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12.6.24

II. "AGUSTÍ VILLARONGA. TRAS UN CRISTAL OSCURO", Pilar Pedraza, Valencia: Shangrila, 2024

 

I. INTRODUCCIÓN


Agustí Villaronga



En 2007, hace ya más de quince años, publiqué en la colección de cine de la editorial Akal una monografía sobre nuestro querido y admirado Agustí Villaronga (17), fallecido recientemente, el 22 de enero de 2023. La invitación de Akal y del director de la colección, Francisco López Martín, a escribir sobre un cineasta en activo de nuestra elección no me planteó en su momento la menor duda. Escogí inmediatamente a Villaronga por tres razones: por tener un mundo propio, por ser un director español y por no parecerlo. En aquel entonces él era joven y más conocido en Europa que en España, pero ya tenía una obra prodigiosa. Me alegra poder decir que he sido amiga suya, a través de otro cineasta, el también mallorquín Antoni Aloy. Escribí aquel libro utilizando materiales raros y difíciles de encontrar y, sobre todo, el insustituible conocimiento y trato personal con Agustí, y estoy orgullosa de aquella obra. No la considero superada ni desplazada por la que tienes en las manos, querido lector o lectora, y, obviamente, ha servido de base para el presente texto.

17. PEDRAZA, Pilar, Agustí Villaronga, Madrid: Akal, 2007.

Ahora, después de tantos años, me dispongo a llenar el vacío entre la fecha mencionada, 2007, y lo que Agustí produjo a partir de ella, que ha sido mucho, excelente y lo ha dado a conocer a un público más amplio. Pero para mí no se trata únicamente de completar su obra desde Pan negro (Pa negre, Agustí Villaronga, 2010) hasta su última película, Loli Tormenta (Agustí Villaronga, 2023), sino de repensarlo todo a la luz de su trayectoria completa, que su fallecimiento prematuro ha dejado cerrada, y de lo que yo misma he aprendido desde entonces sobre cine y literatura a fuerza de ver y leer. 

Desde la concesión a Pa negre de nueve premios Goya, entre ellos al mejor director y a la mejor película española en 2010, el público general comenzó a reconocer a un talento cinematográfico que había sido injustamente preterido durante demasiado tiempo en nuestro cine, quizá como consecuencia de la novedad y radicalidad de sus propuestas y también por la mediocridad de nuestra crítica. Desde su sorprendente ópera prima, Tras el cristal (Agustí Villaronga, 1986), hasta la profunda El vientre del mar (El ventre del mar, Agustí Villaronga, 2021) y la encantadora comedia Loli Tormenta, estrenada en cines de manera póstuma en marzo de este año, Agustí Villaronga ha derrochado talento en su obra, que constituye una de las más valientes y hermosas del cine contemporáneo europeo y que está dotada, además, de una gran maestría técnica, de un exhaustivo conocimiento cinematográfico y de un obsesivo perfeccionismo.

Villaronga es un autor. Su vanguardismo no se ha desgastado con el tiempo ni se ha debilitado por la melancolía crepuscular de la llamada posmodernidad. El director ha sido capaz de realizar un cine comercial de calidad sin renunciar a su estilo. Ni los premios recibidos ni el reconocimiento de la crítica nacional y extranjera ni la buena consideración de su obra por parte del público han conseguido ablandar o dulcificar el inquietante talento que le ha permitido caminar por los bordes de los precipicios como su lugar natural. Ni siquiera cuando ha trabajado en producciones costosas, con medios suficientes y un público amplio y expectante, ha renunciado a plantear la historia a su manera. Su cine siempre ha sido trasgresor. No ha necesitado penurias y escasez de medios para crear sus complejos universos, en los que el bien y el mal vienen a ser inseparables.

El retorno del mal: aquí reside lo siniestro en la obra de Villaronga. Con el cine transgresor siempre se corre el riesgo de intentar domesticarlo por la vía de una aproximación ideológica. En este libro prescindiremos de ese recurso. No vamos a domesticar a sus niños de la guerra considerándolos producto de la época y de la historia, ni tampoco a los jóvenes cubanos de la calle en la crisis de los balseros. Están desde el principio en la parte del mal y a veces de la muerte. Hablando de la defensa que Jean-Paul Sartre hizo de Jean Genet, decía Georges Bataille que “al final, la literatura tenía que declararse culpable”. (18) No disculpamos a los creadores proporcionándoles coartadas tranquilizadoras “a posteriori”. El arte posee el derecho fundamental de representar el mundo y su reverso, la piel dura que está en contacto con el exterior, y la piel blanda y sangrienta que limita con el interior del cuerpo, tal como lo siente el creador. Las principales películas de Villaronga son crueles y por ellas circula el mal, que se transmite a sus personajes sin menoscabo de su inocencia, por profunda que sea su pérdida en los infiernos y los abismos del texto en que habitan, sea un retiro para enfermos terminales o el vientre del mar que se alimenta de cadáveres. Sin embargo, Agustí ha sabido crear también puntos de vista infantiles y mágicos, desbordantes de amor y de gracia, como en su película testamentaria Loli Tormenta, donde la muerte nos guiña el ojo divertida (Fig 4).

