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25.11.24

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: "LA PASIÓN DE LO VISIBLE. FÉLIX GUATTARI Y EL FUTURO DEL CINE", Josep M. Català Domènech. Shangrila, 2024

 

PRESENTACIÓN

MARTES 03 DICIEMBRE 2024 / 19:00h.




EL AUTOR ESTARÁ ACOMPAÑADO POR:

GABRIELA BERTI
(Doctora en filosofía y especialista en la obra de Gilles Deleuze y Félix Guattari)
y FRANCESC PUNTÍ
(Psicoanalista y pintor)




Calle Mallorca, 237 - 08008 Barcelona




30.10.24

II. "LA PASION DE LO VISIBLE. FÉLIX GUATTARI Y EL FUTURO DEL CINE", Josep M. Català Domènech, Valencia: Shangrila, 2024

 

REFLEXIONES INTRODUCTORIAS


Félix Guattari


La mente filosofante nunca piensa simplemente acerca de un objeto, sino que, mientras piensa acerca de cualquier objeto, siempre piensa también acerca de su propio pensar en torno a ese objeto

                               R. G.   Collingwood (The Idea of History)


Consideremos un mundo en el que causa y efecto sean erráticos. En ocasiones la primera precede al segundo, a veces es el segundo el que antecede a la primera. O quizá las causas se encuentran siempre en el pasado y los efectos en el futuro, pero un futuro y un pasado que se entrelazan

   Alan Lightman (Einstein’s Dreams)



Puede parecer una paradoja, pero ver una imagen no es nada fácil. Si se considera que el cuerpo de la imagen es básicamente estético y la estética se circunscribe a lo sensible, la imagen queda automáticamente relegada a un segundo plano. Se puede llegar a pensar que la labor de una imagen, más que dar a ver, sería hacer sentir, provocar afectos, como afirma Deleuze. A la imagen, o bien la ocultan las sensaciones que produce o se oculta tras aquello que se supone que representa. Ocuparía esa estulta posición que denunciaba Confucio al afirmar que, cuando el sabio señala la Luna, el necio mira el dedo. Pero la imagen ha sido siempre ese dedo, metido en el ojo del sabio. 

Este libro pretende, en principio, acercarse al cine a través del pensamiento de Félix Guattari, quien colaboró con Deleuze en una serie de estudios trascendentales, pero no elaboró, al contrario que su compañero, ninguna teoría cinematográfica concreta. Sin embargo, hizo algo que no hizo ni pretendió hacer nunca Deleuze: dedicarse al cine. Deleuze tiene una teoría fílmica, mientras que Guattari apunta a una práctica fílmica. Algo parecido sucede con respecto a otros medios, como la pintura, el teatro o la novela: Deleuze se interesó teórica o filosóficamente por ellos, a veces junto con Guattari, pero nunca se planteó cruzar la frontera que separa la teoría de la práctica y dedicarse al teatro, a pintar o a escribir una novela. En cambio, Guattari sí lo hizo. No solo estuvo siempre en contacto directo con creadores de estos medios, sino que, en ocasiones, se aventuró a colaborar directamente con ellos y también a producir sus propias obras, como ocurrió en los casos específicos del teatro, la literatura y el cine, con alguna incursión muy esporádica en la poesía. Si bien en estos campos nunca llegó a producir una obra consistente que permita situarlo de forma destacada en tales contextos, lo cierto es que, como indica Flore Garcin-Marrou, Guattari «se forjó a lo largo de muchos años un estilo poético y surrealista, dando vida a una prosa conectada con su propia corriente de conciencia, en la tradición de los poetas de la Generación Beat» (2012b: 137). En el ámbito de la producción artística, hizo lo que había hecho siempre en todas partes, moverse por la periferia. Tampoco su incursión en el cine fue muy notable, puesto que se limitó al esbozo de una serie de proyectos que nunca llegaron a realizarse, para finalmente completar un guion que no alcanzó a ser producido por mucho que el autor lo intentara en varias ocasiones, incluida una tentativa en Hollywood. Sin embargo, estos tanteos, que el filósofo emprendió con gran entusiasmo, adquieren relevancia cuando se los contempla a la luz de su particular pensamiento, cuya originalidad es indudable. Y sirven además para completar el perfil de su personalidad única. 

Considero que, a partir de estos planteamientos, es posible repensar el cine y la imagen de manera que se ponga de manifiesto la existencia de una nueva imagen del pensamiento, hasta ahora solo esbozada en el entorno de las nuevas tecnologías de la imaginación y más actual que la que propuso Deleuze al estudiar en su momento el fenómeno fílmico. Concretamente, pensar el cine a través de Guattari implica la posibilidad de sobrepasar el campo de la filosofía en sí para contemplar las relaciones que, en la actualidad, establece el pensamiento con la imagen, la tecnología y la subjetividad, transitados todos ellos por la función crucial del movimiento. Es decir, todos aquellos elementos que Deleuze evitó pensar directamente, a pesar de que son determinantes para comprender las relaciones de la estética contemporánea con el pensamiento o, de forma más decisiva aún, del pensamiento con la imagen. 

