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20.9.18

IX. "RAINER WERNER FASSBINDER. SOLO QUIERO QUE ME AMEN", Jesús Rodrigo García (coord.), Shangrila 2018





Estética teatral (masoquista)
en Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (1972)

Horacio Muñoz Fernández


Las amargas lágrimas de Petra Von Kant



Aunque la historia del cine pueda verse como un intento de liberación de la concepción clásica teatral, el teatro en la modernidad fue una fuente de inspiración temática y estilística para muchos cineastas, como Ingmar Bergman, Jacques Rivette o Rainer Werner Fassbinder. La influencia del teatro en el cine moderno se hizo evidente en las películas que tenían lugar en espacios cerrados con pocos personajes, buscando una reducción de las historias a situaciones dramáticas concretas, en la utilización de modos de actuar exagerados y poco naturalistas o en los decorados con iluminaciones expresivas. (1) La teatralidad en la modernidad apareció como una forma de abstracción más que como un tipo de realismo que permitía al cineasta distanciarse de la realidad centrándose en los dramas psicológicos y en la corporalidad de los actores. La vinculación entre cine moderno y el teatro surgió como un intento de renovar y regenerar el cine utilizando la forma teatral para sus propios fines. (2) Los cineastas de la modernidad no querían filmar el teatro en el cine sino hacer un cine como teatro. De esta forma lograron una teatralización más profunda que el teatro a través de las melodramáticas actitudes y poses del cuerpo que generaban una imagen afectiva capaz de detener la lógica narrativa. (3)

1. KOVÁCS, András Balint, Screening Modernism: European Art Cinema, 1950-1980, Chicago: University of Chicago Press, 2007, pp.238-241.
2. GONZÁLEZ ABUÍN, Anxo, El teatro en el cine: Estudio de una relación intermedial, Madrid: Cátedra, 2012.
3. DELEUZE, Gilles, Imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2, Barcelona: Paidós, 1987.

Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972) tiene bastantes rasgos estilísticos teatrales, como la división de la película en cinco actos claramente delimitados o el confinamiento de la acción a conversaciones en un espacio cerrado. Sin embargo, la película va más allá de ser un mero teatro filmado sino una película que realiza la posibilidad del cine como performance propia de la modernidad. (4)  Para Elena del Río la diferencia entre el teatro y la performance está en que el primero no puede escapar de la representación mimética narrativa, y la segunda, gracias a la exploración de cuerpo en el espacio y el tiempo, sí que se puede liberarse de la ilusión representativa. La artificialidad teatral de Las amargas lágrimas de Petra Von Kant revela la naturalidad clásica como una construcción. El espacio de la película parece un tableau vivant en el que cada gesto y movimiento parece detenido y enfatizado a través de los encuadres, las luces y la actuación corporal de las actrices. A pesar de ese efecto de pintura viva, Fassbinder no busca eliminar ni el drama ni la narración, sino un enriquecimiento gracias a la introducción de un tipo de imágenes y afectos que están más allá de la lógica narrativa y textual. La relación entre teatro y cine, que para el teórico formalista ruso Eichenbaum representaba la dualidad entre lo verbal y lo visual, reaparece en la obra de Fassbinder no como oposición sino como cooperación o reconciliación. Lo teatral, en la obra del cineasta alemán, ayuda a que el cine rompa con la concepción de la imagen en términos exclusivamente narrativos y representacionales, devolviendo a esta su vitalidad [...]

4. RÍO, Elena del, Deleuze and the Cinema of Performance: Powers of Affection, Edimburgo: Edimburgh U. P., 2009.








   