18. BATAILLE, Georges, La literatura y el mal, Madrid: Taurus, 1977, p.29.


Fig. 4. Loli Tormenta


La crítica alemana es la que más ha destacado la homosexualidad presente en su cine, quizá porque en su cultura cinematográfica cuenta con la fuerte presencia de Rainer Werner Fassbinder. En ocasiones, la crítica española ha pasado por alto este extremo o ha mirado hacia otro lado, lo que ha dado lugar a análisis y explicaciones ininteligibles de películas como Tras el cristal, El mar o Incierta gloria (Incerta glòria, 2017). Dentro del panorama del cine español, la obra de Villaronga —como la de David Lynch en el caso norteamericano— es extraña, casi extranjera. Ni lo que cuenta, ni lo que dice, ni cómo lo dice tienen mucho que ver con lo usual en sus colegas, salvo con algún otro rompedor como el Iván Zulueta de Arrebato (1980) o de “Ritesti” (1993). (19) Algo tiene que ver también con el cine catalán de vanguardia y de la Escuela de Barcelona.

19. Décimotercer y último episodio de la la serie televisiva Crónicas del mal (prod. Mabuse, 1992-1993), estrenado el 22 de enero de 1993.

Ajeno totalmente al sainete, al humor coral, a la comedia sentimental, al terror popular o al cine de guardarropía, su soledad en el panorama nacional es de por sí una peculiaridad. “Cine de culto” suele denominarse a este fenómeno, cuando ofrece un especial atractivo a unos espectadores peculiares, amantes de lo raro. Nosotros no lo vemos así. No nos interesa por sí misma la singularidad y somos enemigos de la cinefilia. Para nosotros, Villaronga es un cineasta europeo de fuerte personalidad, un potente creador de imágenes audiovisuales, pero nunca un fetiche para cinéfilos. A través de estas páginas, como hicimos en su momento en el libro de 2007, trataremos de acercarnos a su universo y de transitar por los parajes privilegiados de sus obras, por si con ello contribuimos a su mejor conocimiento y disfrute y, por qué no, a honrar su memoria. 

Villaronga no vivía encerrado en la torre de marfil de su cine. Tuvo una infancia de niño solitario y retraído, que él calificaba de tranquila y feliz para alejar la tentación de que se considerara a su arte fruto de una catástrofe temprana —lo único notable es que fue, y así lo juzgaron también sus compañeros, un niño “raro”—. Su vocación cinematográfica despertó en la adolescencia. Se aficionó desde jovencito al cine de arte y ensayo con total naturalidad, y pronto se entregó a lecturas teóricas de carácter semiótico, tal vez prematuras, que le sobrepasaban, pero le hicieron considerar al cine como arte y medio de expresión más que como un entretenimiento. Como nos ocurrió a todos los españoles nacidos a comienzos de los años cincuenta, en su infancia y su primera juventud vio sobre todo películas de Hollywood filtradas por la censura franquista y “españoladas” —que, por cierto, recordaba con simpatía la última vez que hablé con él—. Sin embargo, ha sido siempre un espectador y un amante apasionado tanto del cine clásico como del contemporáneo, sin el menor rasgo de esnobismo ni de pedantería teórica y abierto a todas las propuestas de calidad.

Recordamos que Villaronga, en conversación personal con la autora, se consideraba admirador de los clásicos modernos como Carl Dreyer, Alfred Hitchcock, Ingmar Bergman, Andréi Tarkovsky, Wong Kar-Wai o Federico Fellini —de quien destacaba lo que calificó con grandísimo tino de “alegría visual”—. Personalmente siempre le gustó lo que llamaba con modestia socarrona el “cine raro”, como el Cinema Novo brasileño, los primeros filmes de Bigas Luna o las obras de Gus van San, David Lynch y David Cronenberg. Más tarde insistió en su admiración por Pasolini. No tenía prejuicios sobre los géneros más o menos “culturalmente incorrectos”, como el fantástico y de terror, del que le gustaba destacar, entre las películas españolas, los dos largometrajes de Narciso Ibáñez Serrador (20) y el cine cruel de Dario Argento. Esta enumeración sencilla y clara da cuenta de la amplitud y la diversidad de gustos de este experto buceador en aguas cenagosas, dotado de un especial talento para mezclarlas con las cristalinas.

20. La residencia (Narciso Ibáñez Serrador, 1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976).

Los rodajes de sus películas le llevaron a lugares lejanos, incluso exóticos (Polinesia, México, Sudán, Arabia) y trabajó con frecuencia en el extranjero, lo que hace su obra marcadamente internacional. Quizá por ello los espectadores perciben su cine como “diferente” de la estética o del ambiente de las películas españolas en general. Desde su punto de vista. Como persona y como creador, este cosmopolitismo respondía a su escaso interés hacia lo cotidiano más próximo y hacia lo que parece real sin serlo. Le atraían los mundos lejanos, fruto de su fértil fantasía o de origen literario, como gran lector, lo que viene de dentro y de lejos, tanto lo institucional como lo que no existe y exige ser creado, y también lo lejano real y poderoso: la selva, el desierto, el océano. Nunca tuvo reparos en trabajar con equipos desconocidos y procedimientos que hay que aprender sobre la marcha. Cuando bajó de la avioneta en las selvas de Guatemala para el rodaje de los exteriores de Aro Tolbukhin - En la mente del asesino (Isaac-Pierre Racine, Agustí Villaronga, Lydia Zimmermann, 2002), se encontró con un panorama técnico desolador (Fig. 5). Otro cineasta hubiera tirado la toalla; Agustí se puso a meditar a la manera budista y salió del apuro. Para él, los viajes han sido una manera de conocer el mundo y a sí mismo, de trabar contacto con personas interesadas en los mismos problemas que él, sobre todo si lo estaban de distinto modo.
En la noche del 22 de enero de 2023 Agustí nos dejó a la edad de 69 años, víctima de un cáncer que había sobrellevado sin dejar de trabajar en sus dos últimos largometrajes: El vientre del mar y Loli Tormenta. (21) Era un hombre de aspecto juvenil, alto y apuesto, y un director con autoridad. Todos los que hemos tenido el gusto y el honor de tratarlo en persona sabemos de su inteligencia, su sensibilidad y su generosidad. Un fuerte ramalazo budista le proporcionaba calma y energía, y daba a su carácter una simpatía especial, un respeto universal hacia las personas y las cosas. La meditación yóguica le ayudaba cuando tenía problemas, y cuando no, también. Era, además, muy ocurrente y estaba dotado de un agudo sentido del humor, que te hacía sentir feliz en su presencia.

