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30.10.16

WERNER SCHROETER - MAGDALENA MONTEZUMA




Imagen: Werner Schroeter y Magdalena Montezuma
en Welt am Draht, R. W. Fassbinder, 1973





"A WERNER SCHROETER, QUE NO LE TEMÍA A LA MUERTE", DE PHILIPPE AZOURY, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016







"MAGDALENA MONTEZUMA. MUSA, MÁSCARA Y MUÑECA", DE MARIEL MANRIQUE, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016







El 15 de julio de 1984, ella [Magdalena Montezuma] cumplió su prenda en Berlín. No pudo ver terminada la película que él [Werner Schroeter, El rey de las rosas, 1986] le había dedicado, al inicio de la cual una rosa rojo sangre se abre sin premeditación y con alevosía. 
La enterraron en el cementerio de Südstern, al que él nunca a fue a sentarse junto a ella, si es que algo de ella estaba ahí, o a llevarle flores. De todas formas, él ya había inventado, para ella, un jardín demencial, en Sintra. 
El 12 de abril de 2010, él se murió en Kassel, del mismo mal que tanto miedo le causaba. Como ella, era un resplandor de huesos. Había seguido haciendo películas y obras de teatro y montando óperas. Pero sabía muy bien lo que había encontrado aquella noche de 1968, en Heidelberg, y lo que había perdido hacía veintiséis años, en Berlín. “Fue tan exquisita que nunca pude reemplazarla. Fue única, fue el primer amor”.
En la tumba de ella colocaron una lápida, con su nombre verdadero, que era el falso. Algunas lápidas nunca se equivocan. 
Es medianoche. La lluvia golpea las ventanas. 
Realmente era medianoche. Y la lluvia caía por primera vez. 
Mariel Manrique









29.10.16

"MAGDALENA MONTEZUMA. MUSA, MÁSCARA Y MUÑECA", DE MARIEL MANRIQUE, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016




El rey de las rosas, Werner Schroeter, 1986


Mientras filmaban El rey de las rosas, él [Werner Schroeter] le buscó una tumba en Sintra. Pero ella [Magdalena Montezuma] sobrevivió al rodaje y se fue a Berlín, a cumplir su prenda. La prenda era morirse. Se ignora si ella estaba preparada.

Él la acompañó todo lo que pudo, y luego sintió que no había sido bastante. Le tenía terror a la enfermedad que no se suele nombrar, que ya le había arrebatado a muchos. Digamos que la acompañó a distancia. Es extraño, porque los dos se habían especializado en seguir el rastro de lo que no puede nombrarse. Pero todo lo que podemos nunca será bastante y además siempre estamos solos, aunque nos acompañen. Si no fuera así, sencillamente no existiría el cine. A lo sumo nos hacemos compañía durante el trayecto, pero al final la soledad debe de ser cegadora. Una especie de relámpago, como el que a ella le cruzaba los ojos. 
Mariel Manrique









28.10.16

"MAGDALENA MONTEZUMA. MUSA, MÁSCARA Y MUÑECA", DE MARIEL MANRIQUE, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016




 El rey de las rosas, Werner Schroeter, 1986



La manera de morir nos define más que nuestra propia vida. La forma en la que preparamos nuestra muerte, la forma que le damos. Porque la muerte tiene una forma. Para Dante, le explica un Böhm ya muerto a Bebuquin, la muerte era todavía un pretexto para el placer y el color, antes de que la razón diera lugar a la muerte sin forma, en la que no queda nada que podamos ver. Schroeter y Magdalena, que vivían de la mano de la muerte, eligieron descentrarse. Hacer imágenes que son notas al margen, donde la forma de la nota al margen se fusiona con la forma del cuerpo (óptico y sonoro, antiguo y sumergido) que se anota, y lo que vemos es entonces la forma de un cuerpo anotado. Rescatado, trasfundido.

Los cuerpos que Schroeter y Magdalena elegían para hacer sus notas (es decir, sus imágenes) eran sencillamente los cuerpos que amaban: cuerpos del cine mudo, de la música, de la poesía, cortados y mezclados sin orden y sin rangos, como quien hace una sopa proteica de amor. Los ingredientes de la sopa son reales pero en el corte y en la mezcla, y adentro de la sopa, se ablandan y se difuminan sus contornos, se aflojan y se sueltan sus propiedades, se vuelven abstractos. Magdalena se convertía en soporte, es decir, en gesto de esos cuerpos. Asumía y soportaba. Se hacía maniquí viviente.

