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15.9.16

VII. HISTORIAS DE LA DESAPARICIÓN. EL CINE DESDE FRANZ KAFKA, JACQUES TOURNEUR Y DAVID LYNCH"




Recuperamos este viejo tuit que viene muy a cuento
de una de nuestras últimas publicaciones:

«La cámara no lo ve todo.
Yo lo veía todo, la cámara solo ve porciones»
[Jacques Tourneur]


La mujer pantera, Jacques Tourneur, 1942


Historias de la desaparición







14.9.16

VI. HISTORIAS DE LA DESAPARICIÓN. EL CINE DESDE FRANZ KAFKA, JACQUES TOURNEUR Y DAVID LYNCH"












V. "HISTORIAS DE LA DESAPARICIÓN. EL CINE DESDE FRANZ KAFKA, JACQUES TOURNEUR Y DAVID LYNCH", de Santiago Fillol, Poliedro libros, Santander: Shangrila 2016.




Portada de la 1ª edición de 'La metamorfosis' (1916), Franz Kafka




EPÍLOGO
ECOS DE MURMULLOS EN CUARTOS LEJANOS
Nicole Brenez


En 1966, Jacques Tourneur escribió el tratamiento para un guión titulado “Murmullos en cuartos lejanos” (publicado en francés en el número monográfico “Jacques Tourneur” de la revista Caméra/Stylo, de mayo de 1986). De este bellísimo proyecto de filme, vamos a tomar tres afirmaciones que nos servirán como guía en el trayecto de la reflexión de Santiago Fillol.

1. Primera afirmación:
el trabajo del cine consiste en confrontarse con lo invisible.


La mujer pantera, Jacques Tourneur, 1942



"La verdadera minoría en este mundo" escribe Tourneur, "es la minoría de los vivos. Los millones que somos, esa minoría de millones, afronta toda junta, en este filme, una guerra contra una armada muchísimo más poderosa que es la armada de los muertos". Vamos a comprometernos en esta guerra con ordenadores, rayos laser, infra rojos y discos ultra sensibles. Tenemos la intención de terminar de una vez por todas con el problema del "después de la muerte" y de los "mundos paralelos".

Como en la investigación sobre el fuera de campo de Santiago Fillol, aquello que convoca la fábula de Jacques Tourneur concierne al cine en su dimensión antropológica de enfrentamiento con la ausencia, la desaparición y lo exterior. Es la dimensión simbólica fundamental del cine, que determina dos energías presentes en toda la estilística tourneuriana, pero trabajadas de una forma singular en cada ocasión ya que se trata de un gran cineasta: por un lado la economía de una relación con lo invisible, por el otro las propiedades específicas atribuidas a la imagen en sí.

Con razón, Santiago Fillol reescribe el pensamiento del fuera de campo cinematográfico a partir de Jacques Tourneur, ya que en efecto, resulta metodológicamente imposible no establecer un estudio comparativo abordando una cuestión como esta. Con total pertinencia repiensa las prácticas y las teorías del fuera de campo en su conjunto: Tourneur, Jean Renoir o Michelangelo Antonioni, pero también Noël Burch, Pascal Bonitzer o Gilles Deleuze. Porque el fuera de campo, en el cine, se manifiesta en términos plásticos, y se concibe a partir de una configuración posible entre lo visible y lo invisible, entre lo infinito del motivo y el límite de la imagen: un espacio, entonces, de intensidad especulativa. El recorrido de Santiago Fillol, desde esta perspectiva, traza con precisión las líneas entre elaboración visual y construcciones teóricas y para él, la obra de Jacques Tourneur posee el estatuto metodológico de un laboratorio de propuestas, lo que constituye, según mi parecer, el método más certero para discernir el potencial de fertilidad de un filme o de un conjunto de filme.

