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25.3.23

RESEÑA DE "MI VIDA EN CIFRAS", Raymond Queneau, Valencia: Shangrila 2023.



Reseña de Mi vida en cifras, de Raymond Queneau en Valencia City.
Por Rafael Ballester Añón.


Raymond Queneau


La editorial Shangrila recupera en un único volumen tres relatos del escritor francés.

El poeta y escritor Raymond Queneau (El Havre 1903- Paris 1976) comenzó vinculado al movimiento surrealista del que se distanció; fue cofundador de Oulipo (iniciales, en francés, de  Obrador de literatura potencial), grupo de experimentación  literaria creado en 1960; se proponía crear obras  a partir de  premisas o limitaciones matemático-formales autoimpuestas; estaba constituido por escritores y matemáticos; entre sus miembros habían nombres tan ilustres como George Pérec, Marcel Duchamp o Italo Calvino.

Queneau fue también miembro destacado del Colegio de Patafísica —concepto tomado del presurrealista Alfred Jarry, que  lo definía como «un saber de  las excepciones» y la  postulaba  como  una «ciencia de  las soluciones imaginarias»—. Queneau es autor de títulos de notable nombradía como Ejercicios de estilo o Zazie, en el metro.

La editorial Shangrila acaba de publicar un breve y exquisito volumen que acoge tres textos de Queneau: Mi vida en cifras, Autobiografía amañada y El apartamento. Los acompaña un prefacio del escritor Pierre Bergounioux, un posfacio de Manuel Arranz —traductor, a su vez, de todo el libro— y  unas sobrias ilustraciones de Claude Stassart-Springer.

En Homo numericus, el prefacio de Bergounioux, éste asegura que nada tan absurdo como introducir la exactitud numérica en la futilidad de la vida cotidiana, habida cuenta de que las matemáticas tienen su origen en la pura abstracción. Los grandes eventos son susceptibles de cálculos geométrico-algebraicos, pero la mediocre rutina de la vida individual se adapta mejor  a una aprehensión intuitiva y meramente práctica. De este modo expone su admirativo desconcierto ante la inversión de procedimientos que emplea Queneau.

En su posfacio titulado El color de los cangrejos de rio, Manuel Arranz nos recuerda que en mayo de 1942, Queneau asistió en París a una interpretacion de El arte de la fuga de J.S Bach, con su amigo Michel Leiris, al que comentó que sería interesante hacer algo parecido en literatura. Ese fue el origen de componer 99 variaciones sobre un tema trivial, un pequeño incidente anodino en un autobús, del que surgió los mencionados, Ejercicios de estilo (1947), que está considerada su obra maestra. Aplicó pues de fórmulas músico-matemáticas a la escritura creativa.

En este orden de cosas, citemos un fragmento de Mi vida en cifras:

«Me presento, Prosper Rimbaut, un apellido de 7 letras precedido de un nombre de 7 letras. Si añado que mi otro nombre es Adhémar, a nadie le extrañará ya que mis señas de identidad oficiales formen un total de 21 letras, cosa que es tanto más curiosa puesto que yo nací el 21.2.1921, y lo que es más, soy uno de los 212.121 empleados del Crédito Interregional de Nitratos, sociedad anónima con personal y capital variables, capital que asciende a 2.121.212.121 francos con 93 céntimos […].

Vivo en la nº 19 de la rue Lemercier en la puerta 17, en el 5º piso en un apartamento de 1, sola habitación por la que pago 10. 030 francos al mes, los 30 francos son para los buenos amigos».

En cuanto al relato Autobiografia amañada, se puede leer:

«La niñita que seguía allí parecía aburrirse.

Me dijo:

— Puedo transformarte en lo que yo quiera.

No iba a entablar ninguna conversación con aquella niña y, como antes, me limité a sonreírle y seguir mi camino. Fue entonces cuando me tocó con la varita mientras pronunciaba estas palabras:

— Eres un coche.

Me paré de golpe y me sentí obligado a ponerme a cuatro patas».

Humor intelectual, excéntrico, irrecusablemente francés, con su gusto por los modelos lógico-formales y las restricciones en cuanto incentivos compositivos. Pero no es ésta una invención del todo nueva: las complejas demandas técnicas de un magistral soneto barroco —pongamos por caso— son otra forma de matemática clandestina.

En varios aspectos Raymond Queneau nos recuerda a nuestro Ramón Gómez de la Serna. Dentro de sus respectivos ámbitos, han sido paladines de un tipo de vanguardia lúdica. El gusto pues por las idées recués y la literatura convencional, no fueron su fuerte.


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23.3.23

NOVEDAD: "HOSPITAL ALEMÁN", Mariel Manrique, Valencia: Shangrila, 2023.



300 páginas - 14x20 cm. - Valencia: Shangrila, 2023




Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. 

Héctor Viel Temperley, Hospital Británico, 1986.




MARIEL MANRIQUE.
(Buenos Aires, 1968). Estudió leyes e historia del arte. Ejerció la docencia universitaria en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Ha escrito ensayos sobre literatura y artes audiovisuales, publicados en diversos medios de América Latina y España. Integra el equipo de redacción de la revista española Shangrila y codirige, para Shangrila Ediciones, la colección Contracampo, en la que ha traducido a diversos autores. Publicó los poemarios La constelación de Andrómeda (Crack-Up, 2008), Descartes en Holanda (Paradiso, 2010), Cómo nadar estilo mariposa (Paradiso, 2011), Flores en la boca (Paradiso, 2012), Rehenes (Crack-Up, 2020 - Shangrila, 2020), el ensayo Magdalena Montezuma. Musa, máscara y muñeca (Shangrila, 2016) y la recopilación de textos sobre cine Un proyector en Finisterre. Cine y demolición (Shangrila, 2020). 

Hospital Alemán es su trilogía sobre el cuerpo, que reúne en un solo volumen Descartes en Holanda, Cómo nadar estilo mariposa y Flores en la boca, publicados originalmente en Buenos Aires por la editorial Paradiso.   


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20.3.23

NOVEDAD: "NO ESTOY ACOSTUMBRADA A LA ESPERANZA", Everilda Ferriols, Valencia: Shangrila, 2023.



172 páginas - 14x20 cm. - Valencia: Shangrila, 2023



Un verso de Emily Dickinson, No estoy acostumbrada a la esperanza, sirve a la autora de título a su primer libro de relatos. Unos relatos que quizá solo tienen en común recoger las voces de mujeres que no están acostumbradas a la esperanza. Unos más pegados a la realidad, otros con algún elemento de difícil explicación, algunos teñidos de tristeza, otros de perplejidad ante el mundo.

Mujeres que hablan sobre sus pasiones, sus frustraciones, sus temores, sus vidas pero también sobre lo que imaginan, ven y escuchan a su alrededor. 



EVERILDA FERRIOLS.
Nació en Valencia. Licenciada en Filosofía. Bibliotecaria. Su actividad profesional siempre ha estado ligada al libro, la lectura, las bibliotecas.
Ha publicado numerosos artículos en revistas profesionales como Mi biblioteca, Revista de la biblioteca Valenciana o Spagna contemporánea, también en libros colectivos sobre la materia como Fidelitats a contra-corrent (2018) o La Biblioteca valenciana (2010).
Ha colaborado en la revista Laberintos, en Posdata (suplemento cultural del diario Levante-EMV) y en la revista literaria Turia.


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16.3.23

NOVEDAD: "LA ENDEMONIADA Y OTROS RELATOS", Miguel Ángel Hernández Saavedra, Valencia: Shangrila, 2023.



198 páginas - 14x20 cm. - Valencia: Shangrila, 2023



En La endemoniada y otros relatos confluyen la nuda descripción, el arabesco narrativo y un sustrato poético de sabor antiguo, más próximo a la memoria que a la imaginación. Algunos cuentos participan de un mal presentimiento: un sentido de la ruina, del trastorno, un presagio del fin de los tiempos. Varias historias orbitan alrededor de los astros del amor y el desamor. Las huestes morbosas del deseo hacen acto de presencia, así como el sentimiento de culpa y la desinhibición. Otras peripecias abundan en ironías: sobre la transmisión de saberes y afectos, en particular; y, en general, sobre la humana necesidad de producir chivos expiatorios, imágenes deshumanizadas de nosotros mismos. El relato que da título al libro constituye un exotismo literario: los vetustos autos de fe, con sus tribunales y llameantes parafernalias, conectan con los exorcismos contemporáneos, bajo el auspicio de lo políticamente correcto. 

Tras sus incursiones en los ámbitos de la poesía y del ensayo, estos cuentos de MAHS (acrónimo del autor) expresan un desasosiego teñido con frecuencia de humor. La alegría de las formas se sobrepone al fatalismo y se convierte en estilo: herramienta inadvertida, mientras se emplea, que tiene al lector como destinatario. Al héroe, al traidor, al renegado, al perseguido, al creyente, al indeciso, al erudito, al amante, al experto, al triunfador. 



MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ SAAVEDRA.
(Madrid, 1969). Doctor en filosofía y profesor. Autor del ensayo Ortega y Gasset: la obligación de seguir pensando (Dykinson, 2004), del poemario El misterio sinfónico de la nieve (Shangrila, 2020) y de Pequeñas teorías: miniaturas (a)filosóficas sobre alma, mundo y Dios (Shangrila, 2021). Entre otros escritos de menor extensión, también publicados por la editorial Shangrila, figuran los siguientes títulos: “Huellas, columpios y fantasmas”, “CCCParadjanov”, “Ni una palabra de verdad”, “Escribir según Clarice, con la gracia de Spinoza y Kafka”, “Tempus nivis” y “Los salvajes del Ponto”. En Frontera D (revista digital) están disponibles varios opúsculos: “Ahora y en la hora”, “La escritura del paraíso”, “Para una arqueología del vestigio”, “Baelo Claudia: apuntes de playa y terremoto”, “La ilusión de la escuela: sobre el futuro de una institución dominada por curas, pedagogos y tecnócratas” y “Desde el alma a los pies: cincuenta apotegmas entre lo clínico y lo ético”. Con La endemoniada y otros relatos, el autor se adentra en el mundo de los cuentos.


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13.3.23

NOVEDAD: "MI VIDA EN CIFRAS", Raymond Queneau, Valencia: Shangrila, 2023.



50 páginas - 14x20 cm. - Valencia: Shangrila, 2023




Precisamente allí me encontraba el 29 de marzo de 1957 degustando el 5372avo cruasán de mi existencia (empecé tarde con los cruasanes pues al principio mis medios no me permitían más que las tostadas), cuando ―pero antes tengo que completar los datos que estaba facilitando sobre mi alimentación: esas medias no incluyen el sábado, ya que el sábado me permito alguna licencia. Me permito el azúcar, el almidón, el ácido yodhídrico, el anhídrido sulfuroso, etc…, cosas todas ellas que me prohíbo el resto de la semana.


Mi vida en cifras se parece a los intentos autobiográficos del autor, serios o no… En principio, bajo la forma de una oda a las matemáticas en la que todo es un pretexto para las piruetas algebraicas, en la que el recuento obsesivo (del número de horas trabajadas a la cantidad de cruasanes ingeridos) marca la eggsistence del narrador; luego, bajo la forma de una ficción inconclusa, la Autobiografía amañada. Todo describe una existencia banal finalmente perturbada por la locura creativa. 

La locuacidad de Queneau, una oscilación permanente entre sueño y realidad, entre literatura y lenguaje oral, nunca se separa de un humor erudito destinado a deleitarnos. El Colegio de Patafísica que Queneau integró, junto con Boris Vian o Max Ernst, no está lejos. Cada texto, repleto de picardía, despedaza el punto de vista tradicional y educado, y constituye una mirada nueva del mundo. 


RAYMOND QUENEAU.
(1903-1976). Colaboró en La Révolution Surréaliste desde 1924 hasta que rompió con André Breton. En 1937 comienza a trabajar para Gallimard y en 1954  dirige la Enciclopedia de La Pléyade. Entre otras obras es autor de Le Chiendent (1933), Les Derniers Jours / Los últimos días (1936), L’instant fatal / El instante fatal (1946), Pierrot mon ami / Mi amigo Pierrot (1954), Le Dimanche de la vie / La alegría de la vida (1952), Exercices de style / Ejercicios de estilo (1947), Zazie dans le metro / Zazie en el metro (1959), Le Vol d’Icare / El rapto de Ícaro (1968). Desde 1950 fue miembro de la Academia de Patafísica y desde 1951 de la Academia Goncourt. Su obra abarca la novela, la poesía, el ensayo, los aforismos...


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12.3.23

SHANGRILA CLUB (389): "Solitude", Ben Webster



          Que la noche sea leve.


9.3.23

y IX. "AL HILO DEL ORIGEN. CRÍTICAS, RESEÑAS, PRÓLOGOS... Y OTROS TEXTOS", Manuel Vidal Estévez, Valencia: Shangrila, 2023




VIVIR COMO UN MUERTO SIN SER UN ZOMBI.
CARLOS PÉREZ MERINERO, IN MEMORIAM



Carlos Pérez Merinero


 
Tengo para mí que si Don DeLillo hubiese conocido a Carlos (Pérez Merinero) lo hubiese escogido para uno de los protagonistas de su poco conocido texto titulado Contrapunto. Sin duda hubiese visto en él un buen ejemplo de lo que llama “artista adepto a la soledad”. Acaso uno de los más sobresalientes. O por lo menos a la par que Thomas Bernhard, Glenn Gould, o Thelonius Monk, a los que selecciona como protagonistas. 

Artistas todos ellos a los que, DeLillo, como digo, califica de adeptos a la soledad. Y de quienes afirma que viven al borde de esa “inmensidad psíquica, otro mundo de hielo y tiempo e introspección invernal”. Palabras que, a mí juicio, no son mala definición de la soledad, definición poética, pero definición al fin y al cabo: “inmensidad psíquica, otro mundo de hielo y tiempo e introspección invernal”.

No sé si a Carlos le hubiese gustado la definición. Yo creo que le habría parecido demasiado rebuscada; él era más directo y sencillo. Pero de lo que no me cabe duda es que la habría considerado una buena descripción de su manera de entender la vida. Y de vivirla; como hizo, por lo menos en sus últimos años.

Ninguno de ustedes conocerá el texto de Carlos titulado La suerte esquiva, un diario que escribió durante algún tiempo y que jamás ha visto la luz de su publicación. Léanlo tan pronto como puedan. En él se ve mejor que en ningún otro texto ese mundo de hielo y tiempo del que habla DeLillo. Tendrán ocasión de comprobarlo cuando lo lean. Espero que alguna editorial tenga la valentía de publicarlo. Es su particular testimonio memorístico, su Árbol de la vida, por citar el libro de memorias de quien da nombre a la biblioteca que hoy nos acoge: Eugenio Trías.

De todos modos, lo que me hizo pensar en DeLillo y su texto Contrapunto, no fue tanto este diario desconocido sino uno de los comentarios escritos por Carlos a los poemas del guion El esqueleto de Bergamín, que, además de ilustrarlos magistralmente, cinematografió con eficiencia Ion Arretxe. Como acabamos de visionarlo, lo recordarán fácilmente. 

A partir de la palabra “enterrar”, Carlos (Pérez Merinero) por voz de Juan Diego, dice: “En mi condición de misántropo, me gusta una de las definiciones que da el diccionario de “enterrar”: retirarse uno del trato de los demás, como si hubiera muerto”. 

No me digan que no hubiera visto DeLillo en estas palabras a un artista adepto a la soledad. “Retirarse del trato de los demás”. Con ello Carlos rindió homenaje involuntario al dictum sartriano, “El infierno son los otros”. Y digo involuntario porque creo que a la amabilidad y cortesía de Carlos le iría mucho mejor lo que dejó escrito Ortega y Gasset; como es una frase que me encanta, he citado a menudo y suscribo plenamente, no me privo de citarla. Dice así: “El que nace solitario jamás hallará compañía que no sea una ficción”. No me la invento, no se crean. Ya me hubiera gustado inventarla. La pueden encontrar en el capítulo sobre Kant del Triptico. Mirabeau o el político, Kant-Goethe. Más que culpar a los otros, a la manera de Sartre, Carlos buscaba, urdía, ficciones a modo de compañía. 

¿Y no es esto acaso lo que hace todo adepto a la soledad?: Urdir ficciones Sean del tipo que sean. Literarias, cinematográficas, musicales, también patológicas, incluso sentimentales, me atrevería a decir. Porque qué es el amor sino una ficción que uno se construye según sus necesidades varias.

En todo caso, yo matizaría la frase complementándola, afirmando “sea artista o no”. Diría así, entonces: “El que nace solitario, sea artista o no, jamás hallará compañía que no sea una ficción”. De este modo no se dejan de lado ni a los lectores ni a los espectadores. Unos y otros tiene el mismo derecho a “retirarse del trato de los demás”, por diferentes que sean sus caminos.

La segunda parte del enunciado de Carlos, afirma “como si hubiera muerto”; y ello implica, una radicalidad sin paliativos. Radicalidad que, sin duda, podrán observar en La suerte esquiva, el texto, o diario, del que les hablaba hace un momento.

Muchas veces, Carlos y yo recordábamos una película que nos gustaba mucho a ambos. Me estoy refiriendo a Yo anduve con un zombie (I Walked with a zombie) la película de Jacques Tourneur, de 1943.

 He dicho que a ambos nos gustaba mucho. Pero debo añadir que a él le fascinaba mucho más que a mí. El personaje de Jessica (Christine Gordon), la mujer del administrador de las plantaciones de la película, le trajo durante algún tiempo por la calle de la amargura. No, no era porque le gustase mucho la actriz que lo representaba, que era casi desconocida. No. Carlos no era ni mucho menos un mitómano facilón que se quedase colgado de un cuerpo que sabía de sobra que no era más que una imagen inerte. Detestaba toda mitomanía, y en especial la alimentada por los actores, fueran del género que fuesen. Lo que le atraía del personaje era su peculiar forma de vida, su modo irreversible para retirarse del trato de los demás. En definitiva, su forma de estar muerta siguiendo viva. Su condición, en suma, de zombie. 

Más de una vez me confesó, medio en broma medio en serio, que esa era la manera que a él le gustaría estar en el mundo. Como un zombie, sí; pero sin serlo –añadía. Dicho de una manera menos sofisticada, lo que a Carlos le fascinaba era una forma de hacerse el muerto que todos aceptasen como una calamidad insobornable, como una enfermedad que no había más remedio que soportar, frente a la que no cabía decir absolutamente nada. 

Para decirlo con pocas palabras: Carlos prefirió progresivamente vivir como un muerto. Y yo creo que, los últimos meses de su vida, los que de algún modo describe en su diario La suerte esquiva, lo consiguió plenamente. Todo el mundo lo respetaba. Se extrañaban, pero nadie decía ni mu al ver su actitud. Todo lo contrario. Yo diría que fue en esta época, en la que se hacía el muerto y se atrincheró en su casa, cuando hizo los amigos que más le adoran hoy en día. Tampoco fueron muchos, no crean.

Recordar. Una vez más. “En mi condición de misántropo, me gusta una de las definiciones que da el diccionario de “enterrar”: retirarse uno del trato de los demás, como si hubiera muerto”. ¿Qué más hubiese necesitado DeLillo para incluirlo junto a Thomas Bernhard, Glenn Gould y Thelonius Monk en ese inventario de soledades que es su texto Contrapunto. Tuvo mala suerte DeLillo al no conocer a Carlos (Pérez Merinero). Su texto Contrapunto se resiente de ello.

Esto me trae a la memoria, además, una cita de Foucault para quien “La huella del autor está solo en la singularidad de su ausencia; al escritor le es asignado el papel de muerto en el juego de la escritura”. La escritura no sería tanto la expresión del sujeto que escribe cuanto la apertura de un espacio en el que el sujeto que escribe no cesa de desaparecer. 

Como sin duda sabrán, Carlos pasa por ser escritor de novela negra. Escribió muchas otras cosas, ahí está para demostrarlo, la colección diseñada por su hermano David. Pero la llamada novela negra es un género que sin duda, cultivó con ahínco y le ha otorgado una cierta imagen de marca. Una práctica que le propicio hacer guiones. Y una imagen de marca que se singulariza por asumir a un asesino como protagonista. A diferencia de otros autores, no es un detective, o un guardia civil, o cualquier otro sujeto de orden, quien deja su huella en el texto, sino un asesino, que, por lo general, provoca muertes por doquier. Y muertes bastante chirriantes. Todas ellas tratadas con violencia, sí, pero sobre todo con humor. Es decir, según Foucault, a Carlos le gustaba hacerse el muerto matando. Pero también se podría decir que le gustaba desaparecer tras la imagen de un asesino, como intentaba desaparecer tras los directores con los que escribía guiones. Diferentes formas de alimentar esa ausencia, esa peculiar manera de desaparecer, de la que habla Foucault. ¿No es desaparecer una forma de estar muerto? ¿De aparentarlo, al menos? 

De esto está hecha la singularidad de Carlos (Pérez Merinero). Curiosa paradoja en alguien que personalmente no era capaz de matar una mosca, dicho sea, literalmente y en todos los sentidos. Y curiosa paradoja la de hacerse el muerto trabajando sin parar. Y curiosa paradoja la de estar con alguien, pero a la vez radicalmente solo. Un muerto, en suma, muy vivo, pero muy vivo; un muerto-vivo, es decir un zombie; pero que no es tal. El colmo de lo paradójico. 

Lo paradójico es lo que mejor enuncia la obra y la personalidad de Carlos (Pérez Merinero). Si alguien quiere hacer una tesis doctoral sobre él y su obra, no tendrá más remedio que teorizar sobre sus paradojas. Y le costará lo suyo. Porque pocas personas, muy pocas, podrán testimoniarlo. Quienes hace tiempo dejamos atrás el estructuralismo sabemos que tan importante como el texto es la biografía del autor, su tiempo, sus circunstancias históricas, sus condiciones de escritura, su época, en definitiva. Aquí tendría que volver a citar a Sartre y su psicoanálisis existencial. Pero, tranquilos, no lo voy hacer. Bastará con decir que en realidad los textos de Carlos son una invitación continua a equívocos y malentendidos; encierran multitud de trampantojos. Lo que le inyectan su energía y vigor son, en realidad, sus extremos: criminalidad y humor, generosidad y cicatería, angustia y alegría, seriedad y cachondeo, simpatía y hostilidad, angustia y sosiego, cortesía y mala leche, acracia y disciplina…. En fin, toda una serie de extremos tan antagónicos como radicales que le otorgan interés y gracia tanto a la obra como a la persona. Pero la persona, su biografía, será importante para quien afronte una tesis doctoral sobre Carlos (Pérez Merinero).

Con espléndido arte DeLillo describe en Contrapunto las historias de unas soledades rotundas, que nos dejan impresionados tal vez porque las vemos como soledades increíblemente sólidas, tenaces y tajantes. Soledades radicales y perfectas. Pero a las que, a mi juicio, les falta un toque, o complemento, que las vuelva de pedernal. Les falta, dicho en plata, la compañía de Carlos (Pérez Merinero). 

Él es la única presencia que haría menos críptica la frase: “El artista, adicto a la soledad, vive al borde de un mundo de hielo y tiempo e introspección invernal”. Una frase que parece inventada no para que se comprenda fácilmente, sino como una excelente metáfora de la manera de vivir de Carlos (Pérez Merinero). 

¡Qué duda cabe! Él sí se construyó una soledad de pedernal, de auténtico pedernal. Los que lo conocimos, lo sabemos de sobra. Lo sabemos y lo padecimos. Para corroborarlo no hay más que leer La suerte esquiva, el diario al que me he referido y que ustedes todavía no conocen; sus memorias póstumas, por llamarles de algún modo. Su árbol de la vida, que podría decir Eugenio Trías. Un árbol, ciertamente, árido, seco y muy poco alegre.


Texto leído el 8 de febrero de 2017 en la biblioteca Eugenio Trías,
de Madrid, con motivo de un homenaje a Carlos Pérez Merinero.






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8.3.23

VIII. "AL HILO DEL ORIGEN. CRÍTICAS, RESEÑAS, PRÓLOGOS... Y OTROS TEXTOS", Manuel Vidal Estévez, Valencia: Shangrila, 2023




POR SUPUESTO QUE EL PASADO NO NOS ABANDONA;
CLARO QUE NO. UNA PRUEBA
[Fragmento inicial]




 
Por aquél entonces, año 1985 y siguientes, del pasado siglo, llevaba un diario. Sin ningún afán particular. De ningún tipo. Menos aún literario. Si acaso quería solo dejar constancia del hacer cotidiano: dejar constancia de las películas que veía; los libros que leía; del ganapán en Fila 7, el programa de la segunda cadena de televisión en el que trabajaba; las proyectos de películas que se me ocurrían; alguna que otra vivencia curiosa, y pocas cosas más. Lo hacía, ya digo, sin pretensión alguna; solo para poder recordarlo todo mejor. No imaginaba, por supuesto, que un día, pasado el tiempo, me serviría para algo más que recordarlo, o para recordarlo y algo más, como se quiera, que tanto monta. Este hacer de ayer me facilita la tarea de hoy. Dicho de otro modo, el hacer de ayer se convierte en el quehacer de hoy. Confío en que unas quisicosas y otras ofrezcan el perfil de aquella mi circunstancia entonces, o por lo menos su esbozo; al menos algo, si no todo. Ya lo decía Ortega: “Nuestra vocación oprime la circunstancia, como ensayando realizarse en esta. Pero esta responde poniendo condiciones a la vocación”. ¡Cuánta razón tenía Don José! Mi vocación era el cine. Al menos, eso creía. Y lo sigo creyendo. Por esta razón escribía guiones. Los escribía para intentar, claro, realizarlos. Pero acaso este fervor temprano me ayudó a comprender que aquello que sentía como íntima necesidad tropezaría una vez y otra con el contexto, eso que así suele llamarse y que colabora sin cesar en fundir los anhelos personales. ¡El contexto!, ¡El puto contexto! Cuando no era Franco fue el Partido Socialista, llamado Obrero Español, no sabemos si como una broma de mal gusto o por pura ironía; quizá por pura ironía; es más cruel. De ahí que acabé optando por otra cosa, aunque en las fechas que transcribo del diario todavía no lo parezca. Otra cosa que incluyese el cine, claro, pero que no requiriese contar con la gente, con tanta gente, por lo menos; ni siquiera para hablar; que no obligase a frecuentar bares, como decía entonces; los detesto; los bares, digo. Personas, me bastan con unas pocas. Bares, solo cuando no hay más remedio. La gente, congregada en bares, círculos, partidos o templos, huye de la soledad. Y yo siempre he sido más solitario que sociable. “El que nace solitario, jamás hallará compañía que no sea una ficción”, otra vez Ortega. Soy lo que se dice austero. Para bien y para mal. Siempre he sabido vivir con poco. En realidad, la vida siempre me ha parecido un sendero hacia el fracaso; un método para desembocar a su pesar en el fracaso. Sobreponerme a ello no era más que hacer de la necesidad virtud. La mujer ha sabido siempre otorgarme la energía necesaria para conseguirlo. Ellas, sí, merecen toda mi gratitud y respeto. Lo saben, las que deben saberlo. No necesito nombrarlas. Tampoco son muchas. Solo las justas. Así que no le daré más vueltas. Compartiré lo escrito antaño con los curiosos interesados de hogaño. Iré, pues, a ello, sin más. Reproduciré no solo las referencias al guion que en esta ocasión que nos ocupa se titula La suerte de cada uno. Fue el guion que estuvo más cerca de hacerse, le faltó el canto de un duro para convertirse en película. Pero no se hizo. Tampoco lo hice. Los que suponía que entendían, me confesaron su incomprensión; me lo dijeron abiertamente, no veían en el guion lo que les decía; Casi siempre me callé. Sin casi, siempre me callé. En lo que transcribo cuento más o menos, cómo pasó y qué pasó. Nada del otro mundo, por supuesto; nada especial; no os hagáis ilusiones; tendríais que destruirlas. Habrá miles de guiones en este país que también fueron víctimas de lo mismo. Sin embargo, ahora considero una gran suerte poder publicarlo en esta colección, la colección de Carlos Pérez Merinero, gracias a su hermano David, que se toma el trabajo de editarlos, como excelso animador de cadáveres que se empeña en ser, ya se lo he dicho alguna vez. Otros quisieran lo mismo, ya lo creo. No animar cadáveres, asunto que está solo al alcance de unos pocos, sino publicarlos. Digo. Vivirlo es un placer. Naturalmente. Pero, en fin, además de lo referido a él, al guion, claro, cuento algún que otro avatar, sin duda; pero serán pocos, de entre los muchos que podría contar de aquella cotidianeidad en ocasiones bastante movida. Seré fiel al máximo; totalmente; excepto alguna que otra corrección de estilo, que, seguro, será mínima, lo transcribiré tal cual. Aquí va, pues, un poco de mi día a día de antaño. Más de treinta años. Para que no se diga que no pasa el tiempo. ¡Joder!, ¡Joder!, ¡Joder!, ¡¡que no pasa el tiempo!!

Madrid, lunes, 11 de marzo de 1985
Desde hace algún tiempo, todos los lunes que estoy en Madrid trabajo con Carlos en un guion a partir de una idea que le he propuesto. A este respecto no recuerdo haber anotado nada en estas páginas. Estoy casi seguro de ello. Se trata de una adaptación muy libre de la novela corta de Stevenson El pabellón de los Links, sobre la que probablemente sí habré dejado constancia de mi deseo de adaptarla en algún rincón de este diario. La leí hace al menos dos años, y la comenté con Santiago Sylvester, cuando ambos trabajábamos en aquél “laburo” del Ministerio de Hacienda en el que nos conocimos. Lo recuerdo con claridad. 
Compré la novela en el VIPS de López de Hoyos, en uno de esos paseos por las librerías que acostumbraba hacer al salir del trabajo. La leí de un tirón y la aparté en un cajón ya con la idea de adaptarla. Desde entonces no he dejado de tenerla presente como posible fuente de una película, a pesar de que la adaptación a la actualidad no me parecía fácil.

Madrid, sábado, 13 de abril de 1985
Sábado. Trabajo todo el día en el guion (La suerte de cada uno, que así se titula).

Madrid, viernes, 3 de mayo de 1985
Un libro infinito: Centuria, cien breves novelas-rio, de Giorgio Manganelli. Una poderosísima imaginación literaria al servicio del nihilismo más radical y socarrón. Centuria es como un frasco de grageas contra la ceguera que producen todos los idealismos. Un libro inagotable, capaz de acabar con uno, si uno es capaz de prestarle la atención que requiere [...]


Fragmento inicial del prólogo al guion
La suerte de cada uno, número 28 de la colección Carlos Pérez Merinero.






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