Conocía las leyes de las marionetas de Heinrich von Kleist. Calva y desnuda bajo una túnica de chiffon, había sido la marioneta-ninfa Kunigunde von Thurneck en la puesta teatral de Schroeter de Catalina de Heilbronn, en Bochum, en 1978. Pero ella no tenía hilos ni ventrílocuo. En el cine fue un maniquí de Oskar Schlemmer, una figura entre lo mecánico y lo orgánico, la representación y la abstracción, lo singular y lo universal, la recta y la curva, el clasicismo y la vanguardia, el orden y el caos. Siempre entre, nunca resuelta y anudada a un polo.

Mariel Manrique










"A WERNER SCHROETER, QUE NO LE TEMÍA A LA MUERTE", DE PHILIPPE AZOURY, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016





Regalar flores de plástico a una panadera a ritmo de J.Strauss. Pasear en barca. Morir sobre un Seat a ritmo de Sibelius. Schroeter a los 25





A Werner Schroeter, que no le temía a la muerte




27.10.16

"A WERNER SCHROETER, QUE NO LE TEMÍA A LA MUERTE", DE PHILIPPE AZOURY, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016




El reino de Nápoles, Werner Schroeter, 1978


En 1978, la narración es la verdadera provocación. No para cuestionar lo que se estableció durante diez años sino, por el contrario, para pensar un nuevo cuerpo social, histórico, deseante, y confrontar con una historia lo que Fassbinder llama el “gran proyecto cinematográfico del mundo de Schroeter”. Para mezclar todas las posibilidades de la representación: Reino de Nápoles es para algunos la gran película de Schroeter, la que las cruza todas, aquella en la que los planos son impulsados por una extraordinaria voluntad de comunicación.

Philippe Garrel, enero de 1983: “Reino de Nápoles es una obra maestra. Antes de cada película, uno se dice que no debe olvidar, sobre todo, lo esencial: como se hace cine para vivir, no nos olvidemos del público popular, para que comprenda lo que uno quiere decir. Cuando somos jóvenes, fracasamos. Y luego, un día, conseguimos hacerlo”.

¿Por qué Reino de Nápoles, a la manera de El hijo secreto para Garrel, constituiría el punto culminante de una filmografía? Por su claridad. Unifica esa filmografía, en lugar de jugar el rol de una ruptura epistemológica. ¿Cómo puede esta película amplia, épica (Nápoles, de 1942 a 1973), constituir la prolongación de los primeros planos de La muerte de María Malibrán? Porque lo que tiene para decir es la consumación de diez años de reflexión sobre la libertad humana y el desencanto de la voz.

Philippe Azoury




A Werner Schroeter, que no le temía a la muerte




24.10.16

"MAGDALENA MONTEZUMA. MUSA, MÁSCARA Y MUÑECA", DE MARIEL MANRIQUE, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016




La muerte de María Malibrán, Werner Schroeter, 1972



Schroeter [...] es el único director con el que conversó Foucault [...] Impresionado por su forma de tratar los cuerpos en La muerte de María Malibrán, Foucault ya se había referido a Schroeter en una entrevista con Gérard Dupont para la revista Cinématographe, titulada “Sade, sargento del sexo”. Allí define a Sade como el anatomista riguroso de un cuerpo fuertemente orgánico, anclado en una jerarquía dispuesta a partir del sexo, en la que el órgano es objeto de encarnizamiento: te arrancaré el ojo con el que miraste, te cortaré la lengua que mordí. Nada más alérgico al cine que el régimen disciplinario de Sade, afirma Foucault, con sus ceremonias meticulosamente programadas que no admiten la menor adición o supresión y excluyen todo juego suplementario de la cámara. Nada más alejado de Sade que los cuerpos de La muerte de María Malibrán, cuerpos anarquizados en los que toda jerarquización, localización y denominación están en vías de deshacerse y de los que se exaltan, como brotes, sus fragmentos: labios y pómulos, párpados y dientes. Schroeter “hace cantar los cuerpos y sus prodigios”.

