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20.9.20

RESEÑA DE "JUAN DE ORDUÑA. CINCUENTA AÑOS DE CINE ESPAÑOL (1924-1974)", DE RAFAEL NIETO JIMÉNEZ, SHANGRILA 2014




Después de seis años de su edición, se publica una reseña del libro Juan de Orduña. Cincuenta años de cine español (1924-1974), de Rafael Nieto Jiménez
Shangrila 2014 (Premio Ricardo Muñoz Suay de la Academia de Cine al mejor libro sobre cine español de 2014), en el diario Alerta de Santander.

Por Gabriel Porras

En segundo término interpretamos esta reseña como un reconocimiento a la colección de libros Hispanoscope que tanto queremos en Shangrila y que volverá con fuerza en 2021.


DESCARGAR AQUI EL PDF PARA LEER

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31.10.14

XVI. "JUAN DE ORDUÑA (CINCUENTA AÑOS DE CINE ESPAÑOL 1924-1974)", RAFAEL NIETO JIMÉNEZ, Hispanoscope libros 5, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014




Juan de Orduña



En los últimos momentos de su vida Juan de Orduña era optimista sobre el futuro del cine español a pesar de su congénita crisis. Sabía que ese futuro ya no le pertenecía y que estaba en manos de unos jóvenes cineastas que admiraba –Carlos Saura, Gonzalo Suárez, Manuel Summers y Basilio Martín Patino–, y quizás también envidiaba porque pensaba que se enfrentarían a menos dificultades que las existentes cuando él comenzaba su carrera:

Hay una única solución: insistir, insistir e insistir. Y esperar. Los jóvenes tienen una cosa muy grande a su favor que, por ejemplo, yo no tengo: una juventud arrolladora, que les permite esperar en esta evolución social y económica que vive la España de hoy. Pueden tener aún fe en que ellos podrán hacer lo que quizá nosotros hubiéramos soñado, gracias a la evolución de la cinematografía nacional. Porque yo mismo lo diré –con gran dolor de mi corazón– que no he hecho el cine que hubiera querido. [MONTAÑA, Claudi, "Juan de Orduña o la épica de posguerra", en Fotogramas, Barcelona, 19 de enero de 1973, nº 1.266]


La última frase, repetida en otras ocasiones, hacía referencia a los condicionantes industriales y los impedimentos censores que hubo de afrontar, pero creo que ha quedado claro en páginas anteriores que sí pudo desarrollar sus temas predilectos en gran parte de su obra. Con su mirada siempre puesta en el pasado, esos temas todavía seguían vigentes para él e inspiraban sus proyectos de futuro: una nueva versión de La Lola se va a los puertos que supondría su reencuentro con Sara Montiel1281, y la adaptación de la ópera Marina de Emilio Arrieta para Televisión Española con la que, según Mary Francis, se hubiera recuperado del golpe de no terminar la serie Teatro Lírico Español.

No sabemos el grado de desarrollo de unos proyectos que, en cualquier caso, manifestaban su intención de seguir en activo a sus 72 años de edad. Sin embargo, un infarto de miocardio el 21 de enero de 1974 evitó que se hicieran realidad. Aunque experimentó una sensible mejoría en los días siguientes, falleció a las 8:45 de la mañana del 3 de febrero de 1974 en el Hospital Central de la Cruz Roja de Madrid. La capilla ardiente se instaló en su casa, en la calle General Martínez Campos, 51, 3º Izquierda, donde había vivido con su familia desde antes de la Guerra Civil, y en solitario desde la muerte de su madre en 1959. Por allí pasaron diversas personalidades del cine español, entre ellas Aurora Bautista, Sara Montiel y Rogelio Díez, Director General de Cinematografía. Al día siguiente se trasladaron sus restos al cementerio de Nuestra Señora de la Almudena, donde reposan hoy en día en un modesto nicho.

Orduña fue despedido con un homenaje en el Festival de Molins de Rey de ese año, pero la generalidad de los comentarios de la época dejaron entrever que su cine era menospreciado y que solo una mirada nostálgica podía salvar del olvido algunos títulos, en línea con las reflexiones de Jaime Picas:

Fue, en verdad, un hombre convencido de sus razones, sin duda desprovisto de ironía; persona al parecer, de buen talante y ser sensible y amable en el trato. Lo que explicaría por qué una auténtica ternura rodeó su siempre lamentable desaparición.
Bien, lo cierto es que el tiempo nos acostumbra a todo. Y de la misma forma que un catalán en Alaska puede llegar a levantar ilusionado la oreja al escuchar un pasodoble cañí o un madrileño extraviado en la Tierra del Fuego acercarse a paso vivo al lugar donde suene inesperada una sardana, el más contrario a Orduña evocará con nostalgia los fastos naftalinosos de Locura de amor o la ramplonería cachonda de El último cuplé. [PICAS, Jaime,
Cine en pedazos, Barcelona: Galba, 1976]





Fragmento de Juan de Orduña.
Cincuenta años de cine español (1924-1974)





30.10.14

XV. "JUAN DE ORDUÑA (CINCUENTA AÑOS DE CINE ESPAÑOL 1924-1974)", RAFAEL NIETO JIMÉNEZ, Hispanoscope libros 5, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014




DIRECTOR CINEMATOGRÁFICO (3)


Cañas y barro, 1954



El padre Pitillo, 1954



Zalacaín el aventurero, 1954



El último cuplé, 1957



La Triana, 1958



Música de ayer, 1959



El amor de los amores, 1961



Teresa de Jesús, 1962



Nobleza baturra, 1965



La tonta del bote, 1970



Eusebio, la pantera negra, 1972



Me has hecho perder el juicio, 1973







27.10.14

XIV. "JUAN DE ORDUÑA (CINCUENTA AÑOS DE CINE ESPAÑOL 1924-1974)", RAFAEL NIETO JIMÉNEZ, Hispanoscope libros 5, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014





