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13.9.20

VII. "EL FREE CINEMA INGLÉS DE LOS '50. LONDRES: 1956-1959", Luis Carlos Allo Ayala, Shangrila 2020



National Film Theatre, años '50



[...]  Paradójicamente y a pesar de la coincidencia en señalar las diferencias entre la escuela de Grierson y la de Anderson, también descubrimos críticas que tratan de relacionarlos, como Sarah Street, quien sostiene que “el término Free Cinema se refería a la creencia compartida por los documentalistas de que el cine debería ser liberado de las restricciones comerciales y regresar al movimiento documentalista de Grierson de los años ‘30 para inspirarse en él”. (94) Otros, como Lasa, van más lejos y afirman que “el Free Cinema entronca directamente con las enseñanzas de Flaherty y Grierson” (95), doctrina en la que se prodiga Balagué al afirmar que “la primera etapa del Free Cinema se inspira en Grierson”. (96) Y sería injusto ignorar la interesante aportación de Gardner (97) al sostener que, aunque el FC fue patrocinado por el organismo público dependiente del BFI, Experimental Film Fund, gracias a su director Denis Forman y al director de los estudios Ealing, Balcon, el FC siempre fue independiente, además de la constatación de que no todos sus filmes fueran financiados por ese organismo”. 

94. STREET, S., op. cit., pp.79-80.
95. LASA, J. F., “La valentía del Free Cinema”, Otro Cine, nº 37, julio-agosto 1959, pp.3-4.
96. BALAGUÉ, C, “Free Cinema”, Dirigido Por, abril 1975. pp.27-29. Incurre en numerosos errores de concepto como cuando asegura que “la mayoría de las películas del Free Cinema se hicieron entre 1960 y 1966”. Este error es habitual porque la crítica de numerosas revistas de cine de los años ‘60 y ‘70 aceptaron que las películas New Wave de Richardson, Reisz, Anderson, etc., eran películas Free Cinema.
97. GARDNER, C., Karel Reisz, Manchester University Press, 2006.

Nuestro cometido al analizar los elementos conceptuales sobre las propias películas, los documentos sobre las mismas y el contenido de cada programa consistirá en hallar ejemplos que nos ayuden a esclarecer las características propias del movimiento, lo que, probablemente, confirmará serias diferencias entre un modo documental que “se caracterizó por una fenomenología de la imagen, uso formativo de la técnica del montaje, y un estilo simbolista, impresionista e indeterminado” (98) y otro, en el que el autor investigaría formas individuales de expresión sin rehuir el tratamiento de imágenes que buscan el reflejo del mundo contemporáneo, sumándonos a la tesis defendida por Lovell y Hillier sobre la inutilidad de comparar en términos de mejor o peor los dos movimientos.

98. AITKEN, I., The Documentary Film Movement, Edinburgh University Press, University of Stirling, 1998, p.61.

En relación con el estudio realizado por Heredero y Monterde (99), creemos que se trata de un libro de divulgación que, aunque no analiza el FC en su conjunto, sí aborda la difusión de datos sobre el mismo para consultas de carácter general en relación con el movimiento propiamente dicho, especialmente sobre los programas británicos. 

99. HEREDERO, C. F., y MONTERDE, J. E., En torno al Free Cinema. La tradición realista en el cine británico, Valencia: Institut Valencià de Cinematografia, 2001.

Además de las consideraciones expuestas sobre la investigación del documentalismo FC, mencionamos a continuación, a modo de anécdota, una serie de generalizaciones curiosas que, sin embargo, se publicaron en su momento:

- Revistas francesas que se limitan a describir con lirismo los programas 1, 2, 3 y 6 y a reflejar el manifiesto de 1956, a la par que la aportación del BFI con sus fondos. OLMI, M., “Le Free Cinema, il y a dix ans”, Jeune Cinema, nº 19, Dic/1966 y Enero1967, p.17. 
- Revistas españolas como Otro Cine con atrevidas notas sobre la enseñanza del documentalismo de Grierson y Flaherty sobre el FC y su solidaridad con la conciencia social del momento. LASA, J.F., “La valentía del Free Cinema”, Otro Cine, nº 37, 1959, pp.3-4. 
- Un despropósito es el de la revista Empire con un artículo firmado por Freer en el que aseguraban que el FC era un movimiento que se “derivaba de los kitchen sink dramas basados en obras de Osborne, Sillitoe …”, y sostenía que sus directores eran “angry young men”, rebeldes, y que “sus actores eran Finney, Harris, etc.”. Esta confusión sobre el FC y New Wave Cinema es habitual en numerosas Historias del Cine. FREER, I., “Análisis del Free Cinema”, Empire, nº 97, 1997, p.24.
- Otro dislate es argumentar que el FC había surgido desde 1960 “para explorar aspectos auténticos y naturales de la sociedad británica”. CHRISTOPHER, D., British Culture, Londres y Nueva York, Routledge, 1999, p.82.
- El trabajo de Cornelius es bastante interesante, pero no analiza el FC sino el cine de Anderson, con el fin de hacer hincapié en su perspectiva social y el carácter universal de su obra. No obstante, contiene ciertos errores de concepto cuando expone que “Anderson ciertamente es un representante de esa angry generation de artistas y de comentaristas sociales en Gran Bretaña” y posteriormente lo relaciona con la etiqueta AYM, con Wain y Osborne y recomienda la lectura de The angry decade, de Allsop, aparte de asegurar que habían sido educados en universidades, pero que provenían de orígenes trabajadores o de clases medias bajas. La apreciación general es que Cornelius no diferencia conceptos tan dispares como FC, literatura AYM, rebeldía, o angry, probablemente porque los considera asumidos por sus lectores. No obstante, es interesante su análisis final sobre la figura del outsider y sobre el individualismo y la relación de Anderson con Orwell, porque ambos simpatizaban con el individuo en su arte. CORNELIUS, PK, Images of Social Disfunction in Films of Lindsay Anderson, Dallas, The University of Texas, 1987, p.23.
- Asimismo, otros críticos cinematográficos, como Lay, generalizan o caen en incorrecciones conceptuales cuando aseguran que “los directores del FC  fueron influidos por la vanguardia francesa y el neorrealismo italiano”. LAY, S., British Social Realism: from Documentary to Brit Grit, Londres y Nueva York, Wallflower, 2002, p.118. 

Permítame el lector una disquisición personal a propósito de errores de datos y de concepto que henos señalado en este apartado sobre la investigación de académicos y críticos en torno al FC, más aún cuando podríamos exponer varios ejemplos más similares, errores graves que crean confusión sobre este y otros muchos movimientos cinematográficos. Por ello, es mi opinión –defendida en mi tesis doctoral–, que se debería revisar buena parte del análisis crítico cinematográfico porque no siempre es riguroso, porque muchas de esas críticas se han hecho sin visionar los filmes y porque se asume con facilidad lo que alguien escribió en su momento sin criterio científico alguno, y ello sin mencionar que la crítica de cine adolece de un hecho que la concierne negativamente, nos referimos a que en el análisis fílmico hay pocas miradas desde el punto de vista de la mujer, lo que habría enriquecido y enriquecería sobremanera la apreciación de películas, movimientos, directores, temas… En esta disquisición entiendo que es urgente una revisión a fondo de la historia del cine y un estudio del estado de la cuestión a nivel general, nacional, de género, e incluso sobre las filmografías de la mayoría de los directores clásicos o de aquellos que se adscriben a movimientos cinematográficos que incidieron en el Séptimo Arte.

Muchos años más tarde, en 2001, el BFI organizó unas jornadas en el National Film Theatre sobre el Free Cinema. Una tarde hubo un diálogo entre algunos de los pioneros que habían sobrevivido: estaban Lorenza Mazzetti, Walter Lassally, K. Reisz… Estos dos últimos desvelan cómo nació el FC y quién fue su creador: 

LASSALLY: Después lo que ocurrió fue… 

REISZ: …que tres directores amateurs se encontraron con tres películas hechas y sin posibilidad de que se viesen en ningún lugar, entonces Lindsay pensó: “…vamos a exhibirlas, vamos a pensar en un nombre, escribamos un manifiesto para que la prensa lo conozca, y resultó que el hambre de cine británico diferente al comercial era tan grande que el programa fue todo un acontecimiento.

LASSALLY: Si, fue Lindsay el que se inventó la frase Free Cinema para agrupar las tres películas que no se habían hecho bajo los mismos objetivos sino cada una por separado, por personas muy diferentes entre ellos y que lo único que tenían en común era que fueron “libres” al hacerlas, sin que nada ni nadie los condicionase y sin interferencia de productores o de organismos públicos. 

REISZ: Creíamos que las películas tenían que ser firmadas, quiero decir que tenían que tener un punto de vista personal, no ser documentales objetivos que retratasen la realidad, ni filmadas en un estudio. Porque el cine británico era muy lento en incorporar los cambios profundos que se habían producido tras la guerra, nosotros pensábamos que había que proyectarlas en algún lugar. 

