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29.4.23

"SAGITARIO FILMS. ORO NAZI PARA EL CINE ESPAÑOL" (Santiago Aguilar, Shangrila, 2021) EN LA ACADEMIA DE CINE



Asier Aranzubia, Marina Díaz López, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo



El pasado jueves, la Academia acogió la presentación del libro que mereció el Premio Muñoz Suay 2021: Sagitario Films. Oro nazi para el Cine Español,  a cargo de Santiago Aguilar Alvera (autor y ganador del Premio), Marina Díaz López (responsable del área de Audiovisuales del Instituto Cervantes), Asier Aranzubia (profesor de la UC3M, historiador y autor del prólogo), Felipe Cabrerizo (historiador y programador cinematográfico).

Tras la presentación tuvo lugar la proyección de El señor Esteve (Edgar Neville, 1950).



Video de la presentación



Marina Díaz López, Asier Aranzubia, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo









23.2.23

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "DERIVAS. MIS HISTORIAS DE CINE III", de Santos Zunzunegui en la Librería La Central del Museo Reina Sofía, Madrid

 

PRESENTACIÓN

LUNES 27 FEBRERO / 19:00h.




EL AUTOR ESTARÁ ACOMPAÑADO POR:

Asier Aranzubia
(Profesor de la Universidad Carlos III de Madrid)
y Martín Llade
(Presentador del programa "Sinfonía de la mañana" de Radio Clásica)




La Central del Museo Reina Sofía
Ronda de Atocha, 2 - 28012 Madrid




5.6.22

SANTOS ZUNZUNEGUI EN EL PROGRAMA DE RADIO CLÁSICA "SINFONÍA DE LA MAÑANA" (03/06/2022)

 


Santos Zunzunegui



El programa de Radio Clásica "Sinfonía de la mañana" (03/06/2022), contiene en primer lugar un estupendo relato/musical sobre Serguéi M. Eisenstein a propósito de Iván el terribleLa conjura de los boyardos, Molotov y Stalin. A continuación, en la sección "La música de...", entrevista a Santos Zunzunegui en la que se habla de música, cine y del libro Conexiones. Un diálogo con Santos Zunzuneguide Asier Aranzubia (Shangrila, 2022).








13.5.22

RESEÑAS DE "PROFUNDIDAD DE CAMPO. MIS HISTORIAS DE CINE II", Santos Zunzunegui y "CONEXIONES. UN DIÁLOGO CON SANTOS ZUNZUNEGUI", Asier Aranzubia en "Caimán. Cuadernos de cine"

 





PROFUNDIDAD DE CAMPO. MIS HISTORIAS DE CINE I, de Santos Zunzunegui.
Por Antonio Santamarina


En la senda abierta por Imagen sobre imagen. Mis historias de cine I en relación con las películas que han marcado de diversas formas la vida del autor, Santos Zunzunegui prosigue en este libro su tarea de revisión ampliando el foco a otra serie de obras similares. El método para acercarse a cada una de ellas es siempre el mismo.



Primero, un acercamiento al contexto en el que surgen, entendido este de una forma muy amplia (en unos casos referido al género en el que se inscribe el film, en otros a su recepción crítica, en algunos al papel que juega en la historia del cine…) y que depende en gran medida del excelente olfato crítico e historiográfico del autor, capaz en tres o cuatro párrafos de situar a cada película en la mejor disposición para ser examinada. Segundo, un análisis materialista de cada película muy en la línea del que practicaba en su columna de ‘Lo viejo y lo nuevo’ en esta revista, pero ahora ampliando el campo de estudio a una o varias secuencias muy rentables hermenéuticamente y que cuentan con el correspondiente apoyo gráfico. Y tercero, una bibliografía seleccionada que invita al lector a continuar la exploración crítica.

Apoyado en este método, el autor revela el salto estilístico que supone Los espías (1928) en la filmografía de Fritz Lang, que pasa del pictorialismo de sus primeras películas a la atracción por el movimiento de esta. Igualmente, a propósito de Vampiresas 1933, anota cómo Busby Berkeley lleva a la exasperación la noción misma de espectáculo en sus puestas en escena mientras, de manera serena y muy didáctica, va caracterizando el estilo de determinados autores: el paso de la figuratividad a la abstracción de Josef von Sternberg en El diablo es una mujer (1935), el cine ensayo de Sacha Guitry, tan admirado por Orson Welles, la ambigüedad de Dovzhenko para sortear la censura soviética o la belleza eficaz de Howard Hawks. El repertorio de películas seleccionadas es un maravilloso catálogo de lecciones de cine, que alcanza su cima en la aproximación al estilo oculto y misterioso de Mikio Naruse, cuyas claves acierta a desvelar en su examen de Nubes flotantes (1955), sabrosa guinda de un pastel conceptual.