Entre las fuentes del pensamiento occidental sobre lo invisible, se encuentra un texto iconófilo de San Juan Damasceno, el tercer Discurso apologético contra aquellos que rechazan las santas imágenes, transcripto en el siglo VIII. Contra los iconoclastas, para quienes lo invisible debe restar infigurable, San Juan Damasceno reenumera las potencias figurales de la imagen, y afirma en particular:

¿En virtud de qué existe la imagen? Toda imagen sirve para representar y mostrar lo oculto y volverlo manifiesto. Doy un ejemplo: puesto que el hombre no posee un conocimiento inmediato de lo invisible, ya que el alma está disimulada por el cuerpo, ni de esas cosas que se manifestarán después de él o de las cosas lejanas y ausentes, pues está limitado por el espacio y el tiempo, la imagen ha sido concebida para guiar el conocimiento, para mostrar y divulgar las cosas ocultas, evidentemente al objeto de que resultara útil, hiciera un bien y nos auxiliara, para que, cuando los acontecimientos fueran registrados y celebrados, distinguiéramos lo oculto en ellos y sintiéramos añoranza y admiración de las cosas buenas pero rechazáramos y odiáramos sus contrarios, o sea, las malas.

Jean-Luc Godard formulará una versión moderna de la misma concepción de la imagen: “Para mí una imagen de un filme es un plano geográfico, una brújula, una receta (mi padre era médico) “ y esto nos conduce a la segunda afirmación desarrollada por el trabajo de Santiago Fillol.


2. Segunda afirmación:
el trabajo del fuera de campo es un recurso figurativo mayor.




Inland Empire, David Lynch, 2006


Tres dimensiones del fuera de campo que aquí se ponen simultáneamente en relación:

a) El fuera de campo es sin lugar a dudas un recurso plástico, aspecto que Noël Burch, citado asiduamente por Santiago Fillol, ha resumido a la perfección : “Es importante entender que el espacio fuera de campo tiene una existencia episódica, o más bien fluctuante, en el curso de cualquier filme. La estructuración de ese flujo puede ser una herramienta poderosísima en las manos de un cineasta”. (“Nana o los dos espacios“, Cahiers du cinéma n° 189, abril de 1967). Santiago Fillol, en este sentido, se adentra en análisis esclarecedores sobre las plasticidades de esa lejanía según Lang, Hitchcock, Ozu o Antonioni.

b) El fuera de campo es, en consecuencia, la condición de figurabilidad de figuras y nociones relevantes de la mitología (religiosa o profana), de modo que podemos considerar que estas producen de ese modo un contorno para nuestros tormentos y angustias.

Se trata de la dimensión metafísica de lo infigurable sobre la que San Juan Damasceno, entre otros, ha reflexionado profundamente:

El cuarto modo de la imagen es el de la  escritura, que representa figuras, formas y modelos de las cosas invisibles y carentes de cuerpo, que reciben un modelo corporal de cara a una comprensión aproximativa de Dios y de los ángeles, debido a la impotencia en la que nos encontramos al contemplar los incorpóreos sin las figuras correspondientes, análogas a nosotros, según lo declara Dionisio Aeropagita, gran entendido en las cosas de Dios. No ha sido sin razón que se proponen modelos de lo que carece de modelo y figuras de lo que carece de figura, y nadie dirá que la única causa de ello es la capacidad analógica que hay en nosotros, que es incapaz de ascender de forma inmediata hacia las contemplaciones inteligibles y necesita ayudas de carácter adecuado a ella y de su misma naturaleza.

Los herederos cinematográficos de esta tipología de lo infigurable son los cineastas de la cuarta dimensión, comenzando por Dreyer y Bresson, ambos estudiados en el presente libro.

c) Antes que el relato o la demostración, se da en Tourneur una necesidad de algo que sucede fuera de la vista, algo no visible que permite reconsiderar y reconfigurar todos los fenómenos. En concreto, eso afecta también a la dirección de actores. Tourneur lo expresa con gran claridad: “Cuando ensayaba con los actores una escena que transcurría en una habitación, hacía apagar todas las luces del plató, quedábamos en la oscuridad y solo después se encendía una lámpara y yo les decía: 'Ahora, interpretad la escena'… Si hubiese ensayado la escena con todas las luces, habría sido muy diferente”.

El lunes 24 de Octubre de 2005, en la École Normale Supérieure de París, se realizó un coloquio consagrado al fuera de campo. Entre los conferenciantes pudimos escuchar a Jacques Loiseleux, autor del documental militante La Parcelle (1971), y uno de los grandes directores de fotografía de la historia,  excepcional tanto en color con Maurice Pialat como en blanco y negro junto a Philippe Garrel. Loiseleaux estuvo también a cargo de la fotografía de Una historia de viento (1989) de Jori Ivens, un filme destacado por el desafío que asume ante lo infigurable: filmar el viento. Jacques Loiseleux acuñó esta fórmula esencial: “Filmar es fabricar fueras de campo (…) Desde este punto de vista, existe una diferencia radical entre el cine y la televisión: no hay oscuridad alrededor de la pantalla de la televisión; no se crea ningún efecto de falta ni, en consecuencia, ningún deseo por la imagen que sigue”.