DIRECTOR CINEMATOGRÁFICO (2)


Porque te vi llorar, 1941



A mi la legion, 1941



El frente de los suspiros, 1942



Deliciosamente tontos, 1943



Rosas de otoño, 1943



Tuvo la culpa Adán, 1944



Yo no me caso, 1944



Ella, él y sus millones, 1944



Misión blanca, 1946



Un drama nuevo, 1946



Serenata española, 1947



La Lola se va a los puertos, 1947



Locura de amor, 1948



Pequeñeces, 1950



Agustina de Aragón, 1950



La Leona de Castilla, 1951



Alba de América, 1951






26.10.14

XIII. "JUAN DE ORDUÑA (CINCUENTA AÑOS DE CINE ESPAÑOL 1924-1974)", RAFAEL NIETO JIMÉNEZ, Hispanoscope libros 5, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014






DIRECTOR CINEMATOGRÁFICO (1)

Suite granadina, Juan de Orduña, 1940


La mayor ilusión de mi carrera cinematográfica es ser director. Es más, como creo que la carrera de actor es corta, trabajo y practico mucho en el anónimo (sic), para el día de mañana dirigir con todas sus consecuencias. En el cine mudo dirigí una película, que se estrenó en el Palacio de la Música, manteniéndose en el cartel durante semana y media, coincidiendo con la Semana Santa, y el crítico más severo, el juez más temible entonces de la crítica madrileña, Focus, de El Sol, no solo la elogió, sino que puso mi labor por encima de todo. Creo que éstos son motivos suficientes para sentirme complacido.

Con estas palabras Juan de Orduña recordaba en 1936 su primera experiencia como realizador y mostraba su disposición para volver a intentarlo. Una aventura de cine no había obtenido el reconocimiento deseado nueve años antes, pero él prefería acordarse del único crítico que la defendió y prepararse para dar ese giro a su carrera cuando la edad le obligara a dejar su labor de galán. Pasada la Guerra Civil ese momento llegó. Aunque protagonizó las tres películas que ya hemos comentado, Orduña comenzó al mismo tiempo a poner los cimientos de su carrera al otro lado de la cámara produciendo y/o dirigiendo una serie de cortometrajes, entre 1939 y 1941, con los que ganar confianza para emprender mayores empresas y convencer a productores como Vicente Casanova de que podían contar con él como director.

Los cortometrajes que Juan de Orduña produjo y dirigió en la inmediata postguerra deben verse como la prolongación de su actividad como rapsoda en el teatro. En los escenarios de las variedades había obtenido cierto reconocimiento con sus actuaciones poéticas acompañadas de música y baile. Cuando se incorporó a la industria cinematográfica tras la guerra, su pretensión fue hacer esa misma fusión poético-musical en las pantallas, mediante la repetición del esquema teatral, caso de Suite granadina (1940) o mediante la exploración de otras vías de plasmación fílmica del sentir poético, como haría en Nostalgia (1941). El resultado fue una serie de cortometrajes que no han sido tenidos muy en cuenta hasta ahora para analizar sus inicios como realizador pese a resultar interesantes por su condición de experimentos fílmicos y anticipar ciertas tendencias de su cine (...)





Fragmento de Juan de Orduña.
Cincuenta años de cine español (1924-1974)





24.10.14

XI. "JUAN DE ORDUÑA (CINCUENTA AÑOS DE CINE ESPAÑOL 1924-1974)", RAFAEL NIETO JIMÉNEZ, Hispanoscope libros 5, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014





JUAN DE ORDUÑA, ACTOR (1)


Juan de Orduña en La revoltosa, Florian Rey, 1924 - Foto: Archivo de Lourdes Orduña


ACTOR TEATRAL

Juan de Orduña inició su carrera artística en el Madrid de los primeros años veinte, una época donde el teatro era todavía el principal entretenimiento de los madrileños y las compañías teatrales, conocidas por los nombres del actor y la actriz principales, gozaban de una fama inimaginable hoy en día. Estas se estructuraban bajo una jerarquía estable, en la que los actores desempeñaban el mismo tipo de papel durante la temporada, pero en la que sus miembros podían también ascender poco a poco en el escalafón. Así, al frente de la compañía estaban la primera actriz y el primer actor, que solía ser también el director de escena; y a continuación, entre los papeles masculinos, estaban el galán, el actor de carácter, el galán joven, el característico, el galán cómico, el segundo galán joven, etc. Como bien indica esta terminología, los intérpretes principales estaban “encasillados” en alguna de esas categorías en función a sus características físicas o cualidades expresivas, además de su veteranía dentro de la compañía. Sin embargo, esto no impedía que se pudieran hacer distintas combinaciones entre los miembros de la compañía para dar oportunidades de lucimiento a los nuevos actores en aras de adquirir experiencia para papeles más importantes. En definitiva, estaban ante un sistema de meritoriaje, en el que cada actor podía hacer un papel u otro según los que hubiera para repartir en cada obra y las habilidades que hubieran demostrado anteriormente. Aunque también podía suceder que destacar demasiado fuera contraproducente si suponía igualarse con el actor o actriz principal, pues muchos no solían admitir competencia en su propia formación (...)