Si se trata de relacionar a Guattari con el cine, la referencia a las ideas de Deleuze es inevitable, no solo por la colaboración que ambos mantuvieron, sino porque Deleuze constituye ineludiblemente la puerta de entrada a los estudios fílmicos contemporáneos, si es que se quiere hacer justicia a su complejidad. Por estudios fílmicos debemos entender no solo los relativos al cine, sino también los relacionados con todos aquellos medios que se han derivado, a lo largo del siglo XX, del paradigma cinematográfico, incluyendo un interés por la forma en que este paradigma ha influido en otros ámbitos, sobre todo el artístico. Estos estudios fílmicos, que por su carácter expandido requerirían un apelativo distinto, giran por lo tanto en torno al eje que configuran las relaciones entre imagen, tecnología y pensamiento. Pero, antes que nada, es necesario comprender cuál es el origen de ese peculiar pensamiento cuando se refiere al cine. Si hacemos caso a Deleuze, parece como si en el cine desembocase gran parte de la filosofía occidental, como si él fuera el encargado de recoger, plasmar y corroborar las concepciones más relevantes de esta tradición. Sin embargo, si esto fuera así, habría que tener en cuenta que la tradición filosófica se encuentra en el terreno cinematográfico con una corriente que viene del lado opuesto y que está formada por la combinación de la tecnología con la tradición estética, una estética concretada ya en la noción de imagen. En estas circunstancias, resulta complicado seguir pensando solo “filosóficamente”.  

La concepción que Deleuze tiene de las imágenes proviene de Bergson, para quien «las sensaciones (…) no son imágenes percibidas por nosotros fuera de nuestro cuerpo, sino más bien afecciones localizadas en nuestro mismo cuerpo» (2006: 66). Está claro que no hablamos del mismo tipo de imagen, lo que explica por qué Deleuze no ve la misma imagen que yo veo, ni siquiera la descubre en el cine cuando se dedica a estudiarlo profusamente. Solo ante la pintura de Bacon se detiene para contemplar la imagen visual, pero de inmediato la convierte en un cúmulo de afectos y perceptos que a partir de las formas pictóricas impactarían directamente en el cuerpo sensible de quien las percibe sin pasar por el cerebro, de manera parecida a cómo lo hace la música. Deleuze no explica qué sucede en el cuerpo del que las produce. O en su mente. Tampoco es muy proclive a averiguar qué sucede en el cuerpo mismo de la imagen, más allá de esa transitoriedad de las formas. 

No deja de ser cierto, sin embargo, que ante una imagen sentimos una fuerza afectiva que nos conmueve. Esta fuerza tiende a superponerse a la visión, de modo que captamos su origen visual a través de ella, pero, en el acto, lo visible queda anulado por lo sensible y dejamos de ver para limitarnos a sentir. La obra de arte, afirman Deleuze y Guattari, «es un bloque de sensaciones, es decir un compuesto de perceptos y de afectos» (1997: 164). Desde este punto de vista, según el cual, «la obra de arte es un ser de sensación, y nada más: existe en sí», se anulan los procesos creativos y receptivos, de modo que la obra de arte existe como un elemento autónomo, compuesto por perceptos que no son percepciones y de afectos que no son sentimientos ni emociones, en el sentido estricto de todo ello. La obra de arte existiría así al margen del sujeto e incluso al margen de ella misma, de su materialidad. Sin embargo, no podemos olvidar que cada obra es en realidad un proyecto concreto que se distingue de otros proyectos artísticos y que ha desplegado unas estrategias estéticas o intelectuales determinadas, es decir, lo contrario de una abstracción. En última instancia, lo que se desconoce es que la obra de arte es también una imagen. Una imagen visual concreta que puede mantener relaciones con imágenes mentales o sonoras pero que es distinta de estas, como distinta es de las sensaciones que produce o de aquello que se supone que representa. 

La imagen ha sido creada para provocar, efectivamente, percepciones y sensaciones, pero estas se mezclan con ideas, explícita o implícitamente. Considerar que, como obra de arte, es un bloque encerrado en sí mismo puede ser útil para someterla a una mirada científica, ajena a cualquier aleatoriedad. Se olvidan las estrategias concretas que recorren cada acto creativo y todo se reduce —o se eleva— a un plano ontológico al que sin duda el arte pertenece, pero en el que no se agota. De este modo el arte puede circunscribirse al producto de uno de los tres planos que, según Deleuze y Guattari, cortan sistemáticamente el caos: «plano de inmanencia de la filosofía, plano de composición del arte, plano de referencia o de coordinación de la ciencia» (ibid.: 218). Podemos admitir sin problemas que el arte es, efectivamente, una fuerza de la realidad, un modo de pensarla y de actuar en ella, siempre que esto no nos haga olvidar que, a partir de esta abstracción, se producen acciones concretas capaces de asimilar otras funciones, incluidas las de la filosofía o la ciencia. Es cierto que la reflexión de Deleuze y Guattari se produce en el marco de una pregunta específica, la referida a qué es la filosofía y, por consiguiente, la respuesta es necesariamente filosófica. Pero el alcance de esta respuesta excede lo filosófico, puesto que responde a un determinado estilo de pensamiento, como puede comprobarse en las reflexiones que Deleuze dedica al cine. La clave, en última instancia, se encuentra en el concepto de automatismo como antídoto de la función del sujeto, un aspecto que creo que concierne más al pensamiento de Deleuze que al de Guattari, a pesar de que lo compartan en determinadas circunstancias. Según la teoría de los tres planos ontológicos, el pensamiento sería el producto automático de cualquiera de ellos: solo se podría pensar a partir de ellos o acerca de ellos, es decir, haciendo que el pensamiento regrese sobre sí mismo. Pero todo esto, a pesar de su relevancia, no es más que el último esfuerzo para evitar la incómoda presencia del sujeto.    

