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19.9.20

RESEÑA DE "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", DE PASCAL QUIGNARD, SHANGRILA 2020






Reseña del libro
La respuesta a Lord Chandos, de Pascal Quignard
Shangrila 2020, en El Imparcial

Por Francisco Estévez

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3.9.20

RESEÑA DE "LA VIDA NO ES UNA BIOGRAFÍA" Y "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", DE PASCAL QUIGNARD, SHANGRILA 2020






Reseña de los libros
La vida no es una biografía, de Pascal Quignard
La respuesta a Lord Chandos, de Pascal Quignard
Shangrila 2020, en Kaosenlared

Por Iñaki Urdanibia

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NOTAS DE LECTURA / RESEÑA DE "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", PASCAL QUIGNARD, SHANGRILA 2020






Notas de lectura / Reseña del libro
La respuesta a Lord Chandos
Pascal Quignard, Shangrila 2020,
en el blog Je dis ce que j'en sens

Por Joan Flores Constans

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28.6.20

V. "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", Pascal Quignard, Valencia: Shangrila, 2020



4. Hay una llave que nunca se atasca


François de La Rochefoucauld (1613-1680)


[...] La Rochefoucauld escribió hacia el final del Retrato que hizo de sí mismo en 1658: «No obstante, aunque yo domine bastante bien mi lengua, tenga una memoria bastante buena y no piense las cosas de un modo demasiado confuso, me dejo dominar de tal manera por mi aflicción que con frecuencia expreso mal lo que quiero decir». 
En el fondo de la psique, dice, hay algo que, incluso en medio la felicidad, aflige.
El curioso nombre del alma, según La Rochefoucauld, es una palabra tan hermosa como chagrin. (2)
Se trata de una palabra antigua que procede del ducado de Borgoña y que designaba una piel dura que se usaba para pulir, para limar, y que ha acabado siendo una pena que corroe. 
Un poso que se asienta en el fondo de experiencia. 
Un núcleo de lo no-dicho que oprime el corazón. 
Una frustración o una pena que no puede expresarse en la lengua de todos y que envenena. 
Algo que se dice muy mal y cuya expresión no genera alegría.

2. El autor emplea la palabra francesa chagrin, en referencia al escritor francés La Rochefoucauld, y que en castellano puede traducirse como «aflicción», «pena», «sufrimiento», «dolor». (N. de la T.)

*

Hay una llave que nunca se atasca. Se trata de la llave que abriría el origen. La llave de la habitación prohibida. La llave que entreabriría el espacio donde tuvo lugar la escena de la cual nuestro cuerpo es fruto. No sabemos si está manchada de semen o de sangre. Siempre dudamos. Extraño pegamento que pega de forma perpetua. A La Rochefoucauld no le complacía la amistad. Es aburrida cuando se ha conocido el amor, dijo. Todas las cosas deben volver del antiguo mundo como empapadas por la viscosidad sexual. Solo el amor enardece los vínculos entre la mujer y hombre. De repente una confianza loca y un temor implacable hacen que se unan uno al otro; se atraen, se abrazan fuerte, se aman.


*

Algo se amolda a la piel en la emoción violentísima del amor, algo que es sin duda otro cuerpo, que no ve sobre sí mismo nada que no sea él mismo [...]