LASSALLY: Free Cinema era una etiqueta, un artífico de puro marketing, había que presentarlas juntas en el NFT y hacer un manifiesto firmado por Lindsay, Lorenza y Reisz. Fue un éxito sin precedentes; se llenaba el cine en todas las sesiones. Algunos periódicos se hicieron eco del evento diciendo que era el renacimiento del cine británico. Nos entrevistaron en Panorama, un programa de la BBC de gran éxito, y los programas siguieron durante casi cuatro años [...]




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12.9.20

VI. "EL FREE CINEMA INGLÉS DE LOS '50. LONDRES: 1956-1959", Luis Carlos Allo Ayala, Shangrila 2020



O Dreamland, Lindsay Anderson, 1953



[...] es evidente que el FC no tenía como objetivo asumir compromisos con la clase obrera o reivindicar mejoras sociales para las clases bajas, ni pretendía ser de denuncia. No obstante, conviene mencionar que, aunque no fuera esa su finalidad, subyace un mensaje oculto de insatisfacción ante la realidad de las imágenes expuestas. Es como si sus autores hubieran querido que GB observase que no todo estaba bien, que no había que cerrar los ojos ante esa otra realidad tan diferente del país de épocas gloriosas anteriores, reclamar que no se cerrase al mundo, que dejase de ser una isla y que asumiese que los problemas de otros países y de otros continentes era menester que no se ocultaran porque los años ‘40 y ‘50 eran también décadas de cambio fuera de GB. Como consecuencia, la respuesta sobre el tipo de documentalismo representado por las 23 películas FC, debería ser que simbolizan un realismo que, lejos del naturalismo realista y propagandista, abraza todo tipo de temas y de formas de expresión; un cine de autor que nace de la libertad creativa individual, subjetiva y libre –de ahí la palabra “Free” en su denominación–, y que no elude la ficción, la puesta en escena, el uso de actores o la fidelidad a un guion a la hora del rodaje. En suma, cuenta historias, si bien algunas de ellas tienen una base real y prácticamente todas ellas están rodadas en escenarios naturales.

No es intención del FC –lo que le vuelve a diferenciar del British Documentary Film Movement–, que el espectador simpatice con la narrativa, sino que se limita a presentar imágenes que, tras crear en el espectador una especie de ilusión de la realidad inmediata o cercana, le deja, sin embargo, que escoja hasta qué punto se identifica o no con lo proyectado. En este artificio de la realidad hay en documentales como O dreamland, Together, Refuge England, We Are the Lambeth Boys, On the Bowery, Les mistons, Nice time, Dos hombres y un armario, etc., una sensación de fracaso o, al menos, de frustración, tanto en los sucesos narrados como en el espectador. No obstante –lo cual será una de las señas de identidad del cine británico heredero del FC en películas de Loach, Frears…–, junto a ese poso de frustración latente, habita la esperanza en aquello que de cotidiano tiene la vida, y permite alternar imágenes de tristeza y pesimismo con momentos de alegría en compañía de otros seres humanos que mitigan la soledad o la dureza del día a día. Esta doble condición de un cine comprometido, no con una causa política o del establishment, sino con lo que de cotidiano tiene la vida, será la fuente de la que beberá el cine británico con identidad en las décadas siguientes hasta nuestros días, con temas como la soledad, la marginación social, las diferencias de clases, la inmigración, el paro, las relaciones humanas a cualquier nivel, el abuso del aparato gubernamental sobre el ciudadano, la defensa de los derechos del individuo en una sociedad agresiva... 

Anderson –y si releemos el capítulo 1, también los ocho ensayistas del libro Declaration–, se pregunta: “¿Qué clase de Gran Bretaña queremos? ¿Qué ideales vamos a defender en nuestra reordenación social? ¿Qué verdades poseemos para poder exponerlas?”. La respuesta es que cada una de las veintitrés películas presentadas en los programas representaba un “realismo distinto de la realidad” (52), lo cual exigiría que el espectador hiciera una interpretación personal de las imágenes que aparentemente no eran sino una representación de lo cotidiano. En ningún momento –y esta es otra diferencia sustancial respecto al documentalismo griersoniano–, el director FC persigue manipular la realidad de su película con un fin al servicio de un compromiso político o de otro tipo, sino que su objetivo es la representación fílmica, con exaltación del lenguaje fílmico, de aquello que quieren expresar. El FC no copia la realidad, sino que la interpreta mediante el artificio del realismo que se deriva de una situación específica de una sociedad determinada; en la misma línea, no aborda grandes causas al servicio del establishment o de una ideología concreta, sino que su ámbito es el de las vidas cotidianas de las gentes (no necesariamente de clases bajas), por lo que los temas tratados son variados y tienen un carácter universal, trascienden en la mayoría de los casos a la problemática de un país o un continente específico porque son temas universales como la soledad, la pobreza, la prostitución, la vejez, el alcoholismo, la manipulación humana, el ocio, el trabajo, la vida en provincias, las diferencias sociales, el amor, el mundo incontrolable de nuestro interior, el desclasamiento… 

52. SAGER, P., Nuevas formas de realismo, Madrid: Alianza forma, 1981.


Lo que llama más la atención es que son los espectadores de cada uno de los programas, los que interpretan los documentales con el simbolismo que cada uno quiera darles. Muy pocos salían de las sesiones pensando que habían asistido a una representación de la realidad objetiva de GB en los años ‘50 o de países como Polonia, Francia, Estados Unidos, Canadá…etc., y, sin embargo, esta es la paradoja, en sus conciencias sí reconocían esos rostros, esas costumbres, esos problemas… como parte del espacio y del tiempo en el que vivían. Esta ambigüedad entre el mundo al que eran transportados por los documentales y los suyos del día a día era uno de los objetivos del manifiesto, primordialmente en lo referente a las palabras que aludían a la defensa de la libertad creativa y la importancia de las personas en sus ambientes cotidianos.

Para esos espectadores, acostumbrados a asistir al cine o al teatro con historias del pasado o de mundos de ficción en espacios y tiempos no contemporáneos, el énfasis del FC en el rodaje en escenarios naturales y con personas de todos los días, de las que te puedes encontrar en un paseo a cualquier hora, resultaba perturbador, más aún cuando la mayoría se reconocía como uno más de los que desfilaban en las imágenes. Esto mismo sería para muchos críticos negativo porque no comprendían qué tipo de placer podía haber en contemplar las miserias de la realidad o porque su concepción del arte del cine o del teatro era la de asistir a historias de ficción que presentasen una problemática personal que, finalmente, se resolviera al gusto del espectador. Al respecto, tengo un conocido, reputado catedrático de arte en una ciudad de provincias, que insiste en que no comprende por qué estudio el documentalismo de los años ‘50 o el posterior cine new-wave que cuenta historias sobre personajes que son obreros, adolescentes con vidas marginales o bien hombres o mujeres que viven una vida sin cultura, sin emoción, sin arte… No comprende que la literatura, el arte, el cine o el teatro reflejen la fealdad y se alejen de uno de sus cometidos, como igualmente ocurre con la música, es decir, dar placer a un ser humano necesitado de momentos de felicidad y de ocultarse de la realidad… Sin embargo, el mundo cotidiano no refleja solo fealdad, “en lo cotidiano”, como expone James Joyce en Dublineses, “se contiene lo universal”.

Los autores del manifiesto FC subrayan cómo ellos tuvieron la percepción de que, una vez reunidos los filmes, aún cuando cada uno era diferente y sus directores no los habían filmado con una idea premeditada de que respondieran a un fin común o a un objetivo determinado, sin embargo, les parecía que las películas tenían una “actitud común”, y que “implícita a esa actitud” había tres factores fundamentales: la libertad creativa, las personas y lo cotidiano. Tales postulados armonizan con la idea defendida por la ya citada Nochlin referida a que “para el realista” los conceptos no pueden universalizarse porque “están vinculados a una situación concreta en un momento determinado del tiempo”, lo cual necesariamente relaciona los documentales FC con este texto sobre el realismo que Nochlin acentúa: 

El compromiso social del realismo no implicaba ninguna proclamación abierta de metas sociales ni una franca protesta contra las condiciones políticas intolerables. Pero la sola intención de reflejar las apariencias, lascostumbres de la época implicaba ya un compromiso significativo con la situación social del momento.

