico. 

Aquella proyección me causó una impresión profunda. Lo que se desarrollaba en la pantalla a lo largo de 109 minutos me mantuvo absorto y acabó dejando en mi ánimo un sentimiento de desoladora tristeza cuando la película termina con la imagen patéticamente conmovedora de Tula diciendo adiós con el susurro ya inútil del nombre de Ramiro en los labios, mientras permanece irremediablemente sola en la desierta estación. Muchas veces después he vuelto a ver la película, especialmente por televisión, y en cada una de ellas he revivido idéntica emoción, al tiempo que descubría inesperados y sorprendentes detalles, que han ido añadiéndose hasta conformar todo un cúmulo de sugestivos y nuevos motivos de admiración. Exactamente lo que sucede con todas las obras maestras.





14.2.24

II. "LA TÍA TULA. ANÁLISIS, CONTEXTO E HISTORIA DEL FILME", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2024

 

PRÓLOGO INNECESARIO PERO DEBIDO

Luis Arias González


La tía Tula

Cuando se estrenó la película de Picazo, yo apenas contaba con dos años, así que difícilmente podía haber asistido al acontecimiento, aunque, curiosamente, tuviera lugar muy cerca de donde vivía por entonces, porque desde Salamanca hasta mi pueblo había solo media hora larga de autobús de línea. Tampoco disponíamos aquí de un cine como tal; hacía las veces el local parroquial multiusos en el que don Manuel, cura posconciliar y moderno donde los haya, proyectaba casi todas las tardes de los sábados con un aparato antediluviano. Una versión carpetovetónica de Cinema Paradiso, a cinco pesetas la entrada. Allí fue, precisamente, donde contemplé por primera vez La tía Tula, vestido con pantalones cortos y de la mano de mi madre, confiada en que mi presunto candor me pondría a salvo de la calificación moral de 3-R –mayores con reparos– con que la estampillaron las autoridades eclesiásticas. Mamá era una peliculera empedernida, así la tildaban entre compasivas y condescendientes las vecinas, a sus espaldas; nunca se lo agradeceré bastante a la pobre. Por lo general, en la pantalla ensabanada salían situaciones y personas que poco o nada tenían que ver con los que me topaba a diario en las callejas sin asfaltar y en los alrededores de Encinas de Abajo, enclave menor del partido judicial de Alba de Tormes; pero, en aquel pase, aparecieron niños y mayores igualitos a los que me cruzaba regularmente: Tula era calcada a algunas de las primas de mi madre, unas veces híspidas y otras exageradamente empalagosas según les diera; las amigas de Tula semejaban el vivo retrato de las señoritas cursis de Acción Católica, con sus misales, sus velitos y sus zapatos de pitiminí; Ramiro se gastaba la misma planta que alguno de los viudos jóvenes compañeros de tertulia de mi tío Pepe, el eterno y jovial solterón de la familia; en cuanto a los dos niños, Ramirín y Tulita, compartían conmigo parecidos juegos, miedos y aburrimientos. Reconocía fácilmente a los renteros de boina y reloj de bolsillo con cadena, copias exactas de  los que se acercaban a casa por San Silvestre a pagar las cuatro perras del alquiler y a quejarse de lo mala que había sido la cosecha; también me resultaban muy cercanos aquellos chulapones vinosos de arrabal, con sus coimas escandalosas, que se acercaban los domingos veraniegos hasta la orilla del río a comer tortillas y a armar un poco de camorra, a imagen y semejanza de los que protagonizan El Jarama de Sánchez Ferlosio, una novela con la que nuestro film comparte algo más que el mero universo estético y la complicidad generacional. El cementerio, la iglesia de las primeras comuniones, la cocina, la salita y las alcobas de la casa de Tula … todo, absolutamente todo, me era identificable y cercano, nada que ver con los rascacielos de Nueva York y las selvas de Tarzán o con los vaqueros del Far West y el enmascarado Santo con su acento mexicano a los que comía con los ojos durante los viajes astrales de los sábados, en aquella sala a oscuras, alfombrada de tres centímetros de cáscaras de pipas y atufando a tabaco frío y a perfume de granel. Ya me había llevado el mismo chasco con Mi tío Jacinto, unas semanas antes; pero, mientras en la cinta de Vajda le sucedían un montón de cosas divertidas al simpático de Pablito Calvo, unas de risa y otras de llanto, aquí yo no entendía nada del intríngulis, ni el principio, ni el medio, ni el final; a pesar de lo cual, aguanté calladito y con los ojos bien abiertos todo el tiempo, según costumbre propia. Cuando luego, a los catorce años, la pasaron en el cine del colegio de los Hermanos Maristas, cambió el asunto notablemente. Entonces, se me abrió la sesera y comprendí, por fin, que sí, que “pasaban cosas” en esta película y algunas de una carga erótica implícita y soterrada que me dejaron tan grogui como el baile de la inconmensurable Debra Paget en La tumba india. De universitario ya, con la pedantería intrínseca a cuestas y deformado por tantas y tantas sesiones tediosas de cinema soviético y del Este en el cine-club CEA, descubrí que La tía Tula le  había colado un gol por toda la escuadra a la censura –¿consentida o engañada?, aún tengo mis dudas– y que no había mejor retrato ni más ácido sobre el franquismo y su sociedad que el que envolvía a la relación turbulenta y llena de guiños freudianos de los dos cuñados abrasados en sus propios jugos pecaminosos. Y desde entonces hasta hoy, La tía Tula ha pasado a formar parte de mi personal lista de imprescindibles. 