9.3.17

XII. "ABEL FERRARA. EL TORMENTO Y EL ÉXTASIS", Rubén Higueras Flores y Jesús Rodrigo García (coords.), Shangrila 2017



New Rose Hotel, Abel Ferrara, 1998



The Blackout (1997) y New Rose Hotel (1998) son las dos películas más complejas y arriesgadas formalmente de toda la filmografía de Abel Ferrara. Ambas abordan las relaciones entre la verdad y el recuerdo, entre la imagen real y la imagen mental. The Blackout trata el problema de la imagen que falta. Y New Rose Hotel, como mantiene Nicole Brenez, hace una extensión crítica de la misma cuestión porque la película está organizada sobre una opaca proyección de imágenes que no somos capaces de entender y que reflejan un mundo de ausencias, fragmentos y reflejos inciertos. En las imágenes de The Blackout transitan las sombras de Vértigo (De entre los muertos) (Vertigo, 1958), de Alfred Hitchcock, o Carretera perdida (Lost Highway, 1997), de David Lynch, y la atmósfera de los relatos cortos de Poe. En las de New Rose Hotel resuena la ciencia ficción cyberpunk mezclada con arquetipos noir. Su trama fragmentada y elíptica parece un precedente de la postconuidad de Boarding Gate (2007), de Olivier Assayas. Dos películas con Asia Argento en el papel de femme fatale que nos hablan de los nuevos flujos del capital en un mundo desmaterializado en donde la imagen es ubicua, virtual y fantasmática. Tanto The Blackout y como New Rose Hotel nos muestran que la fuerza de la imagen fílmica se encuentra en la melancolía. La memoria ya no es algo inmutable sino volátil y la imagen fílmica nos entrega al cambio constante, recordándonos que el presente resulta de ese devenir de lo que una vez fue, ocurrió o estuvo ahí. Tanto una como otra, nos hablan de la melancolía y el duelo por un amor que ya no está pero que una vez estuvo y que se convierte en un peso infinito y doloroso para sus protagonistas, y que los obliga o bien al olvido o bien al recuerdo, las dos caras de la memoria. Si la melancolía final de New Rose Hotel se aproxima a una compulsiva y dolorosa repetición de las imágenes que funciona como prueba de la traición y como consolación de un amor perdido, el recuerdo de la imagen que falta en The Blackout se asemeja a un proceso de duelo amoroso, en donde su beneficio es el recuerdo, y el delirio y el sufrimiento su coste. [...]


"La imagen que falta:
The Blackout (1997) y New Rose Hotel (1998)"
Horacio Muñoz Fernández








23.2.17

IX. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2016




Zapping Zone, video instalación, Chris Marker,1990
 Maniac Shadows, video instalación, Chantal Akerman, 2013



En su estudio Between the Black Box and the White Cube, Andrew V. Uroskie señala que, durante mucho tiempo, estos dos espacios, la sala de cine y el museo, habían sido concebidos de manera diametralmente opuesta. Exceptuando el caso de Michelangelo Antonioni y la obra fílmica de Andy Warhol, durante las décadas de los ‘60 y ‘70 la institución arte y la institución cine fueron por separado. Según Àngel Quintana, cada institución disponía de su propio protocolo, establecía su propio canon y revindicaba a sus artistas. Además, la cultura que se generó desde la cinefilia y que marcó el inicio del cine moderno no mantenía ningún contacto con la cultura que circulaba por las galerías: “los centros de arte contemporáneo consideraban el cine como un arte viejo porque era incapaz de superar los condicionamientos impuestos por la narración y la figuración”.

Pero a partir de los noventa, algunos cineastas como Chantal Akerman, Chris Marker o Atom Egoyam “decidieron ir más allá de la sala cinematográfica y empezaron a proponer instalaciones audiovisuales en las galerías de arte”. La presencia de estos cineastas coincidió, conjuntamente, con el trabajo de algunos videoartistas que se apropiaron del legado del cine a partir “de la percepción de la obsolescencia del medio”. La distancia institucional y estética que había entre la caja negra y el cubo blanco cada vez se hizo más tenue. Y, hoy día, los modelos de exhibición y de espectador que parecían irreconciliables hasta hace poco están aliados y comparten territorios. Para Erika Balsom, las galerías y los museos permiten que los cineastas expandan las posibilidades formales porque funcionan como un laboratorio en donde experimentar con nuevas formas de expresión de no-ficción. Esta situación ha favorecido que los límites históricos que separaban a los cineastas experimentales y a los artistas cinematográficos, al cine experimental y al cine moderno, también se diluyan, provocando a su vez una reconfiguración de las esferas del arte y del cine
[...]








9.2.17

VIII. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2016




Last Days, Gus Van Sant, 2005
 Meshes of the Aftermoon, Maya Deren, 1943


Los años ‘60 fueron el escenario de una doble manifestación: por una parte se intentó matar al cine clásico norteamericano huyendo de los convencionalismos y las estructuras narrativas; y por otro, hubo un “resurgimiento de la estética radical de las vanguardias en la contracultura, la lucha política, el inconformismo y la provocación, la experimentación en soportes domésticos, la cinematografía abstracta y teórica” [SÁNCHEZ-BIOSCA, Vicente, Cine y vanguardia artísticas: conflictos, encuentros, fronteras, Barcelona: Paidós, 2004, p.25]. La tradición experimental o vanguardista del cine siempre intentó abstraer al cine de su condición espectacular y de medio de masas. Desafió su modelo de arte industrial y su vocación heredada de contar historias que le obliga a producir películas con una duración predeterminada para su posterior explotación y rentabilización. Esta oposición al modelo industrial del cine permitió situarlo en el interior de una serie de discursos relacionados con el mundo del arte [WEINRICHTER, Antonio, “El dulce porvenir de un artefacto. Notas sobre cine/arte/museo”, Secuencias: Revista de historia del cine, nº 32 (segundo semestre), 2010, p.21].

