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29.2.16

VIII. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Murieron con las botas puestas, Raoul Walsh, 1941


Cuando Javier Maqua nació en Madrid en 1945 para muchos jóvenes el cine era un refugio, un sueño, la frontera tras la cual se escondía un mundo mejor donde los héroes sacrificaban todo menos la dignidad.

En uno de sus últimas novelas publicadas (
La sombra, 2015), Javier Maqua rememora aquellos años de infancia y juventud con la libertad que consiente la ficción:


Había empezado a ir al cine muy tarde, hacia quinto de bachiller. De pequeño, mis padres apenas me llevaban; sostenía don Cástor que un local cerrado, con tanta gente junta respirando a la vez, era un concentrado de miasmas, un peligro para la salud del cuerpo. Y del alma, añadía tras una leve pausa, chiscando con la lengua sobre su diente de oro. Para marcar distancias con él, solo por llevar la contraria, de la mano de Álvaro, fui sustituyendo el tenis por el cine. Y, del cine de sesión continua, al cineclub y la pegajosa cinefilia.  Vivíamos con, en, entre, sobre, tras el cine. En una burbuja. Aislados en su interior, dando la espalda a la sosa e hipócrita realidad que nos rodeaba, negándola. Estábamos enfermos de cine. Álvaro presumía de haber ido todos los días durante dos semanas al Delicias para ver El tigre de Esnapur y La tumba india, y de que, las últimas veces, le dejaron entrar sin pagar. Nunca superé ese record, pero me ufanaba de haber visto Laura yo solito, como único y privilegiado espectador, en el cineclub Urbis; la copia estaba hecha un desastre y cada cuatro minutos se rompía, interrumpían la proyección y encendían las luces; yo aguantaba en mi butaca, sin hacer ademán de levantarme, oyendo las blasfemias del proyeccionista contra aquel gilipollas que no se iba; pero, cuando se apagaban las luces, era como si Gene Tierney fuera ¡solo para mí!

Las estrellas nos protegían de las chicas reales. Las estrellas eran fantasmas y felizmente no podían salirse de la pantalla ni era fácil topárselas por la calle. Las chicas, por el contrario, eran un engorro cotidiano indescifrable. En los guateques, reunidos en un rincón, hablábamos de cine mientras los demás bailaban. Si alguna osaba acercarse e intentaba participar, podía suceder que el diálogo quedara en suspenso o que, al cabo de interminables minutos de apasionado discurso cinéfilo trufado de nombres propios de directores, estrellas e ignotos actores secundarios, la susodicha huyera aburrida y descorazonada. A veces, condescendíamos yendo al cine con ellas, pero, si querías ver la película, era mejor no ir con ninguna y colocarte en las primeras filas donde nadie se interpusiera entre nosotros y la pantalla. Según Romaní, con una chica al lado era muy difícil seguir el argumento; el más ligero cambio de posición en la butaca, una mano que se apoya en el brazo separador casi rozándote, unas faldas que se suben, te distraían. Nos colocábamos en la cuatro, la fila de la masonería cinéfila, demasiado cerca para todas las chicas. Ningún cabezón podía colocarse delante, ninguna pareja se besaba en las primeras filas. Que un beso real ocultara el beso de la pantalla nos producía un hondo malestar.

La cinefilia toma formas muy distintas aparentemente reñidas entre sí: la del coleccionista de estampas de estrellas y la del especialista en obras maestras desconocidas y autores difíciles, la de Almudena y la de Romaní. Todas, no obstante, variantes de fetichismo. Habitantes de la penumbra, los cinéfilos, con el tiempo, palidecen, se arrugan, pierden el color y los ojos, topos de filmoteca o de otros oscuros laberintos (¿víctimas, quizás, de las miasmas?). Dejadme que recuerde al amigo trágico que, tinto tras tinto, se alcoholizaba en las barras de los bares de los saloons del barrio, aquel tierno y hosco vaquero sin revólver; tuve un día que acompañarle a su casa, borracho, tenía apenas veinte años y no se tenía en pie; le tomé por el brazo y comencé a silbar el himno del Séptimo de Caballería; mi amigo se irguió e imitó el silbido; Murieron con las botas puestas era su película favorita, en ella se narraba la historia del himno: Gary Owen toca al piano, por primera vez, la tonadilla irlandesa; en los saloons, bajo el cielo estrellado, en los campamentos, se van incorporando nuevos músicos soldados, nuevos instrumentos; el ritmo es cada vez más marcial, más euforizante; a bombo y platillo, la banda del Séptimo desfila, al fin, contenta hacia la batalla con el coronel Custer a su cabeza. Así, silbando el himno del Séptimo de Caballería, marcando el paso, derrumbándose a veces para, enseguida, recuperar el silbido in crescendo, levantarse y continuar desfilando, hasta acercarle, poco a poco, a su casa, a la casa de sus padres, y depositarle en su habitación. En la misma habitación de casa de sus padres continuaba décadas después, ¿un séptimo piso? El cine es una ventana abierta al mundo. Las fronteras se cruzan, dijo. Atravesó la ventana y cayó al vacío. Era una frase de El pistolero, de Henry King, un director que no estimaba demasiado. Descanse en paz.

