Botonera

--------------------------------------------------------------
Mostrando entradas con la etiqueta Javier Oliva. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Javier Oliva. Mostrar todas las entradas

23.11.24

VI. "DESPEDIRSE. FORMAS DE DECIR ADIÓS", Revista Shangrila 46-47, Jesús Rodrigo y Mariel Manrique (coords.), Valencia: Shangrila, 2024



FORMAS DE DECIR ADIÓS EN EL CINE
Javier Oliva



A los continuos adioses que impone el paso del tiempo, los humanos oponemos la persistencia de la memoria; según un conocido cuadro de Dalí, esta facultad sería capaz de reblandecer los relojes como quesos fuera del frigorífico. La memoria, cuyo ámbito es el pasado, y la imaginación, que abarca lo posible, producen imágenes mentales –phantasmata, las llamó Aristóteles, quien sugería que la palabra que designa en griego a la imaginación (phantasía) se deriva de la palabra luz (pháos), ya que ver sin luz es imposible–.

Mas si se trata de dominar el tiempo, de fundirlo para moldearlo como los herreros o los orfebres, esa luz interior tiene un problema, que ya advirtió Hume: las imágenes que alumbra son mucho más desvaídas que las que percibimos bajo la luz sideral, o la terrestre. La única excepción, en lo que entendemos como normalidad psíquica, son los misteriosos simulacros que se producen en los sueños, cuya fuerza de convicción parece imposible de recuperar en la vigilia.

Quizá las artes plásticas surgen para obviar esa debilidad; para dar consistencia material a los fantasmas de la mente. Las más antiguas imágenes que conocemos son de animales huyendo. Mucho después, el cine –y la fotografía, que es su materia prima– sustituyen la mano del artífice por un registro objetivo: como si la autoría de la imagen pudiera atribuirse en última instancia a la luz, cristalizada en el ojo mecánico de la cámara. André Bazin, buscando la base antropológica de la atracción que sentimos por el cine, lo puso en relación con las imago latinas: término que, al parecer, designaba en origen a las máscaras de cera que creaban una réplica sin distancia de los rostros, para acompañar a los difuntos en su viaje al más allá.

Los fantasmas de la memoria adquieren una nueva dimensión en la era de las máquinas. Podríamos aducir, siguiendo el argumento sobre la escritura de Platón al final de Fedro, que acaso se debilitan aún más: las almas, “fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellas mismas y por sí mismas”; una prueba de esto es que cada vez nos resulta más difícil discernir si nuestros recuerdos proceden de la percepción en primer grado, o de su reproducción fotográfica. Pero nuestra sobredosis de memoria fotográfica no tiene un signo exclusivamente negativo: la fotografía y el cine también contribuyen, de otra forma que la literatura y las artes plásticas tradicionales, a dilatar nuestra experiencia, a sacarnos de nuestro ensimismamiento; crean un puente entre las imágenes mentales y las impresiones sensibles, y comunican ambas esferas entre sí, en un camino fascinante de ida y vuelta.

Si Bazin veía en el cine una búsqueda de inmortalidad, Jean Cocteau escribió que el acto de filmar es mirar a la muerte trabajando: un pensamiento paradójico que reúne la vida y la muerte en el flujo de la clepsidra. Orfeo no puede recuperar a Eurídice más que a costa de volver a perderla, para hacerla renacer de otro modo en su música. El poeta es, para Cocteau, un mentiroso que dice la verdad; puede penetrar en la profundidad de los espejos, una profundidad semejante a la del tiempo pasado, pero la verdad que traiga consigo se convertirá en mentira al traspasar el umbral del sentido común.

Según Barthes, el noema de la fotografía es: “esto ha sido”. Marguerite Duras recordaba que Sacha Guitry decía: “he actuado” en el cine, y “actúo” en el teatro. “Es terrorífico este pasado irremediable del cine”, añadía Duras. Invención de Morel: tiempo pasado encapsulado que adopta la apariencia del presente perpetuo; máquina del eterno retorno.