ACTOR CINEMATOGRÁFICO: ÉPOCA MUDA


En 1924 Orduña cumplía tres años como profesional del teatro pero, como hemos visto, no había pasado de ser un intérprete secundario en las compañías que le habían acogido. Quizás por eso probara suerte en el cine, medio que el propio Orduña reconocía que en aquella época despreciaba “como un arte menor y carente de interés, sin posible comparación con el teatro”. No solo eso, sino que lo veía como un peligro para su profesión:

Orduña sentía como un gran enemigo y un soberano desprecio por el cinema. Juzgaba que era como planta parásita y extremadamente nociva para el teatro, su ilusión de toda la vida. Acostumbraba a escuchar, entre sus compañeros, la justificación de la huida del público: “¡Es el cine que se nos lleva a la gente!” Y esta consideración originó en el sentir de Orduña un odio implacable hacia aquel rival poderoso de su profesión. [AGE, “Juan de Orduña era, hasta hace poco, enemigo acérrimo del cinematógrafo”, Madrid, 20 mayo de 1928, nº 21]

Sin embargo, ese verano de 1924 Orduña estaba desocupado a la espera de iniciar la temporada en el Teatro Fontalba, para cuya compañía ya estaba contratado. Por eso, cuando se enteró de que necesitaban extras para una película en Santiago de Compostela, y que pagaban a cinco duros, se decidió a marchar a Galicia para participar en el rodaje de
La casa de la Troya, dirigida por el propio autor de la novela original, Alejandro Pérez Lugín, con el asesoramiento de Manuel Noriega (...)



ACTOR CINEMATOGRÁFICO: ÉPOCA SONORA

El 2 de marzo de 1927 se podía leer en el
Heraldo de Madrid una detallada noticia sobre la proyección de prueba de un sistema de cine sonoro, el Fonofilm (castellanización del original Phonofilm), inventado por Lee De Forest. El artículo detallaba el proceso técnico de impresión óptica del sonido, muy similar al que finalmente se implantó en los cines, pero advertía que no había “alcanzado el grado de perfeccionamiento necesario para revestir verdadero carácter artístico”. Como sabemos, costó mucho que el cine sonoro español alcanzara ese carácter artístico y El misterio de la Puerta del Sol no fue más que el primer y dubitativo paso.

Según Fernández Colorado, Lee De Forest había llegado a España el 7 de febrero con la intención de explotar económicamente su invento en mercados todavía vírgenes, ya que en Estados Unidos no había podido hacerlo al sucumbir frente a patentes similares que tenían el apoyo de grandes compañías de radiodifusión. En España logró vender su invento y un lote de películas cortas a los industriales Feliciano Manuel Vitores, Enrique Urazandi y Agustín Bellapart, que constituyeron la sociedad anónima denominada Hispano de Forest Fonofilm. A partir de junio de 1927 comenzaron las exhibiciones públicas en Barcelona, y a continuación en distintas localidades de España a modo de gira para presentar el invento. El programa de películas cortas fue ampliado con otras nuevas realizadas mayormente por Vitores que incluían “discursos, canciones regionales, relatos cómicos o extractos teatrales”. Al igual que en la mencionada noticia de
Heraldo de Madrid, aunque se reconocía el avance técnico que suponía el invento, las opiniones fueron desfavorables en cuanto al progreso artístico que para el arte cinematográfico podría suponer. No solo por las imperfecciones evidentes de la proyección sonora, sino por la concepción generalizada en los medios cinematográficos españoles de que el arte cinematográfico más puro solo podía ser mudo (...)





Fragmento de Juan de Orduña.
Cincuenta años de cine español (1924-1974)





23.10.14

X. "JUAN DE ORDUÑA (CINCUENTA AÑOS DE CINE ESPAÑOL 1924-1974)", RAFAEL NIETO JIMÉNEZ, Hispanoscope libros 5, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014





INTRODUCCIÓN


Juan de Orduña



A raíz de la muerte de Francisco Franco en 1975 y la consiguiente transformación política y social que desembocaría en la actual democracia, se produjo una inevitable revisión de los acontecimientos históricos de las últimas décadas en España. Los historiadores de mayor o menor adscripción a la izquierda política dieron nueva luz a lo sucedido durante la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo bajo presupuestos ideológicos contrarios a los que habían imperado hasta ese momento, lo que produjo en ocasiones excesos interpretativos de signo contrario a aquellos. El paso del tiempo y la metódica labor de los investigadores ha difuminado poco a poco esa dualidad a pesar del revuelo mediático provocado por los mal llamados –ya que no revisan, sino que reproducen en gran parte viejos argumentos franquistas– “revisionistas”. Por eso es posible contar hoy en día, pasados ya cerca de cuarenta años del final de la dictadura, con razonables interpretaciones de ese pasado reciente, aunque no puedan ser consideradas definitivas como corresponde, en este caso sí, a la verdadera esencia revisionista de la labor historiográfica.

El cine español de la era franquista, como parte de esa Historia de España en constante revisión, fue también víctima de la lucha ideológica entablada durante la Transición. Frente a los discutibles trabajos, desde el punto de vista metodológico, de Juan Antonio Cabero, Carlos Fernández Cuenca y Fernando Méndez-Leite von Hafe durante el franquismo (1), surgieron nuevas miradas historiográficas hacia nuestro cine –miradas presentes en el ámbito de la crítica cinematográfica ya desde los años cincuenta– sustentadas en investigaciones de índole más científica pero que, debido a prejuicios ideológicos y a la contaminación de la crítica cinematográfica en la labor histórica, dieron resultados poco ecuánimes a la hora de valorar el cine de la época que acababa de finalizar, y más en concreto el de la primera década de la postguerra, en línea con lo que Augusto M. Torres proclamaba en 1973:

En estas condiciones, desde 1939 hasta 1952, se producen 566 largometrajes. Que se llamen Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1941), Locura de amor (Juan de Orduña, 1948), Don Quijote (Rafael Gil, 1946) o El destino se disculpa (José Luis Sáenz de Heredia, 1945), hayan tenido mayor o menor éxito, sean comedias o dramas, da lo mismo porque ninguna tiene el menor interés. Únicamente en bloque y eligiendo, principalmente, las producidas por Cifesa, (…) pueden servir para mostrar la pobreza del panorama cultural de aquellos años y para comprobar la existencia de algunas formas de vida que, hoy sin duda, parecen completamente ancestrales. (2)





1. CABERO, Juan Antonio, Historia de la cinematografía española, Madrid: Gráficas Cinema, 1949; MÉNDEZ-LEITE VON HAFE, Fernando, Historia del cine español, Madrid: Rialp, 1965; FERNÁNDEZ CUENCA, Carlos, La guerra de España y el cine, Madrid: Editora Nacional, 1972.

