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29.3.21

II. "CARLOS SAURA O EL ARTE DE HEREDAR", Nancy Berthier / Marianne Bloch-Robin (coords.), Valencia: Shangrila 2021



Prefacio
CARLOS SAURA: EL ARTE TOTAL

Manuel Palacio



Con motivo de la Expo de Lisboa de 1998, se realiza la primera intervención del Estado democrático en el ámbito del cine para públicos extranjeros. La exposición lleva por título el “azoricanesco” Clásicos y modernos del cine español. Las tres docenas de films que se llevan a Portugal resultan reveladoras del canon oficial de aquellos años. La selección de ese canon parece haber sido realizada por un Consejo asesor formado por personalidades de la industria tales como Luis García Berlanga, José Luis Garci, Gil Parrando, José Luis Alcaine, Horacio Valcárcel, Elías Querejeta, José Luis López Vázquez, Alfredo Landa o Emma Suárez (la única mujer). La academia está presente exclusivamente por Román Gubern. El film elegido de Saura es Peppermint Frappé (1967).

Lo sorprendente es que en la selección de films no se indica qué cineasta o film es clásico y cuál es moderno. No quiero aquí impugnar la clasificación del bueno de Azorín. Sin embargo, hago notar que no sirve para delimitar el trabajo del creador contemporáneo; al menos cuando este modula su estética con ejemplos de arte total. Huelga decir, como se reivindica en las páginas de este volumen, que Carlos Saura es un artista total. En la cinematografía española hay algunos más, pero muy, muy, pocos. Y por ello, y sin caer en excesivo pleonasmo, Carlos Saura es uno de los mayores clásicos y a la vez uno de los mayores cineastas del campo de lo moderno. No es paradójico; ya se sabe aquello que se dice que todo estilo propio lleva el germen de convertirse en clásico. Para comprobarlo basta con leer este volumen, y unas intervenciones en las que se combinan análisis sobre la radical genialidad del arte de heredar de Carlos Saura con otras sobre la fecundidad de un estilo propio nacido de su experiencia vital y generacional.

En este punto debía dejar de escribir y remitir ya al amable lector o lectora al texto introductorio y a las aportaciones propiamente dichas. Sin embargo, quisiera decir una idea. Sí Carlos Saura es imprescindible para entender la España de los últimos cincuenta años es por algo que trasciende de lo cuantitativo de su poderosa obra o del rigor de las representaciones sociales que ha elaborado a lo largo de su filmografía. Emana de otro lugar: nace de la importancia que da al hecho de mirar. Para el artista aragonés mirar es otra manera de contar y es por ello por lo que me atrevo a catalogarlo de clásico y moderno a la vez. Puedo afirmar que para Saura mirar se convierte en una decisión moral; nos fuerza a los espectadores y le obliga a sí mismo, como dice esa cita apócrifa que se atribuye a Mizoguchi, a lavarnos los ojos después de cada mirada.

Por supuesto, esa opción creativa y estética tiene que ver con la luz. Tan es así que la que se presenta como ‘la primera biografía autorizada’ lleva por título Carlos Saura. En busca de la luz. (1) Pero es algo que trasciende a una visión limitada de la luz y su par, la sombra. Su exposición Luz para el Centro Niemeyer de Avilés (2011) era un recorrido físico y visual desde la oscuridad de la sombra hasta la luz por excelencia como es la del sol. Asimismo, recuérdese otros ejemplos de miradas como el minimalismo de imagen de muchas de sus películas musicales o del uso que hace del objetivo macro en La caza (1965).

1. Natalio Grueso, Carlos Saura. En busca de la luz, Córdoba: Editorial Berenice, 2019.

En Dulces horas (1982), un film que ha ido ganando prestancia desde su estreno, el protagonista masculino (Iñaki Aierra) acompaña a Berta (Assumpta Serna) a un campo yermo, ocre como se ven las tierras de España desde el aire de los aviones: “Donde me llevas”, dice el personaje femenino. “Esta parcela es mía. Está mejor así: sin nada. Ahora no mires, cierra los ojos. Es una sorpresa”. Y luego, tras enseñarle un paisaje que por la luz y el color es indudablemente español, (es Jadraque en el que destaca la visión del conocido como Castillo de El Cid), acota el actor: “Hay imágenes que por mucho esfuerzo que se ponga en olvidarlas, siempre permanecen. Esta es una de ellas. ¿Las quieres compartir conmigo?”.