La obra de arte entendida como imagen desbarata el apolíneo andamiaje de este planteamiento. La imagen va más allá del arte, pero al mismo tiempo posee del arte la capacidad de reinventarse constantemente, incluso cuando aparece estandarizada. Como el pensamiento, puede estar sujeta a reglas, pero es altamente capaz de superar estas reglas. El arte, la imagen y el pensamiento forman un conjunto de elementos que son inicialmente diversos, pero que a la vez están interconectados por energías comunes que circulan entre ellos gracias a esa interrelación. Los vincula también el hecho de que, aislados o conjuntamente, los elementos que conforman ese entramado virtual se sitúan al margen tanto de la filosofía como de la ciencia, entendidas estas como formas esencialmente dogmáticas del pensamiento. El arte, la imagen y el pensamiento muestran, cada cual a su manera, o de sus respectivas maneras yuxtapuestas en el fenómeno concreto de la imagen, cómo actúa el pensador privado opuesto al pensador público: «el profesor (pensador público) remite sin cesar a unos conceptos aprendidos (el hombre-animal racional), mientras que el pensador privado forma un concepto con unas fuerzas innatas que todo el mundo posee por derecho por su cuenta (yo pienso)» (Deleuze y Guattari, 1997: 63). Lo que es importante destacar aquí es la relación que el arte y la imagen mantienen con el pensamiento. Para ello lo mejor es considerar al arte como imagen, lo que conlleva que las imágenes pueden ser entendidas también como arte. Con ello se llega a la misma conclusión que plantean Deleuze y Guattari, a saber, que el pensamiento es creación, que «la primera característica de la imagen moderna del pensamiento tal vez sea la de renunciar completamente a esta relación (con la verdad), para considerar que la verdad es únicamente lo que crea el pensamiento» (ibid.: 57). En este punto, cabe preguntarse cómo solventar la aparente contradicción que existe en el pensamiento de Deleuze y Guattari, puesto que, por un lado, propugnan la validez de un pensamiento libre y creativo —un pensar en movimiento y del movimiento—, mientras que, por el otro, parecen empeñados en regular la forma en que este tipo de pensamiento es posible. 

[...] 





28.10.24

NOVEDAD: I. "LA PASION DE LO VISIBLE. FÉLIX GUATTARI Y EL FUTURO DEL CINE", Josep M. Català Domènech, Valencia: Shangrila, 2024

 

396 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila - ISBN: 978-84-128935-3-3


Félix Guattari, después de haber colaborado con Gilles Deleuze en una serie de libros cruciales para el pensamiento contemporáneo, se enfrascó en un proyecto inusitado, la confección de un guion cinematográfico de ciencia-ficción con el que pretendía culminar unas aspiraciones creativas que siempre habían permanecido agazapadas tras su labor como pensador y psicoanalista heterodoxo. Si Gilles Deleuze, durante la misma época, elaboró una teoría del cine profundamente original sin pretender nunca dirigir una película, Guattari, por el contrario, no produjo ninguna teoría fílmica, pero quiso dedicarse, sin éxito, al cine. Con este fracaso se abre, sin embargo, la posibilidad de ahondar en las propuestas fílmicas de Deleuze por un camino inesperadamente trazado por Guattari. Entre ambos se establece una postrera colaboración virtual, pero no solo porque se cubren así los aspectos, generalmente antitéticos, de la teoría y la práctica, sino también porque se demuestra que Guattari, injustamente relegado a un segundo término en el trabajo conjunto, era quien había aportado las ideas más revolucionarias en el trabajo colaborativo. 

A través de este particular ensamblaje, se exploran las relaciones entre la imagen, la tecnología y el pensamiento, ofreciendo la posibilidad de una teoría fílmica posdeleuziana que fundamente la estética cinematográfica del futuro inmediato. Los indicios de este cine del futuro se detectan ya en el ecosistema del post-cine, compuesto por la realidad virtual, los documentales interactivos, los metaversos y otras tecnologías de la imaginación como la Inteligencia Artificial aplicada a la imagen, de las que se extrae una nueva imagen del pensamiento, alimentada más por las ideas de Guattari que por las de Deleuze.