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26.6.20

IV. "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", Pascal Quignard, Valencia: Shangrila, 2020



3. Bacon a Lord Chandos


Hombre escribiendo (detalle), Gabriel Metsu, h.1664-1666


[...] Francis Lord Verulam, vizconde de Saint Albans, a Philipp Lord Chandos, 23 de abril 1605, dejé que fueran pasando las estaciones. Dejé sin responder la carta que vos me enviasteis hace dos años, que me escribisteis al final del verano. A pesar de que ya no es momento de presentar disculpas, os pido perdón. La edad, las preocupaciones, los deberes, también los placeres, incluso la acumulación de riqueza, además de la pereza… entendedme, paso de ello, todo eso no significa nada, pero todo eso acaba corroyendo las horas. Incluso a veces la vida está como corroída. O se halla continua y deliberadamente herida. Y, además, ¿cómo ocultároslo? Todo fue un pretexto para evitar escribiros, pues no aceptaba vuestra carta. La misma altura desde la que vuestra carta fue meditada, vuestra tristeza, su belleza, mi desacuerdo, todo acababa siendo un obstáculo. Y el retraso iba alargándose, y el tiempo que yo dejaba fluir continuaba fluyendo, todo se convertía en un subterfugio para no tener que dejar constancia de mi desaprobación, para no molestaros, para no mostrarme falto de compasión o de sensibilidad frente a vos, que estabais sumido en el abatimiento; yo no dejaba de huir. Pero basta ya de invocar las molestias, los deberes, el cansancio, los contratiempos, el tiempo. La simple palabra tiempo. Porque siempre se trata del tiempo vacío que pasa y dentro del cual no hay nada más. Igual que en nuestros cuerpos, esa sangre que fluye y late. Y siempre está fluyendo, sin conocer mesura. Y se necesitan cien cables para detener esa increíble pulsión, para desviar ese flujo hacia una tarea, para guiarlo hacia una carta, alzar la tapa del escritorio, abrir el tintero, agarrar la pluma de un pájaro, al que la más mínima onda hace caer. Incluso una lágrima lo hace caer. Pero olvidémonos del tiempo, la vida, el pulso, la muerte, la distracción, el arte, la música, las lágrimas, y vayamos al fondo de esto. Porque en mi opinión ese fondo implica algo aún más grave que no estaba en vuestra desesperación, y que es el silencio. Vuestro silencio. Vuestro silencio frente a la lengua, contra la que os oponíais. Porque ese no es mi silencio. De modo que abandono el tiempo y me consagro directamente a vuestro silencio. No puedo negarlo: estoy de todo punto en desacuerdo con la carta que vos escribierais en el pasado. Guardo memoria de todas las digresiones: son maravillosas; aunque, a decir verdad, son tan maravillosas porque están maravillosamente expresadas. Pero respecto a los principios de base es una ilusión. Vuestra reflexión ha sido erigida sobre la arena. Levanta un dique que solamente es impresionante, secundario, sentimental. Tened cuidado: yo creo que en la belleza misma se oculta algo cobarde, que no quiere agredir, que se retira de la realidad, y eso puede haber bastado para echar a perder vuestro pensamiento. Renunciáis a la poesía. ¡Cuán equivocado estáis! Sois un gran poeta. Vuestra concepción del silencio proviene directamente de Epicuro. Esa «ilusión de silencio» antes de la adquisición del lenguaje, e incluso la idea de ese «reposo del lenguaje» con respecto a un artificio que sin embargo aún no es un animal capaz de fatiga, no son de ninguna manera ni convincentes ni sólidas. Incluso al leeros pensé que vuestro pensamiento tenía algo de imposible. Y aun peor que imposible, algo intrínsecamente ingrato. ¿Quién puede verse libre —en verdad verse libre, completamente privado— de la lengua que ha hecho suya tan penosamente y durante tanto tiempo y voluntariamente durante los siete años que dura la infancia antes de que los años de latencia la concluyan, o más bien la sellen? [...]




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24.6.20

III. "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", Pascal Quignard, Valencia: Shangrila, 2020



2. GEORG HÄNDEL EN HANNOVER SQUARE


Georg Friedrich Händel


[...] Sir John Hawkins dijo de Georg Händel: «El señor Händel nunca ha necesitado compañía».
Aparte de las largas estancias que, cuando se trataba de escribir óperas, pasaba en casa de Lord Chandos y en casa de Lord Shaftesbury, porque entonces necesitaba concentrarse completa, panorámica, dolorosamente en la composición de esas grandes obras musicales, Händel nunca se alejaba de Londres. (Shaftesbury y Chandos le tenían reservado, en todos los castillos que estos poseían, el uso de un pequeño apartamento perfectamente incomunicado para que se encontrara cómodo allí. Cuando se hallaba en alguno de esos apartamentos, nadie tenía derecho a acceder a ellos, excepto las criadas a fin de cambiar la ropa de cama, hacer la limpieza, el lecho o poner leña en la chimenea. Lo que ocurría solo en aquellos momentos en que lo veían paseando por el jardín y dirigiéndose hacia el bosque. O cuando Händel estaba cenando en la sala grande.)
No quería volver a ver Alemania.
En Londres, casi nunca salía de la casa que había adquirido cerca de Hanover Square.
Dos filas de tres ventanas en la fachada.
Dos plantas encima de un sótano que emergía en el pavimento de la calle gracias a una larga contraventana corredera de madera maciza y que albergaba la larga cocina, donde vivían y dormían la cocinera y una criada.
El manitas, que sobre todo trabajaba como jardinero, se alojaba en una de las cabañas del jardín.
Había dos habitaciones por planta. La más grande tenía vistas a la calle. La más pequeña daba al patio, donde destacaban las lilas, las rosas trepadoras, la parra, el nogal, el pozo.
Por último, si uno se concentraba, podía ver la carretilla.
El rastrillo para las hojas muertas.
La regadera colocada bajo la canaleta que bajaba desde el techo.


[...]

En el pequeño salón de Händel —de acuerdo con el inventario que se hizo después de su muerte— había un gran escritorio de nogal, una palangana para agua, un espejo de pie enmarcado en latón y dos impresionantes cabezas de madera donde colocar sus pelucas. Dos grandes cabezas sin ojos ni boca para poner las pelucas a secar al final de las veladas, ambas impregnadas de sudor y de humo. Una manera de evitar que penetrara dentro, en el interior de la casa, el olor de la sociedad y las invitaciones, los juicios, los resentimientos, los suplicios.