Pensado desde el dispositivo cinematográfico general, el fuera de campo aparece entonces no solo como un espacio más, una zona susceptible de ilimitar la imagen, sino más bien, y particularmente, como una fuerza motriz que introduce el deseo. En términos freudianos, podríamos decir que el fuera de campo desencadena la pulsión escópica; pero también, en términos lyotardianos, que el fuera de campo inyecta lo figural, es decir el deseo como algo que perturba el orden del discurso.

En la obra de Jacques Tourneur esto determina una sistematización: no mostrar la causa del pavor o del terror permite transformarlo todo en señal, en síntoma, e inventar circuitos de signos completamente patológicos, que de ese modo nos enseñan cómo se elaboran y se instalan estas lógicas, tal como demuestra la célebre secuencia de la piscina en La mujer pantera, seguida por el triple comentario de sus protagonistas y su psicoanalista. A partir de sus fábulas fantasmáticas, las películas de Tourneur nos hacen comprender que no existe figura que no sea una configuración, una constelación de signos.

Santiago Fillol estudia estas lógicas en otros grandes momentos de la figuralidad del cine y la literatura, en El Eclipse de Antonioni y naturalmente en Proust y Kafka, dos ejemplos que Theodor Adorno destaca por su dimensión experimental. Recordemos esta idea formulada por Adorno en Minima Moralia: “Habría que establecer perspectivas en las que el mundo sea desplazado, extranjero, revele sus fisuras y sus grietas, tal como aparecerá algún día, indigente y deformado, bajo la luz mesiánica” El trabajo del fuera de campo, tal como lo concibe Santiago Fillol, revela una restitución de estas perspectivas, si bien la luz "mesiánica" se ve aquí sustituida por una luz "histórica". Santiago Fillol observa, en efecto, las economías de lo invisible desde sus determinaciones y resonancias históricas.


3) Puesto que, tercera afirmación:
el trabajo del fuera de campo se inscribe en una visión de la Historia.


Recuerda, Alfred Hitchcock, 1945


Como epígrafe a su guión “Murmullos en cuartos lejanos”, Jacques Tourneur citó este magnífico pasaje de un poema de T.S. Eliot: “Y lo que no pudieron expresar los muertos, mientras vivían. / Pueden decírtelo, una vez muertos : la comunicación / De los muertos la transmite una lengua de fuego más allá del lenguaje de los vivos” (“And what the dead had no speech for, when living, /
They can tell you, being dead: the communication /
Of the dead is tongued with fire beyond the language of the living”).

Además del carácter profundamente programático de este poema, la apertura de una dimensión de la representación “ más allá de la palabra “, que será la gran cantera de los filósofos críticos de la segunda mitad del siglo XX (Lacan, Foucault, Lyotard, Guattari, Derrida, todos en combate con el Logos), la fecha de este poema es importante: se titula Little Gidding, y fue redactado en 1941 y 1942, por lo que pertenece a la misma napa temporal que La mujer pantera. Little Gidding constituye el cuarto de los “cuatro cuartos”, cuadralogía de elementos (agua, tierra, viento, fuego) comenzada en 1936. Little Gidding simboliza el fuego y transmuta en poema la experiencia de un bombardeo durante el Blitz londinense, donde Eliot pone en escena su reencuentro con el fantasma de un poeta que sintetiza a Dante, Shakespeare, Swift, Mallarmé y Yeats. Tanto Eliot como Tourneur trabajaron para transmitir algo de la violencia concreta que les fue contemporánea, y para estar a la altura de esa violencia y de su carácter indecible, tuvieron que inventar nuevas figuras, torcer la sintaxis, la palabra, la lógica del discurso. La violencia histórica determina el desbordamiento, el minado o la explosión de los lenguajes (sean estos visuales o verbales); o bien, tal como lo formula Santiago Fillol a propósito de Proust : “Esta invención figurativa es profundamente histórica”.