En lo que sigue evocaremos algunas de las formas en que el adiós ha adquirido forma concreta en el cine, entre Bazin y Cocteau. Un medio tan ligado, por su raíz fotográfica, a la representación del instante, a través de gestos o sonidos fugaces, tonalidades de luz, reflejos efímeros, y que, en sus formas narrativas predominantes, encadena motivos recurrentes para sintetizar las transformaciones silenciosas que, según la fórmula de François Jullien, el paso del tiempo produce en nuestras vidas, está unido inevitablemente a la expresión del adiós. Si uno lo piensa, todas las películas giran de un modo u otro en torno a este motivo: basta mirarlas con esta perspectiva, para comprobar que todas muestran distintas formas de adiós. Una suma de despedidas que tienen su cifra en el inevitable Fin, The End, Ende, Slut, Loppu, Konets, Telos, Kan... Por tanto, a partir de aquí podría aparecer cualquier película, todas las películas, narrativas o abstractas, largas o cortas, documentales o de ficción, en una enumeración inacabable. (El hecho de que lo hagan unas y no otras responde a motivos incidentales, azarosos. Veo que no he incluido ninguna despedida de una casa, ahora que, mientras repaso estas líneas, estoy terminando una mudanza).

[...]




En Morocco (Marruecos, Josef von Sternberg, 1930), el legionario Brown (Gary Cooper) va a salir del apartamento de Amy Jolly (Marlene Dietrich). Abre la puerta y, sin darse la vuelta para mirarla, levanta los dedos índice y corazón de su mano derecha, y traza con ellos, unidos, dos mínimas ondulaciones. La manera que tiene de hacer el gesto, su despreocupación y elegancia, define a la persona.

Al final, él repetirá el ademán, pero esta vez dándose la vuelta para mirarla, sonriendo abiertamente, cuando está a punto de partir con su compañía a través del desierto. Ella, que ha ido a despedirlo acompañada de su rico protector (Adolphe Menjou), recoge el gesto como si fuese un objeto que él le arroja. Y lo repite más despacio, con más cuidado, haciendo que el movimiento de los dedos parta de su sien; como un saludo militar al que respondiera según un código estricto. Su sonrisa irónica parece dirigida a sí misma. “También hay una legión extranjera para las mujeres”, había dicho ella, pronunciando despacio las palabras, en aquella cita en su apartamento.

[...]




Seguir leyendo el texto en




19.4.24

VIII. "EN TRÁNSITO. FORMAS DE ESTAR EN EL MUNDO", Revista Shangrila nº 45, Valencia: Shangrila, 2024.



EN UN PAÍS QUE ES TU IMAGEN
[fragmento inicial]

Javier Oliva





Manifesté mi sorpresa al ver la atención que él concedía a aquel género de espectáculo derivado de un arte bello inventado para la masa ignara. No sólo
parecía considerar a ese género en condiciones de obtener un superior desarrollo; daba la impresión de estarse ocupando ya en tal propósito. 

Heinrich von Kleist



Las seis películas que filmó Josef von Sternberg con Marlene Dietrich para la Paramount transcurren esencialmente en lugares exóticos, pero no para conducirnos a la ensoñación o la utopía. Estamos lejos de Shangri-La. Son películas muy estilizadas, llenas de contrastes, en las que el viaje en el espacio refleja un recorrido interior. Oriente, en sentido amplio, es el lugar en el que dejan de regir las normas morales cotidianas y los deseos pueden cruzar el umbral del inconsciente, e incluso llegar a cumplirse en una especie de realidad en segundo grado, a la que se accede por la puerta trasera del estereotipo. Allí, lejos del mundo burgués construido en torno al principio de precaución, de sus falsas seguridades y sus regulaciones estrictas, todo puede suceder, y los seres humanos deben estar constantemente alertas para enfrentarse a elecciones decisivas. Esa disponibilidad, esa apertura, lo transfiguran todo.

La mejor descripción de ese lugar la hizo un personaje, Poppy, interpretado por Gene Tierney en una película que Sternberg realizó después de haber viajado personalmente a Asia, The Shanghai Gesture (El embrujo de Shanghai, 1941):

El resto de lugares son como jardines de infancia si se los compara con este. Huele a algo increíblemente maligno. No pensaba que pudiera existir un lugar como este, salvo en mi propia imaginación. Tiene un aire de familiaridad espantoso, como un sueño que se recuerda a medias. Aquí podría suceder “cualquier cosa”... en cualquier momento...