[...] Cuando se afronta un cine como el FC con un artificio de la realidad tan diverso, la paradoja es que, a pesar de que los cimientos de tal artificio esté documentada en escritos de Anderson, Reisz, Gavin Lambert, Peter Ericsson, Vas y otros, el resultado práctico inquieta al espectador y le hace reflexionar al contemplar en imágenes cómo vivían, cómo y dónde trabajaban, cómo se relacionaban en su tiempo de trabajo y de ocio las personas que eran como ellos, sus coetáneos… Es entonces cuando sobre la pregunta de si lo que se contempla es la viva realidad o no, será el propio espectador y su subjetividad el que la responda. En el FC, los personajes y los espacios por los que transitan pasan por la pantalla en planos que, de repente, se cortan y dejan que sea el espectador el que rellene los silencios. Este libro destaca ese factor determinante porque es en los silencios el espacio en el que el FC adquiere su potencial máximo. Pensamos que, como ocurre con el cuento en literatura, es en lo que se oculta en lo que trasciende más allá de sí mismo. La narración corta, sucinta, no termina con la palabra “Fin”, sino que es ahí precisamente cuando comienza porque las imágenes que aparentemente están impregnadas de exceso de realidad, se quedan grabadas en el espectador para que resuelva en su propia subjetividad y con su propia experiencia de vida lo que de verdad significan. Es, en definitiva, el realismo del espectador lo que trasciende en cada plano. Es esto último lo que ha permitido que el FC no haya dejado de crecer en décadas posteriores porque sus pequeñas narraciones dan lugar a epifanías que de pronto brotan en lo que no desvelan, en lo que ocultan… A ello se debe añadir que su apariencia formal y de cine clásico, con un exquisito trabajo de cámara, y con el meticuloso montaje punzante, en el que el sonido ayuda, ya presagiaba la influencia del FC en los largometrajes new-wave en los ‘60, así como en dramas kitchen sink y filmes swinging London, que nos vendían como si fueran Free Cinema, entre las que citamos filmes como Mirando hacia atrás con ira, A taste of honey (Con sabor a miel, Tony Richardson, 1961), Saturday night and sunday morning (Sábado noche, domingo mañana, Karel Reisz, 1960), The loneliness of the long distance runner (La soledad del corredor de fondo, Tony Richardson 1962), A kind of loving (Esa clase de amor, John Schlesinger,1962), This sporting life (El ingenuo salvaje, Lindsay Anderson, 1963), Billy liar (Billy el embustero, Schlesinger, 1963), The knack… and how to get it (El knack… y cómo conseguirlo, R. Lester, 1965) [...]




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11.9.20

V. "EL FREE CINEMA INGLÉS DE LOS '50. LONDRES: 1956-1959", Luis Carlos Allo Ayala, Shangrila 2020




Lucky Jim, arquetipo de un Angry Young Man confuso


[...]


Amanece. Es domingo 5 de febrero de 1956, cae una lluvia fina, incesante. He oído el rumor del viento toda la noche. Londres, desde la habitación de mi apartamento de una sola habitación en el que me alojo, en el segundo piso de una casa en Bloomsbury, amanece con sus calles grises y sus edificios de ladrillo rojo ennegrecido. Cuando miro por la ventana, las ráfagas soplan como si quisieran refugiarse de algún peligro. Londres despierta perezosa después de un sábado en el que las calles se llenan de gente, me pregunto qué hacen y dónde se meten durante la semana tantas personas como abarrotan los viernes y los sábados por la noche Piccadilly, Leicester Square, Oxford Street, Trafalgar Square, Charing Cross… En mi propia habitación, con la compañía del viento, con la taza de té entre las manos despliego el programa que me dieron en el club el viernes 3 de febrero. Anuncia tres películas documentales para esta tarde en el National Film Theatre: O dreamland, Momma don’t allow y Together. El viento azota ahora con más fuerza y lanza airado la fina lluvia contra los cristales de la ventana. Cuando me acerco a echar un vistazo a la calle, todo está oscuro. Ya se ha apagado la farola de la esquina. Me tumbo de nuevo en la cama y leo el último capítulo de la novela que compré en Charing Cross por unos cuantos peniques.
Me siento reflejado en algunos pensamientos de ese tal Jim Dixon, profesor ayudante dependiente de los caprichos de un catedrático todopoderoso. Desde el principio me enganchó su personalidad, quizá porque el personaje no me parecía que fuera el típico profesor auxiliar con pretensiones de ser titular y, tras muchos años, catedrático, sino que algo se rebelaba en su interior para no aceptar la sombra de austeridad y conformismo de la sociedad en la que vivía, la de finales de los ‘40 y principios de los ‘50 entre británicos que acababan de dejar los años de la guerra, de los refugios, de las bombas, de ese Londres que Doris Lessing describe con edificios sin pintar, agrietados, oscuros, grises. Tenía miedo, Jim no aceptaba decir sí a todo. Leo uno de los párrafos que he subrayado: “…la razón por la que Prometeo no se podía liberar del buitre es que acabó por gustarle”. Seguramente, sospecho, nos gusta este tipo de vida en el que una mamá nanny del estado, o mejor dicho, del Estado de Bienestar nos resuelve cosas imprescindibles como comida, trabajo y pintas de cerveza los fines de semana, quizá eso sea suficiente… Pero no lo es para Jim Dixon. Es un joven que quiere algo más, no sabe qué, pero algo más, diferente. No está satisfecho con el futuro que le augura el jefe de departamento: casarse con su hija, hacerle titular, convertirlo en su yerno… Jim está frustrado. Yo también lo estoy, aquí, solo, en esta habitación oscura, pequeña. Echo una ojeada a The Sunday Times que guardé el día de Navidad del año pasado, hay una crónica de Somerset Maugham sobre Amis y su personaje, Jim Dixon, en la que, con la ironía acostumbrada en sus propias novelas, tacha a Kingsley Amis de oportunista y considera que jóvenes como Jim Dixon no iban a la universidad a adquirir cultura sino a conseguir un trabajo. Añade que tales jóvenes carecían de educación y de hábitos sociales, lo cual es (me llama la atención que Maugham utilice el pasado, presente y futuro en la misma crónica) lo que les convertía en miserables, maliciosos, envidiosos… Y termina la crítica de forma ácida: “Son escoria, aunque el problema mayor es que algunos se convierten en profesores que formarán a los nuevos jóvenes, o bien se colocan en periódicos, casi siempre de provincias, y manipularán la opinión pública; es más, algunos incluso llegarán al Parlamento o al Consejo de Ministros para dirigir el país. Afortunadamente no viviré para verlo…”. 

Cuando leo este tipo de comentarios, me sienta fatal que escritores educados de forma elitista en los años ‘30 y ‘40 arremetan contra nosotros, la generación de los ‘50, y no comprendan que “su Gran Bretaña” es diferente. Decido cambiar de pensamiento porque esta tarde iremos, Helen y yo, al National Film Theatre. Es media mañana, bajo las escaleras al hall de entrada de mi edificio. Descuelgo el teléfono, meto unas monedas y llamo a Helen, no las tengo todas conmigo porque no estaba segura de poder ir. Respiro hondo, no pone pegas, vendrá al cine. 

En las puertas del cine, en Waterloo, a las 5 de la tarde, me sorprende que haya cola para entrar. Me dicen que uno de los que está vendiendo copias del manifiesto del Free Cinema es Lindsay Anderson, el director de la primera película. Helen comenta que no me olvide de que es casi gratis… En el hall de entrada, saludo a uno de los directores, se llama Reisz, le deseo suerte. Junto con un amigo, con un tal Richardson han rodado el segundo documental del programa de hoy en un club de Londres. Allí los conocí una tarde-noche de viernes. Yo estaba con unos amigos tomándome unas pintas. Me gusta el club porque hay música en directo y la gente va a divertirse, a bailar, algo está cambiando en mi país, esto habría sido imposible en la Inglaterra de mis padres, de mis abuelos… En el club conocí a Helen. Y en el club, me recomendaron leer la novela Lucky Jim, con ese personaje, Jim Dixon, que aparentemente lo tiene todo, pero está insatisfecho consigo mismo, con sus relaciones de pareja, con el sexo, con el tipo de país en el que se ha convertido Inglaterra. Es uno de los primeros solitarios de su generación… Otro es Jimmy Porter en la obra de Osborne, aunque como he leído en un ensayo, Jimmy parece un “unlucky Jim”, más que sin fortuna, airado porque hay un algo dentro de su ser que no le deja ser feliz haga lo que haga y contagia su infelicidad a los que le rodean. Y si nos preguntásemos a qué clase social pertenecen personajes como Jim o como Jimmy, no sabríamos dar una respuesta concreta porque no son clase media, no son tampoco clase obrera, ni pertenecen a la clase media baja surgida del Estado de Bienestar, ni se integran en la clase alta con la que se relacionan. No sé si dentro de muchos años nuestros hijos serán aún más solitarios que nosotros, si sufrirán su soledad rodeados de otros cientos de miles de ciudadanos igual de solos enfrente de ellos o en apartamentos junto a ellos. Antes de que se apaguen las luces, veo hombres y mujeres semejantes a mí, la mayoría jóvenes entre 20 y 35 años, se respira aires de outsiders, de disidentes que aún se afanan en buscar cultura en vez de haberse ido a uno de los cines del West End a ver una película comercial. No sé si los que estamos esperando somos como Jim, jóvenes airados contra una sociedad que nos da bienestar, pero no nos deja más que unas migajas culturales porque los de siempre se quedan con los platos suculentos. Va a comenzar la primera sesión del Free Cinema y es domingo 5 de febrero. Le cojo la mano a Helen, expectante, como si fuera consciente de ser testigo privilegiado de una noche mágica. Un minuto antes, Helen me susurra que es probable que aparezcamos en alguna escena de la segunda película, la del club.