CONEXIONES. UN DIÁLOGO CON SANTOS ZUNZUNEGUI, de Asier Aranzubia.
Por Jara Yáñez


Conexiones es el resultado de una larga conversación entre maestro (Santos Zunzunegui) y discípulo (Asier Aranzubia) que se establece a partir de ese vínculo tan particular de respeto, admiración e intercambio que el propio libro, en su gran valor, termina sin duda por certificar. Se trata de un debate abierto, estructurado a partir de preguntas y respuestas, a través del cual se refleja no solo la profunda conexión entre contertulios sino también la brillantísima capacidad de Zunzunegui para fundir en sus respuestas la erudición con las digresiones o las anécdotas; para relacionar, en definitiva, y sin solución de continuidad, una dimesión más íntima e incluso autobiográfica (Conexiones podría funcionar en este sentido a modo de unas memorias personales muy sui géneris) con otra mucho más amplia que se ramifica, se enriquece y se diversifica hacia temas que van desde la reflexión sobre los inicios de los estudios académicos sobre cine en nuestro país, el peso específico de una revista como Contracampo y la herencia semiótica y política que dejó, pero también sobre la vida académica en el Bilbao de inicios de siglo cuando el contexto de violencia condicionaba la vida universitaria.


Conexiones es un libro sin duda revelador y tremendamente elocuente que recoge asimismo reflexiones sobre la experiencia docente y los retos que plantea, el debate entre crítica y análisis, el valor de las taxonomías, las herramientas a través de las cuales hacer frente a la comprensión de las películas o la importancia del canon. Todo salpicado por un amplísimo corpus de citas teóricas, pero también literarias, musicales y pictóricas que constituyen un valor en sí mismas. Porque, como bien señala el título del propio libro, hay en el discurso de Zunzunegui una reivindicación del territorio de las conexiones para acercarnos a la comprensión del cine en el marco de un contexto mucho más amplio y general en el que debe entrar en juego el diálogo con el resto de las expresiones artísticas.


¿Para qué te ha servido a ti el cine?”, pregunta Aranzubia ya casi finalizando el libro. Diré que estoy convencido con Malraux de que el arte es la única forma lúcida a través de la que el ser humano puede desafiar el tiempo y la muerte”, responde Zunzunegui.





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1.2.22

y XIII. "CONEXIONES. UN DIÁLOGO CON SANTOS ZUNZUNEGUI", Asier Aranzubia, Valencia: Shangrila 2022



Portadas de Las aventuras del Capitán Hatteras y El peor viaje del mundo


[...]

Todo el mundo sabe cual es el momento decisivo de su vida. Un encuentro con alguien, una decisión, una circunstancia azarosa… Algo parecido a eso que los manuales de guion llaman el “punto de giro” ¿Cuál es el tuyo?

Nunca he sido capaz de ver mi vida bajo este prisma. No tengo la sensación de ninguna discontinuidad trascendental en mi vida, aunque no se me escapa que existen momentos que, en términos convencionales, podrían aspirar a ser vistos como tales. Algunos ya han encontrado sitio en este diálogo. Pero prefiero pensar mi vida como hecha de encadenamientos de cosas más o menos sencillas que solo a posteriori revelan su trascendencia y que, esto es importante, únicamente para mí son relevantes y desaparecerán conmigo. Enumeraré algunas tal y como me vienen ahora a la memoria y pensando en que no hayan comparecido antes en escena. Sin orden ni concierto: Haber tenido en el colegio unos excelentes profesores de francés que me abrieron el mundo que esta lengua encerraba (de Villon a Brassens, de Racine a Hugo, de Ronsard a Céline) y sellaron mi devoción por un país; mi padre llegando a casa una tarde de sábado de principios de los años sesenta con una novela que parecía ser policíaca llamada entonces La doble muerte del profesor Dupont de un tal Alain Robbe-Grillet; una representación en Madrid del Tartufo de Molière-Marsillach-Llovet en febrero de 1970, por razones que a nadie más que a dos personas importan; el frío invernal de una iglesia en Arceniaga a finales del año 70; la muerte de mi madre, demasiado temprana, si es que esta expresión tiene algún sentido; el inmenso lienzo blanco de la sala Chaillot de la Cinemateca Francesa, sobre el que se desplegaban todos los sueños; las tristes callejas vacías de la Giudecca veneciana recorridas con Marina, José Antonio e Isabel; el temprano sol de verano en el jardín seco de Ryoan-ji en Kioto con Pablo y Marina; la tumba de Ozu en Kita-Kamakura; la risa compartida con Marina en una playa de Formentera leyendo las hilarantes páginas de La conjura de los necios; la frecuentación permanente de la poesía española de los siglos XVI y XVII; la escucha de las músicas del cielo (Bach), de la tierra (Beethoven), del alma (Mozart) y de la (ahora sí) melancolía (Schubert); lo difícil, si no imposible, que es ser padre aunque sea una de las pocas cosas que importan de verdad; lo que me lleva necesariamente a ese día de mayo de 1988 en que recogimos de la maternidad bilbaína a nuestro hijo; la visita a la casa de la Fontanka donde Anna Ajmatova, autora de uno de los poemas esenciales del siglo XX, Requiem, vivió durante treinta años en San Petersburgo (sí, así se llamaba su ciudad); pero también el recorrido con Pablo y Jenaro por el Museo dedicado a la heroica resistencia del pueblo de Leningrado (sí, así se llamaba entonces la ciudad) ante el invasor nazi; los encuentros en Florencia y Siena, en Madrid y en Bilbao, con Jean-Marie, Jorge, Omar, Paolo, a los que ya no volveré a ver jamás; un paseo por las calles de San Roque, bajo un sol de justicia, recorriendo de la mano de Carlos Castilla del Pino las huellas de nuestra guerra civil en su pueblo natal; la primera vez que entré, para dar clase en ella, en el aula de la universidad de Ginebra en la que Saussure dictó su Curso de lingüística general; el escalofrío que recorrió mi columna vertebral cuando tuve que impartir docencia en lo que fueron los lugares, ahora reconvertidos al servicio de la “verdad y la belleza”, donde la Gestapo interrogaba y torturaba a los resistentes en Lyon; en fin, haber ejercido como profesor en l’École Normale Supérieure de la rue d’Ulm parisina, donde lo hicieron tantos y tantos maîtres á penser (para bien y para mal) de mi generación.

