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9.5.17

IX. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




Philip K. Dick



Después de haber fumado toda la marihuana,
echaron a andar y comentaron las algas y la altura de las olas.

 Philip K. Dick


Al igual que en los otros dos casos de estudio que hemos abordado, en la adaptación que Richard Linklater hace de la novela de Philip K. Dick, A Scanner Darkly, se disuelven todas las fronteras entre el mundo real y el mundo ficticio, que se manifiesta a través de las alucinaciones y paranoias creadas por la imaginación intoxicada de los personajes de estos films. Así, realidad y ficción/alucinación/paranoia cohabitan a lo largo del decurso fílmico de todas estas películas manteniendo al espectador en un estado de alerta continua ante la posibilidad de que el delirio representado por el mundo “alucinado” invada la seguridad del mundo real. Esta amenaza disruptiva produce en nuestra percepción una tensión permanente que convierte el visionado de estos films en una experiencia de gran intensidad para el espectador. Asimismo, esta desaparición de la tradicional comodidad otorgada por la perfecta acotación de unos márgenes establecidos para diferenciar entre los ámbitos de realidad y ficción es una de las principales características que definen el cine posmoderno, donde, como hemos visto, se  enmarca el concepto de “celuloide alucinado”.

Se da, por tanto, una libertad en el “celuloide alucinado” cuya consecuencia inmediata puede observarse en el carácter poliédrico y mutable de los tres films que hemos tomado como casos de estudio por ser, en nuestra opinión, los más representativos para exponer el concepto. Richard Linklater, en este sentido, como anteriormente hicieran David Cronenberg y Terry Gilliam con sus respectivos estilos, se amolda perfectamente a la narrativa “alucinada” del autor que está adaptando sin renunciar por ello a la profunda esencia baziniana que, como veremos en las siguientes páginas, se desprende de su cine. Consideramos que, debido a todo esto, el uso de la rotoscopia (técnica de animación) que distingue este film respecto a los dos anteriores, resulta fundamental a la hora de conseguir aunar la vertiente “alucinada” que exige la adaptación del relato de Philip K. Dick con la voluntad realista (pese a que en este caso nos situemos en el ámbito de la ciencia-ficción distópica) que suele definir las propuestas de Linklater. Es precisamente eso lo que hace que A Scanner Darkly sea un ejemplo perfecto de “celuloide alucinado” a pesar de ser una película de animación, o, de hecho, quizás más bien por serlo
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8.5.17

VIII. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




Hunter S. Thompson



Lejos de mí la idea de recomendar al lector drogas, alcohol, violencia y demencia. Pero debo confesar que, sin todo esto, yo no sería nada.

Hunter S. Thompson


Si El almuerzo desnudo supone el ensayo cinematográfico más serio y profundo que se había hecho hasta entonces en torno a la narrativa “alucinada”, Miedo y asco en Las Vegas representa la quintaesencia de lo que entendemos por “celuloide alucinado”. Da la sensación de que el revelado de los negativos del film de Terry Gilliam se hubiera hecho en cubetas de ácido lisérgico que han “impregnado” cada uno de sus fotogramas, proporcionando así la más visionaria y realista representación de las conciencias alteradas por drogas que se ha ofrecido hasta el momento en una pantalla. A diferencia de Cronenberg, Gilliam muestra en su película los efectos de drogas reales, de manera que debe atenerse a las diferentes visiones y permutaciones de la conciencia que cada droga hace en el organismo. Es cierto que las sensaciones que un individuo experimenta a la hora de consumir una determinada sustancia son tan caleidoscópicas y expansivas como el número de infinitos internos que habitan las conciencias de cada psiconauta. Sin embargo, también lo es que a un nivel fisiológico hay unos síntomas que afectan de forma parecida a todos los organismos. Esta dicotomía entre las alteraciones de la conciencia subjetiva y los efectos objetivos que las drogas ejercen en el cuerpo y la mente permitirán a Gilliam crear un exuberante imaginario “alucinado” mediante las más diversas técnicas.