21. Anunció públicamente la gravedad de su enfermedad en una entrevista en el programa Al Día (10/117202) de IB3 Ràdio, con motivo del estreno de El vientre del mar.


Fig. 5. Aro Tolbukhin. Foto de rodaje


No quiero terminar esta semblanza sin enriquecerla con estas palabras luminosas de nuestro compañero y amigo común Antoni Aloy:

Amb la seva mirada d’ulls negres i brillants, el cineasta ens endinsa en un món on el realisme més cru es conjuga amb la poesia més profunda i ens enfronta cara a cara amb l’horror, la guerra, la malaltia, la misèria, la bogeria, obligant-nos a mirar allò que no volem veure. Ens embruta per després ensenyar-nos que de la foscor neix la llum, i que no hi ha llum més bella que la que resplendeix en l’obscuritat. (22)

22. “Con su mirada de ojos negros y brillantes, el cineasta nos adentra en un mundo donde el realismo más crudo se conjuga con la poesía más profunda y nos enfrenta cara a cara con el horror, la guerra, la enfermedad, la miseria, la locura, obligándonos a mirar lo que no queremos ver. Nos ensucia para después enseñarnos que de la oscuridad nace la luz, y que no hay luz más bella que la que resplandece en la oscuridad.” Fragmento de un texto inédito de Antoni Aloy, quien ha tenido la amabilidad de compartirlo con la autora.





10.6.24

NOVEDAD: I. "AGUSTÍ VILLARONGA. TRAS UN CRISTAL OSCURO", Pilar Pedraza, Valencia: Shangrila, 2024

 



  286 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila - ISBN: 978-84-128271-2-5


Agustí Villaronga es un autor. Su vanguardismo no se ha desgastado con el tiempo ni se ha debilitado por la melancolía crepuscular de la llamada posmodernidad. El director ha sido capaz de realizar un cine comercial de calidad sin renunciar a su estilo. Ni los premios recibidos ni el reconocimiento de la crítica nacional y extranjera ni la buena consideración de su obra por parte del público han conseguido ablandar o dulcificar el inquietante talento que le ha permitido caminar por los bordes de los precipicios como su lugar natural. Ni siquiera cuando ha trabajado en producciones costosas, con medios suficientes y un público amplio y expectante, ha renunciado a plantear la historia a su manera. Su cine siempre ha sido transgresor. No ha necesitado penurias y escasez de medios para crear sus complejos universos, en los que el bien y el mal vienen a ser inseparables.

Las obras de Pilar Pedraza y Agustí Villaronga exploran terrenos similares. A veces convergen, a veces divergen, a menudo se cruzan, como líneas que serpentean en torno a los mismos problemas: el mal, la mirada, el deseo, la crueldad, la oscura noche que se extiende en nuestro interior. Era inevitable que Pedraza acabara escribiendo sobre su cine, pues encontraba en ella la armonía y contrapunto de su propia visión del mundo.



PILAR PEDRAZA

(Toledo, 1951) se doctoró en Historia del Arte por la Universidad de Valencia, donde ejerció como docente e investigadora hasta 2011, cuando empezó a dedicarse por completo a la escritura. A lo largo de su carrera, ha compaginado la investigación y la escritura, la docencia universitaria y la creación. En su obra encontramos cuentos, novelas, columnas, artículos, ensayos, ediciones críticas y traducciones de extrañas obras renacentistas como El sueño de Polífilo. Como escritora de ficción, es autora de una extensa obra, de entre la que cabe citar Las joyas de la serpiente, La fase del rubí, La pequeña pasión, Paisaje con reptiles, Piel de Sátiro, Arcano 13, La perra de Alejandría, Lobas de Tesalia, Mystic Topaz, El amante germano, Pánikas, Eros ha muerto o Nocturnas, su última antología de relatos. Como investigadora, destacan sus ensayos sobre películas, como Metrópolis, La mujer pantera o Suspiria; sobre directores, como Federico Fellini o Jean Cocteau; y sobre la construcción de lo femenino en Occidente a través de la literatura y el cine fantástico, con obras como La bella, enigma y pesadilla, Máquinas de amar, Espectra o Brujas, sapos y aquelarres. Su obra ha aparecido publicada en antologías internacionales como The Valancourt Book of World Horror Stories y la ha hecho merecedora de diversos premios como el Ignotus, Nocte, Sheridan Le Fanu, Gabriel, o el Golem Honorífico a toda su trayectoria.