JOSEP M. CATALÀ DOMÈNECH

Catedrático emérito de la Universitat Autònoma de Barcelona. Doctor en Ciencias de la comunicación por la UAB. Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la Universitat de Barcelona. Master of Arts in Film Theory por la San Francisco State University. Premio Fundesco de ensayo. Premio de ensayo del XXVII Certamen Literario de la ciudad de Irún. Premio de la Asociación Española de Historiadores de Cine. Es autor de diversos libros sobre estudios visuales, cine y documental, entre ellos  La violación de la mirada, La puesta en imágenes, Estética del ensayo, La imagen interfaz, El murmullo de las imágenes, La imagen compleja, La forma de lo real, Viaje al centro de las imágenes, Posdocumental. La condición imaginaria del cine documental y Complejidad y Barroco. Además, ha publicado también La gran espiral. Capitalismo y esquizofrenia, Visionarias, Anatomía de lo real. Imagen, signo y pensamiento (con Juan Diego Parra)  y La era de la incertidumbre. Ha sido decano de la facultad de Ciencias de la comunicación de la UAB y director académico del Máster de Documental Creativo de esta misma universidad. 



Más información en

17.5.23

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: "COMPLEJIDAD Y BARROCO. ARREBATOS DEL SUJETO", Josep M. Català Domènech, Valencia: Shangrila, 2023.

 

PRESENTACIÓN

LUNES 22 MAYO 2023 / 19:00h.




EL AUTOR ESTARÁ ACOMPAÑADO POR:

GABRIELA BERTI
(Doctora en filosofía y especialista en la obra de Gilles Deleuze y Félix Guattari)
y EMILIO FERNÁNDEZ
(Profesor de Comunicación Audiovisual de la UAB)




Calle Mallorca, 237 - 08008 Barcelona




13.4.23

II. "COMPLEJIDAD Y BARROCO. ARREBATOS DEL SUJETO", de Josep M. Català Domènech, Valencia: Shangrila, 2023.



INTRODUCCIÓN
(completa)


Figura 1


Más se requiere hoy para un sabio que antiguamente para siete; 
y más es menester para tratar a un solo hombre en estos tiempos 
que con todo un pueblo en los pasados.

Gracián


Nuestra realidad se mueve entre lo complejo y lo complicado. Hay una diferencia esencial entre ambas categorías: lo complicado se soluciona por sustracción, lo complejo por adición. En épocas anteriores, pongamos medio siglo atrás, aún se podía pensar que nos enfrentamos a complicaciones que era necesario eliminar, desactivando cuidadosamente los elementos que las originaban al presentarse amalgamados sin orden ni concierto. Pero ahora nos encontramos con que es necesario dar con algún tipo de ordenación que permita promocionar esos amalgamamientos destinados a resolver, sin nunca conseguirlo completamente, la complejidad contemporánea. Esta complejidad no solo es de todo tipo –social, política, psicológica, científica, estética, filosófica, etc.–, sino que no puede discriminarse por clases, características o categorías, puesto que tiende a generar conjuntos que agrupan distintas disciplinas y confeccionan estructuras ontológico-epistemológicas. Con esto, me refiero a que las diversas agrupaciones posibles, al tiempo que ponen de relieve aspectos distintos de la realidad, suministran herramientas conceptuales para comprenderlas. Estos cúmulos complejos del saber, formados por distintas maneras de observar el mundo, son siempre incompletos, puesto que propenden a una totalidad en la que deberían incluirse no solo todas las ciencias en activo, sino también las que están por conocer, así como la amplia perspectiva del arte y las humanidades. Como sea que esta totalidad no es factible, entre otras cosas, porque siempre quedaría la incógnita sobre lo que nos depara el futuro, los ensamblajes o agenciamientos ontológico-epistemológicos adquieren formas distintas, dependiendo de cuál de esas tipologías o disciplinas es la predominante en una circunstancia concreta. 

Al pretender que cada estructura fenomenológica compleja tiene una forma, me estoy comprometiendo con la idea de que la visualidad adquiere un papel determinante en la complejidad contemporánea. Implica, por ejemplo, que las imágenes pueden desempeñar una labor insustituible tanto para la expresión de lo complejo como para su comprensión. Antes de seguir adelante, quiero aclarar que, el referirme a la imagen, estoy pensando más en un campo de significado que en un medio concreto, ya que no solo existen muchas clases de imagen, sino que hay que contar sobre todo con el hecho de que muchas de ellas poseen movimiento y van acompañadas, además, de sonido. Quizá sería mejor hablar de formas audiovisuales en movimiento si nos queremos referir específicamente a las imágenes contemporáneas. Pero, una vez que esta específica fenomenología se ha introducido en la cultura, nos vemos obligados a replantearnos la percepción y comprensión de todo tipo de imágenes pertenecientes a cualquier tiempo, ya que esas cualidades de movimiento y sonido, sea por su presencia o por su ausencia, nos incitan a asimilarlas, a todas ellas, de forma diferente a cómo veníamos haciendo. Lo usual ha sido siempre hacer todo lo contrario: los estudios de la imagen, como tantos otros, tienden a remontarse a unos orígenes remotos, que en su caso se sitúan en las cuevas de Altamira o de Lascaux, para desde allí regresar, paso a paso, hasta la actualidad, como si ese largo trayecto fuera un camino de perfección. Mi propuesta consiste en hacer el recorrido a la inversa: propongo que, a partir de lo que sabemos sobre lo visual en la actualidad, vayamos retrocediendo para reconsiderar lo que creíamos saber sobre las propuestas visuales del pasado. Un saber que no estaba completo porque su posible extensión se hallaba en el futuro. 