O Dreamdland, Lindsay Anderson, 1953


Momma don't allow, Karel Reisz, Tony Richardson, 1956


Together, Lorenza Mazzetti, 1956


El cine está lleno, me rodea gente, cómo diría, de la nueva vanguardia de clases intelectuales y de la nueva izquierda, son jóvenes que aspiran a cambiar los modos de este país y dejar atrás la Guerra y la generación anterior, hay ilusión en lo que hacen, aunque teñida de pesimismo. Se apagan las luces. Empieza O dreamland, en formato de 16mm., de 13 minutos de duración. Los primeros acordes de la obertura suenan coincidiendo con la sobre impresión del título: “O dreamland, sobre una feria en Gran Bretaña, año 1953”. Y por la pantalla desfilan hombres, mujeres y niños que han ido a pasar un domingo a un parque de atracciones costero. Observo cómo visten, sus actitudes a la hora de comer, ese ir y venir por las calles del parque entre cachivaches y casetas, los niños y los adultos en esos planos de tristeza, de resignación… Me parece un testimonio demasiado brutal, acaso sea porque reconozco la Gran Bretaña en la que vivo en cada imagen, en cada plano, en cada ser humano… Hay imágenes que me va a costar quitarme de encima: el maniquí ensangrentado tras las rejas negras desde donde miran los niños, la tristeza en los ojos de un niño de la guerra, un niño de la mano de su madre que mira a la cámara directamente como preguntando sorprendido qué hace allí entre tanto horror y tanta vulgaridad, la silla eléctrica y las ejecuciones presenciadas por niños, las torturas, las mesas repletas de tazas de té sin platos, las rayas pintadas en las piernas de las mujeres simulando medias negras…

Sin pausa, comienza el segundo documental. Helen me acaricia la mano. Me gusta tenerla a mi lado después de lo que hemos visto. Me da esperanza. Disfruto cada plano, cada escena, cada secuencia, la cámara va y viene por un club musical que me resulta familiar, pero ahora, cuando estoy viendo la película completa y montada, me doy cuenta de que no es un documental, y comprendo que Reisz y Richardson han contado una historia de ficción. Es la historia de cómo una generación es diferente a otra, me veo retratado entre esos jóvenes tan distintos unos de otros, pero todos juntos en el club: carniceros, auxiliares de clínica, dependientas, enfermeras, secretarias, estudiantes, licenciados, y jóvenes ricos trajeados que llegan con mujeres que visten ropas caras y que se sorprenden al ver la animación y los movimientos libres ante la música. Me gusta ser parte de esa nueva realidad. Me dejo llevar por la música de jazz, del llamado dixiland. La primera secuencia presenta a los actores, gente común en sus trabajos. A partir de la segunda, que se abre en el club, estoy fascinado, mi mente da vueltas igual que el globo que gira colgado del techo, un globo que emite destellos luminosos mientras la música skiffle no cesa de sonar desde el comienzo de la secuencia. Las mujeres, como Helen, llevan los típicos trajes estampados con faldas con mucho vuelo o faldas a cuadros escocesas. Soy como cualquiera de esos jóvenes con las pintas de cerveza en la mano mirando hacia la banda mientras unas cuantas parejas atrevidas bailan a su alrededor y un grupo de mujeres charlan desinhibidas, fuman y beben. En la pista, observo que hay chicas bailando entre ellas y que el estilo es el del rock’n’roll de mi década de los ‘50 cogiéndose de las manos o por la cintura y soltándose y dando vueltas alrededor de la pareja o dando pasos alegres entrelazados. Conozco a algunas de ellas. Incluso una o dos invitan a salir a la pista a chicos tímidos. Luego, una nueva secuencia se abre con la banda en la que la cantante Ottilie Patterson interpreta un blues que invita a las parejas a la sensualidad. Me gusta mucho ese blues que tantas veces he bailado con Helen: hay imágenes de parejas besándose o abrazadas, otras siguen el ritmo de la música con sus movimientos, absortos en ellos mismos; en un lateral de la pista, dos parejas de ricos tratan de integrarse y bailan con cierto sentimiento. Ottilie canta que está sola, que no sabe lo que hacer cuando se despierta por la mañana y su amor no está a su lado, y cuenta un sueño, un sueño de amor... La auxiliar de clínica interpreta una escena de celos, su chico está bailando con otra mujer y ella aparece una y otra vez sentada, con malas caras. Ottilie susurra ahora que siente el blues en su interior, como la chica que vuelve a mirar hacia su pareja que está con otra. Termina la canción y termina la secuencia. El silencio en el cine es sobrecogedor. Estoy convencido de que muchos de los que están sentados en las otras butacas, también se reconocen en esos personajes y que hay una simbiosis entre el cine y ellos, como si fueran los protagonistas de la película. En la última secuencia hay un breve interludio musical en el que vemos salir del salón a la auxiliar de clínica, la chica celosa porque su pareja bailaba con otra; decide abandonar el lugar, pero él sale detrás de ella, le da explicaciones, quiere convencerla para que no se vaya. Casi sin tiempo de descanso comienza la música de una canción desenfadada “Momma don’t allow” con la primera estrofa anunciando que hay que irse porque “ya no se permite seguir cantando en el local” porque Momma lo dice... La pista de baile se llena de parejas que bailan al ritmo de la banda y cantan la canción. Cuando la banda dice que “no nos importa lo que diga Momma” porque pensamos seguir cantando y bailando, todos jalean a los músicos, gritan y aplauden mientras bailan más deprisa si cabe. En ese instante, las parejas de clase alta abandonan el local, se meten en el coche y se van; a la vez, la pareja reñida regresa abrazada y contenta al salón y se suman a la fiesta. La cámara se recrea alrededor de los movimientos sofisticados de una chica con sweater blanco ajustado y un teddy boy. Y la banda, a quienes los directores sacan en diversos planos alternativos de los adolescentes bailando y sus instrumentos incorporándose al ritmo, grita cada vez a más velocidad que “no les importa lo que diga Momma porque ellos van a continuar”, palabras que dan lugar a los planos finales con nuevos movimientos de la chica del sweater blanco, con más y más gente aplaudiendo, cantando y levantando las manos marcando el ritmo, mientras un picado graba toda la alegría y sintonía dentro del Jazz Club. Termina la música. Todos aplauden entre gritos. Fin.

Hay un descanso, salimos al vestíbulo a tomar algo. Helen me cuenta que conoce a la directora que ha hecho Together, la película que vamos a ver, la última del programa. Se llama Lorenza, es italiana. La conoce porque trabajaba en el café en el que Helen va a diario a tomar un té por las mañanas, el Kitchen Soup en Charing Cross Road. Me dice que Lorenza estudia arte en la Slade School of Art y recuerda que un día le dijo que estaba haciendo una película en la que los actores eran compañeros suyos de la escuela: el pintor Michael Andrews y el escultor Eduardo Paolozzi. “Gente estrafalaria”, me susurra Helen, “ya sabes, pintores, escultores, artistas… Ella es muy joven, más joven que nosotros, 22 años y su llegada a Londres (1952) estuvo motivada por un suceso autobiográfico que presenció durante la 2ª Guerra en la Toscana italiana, el asesinato de su tía y sus primas judías y el posterior suicidio de su tío, suceso sobre el que me ha dicho que quiere escribir una novela cuando vuelva a Italia”. La llamada del timbre nos devuelve a nuestras butacas. Antes de comenzar Together, leo el texto escrito en el programa que nos han entregado a la entrada: 

Dirigida por Lorenza Mazzetti, rodada en 35 mm, una historia escrita especialmente para ella por Denis Horne. Aunque Together ha sido rodada en su totalidad en calles, casas, mercados y pubs del East End, y con las gentes comportándose ante la pantalla tal y como lo hacen en la vida, no es un documental propiamente dicho. Tampoco se intenta con esta película mostrar una historia real de dos trabajadores sordomudos en los muelles de Londres. No es en sí su condición de mudos lo que importa, sino su aislamiento. Por encima de cualquier otra cosa, ésta es una película poética.

Empieza Together [...]



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10.9.20

IV. "EL FREE CINEMA INGLÉS DE LOS '50. LONDRES: 1956-1959", Luis Carlos Allo Ayala, Shangrila 2020




1956-1959:
UN ANGRY YOUNG MAN EN EL FREE CINEMA (27)



Allsop escribe en 1958 sobre la cultura Angry Young Man


[...]

Introducción: sobre el concepto AYM (28)

Desde mediados de los años ‘50, la cultura británica abusó de lo que numerosas portadas de revistas, periódicos y programas de radio y TV denominó el fenómeno Angry Young Man. Su nacimiento, que como señalaremos en este libro fue consecuencia de la puesta en escena de Mirando hacia atrás con ira y de la publicación de novelas previas de Kingsley Amis, Colin Wilson y otros, coincidió con los programas del FC, aunque para ser justos, el primer FC se celebró unos meses antes. Numerosos británicos se identificaron con las siglas o las rechazaron bien con acritud bien con ironía. Otros, como el personaje ficticio de este capítulo, asiduos espectadores del FC, de las obras del nuevo teatro Royal Court en el que se representó Mirando hacia atrás con ira y lectores de la literatura de autores tildados de AYM, fueron testigos perplejos, a veces con abundantes contradicciones y paradojas, de la eclosión del término en el que se les quiso integrar y, como es lógico, pusieron en duda su adscripción a un modo de conducta y un tipo de personajes con los que no se identificaban. 