Sí, la cinefilia, a veces, mata, y la que no mata engorda.

(...)



"EOC/UHF/MH/RNE: Ensalada de siglas. Desde los inicios de Javier Maqua como crítico cinematográfico hasta su primer largometraje (c. 1965-1980)"
por Luis E. Parés y Alejandro Montiel
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.







25.2.16

VII. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Rodaje de Tú estás loco, Briones, Javier Maqua, 1980


Marta Sanz.- Javier Maqua es biólogo, dramaturgo, periodista, novelista, guionista, realizador de televisión, hombre de radio, profesor eventual y director cine. ¿Algo más? ¿Tienen todas estas actividades algo en común?

Javier Maqua.- El azar y la necesidad, buena o mala suerte, no sé, la vida. De todas maneras, especializarse demasiado me parece una autoamputación del conocimiento. Escoger un solo camino de perfección no es lo mío. Todas las tentaciones del conocimiento me seducen. Nunca tuve vocación definida, salvo una curiosidad universal. ¿A eso le llaman diletantismo?

Pero un diletante es alguien que puede permitirse ese lujo de picaflor. Y, si yo pico en muchas flores, es también porque otros insectos defienden el polen, ponen reglas para libar, me siento incómodo y vuelo a otra flor o me expulsan. Y así, de flor en flor, hay muchas flores donde libar. Tengo una formación científica y jamás pensé convertirme en eso que llaman un “artista”.

De pequeño leía poca novela, solo ensayo, y no iba casi al cine, pero, en el colegio, un militar, Félix Martialay, dirigía un cineclub y empecé a interesarme por el cine y a escribir en Film Ideal, una revista católica. Había otra revista “enemiga”, Nuestro Cine, que al parecer era de izquierdas. Estudié ingeniería y, cuando ser ingeniero parecía inevitable, me largué a Biología. En el campus me sorprendió la ebullición política, los mejores alumnos —las mejores notas, los más vivos e inteligentes— estaban a menudo a la cabeza de las reivindicaciones. Me acerqué a ellos y fui, primero, bien acogido, y, luego, rechazado; demostraba demasiada ansiedad por saber, era sospechoso por lo menos de pequeño burgués. Así que iba a las asambleas y manifestaciones y leía a [Karl] Marx (lo primero, la Introducción a la filosofía del Derecho de [George William] Hegel, y naturalmente no entendí nada; pero como, en esto de aprender, soy recalcitrante, seguí leyéndolo y acabé admirándole, él me dio una visión del mundo), a [Paul Marlor] Sweezy, a [Claude] Lévi Strauss, a [Jean] Piaget, a [Michael] Foucault, a [Roland] Barthes, a [Arnold] Althuser, biología, estructuralismo, semiología, psicoanálisis. Y también empecé a leer novela y teatro, a [James] Joyce, a [Marcel] Proust, a [Bertolt] Brecht, a [Samuel] Beckett. Y a ver cine raro, de arte y ensayo, de vanguardia. Cuando estaba acabando la carrera, me admitieron en la Escuela de Cine y allí conocí al ser de mi vida, que entonces era actriz. Pero nos expulsaron ese mismo año a la casi totalidad de los alumnos de dirección, a consecuencia de una huelga. Así que terminé Biología y trabajé en la enseñanza, en el Maravillas. Al acabar el curso surgió la oportunidad de ir de auxiliar de dirección a la primera serie de TVE, hoy olvidada, Los paladines [1972], de [Juan] García Atienza, una de moros y cristianos.