Especificada la importancia que las imágenes, o lo visual, pueden desempeñar en el pensamiento contemporáneo de la complejidad, habrá que plantearse cuál puede ser el estilo de esas imágenes que se dedican a trabajar con lo complejo. Lo ideal sería proponer como ejemplo imágenes en movimiento y que además fueran abstractas, puesto que estamos hablando de formas del pensamiento y, por lo tanto, las representaciones deben quedar al margen. Las imágenes fractales, por sus geometrías fluidas en perpetua transformación, podrían ser candidatas a este tipo de visualidades dispuestas a mostrar no solo la forma global de una agrupación de saberes, sino también el movimiento del pensar cuando se desarrolla en ese ámbito formal, en el campo de actuación que propone cada figura en concreto. Las imágenes digitales que crea el artista barcelonés Àlex Fité podrían ser una muestra bastante fidedigna de estas configuraciones. Fité trabaja con imágenes de ordenador que se generan espontáneamente a partir de unos parámetros algorítmicos básicos y se desarrollan indefinidamente sin exceder las coordenadas generales de la forma matriz (figura 1).

Tanto las imágenes de la geometría fractal como las propuestas de Fité son formaciones que podemos calificar de barrocas. Pero son de un barroquismo básico de carácter abstracto que parecen representar la esencia de lo barroco, el juego de fuerzas y vectores que podríamos encontrar en el fondo de las imágenes figurativas del Barroco, si las despojáramos de sus vestiduras y mostráramos solamente la tensión de los movimientos básicos de sus formas. Estoy hablando de imágenes fijas en las que el movimiento debe considerarse de alguna forma metafórico, aunque las tracciones que se ejercen sobre la representación no son bien visibles. El fenómeno queda mucho mejor expuesto cuando las imágenes tienen movimiento, como sucede con las cinematográficas y sus derivaciones.  

Si acudimos a la visualidad del estilo Rococó, podremos encontrar el equivalente concreto de esas abstracciones contemporáneas. Apelo a este estilo, que considero una exacerbación de los planteamientos formales del Barroco, porque creo que en sus imágenes se hace aún más evidente la presión que el movimiento ejerce en las representaciones, incluso cuando estas son estáticas.  


Figura 2


En la figura se muestra uno de los diversos grabados rococó que aparecen en un libro inverosímil publicado en 1755 con el título de A New Book of Chinese Ornaments Invented & Engraved by J. Pillement (figura 2). La llamada chinoiserie es un estilo que se introdujo en Europa en el siglo XVII por influencia de los viajes a China y que tuvo su momento de mayor preponderancia a partir de mediados del siguiente siglo, en plena eclosión del Rococó. El debate sobre este tipo de visualidades tan alambicadas se remonta al siglo XVIII, en el momento mismo de la publicación del libro de Jean-Baptiste Pillement, como lo demuestran las críticas que en 1756 hacía de esa clase de imágenes el arquitecto inglés Isaac Ware: «Es lamentable ver en este momento garabatos sin sentido de ‘Ces’ invertidas, giradas y ensambladas, ocupando el lugar de la elegancia griega y romana, incluso en nuestras decoraciones más caras». (2) Tales manifestaciones no dejaban de ser contradictorias, puesto que, si bien la estética de Ware era en general neoclásica –tradujo los escritos de Palladio– no rehuyó el estilo Rococó, especialmente en los interiores de algunas de las casas que construía. En cualquier caso, las quejas por esas manifestaciones visuales eran bastante generalizadas en la época: «A mediados del siglo XVIII, los teóricos del diseño británicos reprendieron al público consumidor, y a los diseñadores que satisfacían sus caprichos, por adoptar con tanto entusiasmo el “gusto chino”, también conocido como “el estilo chino sin sentido”. Esta “afectación” exótica, fue considerada como un vástago rebelde del rococó, el primer ‘estilo’ en Europa que surgió de las artes decorativas, más que de la arquitectura. Por lo tanto, no era serio. De hecho, su extravagancia, su desprecio por cualquier regla de proporción y decoro hacía que pudiera clasificarse de peligroso. Incluso podría dañar la salud moral y amenazar el saludable diseño clásico “decente”‘». (3) 

2. CLIFFORD, Helen, Essay: A Wantom Kind of Chase, Show Studio (The Home of Fashion Film), 2002:
(https://www.showstudio.com/projects/forget-me-not/a_wanton_kind_of_chase). De ahora en Adelante, todas las traducciones del libro son mías. 
3.  Ibid.