En la gran sala de estar que daba a la calle, una profunda chimenea rodeada de mármoles veteados de rojo, gruesas cortinas confeccionadas con terciopelo rojo (que bajaban hasta el suelo y que amortiguaban el ruido de las ruedas de los carruajes o de las herraduras de los caballos), un gran Ruckers, un André más reciente que había sido revisado por Lambert Hatten, un pequeño órgano positivo [...]



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18.6.20

II. "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", Pascal Quignard, Valencia: Shangrila, 2020



1. EMILY, A LA SOMBRA DEL CAMPANARIO DE LA IGLESIA DE SAINTE-GUDULE

Emily Brontë


En 1842, en Bruselas, en la calle Isabelle, cuando enseñaba en el internado Héger, Emily Brontë no alzó nunca los ojos hacia los otros profesores. Solo apareció una vez en la sala reservada a estos; la crisis la ansiedad que se apoderó de ella fue tal que no volvió a poner los pies allí. Se la observaba con atención mientras comía sentada a la mesa del refectorio, giraba la cabeza por la vergüenza, presa de un terrible temor, cuando en Inglaterra, en Yorkshire, ella no tenía miedo de nada; cuando, abandonada a sí misma, recorría los páramos en compañía de su perro y de su azor; cuando se topaba con vagabundos y se cruzaba con locos. Jamás se atrevió a dirigirle la palabra a sus compañeros si se daba de bruces con ellos en los pasillos y cuando se metían con ella en el curso de una discusión; Emily bajaba rápidamente la cabeza. Tampoco miraba nunca a los estudiantes a los cuales enseñaba literatura inglesa y música. Emily hablaba un francés muy bonito y ceremonioso. Ocultaba las manos en la gruesa tela de su falda. Por las noches, temblaba, extranjera entre los extranjeros, encogida entre la cortina del dosel de su cama y los pequeñísimos azulejos de la ventana, que daba al armario y a la cabecera de la cama. Hundía la cara en la almohada de plumas un tanto punzantes y durante largo tiempo lloraba en silencio. Por las mañanas, con las barras de cobre clavándosele en la espalda, escondida tras la cortina, protegida por su pantalla, con el primer rayo de sol, recostada contra su almohada, leía a la sombra que proyectaba el campanario de Sainte-Gudule. Cuando su hermana le preguntó si aquello le parecía bien, si aquella vida le resultaba soportable, a pesar de todo se limitó a responder: «Me alegro de tener una cortina en mi cama».

*****

Al clavecímbalo, Emily Brontë interpretaba a Jean-Philippe Rameau.
A veces adaptaba para su mano, aclarándolas, desliéndolas un poco, las antiguas melodías de Händel, para hacerlas a la vez más fáciles de interpretar, más cómodas de memorizar, más conmovedoramente reconocibles.
Antes de decidirse a interpretar una partitura, cualquiera que fuera, sentada a la mesa del salón de monsieur Héger, la escuchaba en su cabeza. Sus manos, aunque nadie las viera moviéndose, tocaban un teclado imaginario. Después ella escribía las digitaciones sobre todas y cada una de las notas de la partitura.
En el internado Héger, Emily ni siquiera se atrevía a mostrar a sus alumnos, al final de clase, la pieza que les había pedido que se aprendieran para la siguiente lección.
Empezó a esconder las manos en las mangas de su chaleco de lana, o a deslizarlas bajo los extremos o las solapas de su corpiño [...]




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17.6.20

NOVEDAD: I. "LA RESPUESTA A LORD CHANDOS", Pascal Quignard, Valencia: Shangrila, 2020







Imposible liberarse de la invasión de la lengua, esa materia laboriosamente aprehendida desde la infancia. Imposible comulgar con las cosas, porque las cosas no son sino las palabras con las que aprendimos a designarlas, cuando todavía no tenían un nombre. Se comulga con la lengua que nombra las cosas. Y solo con la lengua escrita, objetivada como un silencio nuevo, se alcanza a entrever, como un adiós o un éxtasis, el resplandor de lo que ya hemos visto. 

Un Francis Bacon escrito por Pascal Quignard reivindica en una carta imaginaria la escritura, y no el silencio al que se entregó Lord Chandos al no poder decir cada cosa-en-sí. La escritura como contemplación estremecida y coalescencia. Bendita llave ensangrentada de la escritura, que abre la puerta más allá del abismo y de la muerte, como la llave de un cuento de Charles Perrault. Llave que no se seca jamás.  

Pascal Quignard borda su carta desde la fisura entre el deseo y lo real, herida que se reabre, desgarramiento. El hilo con el que borda y une a dos exiliados del mundo, Emily Brontë y Georg Händel, dos confinados por propia voluntad. Retirados para revivir, para recuperar el asombro primordial con la escritura como tercera mano. No nos han sido dadas dos manos sino tres. Y es la tercera la que palpa la noche, del otro lado de la desesperación y la impotencia. Del otro lado no hay silencio. Hay sustancia sonora y animal, gritos y lágrimas de recién nacido.