Las películas con Marlene Dietrich están rodadas esencialmente en estudio y no tratan de reflejar ninguna realidad existente, sino de crear un universo autónomo, cuya vibración pueda iluminar de algún modo el tránsito personal de cada espectador. En palabras del cineasta: “El mayor valor de la cámara –su valor único y soberbio– reside en el movimiento, y no solo en el movimiento visible, sino en el que imprime en el pulso del espectador”.

En Morocco (Marruecos, 1930), una mujer a la que encontramos en un barco en medio de la niebla, sabiendo únicamente que no necesitará la ayuda de ningún hombre, acaba internándose en el desierto para seguir a uno.

En Dishonored (Fatalidad, 1931), una mujer plebeya se desplaza desde Viena hasta los confines de un imperio en descomposición, enfrentándose a la muerte con el desapego de una aristócrata. Ser espía implica cambiar de identidad, como una actriz; alternar entre el teatro de variedades y la tragedia.

En Shanghai Express (El expreso de Shanghai, 1932), la película más clásica de la serie, el viaje aparece en primer plano. Un hombre y una mujer que fueron pareja vuelven a encontrarse en un tren que atraviesa un país en guerra civil. Ella se sacrifica para salvarlo a él, arriesgándose a ser condenada por sus prejuicios.

En The Blonde Venus (La Venus rubia, 1932), los viajes tienen lugar entre Europa y Estados Unidos, y la propia Norteamérica se convierte en un lugar exótico a medida que la protagonista desciende hacia el sur, mientras todo se va degradando. El motivo de la ruptura de la pareja, debido una vez más a la ceguera del hombre, se hace aquí más serio por la presencia de un niño.

En The Scarlet Empress (Capricho imperial, 1934), es la misma protagonista la que aparece en primer lugar como una niña, y luego como adolescente. Su respiración que agita la llama de una vela a través del velo nupcial es como el proverbial aleteo de una mariposa que crea, tiempo después, una tormenta en el centro del vasto imperio ruso.

En The Devil Is a Woman (El diablo es una mujer, 1935), el trayecto se hace circular. Síntesis final, y negativo irónico de Morocco: una mujer que no desea entregarse a ningún hombre huye con un hombre para hacer que despierte de sus sueños, para salvar su vida.

Más allá de su calidad individual, lo que destaca ante todo en estas películas es su carácter de serie, la recurrencia de figuras y motivos. Componen un retablo manierista en blanco y negro, una suerte de tema y variaciones en torno a la “mujer caída” –pero no “mujer fatal”, ni siquiera en la última película (cuyo título definitivo fue impuesto por la Paramount frente al preferido por el autor, Capricho español). Marlene Dietrich parecía predestinada a este rol: Marlene es una contracción que ella utilizaba desde niña de su nombre de pila, Marie Magdalene. En una dimensión más abstracta, el motivo sobre el que estas películas tejen sus variaciones son las esferas del deseo y la voluntad de poder (cuyo centro está en todas partes, y su circunferencia en ninguna, retomando la expresión de Pascal).

Son películas muy conocidas, incluso míticas (lo que no siempre ayuda a verlas bien). Sus huellas y resonancias se extienden desde la obra de Howard Hawks a la de Jack Smith o Werner Schroeter. No obstante, su recurso a lo convencional y su desprecio de lo verosímil las alejan del gusto contemporáneo. Corren el riesgo de convertirse en placeres exóticos para cinéfilos cultivados, o en meras fuentes de imágenes icónicas descontextualizadas para los nuevos flâneurs virtuales.

Son, por otra parte, películas sobre las que se ha escrito mucho. Este texto, como cualquier cosa que uno quiera añadir a una amplia bibliografía, tiene también algo de variaciones sobre temas ajenos. Como guía para el viaje, nadie mejor que el propio Josef von Sternberg, un hombre consciente de los límites de toda experiencia: “Para citar una vez más a Goethe: ‘La mayor felicidad que el ser humano puede conocer es la de explorar lo que es explorable, y venerar lo que es inexplorable’”.