Es, por tanto, necesario leer las problemáticas del fuera de campo en las obras que han medido sus fuerzas con la figurabilidad de la violencia concreta: como es el caso evidente de las imágenes de Fuller en Falkenau, o como Aquí y en otro sitio (Ici et Ailleurs, 1974), donde Jean-Luc Godard y Anne-Marie Miéville se confrontan al fracaso de su juventud (Jusqu’à la victoire, 1970), o incluso también en Les Histoire(s) du cinéma (1988-1998) de Godard, estructuradas por las imágenes ausentes de los campos de exterminio. Es allí, sin dudas, donde nos concierne más profundamente el entramado múltiple sobre la cuestión del fuera de campo, y debemos a Adorno una de sus problematizaciones más cruciales: “¿Pero qué sería del arte, en cuanto escritura de la historia, si se desembarazara del recuerdo del sufrimiento acumulado?” Es la célebre cuestión final de La teoría estética de 1970. Podríamos decir que la tesis de Santiago Fillol reformula de la siguiente manera esta cuestión: “¿Qué sería del arte, en cuanto escritura de la Historia, si no se debatiese con el presentimiento de un sufrimiento venidero que comienza a acumularse ante nuestros ojos ?” Allí se encuentra, sin duda, uno de los problemas de eficiencia más cruciales que quepa plantear a las potencias figurales del cine, y respecto del cual La mujer pantera constituye, efectivamente, tal como señala Santiago Fillol, un caso particularmente complejo.

Sería muy interesante realizar el mismo tipo de trabajo y elucidación a propósito de otro filme, cuyas elecciones estilísticas se encuentran en las antípodas de las de Tourneur (estilo documental, continuidad, régimen diurno, explícitamente téorico), y por tanto en resonancia con las cuestiones aquí planteadas: Trop tôt trop tard (1982) de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet. Es una de las prolongaciones posibles de la reflexión fundamental de Santiago Fillol.







13.9.16

IV. HISTORIAS DE LA DESAPARICIÓN. EL CINE DESDE FRANZ KAFKA, JACQUES TOURNEUR Y DAVID LYNCH"














III. "HISTORIAS DE LA DESAPARICIÓN. EL CINE DESDE FRANZ KAFKA, JACQUES TOURNEUR Y DAVID LYNCH", de Santiago Fillol, Poliedro libros, Santander: Shangrila 2016.




La mujer pantera, Jacques Tourneur, 1942



INTRODUCCIÓN
Santiago Fillol

Hitchcock decía: “Piense, por ejemplo, en los bebés. Las madres, para distraerlos, se esconden. Las criaturas lloran, sintiéndose repentinamente abandonadas. Y de pronto, las madres reaparecen. ¡Los bebés aúllan de alegría! Los espectadores se comportan de la misma manera”.

El genial ejemplo hitchcockiano de la madre jugando a la escondida con su bebé simboliza y revela el funcionamiento del fuera de campo clásico: cuando un personaje desaparece del campo, el espectador atraviesa un pasaje de angustia que  se cierra cuando el personaje (el héroe) regresa al campo. La intermitencia del personaje entre el campo y el fuera de campo es vivida simultáneamente por el espectador como una intermitencia de la narración, y de un sentido que se eclipsa por unos instantes en un fuera de campo.

En una versión moderna de este juego, la madre se escondería en un fuera de campo, y no regresaría nunca más. La puesta en escena de esta versión podría corresponder casi punto por punto a un cineasta como Michelangelo Antonioni, y en ella, la imagen del bebé abandonado se iría prolongando en un largo y errático olvido hasta perder todo el sentido de la espera original. La modernidad ha desterrado la narración misma hacia un fuera de campo del que resulta difícil regresar, abandonando a su espectador en un campo baldío.

Entre estos fuera de campo tan característicos de los dos canones más significativos y diferenciados de la historia del cine, se puede plantear una "bisagra", cuya versión sería la siguiente: la madre se esconde de su bebé y, como en la modernidad, no regresa al campo. El bebé se angustiaría durante los primeros instantes, pero luego comenzaría a sonreír continuando con el juego de las "clásicas" escondidas, como si la madre hubiese reaparecido, aunque siga estando ausente...