Confieso públicamente que soy un tulista convencido y fervoroso, imagino que al igual que muchos de ustedes. Nuestra cofradía es de las de manga muy ancha y admite a casi todo el mundo; no hay listados de socios, no se rige por estatutos, ni hay que abonar cuota alguna, basta con asumir principios tan genéricos e indiscutibles como el que esta película es una de las mejores de la historia del cine español y que su director demostró ser un maestro absoluto en su debut, en plan Orson Welles. He perdido la cuenta de las veces que la he visto total o parcialmente, pero, siempre que lo vuelvo a hacer disfruto más todavía y me quedo fascinado ante el descubrimiento de alguna novedad, una prerrogativa inherente y reservada tan sólo a los clásicos con mayúsculas. Me da igual que el hallazgo sea de bulto o de detalles: que si la eterna condición femenina, que si la maternidad tan frustrada como los deseos de independencia, que si el culto a la familia, que si el peso de la religión con sus grandezas y sus miserias, que si la presencia de la muerte y el trascurrir inexorable del tiempo, que si los lugares de la memoria, que si el cartel del club parroquial, que si la postura canónica del confesor –genial José María Prada–… Hasta he llegado a pensar que allá en el fondo último de esta obra se encierra un homenaje cinéfilo –encubierto, pero merecido– por parte de Miguel Picazo a otro Miguel, a Unamuno. Un tributo rendido al vasco genial por contradictorio, por agónico, por sabio, por español; con el mérito añadido de que el director, además, lo hace tomando como base una de sus obras menores, si es que se puede motejar de “menor” a un escrito del gran don Miguel, capaz de ser sublime redactando la lista de la compra. De hecho, seguro que ustedes coinciden conmigo en que la adaptación cinematográfica de la novela supone una mejora notable de la misma, al prescindir de los elementos folletinescos que sólo distorsionan la historia primigenia; y, también, que es un acierto absoluto lo de dotarla del ambiente físico y cronológico que estaba pidiendo a gritos y que Unamuno, en un alarde vanguardista no muy logrado, nos dejó sin apenas precisar. Y, sin embargo, con todos estos cambios, continúa siendo una creación intrínsecamente unamuniana, tanto o más que la original. Esto es lo que le ha permitido hacer frente al paso del tiempo y a los cambios de mentalidad consiguientes. Poco importa que la España de entonces no se parezca en nada a la de ahora, ni la dificultad por recuperar, a estas alturas, la verdadera memoria de los lugares del rodaje. la película sigue funcionando por sí sola, sigue siendo tan actual como en 1964 porque trasmite esencias y principios universales, aunque so capa de un aparente localismo. Ya en su día, cuando se proyectó en los Estados Unidos, no hubo que recurrir a ninguna explicación etnográfica o folclorista para que el público americano –y el de otros muchos lugares– sintiese como suya toda la carga emocional de la obra y quedase tan prendado como los espectadores en Madrid o en Sama de Langreo. Confío en que continuará provocando en el 2064 el mismo efecto de cien años antes, si es que el cine –y los espectadores– no ha desaparecido para entonces.  