2. MARTÍNEZ TORRES, Augusto, Cine español, años sesenta, Barcelona: Anagrama, 1973, p.15.


Como ha dicho Imanol Zumalde en su repaso a la historiografía del cine español, “se dictaminó que el cine español realizado hasta la fecha era estructuralmente inane y despreciable; o lo que es lo mismo, indigno de atraer la más mínima atención excepto como coartada para la denuncia política y, acaso, para la recuperación de aquellos autores excepcionales que, a contracorriente, y enfrentándose a las circunstancias, se salvan de la quema”. (3) Como personalidad destacada de la inmediata postguerra era difícil que Juan de Orduña se pudiera salvar de esa quema porque, de hecho, el derribo de su figura había comenzado mucho tiempo antes.



3. ZUMALDE ARREGI, Imanol, “Asignatura pendiente. Pequeño breviario de la historiografía del cine español”, en La nueva memoria. Historia(s) del cine español (1939-2000), Castro de Paz, José Luis; Pérez Perucha, Julio; Zunzunegui, Santos (directores), Perillo-Oleiros (A Coruña): Vía Láctea, 2005, p.427.


Como se apreciará en el presente trabajo, en contra de la imagen monolítica que se ha tenido de él como autor mimado de la crítica oficial, a Orduña nunca le faltaron detractores, ni siquiera cuando estrenaba sus películas más reconocidas a finales de los años cuarenta, con Locura de amor a la cabeza. Es verdad que esas voces discordantes apenas se hacían oír entre la avalancha de elogios provenientes de la prensa cinematográfica de mayor difusión (Primer Plano, Radiocinema, Cámara, Fotogramas) y ante los numerosos premios que obtenían sus películas; sin embargo, si observamos la aparición desde finales de los años cuarenta e inicios de los cincuenta de una nueva crítica en el seno de las revistas culturales (Ateneo, Revista Española, Índice, Ínsula), de las revistas estudiantiles (La Hora, Laye, Alcalá, Acento Cultural) y de las nuevas publicaciones cinematográficas (Objetivo, Revista Internacional del Cine, Film Ideal) (4), que desarrollaban sus análisis bajo parámetros regeneracionistas inéditos hasta ese momento –y no solo desde el ámbito de la izquierda política, sino también desde el falangismo y el catolicismo–, se puede comprender que a Juan de Orduña no le esperase un futuro muy prometedor en la historiografía venidera porque sus películas estaban demasiado alejadas de la realidad social que esa crítica reclamaba ver en el cine español. En el mejor de los casos se le ignoraba completamente, en el peor se hacía mofa de su supuesta ineptitud, pero en ningún caso era digno de merecer un detenido análisis. No interesaba el contenido de sus películas pero, además, cuando a finales de los cincuenta llegaron a España las teorías francesas sobre la puesta en escena y la preeminencia de los directores cinematográficos como autores exclusivos de las películas, el cine de Orduña tampoco fue apreciado por sus valores formales porque hacía tiempo que su cine había pasado a un segundo plano y no se querían recordar sus obras más logradas del pasado.



4. Véase NIETO FERRANDO, Jorge, Cine en papel. Cultura y crítica cinematográfica en España (1939-1962), Valencia: Ediciones de la Filmoteca, 2009.


Por todo lo dicho, no es de extrañar que en el primer diccionario que se realizara sobre el cine español, ya en la década de los sesenta, Vizcaíno Casas mencionara ese desfavorable trato de la crítica en un sucinto resumen de su obra:

Director muy criticado (quizá con excesiva dureza), ha dado grandes éxitos internacionales al cine español con su estilo apasionado, popular y directo, aunque también sea responsable (por estos mismos triunfos comerciales) de dos corrientes temáticas que abrumaron en su momento a la producción nacional: la histórica y la de los cuplés. (5)



5. VIZCAÍNO CASAS, Fernando, Diccionario del cine español: 1896-1965, Madrid: Editora Nacional, 1966, p.209.


Poco después, una de esas nuevas revistas, Nuestro cine, publicaba en sus páginas un pequeño diccionario de directores españoles donde la semblanza sin firma relativa a Orduña reconocía su conexión con el público pero invitaba, en definitiva, a olvidar su obra:

Hablar de un estilo no es hablar de un autor. En Orduña no hay ideas ni posturas que discutir. Es la representación sofisticada de una variedad impotente.
Las películas importantes que hizo Orduña en los días gloriosos de su carrera hacen hoy sonreír. Pero seguramente también en su día hicieron sonreír al público que hoy lo hace. Como siempre, lo malo será que aún haya gente que pueda tomarse en serio este cine. Y lo más probable es que haya más público para esto del que se supone.
Será injusto considerar a Orduña más nefasto que otros realizadores de su época. Lo que ocurre es que ya cansa el pretender tomarse en serio y razonar concienzudamente películas que, simplemente, hay que olvidar.
(6)



6. “Orduña, Juan de. La aristocracia para el pueblo”, en Nuestro Cine, Madrid, noviembre-diciembre de 1968, nº 77-78. Es la única entrada sin firma del diccionario, por lo que suponemos que se debió a un error tipográfico.