Esta tercera vertiente corresponde a un tipo de narración que insiste en avanzar a pesar de los inconmensurables agujeros que arrastra, generando un particular dinamismo que denominaré continuidad en la suspensión: esta "bisagra" entre clasicismo y modernidad, puede identificarse por ejemplo en los radicales fuera de campo de Jacques Tourneur en La mujer pantera (Cat People, 1941), el primer filme de la trilogía que dirigió para la Serie de la RKO producida por Val Lewton, al que siguieron Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie, 1943) y El hombre leopardo (Leopard Man, 1943). 

La primera parte de este ensayo se propone realizar un particular recorrido por la historia del cine a través del fuera de campo, es decir, una historia de las imágenes no vistas, aunque presenciadas, del cine; y para emprender este recorrido he escogido las imágenes tourneurianas como prisma particular. Se trata, entonces, de una historia del fuera de campo cinematográfico, desde el fuera de campo tourneuriano. Por esta razón, este ensayo no será un estudio sobre Tourneur, sino desde Tourneur. Por otro lado, lo que todo fuera de campo revela en sus despliegues figurativos tiene que ver con una historia más compleja entre lo visible y lo invisible, entre aparición y desaparición. La segunda parte de este ensayo se aboca a la historia efectiva de estas tensiones.

En el relato de Hitchcock, su bebé quedaba circunscrito y fijado a una historia clásica. Si ese bebé hubiese atravesado efectivamente los cánones históricos especulados en su trayecto, tengo la impresión que su relato coincidiría significativamente con la leyenda jasídica que Godard utilizó en el comienzo de Helàs pour moi (Helàs pour moi, 1993):

Antes, el padre de mi abuelo, cuando tenía un problema, iba a un lugar en el bosque, prendía un fuego, rezaba una oración, y el problema desaparecía… Cuando mi abuelo tenía un problema, pensaba, ya no sabemos prender el fuego… Pero aún recordamos la oración… Eso deberá bastar… Cuando mi padre tuvo el problema, pensó, yo no sé prender el fuego, ni recuerdo la oración… Pero aún sé dónde queda ese lugar en el bosque… Eso deberá bastar, y bastó… Cuando yo he tenido ese problema, he pensado, no sé encender el fuego, ni sé la oración, ni recuerdo dónde estaba ese lugar en el bosque… Pero aún sé contar la historia…

En esta miniatura godardiana se revela qué le sucede a una historia en el curso de la Historia, qué le sucede a una narración cuando se somete a su transmisión en el tiempo: la historia que contamos aparece cada vez más esforzada y menguante, bajo la presión de una Historia que la empuja fuera de sí. Y entre esa historia y su Historia, entre lo que aparece y desaparece en su parpadeo, se puede estudiar qué y cómo quedó en pie, y qué y cómo desapareció en su trayecto.

En La mujer pantera, debut hollywoodense de Tourneur, una chica serbia desaparece de una manera inaudita en una secuencia de persecución. Desaparece en un fuera de campo. Ni la forma de su persecución, ni la forma de su desaparición, se parecen en nada a la forma en la que el cine había perseguido o había hecho desaparecer a alguien hasta entonces. Estamos en 1941, y los cineastas y espectadores de Hollywood se imaginan una guerra que, como el resto del mundo, no ven ni saben del todo cómo imaginar. El fuera de campo de este filme de Tourneur, sostiene esa perplejidad en la pantalla. 

Un fuera de campo puede ser entendido como aquello que no está en la imagen, pero la implica desde su margen (la embarga, podríamos decir). O como aquello que se encuadra por omisión. Hacer una historia del fuera de campo, es, sintomáticamente, hacer una historia de qué entendieron (y qué enmarcaron) como visible cada cineasta y cada época, y aun más importante: qué entendieron (y enmarcaron) como invisible. Una historia del fuera de campo es una historia de la invisibilidad que cada época del cine forjó y gestionó, en tensión con sus visibilidades. Una historia del fuera de campo habla, por acción y omisión, de esa tensión. Solemos pensar mucho en qué enmarcan los cineastas más fuertes de cada canon, en cómo lo enmarcan, cómo lo muestran; pensamos menos en qué no enmarcaron y en cómo no lo enmarcaron. El fuera de campo delata qué entendía por invisible o por irrepresentable, o por alusivo, o por marginal, o por inconcebible cada época del cine. Esa invisibilidad que observa el cuadro cinematográfico más allá de él, es también parte activa del imaginario de la historia del cine. 