Pero no todo fueron críticas. La perspectiva contraria nos la ofrece el pintor William Hogarth en su libro Analysis of Beauty de 1754. En el capítulo V, titulado precisamente “De la complejidad”, Hogarth sale en defensa de estas composiciones, arguyendo que «El espíritu está constantemente buscando una ocupación. En buscar consiste nuestra vida, hasta el punto de que la mera búsqueda nos proporciona placer, al margen de cualquier otra consideración. Cada vez que surge una dificultad, que momentáneamente distrae o interrumpe la búsqueda, se produce una especie de sorpresa que intensifica el placer y hace que hasta el esfuerzo y la fatiga se conviertan en deporte y diversión» (Hogarth, 2015: 24). Dependiendo de nuestro propio temperamento, podríamos quedarnos con cualquiera de estas dos opiniones, relativas al gusto de quien las brinda, pero creo que avanzaríamos un poco más, si tomamos en consideración lo que la imagen nos ofrece, superando tanto la indignación por su falta de mesura, como la satisfacción por el hecho de que sea placentera o divertida. Hogarth justifica así su interés por este estilo, dice que implica una búsqueda y añade lo siguiente: «Resolver los más difíciles problemas es una tarea placentera: las alegorías y las adivinanzas, por muy triviales que sean, entretienen el espíritu. Y con qué deleite seguimos la trama argumental de una representación teatral o de una novela, viendo cómo este placer aumenta conforme el argumento se complica, produciendo el mayor agrado cuando el final se desenlaza con claridad (…) Según esto, definiré la complejidad de la forma como una particularidad de las líneas que la componen, que conduce la mirada a una especie de cacería caprichosa y que, por el placer que proporciona al espíritu, se le concede el nombre de belleza» (Ibid.). 

Hogarth ve en este tipo de imágenes algo más que un simple divertimento, las considera representativas de una complejidad de las formas que dirige la mirada para que busque, para que se mueva por el territorio de la visualidad. Propongo, pues, que a ese grabado rococó que tan frívolo parece lo consideremos una imagen compleja por derecho propio, además de contemplarla como el equivalente encarnado de las representaciones abstractas de ese movimiento interno que tensiona determinadas imágenes. Lo importante es que este tipo de imágenes activan la mirada para que inicie una indagación que, posteriormente, estará acompañada o será sustituida por el movimiento que habrán adquirido las propias imágenes. Las imágenes barrocas nos muestran por lo tanto una visualidad situada entre el movimiento –efectivo, metafórico o abstracto– y el pensamiento. 

Existen varias líneas de pensamiento en el amplio y variopinto campo de los estudios visuales que contemplan la relación de la cultura contemporánea con el Barroco, especialmente por lo que se refiere al ámbito del audiovisual. Desde Omar Calabrese a Mike Bal, pasando por Christine Buci-Glucksmann o Michel Maffesoli, han sido muchos los teóricos que en los últimos decenios han demostrado en sus escritos una especial sensibilidad por lo barroco. Como indicaba Timothy Hampton ya hace algún tiempo, «Está claro, en cualquier caso, que a pesar de su desaparición el Barroco ha proyectado su fantasmal sombra sobre el pensamiento más reciente (…) [la obra de determinados autores] sugiere la importancia del Barroco en la génesis de la modernidad y el vocabulario crítico de lo que se ha dado en llamar posmodernismo» (Hampton, 1991: 2). No es tan habitual, sin embargo, que se relacione lo barroco con la complejidad, aunque ha ocurrido en algún caso. Por ejemplo, Monika Kaup expone este posible nexo al describir el estado de sus investigaciones: «Actualmente estoy explorando nuevos enfoques para conceptualizar el barroco y el neobarroco como una estética de la complejidad “en red”. Por un lado, esto habla de las características formales de la expresión barroca y neobarroca: exceso, ornamentación, proliferación descentradora (el principio antiminimalista de “más es más”)». (4) Aunque cada autor trata de interpretar a su manera las características barrocas del medio o disciplina a la que dedica sus estudios, se pueden encontrar coincidencias en la definición del fenómeno barroco aplicado a la actualidad. Sin embargo, las aproximaciones más interesantes al tema provienen, por razones obvias, de los estudios fílmicos. Así Saige Walton coincide con Eco y otros autores en señalar la característica topológica abierta de lo barroco: «estas tendencias topológicas me llevan a otra definición clave de lo barroco: lo barroco como una estética altamente sensorial. A pesar de la naturaleza predominante de la mayoría de discusiones sobre lo barroco, la textura intersensorial de la percepción es básica en las formas históricas del Barroco, de la misma manera que la visión encarnada, el movimiento y la materialidad son fundamentales en el cine barroco» (2016: 22). Igualmente provechosa es la opinión precursora de Genette al respecto: «Si hemos de creer en una idea común entre los historiadores del arte y más aún entre los esteticistas que se propusieron desarrollar una filosofía del arte barroco, las nuevas formas que aparecen a finales del siglo XVI expresarían un descubrimiento del movimiento, una liberación de estructuras, una animación del espacio cuyo mensaje se uniría al de la Naturaleza para sustituir las normas clásicas de orden y número por valores vitales, los de la fluidez, la expansión, la profusión: curvas y contracurvas, fachadas huecas, perspectivas en retroceso, proliferación de decorados, florecimiento de volutas, brotación de estucos, resplandor de transparencias, fluir de colgaduras y giros, todos estos rasgos característicos parecen perseguir el ideal de un espacio en movimiento y expresivo cuyos modelos se encuentran en la Naturaleza “viva”: aguas corrientes, cascadas, impulso vegetal, montones y pedregal, arquitecturas nebulosas» (1966: 22). Por su parte, Merleau-Ponty, en sus comentarios sobre la filosofía de Husserl, llega a las siguientes conclusiones sobre el tema, complementando, más que rebatiendo, la idea de una relación de lo barroco con la naturaleza que propone Genette: «Las cosas están ahí, ya no solo, como en la perspectiva del Renacimiento, según su apariencia proyectiva y según la exigencia del panorama, sino por el contrario erguidas, insistentes, arañando la mirada con sus bordes, reclamando cada una de ellas una presencia absoluta que es incomposible con la de las otras, y que sin embargo la tienen todas juntas, en virtud de un sentido de configuración del que el “sentido teórico” no nos da idea (…). Este mundo barroco no es una concesión del espíritu a la naturaleza: puesto que, si el sentido está figurado en todas partes, eso quiere decir que el sentido está en todas partes. Esta renovación del mundo es también una renovación del espíritu, el redescubrimiento del espíritu en bruto que no está domesticado por ninguna de las culturas, al que se le pide que cree de nuevo la cultura» (2016: 156). A través de todas estas perspectivas, nos podemos hacer una idea no solo de las características esenciales de la forma barroca, la pasada y la actual, sino también sobre su capacidad por asimilar el cambio, el movimiento y, por lo tanto, la complejidad contemporánea. Afirma David Cunningham, en su introducción a una obra de Nadir Lahiji que es esencial para comprender los sentimientos encontrados que produce el interés por el Barroco que «el afectivo “exceso de significación” y la “locura de la visión”, característicos del barroco originario, pueden ayudarnos a dar sentido al llamado neobarroco de nuestros propios tiempos neoliberales» (Lahiji, 2016: xiv). Argüiré más adelante que nuestros tiempos neoliberales deben ser tomados en consideración por su complejidad, más allá de que sean políticamente criticables, como ya sucedía con el Barroco y su proverbial tendencia conservadora, así como su supuesta servidumbre con el poder. Es habitual que el poder trate de manipular el arte y la cultura en su favor, como también es innegable que las características históricas del poder tienden a coincidir con los rasgos del arte y la cultura de su época, lo cual matiza de alguna forma el alcance real de esa manipulación. Octavio Paz considera que podrían ser las crisis políticas, sociales y económicas del siglo XVII las que originaron o, por lo menos, coincidieron con los cambios de mentalidad de la época. Aunque no se compromete con esta posibilidad, su descripción no deja de ser lo suficientemente expresiva como para tomarla en consideración. Paz habla de «una crisis espiritual caracterizada por la continua tensión entre el cuerpo y el alma, la fe y la duda, la sensualidad y la conciencia de la muerte, el instante y la eternidad. Esta discordia psíquica y moral se resolvió en un arte violento y dinámico, poseído por la doble conciencia de la escisión del mundo y de su unidad, arte de claroscuro, contrastes, paradojas, retorcidas inversiones y centelleantes afirmaciones» (Paz, 1985: 77). Algo parecido podríamos decir de nuestra época. 