Miedo y asco en Las Vegas, al igual que El almuerzo desnudo, siempre había sido considerado un libro imposible de filmar. Sin embargo, el film de Gilliam conserva intacto el espíritu hedonista y rabioso del reportaje original de Hunter S. Thompson, trasladando a la perfección el ritmo desenfrenado de un libro innegablemente difícil de llevar a imágenes por su sucesión de alocadas situaciones aparentemente inconexas para conseguir finalmente elaborar un discurso narrativo coherente pero nada condescendiente con las exigencias propias del sistema de estudios hollywoodiense, que, además, respeta la idiosincrasia “psicotrópica” de la obra de Thompson. Por otra parte, la adaptación que hace Gilliam de Miedo y asco en Las Vegas, pese a ser bastante literal con respecto al texto original, tiene numerosos elementos propios del cineasta que se fusionan a la perfección con la obra de Thompson para recrear en imágenes un pantagruélico “festín” de drogas que desemboca en una aventura de ecos quijotescos donde se fusionan el western tóxico, la road movie paranoica y el terror psicodélico, como veremos en las páginas a continuación [...]




   



5.5.17

VII. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




William S. Burroughs



Mirad, MIRAD bien el camino de la droga antes de
viajar por él y liaros con las Malas Compañías.

W.S. Burroughs

El almuerzo desnudo no es solo un libro centrado en la droga, sino que es una crónica desquiciada y enfermiza de lo que supone ser un yonqui. Por otra parte, es una obra que nos permite conocer cómo la droga actuaba en la mente de su autor, ya que cuando William S. Burroughs la escribió había alcanzado las más altas cotas de su adicción. La heroína había andado de la mano del célebre escritor durante doce años antes de que viera publicada su novela en Francia y durante su etapa en Tánger había usurpado gran parte de la humanidad de su portador, convirtiéndose en la protagonista absoluta de su organismo. Por tanto, la novela es una disección minuciosa del hábito desde dentro, abundante en descripciones prolijas acerca de las sensaciones, rituales, vicisitudes y ambientes que rodean el mundo de la drogadicción.

Si la adaptación que el cineasta David Cronenberg hace de la novela es un claro ejemplo de “celuloide alucinado”, como veremos a lo largo de las siguientes páginas, es precisamente por la decisión del cineasta canadiense de hacernos plenamente partícipes desde un principio del viaje iniciático que supuso para el escritor el proceso creativo que dio lugar a su novela. Tantas drogas tomó Burroughs durante la redacción del manuscrito de El almuerzo desnudo que, según afirma en el prólogo que hizo a posteriori para su más famosa obra, no recordaba haber escrito ni una sola palabra de las que finalmente aparecieron sobre el papel impreso:

Desperté de la Enfermedad a los cuarenta y cinco años, sereno, cuerdo y en bastante buen estado de salud, a no ser por un hígado algo resentido y esa sensación de llevar la carne de prestado que tienen los que sobreviven a la Enfermedad. La mayoría de esos supervivientes no recuerdan su delirio con detalle. Al parecer yo tomé notas detalladas sobre la Enfermedad y el delirio. No tengo un recuerdo preciso de haber escrito las notas publicadas ahora con el título de El almuerzo desnudo.


El almuerzo desnudo, así, como caso paradigmático de “celuloide alucinado” nos descubre la importancia que tuvieron las drogas como detonante de la capacidad creadora de Burroughs. Las anárquicas anotaciones que terminaron integrando el conjunto final del libro fueron escritas en un estado de alteración constante que otorga a la obra ese factor de extrañeza que nos sitúa en una especie de éxtasis literario, gracias a que trasciende los límites de la escritura racional para adentrarse en el territorio irracional de lo alucinado, como un modo de expresión estética capaz de explorar y reflejar visualmente el turbado inconsciente del protagonista [...]




   



4.5.17

VI. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




El almuerzo desnudo, David Cronenberg, 1991



[...] nos centraremos primero en la evolución de la representación de los efectos de la drogas en la historia del cine. En este sentido obviamos, por ejemplo, un buen número de títulos a los que se hace referencia en el recorrido histórico en los que la droga es utilizada como recurso dramático para el desarrollo de la trama, pero en los que, sin embargo, no existe ninguna voluntad de experimentación audiovisual en torno a la representación de las posibles permutaciones mentales derivadas de su uso, entre otros: Más poderoso que la vida (Bigger tan life, Nicholas Ray, 1956), Un sombrero lleno de lluvia (A hatful of rain, Fred Zinnemann, 1957), Clockers (Camellos) (Clockers, Spike Lee, 1995); o igualmente otros que no aparecen mencionados como Yo, Cristina F (Christiane F. Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, Uli Edel, 1981), Pusher: un paseo por el abismo (Pusher, Nicholas Winding Refn, 1996) o Traffic (Traffic, Steven Soderbergh,  2000). Asimismo, extrapolaremos esta restricción a un gran número de films híbridos entre el cine social y la exploitation que, aglutinados bajo la etiqueta de “cine quinqui”, proliferaron en España a partir de finales de los ‘70 y, sobre todo, durante la década de los ‘80, en los que, si bien es cierto que la temática de las drogas era una constante, no existía el más mínimo interés estilístico por plasmar sus efectos en la pantalla, sino que ésta era utilizada como ingrediente exploit y como elemento para denunciar la situación marginal que sufrían sus protagonistas.