27. Nuestro personaje ficticio del presente capítulo 2 es un Angry Young Man que reúne en su persona ideas que se basan en referencias bibliográficas de las interpretaciones más señeras de la crítica relativa al fenómeno AYM, entre las que destacamos los siguientes autores: K. Allsop, L. Paul, G. Wellwarth, K. Worth, G. Feldman y M. Gartenberg, H. Ritchie, D. Salwak, W. Allen, H. Carpenter, G. Gorer, J. Holloway, K. Rexroth, Th. Carlyle, J. Russell Taylor… El lector queda avisado que algunas frases de este personaje ficticio pueden aparecer de nuevo en las reseñas de las películas del Capítulo 5. 

28. Hay referencias en los Capítulos 1, 2 y 4 procedentes de WHITEBROOK, P., John Osborne: Anger is not about…, CPI Group (UK), 2015, y de HAYWARD, S, Cinema studies, the key concepts, Londres: Routledge, 2018.

El principal problema es la definición del propio término: el concepto de AYM relacionado con personajes que carecen de espacio estable y que se marginan del tiempo contemporáneo británico de los ‘50 se asociaría a una clase social nueva, de jóvenes solitarios, desarraigados e inestables psicológicamente, que vivían solos en habitaciones de ciudades en las que no tenían familia ni casi nadie a quien acudir en caso de necesidad.

Autores de referencia clásicos sobre el término AYM, entre los que destacamos el citado George Scott en Time and place, Allsop en The angry decade o Hewison en In anger (29), nos presentan un tipo de joven asociado, cito textualmente, a los siguientes términos: desilusión, no se compromete, falta de idealismo, conflicto generacional, intelectual autodestructivo, etc. Este arquetipo de personajes con nombres propios en las novelas y obras de teatro que protagonizan: Jim (Lucky Jim), Jimmy (Mirando hacia atrás con ira), Lumley (Sigamos bajando), Joe Lampton (Un lugar en la cumbre), Larry (Happy as Larry)…, sería el que Colin Wilson, en su libro ya citado, The outsider, pretendía relacionar con el personaje de Bill Hopkins, Plowart, protagonista de The devine and the decay. Para Wilson, Plowart era el auténtico disidente, insatisfecho con la realidad, capaz de irse a vivir a una isla en busca de su propia identidad. Creo, no obstante, que el auténtico AYM de los '50 se encuentra en la obra de Wilson, un outsider con un profundo desarraigo por las culturas por las que transita. Bill Hopkins dice: “Esta es la tragedia contemporánea, que un hombre no puede separarse del resto y ser diferente”, una referencia que se repetirá en las novelas AYM reiteradamente. 

29. HEWISON, R., In Anger: British Culture in the Cold War 1945-1960, Nueva York: Oxford University Press, 1981.

Por citar nombres representativos, la literatura AYM tendría sus mejores referentes en novela y en teatro con autores como Kingsley Amis, Wilson, Wain, Hopkins, Sillitoe, Upward, Waterhouse, Pinter, Osborne, Wesker, Delaney, etc., pero la crítica sobre el fenómeno AYM suele coincidir en que los autores y los personajes de novelas y obras de teatro reseñadas como AYM nunca fueron outsiders de nada, casi todos acabaron integrados o en vías de hacerlo, y más bien podríamos concluir que eran intelectuales disconformes. Quizá alguna de estas interpretaciones definiría más concretamente su significación:

1. Braine, autor de Un lugar en la cumbre, pensaba que “el hecho real en todo el asunto AYM era una tontería” porque “nunca existió tal grupo, y las personas etiquetadas bajo esas siglas eran todas muy diferentes”.

2. La frase AYM se ha empleado sin más intención que contribuir a agrupar a los que comparten una cierta indignación contra la apatía, la complacencia, la ruptura de los ideales de su entorno. De esta forma, los escritores que se han impuesto a sí mismos la tarea de despertarnos han sido denominados, sin ánimo ofensivo, como AYM. Por otra parte, a pesar de los enormes esfuerzos de la prensa por crear hostilidad a través de constantes falsas interpretaciones, esos escritores han sabido encontrar un público, y su ira ha terminado por venderse sin dificultad. Tener prejuicios contra ellos por el único motivo de que sienten ira es imaginar de forma naíf que la ira es la única esencia de su obra. (30) [...]

30. MASCHLER, T., op. cit., pp.7-8.




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9.9.20

III. "EL FREE CINEMA INGLÉS DE LOS '50. LONDRES: 1956-1959", Luis Carlos Allo Ayala, Shangrila 2020




DECLARATION: EL ESPÍRITU DE UNA DÉCADA





[...] Como factor aglutinante [que refleja el contenido del espíritu cultural inglés de los '50] está el proyecto de Maschler con el libro ya citado Declaration. El análisis [...] y el estudio de los artículos publicados en las revistas Sequence, Sight and Sound y Universities and Left Review que desarrollaremos en el capítulo 4, contribuyen a la explicación conceptual del FC. No en vano, en Declaration se abordan áreas como la novela, la poesía, el teatro, la filosofía y el cine desde la perspectiva de una parte, la más vanguardista, de la nueva generación británica de postguerra. 

En esencia, cinco de los ocho ensayos de Declaration, los de Doris Lessing, Colin Wilson, John Wain, Bill Hopkins y Stuart Holroyd, interrelacionan novela, poesía y filosofía, pero su base es literaria más que filosófica. Sobre todos ellos planea la idea del compromiso del artista, no necesariamente político, sino social, e igualmente sobre los problemas de su mundo contemporáneo en el tiempo y en el espacio de la GB de los años ‘50. Asimismo, se suscitan otros dos factores con los cuales compartiría el FC protagonismo: el fenómeno Angry Young Man (al que dedicaremos el capítulo 2) y la poesía de The Movement; por lo que atañe a los otros tres ensayos, Osborne, Tynan y Anderson se ocuparían del teatro, de la crítica teatral y del cine respectivamente. Que el principal director del FC, Lindsay Anderson, fuera uno de los elegidos por el editor Maschler para representar al cine en Declaration, avala por sí mismo la necesidad de incluir este capítulo en nuestro libro. Sin duda, los firmantes de Declaration, y su editor Maschler, serían espectadores fieles de las seis sesiones del FC celebradas entre 1956 y 1959. Mención específica merece la perspectiva teatral de vanguardia ofrecida por Osborne y Tynan, ambos escritores procedentes de Oxford, que bien podrían haber sido sustituidos por los pseudo-independientes Devine y Littlewood, creadores de las dos compañías vanguardista del teatro de los ‘50, los dos talleres teatrales de los que Lacey en su memorable libro British realist theatre: the new wave in its context 1956-1965 (Teatro realista británico: la vanguardia en su contexto 1956-1965) (15), revela cómo gracias a ellos se dieron a conocer los dramaturgos Osborne, Wesker, Pinter y Beckett entre otros. Seguro que en ese ambiente de apertura del Reino Unido al mundo, los ensayistas de Declaration, los poetas de The Movement, los nuevos dramaturgos y escritores catalogados como AYM, los artistas del ICA o los directores del Free Cinema no habrían secundado el Brexit británico de 2020.

15. LACEY, ST., Realist Theatre: the New Wave in its Context 1956-1965, Londres y Nueva York: Routledge, 1995.


 Doris Lessing


  Colin Wilson


John Osborne


  John Wain


  Kenneth Tynan


  Bill Hopkins


  Stuart Holroyd


Lindsay Anderson


Por lo que nos concierne en este libro, repetimos que es significativo que, en medio de ese caos intelectual, Maschler concediera la palabra a Anderson, quien escribiría su renombrado “Get out and push!” (¡Salid a la calle y presionad!), referente necesario para comprender el FC, especialmente O dreamland, un ensayo en el que Anderson se pregunta por la salud del cine británico de los ‘50, por las posibles soluciones (“Possible solutions”) y por la triste realidad de su país. 

En sus ensayos, Colin Wilson, Bill Hopkins y Stuart Holroyd se interrogan sobre el rol de los intelectuales en la nueva sociedad de los años 50: Wilson escribe sobre al fenómeno del outsider, uno de cuyos modelos sería el representado por el personaje de Hopkins en la novela The divine and the decay (Lo divino y la decadencia, 1957), un joven, Plowart, disidente, individualista, en lucha con su identidad que, incapaz de comprender su papel en ese mundo de los ‘50, buscaría la solución en la filosofía, en la religión o en la literatura hasta llegar a defender ideas pseudo-fascistas. Finalmente, estos salvadores literarios disfrazados de filósofos, Hopkins, Holroyd y Wilson, se perderían en su propia confusión, sin salida posible. 

He dejado para el final el artículo de Doris Lessing, “The small personal voice”, su pequeña voz personal que abogaría por un cierto compromiso del escritor con su obra y con los lectores, pero sin renunciar a su parcela de autoría y de creación artística independiente e individual.