Mientras Orduña seguía en activo con películas que en ocasiones todavía lograban la adhesión popular, su filmografía más conocida empezaba a formar parte de un pasado cada vez más remoto y olvidable, según los deseos de esa nueva crítica que pronto se encargaría de reescribir la historia reciente de nuestro cine. Solo su fallecimiento en 1974 le rescató momentáneamente de ese olvido gracias a los precipitados comentarios que siempre provoca la desaparición de las figuras más conocidas, pero las benévolas frases que se escribieron solo respondían a la simpatía personal que se le tenía y a cierta nostalgia del pasado, limitándose los elogios a ensalzar su entusiasmo por el cine, su conexión con el gusto popular y los éxitos internacionales logrados para el cine español. Incluso cuando se reconocía su profesionalidad y, para bien o para mal, su importancia histórica, caso de César Santos Fontenla, los errores de apreciación desembocaban en un balance no muy halagüeño de su obra:

Subdesarrollado el cine de Orduña lo fue ciertamente. Casi primitivo. Sus “superproducciones”, las que más gloria le dieran, estaban hechas prácticamente con cuatro cuartos, y no solo “cantaba” el decorado, sino que la propia planificación era toda una lección de cómo podía rodarse a ritmo vertiginoso. (…) En última instancia, el cine de Orduña, el “grande”, el superespectacular, reencontraba sin proponérselo el espíritu del viejo cine de barraca, y ello se manifestaba desde la composición de sus imágenes a la utilización de los decorados y la dirección de los intérpretes. Su eficacia era indiscutible, aunque no lo fuera su calidad. (7)



7. SANTOS FONTENLA, César, “Despropósitos a propósito de Juan de Orduña”, en Informaciones, Madrid, 7 de febrero de 1974. En la misma línea véase GALÁN, Diego, “Juan de Orduña, protagonista de la confusión”, en Triunfo, Madrid, 16 de febrero de 1974, nº 594.


Las declaraciones de Orduña en el libro de entrevistas de Antonio Castro que apareció ese mismo año (8), imprescindible –por su singularidad más que por su profundidad– para aproximarse al pensamiento del realizador, no sirvió para relanzar el interés sobre su obra. De ese modo, en el diccionario de directores del cine español aparecido en 1979 persistía la escasa consideración artística que se le tenía aunque se admitiera su importancia sociológica:

Orduña encarna a la perfección las virtudes y defectos del peor cine español. (…) Al igual que Florián Rey, pero con menos categoría, se le encuentra en empresas populacheras, que en ocasiones adquieren una dimensión superior, al llevarlas al extremo y dar con la fórmula perfecta del género. Esta habilidad para conectar con el público explica también su poder de convicción para imponerle dos “estrellas” como Aurora Bautista y Sarita Montiel. Y, en definitiva, Orduña pasará a la historia del cine español por este hecho sociológico y por haber sido el artífice de Locura de amor y El último cuplé, cuyo éxito no fue casual, sino la culminación lógica de una forma de concebir y hacer cine. (9)



8. CASTRO, Antonio, El cine español en el banquillo, Valencia: Fernando Torres Editor, 1974, pp.291-301.

9. PÉREZ GÓMEZ, Ángel A.; MARTÍNEZ MONTALBÁN, José L., 
Cine español 1951/1978. Diccionario de directores, Bilbao: Mensajero, 1979, p.236.



La consideración de Cifesa, en definitiva del denostado cine de los años cuarenta, comenzó a dar un giro cuando en el año 1981 se produjo un hecho fundamental, la celebración del Simposium dedicado a Cifesa en la 2ª Mostra de Cinema Mediterrani de Valencia, donde los debates y ponencias sirvieron para romper prejuicios mediante un necesario contraste de informaciones y opiniones de investigadores y testigos de la época. (10) En este encuentro, la visión sobre Orduña resultó ambivalente. Por un lado, volvió a ser objeto de improperios en la ponencia de Alfons García Seguí:

El anagrama Cifesa va a estar asociado irremisiblemente a los peliculones seudo-históricos fabricados por Orduña, increíblemente provincianos y naif, caracterizados por un mal gusto kitsch que las hacen inconfundibles; un cine que parece retrotraernos a la época de los pioneros del cine mudo, pero carentes de su poesía e inventiva... (11)



10. Una reseña de las proyecciones que acompañaron a los debates, con interesantes consideraciones sobre el modo más adecuado de acercarse a los textos fílmicos para extraer sus múltiples sentidos sin apriorismos que invaliden el análisis, puede verse en COMPANY, Juan Miguel, “A propósito de Cifesa: cuestiones de método”, en Contracampo, Madrid, marzo de 1982, nº 28. El artículo está reproducido en COMPANY, Juan Miguel, El aprendizaje del tiempo, Valencia: Episteme, 1995, pp.115-121.

11. GARCÍA SEGUÍ, Alfons, “Cifesa, la antorcha de los éxitos (1939-1945)”, en 
Archivos de la Filmoteca, Valencia, diciembre 1989 – febrero 1990, nº 4, p.48.



Por otro lado, Francisco Llinás aportó un texto incisivo que se adentraba en el análisis textual de unas películas que no habían merecido hasta ahora ese privilegio. Abordaba toda la filmografía de Orduña en Cifesa, por lo que englobaba tanto las películas históricas como las comedias, contextualizándola en su entorno de producción, para luego aportar sugerentes lecturas respecto al punto de vista de la narración. Aunque la valoración general de su cine tampoco sea excesivamente positiva, reconoce su interés y singularidad hasta llegar a la siguiente conclusión:

…el cine de Orduña, y muy especialmente sus películas históricas para Cifesa, representa un caso insólito en la historia del cine (y no solo del cine español), en el que aquello que hoy se considera que subvierte el código tradicional sirve precisamente –y de forma distinta a la del modelo Hollywood– los intereses de la clase dominante. Y que Orduña fuera consciente de ello (y yo creo que no lo era) es algo que, hoy por hoy, no nos interesa demasiado. (12)



12. LLINÁS, Francisco, “Juan de Orduña: Redundancia y pasión”, en Contracampo, Madrid, invierno de 1984, nº 34. El texto, retocado y ampliado, se publicó posteriormente en Archivos de la Filmoteca, Valencia, diciembre 1989-febrero 1990, nº 4, p.86-93.