En la segunda parte del volumen, mucho más extensa, pues constituye el núcleo central de nuestra investigación, abordaremos la cuestión de cómo el “celuloide alucinado” eclosionó definitivamente con el surgimiento de la posmodernidad. Para ello nos detendremos en el análisis pormenorizado de una serie de películas escogidas que, a nuestro juicio, concentran las cualidades esenciales de este estilo cinematográfico. De esta manera, tomaremos como objetos de estudio tres películas que, en nuestra opinión, resultan ejemplares para entender el concepto de “celuloide alucinado”. Estas películas son: El almuerzo desnudo (The Naked Lunch, David Cronenberg, 1991), Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, Terry Gilliam, 1998) y A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad) (A Scanner Darkly, Richard Linklater, 2006); tres adaptaciones cinematográficas cuyos correspondientes literarios se erigen como obras fundamentales para entender el movimiento contracultural estadounidense en sus diversas fases. En su condición de autores voluntariamente desapegados de las corrientes literarias imperantes, tanto William S. Burroughs (autor de El almuerzo desnudo) como Hunter S. Thompson (autor de Miedo y asco en Las Vegas) y, en menor medida, Philip K. Dick (autor de Una mirada a la oscuridad), cuyo estilo resulta más convencional aunque su temática se muestre igualmente crítica frente a los mecanismos de control impuestos por el sistema, destacan por una prosa iconoclasta, que tiene en la fragmentación y el caos uno de sus principales rasgos formales.




 Miedo y asco en Las Vegas, Terry Gilliam, 1998


Por esta razón estas novelas, en las que los autores reflejan su experiencia directa con las drogas, fueron tradicionalmente consideradas como imposibles de adaptar, tanto por su conflictiva temática como por su separación radical de la narrativa lineal clásica, y no fue hasta que la posmodernidad cinematográfica estuvo bien asentada, más o menos a partir de la década de los ‘90, cuando se rodaron sus respectivas versiones fílmicas. No es de extrañar, por tanto, que hayan tenido que pasar varias décadas para que el lenguaje cinematográfico tuviera el nivel de autorreflexión alcanzado por la novela moderna. Es por esto que consideramos legítimo que no haya sido hasta tiempos tan recientes cuando se han dado las primeras manifestaciones definitivas de “celuloide alucinado”, mientras que desde que el hombre comenzó a habitar conciencias alternativas y aprendió a comunicarse, ha tratado de explicar con palabras las distintas percepciones que las drogas le producen.

De forma que, a modo de síntesis, las razones por las que finalmente hemos decidido elegir estos tres títulos como objetos de estudio principal del ensayo que tienen entre sus manos están directamente relacionadas con la manera que todos ellos tienen de abordar la plasmación de las sustancias psicoactivas en la pantalla fundamentándose en la importancia capital que tiene el individuo como intérprete directo de las alteraciones que los efectos de las drogas producen en su consciencia. Asimismo, hemos de destacar el hecho de que las tres películas sean obras integradas en el contexto del cine posmoderno, dirigidas además por autores con una visión extremadamente personal del medio; y, por último, mas sin restarle importancia, debemos resaltar su condición de adaptaciones cinematográficas de obras literarias de culto escritas por personalidades imprescindibles para entender la relación sociopolítica entre el uso de las drogas como acto libertario y una revolucionaria visión del mundo que se plasmó a partir de la segunda mitad del siglo XX. Las obras en que se basan fueron publicadas, en este sentido, durante la etapa que va de 1959, año en que salió la primera edición de El almuerzo desnudo, a 1977, fecha en la que vio la luz Una mirada a la oscuridad, una época que resultó marcada por la eclosión popular de la contracultura como revulsivo frente al adocenamiento en el que se había sumido la sociedad estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial.



 A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad), Richard Linklater, 2006


Para afrontar el análisis de estas películas, hemos desarrollado un método propio que conjuga diversos aspectos de otros métodos, en la creencia de que es lo que mejor se adapta a los intereses de nuestro estudio, con una especial atención a la noción de “focalización” introducida por Gérard Genette. Si bien, por cuestiones evidentes, hemos de extrapolar la fundamental aportación de Genette, referida originalmente al análisis de textos literarios, para poder aplicarla al lenguaje cinematográfico, por lo que en nuestro análisis utilizaremos la diferenciación establecida por Jost y Gaudreault entre focalización (el saber) y ocularización (el ver – la mirada en tanto posición de la cámara). De esta manera, abordaremos las tres películas que ocupan la segunda parte del volumen desde las más diversas perspectivas, si bien sobre todas las demás imperara un análisis eminentemente cinematográfico que dedicará especial atención a cómo el uso de la ocularización y la focalización interna afecta a la representación de los efectos de las drogas en el texto fílmico, constituyendo así el origen del “celuloide alucinado”. 

Fragmento de la introducción y 5




   



3.5.17

V. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




She Should´a Said No / Wild Weed, Sam Newfield, 1949



[...] Addicted: The Myth and the Menace of Drugs in Film transita, quizás a su pesar, la senda abierta por la fundacional Cocaine Fiends and Reefer Madness, pero también explora nuevos caminos que permiten vislumbrar otros horizontes en torno al “celuloide alucinado”. Así, el libro editado por Jack Stevenson, que se hace cargo de la redacción de cinco artículos de los dieciocho que componen esta obra, resulta tan escrupuloso como su modelo en la selección de títulos “alucinados”, pero más reflexivo en el análisis de los mismos. Asimismo, al estar editado en el año 2000 incluye nuevos films que no aparecían catalogados en su antecesor por cuestiones evidentes.

El primero en seguir la estela marcada por Starks y Stevenson fue Harry Shapiro, periodista británico en cuyo recorrido profesional percibimos un interés manifiesto por establecer la relación entre el mundo de las drogas y el arte, y que en 2004 publicó Shooting Stars: Drugs, Hollywood and the Movies, un texto que examina la imagen que el cine facturado en Reino Unido y EEUU ha dado sobre las drogas desde los inicios hasta los años ‘90, cuestionándose hasta qué punto las películas han propagado una visión mitificada del uso de sustancias. 


Por su parte, Hooked: The Drug War Films in Britain, Canada and the United States (2009), de Susan C. Boyd, se acerca al tema desde el ámbito de la sociología y de la criminología, optando además por una tendencia marcadamente feminista a la hora de abordar los estudios culturales. Boyd relaciona los films sobre drogas que comenta en su libro con la moral imperante en el contexto socio-cultural del momento histórico en el que surgen. De esta manera, los analiza como un reflejo artístico-cultural donde se manifiestan temas sociales como pueden ser la construcción de valores abstractos tales como el de identidad nacional y el de justicia, así como cuestiones más concretas como la legislación criminal. Su trabajo, por tanto, se centra más en estudiar el entorno en el que aparecen los films sobre drogas, así como los ambientes que se retratan en éstos, para adentrarse en la relevancia teórica que surge al vincular la temática de estas películas con su contexto y poder así discutir cómo éstas abordan las cuestiones relativas al tratamiento de raza, clase y género. 


    Hooked in Film: Substance Abuse on The Big Screen (2013), de John Markert, continúa el camino marcado por el estudio previo de Susan C.Boyd desde la evocación del mismo título. Así, Markert intenta explorar cómo la industria cinematográfica ha influido, ya sea negativa o positivamente, en la percepción que la sociedad norteamericana tiene sobre las drogas. La mirada del autor establece una correlación entre las políticas sociales de EEUU, la opinión pública y las diversas formas de representación que el consumo de drogas ha tenido a lo largo de la historia del cine. De esta forma, Markert expone los cambios sociales que se han producido con respecto a las drogas desde 1895 hasta hoy.


Como podemos ver, los pocos libros que tratan la temática de la droga en el séptimo arte o bien se circunscriben a la vertiente más sociológica del tema, o bien se limitan a realizar una enumeración de títulos en los que se utilizan estupefacientes, pero no existen textos divulgativos que analicen con profundidad y rigor cómo se plasman de una manera audiovisual los estados alterados de la conciencia mediante la utilización de sustancias alucinógenas. La intención de este estudio es, por tanto, la de tratar de ampliar, dentro de sus modestas contribuciones, un tema que ha gozado de poca repercusión en los ensayos sobre cine y que, consideramos, puede resultar de interés y abrir nuevas vías dentro del ámbito específico de la bibliografía cinematográfica
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Fragmento de la introducción4




   



28.4.17

IV. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




Cocaine Cowboys, Ulli Lommel, 1978



[...] El problema del que adolecen los pocos estudios [sobre el cine alucinado], además, según afirma [Jack] Stevenson en referencia a Cocaine Fiends And Reefer Madness [Michael Starks, 1982], es que la valoración de los films que ofrecen éstos se basa en demasía, cuando no únicamente, en el grado de realismo alcanzado en la representación de los efectos de las drogas, lo que les lleva a desechar algunos films si entienden que dichas representaciones pueden resultar ridículas o poco realistas a nivel farmacológico. Sin duda, esta forma de valoración parece lógica, aunque dichos prejuicios estético-morales pueden llevar a obviar el evidente interés que tienen los primeros films que trataron el tema de la droga, como por ejemplo el título de culto Reefer Madness (Louis J. Gasnier, 1938), dado que en ellos se ofrecía una visión pretendidamente exagerada de los efectos de la droga que desde la perspectiva actual resulta ridícula, ya que su función principal era advertir de los peligros que conllevaba el consumo de estupefacientes. Es decir, dichos films no están centrados en las drogas en sí mismas, sino en la histeria que las drogas producen en la sociedad.

Por tanto, el término “realismo” es tangencialmente opuesto a la paranoia moralista que tratan de inculcar estas películas. El cine sobre drogas, afirma Stevenson (2000), es un tipo de cine muy reaccionario. Evidentemente, esta asociación que se establece entre el uso de drogas con la perdición moral y la degradación física que atribuye una serie de consecuencias nocivas al consumo de estimulantes lleva aparejada una tendencia a la justificación del tema elegido. Así se explica que, salvo algunos casos excepcionales, todos los films que se centran en el tema de las drogas tiendan a una resolución moralista. Y no hay que pensar que únicamente se ofrece esta visión maniquea de las drogas en los films de los años treinta aunque, dado el contexto en el que se produjeron los mismos, dicho enfoque resulta más evidente e histriónico. Un ejemplo de película reciente que representa a la perfección este gusto por la moralina sería Réquiem por un sueño (Requiem for a dream, Darren Aronofsky, 2000), adaptación de la novela homónima de Hubert Selby Jr. 


La importancia del texto de Michael Starks, Cocaine Fiends And Reefer Madness, como obra seminal sobre el tema es incuestionable. Hemos de reconocer, por tanto, su carácter pionero, pues cuando salió a la luz en 1982, la relación entre cine y drogas no había sido aún explorada por historiadores ni estudiosos del séptimo arte. El hecho de ser la primera referencia seria sobre este tema tiene un valor añadido que no podemos obviar, ya que Starks abrió el sendero para futuros estudios al respecto, facilitando sobremanera el trabajo de localización y catalogación de aquellos films vinculados con las drogas. Por esta razón, hemos de destacar principalmente la inmensa labor de investigación realizada por Starks para recopilar la ingente cantidad de títulos cinematográficos relacionados con las drogas que se recogen en Cocaine Fiends and Reefer Madness. De hecho, el propio Starks era consciente de lo titánico de su labor y así lo manifestó en la solapa del libro donde podemos leer lo siguiente:

Cocaine Fiends and Reefer Madness es una exhaustiva exploración de la historia de la representación de las drogas psicoactivas en las películas que abarca desde el clásico de Thomas Edison Opium Smoker (1894) hasta Cocaine Cowboys (1978). Se incluyen cerca de 400 películas mudas y 1000 sonoras, como poco 500 films sobre el abuso de las drogas, 85 películas experimentales y 135 programas de televisión. Más de 150 instantáneas nunca antes publicadas, muchas de ellas extremadamente raras ilustran el texto.

No podemos juzgar, por tanto, el contenido de Cocaine Fiends and Reefer Madness sin atender al momento histórico y tecnológico en el que se fraguó, y observándolo en perspectiva hemos de reconocer que, pese a que sus planteamientos teóricos no coinciden en gran parte con los nuestros y a que encontramos inevitables lagunas informativas, el trabajo de Starks ha sido punta de lanza para el resto de estudios y, por supuesto, también para el que centra este volumen
[...]


Fragmento de la introducción 3





   



27.4.17

III. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




Chappaqua, Conrad Brooks, 1966


The Trip, Roger Corman, 1967



[...] Pese a contar con antecedentes que se remontan al nacimiento del propio cinematógrafo, el inicio del “celuloide alucinado” aparece directamente vinculado a la gran eclosión contracultural que se produce en la década de los ‘60, con films como Chappaqua (Conrad Rooks, 1966) y The Trip (Roger Corman, 1967) que abrazan la representación audiovisual de los efectos del LSD como elemento principal de su narración. Alcanzando su madurez, por otra parte, cuando el objeto fílmico logra un mayor grado de autorreflexión con la llegada de la posmodernidad cinematográfica en la década de los ‘80. Lamentablemente, el sistema no tardó en comprender los beneficios que le podía reportar la contracultura y los miembros de la generación beat fueron fagocitados por el mainstream, que reconvirtió su revolución en tendencia para recabar beneficios económicos.

No obstante, es de recibo que las expresiones más contundentes de lo que hemos dado en llamar “celuloide alucinado” no se hayan dado hasta épocas próximas. En este sentido, podríamos decir que la manera de entender la utilización de las drogas en el cine, está conectada directamente con el pensamiento posmoderno, puesto que éste tiene una voluntad radical clara que conjuga un posicionamiento manifiestamente contrario a los poderes de control establecidos con una evidente tendencia a la estimulación sensorial. Sin duda, la toma de decisión del medio cinematográfico de hacer al espectador más partícipe, involucrándolo en la construcción de los artificios utilizados en la representación de la ficción mediante el descubrimiento de la tramoya y la deconstrucción del lenguaje audiovisual, favorece sobremanera la transmisión estético-sensorial de la amalgama de sensaciones (confusión, revelación, lucidez, locura…) que se producen en aquél que decide viajar por la senda de las drogas.


Si exceptuamos el libro editado por el norteamericano Jack Stevenson, historiador y arqueólogo del cine más abisal y periférico, Addicted: The Myth and Menace of Drugs in Film (2000) y Cocaine Fiends And Reefer Madness (1982), el texto de Michael Starks cuya importancia como obra seminal sobre el tema es incuestionable, las publicaciones especializadas que han profundizado en la relación estético-temática existente entre cine y drogas son muy escasas. Si bien durante las primeras décadas del siglo XXI ha habido nuevas aportaciones al respecto que han profundizado en el trabajo iniciado por Starks y Stevenson, lo cierto es que dichas publicaciones se han revelado excesivamente continuistas respecto a sus modelos y se han mostrado más interesadas en el contexto social que envuelve al cine sobre drogas, olvidándose de profundizar en un análisis fílmico más específico [...]
Fragmento de la introducción 2





   



26.4.17

II. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017




La máscara de Fu-Manchú, Charles Brabin, 1932



[...] Las drogas [...] han estado vinculadas a las ficciones cinematográficas desde los primeros tiempos del cine silente cuando el uso de estas sustancias era asociado a ambientes exóticos (normalmente fumaderos de opio cargados de humo que nos remiten al mismísimo infierno) y la figura del camello era invariablemente vinculada a emigrantes extranjeros de raza oriental (representados como caricaturescos remedos de Fu-Manchu) que profanaban la candidez de la protagonista (pues lo habitual era que las almas corrompidas por estos malévolos orientales fuera la de inocentes féminas). Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial los nazis ocuparon en muchos films el papel de malvados suministradores de drogas destinadas a corromper a la juventud norteamericana y durante los años de posguerra los alemanes afines al Tercer Reich mantuvieron su rol de perversos narcotraficantes. Así pues, no fue hasta mediados de la década de los ‘50, con el famoso Código Hays más debilitado, cuando el cineasta Otto Preminger decidió hacer caso omiso de la calificación negativa que la censura otorgó a su película El hombre del brazo de oro (The Man With the Golden Arm, Otto Preminger, 1955), donde se narraba la historia de un adicto a la heroína, y optó por distribuirlo de manera independiente. Esta decisión marcó un hito que hizo que la relación entre cine y drogas empezara a ser observada de una manera más seria por Hollywood, que comenzó asimismo a incluir películas de esta temática en sus producciones. 

No resulta baladí que la acción del film de Preminger se desarrolle en los ambientes noctámbulos y subterráneos en los que se movían los músicos de jazz de la época. El mundo del jazz se caracterizaba en aquellos años por practicar un desenfrenado estilo de vida alejado de las buenas costumbres burguesas que, como veremos a lo largo de este trabajo, influyó directamente en la filosofía vital y literaria de la Beat Generation, cuyo uso de las drogas se convirtió en parte muy importante de la rebelión que los jóvenes beatniks emprendieron contra el adocenamiento del sistema. En este sentido, la necesidad de revelarse ante la falsedad que subyacía bajo la máscara de la felicidad capitalista impuesta desde el american way of life fue el origen de los primeros movimientos contraculturales surgidos subterráneamente durante mitad de la década de los ‘50 y que eclosionaron a nivel más general en los primeros ‘60. En cine, fue la época en que empezaron a observarse los primeros atisbos de un estilo que retrataba los estados alterados por  drogas, abriendo camino a una reflexión audiovisual seria donde comenzaran a manifestarse las posibilidades estilísticas que tenía la visualización de los efectos de las drogas en la pantalla [...]





   



25.4.17

I. "CELULOIDE ALUCINADO. LOS ESTADOS ALTERADOS POR DROGAS EN EL CINE POSMODERNO", José Ramón García Chillerón, Santander: Shangrila 2017





[Encuadre] libros nº 6
268 páginas (64 con fotos a color)


El cine, entendido desde su concepción más radical de “fábrica de sueños”, y las drogas, principalmente las psicodélicas por su mayor capacidad alucinógena, comparten la cualidad de trasladarnos a otros mundos a los que nos resultaría imposible acceder sin traspasar los márgenes de nuestra realidad cotidiana. Partiendo de esta conexión fundamental, y dadas las inmensas posibilidades que ofrece el medio cinematográfico a la hora de experimentar con la imagen y el sonido para reproducir alteraciones sensoriales que seríamos incapaces de apreciar de manera racional y voluntaria, no resulta extraño que, casi desde sus inicios, el séptimo arte haya sentido una curiosidad manifiesta por racionalizar las sensaciones derivadas del uso de drogas, intentando trasladar los estados alterados de conciencia a su propio lenguaje narrativo.

El “celuloide alucinado” es ese estilo cinematográfico que traslada la representación de los estados alterados de la mente al texto fílmico, de tal forma que si la plasmación de los efectos de las drogas fuera suprimida, el desarrollo del mismo dejaría de ser coherente. De este modo, la expresión gráfica del texto ha de unirse con la narración en sí misma. El concepto de “celuloide alucinado” no abarca, por tanto, todas las películas cuya temática gira en torno a las drogas, sino que únicamente comprende aquellas cuyas imágenes reflejan las distorsiones derivadas del uso de sustancias psicotrópicas mediante la utilización de recursos expresivos propios del lenguaje audiovisual. De esta manera, los films adscritos al “celuloide alucinado” son aquellos en los que el público experimenta, a través de su confrontación con el texto cinematográfico, los cambios perceptivos que se producen en la mente de quien decide alterar su estado mental con drogas. En este sentido, resulta muy reveladora la capacidad intrínseca del lenguaje cinematográfico para reconducir su propio proceso narrativo en cualquier momento y sin previo aviso a través del montaje, existiendo así la posibilidad constante de producir en el espectador un estado de confusión inmediata
.


José Ramón García Chillerón (Murcia, 1976). Licenciado en Historia del Arte y Periodismo por la Universidad de Murcia, Master en Historia y Estética de la Cinematografía por la Universidad de Valladolid y Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Murcia. Apasionado del New Journalism y la Beat Generation ha escrito sobre cine y televisión en diversas publicaciones como Miradas de Cine, Contrapicado.net, Revista Fantastique, Pasadizo.com, Kane 3, Cahiers du Cinéma España, Periódico Diagonal, Culturamas y La Opinión de Murcia, entre otras. Actualmente trabaja en la Filmoteca Regional de Murcia y está preparando un libro sobre Sergio Leone.