Tras volver a revisar la cinta para despachar este prescindible prólogo con un mínimo decoro, me he dado cuenta que lo que más aprecio de todo es la simplicidad magistral y la serenidad alejada de cualquier estridencia a la que parecería abocada por su condición y por sus dimensiones de tragedia greco-manchega. Por el contrario, el director desgrana la narración con una sencillez sin impostaciones, encadenando escenas y hechos de forma progresiva, natural, hasta que desemboca en el triste y determinista desenlace, inexorable, fatal, pero que me sigue conmoviendo y sorprendiendo a partes iguales; y qué decir de la forma en que individualiza a los personajes, llenándoles de matices y de una humanidad desbordante, a pesar de su aparente insignificancia. Muy pocos directores españoles han logrado caracteres femeninos tan auténticos como los que interpretan de forma sublime Aurora Bautista, Laly Soldevila o Irene Gutiérrez Caba. Me falta mencionar al tercer elemento básico que sostiene esta magia sin que seamos capaces de advertir el truco en ningún momento; me refiero a la cuidadosa recreación historicista y poética a la vez de un tiempo –el suyo– y de una atmósfera –la provinciana y estática Guadalajara–, lo que supuso –y aún supone– toda una inteligente provocación a la altura del atrevimiento del Greco en El entierro del conde Orgaz, cuando situó como testigos a sus amigos contemporáneos y ambientó el milagro, ocurrido varios siglos antes, en su querido Toledo del momento. Si se fijan en cada uno de sus fotogramas, percibirán, como yo, las reminiscencias de la pintura de Antonio López y los ecos de la prosa de Azorín; al igual que ellos, Picazo logra congelar el instante, extrayendo de él toda la belleza melancólica de la cotidianeidad. 

Los críticos al uso, y muchas enciclopedias, simplifican, en exceso, la película, etiquetándola con el marchamo alicorto de “neorrealista”. Gabriel Porras la rescata de este cajón de sastre, para lo cual pone en juego todo su talento y su profesionalidad contrastada como el gran especialista que es de la historia de la escena española del siglo XX. Él nos guía, llevándonos de la mano con su consabida pedagogía vocacional y sabia, orientándonos por el complejo universo que sostiene los 109 minutos de la creación de Picazo. Y, lo mejor, es que lo hace desde una pasión desacomplejada y un respeto enorme hacia el asunto investigado y el momento histórico al que pertenece; cualidades nada frecuentes en la enrarecida atmósfera de los estudios culturales en España; un ámbito historiográfico tan sobrado de mediocridad como repleto de un resentimiento que llega a resultarme especialmente doloroso cuando me doy de bruces con el tópico del “desierto cultural”, aplicado con displicencia –e ignorancia manifiesta– a estos años y a este cine. Se habla mucho del concepto teórico de la “historia total” creado por Braudel, aunque lo extraordinario sea verlo plasmado de verdad en un libro y más en uno dedicado al séptimo arte patrio, como es el caso. Aviso, para su tranquilidad, que no pienso anticiparles ni una palabra del contenido o de la estructura de este estudio, abrumador por el volumen de datos que maneja y por la inconfundible elegancia formal, rasgos a los que el autor del mismo nos tiene tan (mal) acostumbrados. Dado que me encuentro a años luz de la órbita de conocimientos en que se mueve a sus anchas Gabriel Porras, les ahorraré el más mínimo intento de paráfrasis por mi parte; lo contrario sería estropearles a ustedes el placer de su lectura; además, incurriría en la imperdonable torpeza de lo que ahora se llama spoiler y antes conocíamos como “avance”. Hagan como yo, aprendan y disfruten de uno de los mayores entendidos en el tema. Tengan por seguro que, busquen lo que busquen sobre la película, van a encontrarlo aquí, sin duda, junto a otras muchas más sorpresas y cientos y cientos de inteligentes sugerencias. Comprobarán también que quienes no conocían La tía Tula, se apresurarán a buscarla por las plataformas televisivas y las viejas ediciones en dvd; el resto de tulistas volveremos también a ella, por enésima vez y con renovados bríos, porque por fin tenemos la suerte de disponer de todas las claves necesarias para degustarla y entenderla todavía mejor. Casi nada. 




12.2.24

NOVEDAD: I. "LA TÍA TULA. ANÁLISIS, CONTEXTO E HISTORIA DEL FILME", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2024

 

480 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila - ISBN: 978-84-127663-4-9


El filme La tía Tula, considerado como tal, es decir, con la mayor independencia posible de su precedente literario con el que guarda muchas menos analogías de las que comúnmente se le han venido atribuyendo, puede ser considerado como el título insignia del llamado Nuevo Cine Español aparecido en los primeros años sesenta, además de un referente indiscutible en la cinematografía española.