Luego, Gloria [Berrocal] trabajaba en la compañía de Núria Espert en el montaje de
Yerma y, para la gira, sustituyeron a los figurantes teloneros por actores consortes, los maridos de las actrices. Y me apunté. Hicimos la gira por Europa y Estados Unidos con un hijo de ocho meses. ¡Actué en La Fenice, en Berkeley! ¡Nos perdimos por el Bronx, por Hollywood!

Al volver a España comencé a escribir crítica de cine en el colectivo Marta Hernández, en Cambio 16 y otras revistas. Y el azar me llevó a Radio Nacional. No había oído mucha radio, pero aprendí pronto y me divertí de lo lindo. Sobre todo en Radio 3, jamás sentí mayor libertad de expresión, tiempos de UCD. Con el PSOE, se acabó lo que se daba.

Durante unas vacaciones —fui un irresponsable— hice mi primera película [Tú estás loco, Briones, Javier Maqua, 1980], un horror raro. Como consecuencia, pasé a TVE, a un programa, Vivir cada día, que iba a ensayar un género nuevo: el docudrama. Eso fue magnífico. Aprendí todo lo que sé de cine y en particular de dirección de actores (dirigiendo a no actores). Habría seguido toda mi vida haciendo encargos, docudramas, pero tuve problemas con la dirección, primero por uno, Su señoría [Javier Maqua, 1985]4, sobre un diputado socialista, y luego por otro de Avilés [El cadáver del tiempo. Los avilesinos de toda la vida, Javier Maqua, 1988]. Se organizó un cristo en Avilés, los socialistas locales protestaron y Pilar Miró, directora de RTVE, tuvo que ver el programa. Le gustó, no les hizo caso y, como premio, ordenó que hiciera una serie de ficción. Una paradoja: yo estaba muy contento haciendo docudramas. Me dieron unos guiones infectos sobre un libro flojo de Javier Reverte; reformé los guiones (que habían pagado dos veces, por error burocrático, a sus guionistas) e hice en un tiempo record la serie, Muerte a destiempo [Javier Maqua, 1990], cuatro capítulos de hora y media con actores viejos y nuevos, como Carmelo Gómez, Luis Merlo, Clara Sanchis… Me lo pasé bomba y no quedó nada mal, pero también tuve problemas con el productor ejecutivo y la pasaron de cualquier manera, pero Haro Tecglen la comentó estupendamente en su columna. Un periodista de El País me llamó un buen día a un hotel de Valencia y me dijo que a Reverte no le había gustado, y contesté que estaba en su derecho, que la gente leyera su libro y viera la serie y comparara; añadí que, no obstante, me había parecido fatal el horario en que la estaban emitiendo. Y, al parecer, al leer el periódico, Ramón Colom se puso histérico y me echó otra vez a RNE.

No acepté el traslado y, meses después, me enviaban un telegrama para que me personase ante el director de RNE. Lo hice, manifesté mi desacuerdo y exigí un puesto de trabajo, no estaba dispuesto a ir solo a fichar. No me lo dieron, y me mandaron la carta de despido. Un ex director general fue testigo de mi defensa, pero Comisiones se llamó andana; declararon despido improcedente, me pagaron una mierda y a la calle. Me lo dijo, para tranquilizarme, el señor director de RTVE: “Tú, Maqua, eres un artista”. Y se quedó tan ancho.

Pero tenía razón: en la prensa, en la televisión reina ya la obediencia ciega. Así a mí me hicieron artista a la fuerza, un artista del hambre decidido a no dejarse arañar la libertad de expresión. Ya había ganado algún premio de teatro y me habían estrenado La soledad del guardaespaldas en el Olimpia [bajo la dirección de Guillermo Heras, 1985], en Viena, en Buenos Aires, pero el caminito parecía cerrado, mis siguientes textos no lograba estrenarlos.

También había escrito y publicado ya algunas novelas, pero no pertenecía al cuerpo de los escritores (nunca pertenecí a cuerpo alguno, soy un desperteneciente). Sin embargo, de pronto, gané el premio Café Gijón y eso me puso en contacto con los cenáculos literarios y facilitó que Manuel Hidalgo me llamara para escribir en El Mundo, donde hice de todo —hasta editoriales—, disfruté otra vez como un enano y aprendí periodismo. Pero eso forzosamente tenía que acabar, porque ya se veía el camino de obediencia ciega que llevaba el periodismo y el giro que iba a dar El Mundo.