Nuestra pretensión ha sido fotografiar un pensamiento

En los primeros años ‘30, Hollywood está aún engrasando la maquinaria del cine sonoro. Aún faltan unos años para la consolidación del periodo “clásico”, en el que se ajustarán los engranajes del modelo que, con algunas variaciones, se ha mantenido hasta el presente. Más allá de esas circunstancias, las películas de Sternberg presentan dificultades. Algunas de ellas nos seducen al instante, mientras que otras se nos resisten en mayor o menor medida: su contenido es banal, sus personajes y situaciones estereotipados; ¿estarán menos logradas? El cineasta pensaba que los críticos y espectadores “siempre te aprecian por razones equivocadas”.

Son películas que se califican a menudo de barrocas, como si quisiera sugerirse un desajuste entre forma y contenido, un alejamiento de los cánones del clasicismo. ¿Significa esto que son películas en las que, como si fueran sucesiones de cuadros en movimiento, el motivo es solo un pretexto para la elaboración puramente formal: los juegos de la luz y la sombra, la claridad de las composiciones y la elegancia de los movimientos de cámara, los fulgurantes efectos de sonido, la belleza abstracta de las áreas fuera de foco, de los decorados y los vestuarios, o las superposiciones de imágenes en los lentos fundidos encadenados? ¿Se refería a esto Sternberg cuando hablaba de abstracción?

[...]



        Seguir leyendo el texto:




22.5.23

XI. "UNA VUELTA MÁS", REVISTA SHANGRILA Nº 42-43, Valencia: Shangrila, 2023.




SOBRE UN ARTE OLVIDADO
[Fragmento inicial]

Javier Oliva


Vorágine (Whirlpool, Otto Preminger, 1950)



En un texto publicado en 2022, Michel Mourlet parafraseaba las palabras de Malraux sobre el gaullismo para afirmar que “todo el mundo ha sido, es o será mac-mahoniano”. Si esto es cierto, habría que precisar que al sur de los Pirineos hemos sido, somos o seremos mac-mahonianos sin saberlo: pese a la labor de difusión de la revista Lumière, el movimiento sigue siendo poco conocido en España. Este artículo pretende ser una introducción a su estética, tal como se expone en el manifiesto Sobre un arte ignorado escrito por Mourlet.

No se tratará aquí en primer término de autores o películas concretas, aunque los descubrimientos críticos de los mac-mahonianos no son uno de sus méritos menores. El propio Mourlet advertía en 1987 que “la batalla por las películas que defendí se ha ganado superando mis expectativas, pero la manera de abordar el cine no me parece que haya evolucionado nada”. No se pretende, tampoco, una aproximación histórica al texto de Mourlet como expresión de una determinada concepción de la cinefilia, sino leerlo desde el presente, entendiendo que, sin necesidad de adherirnos por completo a sus argumentos, aún tiene algo que plantearnos a los espectadores de hoy.


La historia

A comienzos de los años ‘50, en París, un grupo de jóvenes aficionados al cine realizó una versión incruenta del sueño de Georges Bataille: crear una comunidad acéfala, una suerte de sociedad secreta cuyos miembros estaban unidos por un vínculo que dejó de ser inconfesado en 1959, cuando Michel Mourlet publicó en la revista Cahiers du Cinéma el manifiesto Sur un art ignoré.