Tras este preámbulo, el hecho que nos compete es que Doris Lessing, Colin Wilson, John Osborne, John Wain, Kenneth Tynan, Bill Hopkins, Lindsay Anderson y Stuart Holroyd fueron invitados por el editor Maschler para exponer sus puntos de vista sobre lo que estaba ocurriendo en Gran Bretaña en la década de los ‘50, lo que harían “no solo mostrando una cierta indignación contra la apatía, la complacencia y el fracaso idealista de su entorno” sino, –y esto es lo que los va a diferenciar de escritores como Kingsley Amis y G. Scott–, mediante la aportación de posibles soluciones y la implicación personal con la cotidianidad de la sociedad británica en general, y de los jóvenes intelectuales en particular, en el proceso de compromiso que exigía ese cambio. El resultado de sus escritos sería Declaration, publicado en 1957, un libro basado en la exposición personal teórica de jóvenes intelectuales: el pseudo filósofo Stuart Holroyd era el más joven con 24 años, y la novelista Doris Lessing la mayor con 38 recién cumplidos. 

Declaration ayuda a definir el concepto AYM, unas siglas que los ensayistas del libro de Maschler se esfuerzan por divulgar que ellos nunca se comprometieron en forma alguna con la ideología o pensamiento en común que preconizaban los diarios y revistas desde 1955, ni mucho menos se les debería considerar como escritores o intelectuales comprometidos política o socialmente con cualquier causa. Empero, críticos como Ritchie (16) ratifican que Declaration debe ser considerado como una colección de textos que encarna las ideas principales sobre los AYM, como “una auténtica antología de la ira” y, en cierto modo, “un manifiesto AYM”. Gran parte de las inquietudes y paradojas AYM están en Declaration porque sus firmantes no renunciaron a escribir sobre lo que les ocurría a jóvenes que habían abandonado el campo o el entorno obrero de las fábricas en las que trabajaron sus padres, o sobre las nuevas universidades de provincia, o bien sobre aquello que les parecía que había que denunciar. Así pues, por los factores expuestos y porque el FC no se entendería sin conocer el contenido de Declaration, exponemos a continuación sus ideas más reseñables [...]

16. RITCHIE, H., Success Stories: Literature and the Media in England, 1950-1959; a short directory to Angry Young Men, Londres: Faber and Faber, 1988.




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8.9.20

II. "EL FREE CINEMA INGLÉS DE LOS '50. LONDRES: 1956-1959", Luis Carlos Allo Ayala, Shangrila 2020




INTRODUCCIÓN (7)


Food for a Blush (Elizabeth Russell, 1959) / Refuge England (Robert Vas, 1959)
Enginemen (Michael Grigsby, 1959) / We Are the Lambeth Boys (Karel Reisz,1959)



Una de las dificultades de acometer un concepto o definición preciso para el Free Cinema es que se trata de un movimiento cinematográfico plural, ambiguo y, en muchas ocasiones, contradictorio. Por ello, el objetivo de este libro es que se comprenda el fenómeno del FC de los años ‘50 en Inglaterra desde diferentes puntos de vista, un FC que deberá aparecer no aislado sino arropado por el bagaje cultural de dicha década, por artículos previos en revistas como Sequence, Sight and Sound y Universities and Left Review, por memorias, fuentes, testimonios, datos bibliográficos y, principalmente, por sus 23 películas proyectadas en seis programas entre 1956 y 1959 en el National Film Theatre de Londres. Aun así seguiremos siendo escépticos sobre la posibilidad de definirlo o sobre su campo de acción porque su influencia, tanto en décadas posteriores a los ‘50 como en los años transcurridos del siglo XXI, no ha dejado de crecer, de forma que descubrimos planos en largometrajes new-wave del realismo social de los años ‘60 del cine británico, que definiríamos a primera vista como FC, influencia presente en la eclosión de los diferentes filmes de compromiso social representados por directores británicos como Loach, Frears, Leigh, Davies, Jordan, Boyle, Cattaneo... e, incluso, en películas de Hollywood, singularmente de serie B. 

7. Todas las traducciones, incluso las del capítulo 3 sobre los programas del FC, son personales, excepto que se indique lo contrario.

Permítaseme aquí una disquisición personal necesaria a propósito del FC. Con frecuencia, los estudios académicos sobre el cine adolecen del problema, que no considero menor, de que sus autores no han podido ver las películas sobre las que hacen críticas o desarrollan teorías. Cuando decidí hacer una tesis sobre el FC, había visualizado varias películas de sus programas, pero no todas. Me trasladé a la sede del British Film Institute (por entonces en pleno centro a dos pasos de Oxford Street) donde me proyectaron en una de sus salas para investigadores aquellas que estaban disponibles y que demandé. Fue emocionante. El proyeccionista, muy amable y paciente conmigo, repetía escenas y secuencias que me interesaban aquí y allá. Luego, me quedaba hasta el cierre en la biblioteca del piso de entrada para recopilar artículos, revistas y documentos que permanecían como tesoros en los anaqueles del interior. Algunas páginas, que amarilleaban, habían sido visitadas escasamente por lo que al investigar su contenido me consideraba un pionero, casi un aventurero que descubre secretos en lugares ignotos. Otro día, era yo muy joven, deambulaba por calles de Oxford, cuando me topé con una librería de viejo, ante las cuales mi inclinación es a perder el tiempo en su interior, uno de mis grandes placeres aún cuando mi bolsillo se resienta en cada una de esas visitas. Encontré una primera edición de Declaration en el sótano, entre libros que se vendían a una libra… Por miedo a que –como cuando juegas al póquer–, se me notara que llevaba una gran jugada…, compré otros cuatro o cinco del mismo anaquel y salí de allí alterado con mi tesoro bajo el brazo. Desde el primer momento sería un libro de culto en mi vida, en mi tesis y en la forma de entender el pensamiento de la postguerra y de los años ‘50 desde el punto de vista de escritores de novelas, dramaturgos, poetas, filósofos, críticos… y editores. Lo traduje hace años al español, e incluso lo comenté en un amplio ensayo de sesenta páginas (ambos no publicados). Termino mi disquisición con un último apunte: siendo yo estudiante en la Universidad de Valladolid, un teatro de la ciudad, el Zorrilla, ubicado en la histórica Plaza Mayor, decidió abrir por las mañanas como cine de Arte y Ensayo con sesiones dobles. Eran los postreros años ‘60, un tiempo en el que se produjo un pequeño atisbo de apertura en el régimen franquista con la llegada de tecnócratas a algunos ministerios de economía. Recuerdo que el Zorrilla se llenaba cada mañana de estudiantes universitarios. Allí vi por primera vez películas new-wave británicas y oí hablar de directores como Richardson, Anderson, Reisz… sin saber que habían sido los artífices del FC con documentales en los que ya se contenían muchos de los contenidos de películas de los años ‘60 catalogadas como new-wave, kitchen sink o swinging London. También en Valladolid, gracias a un profesor de Oxford, Kevin Power, aprendí a diferenciar el documentalismo FC de los largometrajes new-wave de los ‘60. A la salida, o en tertulias nocturnas, discutíamos sobre realidad y ficción. Yo era de los que opinaban que lo que llamaban realidad, era puro artificio, como artificio son los documentales que esos mismos directores presentaron en el FC. Es precisamente ese “artificio de la realidad” (como es la literatura) uno de los conceptos que trataré de explicar. Porque la frontera entre realidad y ficción es una fina línea a veces difícil de observar, el FC nunca aspiraría, como sí hizo el movimiento documentalista británico de Grierson o directores que trabajaban al servicio de una causa, a ser un cine de compromiso social o político, sino un cine de autor. 

Se ha dicho hasta la saciedad que la década de los ‘50 fue la década airada de la cultura inglesa. (8) Al finalizar la guerra, la sociedad británica no empezaba de cero, pero como se puede leer en innumerables ensayos históricos y estudios sociológicos “ya nada sería lo mismo…”. Hay dos factores que contribuyeron sobremanera a que ya nada fuera lo mismo: la incorporación de la mujer al mundo laboral y la irrupción de una juventud a la que se le daba mejores oportunidades de formación cultural, al igual que el acceso desde el fin del período escolar obligatorio a trabajos remunerados, lo que pronto se traduciría en una mayor presencia de los jóvenes en el consumo y en el protagonismo social. Uno de los mejores ejemplos de esto lo vemos en el documental Momma don’t allow (Reisz y Richardson, 1955) proyectado en el primer programa FC, en el que mujeres y hombres jóvenes, estudiantes o trabajadores se reúnen en un club para bailar y disfrutar de su ocio. Tienen poder adquisitivo, son libres y se relacionan de manera distinta al estereotipo de sus padres. Del mismo modo, cuando la mujer y el hombre son independientes económicamente y se les da acceso a una mejor educación, es natural que demanden protagonismo en la sociedad británica y que aparezcan sus ideas en la cultura de la década, incompatibles, en muchos casos, con los ideales por los que lucharon sus mayores. Parte de esa nueva juventud, con mejor formación en su educación, con poder adquisitivo para consumir y, en cierto modo, emergente, quería mostrar al país que GB ya no sería nunca más un conjunto de tópicos en beneficio de las clases altas y medias, y deciden, entre otras cosas, escenificar la nueva realidad en el arte, el teatro, la música, el cine y la literatura. Pero no nos engañemos, estas iniciativas serían minoritarias porque la inmensa mayoría de GB seguiría consumiendo cine comercial con historias de amor o de exaltación de gestas en la guerra, con comedias de la factoría Ealing o filmes históricos de Rank, Korda, etc., o con historias basadas en novelas o teatro del pasado; del mismo modo, en los teatros de Londres o en las giras por provincias exhibían obras de Shakespeare, comedias de Wilde que, tras ciertos problemas personales o íntimos, terminaban con un final feliz; y en los círculos académicos se consumía literatura victoriana, ficción modernista del “grupo de Bloomsbury”, y literatura clásica universal. Sin embargo, ya nada sería igual… porque, aunque minoritaria, la presencia de esa juventud (estamos hablando de personas entre dieciocho y treinta y tantos años…) haría ruido en los medios de comunicación y su furia, que nunca sería exaltada, se dejaría oír en teatro, cine, música, arte, filosofía y literatura. 