El cine de vanguardia de la posguerra rompió por completo con el clasicismo atacando y disolviendo el relato y la dramaturgia en la búsqueda de una nueva plasticidad de la imagen [QUINTANA, Àngel, “Más allá del documental y de la vanguardia: el cine en la galería”, Secuencias: Revista del historia del cine, nº 27, 2008]. El cine posnarrativo contemporáneo que nos proponemos estudiar, al situarse más allá de la narración, también establece vínculos y lazos con la tradición vanguardista cinematográfica. En la obra del tailandés Apichatpong Weerasethakul podemos encontrar la influencia lírica del cineasta vanguardista norteamericano Bruce Baille, pero también de Marcel Duchamp y Andy Warhol, a los que descubrió cuando estudió en Chicago. En su obra estas influencias vanguardistas internacionales, y las modernas, se mezclan con la propia tradición tailandesa y la cultura local kitsch [QUANDT, James. “Exquisite Corpus. An Interview with Apichatpong Weerasethakul”, Apichatpong Weerasethakul, Quandt, James (ed.), Viena: Filmmuseum Synema Publikationen, 2009, pp.125-132]. En algunas imágenes de la conocida como ‘Trilogía de la muerte’ [Gerry (2002), Elephant (2003) y Last Days (2005)], de Gus Van Sant, resuena el trabajo de algunos autores visionarios norteamericanos como Maya Deren o Michel Snow. En su conocido estudio Visionary Film: The American Avant-garde (1943-2000), Paul Adam Sitney definía la corriente visionaria vanguardista como un intento de reproducir estados somnolientos y mentales alterados. Y así es como deambula, por los alrededores y el interior de su mansión, el protagonista de Last Days: en un estado lisérgico, entre el sueño y la vigilia, y liminal, entre la vida y la muerte, que nos puede recordar a ciertas propuestas de cine trance [...]








30.1.17

VII. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2017




Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas, Apichatpong Weerasethakul, 2010
Al oeste de los raíles, Wang Bing, 2002


[...] un cine [posnarrativo] en donde desaparecen prácticamente los signos genéricos y parte de los rasgos de la modernidad; en donde ni interesan, ni muchas veces existen, las explicaciones psicológicas, políticas ni siquiera metafóricas. Un cine en el que ya no importan las historias y los viejos marcos narrativos no sirven para explicarlo. Un cine que no es de personajes, sino de cuerpos (Philippe Grandrieux, Gus Van Sant, Claire Denis, Philippe Garrel) y de rostros (Abbas Kiarostami, Bruno Dumont); que no es de historias, sino de espacios (Jia Zhangke, Pedro Costa, Tsai Ming-liang); que no es de escenarios, sino de paisajes (Albert Serra, James Benning, Peter Hutton, Lois Patiño); que no es de tramas y narración, sino de tiempo y espera (Lav Diaz, Pedro Costa, Wang Bing, Lisandro Alonso); que no busca la identificación, sino la contemplación (Albert Serra, Peter Hutton, James Benning); que no es intelectual, sino corporal, sensorial y háptico (Apichatpong Weerasethakul, Lucien Castaing-Taylor, Vèrèna Paravel, Philippe Grandrieux, Claire Denis); que no narra lo extraordinario, sino que muestra lo cotidiano (Pedro Costa, Hou Hsiao-hisien, Liu Jiayin, Wang Bing, Lisandro Alonso); que no es entretenido, sino aburrido (Tsai Ming-liang, James Benning, Sharon Lockhart); que no es actual, sino primitivo y anacrónico (Peter Hutton, Lisandro Alonso, Ben Rivers, James Benning); que no es sencillo, sino laberíntico y elíptico (David Lynch, Lucrecia Martel); que no es continuo, sino postcontinuo (Olivier Assayas); un cine que no es de causas, sino de consecuencias, más de respuestas que de preguntas.