La comunidad recibió su denominación del cine Mac-Mahon, situado en la avenida de ese nombre en París. Este cine estaba cerca del instituto Carnot, en el que cursaban estudios de secundaria algunos de sus miembros fundadores. Estos adolescentes consiguieron que el dueño del cine, Émile Villion, les dejara programar películas. Pierre Rissient ha narrado cómo ocurrió esto, hacia el año 1953: “El Mac-Mahon, que estaba muy cerca del Instituto Carnot, ponía películas en versión original subtitulada. Se alternaban obras excelentes y otras más ordinarias, al ritmo de una por semana. Jean-Louis Cheray, el responsable del Parnasse, se negaba a poner ciertas películas que no le gustaban. Michel Fabre, Georges Richard y yo teníamos tantas ganas de ver algunas que fuimos a hablar con Émile Villion, el director del Mac-Mahon. Le citamos varios títulos y el aceptó programar algunos. ¿Fue simple coincidencia? En todo caso, muchos cinéfilos debían de estar esperando estas películas porque fueron un pequeño éxito. Villion se animó entonces a proyectar algunas otras que le habíamos sugerido. Pudimos proyectar rápidamente The Reckless Moment (1949) de Max Ophuls, He Ran All the Way (1951) de John Berry, The Prowler (1951) y M (1951) de Joseph Losey, que la Columbia no quería estrenar tras su sonoro fracaso, y The Lawless (1950), también de Losey (...)”

Más adelante, a partir de 1961, la actividad de programación se completó con la organización de un cine-club llamado “Circulo del Mac-Mahon”, integrado por Pierre Rissient, Michel Mourlet, Michel Fabre, Jacques Seguine, Alain Archambault, Marc Bernard y Claude Makovski. Las primeras sesiones estuvieron dedicadas a obras de Joseph Losey y Fritz Lang, que asistieron personalmente para presentarlas. El círculo invitaba a críticos y periodistas, y la cobertura de las sesiones contribuyó a que aquellas películas llegaran a estrenarse comercialmente en París. También en 1961, Michel Mourlet fue nombrado redactor-jefe de Présence du cinéma, revista en la que se concentrará, hasta su desaparición en 1967, la actividad crítica de los mac-mahonianos.

Sur un art ignoré se publicó por primera vez en el número 98 (agosto de 1959) de Cahiers du cinéma, la revista que había fundado André Bazin. El texto apareció en su totalidad en cursiva, como si la revista quisiera tomar distancias respecto a él. Iba precedido por una nota redactada probablemente por Éric Rohmer, que era entonces su redactor-jefe:

Aunque la línea de Cahiers sea menos rigurosa de lo que a veces se ha creído, este texto solo coincide con ella de forma evidente en algunos puntos. Ya que toda opinión extrema es, no obstante, respetable, nos gustaría presentar este texto al lector sin más comentarios.


Una estética del cine

El título del ensayo define al cine como arte y, de forma polémica, como un arte ignorado –no solo por quienes no reconocen su condición artística, sino también por los “cinéfilos un poco atolondrados” que pueblan su panteón de genios y “descubren una obra importante por semana”; y aun por los presuntos “expertos”, que yerran al juzgar el valor de las películas porque ignoran cuál es la verdadera esencia del cine. Esta ignorancia proviene de la tendencia a aplicarle los mismos criterios que, consolidados por una larga tradición, funcionan para otras artes, pero no con el cine debido a su profunda novedad, a su muy diferente naturaleza.

Es quizá, históricamente, el primer manifiesto sobre cine que no se redacta desde la perspectiva de la realización de películas (a la manera de los escritos en los años ‘20 en Italia y Francia), sino de su recepción. Su objeto es, en definitiva, proponer una teoría estética del cine. Así lo declara el propio texto casi en su inicio:

Nos proponemos aquí esbozar un análisis de la res cinematographica considerada en su ser, bajo los prejuicios que la enmascaran.

Esta frase demuestra la voluntad filosófica del texto de Mourlet. Desde Platón, la filosofía occidental aspira a un conocimiento que se opone al falso saber basado en los prejuicios. Al mismo tiempo, Mourlet trata aquí de rebasar el ámbito de la crítica, de la experiencia subjetiva del gusto, para fundamentar la exigencia kantiana de aprobación universal.

[...]