4. “Conceptions and determinations of baroque and new baroque in the last decade. A discussion between Jens Baumgarten, Claire Farago, Stefano Jacoviello, Monika Kaup, and Gabriela Siracusano, moderated by Helen Hills”, Perspective (France), julio de 2015:

El Barroco y los neobarrocos subsiguientes exponen rasgos insospechados de las representaciones visuales. Aparecen tres niveles de visualización. Uno muestra la arquitectura interna de la imagen que resulta del juego de fuerzas que la configuran. Se trata de una especie de esquema o diagrama abstracto. El segundo nivel es el de la imagen en sí, sus figuraciones compuestas a partir de esas tensiones internas. Y finalmente aparece la posibilidad de una nueva esquemática superior por la que la imagen puede representar relaciones internas o externas. No es necesario que la imagen deje de ser figurativa para encontrar en ella estas relaciones entre los elementos que la componen, unos nexos que pueden extrapolarse tanto al entramado de tensiones internas como a factores de las formas externas referenciales, de las que componen una versión propia. Finalmente, de esta versión figurativa se desprende la posibilidad de una imagen esquemática propiamente dicha en la que se proponga directamente un conjunto de relaciones a modo de nexo conceptual.

Aparecen así un nuevo régimen de la visualidad afín al pensamiento, un nivel de ella que va más allá del significado para conectar con los procesos reflexivos. Se genera de este modo la posibilidad de una imagen-pensamiento, fundamentada básicamente en el movimiento. Este movimiento puede estar presente en las imágenes, ya sea de manera virtual en aquellas que son fijas o actualizado en las móviles. El movimiento virtual moviliza el pensamiento a través de la mirada, que se desliza por el interior de las imágenes en un proceso de indagación. En las imágenes móviles, el movimiento actual de estas puede acompañar también a la mirada en su proceso reflexivo. Finalmente, en el campo actual de las imágenes-interfaz, es el pensamiento el que moviliza a la imagen y la transforma por su propio ímpetu. 