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25.9.20

VI. "SUSPIRIA. LAS MINISTRAS DEL MAL", Pilar Pedraza, Shangrila 2020



Suspiria


[...] En 1976, Dario escribe en su autobiografía Paura: “Mi nuevo filme, Suspiria, está casi acabado. Va a permitirme dirigirme a un público mucho más amplio del que nunca hubiera osado esperar cuando decidí convertirme en realizador.” El tema de la adolescente americana que llega a Alemania o Suiza para vivir en una residencia de señoritas será repetido en Phenomena y contiene un eco lejanísimo del Mine-Haha de Wedekind y de ciertos cuentos populares de brujas malvadas y niñas ingenuas. Dario Argento pensó en protagonistas de entre once y catorce años; pero su padre, el productor Salvatore Argento, y su hermano Claudio, el distribuidor, se opusieron por razones legales y laborales a la edad de las niñas. En Alemania, donde se iba a filmar y ubicar Suspiria, estaba prohibido rodar con menores, así que tuvo que subir las edades entre dieciocho y veintiún años, conservando todo lo demás del guion. Pidió a las actrices que adoptaran personalidades e interpretaciones aniñadas. Lo consiguió solo en parte, pues algunas de ellas, más que jovencitas, parecen desvergonzadas chicas de barra. También hizo con su decorador Giorgio Bassan algunos retoques en los decorados de la tanzakademie, como subir la altura de las puertas y la de los picaportes para dar la sensación de un punto de vista infantil. 

A continuación, referiremos, por su orden, lo que “cuenta” Suspiria como fábula fantástica y, en lo posible, lo que “dice”, tratando de guiar al lector y espectador por sus laberintos narrativos. No se trata de un análisis fílmico ni seguimos en él la diferenciación de las secuencias y escenas, sino más bien de sinopsis impresionista, sin mayor pretensión que la de recordar la disposición narrativa de los elementos del relato, con vistas a que el lector no se pierda cuando hablemos de ellos pormenorizadamente más adelante.

Sobre los títulos de crédito, blanco sobre negro, se inserta una voz masculina, la del propio Dario Argento, que introduce con indiferencia e impersonalidad la historia, a partir de una información tan precisa como incompleta, situándonos in re: Suzy Bannion va a estudiar danza en una academia de Friburgo. Ha salido de Nueva York a las 9 de la mañana y ha llegado a Alemania a las 22:45, hora local, un horario que apunta a lo oscuro. En el interior del aeropuerto, los viajeros del vuelo de Nueva York a Múnich salen con sus maletas al hall de entrada, pasando por un plano iluminado de rojo. La cámara subjetiva panorámica de Suzy crea un espacio irreal. Dado lo avanzado de la hora, hay tranquilidad y poca gente. Suzy mira hacia los lados: nadie la espera. El tiempo atmosférico que se vislumbra tras las puertas de cristal, por las que acaba de salir una mujer de rojo azotada por el viento, es poco tranquilizador. El viento en rachas, que en el género representa al movimiento turbulento o invasor del mal desencadenado, va a estar muy presente en todo el filme, así como la lluvia.




Suspiria


Suzy sale a la tormenta e intenta coger un taxi. Sus elegantes ropas de color marfil, empapadas y flotantes, intensifican su aspecto indefenso. Después de tres fracasos, logra parar a un taxista (Fulvio Mingozzi), que ni siquiera se molesta en ayudarla con el equipaje. La angustia está ya servida, con unos pocos elementos cotidianos que toman un sesgo inquietante gracias a la puesta en escena. El espectador participa de ellos plenamente, de un modo hipnótico, casi físico. Nunca tomar un taxi fue tan intrigante ni tan cinematográfico como en este y otros momentos de Argento [...]



Suspiria





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24.9.20

V. "SUSPIRIA. LAS MINISTRAS DEL MAL", Pilar Pedraza, Shangrila 2020



Thomas de Quincey


[...] Suspiria e Inferno arrancan de antiguas tradiciones sobre triples diosas infernales, especialmente la Hécate griega y las Parcas o Tria Fata (Nona, Decima y Morta) romanas. Thomas de Quincey las había rebautizado en su obra Suspiria de profundis (1845), bajo los nombres y formas de las ministras de la diosa Levana, tres madres hermanas entre sí: Mater Suspiriorum, Mater Tenebrarum y Mater Lachrymarum. (5) Argento las construye como tres brujas muy poderosas, cuya trinidad simboliza la muerte y siembra el dolor y la destrucción, desvirtuando así el esquema del poeta inglés, para quien no son brujas, sino símbolos de los padecimientos del hombre desde que entra oficialmente en la vida humana y se convierte en juguete del destino hasta la muerte. Daria estaba leyendo por entonces Suspiria de Profundis. La brujería de Argento y Nicolodi es creación de ambos a través de Thomas de Quincey y de la fantasía popular, no corresponde ni al fenómeno real sociológico de la brujería histórica de todos los tiempos ni a los entes casi abstractos del escritor inglés. Conviene tener en cuenta esto a la hora de entender cabalmente lo que queremos decir cuando nos referimos a que la tríada de las Madres es una creación sin antecedentes en el cine o en el imaginario popular, pues es obra de Dario Argento y de Daria Nicolodi. 

5. De Quincey las llama, en inglés, “Mothers of Sorrows”, lo que en castellano suele traducirse como “Madres de las Penas”. El nombre de cada una de ellas, en latín, significa “Madre de los Suspiros”, “Madre de las Lágrimas” y “Madre de las Tinieblas”.