Un cine muchas veces híbrido, intersticial, entre el documental y la ficción, “entre la imagen y la realidad”, entre la sala de cine y el museo (Sharon Lockhart, Philippe Grandrieux, David Lynch, José Luis Guerin), entre la van(reta)guardia y el cine moderno. Un cine que en muchas ocasiones trabaja sin guion o solo con esbozos, para liberarse de las férreas y adocenadas estructuras narrativas. Para Gus Van Sant, por ejemplo, en el cine siempre ha habido unas determinadas normas y una arquitectura de la que parecía que no se podía salir y que se traducía en una suerte de conformidad. Pero es cuando “te deshaces de esas normas y de la rigidez de la puesta en escena, empiezas a darte cuenta de que existen otros ritmos” [REVIRIEGO, Carlos, “El arte en una prisión: entrevista a Pedro Costa”, Cahiers du cinéma-España, nº 14 (julio-agosto), p.9]. Para el francés Philippe Grandrieux, el rodaje tampoco puede ser la ejecución de un guion previo. Sus películas no empiezan a partir de páginas en las que se describe una historia, “sino fragmentos, sensaciones, relaciones con la luz, sonidos, personas” [MASOTTA, Cloe, “La plástica del deseo. Entrevista a Philippe Grandrieux”, Transit. Cine y otros desvíos, 29 de marzo de 2010]. Por su parte, el cineasta español Albert Serra lo único que necesita para rodar es una página en blanco que le dé todo el margen necesario para improvisar. Y es que como bien señala Jean-Pierre Rehm, para estos cineastas, el dominio del relato y la seguridad del guion ya no funcionan [REHM, Jean-Pierre, “(Continuará…)”, Cahiers du cinéma-España, nº 19 (enero), 2009, p.12]. Porque en el cine más allá de la narración lo que importan no son las historias, sino ‘los materiales’ con los que antes se construían las historias: el espacio, el tiempo y el cuerpo.







25.1.17

VI. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2017




Jacques Rancière, Jean Epstein y Wim Wenders


Para el filósofo Jacques Rancière el cine durante buena parte de su historia ha sido una fábula contrariada; ya que si bien por un lado, el ojo mecánico y pasivo de la cámara no conoce las historias sino que filma imágenes sin conceptos, por otro, esta inmediatez e indeterminación constitutiva de la tecnología sería de alguna forma traicionada por la incorporación de la narrativa. Así fue como el cine quedaría preso en un régimen representativo del que parecía apartarse inicialmente y que las demás artes en el siglo XX habían dejado atrás. Pero el cine siempre ha querido decir adiós a la fábula aristotélica, “a la orquestación de acciones necesarias que mediante la ordenación y la construcción del nudo y el desenlace, permite que los personajes pasen de la felicidad a la infelicidad”. Para el filósofo francés, el cine estaba en condiciones de invertir la jerarquía aristotélica que privilegia el muthos, la racionalidad de la trama, y desvaloriza el opsis, el efecto sensible del espectáculo. Pero la realidad es que desde que Epstein lo soñase y Wenders lo escribiese, el viejo arte de contar historias no ha dejado de renovarse, traicionando su destino inicial como el arte que se integró en el régimen estético y pusó fin a la fábula aristótelica. El cine se acabó revelando como la disciplina donde la concatenación de historias, la fabulación y la representación se hacen más pantentes, retomando de esta forma el régimen representacional al que inicialmente se oponía. Sin embargo, hoy en día, la industria del cine parece más preocupada en generar acontecimientos rentables que en contar historias y los blockbuster también se situán más allá de la narración volviendo al modelo de cine de atracciones de los inicios. Lo que persiguen ahora es resaltar la imagen en sí misma a través de la combinación de lo visual y lo sonoro. Sus imágenes priman por encima de la narración, y la tecnología, el diseño y los efectos por encima de las historias. El cine contemporáneo de espectáculo y acción produce un shock en los sentidos del espectador, creando unas imágenes-acción que parecen liberadas por su exceso visual de la narrativa.







23.1.17

V. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2017




Coeur fidèle, Jean Epstein,  1923



[...] autores como Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Andréi Tarkovski, y más tarde Wim Wenders, comenzarían a explorar las posibilidades de una imagen no narrativa de tiempos lentos que ponía entre paréntesis a los sujetos. En la obra de estos cineastas había una cierta dialéctica entre imágenes e historias. La narración y la historia se vinculaban a la inautenticidad mientras que los intervalos y los tiempos muertos a la autenticidad. Esta oposición entre historias e imágenes ya había sido expresada por el cineasta y teórico Jean Epstein a mediados de los años ‘20 en su ensayo Bonjour, cinèma:

El cine es verdadero, una historia es mentira. Podría sostenerse esto con apariencia de razón. Yo prefiero decir que sus verdades son otras. En la pantalla las convenciones son vergonzosas. El golpe de teatro resulta simplemente chusco, y si Chaplin tiene tanto de trágico, es un trágico risible. La elocuencia se desmorona. Inútil, la presentación de los personajes; la vida es extraordinaria. […] El desenlace no puede ser más que una transición de nudo en nudo. De modo que no se cambia mucho de altura sentimental. El drama es continuo como la vida. Los gestos lo reflejan, pero no lo anticipan ni lo retrasan. Por qué contar entonces historias, relatos que suponen siempre sucesos ordenados, una cronología, la gradación de los hechos y de los sentimientos […] No hay historias. Nunca ha habido historias. No hay más que situaciones, sin pies ni cabeza; sin comienzo, sin mitad y sin final.