Lo que no vemos en el fuera de campo de La mujer pantera, expone una desaparición incomprensible. La primera vez que reparé en esta desaparición, leía El beso de la mujer araña de Manuel Puig. En esa novela, que sucede en la violenta Argentina de los setenta, un preso homosexual comparte celda con un militante de izquierda, al que relata películas de Hollywood cada noche para matar el tiempo o conciliar el sueño. Cuando le cuenta estas imágenes le dice: “algo raro pasa cuando la chica desaparece, algo que no se puede explicar”. El militante y él, iban a ser, sintomáticamente, “desaparecidos” de la horrorosa dictadura militar argentina. Y las imágenes que comentaban son los planos más importantes de La mujer pantera: imágenes que exigen una revisión crítica del fuera de campo y de las desapariciones y de las invisibilidades en la historia del cine. Una historia de algo que vivimos sin ver, algo que nunca hasta entonces habíamos sentido de esa forma. Las imágenes de Tourneur abren una brecha por la que es posible reformular la historia de cómo aparece lo que desaparece en el cine. 

Este libro ensaya, pues, una historia sobre la desaparición y la aparición en el cine. Y en particular, sobre unas imágenes de cine popular de Serie B, que en un rincón marginal e insospechado del Hollywood de los años cuarenta, imaginaron (y obraron) las formas más oscuras de la historia del siglo veinte, antes de que esta sucediese. Sobre las formas que prefiguraron, y sobre la historia de estas formas, tratan estas páginas.









12.9.16

II. "HISTORIAS DE LA DESAPARICIÓN. EL CINE DESDE FRANZ KAFKA, JACQUES TOURNEUR Y DAVID LYNCH", de Santiago Fillol, Poliedro libros, Santander: Shangrila 2016.




Shoah, Claude Lanzmann, 1985
La mujer pantera, Jacques Tourneur, 1942



PRÓLOGO
Núria Bou y Xavier Pérez

En La flecha del tiempo, Martin Amis propuso alguna cosa más que un ejercicio estilístico consistente en invertir la cronología de los hechos contenidos en una novela. El particular “viaje a la semilla” de su atribulado héroe contiene un agujero negro central, que es el instante nuclear en que el viejo médico  protagonista, residente en Nueva York, culmina el periplo rejuvenecedor que le ha hecho retroceder, durante décadas de errante trampantojo por América y Europa, hasta recuperar su primera identidad, y reencontrar el espacio inicialmente despoblado de un inquietante campo lleno de alambradas en el interior del cual, día a día, tiene lugar la asombrosa aparición de miles de nuevos visitantes surgidos de un horno gigantesco que propicia nuevos seres a los que alojar, alimentar, fortalecer y sanar, en el recinto en que él mismo trabaja en secretas tareas médicas, hasta que todos ellos parten, en superpoblados trenes, a inciertos destinos europeos donde proseguirán sus vidas, lejos de  la inquietante nada de la que surgieron.

¿Cual es la naturaleza de esa nada indiferente que un simple giro en la flecha del tiempo de la novela ha convertido en dispositivo centrifugador de millones de vidas rescatadas del olvido? El agujero negro que la inversión cronológica propuesta por Amis eleva a la naturaleza de matriz redentora es el mayor fuera de campo generado por el imaginario colectivo a lo largo del pasado siglo, tal como Godard denunció en sus Histoire(s) du cinema, insistiendo una y otra vez en que el cinematógrafo faltó a su cita con la Historia,  exigiendo, a la manera de Didi Huberman, imágenes pese a todo, y provocando, en fin, una polémica del todo inevitable con Claude Lanzmann, que había sacralizado previamente el fuera de campo como única posibilidad ética de resistencia a los crímenes del Holocausto en su monumental Shoah.