Lo es, no solo por la esencia misma de la carga psicológica y caracterológica de su personaje clave, sino por contener la representación de un tipo de mujer inherente a la sociedad española, que personifica un modelo femenino que ha perdurado -si no lo sigue haciendo todavía- merced a los poderosos condicionantes morales, religiosos y políticos que lo conformaron. 

El guion que alumbra argumentalmente la historia de una mujer tan singular en la sociedad provinciana de la España franquista, es producto de una conjunción de talentos pocas veces coincidentes, cuyo corolario está representado en el retablo humano que se nos expone que, no por conocido y vivido por sucesivas generaciones de españoles, resulta menos sorprendente y sobrecogedor.

Miguel Picazo dirigió la película con el conocimiento de causa que supone haber vivido directamente lo que aparece en las imágenes, porque todo lo que nos muestra proviene de apuntes de un natural con modelos reales. De esta forma, el vibrante fresco humano que es La tía Tula, pasa a convirtiese en un genuino documento histórico de nuestro pasado reciente en el que el arquetipo femenino de Tula queda enmarcado, con un realismo sin concesiones banales, dentro de la realidad social de la España provinciana, previa al ciego desarrollismo transformador que tantas cosas mudó, no siempre para bien.

Este trabajo pretende ser, más que un análisis sociológico, una investigación histórica stricto sensu del porqué de esta película, del proceso que dio lugar a su consecución y los nombres que la hicieron posible, así como de los avatares que hubo de superar en un ambiente sociopolítico en el que este tipo de proyectos siempre inspiraban recelos en los poderes tan (en apariencia) férreamente constituidos.

      


GABRIEL PORRAS

Gabriel Porras se licenció en Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad de Deusto, completando estudios en Florencia. Su vida profesional ha estado dedicada a la docencia en la Enseñanza Pública en institutos de Salamanca, Segovia y Cantabria.

Como autor ha publicado más de una quincena de trabajos, donde se cuentan varias investigaciones biográficas relacionadas con el teatro, el cine y la televisión españoles como (entre las más recientes): Julia Martínez, Vocación de actriz (2007), Amparo Soler Leal. Talento y coherencia (2012), Mis ‘Muertos de cine’ y otros artículos, (2015), Victoria Rodríguez, con Buero Vallejo de fondo (2017), Conversaciones con Alberto González Vergel. Sesenta años innovando en teatro y televisión (2021), Luis Varela. Los grandes genéricos españoles (2022), Maite Blasco. Los escenarios de la sensibilidad (2023) o el libro colectivo Buñuel: Calanda-Vega de Pas–Madrid–París–Hollywood–México (2023) en el que se ha ocupado del estudio de la influencia de Pérez Galdós y Menéndez Pelayo en el cine de Luis Buñuel, así como de la confección de una filmografía completa comentada de dicho director.



Más información en

23.6.23

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "MAITE BLASCO. LOS ESCENARIOS DE LA SENSIBILIDAD", de Gabriel Porras, Shangrila, 2023.

 

PRESENTACIÓN

LUNES 26 JUNIO 2023 / 18:00h.




MAITE BLASCO estará acompañada por
EMILIO GUTIÉRREZ CABA, AMPARO CLIMENT y
FERNANDO MÉNDEZ-LEITE 






Fundación AISGE
Calle Ruiz de Alarcón, 11 - 28014 Madrid




14.6.23

II. "MAITE BLASCO. LOS ESCENARIOS DE LA SENSIBILIDAD", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2023.


PREÁMBULO
Gabriel Porras


Maite Blasco



Maite Blasco ha significado entre las actrices españolas de los últimos cinco o seis decenios, un tipo y una personalidad no especialmente frecuentes. 

Por un lado, desde el punto de vista físico, su imagen se asimilaba mucho más con los estándares europeos de su tiempo, el momento en que inicia su andadura como actriz profesional alrededor de 1960, representados especialmente por ciertas actrices francesas y alguna italiana. Por otro, tanto por su estilo, maneras y, muy especialmente, por su particular gama expresiva, su voz y su comedido, pero muy expresivo, registro gestual, Maite Blasco supuso la llegada a las pantallas españolas, las grandes y las pequeñas (no olvidemos que fue auténtica pionera en ciertos trabajos televisivos), de un modo de afrontar la interpretación en el que la naturalidad era, por encima de otras consideraciones, el auténtico modus ponens interpretativo, tan alejado del frecuente retoricismo teatral que dominaba en buena medida las interpretaciones hasta entonces, tanto en los medios audiovisuales (cine, televisión y radio) como en la representación escénica en España.