En el cine de la modernidad melancólica, el sueño de Epstein tendrá su corolario visual en una imagen escrita sobre una servilleta de papel en El estado de las cosas (Der Stan der Dinge, 1982), de Wim Wenders: “Las historias solo existen en las historias. Mientras que la vida continúa sin necesidad de convertirse en una historia”. Tanto para Wenders como para Epstein la vida no conoce historias, por eso hay que desprenderse de ellas.









20.1.17

IV. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2017




Una visita al Louvre, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, 2003
Liverpool, Lisardo Alonso, 2008



“¿Por qué siempre hace falta una historia? ¿Una historia de qué? ¿Una historia de quién?” Esto era lo que se preguntaba Jerzy, el cineasta de Pasión (Passion, 1982), de Jean-Luc Godard, ante la insistencia y el nerviosismo que mostraba el productor de su película: ¿Cuál es la historia? ¿Dónde está la historia? Jerzy quería filmar cuadros vivos que reprodujesen de manera fiel obras maestras de la pintura de El Greco, de Rembrandt, de Delacroix y de Ingres. La crisis creativa que sufría el director de la película y su imposibilidad de contar una historia eran el reflejo de un sentimiento netamente moderno: cómo contar una historia después de haber visto y leído todas las historias.

El cine que nos proponemos analizar ha dejado atrás ese requisito fundamental que siempre ha perseguido y presionado a muchos cineastas: (por qué y cómo) contar una historia. El argentino Lisandro Alonso, por ejemplo, no quiere contar una historia porque lo único que le interesa es observar acciones, comportamientos y movimientos, y que el espectador invente su película en la cabeza gracias a la incertidumbre que genera la falta de trama y de información. Aunque su obra tampoco tiene nada que ver con la lógica narrativa y con la identificación, el cine de Philippe Grandrieux es un cine de intensidades y sensaciones, emocional antes que intelectual, sensorial antes que narrativo. En las antípodas estilísticas, estos dos cineastas han dejado atrás las historias, “la cuestión imposible de cómo contar una historia después de haber visto o leído todas las historias” y se han centrado en el “reconocimiento de los materiales con que se puede contar una historia”. (1) Es un cine, que como decían Jean-Marie Straub y Danièle Huillet en Una visita al Louvre (Une visite au Louvre, 2003) de los cuadros de Veronese, se ama porque no hay nada que untar en ellos: “La verdad, la emoción, la profundidad están en la imagen no en la historia”. Un cine, por lo tanto, más allá de la narración, posnarrativo. Lo que no quiere decir negación por completo como ocurre en algunas propuestas de vanguardia. Por eso el término no narrativo no se ajusta a la realidad de lo que nos proponemos analizar. Pero tampoco poscine. Cierto que este cine es consciente del cambio en el modelo de exhibición y consumo. Un cine que más por necesidad que por convencimiento, se sitúa más allá de la salas, entre la pantalla pequeña del ordenador o del televisor y la sala del museo. Y que refleja, en algunos casos, una pérdida de la esencia cinematográfica como consecuencia de la disolución del cine por contacto con otros medios.

1. LOSILLA, Carlos, “Breve nota sobre una estética de la ausencia o panfleto por una cine extremo”, en Archivos de la filmoteca, nº 55, 2007 p.120.

El cine posnarrativo que nos interesa abarcaría principalmente desde mediados de los años ‘90 hasta la actualidad, 2014, aunque algunos de sus cineastas puedan llevar en activo desde mucho antes y algunas de sus características habían sido exploradas de manera aislada a partir de los años ‘70 por algunos francotiradores estéticos. Nuestro objetivo no es realizar un trabajo historiográfico ni señalar un momento de ruptura con el pasado, sino plasmar los principios y rasgos estéticos de este cine contemporáneo más allá de la narración que reflejarían un distanciamiento de las normas y recomendaciones aristotélicas y decimonónicas que siempre han gobernado, y constreñido, el cine. Por eso, quizá podamos entender lo posnarrativo como Hans-Thies Lehmann entendía lo posdramático, como los miembros de un organismo narrativo, que “como material entumecido, siguen estando presentes como un recuerdo floreciente”. (2) La narración se mantiene como expectativa para gran parte de la crítica y público, que, sin embargo, mantienen con ella una relación de negación, de discrepancia o de liberación frente a ese horizonte.