Thomas de Quincey (1785-1859), periodista y escritor inglés, pertenecía a la élite de la literatura anglosajona visionaria del siglo XIX, entre el Romanticismo y el decadentismo. Su vida fue difícil; su obra, profunda, retórica y exquisita. Trabajó en el periodismo para vivir y fue un adicto al opio, consciente, en un momento determinado, de que no tenía posibilidades de regeneración. Su libro más importante es Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes, del que forma parte Confesiones de un inglés comedor de opio, publicado en 1821. Se trata de textos autobiográficos, cortos, de prosa poética. Uno de ellos, el titulado Levana and Our Ladies of Sorrow, comienza hablando de la diosa romana Levana, que preside la aceptación del recién nacido por su padre. En 1845 apareció Suspiria de profundis. Este texto es el que inspira directamente a Daria Nicolodi y a Dario Argento. Está influido por los ensueños alucinatorios del opio, que se mezclan inextricablemente con recuerdos de vivencias intensas de la infancia del autor, como la muerte de su hermanita, a la que amaba profundamente. De Quincey se obsesionó con la creencia de que su vida entera estaba bajo la influencia de estas entidades, tanto en sus visiones gloriosas como en sus efectos destructores. Uno de estos sueños, o más bien constructos conscientes, fue vertido en tono entre solemne, poético y psicoanalítico avant la lettre en el capítulo “Levana y sus señoras de las Penas”, que contiene nociones esenciales del devenir humano en el mundo regido por el destino. Tales nociones están en la base de las Madres, aunque con un sentido diferente, más complejo y filosófico que en las películas de Argento, que las convierte en entidades asequibles al público: en brujas. Son tres, como las Gracias, como las Parcas, como las Furias: “Estas son las Penas y a las tres las conozco” (De Quincey, 1985: 93-94)

[...]


Dice Thomas de Quincey que muchas veces, en Oxford, en su disipada juventud de comedor de opio, había visto en sueños —que no en delirios— a Levana. La conocía por sus símbolos romanos. Levana, que debía su nombre al latino “levare” (“levantar”), era la diosa romana que cumplía ante el recién nacido los primeros oficios de la bondad, de la grandeza de la raza humana, y de la benignidad. En el momento mismo del nacimiento, cuando el niño aspiraba por primera vez el aire de nuestro mundo, lo acostaban en el suelo. Inmediatamente después lo cogía en brazos su padre, en nombre de la diosa Levana, con lo cual lo aceptaba como suyo. En los sueños de De Quincey, la misteriosa señora no mostraba nunca el rostro salvo a él, y actuaba por delegación del Destino. Su misteriosa misión era atormentar el corazón humano hasta extraer de él la más pura esencia espiritual.

Las hermanas no hablan, giran en laberintos, conspiran juntas; y en los espejos de la oscuridad los ojos avezados perciben retazos de sus intrigas. Los símbolos son suyos, “mías las palabras”. La suya es una presencia que avanza siempre al primer plano o se hunde entre las sombras. Son las Semnai Theai o Diosas Sublimes, las Euménides o Graciosas Señoras. De Quincey les pone nombres latinos inolvidables: la mayor de las tres se llama Mater Lachrymarum, Nuestra Señora de las Lágrimas. Delira día y noche, llamando a los que ya no están. Sus ojos son ya dulces y sutiles, ya fieros y soñolientos, y muchas veces se levantan hacia las nubes, desafían al cielo. Lleva en la cabeza una diadema y, prendidas en el cinturón, las llaves con las que abre chozas y palacios. Visita a los que no duermen. Se la llama también Madonna.

La segunda hermana es la Mater Suspiriorum. No asciende a las nubes ni camina en los vientos. No lleva diadema. La suya es una dolorosa historia llena de sueños destruidos y ruinas de un delirio olvidado. La cabeza, cubierta por un viejo turbante, siempre está inclinada, siempre vuelta hacia el polvo. No llora ni se queja, pero a menudo suspira de manera audible. Es humilde hasta la abyección. Puede murmurar, y en sueños susurrar, pero solo para sí y en la penumbra. No pide nada, solo da su consuelo. Visita al paria, al judío, al galeote, al penitente, al esclavo de las plantaciones, a las monjas, a las prostitutas, al cautivo.

La tercera hermana, Mater Tenebrarum, que también es la más joven, es la desafiadora de Dios, la rebelde, la madre de las locuras y la inductora de los suicidios. Se mueve con saltos de tigre. No tiene ninguna llave, pues asalta con su solo poder todas las puertas [...]

Argento y Nicolodi dedicaron su esfuerzo a reflexionar sobre estas mujeres nacidas de los Suspiria de profundis de Thomas De Quincey, construyendo una leyenda propia a partir de sus ideas sobre el origen de las brujas. Para Daria y para él, tal como aparece explicado en los filmes Suspiria e Inferno, las Tres Madres eran tres seres malvados que habían sentado las bases de la brujería en el siglo XI. Tras haber sembrado por doquier la muerte y la desolación, desarrollando sus propios poderes, se habían reunido para encontrar tres lugares donde instalarse para siempre y desde donde dominar el mundo.


Ilustración de Julien Champagne (1877-1932) para
 El misterio de las catedrales, Fulcanelli, 1926


Para el nombre de Emilio Varelli, el arquitecto de las casas de las Madres, Daria y Dario se inspiraron en el alquimista moderno e histórico Fulcanelli, personaje real fascinante, cuyo origen y nombre completo se desconocen. Su apodo se relaciona con los dioses Vulcano y Helios. Nació en los años setenta del siglo XIX y se sabe que estuvo muy activo en la segunda década del siglo XX. Viajó mucho, en parte por España. Escribió varios libros de esoterismo alquímico, entre ellos El misterio de las catedrales (París, 1926) y Las moradas filosofales (París, 1930). Ambas obras hacen pensar en arquitecturas secretas y esotéricas, similares a las casas de las Madres de Argento. Parece haber sido amigo de Eugène Emmanuel Viollet le Duc, el gran arquitecto neogótico, y su figura es comparable, salvando las distancias, a la de Giacomo Casanova y el conde de Saint Germain. (6) [...]