8. Algunos escritores precisan que el fenómeno fue exclusivamente inglés, no de Gran Bretaña en su conjunto. Por mi parte, puesto que defenderé que el FC fue un movimiento con ánimo de incluir cines de otras naciones o continentes, no me voy a complicar en distinguir permanentemente entre inglés y británico, excepto cuando el contexto lo requiera.

Es en este marco en el que se fraguará el FC de este libro, y es curioso que en su condición de minoritario radicara su fuerza, singularmente a posteriori. Probablemente, los más sorprendidos de su importancia entre los años 1956 y 1959 fueran los organizadores del evento, pero ocurrió que un pequeño grupo de entusiastas del cine, alguno de los cuales había hecho documentales a comienzos de la década, decidiera dar a conocer a un público minoritario sus trabajos y los de otras cinematografías no británicas mediante seis exhibiciones en Londres. Hay quien dice, al hilo de lo escrito, que el FC nació por casualidad. No fue así. Nació porque sus creadores eran personas culturalmente inquietas que se habían formado en ese mundo, que habían escrito y seguían escribiendo artículos en revistas especializadas, asistían a sesiones de cine fórum en las que se proyectaban películas difíciles de ver en salas comerciales y se relacionaban con la vanguardia cultural inglesa o de otros países en temas de arte, teatro, literatura… 

Las manifestaciones culturales referidas –AYM, The Movement (9), Declaration, FC, nuevo teatro realista y otras de carácter artístico–, tendrían como protagonistas a jóvenes a los que, tras la guerra, se les había permitido acceder a las llamadas universidades de provincias, con una enseñanza menos elitista que la de Cambridge, Oxford o St. Andrews, aunque algunos de sus autores sí se habían formado en las universidades clásicas. De las nuevas universidades saldrían licenciados o graduados que provenían, en muchos casos, de clases trabajadoras, del campo o de pequeñas ciudades. Al finalizar sus estudios universitarios, se incorporarían al mundo del trabajo en Londres o en ciudades industriales que demandaban técnicos, personas formadas para niveles medios de oficinas y empresas. Muchos de ellos se encontraron viviendo, de repente, en grandes urbes, solos, desarraigados de su hábitat del campo o de pueblos en los que todos se conocían, por lo que ya nunca serían capaces de regresar a sus orígenes. En algunos casos, se casaban con mujeres de clase superior a la suya, lo que produjo una hipergamia masculina que quedaría reflejada en la literatura de los años ‘50. Novelas como Lucky Jim (La suerte de Jim, Kingsley Amis, 1954), Look back in anger (Mirando hacia atrás con ira, John Osborne, 1956), Room at the top (Un lugar en la cumbre, Jack Clayton, 1959) tenían como protagonistas a tres jóvenes universitarios salidos de universidades de provincias que escalaban socialmente gracias a sus matrimonios; así se iría generando un grupo cada vez más numeroso de hombres y de mujeres que vivían entre un mundo de clase media o alta en torno a su trabajo y otro de clase obrera o del campo cuando regresaban por vacaciones a visitar a su familia. No eran jóvenes rebeldes políticos o sociales sino que, en su mayoría, se les podría considerar como rebeldes insatisfechos por provenir de un pasado que querían borrar. Los problemas afectarían a todos, como ocurre en la obra de teatro de Osborne, cuyo protagonista, Jimmy Porter, que ha estudiado una licenciatura en una universidad de provincias y se ha casado con una mujer culta, de clase alta, arrastra con sus complejos a la familia de su mujer, a ella y a él mismo a una vida difícil de soportar. En esas circunstancias, la discordancia entre clases obreras, clases medias, burguesía acomodada y clase alta (10) estaría presente en numerosas manifestaciones culturales de Gran Bretaña, y el FC no fue ajeno a ella. 

9. Citamos dos referencias básicas para el estudio de The Movement: BRADLEY, J., The Movement: British Poets of the 1950s, Nueva York: Twayne Publishers, 1993; MORRISON, B., English Poetry and Fiction of the 1950s: The Movement, Londres & Nueva York: Methuen, 1980.
10. Este libro traducirá la frase en inglés “working class” como clase obrera, aunque, cuando se considere oportuno, usará asimismo la traducción de “clase trabajadora”. No olvidemos que en el contexto de los años ‘50 el verdadero significado de clase trabajadora era el de clase obrera, muy diferentes a otros trabajadores de clases medias o burguesas. 

En la mayoría de los seis programas tenemos ejemplos de películas como Momma don´t allow, We are the Lambeth boys (Karel Reisz, 1958), y las que se exhibieron en el programa titulado Look at Britain! (¡Miren cómo es Gran Bretaña!), que mostraban un país de contrastes, una sociedad no tan modélica como se representaba en la cultura victoriana. Es significativo que el FC fuera pionero por abrirse a los problemas y a las nuevas maneras de actuar de parte de la sociedad: apertura sexual, con imágenes en las que las mujeres toman la iniciativa en las relaciones o con la problemática de la homosexualidad en filmes como Nice time (C. Goretta y A. Tanner, 1957); marginación de discapacitados, como el deambular en el documental Together (Lorenza Mazzetti, 1956) de dos sordomudos por la ciudad, acosados por niños y mayores hasta la tragedia final; o la difícil integración de refugiados, en Refuge England (Robert Vas, 1956), procedentes de los desastres de la guerra; así como, para finalizar, las diferencias abismales en el nivel de vida de unos u otros… Justamente, el libro de ensayos sobre el pensamiento de la década, Declaration, tendría como uno de los temas de referencia el compromiso social de la nueva generación de postguerra para que se implicara en el cambio y en la denuncia de ciertos comportamientos institucionales porque, se quisiera reconocer o no, ya nada era igual…

A mi juicio, los ejemplos expuestos explican sucintamente el porqué defendemos que el FC no debe constreñirse únicamente a un estudio cinematográfico sino a un espectro más amplio. La dicotomía entre clases trabajadoras y acomodadas, que hemos reflejado anteriormente, así como otros factores de división social tales como las universidades de diferentes niveles, el problema de la hipergamia, el desarraigo familiar, los refugiados, la prostitución, el alcoholismo…, tendrían todos ellos protagonismo en el FC, pero además, encontramos otros problema en sus documentales: la irrupción creciente en los años ‘50 de una generación de personas aisladas, la soledad en las grandes ciudades, la fealdad de los espacios de la vida cotidiana, las duras condiciones de vida… En el mismo sentido, si analizamos el trasfondo temático, el FC alcanza talla universal al incluir temas como el amor, el odio, la envidia, el asesinato, la venganza, la muerte, las pasiones humanas. En la novela Scenes from provincial life (Escenas de vida provinciana, W. Cooper, 1950) el escritor toca tres temas sensibles: sexo antes del matrimonio, homosexualidad y abismales diferencias entre las escuelas de pueblos o de barrios suburbiales, en las que todos los alumnos eran de clase trabajadora, y las de barrios del centro de las grandes ciudades; otras novelas de la década tratan sobre la delincuencia juvenil, la brecha generacional entre padres e hijos, entre instituciones y jóvenes, también sobre los problemas de las nuevas relaciones entre hombres y mujeres (la mujer ya no se queda en casa para hacer las tareas del hogar, sino que trabaja y se independiza). A esto habría que sumar que, programas como First Readings (Primeras lecturas), dirigido por John Wain en la British Broadcasting Corporation (BBC), se inauguraron dando una oportunidad a escritores con nuevas ideas, siendo su primer protagonista Kingsley Amis, escritor de la novela Lucky Jim (11), uno de los primeros best-sellers de esa nueva literatura con protagonistas jóvenes que se integraban con dificultad en la sociedad… A esta nueva radio pronto habría que sumar el fenómeno de una comunicación de masas jamás conocida cuando la TV llegó a todos los hogares, con series muy populares, como Crossroads o Coronation street, que mostraban cómo se vivía en barrios marginales y los problemas de sus habitantes, auténticas telenovelas contemporáneas seguidas por numerosos británicos día a día. 

11. Hay dos ediciones en castellano de Lucky Jim, novela de Kingsley Amis: la española lleva por título La suerte de Jim, mientras que la sudamericana se titula Jim el afortunado. Por motivos de discrepancia con ambas traducciones, conservaremos el título original de Lucky Jim en las referencias sobre esta novela.