2. LEHMANN, Hans-Thies, Teatro posdramático, Murcia: Cendeac, 2013, p.45.

Como todo análisis estético partimos de lo individual, de los casos concretos, para llegar a lo general. No obstante, en ocasiones, en estética nos encontramos con la dificultad de hacer conceptos claros y delimitados sobre fondos borrosos. Posnarrativo sería aquello que está más allá de la narración y cuyo grado de familiaridad o de parentesco es tanto como el de diferencia. No podemos delimitar claramente lo narrativo de lo posnarrativo, porque como concepto de bordes borrosos no tiene fronteras claras. Además, los resultados estéticos de este cine sin esencia y de bordes borrosos, por lo tanto, distan de ser homogéneos. Como consecuencia, ha recibido diferentes etiquetas: cine sensorial, cine de los sentidos, cine corporal o cine del cuerpo, cine contemplativo, cine lento, cine de la ausencia o del silencio, poscine, cine minimalista, cine sustractivo, etcétera. Los términos, lejos de ser sinónimos entre ellos expresarían distintos rasgos y particularidades, dependiendo de los cineastas que se analicen o de las características que se busquen enfatizar. Por eso, preguntarnos qué es lo posnarrativo sería tan desacertado como preguntarse hoy día qué es arte y qué no, qué es cine y qué no, porque lo que se ha perdido y lo que no existe es un límite que marque de manera clara esa distinción. Las preguntas esencialistas, entonces, han de ser reformuladas: no qué es arte, sino cuándo; no qué es cine, sino dónde; y no qué es posnarrativo, sino cómo. Por este motivo y por la heterogeneidad y la heterodoxia de los cineastas, lo más acertado sería caracterizar lo posnarrativo de la misma forma que Ludwig Wittgenstein (1889-1951), en sus póstumas Investigaciones Filosóficas (1953), definía el lenguaje a partir del juego: como un concepto de fronteras difuminadas que entendemos de manera inductiva y no deductiva. Así que, para explicarle a alguien qué es posnarrativo deberíamos describirles las películas y luego añadir a la descripción: “Esto y cosas similares son posnarrativas”. (3)

3. “¿Cómo le explicaríamos a alguien qué es un juego? Creo que le describiríamos juegos y podríamos añadir la descripción: esto, y cosas similares, se llaman ‘quizá. ¿Y acaso sabemos nosotros mismos más? ¿Es acaso solo a los demás a quienes no podemos decir exactamente qué es un juego? Pero esto no es ignorancia. No conocemos los límites porque no hay ninguno trazado”. En WITTGENSTEIN, Ludwig, Investigaciones filosóficas, España: Atalaya, 1999, p.23.

No hemos pretendido encasillar las propuestas dentro de ningún marco teórico previo, sino que son las propias imágenes de las películas y las declaraciones de los cineastas las que nos llevan a la teoría. El análisis de las obras se hizo siempre desde el objeto y no desde el sujeto. No les pusimos a las imágenes ceñidos trajes teóricos que poco o nada tendrían que ver con ellas ni usamos inservibles marcos de polvorientos departamentos universitarios. No tratamos de intelectualizar las imágenes reduciéndolas a un mero objeto de conocimiento porque estamos ante un cine más de imágenes que de conceptos o ideas. Nuestro método de trabajo se apartó de esa estética detectivesca de corte psicológico a la caza de profundas intenciones y mensajes secretos detrás de las imágenes que reduce siempre las obras a un mero jeroglífico; pero también de una estética que en demasiadas ocasiones aparece asimilada con un modelo de historia no autoritaria que intenta remediar las injusticias del pasado. Cuando recurrimos a la interpretación lo hicimos en el sentido que decía Shelling, convencidos de que los sentidos que se ofrecían eran sentidos por recorrer y no por descubrir. De aquí la importancia de la écfrasis a lo largo del libro. El recurso descriptivo nos permitió no solo reconocer las imágenes de las que hablamos, sino también conocerlas y conocer a través de ellas. La presencia de capturas de imágenes y fragmentos se utilizó como acompañamiento, ilustración y complemento de lo que se dice y se comenta en el texto. Partimos de la idea de que la distancia entre la palabra y la imagen deberían ser acortadas; que esta dualidad entre la palabra y la imagen, entre la razón y la imaginación, entre el pensamiento conceptual y el pensamiento en imágenes no es sostenible hoy día. Las relaciones entre las imágenes y los textos, parafraseando a Foucault, son infinitas, pero nunca deberían verse de manera opuesta, si no corremos el riesgo de caer en una falsa dualidad. El objetivo, por lo tanto, era intentar no subordinar las imágenes completamente al lenguaje conceptual haciéndolas inimaginables y tampoco aislarlas de lo lingüístico haciendo las películas inexplicables.