Seguir leyendo el texto en




28.9.22

IV. "ENSAYOS SOBRE JEAN-CLAUDE ROUSSEAU", VV. AA. (Valencia: Shangrila, 2022)




LA SOLEDAD SONORA
LA VALLÉE CLOSE COMO CINE DE POESÍA
(fragmento inicial)

Javier Oliva


La Vallée close (1995)



En 1965, Pasolini y Rohmer actualizaron la antigua polémica de los teóricos soviéticos sobre cine de poesía frente a cine de prosa. La expresión “cine de poesía”, más propia de un poeta que de un semiólogo, fue muy criticada, y no solo por Rohmer. No obstante, estas críticas no han disuadido de su uso a los comentaristas cinematográficos. Las críticas apuntan a la imprecisión: en sentido literal, si limitamos el concepto de poesía a un género literario, la expresión no significa nada aplicada al cine –salvo acaso para obras como Toute révolution est un coup de dés (Straub y Huillet, 1982) Pero hay otros sentidos, aparte de los más literales; el término procede del griego poiesis, “creación”. Baste recordar que Filón de Alejandría describía las obras de la naturaleza como “el poema de Dios”. (1)

1. Citado en HADOT, Pierre, El velo de Isis, Barcelona: Alpha Decay, 2015.

Este texto pretende acercarse a La Vallée close, película de Jean-Claude Rousseau realizada entre 1985 y 1995, desde la perspectiva del cine de poesía. Para ello, examinaremos algunas de los posibles sentidos de la expresión en relación con la película –cuyo título alude al valle del río Sorgue, que nace en las afueras de la localidad de Fontaine-de-Vaucluse, en una espectacular surgencia situada en la base de un acantilado de roca caliza de más de 200 metros de altura.

Las películas de Jean-Claude Rousseau carecen de narración en un sentido convencional, lo que en principio las distingue del cine “de prosa”, y suelen ser de duración breve. Sus dos largometrajes realizados con medios analógicos (película de Super 8 filmada con una cámara que pertenecía a sus padres, y sonido post-sincronizado) se presentan expresamente con una advocación poética. Les Antiquités de Rome (1991) está compuesta como una suma de piezas que responden, en su propio campo de expresión, a la colección de sonetos del mismo título de Joaquim du Bellay. La Vallée close remite a Petrarca, que vivió en su madurez en Fontaine-de-Vaucluse, y es invocado al final de la película a través de unas placas ancladas en la roca en el camino que conduce a la surgencia.

La poesía como modelo de organización

Como referencia poética, las placas dedicadas a Petrarca podrían considerarse una mera anécdota; pero el cineasta ha explicado que la construcción formal de la película se inspira en la estructura métrica de una sextina doble. Aunque los distintos episodios de Les Antiquités de Rome comparten unidad de lugar y elementos de composición, La Vallée close, con su construcción a la manera de un largo poema único, transmite una sensación mucho más intensa de unidad e interconexión entre sus partes, y ello pese a haber sido filmada de manera discontinua a lo largo de varios años.

La sextina fue inventada por el trovador Arnaut Daniel, y luego utilizada por Dante, Petrarca y otros poetas. No se trata solo de una forma medieval y renacentista: en el contexto francés reciente, autores ligados al Taller de Literatura Potencial conocido por las siglas Oulipo, desde Raymond Queneau hasta Jacques Roubaud o Hervé Le Tellier, han prestado atención a la sextina. El propio Rousseau ha aludido implícitamente a Queneau al referirse a este modelo de organización como una especie de “ejercicio de estilo”. En su forma doble, la sextina es una estructura amplia (75 versos) pero tan trabada como la de un soneto; no se basa en una rima convencional, basada en la repetición abstracta de sonidos, sino en palabras-rima que retornan en cada una de las estrofas siguiendo un orden rigurosamente establecido: la repetición de sonidos se alía a la permutación de conceptos.

He aquí una primera acepción de lo poético que puede rimar con la práctica del cine: su aspecto técnico, de creación de estructuras basadas en la repetición y la variación, susceptible de aplicarse tanto a secuencias de palabras como de imágenes y sonidos. Ningún poeta y ninguna tradición representan esto mejor que Petrarca y el petrarquismo: un ars combinatoria, en la que basta redistribuir las piezas para crear nueva poesía (en palabras de Francisco Rico).