6. Sobre Fulcanelli véase Nataf, 1994 y Corral Lafuente, 2008. Fulcanelli estaba de moda en los años setenta, debido al resurgir del interés por el tema de la alquimia, cuando Alejandro Jodorowsky rodó La montaña sagrada (1973), película totalmente hermética cuyo tema es la obtención de la piedra filosofal y la reunión de los grandes iniciados en un lugar secreto. Fue proyectada en varios festivales internacionales, entre ellos el de Cannes de 1973 y Dario Argento la conocía.





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IV. "SUSPIRIA. LAS MINISTRAS DEL MAL", Pilar Pedraza, Shangrila 2020




 Suspiria


[...] La ley que rige el mundo secreto de Suspiria es la del Silentium alquímico, que los coven de brujas deben guardar. Inferno heredará dicha ley y la traspasará a la tercera película (La madre del mal). Romper el silencio, divulgar los misterios, acarrea la muerte, lo que explica muchos rompecabezas presentes en estas películas, en las que lo oculto es tomado por la crítica como un elemento surrealista e incluso como un preciosismo injustificado. Se oye y se lee que son caprichos de Argento, visiones muy hermosas, pero sin sentido, adornos; pero no es así: las historias de Argento, por débiles que sean sus recorridos y sus finales, son lineales, justificadas y con intriga, no merodeos del autor por los espacios de su propia fantasía; aunque, en ocasiones, cuando la cámara se autonomiza y se desencadena, así lo parezca; y aunque el propio Argento lo afirme, tal vez para ahorrar explicaciones. Ni Suspiria ni Inferno son películas surrealistas, como hemos leído tantas veces. Nada tienen que ver con Un perro andaluz (Un chien andalou, Luis Buñuel, 1929), salvo que ninguna de ellas ha sido comprendida por quienes se aferran a los modos y cánones de los distintos cines consagrados.

Suspiria es conocida y apreciada como joya cinematográfica en todo el mundo. Inferno, más atormentada y sulfurosa, es la más querida por los amantes del cine de Argento, pero fue tildada por la crítica contemporánea de fragmentaria, de “tetra banalitá”, y sus colores, de absurdos. La madre del mal, muy posterior y casi obligada como tercer panel del tríptico, pertenece a otro registro: el del fantástico católico, cuyo tema es el mal real que habita en la sociedad, desatado por brujas humanas o “malas mujeres”, con la cúpula de San Pedro al fondo.

Suspiria, con su imagen ultrarrealista y su música celeste o demoníaca, de rock progresivo— rupturista y alejada de los cánones del cine clásico—, es algo más que un objeto de culto para amantes del género fantástico y de terror. No se trata solo de una historia de hadas malignas, sino de un exquisito fetiche mágico en sí mismo, que lanza destellos tan incomprensibles como reveladores de una sensibilidad artística manierista de alto voltaje. Nos empuja a entrar en un universo que algunos denominan con simpleza “onírico”. Nos enfrentamos, acompañando a la joven protagonista Suzy Bannion (Jessica Harper), con un odioso y fascinante nido de brujas presidido por su reina asmática y centenaria. ¿Qué hacen y quiénes son estas damas singulares, estas madres malignas, mantenidas en las mansiones que creó para ellas un arquitecto alquimista? Tiernas y feroces guardianas velan por un máximo secreto o Silentium, cuyo quebranto trae consigo la muerte a quienes tratan de violarlo. ¿Qué misterio es ese? 

Si el Silentium es quebrantado por una joven inocente, se produce la destrucción del monstruo, del aquelarre y del decorado; en suma, del Mal y sus ministras. Se nos obligará a dar un salto mortal catártico junto con la heroína, que se salva in extremis de la tempestad provocada por la muerte de la bruja. Suspiria e Inferno son una puerta al inconsciente colectivo y también a nuestro propio interior. El suyo es un terror laico, mágico; mientras que el terror de películas como El exorcista, o La semilla del diablo, por ejemplo, es fundamentalmente cristiano y realista. En este género, muy popular, hay un poderoso diablo en acción, y por lo tanto un Dios, mientras que en la Trilogía de las Madres de Argento, especialmente en las dos primeras películas, las brujas son de estirpe pagana y matriarcal. Siembran el mal que se cuece en unos infiernos femeninos, sin una figura de poder masculina de la que dependan. Se producirá cierto cambio regresivo en La madre del mal, de terror cristiano, aunque no patriarcal, que corresponde a una nueva etapa vital y estética del director italiano [...]





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23.9.20

III. "SUSPIRIA. LAS MINISTRAS DEL MAL", Pilar Pedraza, Shangrila 2020



INTRODUCCIÓN



Cuando la editorial me propuso escribir un libro sobre una película que fuera especialmente de mi gusto, no lo dudé un momento. No consulté con la almohada. No hubo un minuto de silencio reflexivo: “Desearía escribir sobre Suspiria de Dario Argento”, les dije. Me fue adjudicada con el mismo entusiasmo que me movió a proponerla. Gracias por confiar en mí para una operación tan delicada; es muy gratificante que los editores conozcan en profundidad y amen lo que publican.