Como afirmábamos, en el cine posnarrativo lo que importa no son tanto las historias como ‘los materiales’ con los que antes se construían las historias: el espacio, el tiempo y el cuerpo. A ellos dedicaremos cada uno de los tres bloques del libro. Con esta división no pretendemos crear falsas dicotomías o exclusiones entre el espacio, el tiempo y el cuerpo. No hemos buscado, en los diferentes capítulos y apartados, realizar un inventario exhaustivo de todo lo existente. Somos conscientes de que algunos de los temas tratados aparecen de forma esbozada, y que sin duda podrían completarse con el análisis de más películas. De manera que un objetivo colateral de este libro sería el promover e impulsar futuros estudios más detallados y extensos sobre alguno de los puntos o cuestiones sugeridas e iniciadas. Tampoco hemos pretendido crear un falso idealismo unificador donde cada obra encuentra su lugar. La heterogeneidad de las propuestas estéticas y las nacionalidades hace imposible la subordinación a un único modelo. Aunque analizamos, creemos, un buen número de películas y cineastas, como se dice habitualmente, no están todos los que son, pero sí son todos los que están. Por este motivo, se podrá echar en falta el análisis de películas de cineastas tan relevantes para el tema que nos ocupa como Hou Hsiao-hsien, Philippe Garrell, Carlos Reygadas, Kelly Reichardt, Sergei Loznitsa, Pedro González-Rubio…






18.1.17

II. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2017











I. "POSNARRATIVO. EL CINE MÁS ALLÁ DE LA NARRACIÓN", HORACIO MUÑOZ FERNÁNDEZ, Shangrila, 2017





[Encuadre] libros nº 5
372 páginas


El cine posnarrativo está más allá de la narración, después de las historias. El cine posnarrativo ha dejado atrás la cuestión de cómo contar una historia después de haber visto y leído todas las historias, nos descubre que más allá de las historias existen espacios de sentido, de visualidad, de temporalidad y de gestualidad que solo aparecen en la imagen cuando el cine se libera de las constricciones narrativas, primando el espacio, el tiempo y el cuerpo. El cine más allá de la narración nos muestra realidades, sensaciones y emociones que están más allá de lo textual y lo conceptual, un cine donde la verdad, la emoción y la profundidad están en la imagen y no en la narrativa. La narración se sigue manteniendo como obligación o expectativa para gran parte del público y la crítica cinematográfica, aunque los cineastas después de las historias mantienen con ella una relación de negación, de discrepancia, de liberación o de ausencia. Sin embargo, preguntarnos qué es lo posnarrativo sería tan desacertado como preguntarse hoy día qué es arte y qué no, o qué es cine y qué no, porque lo que ha desaparecido es un límite que apunte a una esencia. Las preguntas ontológicas, por lo tanto, han de ser reformuladas: no qué es arte, sino cuándo; no qué es cine, sino dónde; y no qué es posnarrativo, sino cómo. Por la heterogeneidad y la heterodoxia de las propuestas de este cine podríamos comprender la categoría como un concepto de fronteras difuminadas que se define de manera inductiva y no deductiva. Así que para explicar qué es el cine más allá de la narración deberíamos describir cómo son estas películas y luego añadir: estas y cosas similares son posnarrativas.


Horacio Muñoz Fernández (Sarria, 1986). Doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Pontificia de Salamanca y Máster en Gestión Cultural por la Universidad Carlos III. Ha coordinado el libro Jugar con la memoria: El cine portugués del siglo XXI (Shangrila, 2014), participado en Las distancias del cine (Intersecciones) (Shangrila, 2014) o Pier Paolo Pasolini: una desesperada vitalidad (Shangrila, 2015), escrito diferentes artículos académicos, colaborado en la revista de cine A Cuarta Parede y es autor del blog laprimeramirada.blogspot.es 





   



5.5.15

XXVII. "PIER PAOLO PASOLINI. UNA DESESPERADA VITALIDAD", Revista Shangrila nº 23-24, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.




DEL ROSTRO HUMANO DE PASOLINI, AL
ROSTRO DEMASIADO HUMANO DE DUMONT
Horacio Muñoz Fernández



Hors Satan, Bruno Dumont, 2011


Jacqueline Nacache, en su conocido estudio sobre el actor en el cine, señala que la concepción actoral de Pier Paolo Pasolini poseía una aspiración teórica tan importante como la de Bresson. Como el francés, el cineasta italiano siempre huyó del naturalismo de los actores profesionales. Pasolini no quería que actuasen sino que fuesen lo que eran incluso cuando interpretaban. Jean Claude Biette, que trabajó como asistente en el rodaje de Edipo, el hijo de la fortuna (Edipo re, 1967), decía que el cineasta jamás consideraba a los actores como intermediarios para conseguir una representación. “Habida cuenta de que para él lo que filmaba era la realidad, sobre la base de esa fe cinematográfica, la gente a quien filma es gente de la realidad; en consecuencia, se conduce con ella como se conduce en la vida, al margen del rodaje”.