Síntoma de la penosa situación de la investigación história en España es que las ponencias del Simposium no se vieron publicadas hasta casi una década después en la revista Archivos de la Filmoteca, pero al menos ese retraso permitió a José Luis Téllez completar el panorama de Cifesa con un texto nuevo donde por primera vez un analista exhibía su entusiasmo por el cineasta como consecuencia de la disección de sus melodramas históricos:

De Orduña cabrá discutir su gusto, jamás su energía, su violencia enunciativa. Puede que los elementos referenciales no sean siempre del mismo nivel estético en su cine: el refinamiento de muchos instantes convive con una peligrosa tendencia hacia el kitsch. Pero su pertinencia metafórica suele ser indiscutible. Pequeñeces, su obra más lograda y uno de los más hermosos melodramas jamás realizados, contiene varios hallazgos de este género. (13)



13. TÉLLEZ, José Luis, “De historia y de folklore (Notas sobre el 2º período Cifesa)”, en Archivos de la Filmoteca, Valencia, diciembre 1989 – febrero 1990, nº 4, p.55.


También Félix Fanés, cuyo libro Cifesa, la antorcha de los éxitos se editó en el marco del citado Simposium, reconocía, sin adentrarse a fondo en el análisis textual debido al carácter general de la obra, la competencia de Orduña cuando decía que Locura de amor y Agustina de Aragón eran “dos de sus más brillantes películas y, sin duda, las dos mejores que realizó para Cifesa. La eficacia de su manera de narrar, basada en la consecución de un clima que conducía a sucesivas explosiones que tenían como función cortar el aliento –a causa de la emoción– del espectador, muestra de nuevo su eficacia”. (14)



14. FANÉS, Félix, Cifesa, la antorcha de los éxitos, Valencia: Institución Alfonso el Magnánimo, 1982, p.173. El libro es fruto de una tesis doctoral leída a comienzos de 1980 y conoció una versión en catalán más extensa (El cas Cifesa: vint anys de cine español (1932-1952), Valencia: Filmoteca Generalitat Valenciana, 1989.


A pesar de estos avances, cuando en 1984 el Ministerio de Cultura patrocinó la primera historia general del cine español de la democracia, Emilio Sanz de Soto, encargado de redactar la parte relativa a los años cuarenta, desarrolló un texto desfasado donde calificaba a esta etapa como “uno de los momentos más tristes de nuestra cinematografía”. Aunque el tono empleado hacia Juan de Orduña seguía la línea de desprestigio habitual pocos años antes y declaraba de mal gusto a Locura de amor, Pequeñeces y Agustina de Aragón, en sus palabras se intuía cierta fascinación por su singular personalidad:

Había llegado el momento para que los mediocres –que, por supuesto, siempre se ignoran como tales– se sintieran inspirados y mirasen emocionados hacia las alturas. Al fin iban a hacer grandes películas.
Y así se consagra Juan de Orduña. Jamás director alguno fue más sincero haciendo las películas más insinceras. Con inspiración desatada –dicen que lloraba dirigiendo sus films–, inflaba lo melodramático hasta límites inverosímiles. No había en él medida a la hora de transmitir emociones. El grado de afectación, de artificio, de amaneramiento, era tan delirante, que dejaba por igual atónitos a creyentes como profanos. Juan de Orduña creía en lo que hacía, de ahí que, mientras a otros se les notaba el falso juego, en él todo era verdad, por ridícula y vergonzante que esta fuera.
(15)



15. SANZ DE SOTO, Emilio, “1940-1950”, en Cine español 1896-1983, Martínez Torres, Augusto (director), Madrid: Dirección General de Cinematografía, 1984, pp.131-132.


De nuevo Llinás, el historiador que más páginas ha dedicado a Orduña (16), se encargó de glosar la retrospectiva del cineasta que la Filmoteca Española organizó en junio y julio de 1985, mediante un texto fundamental que empezaba por reconocer que Orduña era “conocido superficialmente, por unos pocos títulos”, lo que se prestaba “a consideraciones superficiales, a juicios de valor apresurados. No es ni un desconocido ni un conocido, no cabe redescubrirlo, pero sobre él siguen reinando no pocos malentendidos”. (17) Dejaba aparte los prejuicios ideológicos para abordar una época –la década de los cuarenta–, y una obra –la de Orduña–, de singular interés histórico porque, contra lo que se venía diciendo, no era una emanación directa y monolítica de la ideología franquista, sino que presentaba no pocas contradicciones y rasgos atípicos que contrastaban con la imagen de cineasta oficial que se tenía hasta entonces de él. Al contrario, Llinás veía en Orduña un director pasional que supo romper la rigidez emocional del reprimido cine de la postguerra y superar los deficientes guiones de sus películas gracias a la convicción puesta en unos procedimientos redundantes y melodramáticos llevados al exceso. En definitiva, consideraba que a Orduña no le importaban tanto los acontecimientos que narraba como las emociones que pudiera transmitir.



16. Véase también LLINÁS, Francisco, “Juan de Orduña y Edgar Neville: el haz y el envés”, en Secuencias, Madrid, 1994, nº 1, pp.65-74.

17. LLINÁS, Francisco, “Una aproximación a Juan de Orduña” [Folleto de Filmoteca Española], Madrid, 1985.



El ciclo de Filmoteca Española fue un paso importante para juzgar globalmente su obra pero no tuvo continuidad y pronto volvieron a reproducirse los tópicos sobre su filmografía. La Historia ilustrada del cine español aparecida ese mismo año le dedicaba un breve apartado que reconocía su importancia en los años cuarenta y cincuenta, pero los descalificadores epítetos dedicados a sus películas nada aportaban al conocimiento de su obra. (18) Desde un prisma más favorable tampoco lo hacía la Biografía del cine español aparecida en 1992, donde Orduña era incluido, a pesar de considerar mediocres todas su comedias, en el apartado de los grandes autores sin profundizar en la razón de esta calificación más allá de sumarse a la reivindicación producida en los últimos años: “Su obra hace gala de un entusiasmo y una sinceridad que conserva intactas muchas de las modalidades de sus películas, aunque estén envueltas en situaciones disparatadas, excesivas y profundamente barrocas y teatrales”. (19)



18. GARCÍA FERNÁNDEZ, Emilio Carlos, Historia ilustrada del cine español, Barcelona: Planeta, 1985, p.145. No obstante, este historiador defendía la necesidad de revisar el cine español para ponerlo en su justo valor.