Así que otra vez me quedé sin trabajo, pero, se suponía que ya era novelista, mis novelas se publicaban sin éxito de ventas, pero con buenas críticas. Y probé de nuevo escribiendo y dirigiendo teatro.

De pronto, aparecieron unos muchachos vascos con afán de convertirse en productores y aceptaron hacer, en condiciones ínfimas y pactadas, una adaptación de mi obra [teatral] Coches abandonados. Así que hice Chevrolet [1997] a mis anchas (en condiciones increíbles, pero, a la vez, magníficas) y la película no estaba mal; la actriz, Isabel Ordaz, ganó la espiga o lo que fuera en Moscú y un Goya. Y, zas, otra vez director de cine. Pero tardé cinco años en hacer otra película, Carne de gallina [2002], en condiciones también menores, pero ya de película normal, industrial. La promocionaron y exhibieron con el culo, pero tuvo buenas críticas (en especial, una, brevísima, en Variety) y en Asturias se convirtió en un hito popular.

En fin, yo no pertenecía a ninguna de las cuadras dominantes, era díscolo, y la película, que podía haber sido un éxito de taquilla, también. Así que seguí escribiendo novela —nunca dejé de escribir— y publicando.

Como cada vez pagan menos anticipos, procuro ganar premios. Escribo para saber, para resistir y como me da la gana (pensando en un lector activo). Pensar y narrar. Podrán no publicarlo o no producirme películas, pero nadie me puede prohibir escribir. Mientras pueda escribir, seguiré sintiéndome vivo y disfrutando. ¿Es ésta la trayectoria de un diletante? Me parece que no. Es la vida.



"Entrevista a Javier Maqua"
por Marta Sanz
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.







24.2.16

VI. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Richard Ramiro y Javier Maqua montando Apuntarse a un bombardeo



La vida es un anélido con muchas quetas*
Javier Maqua


(...) El presente libro pretende comprobar, matizar y desarrollar –quizás debatir [las aquí] esbozadas proposiciones. Digamoslo alto y claro. Queremos...  ¡Más Maqua! En los teatros, en las librerías, en los cines, en la televisión, en los mítines y en las asambleas: “¡Más Maqua!” O, por mejor decir, “¡Más Maqua(s)!”

Porque leyendo las siguientes páginas acabaremos por desear preguntarle: “Pero, Javier, ¿cuántos eres?”.


* “Los anélidos (annelida, del latín annellum, 'anillo' y del griego ίδες ides, 'miembro de un grupo') son un gran filo de animales invertebrados protóstomos de aspecto vermiforme y cuerpo segmentado en anillos. Queta: Cada una de las cerdas quitinosas finas y rígidas, con una función táctil y locomotriz, que tienen algunos gusanos anélidos en los lóbulos de los segmentos corporales”, según se lee en Wikipedia.




"Introducción. Masculino, plural"
Alejandro Montiel, Javier Moral y Francisco Canet
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.







23.2.16

V. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Javier Maqua y Joaquim Jordà




(...)

Javier Maqua, además de director de cine y televisión, novelista y dramaturgo, ha sido siempre el guionista (o co-guionista) de sus propias películas, pero también del las de otros: verbigracia, de Monos como Becky (Joaquím Jordà, 1999), de la que fue co-guionista y asesor científico, según acredita el guión depositado en la Filmoteca Española, hecho reconocido públicamente por el fallecido Joaquím Jordà (Universitat Pompeu Fabra, UPF, 2005, aunque no acreditado en los títulos que anteceden o suceden al filme. O Condenado a vivir (Roberto Bodegas, 2001), guión vampirizado, luego, en Mar adentro (2004), que firman Alejandro Amenábar y Mateo Gil, también sin reconocimiento ninguno en los títulos de crédito al autor original. Nos consta, como se verá, que hay bastantes más guiones, olvidados o inéditos, enterrados en los archivos del autor, agazapados en un sótano, mohínos, a la espera de que intrépidos investigadores como Luis E. Parés, que colabora en estas páginas, o Asier Aranzubia Cob, que prepara una antología de textos teóricos de Javier Maqua en los fecundos setenta, así como productores/editores de toda laya, se los ofrezcan a un público futuro.