Con ese forzoso fuera de campo —y con los siniestros aledaños del mismo— se dio un encontronazo quien sabe si espontáneo Santiago Fillol, en su feliz intento de edificar una hipotética historia del fuera de campo cinematográfico desde un realizador tan aparentemente  ajeno a los desastres de la historia colectiva como Jacques Tourneur (aunque dicho realizador fuera sintomáticamente el responsable de la más seria advertencia lanzada desde Hollywood a los peligros inminentes de la guerra fría en el final casi rosselliniano de Berlín Exprés [Berlin Express, Jacques Tourneur, 1948]).  Bien es verdad que Santiago Fillol no llevaba a Tourneur en la maleta de sus primeros recuerdos cinematográficos, sino que se lo encontró también, por el camino de la retrospección. Fillol, como es lógico en todo estudioso contemporáneo de la historia del cine, conoció primero a Lynch y  después a Jacques Tourneur. Nadie entra hoy en la historia del cine siguiendo la flecha del tiempo desde los orígenes, sino que más bien se retrocede desde lo último, que tiende a ser lo primero a lo que se accede. Esta realidad biográfica inexorable es una oportunidad metodológica para la revisión y reescritura de la historia del cine. Aunque el libro que el lector tiene entre manos empieza ciertamente por La mujer pantera (Cat People, Jacques Tourneur, 1941), sus inmensos valores nacen del trayecto implícito que efectuó su autor entre Lynch y Tourneur, y del protagonismo que, en  ese retroceso por la historia del cine y por la historia del siglo, ocupa la memoria del fuera de campo.

Entre el riguroso estudio del funcionamiento del fuera de campo tourneuriano y la constatación godardiana de que la historia del cine discurrió fuera de (los) campo(s), Santiago Fillol ha sido capaz de enlazar el microanálisis secuencial de un relato fantástico como el de la mencionada mujer pantera con la dimensión cosmogónica de lo innominable, saltando con audacia y coherencia de los logros fundadores de la serie B a la gran expresión documental de lo siniestro que plantea Shoah, para llegar a un Lynch que no puede entenderse sin el uno y sin el otro.

Este es sin duda el triángulo fundamental del libro: el que dificulta la conexión estricta de Lynch y Tourneur sin pasar por la Shoah; el que pone en relación los agujeros negros de la Historia con los agujeros negros del relato fantástico en el cine. ¿Salto al vacío? ¿Boutade? ¿Especulación resultona? Podríamos ahora mismo demostrar que no es así, pero eso sería desmantelar los secretos de un libro que se lee como una narración. Una narración llena de enigmas y de sorpresas, un relato policial, una investigación en toda regla, que podría constituir un volumen perdido que Borges y Bioy Casares hubieran dejado en el cajón de los proyectos diferidos de “El séptimo círculo”.  La persecución de una muchacha por calles solitarias, un taconeo que deja de escucharse, una piscina llena de reflejos que (no) encarnan (la) N/nada, transformaciones kafkianas y  huellas borradas en la nieve, trenes detenidos en espacios de sombra y niebla, molineros y deshollinadores confundidos en una lucha absurda en un filme primitivo, multitudes que aparecen y desaparecen en  un mismo encuadre, figuras intentando salir de un bloque de piedra esculpido por un maestro del Renacimiento, criaturas lynchianas sumergiéndose, como frágiles madalenas proustianas, en la piscina de Sunset Boulevard, y otra Madal(ai)ena, ahora hitchcockiana, haciendo fulgurar por momentos el destello de su aura vertiginosa contra la naturaleza siniestra del olvido, son algunas de las piezas del rompecabezas que la recherche de Fillol invita a completar. Decir más, por nuestra parte, sería entorpecer el placer del descubrimiento progresivo de que este libro supone una prodigiosa iluminación de algunos instantes cruciales de la vida de las imágenes en movimiento, para que mucho  de lo quedó fuera de campo sea restituido al lugar que con justicia le corresponde en la(s) Historia(s) del Cine.










9.9.16

NOVEDAD: "HISTORIAS DE LA DESAPARICIÓN. EL CINE DESDE FRANZ KAFKA, JACQUES TOURNEUR Y DAVID LYNCH", Santiago Fillol, Poliedro libros, Santander: Shangrila 2016.




Poliedro libros 1
16x23cm. - 306 páginas




Historias de la desaparición se lee como una narración. Una narración llena de enigmas y de sorpresas, un relato policial, una investigación en toda regla, que podría constituir un volumen perdido que Borges y Bioy Casares hubieran dejado en el cajón de los proyectos diferidos de "El séptimo círculo". La persecución de una muchacha por calles solitarias, un taconeo que deja de escucharse, una piscina llena de reflejos que (no) encarnan (la) N/nada, transformaciones kafkianas y  huellas borradas en la nieve, trenes detenidos en espacios de sombra y niebla, molineros y deshollinadores confundidos en una lucha absurda en un filme primitivo, multitudes que aparecen y desaparecen en  un mismo encuadre, figuras intentando salir de un bloque de piedra esculpido por un maestro del Renacimiento, criaturas lynchianas sumergiéndose, como frágiles madalenas proustianas, en la piscina de Sunset Boulevard, y otra Madal(ai)ena, ahora hitchcockiana, haciendo fulgurar por momentos el destello de su aura vertiginosa contra la naturaleza siniestra del olvido, son algunas de las piezas del rompecabezas que la recherche de Fillol invita a completar.
Núria Bou & Xavier Pérez