19. ALONSO BARAHONA, Fernando, 
Biografía del cine español, Barcelona: Centro de Investigaciones Literarias Españolas e Hispanoamericanas, 1992, p.33. Es una reelaboración de su artículo “Cine español en la era de Franco”, en Razón Española, Madrid, julio-agosto 1991, nº 48.



La celebración del centenario del cine español en 1996 fue un momento ideal para hacer balance y poner en su justo término el cine de la era franquista, que al fin y al cabo en ese momento cubría prácticamente la mitad de su historia, y, por tanto, para resituar a Orduña en ese contexto. La pequeña eclosión de publicaciones generales dio como fruto una antología de 305 películas que pretendía rehabilitar un cine español compuesto por un corpus fílmico de cerca de seis mil películas que debía proporcionar necesariamente, se decía, “un conjunto de obras singulares o atendibles por las más diversas razones, cuyo volumen y relevancia es mayor de lo que hasta no hace mucho se pensaba” (20), y donde Orduña estuvo representado con cuatro de sus filmes (Locura de amor, Pequeñeces, Cañas y barro y El último cuplé) analizados respectivamente por Jean-Claude Seguin, José Luis Téllez, José Luis Castro de Paz y Fernando Gabriel Martín, desde unas perspectivas libres ya de prejuicios.



20. PÉREZ PERUCHA, Julio (editor), Antología crítica del cine español 1906-1995: Flor en la sombra, Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 1997, p.12.


También salió a la luz una nueva y necesaria Historia del cine español que, al ser excesivamente comprimida, despachaba brevemente a Orduña como un autor polifacético que había culminado el género seudohistórico “más allá de toda sensación de ridículo y de toda contención, hasta el punto de constituir su cartón piedra un auténtico motivo de estilo” (21); y apareció un completísimo diccionario donde José Luis Téllez demostraba de nuevo, y en el reducido espacio que es consustancial a este tipo de obras, una notable comprensión de su valores cinematográficos:

Orduña marcó toda una etapa fílmica: cineasta de vocación multitudinaria, su franqueza y fortuna para insertarse en la tradición popular, su inventiva para la metáfora visual, su seguridad en el movimiento de masas, su exaltada teatralidad operística y su intensidad expresiva, aunque no sean constantes a lo largo de tan copiosa obra (cuarenta largometrajes), hacen de él uno de los directores más personales del cine español. (22)



21. MONTERDE, José Enrique, “El cine de la autarquía (1939-1950)”, en Historia del cine español, VV. AA., Madrid: Cátedra, 1995, p.227.

22. BO
RAU, José Luis (director), Diccionario del cine español, Madrid: Alianza, 1998, p.644.



A pesar del reconocimiento de su importancia histórica y la riqueza textual de sus películas, asumida hoy en día por los historiadores que se ocupan de esta etapa de nuestro cine (23) debido a que el tiempo trascurrido favorece el análisis desapasionado y a que la formación de los nuevos investigadores –entre los cuales muchos no han vivido el franquismo– se sustenta en nuevas perspectivas y en herramientas metodológicas más consistentes, lo cierto es que, además de escasos, los análisis del cine de Orduña se han circunscrito a aspectos muy concretos y a un núcleo muy reducido de sus películas –las realizadas en el seno de Cifesa–, ignorándose una extensa y rica filmografía de cuarenta títulos, con la excepción de El último cuplé por su condición de fenómeno sociológico. (24) Si a esto añadimos el nulo conocimiento que se tiene sobre su etapa de actor –y director de una película– durante el periodo mudo, se hace evidente la necesidad que había de revisar en profundidad toda su obra.



23. Véase CASTRO DE PAZ, José Luis, Un cinema herido. Los turbios años cuarenta en el cine español (1939-1950), Barcelona: Paidós, 2002; y COMPANY, Juan Miguel, “Formas y perversiones del compromiso. El cine español de los años 40”, en Cien años de cine. Historia, Teoría y Análisis del texto fílmico, Castro de Paz, José Luis; Couto Cantero, Pilar; Paz Gago, José María (ed.), Madrid: Visor Libros / Universidade da Coruña, 1999.

24. Otras películas de Orduña han sido objeto de análisis pero siempre desde la perspectiva del tema de la obra en la que estaba incluida, nunca desde una concepción global de su filmografía. Serán citadas en los capítulos correspondientes a esas películas.



En los últimos años han aparecido monografías sobre directores de aquella etapa, con mejor o peor fortuna, mayor o menor precipitación en su elaboración, pero en definitiva contamos ya con solventes trabajos sobre José Luis Sáenz de Heredia, Antonio Román o Rafael Gil (25), por citar tres ejemplos de realizadores afines a Orduña por cronología y por haber sido considerados como él cineastas oficiales del franquismo. Pero Juan de Orduña ha quedado rezagado en esta labor de recuperación de los autores más relevantes de la postguerra, incluso respecto a realizadores de mucha menor envergadura. Esta laguna historiográfica tiene difícil explicación aunque podamos aventurar algunas razones. Sabida es la dejadez institucional que tradicionalmente ha presidido el apoyo a la investigación sobre nuestro cine y la influencia que ciertos rescoldos ideológicos han podido tener en que la mirada de los investigadores, aunque sea inconscientemente, se haya dirigido hacia autores políticamente más reivindicables por su resistencia al modelo imperante durante la postguerra o por su heterodoxia. Quizás también estuviera latente un cierto menosprecio hacia un cineasta que, en apariencia, era intelectualmente inferior por no haberse expresado por escrito sobre literatura y cine, caso de Rafael Gil y Antonio Román. De hecho, desde muy pronto había sido considerado un director intuitivo más que reflexivo, con una formación autodidacta conseguida mediante la práctica del oficio cinematográfico junto a directores que, como José Buchs, Benito Perojo o Florián Rey, no habían hechos sus películas desde el estudio meditado de otras cinematografías, según expresaba en 1946 Antonio del Amo en un artículo sobre la nueva generación de directores que excluía a Juan de Orduña por no ser, precisamente, considerado un intelectual del cine. (26) Si a esto añadimos que su extensa trayectoria profesional de más de cincuenta años puede haber retraído a más de un investigador por el esfuerzo individual que supone abordar un trabajo de tal envergadura sin contar con el mencionado apoyo institucional, y que esa falta de apoyo no se ha podido paliar por publicaciones de ámbito regional o local debido a que su condición de madrileño ha impedido que la figura de Orduña sea instrumentalizada para satisfacer egos localistas –razón aparente de otras publicaciones–, tendremos un razonable panorama que explica esta situación.