Y no es que nuestra actriz empleara un determinado método o enseñanza aprendido en tal o cual escuela. Muy al contrario, pues a pesar de haberse iniciado en el mundo de la interpretación desde la niñez, como en su momento se verá, las características señaladas, emanan directamente de su propia personalidad, es decir, trasladándolas y acoplándolas a los personajes que, en cada ocasión, le ha sido encomendado encarnar. Sin forzar ni utilizar fórmulas más o menos rebuscadas y sin convertir la actuación en una transformación del personaje, más allá de lo que este es sobre el papel y lo que el autor ha querido expresar a través de él. Maite Blasco lo incorpora con una naturalidad que en modo alguno debe estar reñida con cada perfil y tipología, sino que, de manera suavemente natural, le presta su persona, su voz, su forma de expresar el sentimiento en cada caso. Es, sin duda, una peculiaridad que nace de la propia actriz y de su acercamiento a dicho personaje y que hace de ella, como de todos los grandes actores, un caso singular, único, podríamos añadir.

La carrera de la actriz ha tenido una continuidad solo rota temporalmente a mediados de los años sesenta por motivos personales, que supone buena parte de la historia del cine, el teatro y, muy especialmente, la televisión, en España. Cierto es que, como ella misma nos comentará enseguida, su periplo artístico se inicia con apenas nueve años en alguna de las compañías de teatro infantil más importantes de Madrid, en plena década de los años cincuenta, pero su trayectoria como actriz, digamos profesional o adulta, nace al doblar dicha década con la siguiente. Comenzó, siguió siéndolo más tarde y llega hasta el final de dicha carrera, eminentemente teatral. Los escenarios teatrales fueron su escuela y su fuente de aprendizaje, junto a grandísimos actores y actrices, en todo tipo de cometidos y sometida a la decisiva disciplina escénica, al estudio de los personajes, a los ensayos y la indispensable sujeción de los criterios que de la puesta en escena tuviese en cada caso el director correspondiente. Casi al tiempo, se inicia en los otros dos medios a los que se ha ceñido su amplia y variada carrera, el cine y la televisión. 

Maite Blasco daba, como pocas, el tipo perfecto de una mujer nueva. La chica joven, moderna y decidida, no exenta de cierta ingenuidad y bondad innatas, a la que tan bien se prestaba su físico y sus particulares dotes interpretativas. No llegó, con todo, a establecer un tipo que pudiera constituir cierto encasillamiento, es cierto, pero también lo es que los directores cinematográficos y los realizadores de televisión, encontraban en aquella chica de aspecto y ademanes tan dulces, que irradiaba una sensibilidad y un encanto palpables, el tipo idóneo para tantos personajes. Tiempo habrá de ir analizando muchos de aquellos trabajos, a los que Maite Blasco sabía imprimir su particular aporte creativo, convirtiéndolos en distintos, a pesar de pertenecer, desde múltiples puntos de vista, a la tipología de la chica joven, dulce, provista de cierto despiste, de mirada aniñada y siempre rebosante de encanto.

Abordar una carrera tan dilatada y al tiempo densa, es un ejercicio estimulante. Lo es por la carrera en sí, en la que se aúnan trabajos tan diversos como extraordinarias recreaciones de teatro clásico, comedias, dramas…, en sus diferentes modalidades, estilos y géneros, a lo largo de sesenta obras de teatro estrenadas que se multiplican en centenares de representaciones, de treinta y nueve películas y de nada menos que casi quinientos espacios de televisión pertenecientes a más de ciento veinte programas dramáticos. A ello habrá que añadir otras modalidades interpretativas que, aunque en menor número, igualmente han enriquecido una carrera tan amplia como la suya.