La sextina consta de seis estrofas de seis versos, rematada por una tornada o coda de tres. Las palabras finales de cada verso son las mismas en todas las estrofas, siguiendo el esquema: ABCDEF – FAEBDC – CFDABE – ECBFAD – DEACFB – BDFECA. La sextina doble repite este esquema, en un total de doce estrofas. Los tres versos finales de la tornada retoman las seis palabras-rima incluyendo dos en cada verso.

Si Jean-Claude Rousseau no hubiera hablado de la sextina, ¿alguien habría pensado en ella al ver La Vallée close[...]




Seguir leyendo el texto en




19.9.22

NOVEDAD: I. "ENSAYOS SOBRE JEAN-CLAUDE ROUSSEAU", VV. AA. (Valencia: Shangrila, 2022)




124 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila 2022




Este libro es una aproximación a la obra cinematográfica de Jean-Claude Rousseau, una circunnavegación o un asedio. Dado que para Rousseau la imagen es un don, no hay una explicación de su cine, porque su cine se acoge, se recibe, se experimenta como una suma de destellos. Su cine es un extraño animal fuera de todo canon, cercano a Danièle Huillet y Jean-Marie Straub, riguroso y ascético, pródigo en reverberaciones, de una inmensa fertilidad en su cruce con otras disciplinas. Un cine en el que la línea deviene abstracción, en el que un gesto puede ser el primero o el último, en el que el espacio se disuelve en roces y el tiempo cronológico se astilla ante el impacto de la pura presencia. Este libro, entonces, solo puede auscultarlo, para dar cuenta de la espesura de bosque de sus capas, de su carácter de poliedro facetado, de numen o fractal. La filmografía de Rousseau se lee aquí en relación con el De rerum natura de Lucrecio, un western de John Ford y un ángel exterminador según Buñuel, los versos de Petrarca y el balbuceo de Beckett, el sol negro de la melancolía y la pintura de Cézanne, el “cine de poesía”, la gravitación y la atracción magnética, Barthes y Blanchot, las ceremonias secretas, las filiaciones íntimas, el rechazo del plan y la potencia liberadora del encuadre, la música de Bach y de John Cage, el reino del más allá en los ojos de un gato, esa “otra parte”, ese otro lugar inaccesible que solo nos es permitido vislumbrar. Física y filosofía, poesía y música. El cine de Rousseau como un lento tesoro de descubrimientos, el precio a pagar por el extraño privilegio de habitar una imagen: sumergirse y desaparecer en ella, estar en todas partes y en ninguna. Exquisitamente desmembrado, derramado, disuelto. Secuestrado por un fulgor. 


Textos
Javier Oliva - Mariel Manrique
José Manuel Mouriño - Miguel Ángel Ramos
Alberto Ruiz de Samaniego 
  


JEAN-CLAUDE ROUSSEAU (París, 1950).  Jean-Claude Rousseau hace filmes desde Jeune femme à sa fenêtre lisant une lettre, rodado en 1983. Filmó primero en Super 8 y luego en digital, a partir de Lettre à Roberto (2002). Próximo a Danièle Huillet y Jean-Marie Straub, premiado en numerosas ocasiones en los festivales internacionales de cine más importantes (Locarno, FidMarseille, Entrevues de Belfort), ha construido una obra personal, contemplativa, conmovedora, exhibida entre otros lugares en el Centre Pompidou, la New York University, la Cinémathèque Royale de Bélgica y el Fresnoy.

Entre sus filmes se destacan Keep in touch (1987), Les Antiquités de Rome (1989), La Vallée close (1997), De son appartement  (2006) y su último cortometraje, Le tombeau de Kafka (2022). 

Paralelamente, Jean-Claude Rousseau ha escrito sobre cine y, a lo largo de los años, esa escritura se ha concentrado en sus notas sobre el cinematógrafo, una suerte de cuaderno de bitácora sobre el oficio de mirar. 

Shangrila acerca a sus lectores un doble programa-Rousseau: Ensayos sobre Jean-Claude Rousseau, una exploración multidisciplinar de su obra, y muy pronto Las sábanas dobladas de la cama grande, las notas sobre el cinematógrafo de Rousseau que bien podrían leerse como su propia caligrafía desplegada, como una pista secreta, en los huecos y pliegues de sus películas.  


Más información: