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6.5.23

y V. "PARA UNA ECOLOGÍA DE LAS IMÁGENES", Peter Szendy, Valencia: Shangrila, 2023.




LA ICONOMÍA A LA MEDIDAD DEL UNIVERSO






Partamos esta vez de una vieja imagen (data de 1745): un grabado de William Hogarth titulado La guerra de las imágenes (así podríamos traducir, entre otras versiones, su título original, The Battle of the Pictures). La inscripción en la parte superior del grabado sugiere que se trataría de una imagen auto-publicitaria, ya que —leo e intento traducir lo más literalmente posible— “el portador de la presente [de esta imagen que tengo entre las manos] está autorizado (si lo considera apropiado) a constituirse en adquirente [o mejor dicho en oferente, porque sin duda se trata de una subasta] de las imágenes de Mr. Hogarth, que deben ser vendidas el último día de este mes”. (1)

1. The Bearer hereof is Entitled (if he thinks proper,) to be a Bidder for Mr. Hogarth’s Pictures, which are to be sold on the Last day of this Month.

La imagen que tengo entre las manos es pues una imagen cuya función es permitir comprar imágenes: promete poder ser intercambiada, si no por otra imagen, en cuyo pago consistiría, al menos por la posibilidad de adquirir otras imágenes. Es una imagen que describe y permite acceder a un mercado de imágenes, al espacio de su circulación y competencia económica, en resumen, a lo que denominé, en otra parte, una iconomía. 

Los comentaristas y exégetas de la obra de Hogarth han intentado descifrar esta imagen (del conflicto o del intercambio) de imágenes. Se ha podido identificar, a la derecha y en las sombras, colocada sobre un caballete, la escena del Tête à Tête, el segundo cuadro de la serie Marriage A-la-mode pintada por Hogarth hacia 1743, cuadro aquí cortado por una reproducción de las célebres Bodas aldobrandinas, un fresco romano que data de la época del reinado de Augusto (podemos verla en los Museos Vaticanos). Se ha podido reconocer también la copia de un San Francisco que penetra por su ángulo inferior derecho en la escena de la Mañana (Morning) que inaugura la serie Four Times of the Day pintada y luego grabada por Hogarth en 1736 y 1738. (2)

2. Véase especialmente Thomas  Clerk,  The  Works  of  William  Hogarth, (Including the ‘Analysis of Beauty’), Elucidated by Descriptions, Critical, Moral, and Historical; Founded on the Most Approved Authorities, vol. II, Londres: R. Scholey, 1812, pp.67-68.

Sin embargo, antes de cualquier reconocimiento o identificación, lo sorprendente en este grabado es que no encontramos en él ningún comprador, ningún espectador. Literalmente no hay nadie (entrevemos como mucho, en el ángulo superior izquierdo, en lo alto de los escalones, la minúscula figura de un rematador, así como su emblema, el martillo de las subastas, dibujado en la bandera plantada en medio de las telas que se despliegan en el horizonte). No hay ninguna persona excepto imágenes que se chocan, se desgarran y compiten entre sí en una circulación aérea —voladora— que parece concernirles solo a ellas, que parece tener lugar solo entre ellas y para ellas, sin nosotros. Iconomía aquiropoeta. 

Más allá del contexto de la Inglaterra del S. XVIII, ¿qué pasaría si consideráramos esta imagen, tal como parece sugerirnos ella misma, como caída en nuestro planeta desde un tiempo y un lugar desconocidos? Tal vez se nos aparecería como un corte, un fragmento de la circulación universal de las imágenes tanto aquí abajo como allá arriba, no solo sobre la tierra —incluso bajo tierra, si pensamos en los cables por los que la mayoría de las imágenes transitan hoy en día— sino también en la atmósfera y el espacio extraterrestre en el que giran los satélites que las transmiten.

Observemos esta imagen de la economía o del comercio de las imágenes como si hubiera sido extraída de un mercado de lo visible de dimensiones más vastas, un mercado iconómico general. Abordémosla como si nos permitiera ver o pensar lo que llamaremos, subvirtiendo una expresión de Georges Bataille, la iconomía a la medida del universo


Dar a ver: el gasto iconómico

Bataille propuso, en efecto, concebir la economía según un punto de vista ampliado. Sugería así, en La parte maldita, contemplar económicamente “el movimiento de la energía sobre la tierra”. Y algunos años antes, en 1946, había consagrado una serie de notas a la idea de una “economía a la medida del universo”, o sea una economía que estudiaría “el mundo viviente en su conjunto”. (3)

3. Cf. Georges Bataille, La Part maudite, I: La Consumation (1949), en Œuvres complètes, VII, París: Gallimard, 1976, p.20 [trad. cast.: “El consumo”, La parte maldita, Buenos Aires: Las Cuarenta, 2007]; y también, en el mismo volumen, Économie à la mesure de l’univers. Notes brèves, préliminaires à la rédaction d’un essai d’“économie générale” (1946), p.11. En cada una de las citas siguientes, indico el volumen de las Œuvres complètes y las páginas respectivas. 

Esta generalización del concepto de economía consiste, en un primer momento, en cambiar su escala, ampliando las fronteras estrechas entre las que habitualmente es encerrada. Me gustaría evocar la pregunta planteada por Bataille en el primer capítulo de La parte maldita, a saber: “¿Es posible estudiar el sistema de la producción y el consumo humanos en el interior de un conjunto más vasto?” (p. 28), y preguntar, por mi parte: ¿no resulta necesario, acaso, intentar comprender la circulación de las imágenes, de la que el grabado de Hogarth nos da un panorama restringido, restituyéndolas al seno de una economía ampliada a las dimensiones del universo?

No obstante, para Bataille, lo que distinguiría la economía universal que él intenta pensar de la economía en el sentido corriente es “el punto de vista del excedente de energía”.

 En la economía general, escribe Bataille, “en relación con la producción, el ‘gasto’ (el ‘consumo’) de las riquezas es el objetivo primero”. (4) En consecuencia, lo que habrá que tomar como punto de partida es la pura pérdida. Que no tiene nada que ver con un excedente como el que produce una economía restringida de tipo capitalista, cuyo pretendido exceso está destinado a ser consumido precisamente para reinscribirse en el ciclo de la acumulación de la riqueza (leemos en este sentido, en fragmentos de una versión abandonada de La parte maldita, que “el capitalismo no implica la supresión de los gastos improductivos: [...] tiende a reducirlos al consumo de sus productos”). (5)

4. VII, p.14 y p.19.

5. La Limite de l’utile (1939-1945), VII, p.223 [El límite de lo útil, Buenos Aires: Losada, 2017]. Véase también la p.231: “Este sistema tentacular se distingue de los otros por el hecho de que no gasta sino a condición de absorber más de lo que pierde. [...] El capital [...] alcanza su mayor capacidad de la absorción de la fuerza y solo puede liberarla absorbiendo más de lo que libera. Esto supone la existencia, fuera del sistema, de fuerzas todavía no reducidas pero reducibles —bajo la forma de países subdesarrollados, o sea de ámbitos de posibilidades todavía no explotadas (resultantes de nuevas invenciones). Si el sistema cesa de absorber nuevas fuerzas, cesa inmediatamente de entregar sus productos”.


[...]



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5.5.23

IV. "PARA UNA ECOLOGÍA DE LAS IMÁGENES", Peter Szendy, Valencia: Shangrila, 2023.




Interludio
EL ACCIDENTE DEL RALENTÍ



Imaginemos que un día, en aquello que nos gustaría llamar la historia universal de la imagen, se produjera un accidente: la invención del ralentí. 

De hecho, parece que el primer ralentí de la historia del cine fue filmado accidentalmente en 1894 por William Dickson, un inventor escocés que trabajó en el laboratorio de Thomas Edison en la creación del kinetógrafo. Se trata de una secuencia de aproximadamente treinta segundos, en la que vemos al funambulista venezolano Juan Caicedo bailar sobre su cuerda.

El rodaje tuvo lugar en exteriores, ya que el espacio del Black María —el sobrenombre del primer estudio de la historia del cine, con sus paredes cubiertas de papel alquitranado— no era lo suficientemente amplio para acoger la cuerda tendida. Como informa un artículo publicado en un diario de la época, “es la primera vez que se toman imágenes kinetográficas (kinetographic pictures) al aire libre y los resultados se esperan con interés”. (1)

1. “Signor Caicedo’s Fine Exhibition”, Orange Chronicle, 28 de julio de 1894, p.5 (la traducción me pertenece). Citado en la página de la National Film Preservation Foundation (filmpreservation.org) dedicada a este pequeño filme conocido bajo el título Caicedo (With Pole) o Caicedo, King of the Slack Wire.

El funámbulo fue filmado a la luz del sol, lo que planteaba un problema, ya que el diafragma regulable no existía todavía. Para dosificar la luminosidad, a Dickson se le ocurrió acelerar la velocidad de la cámara, que hizo girar a cuarenta imágenes por segundo (en lugar de dieciséis o dieciocho, como solía ser el caso), a fin de acortar el tiempo de exposición de la película. Cuando las imágenes así obtenidas fueron proyectadas a su velocidad normal, se produjo un ligero ralentí. Y el ballet del funambulista pareció más aéreo todavía. Experimentó lo que Jean Epstein llamaría más tarde una “surrealización dramática”: el retraso apenas perceptible que afecta los gestos del acróbata “los prolonga y los mantiene en suspenso”. (2)

2. EPSTEIN, Jean, “Le délire d’une machine” (1949), Écrits sur le cinéma, II, París: Seghers, 1975, p.124; y “Dramaturgie dans le temps” (1946), ibid., p.92 [trad. cast.: “El delirio de una máquina” y “Dramaturgia en el tiempo”, Escritos sobre cine (1921-1953), Shangrila: Valencia, 2021]. 

El accidente del ralentí que ocurrió un buen día de 1894 fue reproducido innumerables veces. El sacerdote y físico austríaco August Musger patentó su mecanismo en 1904. Pero fue Hans Lehmann, director del departamento científico de la empresa dresdense Ernemann, quien, sin darle crédito a Musger, reivindicó la paternidad de la invención al presentarla al público en 1914, y ponderar luego sus ventajas en un artículo publicado en 1917, titulado “La lupa temporal”: a semejanza del microscopio, que aumenta las tres dimensiones espaciales de un objeto, el ralentí, decía Lehmann, podía agrandar la cuarta dimensión, la del tiempo. (3)

3. LEHMANN, Hans, “Die Zeitlupe”, Die Umschau, vol. 21, n° 22, 1917, pp.426-430.

[...]

... hay que decir que el ralentí así concebido es aquello que extiende, que tironea las imágenes entre dos movimientos divergentes. El ralentí descripto por Epstein es un diferencial de velocidades, como él mismo sugiere en un artículo de 1946 titulado “Dramaturgia en el tiempo” (II, p. 90): gracias a este “descubrimiento de la perspectiva temporal” que constituyen el ralentí y la aceleración en el cine, se torna “súbitamente posible” comparar “múltiples velocidades de sucesión de los acontecimientos”; y dado que “solo conocemos las cosas por sus diferencias”, añade Epstein, “en un universo de velocidad única, el tiempo desaparece”. Lo que implica decir que si hay tiempo, es porque hay heterocronía. 

Sin duda, las consecuencias de esta intuición de Epstein para un pensamiento del tiempo en general deben explorarse todavía. Pero en cuanto a lo que nos ocupa, a saber, la iconogénesis como tensión estabilizada entre dos velocidades divergentes, la meditación epsteiniana sobre el accidente que representa el ralentí en la historia universal de la imagen nos conduce a la siguiente conclusión: como la imagen fija, la imagen animada es también un diferencial de tiempo. Podríamos decir en este sentido, en un léxico de estilo deleuziano, que toda imagen, ya sea móvil o inmóvil, de factura humana o aquiropoeta, es una imagen-diferencial.




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4.5.23

III. "PARA UNA ECOLOGÍA DE LAS IMÁGENES", Peter Szendy, Valencia: Shangrila, 2023.




HACIA UNA ICONOMIA DE LO NO-HUMANO






Supongamos, como propone la Historia natural de Plinio, que la primera imagen pintada haya sido el trazo de una sombra. (1) Sabemos muy poco de los inicios de la pintura pero se dice aquí o allá, informa el naturalista antiguo, que nació cuando alguien se propuso “circunscribir con una línea la sombra de un hombre”. En principio, no sabremos más. Pero un poco más adelante, en el mismo volumen de su monumental enciclopedia, Plinio agregará algunos detalles que han sido comentados a menudo: la hija de un alfarero de Sición llamado Butades, nos cuenta, enamorada de un muchacho que se aprestaba a partir, “encerró entre líneas la sombra de su rostro proyectado sobre una muralla por la luz de una lámpara” (umbram ex facie eius ad lucernam in pariete lineis circumscripsit).

1. Histoire naturelle de Pline, II, traducción francesa de Émile Littré, París: Firmin Didot frères, 1865, p.464 y p. 487 (libro XXXV, 5 y 43) [trad. cast.: Historia natural, Madrid: Cátedra, 2002].

Este supuesto origen de la imagen pintada se evoca generalmente para leer en él la seductora idea de que “el amor […] fue el inventor del dibujo” (estas son las palabras de Rousseau al inicio de su Ensayo sobre el origen de las lenguas). A partir del S. XVII, grabadores y pintores (Charles Le Brun parece haber sido uno de los primeros) quisieron representar la escena de la hija del alfarero y su amante, como si la pintura buscara inclinarse sobre la cuna legendaria de su propio nacimiento. Y en el siglo posterior, el gesto consistente en trazar una sombra proyectada comenzó a ser objeto de una reproducción en serie: se fabricaron máquinas para realizar siluetas, en base al modelo del “fisionotrazo” inventado por Gilles-Louis Chrétien en 1783. La sombra antigua devino desde entonces una auténtica industria, mecanizada y formateada para ser producida en masa a fin de responder a una moda creciente. (2)

2. Acerca del fisionotrazo de Gilles-Louis Chrétien, véase la obra de René Hennequin, Un “Photographe” de l’Époque de la Révolution et de l’Empire: Edme Quenedey des Riceys (Aube), Portraitiste au Physionotrace, Troyes: Imprimerie de J.-L. Paton, 1926. El grabador suizo Johann Rudolph Schellenberg reprodujo una “máquina segura y cómoda para fabricar siluetas” en las ediciones sucesivas del tratado de fisionomía de Lavater (Essai sur la Physiognomonie, destiné à faire connoître l’Homme & à la faire aimer, par Jean Gaspard Lavater, II, impreso en La Haya, 1783, p.160).

Lo que se olvidó a menudo, sin embargo, en ese entusiasmo o ese capricho por el dibujo de la sombra, es lo que Plinio añade inmediatamente luego de haber evocado el gesto de la hija del alfarero, a saber, que este último, el padre, “aplicó arcilla” sobre el trazo recién hecho “e hizo de él un modelo que colocó en el fuego con sus otras piezas de alfarería”. El gesto pictórico se traduce de inmediato a otro medio: el dibujo se convierte en un relieve en arcilla. 

Si seguimos el relato de Plinio sobre el nacimiento de la pintura sin interrumpirlo antes de tiempo, habría que decir que en el origen de la imagen pintada está su reformateo inmediato (porque se trata, como veremos más adelante, de una cuestión de formato) en otra versión, en otra edición de sí misma. O mejor aún: en el origen de la pintura, hay un intercambio, una sustitución de medios o formatos (del trazo a la tierra cocida). Al comienzo, hay una diferencia de formato, es decir, también un diferencial de velocidades, ya que uno de los formatos en cuestión (la cocción de la arcilla) lleva más tiempo que el otro (el trazado del dibujo). La primera imagen de la historia del arte es un transformato.

[...]



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3.5.23

II. "PARA UNA ECOLOGÍA DE LAS IMÁGENES", Peter Szendy, Valencia: Shangrila, 2023.



Preludio (completo)
(A LA MEMORIA DE IMRE KINSZKI)






Quisiera dedicar las reflexiones que siguen a la memoria de mi tío abuelo, Imre Kinszki. (1)

1. Estas reflexiones se desarrollaron paralelamente a la exposición Le Supermarché des images [El supermercado de las imágenes] que el museo del Jeu de Paume me invitó a presentar de febrero a junio de 2020. Se alimentaron de las conversaciones mantenidas con Emmanuel Alloa y Marta Ponsa, que me acompañaron en esa aventura. Se encontrará un bosquejo de las mismas tanto en “Voiries du visible, iconomies de l’ombre” [“Vías de lo visible, iconomías de la sombra”], mi introducción al catálogo de la exposición (París: Gallimard-Jeu de Paume, 2020), como en mi intervención en el coloquio “Vers une écologie des images” [“Hacia una ecología de las imágenes”], que acompañó el desmontaje de la exposición. Escribí una primera versión del breve interludio consagrado al “accidente del ralentí” para una presentación del seminario de Jean-Christophe Bailly en el Jeu de Paume (las presentaciones de ese seminario fueron recopiladas en el libro Voir le temps venir, París: Bayard, 2021).

Imre bácsi, “tío Imre”. Así es como, todavía hoy, mi madre habla de él. 

A veces me pregunto qué habría pensado Imre bácsi de los millones de fotos que se suben diariamente a las redes sociales y circulan en ellas, es decir, del cambio de escala inaudito e inconmensurable producido en el régimen de existencia de la imagen fotográfica. 

Porque Imre Kinszki era fotógrafo. Su obra, un poco menos conocida que la de sus contemporáneos húngaros László Moholy-Nagy, Éva Besnyő, Martin Munkácsi o Brassaï, con los que se escribía, había sido incluida con la de estos en una importante recopilación consagrada a la fotografía húngara, publicada en 1939. (2) Entre sus fotos a menudo notables por sus sombras de grafismos enredados —la de su hija Judit, dormida, me resulta especialmente entrañable—, hay vistas insólitas de la Budapest de los años ‘20 y ‘30, así como imágenes destinadas a revistas científicas, en las que las venas y las nervaduras de las alas de insectos parecen evocar las redes y grillas que estrían el espacio urbano. Imre había hecho fabricar para la firma Hock & Kiss un aparato especialmente concebido por él para la macrofotografía, bautizado “Kinsecta”. No puedo evitar escuchar allí la conjunción del nombre Kinszki y del vocablo latino insecta en un acrónimo, como si sus pasiones por la entomología y la fotografía se hubieran cristalizado juntas en esa invención técnica. 

2. Magyar fényképezés, Officina nyomda és kiadóvállalat, 1939.




Pienso a menudo en Imre bácsi, en su hija Judit (con la que me escribo), en mi abuela Kató, que tanto admiraba a su hermano, en sus vidas rotas por la deportación y los campos de exterminio (Imre fue visto por última vez en una marcha de la muerte cerca del campo de Sachsenhausen a principios del año ‘45, su hijo Gábor murió congelado en Buchenwald y Kató regresó, milagrosamente, de Ravensbrück). Pienso a menudo en ellos, pero no esperaba en absoluto descubrir, en el curso de las investigaciones que emprendí para explorar la idea de una ecología de las imágenes, un artículo fascinante de este tío abuelo que no conocí. 

Nacido en 1901, Imre Kinszki tuvo que renunciar a estudiar biología debido al numerus clausus que, a partir de 1920, limitó el número de estudiantes judíos que podían inscribirse en las universidades húngaras. Pero eso no impidió que dedicara algunos escritos a esa ciencia y sus presupuestos, como las páginas publicadas en 1919 en la importante revista de sociología Huszadik század (“Siglo Veinte”), bajo el siguiente título: A természet háztartása. (3) No obstante su simplicidad en húngaro, esta expresión es difícil de traducir. Significa algo así como “la economía de la naturaleza”, pero solo si se escucha resonar en ella la oikonomia griega, a saber, la gestión de la familia o de las tareas domésticas (el oikos). En efecto, háztartás es literalmente “la gestión de la casa” (el equivalente alemán exacto, palabra por palabra, sería Haushalt). Más que una traducción, intento entonces esta glosa: el tema del artículo de Imre es la gestión (o la administración) de la casa Naturaleza.

3. KINSZKI, Imre, “A természet háztartása”, Huszadik század, vol. 20, n° 1-2, 1919, pp.56-58.

Imre tenía diecinueve años cuando publicó esas páginas sobre la economía natural (estaban precedidas, en el mismo número de Huszadik század, por su extenso y erudito estudio titulado Szükséglet, alkalmazkodás, fejlődés, o sea, “Necesidad, adaptación, evolución”). (4) Sugiere allí que la idea misma de una economía doméstica a escala de la naturaleza implicaría considerar a la primera como tendiente a un fin (no hay economía sin teleología, dice, en suma, sin la búsqueda de una utilidad, que solo puede medirse en relación con un fin deseable). No obstante, en lugar de concluir que la noción de economía sencillamente ha caducado o no tiene valor cuando se aplica a la naturaleza (la que carecería de finalidad a los ojos de la ciencia moderna), Imre decide adoptar un “punto de vista” que califica como “psicológico”, en un sentido que me parece casi nietzscheano: se dirige hacia “una investigación de la génesis de esta idea, de las causas posibles de su formación” (p. 57). No se contenta con declararla errónea o superada; se pregunta de dónde viene, por qué surgió y al servicio de qué intereses habrá sido utilizada. 

4. Ibid., pp.20-39.

Estos intereses parecen resumirse en una palabra: antropocentrismo. Así es como Imre contempla aquello que, un siglo más tarde, resuena, para nosotros que leemos sus reflexiones en el contexto de una catástrofe climática anunciada, de otro modo, de una manera más urgente y dramática, vinculada al efecto “considerable” que puede causar la “disminución o la extinción de especies animales o vegetales” (p. 58). En efecto, la evaluación de las consecuencias de la desaparición de un ser vivo, nos dice Imre, se apoya claramente en un “fundamento antropocéntrico”, porque “el ‘valordel ser vivo en cuestión, que se supone deriva de su ‘rol’ en el seno de ‘la economía de la naturaleza’, significa simplemente el grado de deseabilidad de su supervivencia por parte del hombre”. Dicho de otro modo, detrás de la voluntad de proteger la naturaleza y preservar sus riquezas se escondería, de una forma apenas velada, el interés económico del hombre. 

Todo conduce a creer que Imre había leído ciertos escritos de Ernst Haeckel, al que debemos la creación, en 1866, del término “ecología”, definido como la “ciencia de la economía de los organismos, de su modo de vida y de sus relaciones exteriores vitales”. (5) Cuando Haeckel retoma esta definición y la bautiza con ese nuevo nombre (Oecologie), la idea de una economía de la vida orgánica o de una gestión doméstica de la casa Naturaleza tiene ya a sus espaldas una larga tradición. En este sentido, encontramos la expresión “economía animal” en tratados de medicina del S. XVII. Y en sus reflexiones de 1691 sobre “la sabiduría de Dios manifestada en las obras de la Creación”, John Ray, un naturalista inglés, habla de una “economía de la planta”. (6) En el siglo siguiente, en 1749, Linneo titula Oeconomia naturae la tesis de su autoría sostenida, según la costumbre de la época, por uno de sus estudiantes (Isaac Biberg), a quien Linneo se la había dictado. Podemos leer allí (es la primera frase): “Entendemos por ECONOMÍA DE LA NATURALEZA la muy sabia disposición de los Seres Naturales instituida por el Soberano creador según la cual estos tienden a fines comunes y tienen funciones recíprocas”. (7)

5. HAECKEL, Ernst, Generelle Morphologie der Organismen, Georg Reimer, I, 1866, p.8 (la traducción me pertenece). En “Nécessité, adaptation, évolution” (art. cit., p.23), Imre Kinszki menciona la obra de Haeckel Gott-Natur (Theophysis). Studien über monistische Religion, Leipzig: Alfred Kröner Verlag, 1914.

6. RAY, John, The Wisdom of God Manifested in the Works of the Creation, Londres: Samuel Smith, 1691, p.76. En su obra publicada en Londres en 1659, Oeconomia animalis novis in medicina hypothesibus superstructa et mechanice explicata (literalmente: “una nueva economía animal, basada en hipótesis de medicina y explicada mecánicamente”), el naturalista Walter Charleton habla también de una “economía del cuerpo humano” (Humani Corporis Oeconomia).

7. VON LINNEO, Carl, L’Équilibre de la nature, traducción francesa de Bernard Jasmin, París: Vrin, 1972, pp.57-58. Para una crítica del paradigma doméstico en la idea de una economía de la naturaleza y de sus prolongaciones en la ecología, véase el bello ensayo de Emanuele Coccia, Métamorphoses, París: Rivages, 2020 (especialmente el capítulo titulado, divertidamente, “Tous à la maison”) [trad. cast.: “Todos a la casa”, Metamorfosis, Buenos Aires: Cactus, 2021]. 

Mi tío abuelo Imre sin duda tenía razón al sospechar que la idea misma de una economía de la naturaleza no podía sino heredar, de una manera más o menos subterránea, esos “elementos teístas” legados por la tradición, que simplemente habrían sido recuperados “bajo las alas de la tendencia a la objetividad” que se supone caracteriza a la ciencia moderna (p.58). Más exactamente, Imre consideraba que lo que había podido ser “importado de contrabando” en el seno del objetivismo científico era el finalismo que anima la visión teológica de la naturaleza como casa que debe ser administrada. Y desde el momento en el que se trata de tender a un fin, escribe Imre, este, en definitiva, “no es otro que el hombre” (ibid.).

Si recuerdo aquí estas preguntas que se hacía mi tío abuelo fotógrafo y naturalista en la Hungría de 1919 es porque me acompañarán un siglo más tarde en el camino que, bajo la sombría luz del antropoceno, intentaré trazar en dirección a una ecología de las imágenes. En cierta forma, sus interrogantes me abrirán el paso, aun si Imre bácsi no hubiera podido creer lo que verían sus ojos. Porque nunca hubiera podido imaginar, cuando partía a tomar fotos naturalistas con su Kinsecta en mano, que un día se pondrían en circulación decenas de millones de fotos por hora en lo que llamamos las redes sociales. Jamás hubiera podido imaginar que esa avalancha increíble de imágenes contribuiría diariamente, debido a las energías y las materias primas que exigen su almacenamiento y su gestión, a lo que él llamaba en su artículo para la revista Huszadik század “la disminución o la extinción de especies animales o vegetales”.

Y sin embargo, es él quien me habrá puesto en la pista de lo que podría significar una ecología de las imágenes. No solo por su atención respecto al antropocentrismo y el finalismo sino también, y sobre todo, por lo que hace de su obra fotográfica una incesante variación sobre la escritura de la sombra.

En efecto, hoy resulta más necesario que nunca desconfiar de un finalismo antropocéntrico. Porque el régimen de existencia de las imágenes en la era de su circulación globalizada nos conduce muy a menudo —por razones que describiría de buen grado como buenas malas razones— a pretender reafirmarnos como su centro y su sol. Cuando las imágenes nos desbordan por todas partes y nos sumergen, es tentador imaginar que podríamos, que deberíamos, calmarnos, retomar su posesión y, ante todo, garantizar su justa medida o cantidad. Allí es donde acecha el antropocentrismo. 

Pero ¿qué sucede con la sombra? ¿De qué manera un arte del trazado de las sombras, como el que buscaba Imre en el instante de la toma fotográfica, podría guiarnos hacia el horizonte de una ecología de las imágenes?

Esto es lo que intentaré demostrar en el primero de los dos ensayos reunidos en este libro. Digamos, para anticiparnos un poco, que la ecología tal como yo la entiendo no es, o no es solo, un pensamiento del oikos inscrito en su nombre, a saber, esa casa o tareas de la casa cuyo concepto criticaba Imre cuando se aplicaba a la naturaleza. La ecología, tal como la convocaré, será más bien la consigna de una nueva atención a los tiempos, a todos los tiempos divergentes o disonantes que se abren dentro de las imágenes, o directamente en su superficie. Entre el tiempo prolongado, el tiempo profundo de la historia del planeta o de la evolución de las especies que lo habitan, y el tiempo breve de una iconomía globalizada que contribuye a alterar sus equilibrios, la imagen debería pensarse como una estratificación de duraciones radicalmente heterogéneas. (8) La imagen, diremos, es esencialmente heterócrona. Y la sombra, llegaremos a esto, es una de las figuras privilegiadas de esa heterocronía. 

8. Propuse una aproximación “iconómica” a la producción y circulación de las imágenes en Le Supermarché du visible. Essai d’iconomie, París: Minuit, 2017 [trad. cast.: El supermercado de lo visible. Hacia una economía general de imágenes, Shangrila: Valencia, 2021].  

Imre debía saberlo, me digo, aunque fuera con un saber oscuro, él que cotidianamente experimentaba esas temporalidades contrastantes que la fotografía naturalista pone en juego: la lentitud de la aproximación y la gestualidad a veces fulgurante del modelo; las decenas o centenas de millones de años necesarios para producir el trazado que dibujan las nervaduras del ala de un insecto mientras que la criatura captada por la Kinsecta solo tiene, quizá, una vida de un día, efímera como la sombra proyectada gracias a una luz rasante cuya captura en el momento oportuno habrá debido esperarse horas. 

La amplitud de estas tensiones o tonalidades temporales es lo que un abordaje ecológico de las imágenes intentará hacer reaparecer en el seno de los millones de instantáneas que nuestras redes sociales cargan minuto a minuto para transportarlas en algunos milisegundos de un extremo al otro del mundo, en el que desaparecen apenas aparecidas, devoradas por su flujo. Una ecología de las imágenes digna de este nombre hará resurgir las duraciones múltiples y contrastantes al extremo que esa circulación globalizada de las imágenes implica y enmascara sin cesar. (9) Nos enseñará a verlas nuevamente. A escucharlas, tal vez. 

9. Otra vía hacia una ecología de las imágenes consistiría en poner el acento en sus desechos, tal como lo propone mi amigo Hervé Aubron cuando pregunta: “¿Qué hace el arte con los desperdicios, los del mundo y los suyos propios?”. Cf. Hervé Aubron, “De la merde. Entretien avec Gabriel Bortzmeyer”, debordements.fr, septiembre de 2015.

Intentaremos pensar la imagen en su tensión entre la lentitud sin nombre de su gestación desde el tiempo de la Tierra y la velocidad que, más rápida que la luz, se la lleva más allá de lo visible. 





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2.5.23

NOVEDAD: I. "PARA UNA ECOLOGÍA DE LAS IMÁGENES", Peter Szendy, Valencia: Shangrila, 2023.



96 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila, 2023



“Entre el tiempo prolongado, el tiempo profundo de la historia del planeta o de la evolución de las especies que lo habitan, y el tiempo breve de una 'iconomía' globalizada que contribuye a alterar sus equilibrios, la imagen debería pensarse como una estratificación de duraciones radicalmente heterogénea. […] Una ecología de las imágenes digna de este nombre hará resurgir las duraciones múltiples y contrastantes al extremo que esa circulación globalizada de las imágenes implica y enmascara sin cesar. Nos enseñará a verlas nuevamente. A escucharlas, tal vez. 
Intentaremos pensar la imagen en su tensión entre la lentitud sin nombre de su gestación desde el tiempo de la Tierra y la velocidad que, más rápida que la luz, se la lleva más allá de lo visible”. 

Peter Szendy


Porque hay sombra, hay imagen. Hay imagen porque hay metamorfosis. Lo sabía Plinio, cuando contó la historia de la sombra como la transformación de la silueta del amado, dibujada en una pared a la luz de una lámpara y modelada luego en arcilla a fuego lento.  Lo sabía Peter Schlemihl, el hombre que perdió su sombra. Las imágenes tiemblan y mutan. Esa certeza anima la iconogénesis en Simondon, el mimetismo animal según Caillois, las mariposas vistas por Nabokov, el ralentí en Epstein. Las imágenes disputan su lugar, se pierden en un punto de fuga alucinante en un grabado de Hogarth y un relato de Calvino. A todos ellos vuelve Peter Szendy para volver a pensar la imagen, hasta sentir su tensión continua, entre lo que ha aún no es y lo que ha sido, entre dos tiempos que laten al unísono. La imagen nos funda y nos asedia. Habrá que salir a buscarla, como Nadar en su aerostato. Habrá que inclinarse a contemplarla, como un reflejo en el agua que nos dice quiénes somos, de qué estamos hechos, hasta dónde estamos dispuestos a llegar.      


PETER SZENDY
París, 1966. Filósofo y musicólogo. Profesor de literatura comparada en la Universidad de Brown y asesor de los programas de concierto de la Filarmónica de París. 
Ha publicado, entre otras obras, Musica pratica. Arrangements et phonographies de Monteverdi à James Brown (L’Harmattan, 1997); Écoute. Une histoire de nos oreilles (Minuit, 2001); Membres fantômes. Des corps musiciens (Minuit, 2002); Sur écoute. Esthétique de l’espionnage (Minuit, 2007); Tubes. La Philosophie dans le juke-box (Minuit, 2008); Kant chez les extraterrestres. Philosofictions cosmopolitiques (Minuit, 2011); L’Apocalypse cinéma. 2012 et autres fins du monde (Capricci, 2012); A coup de points. La Ponctuation comme expérience (Minuit, 2013). 
Con Para una ecología de las imágenes, Shangrila Ediciones continúa su proyecto de presentación en español de la obra de uno de los teóricos más agudos de la imagen, iniciada con la publicación de El supermercado de lo visible. Hacia una economía general de imágenes (Shangrila, 2021).   


    
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10.10.21

COMENTARIO-RESEÑA DE "EL SUPERMERCADO DE LO VISIBLE. HACIA UNA ECONOMÍA GENERAL DE IMÁGENES", de Peter Szendy, Valencia: Shangrila 2021, por Fernando Castro Flórez











VI. "EL SUPERMERCADO DE LO VISIBLE. HACIA UNA ECONOMÍA GENERAL DE IMÁGENES", de Peter Szendy, Valencia: Shangrila 2021



Blow-Up (Michelangelo Antonioni, 1966)



[...] “No hay imágenes”, no pictures.

Si tuviera que quedarme con una respuesta en la magistral Blow-Up (1966), de Antonioni, sería la que tiene lugar en el curso de un intercambio entre Thomas, el fotógrafo de moda (David Hemmings), y un anciano que regentea una tienda de antigüedades cerca del parque donde se tomará la foto de un asesinato: 
 
¿Qué es lo que quieres? –Estoy mirando, eso es todo (just looking around). –No hay ningún buen negocio aquí, estás perdiendo el tiempo. –Bueno, echaré un vistazo. (I’ll just have a look). –¿Qué es lo que estás buscando? (what are you looking for?). –Imágenes (pictures). –No hay imágenes (no pictures). ¿Qué tipo de imágenes? (what kind of pictures?) –Paisajes. –No hay paisajes. Están vendidos. Todos vendidos. 
 
El anticuario es quien primero dirige la palabra a Thomas, que está echándole el ojo a los objetos en venta. No hay imágenes que comprar, dice en un tono a la vez molesto y perentorio a quien está allí para ver, no hay imágenes baratas para comprar, incluso no hay imágenes en absoluto. ¿Pero qué imágenes?, añade, contradiciéndose inmediatamente con una pregunta que es casi una oferta.  

Si esta respuesta singular insiste y persiste en mi recuerdo de la película es sin duda porque señala un motivo iconómico que la atraviesa de una forma tan discreta como constante. A Bill, el joven pintor abstracto que vive con su compañera Patricia al lado de la casa de Thomas, este le propone comprar una imagen, una pintura, una especie de Pollock puntillista. Poco después, mientras hace esperar a dos jóvenes modelos (una de ellas es Jane Birkin), Thomas juega largamente con una moneda entre los dedos. A Jane (Vanessa Redgrave), que quiere recuperar las fotos comprometedoras que le tomó con un hombre en el parque, Thomas le responde: “Yo cobro de más” (I overcharge). En resumen, como dice la muchacha que es la dueña de la tienda de antigüedades, “el dinero es siempre un problema” (money is always a problem). 

Sobre el fondo de este horizonte iconómico se dibuja la caza de imágenes que constituye la trama de la película. Pero no son solo las imágenes tomadas o capturadas por Thomas, el fotógrafo, las que se inscriben en una red de intercambios en la que tienden a adquirir una plusvalía por sobrefacturación. Es también, como veremos, la mirada misma la que interioriza el ritmo, la pulsación –el fraseo– de la circulación inherente al intercambio. Es en este sentido, sin duda, que debemos entender la respuesta del anticuario: no hay imágenes que ya no estén afectadas por una mirada que las destine al intercambio con otras imágenes. O mejor aún: que las endeude con respecto a las imágenes por venir.  
 
*
 
En La cámara lúcida, luego de haber mencionado Blow-Up como al pasar, Barthes insiste en lo que distingue al cine de la fotografía: 
 
La imagen fotográfica está llena, repleta: no hay espacio, no se puede añadir nada. En el cine, cuyo material es fotográfico, la foto no tiene sin embargo esta completitud (y eso es bueno para él). ¿Por qué? Porque la foto, capturada en un flujo, es empujada, traccionada sin cesar hacia otras vistas; en el cine, sin duda, siempre hay un referente fotográfico, pero este referente se desliza, no reivindica su realidad... (1)

1. STEYERL, Hito, “In Defense of the Poor Image”, revista e-flux,  n° 12, noviembre de 2009; retomado en The Wretched of the Screen, Londres: Sternberg Press, 2012, p.31 y ss. Los “condenados de la pantalla” a los que se alude en el título de la recopilación (jugando con el título del famoso libro de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra) son imágenes de baja resolución, que Steyerl denomina imágenes “pobres” (p.32): “La imagen pobre (poor image) es una copia en movimiento. Su calidad es mala, su resolución está por debajo de las normas (substandard). A medida que la imagen se acelera, se deteriora. [...] Las imágenes pobres son los condenados de la pantalla de hoy, los escombros (debris) de la producción audiovisual, la basura (trash) que encalla en los márgenes de las economías digitales. Dan testimonio de la violenta dislocación, de las transferencias y del desplazamiento de las imágenes –su aceleración y su circulación en el seno de los círculos viciosos del capitalismo audiovisual”. Cuando Steyerl propone “redefinir el valor de la imagen” en función de otros criterios (p.41), no está claro, sin embargo, en qué podría consistir esa redefinición. En efecto, Steyerl escribe: “Aparte de la resolución y el valor de intercambio (apart from the resolution and exchange value), uno podría imaginar otra forma de valor definido por la velocidad, la intensidad y la propagación (another form of value defined by velocity, intensity, and spread). Las imágenes pobres son pobres porque están extremadamente comprimidas y viajan rápido”. Pero, ¿qué es la mencionada velocidad o propagación de una imagen sino, precisamente, su valor de cambio? En otras palabras, esa “otra forma de valor” que Steyerl quisiera definir no es básicamente otra cosa que lo que Walter Benjamin denominaba ya el “valor de exhibición” de una imagen. Un concepto del que por otra parte Steyerl hace un uso muy poco riguroso cuando afirma románticamente: “La imagen pobre es [...] un lumpenproletariado en la sociedad de clases de las apariencias [...]. Transforma la calidad en accesibilidad, el valor de exhibición en valor cultual (exhibition value into cult value) [...]”. Debería decirse exactamente lo contrario: en términos benjaminianos, la accesibilidad es el valor de exhibición, mientras que la calidad se vincularía más bien con el valor cultual de una imagen.
 
Podría suceder, no obstante, que Blow-Up hiciera vacilar esta distinción, no solo al mostrar que la imagen fotográfica también está condenada al desplazamiento y por lo tanto a los flujos del intercambio –aunque estos sean más lentos que los de las imágenes de cine– sino también al poner en escena la movilidad de la mirada que hace de toda imagen aquello que Bresson llamaría un valor de cambio. “No hay valor absoluto de una imagen”, decía en efecto Bresson, como recordamos, en sus Notas sobre el cinematógrafo. Y este enunciado lapidario bien podría valer, justamente, para el valor de las imágenes en general, ya sean fotográficas o cinematográficas. O pictóricas, de hecho (recuérdese el fresco bajo el fresco en Obsesión). 

Sigamos por un momento el argumento de Barthes, cuando hace del punctum el rasgo distintivo de la fotografía frente el cine. 

¿De qué se trata?

Barthes describe primero el mencionado punctum como una especie de picadura-acontecimiento que emerge desde la foto: “es ese azar que, de por sí, me golpea” (p. 49). De esa flecha que brota desde la foto como un detalle que me atraviesa, de esa saliente o saliencia de la imagen fotográfica, Barthes dice entonces que es un “suplemento”, una especie de añadido, aunque interno: “es lo que añado a la foto y sin embargo ya está ahí” (p.89). Sin embargo, de lo que el cine adolece es precisamente de la posibilidad de aquello que podría denominarse ese apoyo de la imagen (pp.89-90): 
 
¿Es que en el cine añado algo a la imagen? –No lo creo; no tengo tiempo: ante la pantalla, no soy libre de cerrar los ojos; de lo contrario, al abrirlos de nuevo, no encontraría la misma imagen; me veo obligado a una voracidad continua [...]. 
 
Esta misma glotonería icónica inherente al cine es la que también lo priva de punctum en el segundo sentido que Barthes confiere a esta palabra. Existe en efecto, más adelante en La cámara lúcida, aquello que Barthes denomina “otro punctum” (p.148); ya no el “detalle” por el cual la foto se hace punzante sino el “estigma” que la marca con un “lo que ha sido”, a saber, la puntualidad del acontecimiento pasado, de la que la foto da testimonio de un modo “inflexible”, porque “nunca puedo negar que la cosa ha estado allí”, frente al objetivo (p.120). Pero este segundo punctum –el de la puntuación referencial– es lo que le falta a la imagen fílmica, que, como hemos leído, no tiene la oportunidad de pronunciarse “en favor de su realidad” (p.140). 

En suma, si la fotografía difiere entonces del filme, es en la medida en la que este último no da a la mirada el tiempo de detenerse, de posarse en el fotograma. Pero entonces uno tiene derecho a formular a la distinción barthesiana entre la fotografía y el cine las preguntas que Blow-Up no cesa de poner en escena en todas sus formas, a saber: ¿qué es posar la mirada?, ¿quién podrá medir su duración o estabilidad? y ¿qué garantizará que cuando volvamos a abrir los ojos encontraremos, de nuevo, “la misma imagen”? 



Blow-Up (Michelangelo Antonioni, 1966)


Blow-Up podría describirse como una serie de variaciones sobre el gesto fundamental de la captura o la toma fotográfica, a saber, la obturación. (2) Durante la célebre sesión de fotos con Veruschka (una conocida modelo de alta costura de la época, que hace de sí misma en el filme), son los saltos en el ángulo del plano, son los jump cuts los que integran, por así decirlo, la interrupción fotográfica en el flujo cinematográfico. Más tarde, durante otra sesión con un grupo de modelos de alta costura, Thomas les pide que cierren los ojos (close your eyes, les dice) mientras aprovecha para eclipsarse, como si les impusiera un guiño, un parpadeo o una obturación que durara más de lo esperado, que se fijara en la espera ciega (que podría ser infinita) de una suerte de juego de escondite [...]

2. STERNE, Jonathan, mp3. The Meaning of a Format, Durham: Duke University Press, 2012, pp.1-2 (la traducción me pertenece).


 
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9.10.21

V. "EL SUPERMERCADO DE LO VISIBLE. HACIA UNA ECONOMÍA GENERAL DE IMÁGENES", de Peter Szendy, Valencia: Shangrila 2021



El último (F. W. Murnau, 1924)



[...] En el párrafo inmediatamente posterior a esta fórmula iconómica que hemos desplegado pacientemente, Deleuze retorna a una expresión sobre la que no deja de insistir ya en las primeras páginas de La imagen-movimiento. La toma prestada de Marx, que definía el dinero como un “equivalente general” (allgemeines Äquivalent). Pero es la cámara la que, en el caso de Deleuze, se describe iconómicamente como “un equivalente generalizado de los movimientos de traslación”. O incluso como su “intercambiador”, un término que aquí concebiremos en un sentido tanto monetario como vial. (38)

38. Cf. L’Image-mouvement, op. cit., pp.14 y 37; y L’Image-temps, op. cit., p.104. Marx habla del dinero como un “equivalente general” (o “universal”, según las traducciones), especialmente en el Libro I del Capital: “Desempeñar el papel de equivalente universal en el mundo de las mercancías se convierte en [el] papel social específico [del dinero]”, escribe (Werke, vol. 23, op. cit., p.83; traducción al francés bajo la responsabilidad de Jean-Pierre Lefebvre, op. cit., p.79). 