Se ha seguido un criterio estrictamente cronológico como corresponde a lo que quiere ser una biografía artística, con el que, además de ir descubriendo (muchas veces en el sentido exacto del término) tal cúmulo de trabajos, deteniéndonos con mayor intensidad en aquellos que obedecieron a circunstancias especiales, montajes de gran hondura y presencia de la actriz en títulos que, por su importancia literaria y repercusión artística, precisan de más atención, sin que ello signifique, como se habrá de comprobar, que unas etapas, determinados momentos y fases de esa carrera, deban disponer de preeminencia sobre otras, en lo que concierne al trabajo y al entusiasmo con los que Maite Blasco ha emprendido cada nuevo proyecto laboral.

Quiero dejar de manifiesto, como factor más relevante, que el presente libro cuenta con la participación directa y continua de la propia biografiada. Sus recuerdos y evocaciones se traducen en comentarios y declaraciones que forman la parte más espontánea y valiosa del mismo. Si todo trabajo de estas características conlleva un sistemático método investigativo (y este no puede ser distinto), el hecho de contar con el constante ejercicio de memoria por parte de Maite Blasco, con lo que supone de enfoque autobiográfico, le confiere una frescura que es, se debe decir, aspecto primordial.




    
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12.6.23

NOVEDAD: I. "MAITE BLASCO. LOS ESCENARIOS DE LA SENSIBILIDAD", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2023.



470 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila, 2023



Hablar de Maite Blasco como actriz es adentrarse en más de sesenta años en la historia del teatro, el cine, la televisión y el doblaje españoles. A partir de sus primeros pasos dentro del teatro infantil hasta su presencia en los grandes teatros, en los elencos de un cine valiente realizado por directores comprometidos y en multitud de programas dramáticos de televisión, su carrera se ha caracterizado por una admirable capacidad para interpretar todo tipo de personajes y géneros. Desde la comedia, al drama y la tragedia; en textos clásicos, modernos y de vanguardia; en verso y prosa…, siempre con la mayor sinceridad, gran economía de gestos y una dicción capaz de decir sintiendo y de transmitir emocionando, como corresponde a la gran estirpe de grandísimos intérpretes españoles de siempre.

Maite Blasco se formó sobre las tablas y ante las cámaras siendo muy joven, lo que no fue óbice para seguir estudios de Arte Dramático al tiempo que interpretaba y estrenaba en el TEU y compañías de Teatro de Cámara. Por otro lado, cuando aún no había cumplido veinte años, formó parte de las primeras producciones de Televisión Española, casi en los inicios del medio, convirtiéndose a partir de entonces y durante varias décadas en un rostro familiar para tantos millones de españoles, a través de los inolvidables programas dramáticos que dieron lugar a la edad de oro de la televisión en España.

Desde su etapa como primera actriz joven del Teatro Español y María Guerrero y, aún antes, ha intervenido en grandes montajes protagonizando decenas de obras a las órdenes de prestigiosos directores, sabiendo adaptarse al transcurso del tiempo con una sorprendente naturalidad.   

Su imagen, en modo alguno asimilable con el tópico de la española racial, correspondió siempre al tipo de mujer independiente y dueña de sus actos, tan común en el cine europeo, que ha conservado con idéntica frescura durante toda su vida.  

Este libro nos traslada, de la mano de la propia actriz, mediante sus recuerdos y experiencias vitales y profesionales, al fascinante mundo de la interpretación vivido desde dentro. Un mundo en el que Maite Blasco representa el compromiso y la entrega personales, unidos indeleblemente al oficio de una actriz polifacética y versátil que siempre ha llenado los escenarios con su poderosa sensibilidad artística.
 


GABRIEL PORRAS.
Nació en Cantabria. Estudió Historia en la Universidad de Deusto, completando su formación en Florencia. Toda su vida profesional ha estado dedicada a la docencia en distintos centros públicos de España.
Como autor se ha especializado en la investigación de las carreras artísticas de distintos actores: Julia Martínez, Amparo Soler Leal, Julio Núñez, Mercedes Alonso, Victoria Rodríguez y Buero Vallejo, Luis Varela… o el director escénico y realizador de televisión Alberto González Vergel, que han dado lugar a otros tantos libros biográficos.
Asimismo, es autor de un reciente estudio sobre la influencia de Pérez Galdós y Menéndez Pelayo en el cine de Luis Buñuel y su filmografía completa comentada, además de participar en varias publicaciones colectivas.
Igualmente, ha traducido textos de autores italianos y portugueses e impartido cursos de Formación del Profesorado sobre Géneros Cinematográficos, en la Consejería de Educación del Gobierno de Cantabria.


      
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