Schroeter, como Duras, desmantela la organicidad. La premisa es la extracción de los cuerpos de su contexto original y su función significante, del “trabajo” que les fue asignado según la narración clásica (léase: su historia dentro de la Historia). Y luego, su fragmentación, que no es recorte ni separación sino liberación del soporte y emancipación de la totalidad, que permite al fragmento (el gesto, el ojo, los labios) ser solo una superficie, encantada. Una lengua ya no es una lengua que sale de una boca, el órgano de la boca profanado y destinado al placer del otro. Es una intensidad. Algo que no puede expresarse, algo que se abre, se tiende, palpita, late y es, en definitiva, inutilizable, porque está fuera de todos los programas del deseo. Los cuerpos desorganizados de Schroeter se convierten en paisajes. En antisadismo.
Mariel Manrique




Magdalena Montezuma. Musa, máscara y muñeca




"A WERNER SCHROETER, QUE NO LE TEMÍA A LA MUERTE", DE PHILIPPE AZOURY, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016




Werner Schroeter y La muerte de María Malibrán, 1972


[Las] películas [de Schroeter] son afónicas. Ni mudas ni sonoras: afónicas. La angustia ha quebrado el cuerpo, lo ha dejado sin aliento –quizá todo se dijo por última vez en el último sollozo de Anna Magnani en La voz humana, el filme de Rossellini adaptado de Cocteau. El dolor acaba de escindir en dos la unidad que constituían hasta entonces la máscara y la palabra, y Schroeter se aprovecha de esta fisura para reemplazar la voz original por otra: un milagro, una vibración física devenida encantamiento, o mejor todavía, un excantamiento más allá de los límites de la inflexión humana, un canto de ópera.

Philippe Azoury




A Werner Schroeter, que no le temía a la muerte




21.10.16

"MAGDALENA MONTEZUMA. MUSA, MÁSCARA Y MUÑECA", DE MARIEL MANRIQUE, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016




Magdalena Montezuma en Eika Katappa, Werner Schroeter, 1969



"En Eika Katappa, [Magdalena Montezuma] se metamorfosea en la Tosca de Puccini y el Rigoletto de Verdi, el bufón jorobado del Duque de Mantua; también es Krimilda, la amante esposa de Sigfrido en la saga nórdica de los Nibelungos, con túnica de pliegues hasta el piso, mangas como mariposas alla Loie Füller, cadena con medallón al cuello y falsas trenzas imposibles de majestuosa princesa de juguete, en un anfiteatro al aire libre en el que avanza la maleza, antiguamente utilizado por los nazis como campo de concentración. La película no cuenta una historia; el espacio no se transforma en un lugar preciso; la acción, en sentido estricto, no tiene lugar. El espacio se organiza nuevamente (como en Argila, como en Neurasia, como en todas las películas posteriores de Schroeter) como un tableau, sobre un escenario teatral que podría estar en cualquier parte. La máscara de Magdalena pertenece, también, a todos los lugares de este mundo y a ninguno de ellos, a la vez".
Mariel Manrique




Magdalena Montezuma. Musa, máscara y muñeca




"A WERNER SCHROETER, QUE NO LE TEMÍA A LA MUERTE", DE PHILIPPE AZOURY, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016





Bulle Ogier, Magdalena Montezuma, Isabelle Huppert, Ingrid Caven.
Fragmentos del Parnaso de Schroeter.



A Werner Schroeter, que no le temía a la muerte




19.10.16

"MAGDALENA MONTEZUMA. MUSA, MÁSCARA Y MUÑECA", DE MARIEL MANRIQUE, TRAYECTOS [MINOR] LIBROS, SHANGRILA, 2016




El rostro emblemático de Magdalena hace aflorar múltiples y contradictorias capas temporales, de las que emergen los objetos irreales que perseguía con Schroeter: piezas del bel canto y melodías populares, el rumor de fragmentos de poemas antiguos y leyendas olvidadas, ráfagas de burlesco y cine mudo, el nervio de excéntricas historias de amor [...]

Mariel Manrique

El rey de las rosas, Werner Schroeter, 1986