Daba la impresión de que nada cambiaba, pero en 1954 encontramos a críticos como el prestigioso Priestley insertando titulares en los que afirmaba que “estaba emergiendo la nueva novela inglesa”, o artículos en la reputada revista literaria The spectator en los que se aseguraba que había “una nueva tendencia literaria diferente a la de escritores de los años ‘30 y ‘40 como Dylan Thomas, Kafka, Auden y otros”. Para ilustrar el cambio, diversas publicaciones –como la de Scott en un artículo que tituló “In The Movement”–, se referían a un nuevo movimiento poético, al que bautizaban con el nombre de The Movement, en el que incluía nombres como Davie, Gunn, Amis, Enright, Elizabeth Jennings, Larkin, Wain… Respecto a cambios, en 1951 publica J. B. Priestley su artículo “Thoughts in the wilderness” (Pensamientos en el desierto), en el que defiende que un sinnúmero de intelectuales de la generación anterior a la guerra vivían en un desierto político…, a lo que añade que daba la impresión de que la política no interesaba a los británicos, posiblemente porque el Estado de Bienestar había resuelto las necesidades básicas de sus vidas: pleno empleo, mejores condiciones de vida, seguridad social… A continuación, pone de relieve que las consecuencias de esas constataciones son, ante todo, la pérdida de las ideas creativas y de los flujos que surgen en el interior de las personas: “…lo que nos dan los gobiernos es quizá lo que no queremos, lo que probablemente queremos no son capaces de dárnoslo”. Le da miedo vivir rodeado de personas aburridas, como él mismo, más aún cuando constata que los que tienen que aportar soluciones, como los economistas, no saben cómo hacerlo. Los ciudadanos ya no se fían de ellos. El resultado es un gran vacío, una especie de impotencia cultural ante los políticos y sus acciones. En la segunda parte del artículo, Priestley no oculta el desánimo intelectual de la década que se inicia, la falta de modelos creativos, cómo el establishment priva al rebelde de cualquier oportunidad o salida que integre su ingenio o sus diferencias en la vida social del país, el peligro de que la comunicación de masas engulla los pensamientos diferentes, individuales… Se hace preguntas: “¿Qué ocurrirá si se conduce al ciudadano a un círculo vicioso de imposible salida: uno que si va en una dirección, se encontrará con la violencia, la frustración, el odio; y si, por el contrario, escoge la dirección opuesta acabará hundido en la apatía y la trivialidad, agotado y exhausto?”.

Ante esa realidad conformista, es digno de destacar, no obstante, que grupos y corrientes culturales de los ‘50 como los mencionados The Movement, AYM, ensayistas de Declaration, y otros como the Independent Group –formado en 1952 por intelectuales y críticos, con importante vinculación con el ICA, auténtico germen del Pop art británico–, o el nuevo teatro con Devine, Littlewood y Osborne irrumpieron como notas disonantes, aunque nunca acuñaran un término común que los definiera, ni se reunieran en torno a un manifiesto, como sí haría el FC. Esta circunstancia es más significativa cuando existían lazos que los vinculaban a problemas, temas e inquietudes que los alentaban a no ocultar a la sociedad que existía un nuevo modo en la cultura generada que buscaba acercarla a la nueva realidad. En suma, esa generación quería aparecer en el espectro cultural y hacerlo sin esconder aquello que perturbara, aunque pronto, y sobre todo en su devenir, se caracterizaría por ser una generación nada “airada” sino que quería integrarse sin violencia en la nueva sociedad británica de postguerra. Además, como decíamos, lo curioso es que The Movement, o los etiquetados AYM, nunca existieran como tal, sino que todo fuera un artificio creado por intereses alrededor de la publicación de escritos de esos nuevos literatos, ya que nunca se formó un grupo poético o novelístico con ideas que se plasmaran en un manifiesto de intenciones o algo parecido, ni con una temática o un objetivo concreto. Uno de sus poetas, Robert Conquest, con poemas en la edición de Enright titulada Poets of the 1950s (Los poetas de los ‘50, Conquest, 1955) los definiría con ironía como una agrupación “con determinación negativa” porque ninguno era lo que aparentaba ser, ninguno admitía haber sido parte de nada que se llamara The Movement…

En contraste con ellos, el FC sí publicó un manifiesto (12) para dar a conocer cuáles eran sus objetivos, cuáles sus nuevas ideas, qué cine querían que se hiciera en su país y explicarían, al mismo tiempo, sus fuentes y su planteamiento teórico y práctico. Al analizar los escritos de sus creadores durante y en años previos a la exhibición de las películas, es evidente la vinculación estrecha existente entre la nueva cultura expuesta arriba de los años ‘50 y los documentales del FC, especialmente los británicos de los programas uno, tres y seis. El espíritu de The Movement, AYM, the Independent Group, el nuevo teatro, ICA y Declaration se plasma en un sinfín de imágenes, lo que haría, que los espectadores que asistieron a las proyecciones de los programas identificaran la Inglaterra en la que vivían y qué estaba ocurriendo en la cultura, el arte y el cine de otros países. Naturalmente, el interés de los impulsores del FC en otras cinematografías de fuera de GB daría al movimiento un carácter internacional; ellos pensaban que había que mostrar en Londres qué cine se estaba haciendo en los años ‘50 en Europa, Estados Unidos y Canadá. En consecuencia, este libro quiere contribuir a abrir el concepto de FC a lo que realmente fue, es decir, una muestra internacional que serviría para abrir también GB al mundo. Por este motivo, como FC deberíamos considerar los 23 filmes presentados en los seis programas del National Film Theatre (NFT) en Londres entre 1956 y 1959, en los que descubrimos directores no británicos como Mazzetti, Goretta y Tanner, McLaren, Franju, Rogosin, Karabasz, Borowik, Lomnicki, Poreba, Walerian Boroczyk, Polanski, Truffaut , Chabrol y Robert Vas.

12. DRAZIN, CH., “The origin, practice and meaning of the Free Cinema manifesto”, Journal of British Cinema and Television, volume 11, Issue 2-3, pp.294-311, julio 2014.

En Declaration, el artículo “Get out and push!” (Lindsay Anderson, 1956), que traduzco libremente por “¡Salid a la calle y presionad!”, insiste sobre cómo ve Anderson la GB que se encuentra al regreso de una larga estancia en París, y advierte que es necesario acabar con la complacencia de otras épocas, abrir el país al mundo y dejar de mirarse como país paradigma del mundo. Su crítica es feroz y se comprende mejor cuando se contemplan las imágenes de O dreamland (Lindsay Anderson, 1953) en el primer programa del FC. 

Respecto a los manidos términos “ira” “iracundo” o “airados”, no creemos que definan las nuevas inquietudes culturales de la década. Con una simple lectura de las razones expuestas por sus protagonistas, se deduce que no eran personas alejadas del sistema sino que demandaban ser parte activa y diferente del mismo, para lo cual mostraban como aval a la sociedad su obra porque ellos eran parte de esa sociedad, no outsiders que se marginaran de la misma. Querían reconocimiento social y luchaban para conseguirlo, pero no lo hacían desde la perspectiva del compromiso político o ideológico, propio de la generación de sus mayores, sino desde su compromiso individual con el arte. No obstante, una parte de la sociedad se sentía molesta con la nueva cultura generacional de este grupo de intelectuales, escritores y artistas, quizá porque la consideraban peligrosa para continuar con el establishment, un peligro que era, más que político, cultural, posiblemente porque las formas liberales de las universidades clásicas ejercían una cierta auctoritas respecto a las nuevas universidades de provincia de las que habían salido la mayoría de ellos. 

En su obra de ficción no consideraban que para ser feliz fuera suficiente el Estado de Bienestar que el aparato estatal vendía como el gran logro del país para contentar a los ciudadanos o para ahogar las críticas adversas, sino que a través de su ficción exponían que había muchos británicos infelices, seguramente porque el precio pagado a nivel humano para alcanzar la felicidad era injusto si a cambio te convertías en una persona sin posibilidad de desarrollar tus capacidades críticas. Libros como Time and place (Tiempo y espacio, George Scott, 1956) (13) precisarían que los nuevos intelectuales eran unos héroes porque no disponían, como les ocurriera a los de los años ‘30, de tiempo y espacio para crear o porque cuando lo hacían, era después de una dura jornada de trabajo, sacando el tiempo de las horas de dormir o de los fines de semana, sin tener una habitación propia, o un espacio en la casa en el que nadie los interrumpiera. Scott precisa que es natural que lo producido en esas condiciones –singularmente en cine, literatura, teatro…–, se tiñera de pesimismo, quizá incluso en exceso. Es en ese sentido en el que habría que explicar el significado de la propagada ira generacional en los jóvenes escritores de los años ‘50, porque las cargas sociales acabarían reflejándose en sus personajes y en los temas tratados en forma de descontento individual y social, problemas personales, estética diferente, e incluso en un público que, lentamente, se iría incorporando a los nuevos eventos reclamando protagonismo en los mismos [...]

13. SCOTT, G., Time and Place, Londres: Staples Press Limited, 1956.




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