Item más. Javier Maqua ha obtenido premios en reconocimiento a su trabajo durante alrededor de quince años en la radio de los años sesenta y setenta: se le otorgó el Premio Nacional de Radiodifusión por su magacine Encuentros, recibido de manos de León Herrera, todavía con Franco vivo; fue luego director del programa Para vosotros jóvenes en Radio Nacional España, tras Eduardo Sotillos y Carlos Tena; pasó a Radio 3 “con UCD, la mejor etapa, la más libre y divertida”; hacia 1980 dirigió el programa estrella Testimonios; y allí, en la radio, le pilló el 23-F. Para este medio dirigió Javier Maqua la pieza de radioteatro En la colonia penitenciaria (1984), adaptación del célebre cuento de Franz Kafka, con Rafael Taibo, José María del Río, Gloria Berrocal y, en el montaje musical, Ramón Trecet, que nadie ha escuchado desde hace más de treinta años y cuyo libreto queremos exhumar, en parte, en estas páginas.

Y más madera: este libro pretende, muy especialmente, dar fe de la relevancia de los antedichos diez docudramas de Javier Maqua, un género que el propio autor teorizó en su descatalogado libro El docudrama. Fronteras de la ficción (Cátedra, 1992), volumen que, obviamente, exige —¡ya!— una reedición. Docudramas que, durante la década de los ochenta, dirigió para el programa de RTVE “Vivir cada día”, Segunda Parte (1983-1989), producido por José Luis Rodriguez Puértolas, hoy por hoy de difícil audiovisión (por lo que merecería la pena —empezamos a ponernos pesados— su redifusión digitalizada o, al menos, que se colgasen en la sección Archivos de la página web de RTVE), y que (con gran mérito) Antonio Fernández Oliva, investigador de la Asociación Española de Historiadores del Cine (AEHC), ha logrado reunir de nuevo, en su precario estado actual (fueron filmados en 16mm.), para ponerlos bajo el foco de atención de los estudiosos.

De su paso por RTVE, no puede olvidarse tampoco, como ya se ha dicho, que dirigió los cuatro capítulos de la miniserie Muerte a destiempo (1990), guión propio a partir de la novela Lord Paco (Javier Reverte, 1984, reedición en Plaza y Janés, 2009; miniserie producida también por José Luis Rodríguez Puértolas y airadamente impugnada por el novelista) con participación de actores consagrados como Miguel Rellán, jóvenes emergentes como Carmelo Gómez y Clara Sanchis Mira, y una brevísima y juguetona aparición —como en casi todas las películas de Javier Maqua— de la excelente actriz y realizadora de programas de radio y televisión Gloria Berrocal.

Homo universalis, formado o/y atrapado en las redes del (nacional)catolicismo de la Dictadura del general Franco, ha venido combatiendo desde antiguo esta tradición ideológica, mediante una intervención cultural propia de un francotirador (un “desperteneciente”, diría él) que apuesta, desde temprana edad, por militar en la vanguardia artística y política (como lo prueba su precoz lectura de Sammuel Beckett o el artículo, en torno al hecho cinematográfico, “Elogio del pedazo”, publicado en 1979 en La mirada, revista que fundó y dirigió Domènec Font). Una actividad política (en el sentido más noble del término: de responsabilidad en relación a la polis) de resistencia y compromiso laico y republicano, y que siempre, en su caso, ha ido acompañada de una polémica actividad teórica y crítica, plasmada en ensayos, pero ocasionalmente también orientada a la docencia, en cursos y conferencias impartidos en numerosas instituciones públicas y universidades, como por poner solo dos ejemplo, la Univeristat Pompeu Fabra de Barcelona (2005-2006) o el Institut del Teatre de Barcelona (2009).