Quienes, como Banana Yoshimoto (1997: 7-11) y yo misma, tuvimos la suerte de ver Suspiria (1) en el momento de su estreno experimentamos una especie de iluminación. Había en ella algo que iba más allá del cine como arte o espectáculo. Era otro mundo y estaba a nuestra disposición, como en el caso de Federico Fellini desde Julieta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1964). Teníamos a nuestro alcance la belleza inmarcesible, lo que nadie había visto hasta entonces, una nueva dimensión y una inmersión. No la creaban los espectadores. Era un monstruo autónomo que tiraba de nosotros hacia un paisaje infinito de visiones deliciosas y crueles. Luego vino Inferno (1980) a remachar aquel clavo ardiente y nos vimos deambulando por una pesadilla a la que nunca vamos a renunciar. Nos ha enseñado a bucear en el infierno. A esto se le llama cine de horror o cine fantástico, pero, en casos como los de Suspiria o Inferno, la nomenclatura de género se queda corta.

1. Literalmente, “los suspiros”. “Suspiria” es el plural de la palabra latina “suspirius” (“suspiro”).

Suspiria (1977) es la película de Dario Argento más apreciada, inagotable fuente de fantasía, belleza y crueldad. Con motivo del estreno de Suspiria de Luca Guadagnino (2018), remake del filme de Argento —basadas ambas en el guion de Dario Argento y Daria Nicolodi—, ha habido división de opiniones, como es habitual en esta clase de operaciones, en que se compara lo incomparable. ¿En qué se diferencian? ¿Cuál es mejor? ¡Vanas preguntas de cinéfilo! Hay quien ve la primera Suspiria como un intemporal cuento de hadas, y la secuela como un relato comprometido con la época contemporánea, con una importante carga de memoria histórica del nazismo; pero las preguntas están mal planteadas y no tienen respuesta. En estos textos trataremos de comprender y disfrutar de ambas obras, cada una en lo que es, sin caer en la tentación de superponerlas. No coinciden y de ello solo se obtiene un borrón. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la Suspiria de Argento es la primera de una trilogía o tríptico, cuyos paneles conocen Guadagnino y su guionista a la perfección cuando diseñan su propia y personal obra, lo que supone, más que una ventaja, un desafío resbaladizo.

Dario Argento es autor y artesano cinematográfico de culto, venerado en la totalidad de su obra por fans inquebrantables, que omiten sus debilidades, y mirado de reojo por una presunta élite poco amiga de la fantasía y el horror. Hay quien adora a Argento y hay quien no lo soporta. Son dos visiones a nuestro entender no solo enfrentadas, sino equivocadas. Lejos de ser inmaculadamente objetivo, nuestro acercamiento al director a través de la Trilogía de las Madres está tocado por dos pasiones: la del cine y la de la cultura fantástica, ambas abiertas a cualquier propuesta que apueste por la calidad y no por los temas, las historias o las valoraciones académicas o por los fetichismos y los fenómenos de culto cinéfilo.

Por su parte, Luca Guadagnino es más joven y menos conocido que Argento. Los largometrajes que ha realizado hasta ahora —al margen de abundantes cortometrajes y publicidad de moda y diseño de alta gama para firmas tales como Fendi— son dramas sentimentales, menos proclives que la obra de Dario Argento a suscitar el apasionamiento de los fanáticos cinéfilos y el desdén de los ajenos a su mundo. Su Suspiria es vista por parte de la crítica como un reverso de la de Argento. Lo sea o no, trataremos de no caer en la trampa del remake y solo las pondremos en relación cuando proceda. Aunque hijas de un mismo tema, son dos películas diferentes y como tales deben ser tratadas, pues ni siquiera comparten la naturaleza de cine fantástico. Ambas hablan, al parecer, de lo mismo, pero sus mundos se desconocen entre sí.

Para este estudio nos hemos servido de la bibliografía listada, así como de gran número de entrevistas, memorias, guiones (2) e incluso de los relatos de ficción de Argento; pero lo que más nos ha ayudado a desentrañar e incluso a comprender el objeto de nuestro estudio ha sido el visionado atento y exhaustivo de sus obras, que comenzó en nuestra juventud, cuando Suspiria o Inferno vinieron para quedarse y nos impactaron con su indudable fascinación, atrapándonos para siempre. Analizadas con y sin banda sonora, como relatos con principio y fin o en secuencias autónomas, una y otra vez, van destilando su esencia sin perder su embrujo de auténtica obra de arte.

2. Los guiones originales de Suspiria e Inferno se encuentran en la biblioteca Luigi Chiarin del Centro Sperimentale di Cinematografia (Cineteca Nazionale, Roma).




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II. "SUSPIRIA. LAS MINISTRAS DEL MAL", Pilar Pedraza, Shangrila 2020




PRÓLOGO
ARGENTO, PEDRAZA, LA MIRADA

Luis Pérez Ochando





[...] El exceso de Suspiria es contagioso: puedes caer presa de su embrujo. Luciano Tovoli era un realista convencido; pero tras hablar con Dario sobre el proyecto se convirtió al expresionismo. Quiso poner color al delirio y embadurnar los rostros de las actrices con pintura blanca, roja, verde, azul. El padre de Argento, productor del filme, quiso darle la patada al escuchar tal disparate; pero Tovoli finalmente se quedó con ellos. En Suspiria, él y Argento conspiraron con los músicos de Goblin para crear un paisaje sensitivo, casi abstracto, centelleante, como un mar cuyas olas refulgen de escarlata y azur. No es posible silenciar a sus sirenas o permanecer impasible a su tormenta.

Martin Scorsese comentó en cierta ocasión su deseo de ver en bucle las películas de Mario Bava, no en una sola pantalla, sino repartidas en cada estancia de su casa, de manera que él pudiera transitarlas, creando un itinerario sensorial, una atmósfera sin historia. Recorriendo estas habitaciones, nos sentiríamos como participantes del carnaval en el palacio sitiado por la peste en La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe, con cada aposento pintado de un color: el primero, azul; el segundo, púrpura: el tercero, verde; “los muebles y la iluminación del cuarto eran anaranjados; el quinto, blanco; el sexto, violeta. La séptima estancia era un denso sudario de tapices de terciopelo negro que cubrían el techo y las paredes, y caían en pesados pliegues sobre una alfombra del mismo tinte y textura”. Y, reinando sobre todos ellos, la muerte roja, el gusano vencedor.