Acaban de salir a colación algunos de los lugares que has visitado y que han echado raíces en tu memoria. Japón, como ya delataba la foto de tu perfil de Whatsapp, es uno de ellos… Pero ahora me interesan los que no conoces… ¿Qué viaje tienes pendiente? ¿A qué lugar que no has visitado te gustaría viajar?

Desde que leí a muy temprana edad en una edición de Editorial Molino con ribetes de color rojo Las aventuras del Capitán Hatteras que Julio Verne publicó en 1866, con sus dos partes “Los ingleses en el Polo Norte” y “El desierto de hielo”, he sentido una fascinación particular por los mundos helados. Soy, desde entonces, lector incansable de cualquier literatura acerca del tema de las exploraciones polares. A estas alturas de mi vida puedo decir que estas lecturas funcionan como sucedáneos razonables de mis viajes frustrados a territorios que nunca conoceré de visu. También por este motivo en mi filmoteca secreta ocupan un lugar destacado dos filmes singulares: el primero, El enigma de otro mundo (The Thing from Another World, Christian Niby, 1951) que, además, es un filme de terror que años después conoció un remake un tanto aparatoso pero nada despreciable a cargo de John Carpenter; el segundo, un filme de John Sturges titulado Estación Polar Cebra (Ice Station Zebra, 1968) que, por si fuera poco, es una película de dos géneros que también cultivo en privado (el cine de submarinos y el de espías durante la Guerra Fría; en estos apartados debo incluir una mención de honor para El diablo de las aguas turbias de Samuel Fuller). Ahora que lo pienso, me viene a la cabeza la que puede ser la primera imagen cinematográfica de la que guardo memoria consciente y tiene que ver con la nieve. No soy capaz de recordar a qué película pertenecía. Pero veo con absoluta nitidez la imagen en blanco y negro de un gran perro San Bernardo con su barrilito de brandy al cuello acercándose a rescatar a un pobre hombre prácticamente sepultado por una avalancha en medio de una tormenta pavorosa. Cosas de la vida, hace unas semanas vimos Marina y yo una película que no nos pareció gran cosa, firmada por Richard Linklater y titulada Where’d You Go, Bernadette (2019) en la que, por razones que no hacen al caso, los miembros de una familia acaban en un crucero de placer por la Antártida (aunque las escenas están filmadas en Groenlandia). Obviamente mis fantasías polares se parecen más a lo que cuenta uno de los compañeros de aventuras de Robert Falcon Scott en su fracasado intento de alcanzar el primero el Polo Sur que a las andanzas de una desnortada Kate Blanchett. Me conformaré con la relectura del fascinante El peor viaje del mundo de Apsley Cherry-Garrard que, en cierta forma cierra el ciclo abierto por el gran Verne. De la ficción al crudo documento [...]



Imagen portada: Santos Zunzunegui ante la tumba de Yasujiro Ozu



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31.1.22

XII. "CONEXIONES. UN DIÁLOGO CON SANTOS ZUNZUNEGUI", Asier Aranzubia, Valencia: Shangrila 2022



Marina (verde-grisáceo, nublado), Gerard Richter, 1969



[...]