Santiago Fillol reescribe el pensamieno del fuera de campo cinematográfico a partir de Jacques Tourneur. Y con gran pertinencia, repiensa las prácticas y las teorías del fuera de campo en su conjunto: Tourneur, Jean Renoir o Michelangelo Antonioni, pero también Noël Burch, Pascal Bonitzer o Gilles Deleuze. Porque el fuera de campo, en el cine, se manifiesta en términos plásticos, y se concibe a partir de una configuración posible entre lo visible y lo invisible, entre lo infinito del motivo y el límite de la imagen: un espacio, entonces, de intensidad especulativa. El recorrido de Santiago Fillol, desde esta perspectiva, traza con precisión las líneas entre elaboración visual y construcciones teóricas y para él, la obra de Jacques Tourneur posee el estatuto metodológico de un laboratorio de propuestas, lo que constituye, según mi parecer, el método más certero para discernir el potencial de fertilidad de un filme o de un conjunto de filmes.
Nicole Brenez

Santiago Fillol. Profesor de cine y literatura en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Se doctoró en la misma universidad con un trabajo de investigación sobre la desaparición y la invisibilidad en la historia del cine. Ha dirigido, junto a Lucas Vermal, el largometraje Ich bin Enric Marco (2009), presentado en los festivales de Locarno, Rotterdam y San Sebastián; obra que fue retomada por Javier Cercas en su novela El Impostor. Ha sido colaborador de cineastas como Nicolas Klotz e Isaki Lacuesta, y es el guionista de Mimosas de Oliver Laxe: largometraje ganador de la Semaine de la Critique del Festival de Cannes en 2016.  






22.9.15

XVIII. DE LA NATURALEZA. APUNTES SOBRE GÉNEROS Y FORMA EN LA ESCRITURA DEL DIARIO "CONQUISTA DE LO INÚTIL", Santiago Fillol: "Werner Herzog. Espejismos de sueños olvidados".




Rodaje de Fitzcarraldo (1982)



(...) Un enorme barco de vapor en una montaña. Esta es la primera imagen del diario de Herzog. En realidad, la imagen a la que llega desde una anterior, que le sirve de comparación y la anima: “Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto, y tira del animal caído de tal manera que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña.” Un tironeo irrecusable. No es el cineasta quien sostiene la imagen, sino la imagen la que muerde y trepa por su cuenta. La alegoría precisa la mecánica de su empresa: una fuerza desatada que no entiende de voluntades. Luego sigue una explicitación de esa furia. El diario comienza en la casa de Coppola en San Francisco. Afuera de la casa, una tormenta brava sacude la bahía y las ventanas. Dentro, Herzog, ceremonioso, explica a sus productores americanos que no será una maqueta. Que el barco de Fitzcarraldo será real. Estamos leyendo Conquista de lo inútil, el diario que Herzog escribió durante todo el proceso de gestación de Fitzcarraldo (1982). El más maldito de sus filmes malditos. Y todos hemos visto su visión encarnada. El obstinado cineasta alemán rodó su barco trepando por su propia fuerza la montaña, “serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad…”. Esa imagen “contra-natura” la gestó, la alimentó y la protegió desde cada una de las febriles entradas de su diario. 

Un hombre picado por una imagen. En las páginas de su diario, Herzog parece asumir aquello que Lucrecio definía como función propia de la materia, esto es: “chocar y ofrecer resistencia”. Su barco, y la endemoniada epopeya para hacerlo remontar una montaña, chocando contra la naturaleza, ofreciendo y soportando resistencia. El diario como registro de cada intento, de la espera y la embestida, de la fricción, de las propiedades esenciales de la gesta (...)



"De la naturaleza. Apuntes sobre géneros y forma
en la escritura del diario Conquista de lo inútil"
Santiago Fillol

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Trayectos libros - 448 páginas
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