La polimatía (del griego πολυμαθία, el aprender mucho −de μανθάνω, aprender y πολύ mucho−) de Javier Maqua es, por lo tanto, la sabiduría que abarca conocimientos sobre campos diversos de la ciencia o las artes, la propia del hombre del Renacimiento, y se opone frontalmente a lo que Ortega y Gasset llamaba “la barbarie del especialismo”, a la que, por cierto, se ha entregado en cuerpo y alma la Universidad actual, por lo que, para tratar de orientarnos en el dédalo de una obra tan (a posta) interdisciplinar y plural, los coordinadores del presente volumen hemos echado mano no solo de analistas especializados en el campo cinematográfico, sino de expertos en distintas materias, comenzando, para abrir boca, por una entrevista realizada por la novelista Marta Sanz, galardonada con el Premio NH por su relato “Regalos”(2007) y el Premio Herralde por Farándula (2015), quien interroga a Javier Maqua sobre sus diversas facetas y su traviesa biografía, tan poco comunes.
 


(...)


"Introducción. Masculino, plural"
Alejandro Montiel, Javier Moral y Francisco Canet
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.







IV. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Javier Maqua y Ramón Trecet en Radio3


Wikipedia define al polímata (en griego: πολυμαθής) como a aquél “que conoce, comprende o sabe de muchos campos”, un individuo que destaca en diversas ramas del saber. El término, que se refiere a personas cuyos conocimientos no están restringidos a un área concreta, sino que dominan diferentes disciplinas, generalmente de las artes y las ciencias, le viene pintiparado, hecho a medida, al científico y escritor Javier Maqua Lara (nacido en Chamberí, Madrid, el 26 de marzo de 1945, aunque de linaje asturiano y con profundas raíces en Avilés), quien, tras desertar de Ingeniería, se licenció como Biólogo y que también cursó breves estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía (EOC). Los galardones acumulados a lo largo de las posteriores décadas —entre otros el Premio Café Gijón al que se hizo acreedor por Invierno sin pretexto (Alfaguara, 1992)—, acreditan que Javier Maqua destacó, y destaca, como novelista desde Aventuras de Percy en Oceanía, novela firmada al alimón con José Luis Téllez (1978), hasta —por ahora, y a la espera de inminentes entregas o reediciones que ya tardan, puesto que casi todas sus novelas están descatalogadas a fecha de hoy— la publicada en mayo 2015 por la editorial Piel de Zapa La sombra.

Fue también, y es, un narrador-orfebre, autor de piezas cortas, desde
Epístola primera (Papeles de San Armadans, 1976) hasta Censura previa de guión: negociaciones. Otro final para Viridiana (2009), sobre el affaire que rodeó el regreso a España de Luis Buñuel en 1961. Y en este apartado debe necesariamente incluirse asimismo algunos títulos de los que se hablará aquí, como Los últimos balleneros de tierra adentro, Premio NH, 1998, o el inédito, Mirar a cámara (2015), y que enlaza con un capítulo de “Vivir cada día” dirigido por Javier Maqua: La nueva vida de Cándida Galán (emitido por RTVE el 26 de marzo de 1983; premio Ondas de ese año).

Pero además de como escritor y periodista, muy activo en los años noventa en el diario
El Mundo (véase Y un par de huevos fritos, Compañía Literaria, 1995), Javier Maqua ha sido, por lo que a este volumen importa, el director cinematográfico de Tú estas loco, Briones (1981), Chevrolet (1997), Carne de Gallina (2002) y Apuntarse a un bombardeo (2003), el realizador de memorables capítulos de “Vivir cada día” entre 1983 y 1988, el director de la miniserie Muerte a destiempo (1990), sin olvidarnos de su inicial colaboración con Juan García Atienza (Los paladines, RTVE, 1972), de la ayudantía de dirección (y/o producción, según rezan los títulos de crédito) en Ditirambo vela por nosotros (Gonzalo Suárez, 1967) o del inacabado Proyecto de Fin de Carrera para la EOC (Berta, 1969).

En realidad, pese a sus heteróclitos capítulos, y aun hablando de otros géneros y actividades, este libro siempre
va de cine, en tanto en cuanto en la obra de Maqua los géneros poseen una inusitada permeabilidad. Postulamos, con independencia de ello, que Javier Maqua ha sido y es, quizás también y/o sobre todo, narrador y dramaturgo, incluso desde antes de ganar un accesit del Premio Lope de Vega (de teatro) con Triste animal (1985), y, desde luego, un autor indispensable hoy mismo en el inmediato futuro de nuestro teatro, en tanto en cuanto es creador de textos de radical vigencia que quisiéramos ver recalar lo más pronto posible en las tablas, siguiendo la estela del reciente estreno en 2014 de su obra Carne de gallina (película remontada ahora como obra teatral, dirigida por el actor, director y dramaturgo asturiano Maxi Rodríguez) y la publicación de La función del orgasmo (ADE Teatro, nº 155, abril-junio, 2015), con prólogo de Marta Sanz, novelista colaboradora de este volumen. Porque todo está por terminar, y así lo confirma Javier Maqua:


Como [Paul] Valéry, pienso que un texto nunca se termina, sólo se abandona. Y da lo mismo que se haya publicado ya; si se reedita será forzosamente distinto, incluso cambiará su título. Pero hay algunos que, aun sin publicarse, siguen para mí vivos, siguen llamándome de cuando en cuando, y sigo retocándolos; es el caso de Off Hamlet, Eulogio, mártir (Los mártires jactanciosos) y Franco (Papá quiere dormir en casa). Nunca los di por concluidos aunque, valga la paradoja, los concluyera varias veces.

Y es que, como de Monsieur Teste, podría predicarse de Javier Maqua:


Estás lleno de secretos que llamas Yo.
Tú eres la voz de tu desconocido.

(...)
"Introducción. Masculino, plural"
Alejandro Montiel, Javier Moral y Fernando Canet
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.







III. "JAVIER MAQUA: MÁS QUE UN CINEASTA" - 1: ANÁLISIS DE SUS OBRAS Y 2: ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS SOBRE CINE Y TELEVISIÓN




Javier Maqua el Festival de Benalmádena, con Florentino Soria y,
de espaldas, José María Prado, Julio Diamante y Andrés Linares



En sus películas, como en sus novelas y obras dramáticas, Javier Maqua parece proceder a la manera de [Erich von] Stroheim (según [André] Bazin), es decir: con una sola norma: mirar de frente y muy de cerca lo real, mirar insistentemente, con detenimiento, sin apartar nunca la mirada, hasta que lo real se desnuda y ofrece su entera fealdad y crueldad. El estilo-Maqua, que transita el melodrama o la comedia negra para rebasar sus linderos, es stroheimniano; pero, además, posee el instintivo toque de humor que Buñuel exhibió, pongamos por caso, en la secuencia de la cena de los mendigos de Viridiana (1961). Es el suyo un humor que propende inexorablemente al sarcasmo, y que fomenta una teratología que sería intolerable si no fuera acompañado de cierta caridad, de cierta compasión del mencionado punto de vista, de una caricia explícita, consoladora, para con sus personajes.

Maqua, experto en ruinas, emplea procedimientos arqueológicos para desvelar lo real: cava y cava hasta dar con el yacimiento, el primer rastro curvo de una calavera o de un fémur alongado, una vasija rota o una fíbula herrumbrosa. Después, con pinceles cada vez más finos, más sutiles, deja entrever los volúmenes, las figuras soterradas; y las exhibe al final en toda su esplendente palidez. Y suele ser ese descubrimiento, como el de las ruinas de Pompeya que se escenifica en Viaggio in talia (Te querré siempre, Roberto Rossellini, 1953), algo así como el de los dos amantes calcificados bajo la lava, vestigios de una ternura fósil: una reverberación atroz, una anagnórisis pasmosa. (Sarcasmo: una forma de hincar el diente en la carne cruda).

Podría, pues, discriminarse, a bote pronto, media docena de estilemas recurrentes en la obra creativa de Javier Maqua en cualquiera de sus variantes: 1. Atraviesa lo atroz (y lo escatológico, en el doble sentido del término) aminorándolo mediante el humorismo y la compasión. 2. No oculta las meadas, las toses, el sexo en carne viva. 3. Rehúye lo fácil, lo bonito, lo kitsch; pero no lo melodramático, lo sentimental, lo popular. 4. Actualiza el arte del pasado (desde Dziga Vertov a Rossellini) para hablar del presente, a menudo pavoroso. 5. Su máxima: contar pensando; pensar contando. 6. Se arriesga a crear “nuevos verosímiles” aun a costa de parecer inelegante o poco poético (en el sentido más banal del término; el que está asociado al decoro burgués) y cosechar con ello una notable incomprensión.

MONTIEL, Alejandro, “Algo, y solo algo, del cine de Javier Maqua”, El Viejo Topo, nº 255, recogido en Javier Maqua: más que un cineasta 1.