[...] Volviendo al territorio en el que nos movemos los analistas fílmicos señalaré que el punto de vista dominante para nosotros es, siempre, el del espectador de la imagen. Nos interesa poco cómo se haya fabricado esta imagen (no decimos que este tema sea irrelevante, simplemente no es nuestro tema) sino los efectos que produce y cuales son los elementos estilísticos que están detrás de estos efectos. Para nosotros eso que se suele llamar “ilusión referencial” y que parece sufrir un punto de inflexión trascendental con la aparición en escena de la tecnología fotoquímica, es algo que para el espectador ha venido acaeciendo siempre, de una u otra manera: cuando no existía la fotografía nada nos impedía aceptar reproducciones pictóricas de tipos muy diversos como muy razonablemente realistas en tiempos y culturas distintas; más adelante hemos sido muy tolerantes con el uso de “transparencias” más o menos logradas que sin duda percibíamos como “falsas” en todo tipo de filmes, algo que estábamos dispuestos a admitir sin problemas no solo porque teníamos conciencia clara que ese era el “estado de la tecnología” en un momento dado sino, sobre todo, porque aceptábamos “firmar” un contrato de credibilidad con el discurso narrativo y visual que el filme nos proponía de manera implícita. ¿En qué consistía ese contrato? Nada menos que en solicitar la “suspensión de nuestra incredulidad” durante el tiempo que duraba la proyección. Esto no es nada distinto que lo que sucede cuando leo un texto literario, a no ser porque en lugar de palabras vemos figuras que replican, mejor o peor, las de nuestra percepción directa del mundo. En ambos casos estamos ante el resultado de una serie de estrategias discursivas (literarias, cinematográficas) destinadas a producir un clima inmersivo que busca sumergir al espectador para que crea, según toque, bien en la palabra escrita, bien en la imagen, con el fin de que las asuma como verdaderas y ciertas, al menos durante el periodo temporal en que dura la inmersión aludida. Conviene insistir en que esta modelización ha ido cambiando según las épocas entre otras cosas en función de las tecnologías disponibles que modifican, con su aparición, la noción de “realismo”. Lo importante, empero, reside en que, como dice Paolo Fabbri, la imagen no se confronta con las cosas sino con su poder de trompe-l’oeil y la alta definición icónica (esa que facilitan el cine y las tecnologías digitales posteriores) lo que parece reforzar es esa idea de Gombrich que creo es conveniente recordar: “el significado (…) no depende del parecido; la contemplación de unos cazadores en las ciénagas de lotos fácilmente hubiera conmovido los recuerdos y la imaginación de un egipcio, como puede sucedernos a nosotros leyendo una descripción verbal de la cacería; pero el arte occidental no hubiera perfeccionado los recursos del naturalismo de no haber creído que la incorporación a la imagen de todos los rasgos que en la vida real nos sirven para descubrir y contrastar el significado permitían al artista prescindir de un número cada vez mayor de convencionalismos. Esta es, según creo, la opinión tradicional y me parece correcta”.

Un ejemplo de este vaivén entre “tipos de realismo” se encuentra en las pinturas de paisajes marinos de Gerhard Richter, minuciosamente producidas con técnicas pictóricas manuales pero que, si son observadas a distancia suficiente, simulan ser fotografías. Este viaje de ida y vuelta entre diversos niveles de iconicidad me parece extremadamente revelador de que los avances tecnológicos no cancelan necesariamente las mecanismos anteriores usados para reproducir la realidad sino que vienen a enriquecerlos. 

De la misma manera, es cierto que en la imagen digital podemos cambiarlo todo. Pero muchas veces sucede (y es seguro que sucederá aún más en el futuro) que estaremos dispuestos a aceptar esa imagen como una representación fehaciente de la realidad aparencial en la medida en que funcione como la “asíntota” de Bazin. O si se quiere expresar con otras palabras, el hecho de que una imagen esté generada por un ordenador, provenga de manipulación infográfica o tenga su origen en un registro indicial o huella fotográfica, no afecta ni a su semanticidad (los contenidos que vehicula), ni a su verosimilitud (nuestra capacidad de “creer” en ella). Insisto en lo de aparencial, porque ahí me parece que reside uno de los quids de la cuestión. De hecho, Bazin, que era todo menos ingenuo, expresó con claridad la necesidad de disipar “el malentendido entre el verdadero realismo que entraña la necesidad de expresar la significación concreta y esencial del mundo, y el pseudorrealismo que se satisface con la ilusión de las formas” [...]



Imagen portada: Santos Zunzunegui ante la tumba de Yasujiro Ozu



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