Esa es la propuesta del artista total llamado Carlos Saura.





Leer




29.6.12

BI(T)BLIOGRAFÍA: "EL CINE Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA (1975-1982)", Manuel Palacio, Madrid: Biblioteca Nueva, 2011.

COORDINADOR: AGUSTÍN RUBIO ALCOVER



PALACIO, Manuel:
 El cine y la Transición Política en España (1975-1982)

Madrid: Biblioteca Nueva, 2011


POR AGUSTÍN RUBIO ALCOVER




¿SON GALGOS O PODENCOS?

La última reseña publicada en esta sección versaba sobre un importante trabajo historiográfico acerca de El crimen de Cuenca y los acontecimientos que rodearon su producción y su estreno, largamente aplazado, así como los quebraderos de cabeza que supuso para sus artífices y para los políticos que se encontraron con la patata caliente entre las manos. Para Emeterio Díez Puertas, el autor del estudio, venía a ser algo más que un epifenómeno de la Transición, porque, en efecto, en más de un aspecto enconó, desencadenó o precipitó conflictos más generales.



El volumen del que hoy nos ocupamos vuelve a la carga sobre el tránsito a la democracia en España y el cine del periodo, en tanto en cuanto que imagen real o especular, reflejo fidedigno o deformante, favorecedor o esperpéntico... Más allá de lo que de síntoma tiene este revival de la segunda y antirrevolucionaria Gloriosa (auténtico fetiche al que los unos ponen flores y otros hacen vudú, pero, en fin, revenant que a base de estos dimes y diretes goza de una salud envidiable); el dilema de fondo, ineludible pero irresoluble, es triple: si la Transición fue tal o un espejismo; si el cine oficia como testigo o modela la realidad y la Historia; y si es más interesante en sí, como texto, o por cuanto involucra y lo envuelve.

Es en esta clave que cobra especial interés este libro, editado por Manuel Palacio, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y conocido introductor e impulsor de los estudios culturales en nuestro ámbito, lo que no es óbice para que el primero de los artículos corra a cargo de Santos Zunzunegui, catedrático también, en su caso de la Universidad del País Vasco, y notorio defensor del análisis semiótico textual, quien titula su aportación sobre Pere Portabella con la divertida, por provocadora, pregunta de Aimez vous le cinéma?

Afortunadamente, El cine y la Transición política en España (1975-1982) es el testimonio de una voluntad de tender puentes. Se estructura en cuatro partes, llamadas "Escrituras" (sobre cuatro autores y películas suyas del periodo: el citado Portabella, Almodóvar, Chávarri y Zulueta), "Representaciones" (el bloque propiamente alineado con los estudios culturales, en el que quiero destacar el original texto de Juan Carlos Ibáñez y Paula Iglesias sobre la comedia sentimental), "Memorias" (que incluye reflexiones acerca de las relecturas, oficiales, parabólicas, perversas y demás, que de todo hay, de la Transición que se vale del cine) y "Recuperaciones": Palacio ha querido redondear la edición, modesta (el tamaño de la letra y el interlineado, demasiado pequeños) aunque muy correcta, con los criterios de citación unificados y sin erratas (cosa excepcional, en los libros cuyos materiales proceden de congresos), con un gesto sentimental y práctico, y ha reproducido lo más parecido a un incunable, por imprescindible y hasta hace nada inencontrable, de Vicente Ponce y Julio Pérez Perucha: “Algunas instrucciones para evitar naufragios metodológicos y rastrear la transición democrática en el cine español”, escrito desde la trinchera, con reflexiones radicales que a menudo chirrían y se antojan injustas, pero que, al fin y al cabo, posee todo el sabor de una incorrección política hoy sencillamente irrepetible (¡ese despachar el cine del búnker con la expresión de “fílmica para Cottolengo”!).



Iván Zulueta