25. CASTRO DE PAZ, José Luis; NIETO FERRANDO, Jorge (coord.) El destino se disculpa. El cine de José Luis Sáenz de Heredia, Valencia: Ediciones de la Filmoteca, 2011; COIRA, Pepe, Antonio Román, Un cineasta de la posguerra, Madrid: Complutense, 2004; y VV.AA., Rafael Gil y Cifesa, Madrid: Ministerio de Cultura / Instituto de las Artes y Ciencias Cinematográficas / Filmoteca Española, 2007, si bien este último no aborda toda la obra del cineasta.

26. AMO, Antonio del, “Una generación de directores”, en 
Imágenes, Barcelona, diciembre de 1946, n º 20. En la nómina incluía a José Luis Sáenz de Heredia, como excepción a la regla de intelectual del cine, y a José Antonio Nieves Conde, Carlos Serrano de Osma, Arturo Ruiz-Castillo y Pío Ballesteros. Pocos meses después, gracias a Un drama nuevo, admitía a Juan de Orduña a pesar de carecer de la ortodoxia cinematográfica de Gil y Román (AMO, Antonio del, “Cine ‘Telúrico’ y cine ‘Boluda’”, en Imágenes, Barcelona, abril de 1947, nº 24). Respecto a la falta de reflexiones intelectuales de Juan de Orduña, hay que decir que solo hemos podido localizar un texto escrito por él donde manifestaba su admiración por Charlie Chaplin (ORDUÑA, Juan de, “El genio de Charlot y el arte de la risa”, en La Esfera, Madrid, 25 de agosto de 1928, nº 764).



La ausencia de un estudio completo sobre Juan de Orduña ha provocado que en la totalidad de la bibliografía donde se aborda someramente su vida y obra se repitan una y otra vez errores e inexactitudes que nadie se ha molestado en comprobar en fuentes primarias. (27) No creemos que la exactitud de los datos biográficos sea un asunto menor, propio de una erudición estéril, sino que puede arrojar luz sobre la formación de la personalidad artística y sobre las bases culturales en las que se asienta una filmografía que, en el caso que nos ocupa, presenta una homogeneidad temática muy notable a pesar de transitar por muy diversos géneros. Así, el presente estudio, consciente desde el inicio de la necesidad de empezar prácticamente desde cero, ha abordado aspectos biográficos y artísticos inéditos hasta ahora, y que nos descubren en primer lugar a un Juan de Orduña que tuvo una intensa y peculiar vida artística antes de la Guerra Civil.



27. El último ejemplo es la extensa entrada escrita por José Enrique Monterde en CASARES RODICIO, Emilio (director), Diccionario del cine iberoamericano: España, Portugal y América,  Madrid: Sociedad General de Autores y Editores, 2011, pp.431-436. Es de lamentar los numerosos errores que contiene, máxime cuando no todos se deben a la carencia de una investigación como la presente, sino a una aparente dejadez en la edición de la obra, como prueba que el retrato elegido para ilustrar la entrada sea una foto de Fortunato Bernal, y que en otra fotografía en el pie de foto no se acierte a atribuir correctamente los nombres de Orduña, Rafael Gil y Luis Lucia con sus respectivas figuras.


Esta investigación, por tanto, tiene un alto componente historicista fundamentado en un minucioso rastreo de datos sobre su vida y sus películas en hemerotecas y archivos, lo que nos ha permitido reconstruir una biografía completa que ocultaba más de una sorpresa en el camino. Este componente historiográfico es más acusado en las partes relativas a su formación y a su carrera actoral debido tanto a la propia naturaleza efímera del arte escénico como a la pérdida de gran parte de su filmografía como intérprete, pero eso no ha impedido que hagamos un análisis de esa labor actoral basándonos en el estudio de los personajes que interpretó, aunque solo sea sobre el papel, y las huellas que dejó esta actividad en la prensa escrita.

La segunda parte, dedicada a su labor como director y productor, también tiene un alto contenido historicista porque era necesario desbrozar el camino de inexactitudes cronológicas y establecer con precisión tanto la génesis de sus películas, dentro de su contexto histórico e industrial, como la recepción crítica y de público de cada filme. Ahora bien, conscientes de que eso no era suficiente para poner en sus justos términos su obra fílmica, para relacionar sus fuentes culturales e ideológicas con la singular configuración estética de sus películas, y todo ello sin caer en fáciles apriorismo sociológicos o psicológicos, se ha abordado también el análisis textual de las películas que se conservan. A pesar del inevitable afán reivindicativo del presente estudio hemos intentado no cometer excesos valorativos en dicho análisis, sino observar la obra de Juan de Orduña de un modo desapasionado que nos permitiera desentrañar con claridad su verdadera relevancia como director con independencia de su adscripción ideológica –sin dejar de ser conscientes de ella, por supuesto– y sin que el contexto político nos condicionara excesivamente en su lectura para así clarificar las contradicciones existentes entre el discurso fílmico de sus películas y el caldo de cultivo social en que nacieron.