Dario Argento, que también admiraba a Edgar Allan Poe y a Mario Bava, creó un panorama similar en las estancias y pasadizos de la tanzakademie de Friburgo, donde transcurre Suspiria, donde habita la Mater Suspiriorum. Recorrerlos es perderse en un laberinto primigenio, hecho de colores y ruidos, de suspiros. El habla no existe todavía: escuchamos solamente el grito; solamente los suspiros. Es preciso recalcar la dimensión puramente sensorial del cine de Argento y, más concretamente, de Suspiria, su irreductibilidad a los esquemas de la psicología o la causalidad narrativa. No. Este no es el reino de la palabra. Es el reino, interior y secreto, del seno materno, de la madre primigenia anterior a la razón y al alba de los tiempos. Como fetos suspendidos en el sueño, contemplamos a través de un útero traslúcido los fulgores de un mundo reducido a color y ruido; sentimos que podríamos tocarlos con solo alargar los dedos.

[...]

La prosa de Pilar Pedraza comparte un terreno común con el cine de Argento. En el tono malsano de La pequeña pasión (1990) resuenan ecos de Suspiria: los gusanos anuncian la llegada de la muerte, un murciélago golpea repetidamente la ventana, desesperado por entrar, hasta manchar de sangre el cristal. Algo hay de las brujas de Argento en el culto femenino y secreto de Paisaje con reptiles (1997).  La fase del rubí (1987) no solo comparte con Inferno su estructura episódica, con capítulos como atracciones visuales, sino también su fascinación por el mal, su mirada hacia lo prohibido. No en vano, la mujer malvada ocupa incontables páginas en las reflexiones pedrazianas (Espectra, Máquinas de amar, Brujas, sapos y aquelarres) y otro de los ensayos cinematográficos de Pedraza, Agustí Villaronga, se centra en otro director igualmente atraído por la perversidad.

Sin embargo, es en Suspiria e Inferno donde Pedraza encuentra las figuras que mejor encajan en su mitología personal: las Madres del Mal, titanes terribles y monstruosos, vestigios de un tiempo anterior al nuestro. La Trilogía de las Madres se sitúa en un mundo en el que los antiguos dioses sobreviven confinados en mansiones encantadas, soñando, y aguardando su regreso en carros tirados por panteras. Es también el mundo de Malpertuis, de Jean Ray, otra de las obras fetiche de Pedraza; es el mundo del Orfeo (Orphée, 1950) de Jean Cocteau —a quien Pedraza dedica también una monografía—, un mundo en el que basta zambullirse en un espejo para entrar en el reino de los muertos. Sin embargo, las Madres de Argento son, sobre todo, arcanos de lo oculto y lo inconsciente, una Hécate triple bajo cuya égida exploramos los abismos interiores.


 A ella nos encomendamos ahora, cuando Suspiria no existe todavía; en este instante en el que Argento extiende los dedos hacia la pantalla, acaso con temor de ser absorbido por ella; en este instante en el que comienzas a leer antes de que el libro haya empezado. Cuando termine el filme, habrás salido del incendio a la tormenta, del fuego al agua. Quizá no descubras demasiado sobre la casa o sobre el origen de las Madres; pero la pregunta que Suspiria y Argento realmente te dirigen es si tienes el valor para mirar y para ver lo que hay ante tus ojos: un filme que te devuelve el reflejo de tus sueños.





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22.9.20

NOVEDAD - I. "SUSPIRIA. LAS MINISTRAS DEL MAL", Pilar Pedraza, Shangrila 2020






Suspiria (Dario Argento, 1977) no solo es una obra extraordinaria del cine de horror, también es una joya de la historia del cine. Suspiria creó un mundo ajeno a las convenciones imperantes en su género, ajeno a las reglas del cine de su tiempo, a la racionalidad dominante en nuestra cultura; un mundo de intensidades, colores táctiles, emociones puramente visuales… Suspiria es obra del genio de Dario Argento, en colaboración con Daria Nicolodi; sin embargo, a través de las páginas de Pedraza, descubrimos que tanto Suspiria como la trilogía de la que forma parte —Inferno (1980) y La madre del mal (2007)— fueron dándose forma a sí mismas, como en un crisol alquímico, forjando su propio imaginario.

En Suspiria. Las ministras del mal, Pilar Pedraza investiga sobre el proceso de creación del filme, sobre sus fuentes y avatares, e indaga en la mitología que sustenta la trilogía: tres películas, tres madres, tres ciudades, tres moradas del mal. Más allá de Suspiria, el tiempo ha ido agrandando la sombra de las madres hasta llegar a nuestros días, con la nueva versión recientemente dirigida por Luca Guadagnino, con la que se cierran las páginas del libro, pero no la fascinación que nos transmite Dario Argento.


Más información:




12.12.16

y XVIII. "JEAN COCTEAU. EL GRAN ILUSIONISTA", PILAR PEDRAZA, Shangrila, 2016






El poeta es exacto. La poesía es exactitud.
Desde Baudelaire se ha ido comprendiendo
poco a poco que la poesía era uno de los medios
más insolentes de decir la verdad.

Soy una mentira que dice la verdad.

Jean Cocteau