La cámara sería por lo tanto, la moneda y el dispositivo de cambio de dirección de los movimientos. 

¿Qué significa eso? 

Tras una breve descripción de los primeros minutos de El último, la película de Murnau de 1924, Deleuze propone pensar la cámara como el equivalente general “de todos los medios de locomoción que muestra o de los que se sirve (avión, coche, barco, bicicleta, marcha, metro...)”. En esta secuencia inicial, en la que los movimientos de cámara resultan inauditos para la época, la cámara construye su recorrido mediante la combinación de múltiples medios de transporte que se alternan y comprometen la mirada en una sucesión de trayectorias articuladas entre sí: 

[...] la cámara sobre la bicicleta, puesta primero en el ascensor, baja con él y captura el vestíbulo del gran hotel a través de los cristales, realizando incesantes descomposiciones y recomposiciones; después ‘vuela a través del vestíbulo y de los enormes batientes de la puerta giratoria en un único y perfecto travelling’. Aquí la cámara genera dos movimientos, dos móviles o dos vehículos, el ascensor y la bicicleta. (39)

39. L’Image-mouvement, op. cit., p.37. Deleuze cita las palabras de la historiadora de cine Lotte Eisner (“L’école expressionniste”, Cinéma 55, nº 1, p.22). Lotte Eisner recoge un valioso testimonio de la filmación de El último en su monografía sobre Murnau (F. W. Murnau, Ivry-sur-Seine: Le Terrain Vague, 1964, p.70). Robert Herlth, que trabajó como escenógrafo con Murnau y su camarógrafo Karl Freund, cuenta cómo liberaron la cámara de todo soporte estable y enlace fijo. En particular, recuerda cómo se hizo la secuencia de apertura, que conduce el punto de vista del espectador desde el ascensor que desciende hacia el vestíbulo hasta la puerta giratoria de la entrada del Grand Hotel Atlantic, en Berlín: “‘Ahora solo nosotros sabemos por qué ha construido un ascensor abierto’, me dice Murnau con una sonrisa. La cámara se posa sobre una bicicleta y desciende, se dirige hacia el vestíbulo del hotel, atraviesa el vestíbulo hasta el portero [...]”. El último es una de las primeras películas en las que la cámara se libera de sus restricciones para ganar una amplitud de movimiento sin precedentes; en alemán fue descrita literalmente como una “cámara desencadenada” (entfesselte Kamera).

Pronto nos interesaremos particularmente por los ascensores que, cuando son abiertos o panorámicos, cuando permiten ver a través de ellos, descomponen y recomponen el movimiento piso por piso, como lo sugiere muy precisamente Deleuze: desde el ascensor se tiene la impresión de ver desfilar una película, de modo que un ascensor, tenga o no una cámara en su interior, es ya, en el fondo, cine. Es una cinematización de lo visible, como si cada piso fuera un fotograma en el interior de un desplazamiento continuo.

De lo que Deleuze no dice nada, en cambio, es de la puerta giratoria, que solo cita al pasar. Tendremos también la oportunidad de volver a hablar de las revolving doors, a las que inscribiremos, junto con los ascensores y otras escaleras mecánicas, en una genealogía de la red vial de la mirada, en la que la cámara sería, en cierto modo, el superintendente general de caminos. Pero antes de emprender esta arqueología de las redes e intercambiadores viales que estrían la visibilidad, permítanme señalar, brevemente, una notable aparición de la puerta giratoria en el artículo de Benjamin sobre el surrealismo. 

Al hablar del modo en el que las imágenes fotográficas de los lugares parisinos modulan Nadja, la narración autobiográfica que André Breton acababa de publicar el año anterior, Benjamin escribe: “[...] todos los lugares de París que aparecen aquí [en las reproducciones fotográficas que ritman el texto de Nadja] son lugares en los que lo que hay entre esos hombres [entre los personajes del relato] se mueve como una puerta giratoria”. (40) Imaginen qué sucedería si la puerta giratoria (Drehtür) empezara a girar a todo ritmo; por un instante, para aquellos que pasaran las hojas del libro a una gran velocidad, Nadja comenzaría a asemejarse a los folioescopios que prefiguran el nacimiento del cine. 

40. II, p.301; traducción francesa (modificada),  Œuvres, II, op. cit., p.122. 

Pero la figura de la puerta giratoria, que designa de este modo la rotación de esas imágenes que forman tantos espacios intersticiales entre las páginas del relato, es inmediata y literalmente transpuesta a la escala del mundo. Como si no hubiera ninguna solución de continuidad, Benjamin continúa: 

[...] todos los lugares de París que aparecen aquí son lugares en los que lo que hay entre esos hombres se mueve como una puerta giratoria. 
El París de los surrealistas es también un ‘pequeño mundo’. Es decir, vemos lo mismo en el grande, en el cosmos (in der grossen, im Kosmos, sieht es nicht anders aus). Allí también hay encrucijadas [carrefours, en francés en el texto] donde [...] analogías impensables e intricaciones de acontecimientos (unerdenkliche Analogien und Verschränkungen von Geschehnissen) están a la orden del día. 
 
La puerta giratoria, entonces, es el equivalente, en el pequeño mundo del libro de imágenes, de una encrucijada universal. O de lo que con Deleuze podríamos llamar un intercambio iconómico general

¿Se habrán cruzado Deleuze y Benjamin en algún lugar del vestíbulo de ese hotel Atlantic donde Murnau filmó El último? ¿Podrían haber entrado por la misma puerta giratoria, sin verse tal vez, canalizados como estaban en dos flujos diferentes? 

Sin embargo, el ascensor o la puerta giratoria, que movilizan la mirada y descomponen en fotogramas lo visible, producen una cinematización general. Pero lo hacen con una pesadez, con una gravedad mecánica que la fulminante inervación benjaminiana no tiene. Ciertamente, no estamos todavía en el espacio de imágenes con el que soñaban las últimas páginas del artículo sobre el surrealismo, si bien nos aproximamos a él. ¿Desaparecerán algún día los engranajes y los cables? La motricidad de la mirada, sus espasmos oculares, ¿se tornarán inmediatamente activos, es decir, también monetizables? [...]


 
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