Por este motivo, para el cineasta italiano el momento clave de la creación era escoger, seleccionar, uno entre la multitud. Para Pasolini, igual que para Dreyer, no había nada que se pudiese comparar a un rostro humano: “Es una tierra que uno no se cansa jamás de explorar, un paisaje (ya sea árido o apacible) de una belleza única. No hay experiencia más noble, en un estudio, que la de constatar cómo la expresión de un rostro sensible, bajo la fuerza misteriosa de la inspiración se anima desde el interior y se transforma en poesía”. Aunque el italiano, realmente, lo que buscaba captar en un rostro humano era una esencia social y un contraste. Por eso Pasolini amaba tanto la humanidad de los rostros del subproletariado:

Porque es limpio (mientras que el del burgués es sucio); porque es inocente (mientras que el del burgués es culpable); porque es puro (mientras que el del burgués es vulgar); porque es religioso (mientras que el del burgués es hipócrita); porque es loco (mientras que el del burgués es prudente); porque es sensual (mientras que el del burgués es frío); porque es infantil (mientras que el del burgués es adulto); porque es inmediato (mientras que el del burgués es previsor); porque es amable (mientras que el del burgués es insolente); porque es vulnerable (mientras que el del burgués es altivo); porque es incompleto (mientras que el del burgués es aquilatado); porque es confiado (mientras que el del burgués es duro); porque es tierno (mientras que el del burgués es irónico); porque es peligroso (mientras que el del burgués es blando); porque es feroz (mientras que el del burgués es chantajista); porque tiene color (mientras que el del burgués es blanco).

Para el cineasta, en sus tres primeras películas, este tipo de rostro encarnó una humanidad que se estaba perdiendo por el avance del nuevo fascismo que representaba el consumo. Eran, como señala Georges Didi-Huberman, “ejemplo de una humanidad irreductiblemente singular, y no obstante perfectamente sustituible por uno de sus semejantes”. En su biografía de Pasolini, Enzo Siciliano escribía que el rostro de Franco Citti en Accattone (Pier Paolo Pasolini, 1961) “era un rostro real, doliente, de un ser de suburbio”. La belleza de la película de Pasolini procedía de que “Accattone y sus amigos no eran bellos según los convencionalismos cinematográficos. Ni habían sido elegidos de acuerdo con el criterio expresionista que busca en los cabellos desordenados, la cara lívida, materia de pancarta de protesta social”. La belleza y la fealdad eran secundarias porque, como afirma Jacques Aumont en su libro sobre el rostro cinematográfico, lo esencial era la mezcla de anonimato y humanidad (...)




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12.11.14

VI. "LAS DISTANCIAS DEL CINE (INTERSECCIONES)", REVISTA SHANGRILA Nº 22, SANTANDER: SHANGRILA TEXTOS APARTE, 2014





DISTANCIAS Y PUENTES
ENTRE EL TEXTO Y LA IMAGEN
Horacio Muñoz Fernández



Adieu au langage, Jean-Luc Godard, 2014



Desde sus orígenes, la cultura occidental ha estado polarizada entre la imagen y el texto,  la iconoclastia y la iconofilia; entre una cultura hebrea y otra griega. Esta dualidad entre el logos (la palabra) y el eidos (la imagen), entre la razón y la imaginación, entre pensamiento conceptual y pensamiento en imágenes no es sostenible hoy día. Como explicaba Vicente Luis Mora, esta oposición vendría en realidad de una equivocación conceptual histórica: pensar que la imagen y el texto son cosas diferentes. Texto e imagen sería una especie de tropo cultural procedente de tiempos inmemoriales que se mantiene todavía vivo en nuestra época. Las relaciones entre las imágenes y los textos, parafraseando a Foucault, son infinitas pero nunca deberían verse de manera opuesta, a riesgo de caer en una falsa dualidad. Quizás esta oposición, esa distancia, entre lo textual y lo verbal nunca ha estado más desmentida por los hechos que en la actualidad: nuestras lecturas cotidianas se realizan sobre una pantalla, sobre una imagen, y la imagen digital, al contrario que la analógica, ya no se inscribe en un soporte sino que se escribe. Es decir, nunca el texto fue tan visual ni la imagen tuvo la posibilidad de ser escrita (y decimos posibilidad porque la imagen digital continúa funcionando en la mayoría de las ocasiones como analógica). Por este motivo, creemos que resulta oportuno revisar las relaciones, las resistencias, las dialécticas, las vinculaciones y las uniones entre el texto y la imagen que aparecen en algunas películas de Jean Marie Straub y Danièlle Huillet, Pedro Costa, Jean-Luc Godard y James Benning. Y concluir con un paralipomena sobre la crítica audiovisual versus la crítica textual, que pretende servir como complemento práctico y actual al debate de la distancias entre la imagen y el texto aquí planteado (...)