Toda esta fenomenología, que es indudablemente barroca, nos coloca frente al problema del sujeto que el pensamiento de la modernidad tardía del posthumanismo se ha empeñado en derribar del pedestal en el que lo había colocado la modernidad temprana del humanismo. Sin embargo la conciencia de la complejidad contemporánea que nos aboca a una visualidad y un pensamiento barrocos hace que no podamos dar por resuelta la cuestión del sujeto. Si bien no es posible recuperar sus antiguas facetas, absolutamente desmanteladas durante el siglo pasado, podemos recuperarlo en una versión espectral, como un fantasma que aparece y desaparece, que está a la vez dentro y fuera del movimiento al que está fundamentalmente adscrito. Sagie Walton, en un estudio dedicado al cine barroco, describe un proceso referido al cuerpo que puede servir para comprender también el posicionamiento del sujeto: «Al abrir deliberadamente las propiedades internas y externas de su propia forma, el arte y el cine barrocos crean un intensificado continuo espacial, emotivo y experiencial entre los cuerpos. Sostengo que el sello formal y filosófico del barroco es su reversibilidad sensorial, ya que impone una respuesta encarnada. La carne barroca une el “interior” de la visión y el sentimiento encarnado con el “exterior” de sus expresiones estéticas; a su vez, utiliza el “afuera” expresivo de su forma para solicitar el “adentro” afectivo del cuerpo ante la obra. En este libro, la noción de carne barroca da lugar a un encuentro innatamente sensual y reversible entre cuerpos: el arte del entrelazamiento (entanglement)» (Walton, 2016: 18). El concepto de carne barroca que utiliza Walton puede ser referido metafóricamente a la propia corporeidad de la imagen, que, en el seno de lo barroco, necesita no solo un cuerpo, sino también un sujeto o un cuerpo subjetivado, para hacerse efectiva como imagen-pensamiento. El sujeto aparece, entonces, como un fenómeno de los intersticios, a la vez determinante y determinado. 

La confluencia, por lo tanto, de una estética barroca con la epistemología compleja y el potencial de un sujeto renovado delimita un dispositivo estético-epistemológico que supone una poderosa alternativa al latente nihilismo que se detecta en un mundo contemporáneo al parecer dispuesto a entregar su patrimonio a cambio de un mero plato de lentejas. Para emprender esta tarea de resistencia dirigida a poner en duda la viabilidad de la ética que sustenta gran parte de la cultura hegemónica del siglo XX, es fundamental actualizar lo que Christine Buci-Glucksmann afirma acerca de lo que ella considera el gran axioma del Barroco: «Ser es ver: con esto, el ojo barroco se posiciona desde su origen dentro de una nueva categoría de ver que atribuye a la mirada una capacidad epistemológica y estética, un optikon ontológico» (2013: 2).





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12.4.23

NOVEDAD: I. "COMPLEJIDAD Y BARROCO. ARREBATOS DEL SUJETO", de Josep M. Català Domènech, Valencia: Shangrila, 2023.



424 páginas - 16x23 cm. - Valencia: Shangrila, 2023



La época actual se puede denominar barroca sobre todo por la complejidad de sus construcciones visuales. Todos los demás factores que también contribuyen a hacerla barroca giran en torno a este eje cultural, estético y cognitivo que resulta de la transición de una cultura basada en el texto a otra fundamentada en la imagen.

Está dejando de ser válida la famosa afirmación de Lacan de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Por el contrario, el inconsciente individual y el imaginario social están más decantados en la actualidad hacia la imagen, hacia lo visual. El inconsciente está estructurado en la actualidad como una imagen, es decir, visualmente. La pérdida de consistencia del lenguaje, permite que aflore la imagen como fundamento de un sujeto eminentemente visual.

Si el sujeto lingüístico, o sujeto de la lengua, se desarrollaba a espaldas de la visualidad que latía en su fondo, ahora el sujeto de lo visual reestructura la función del lenguaje, que se ha desplazado al fondo de su funcionamiento. El sujeto contemporáneo es fundamentalmente complejo por ser fruto de relaciones entre lo visual y el lenguaje que están vehiculadas especialmente por tecnologías afines a la imaginación.  

La imagen contemporánea es más un campo de significado que en un medio concreto, ya que no solo existen muchos tipos de imagen, sino que hay que contar sobre todo con el hecho de que muchas de ellas poseen movimiento y van acompañadas, además, de sonido. Por lo tanto, al referirnos ahora a las imágenes, es necesario hablar de formas audiovisuales en movimiento, ya que es precisamente el movimiento el que hace que estas formas sean intrínsecamente complejas y se relacionen de manera directa con el pensamiento. 

El barroco actual surge del ecosistema que configuran una realidad compleja, una imagen compleja y un sujeto complejo, todos ellos en constante interacción transformadora que catalizan las tecnologías de la imaginación. 



JOSEP M. CATALÀ DOMÈNECH.
Catedrático emérito de Comunicación Audiovisual. Doctor en Ciencias de la comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona. Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Master of Arts in Film Theory por la San Francisco State University de California. Premio Fundesco de ensayo por La violación de la mirada (1993) y premio de ensayo del XXVII Certamen Literario de la ciudad de Irún por Elogio de la paranoia (1996). Premio de la Asociación Española de Historiadores de Cine (2001). Mención especial en el Premio “Escritos sobre Arte” de la Fundación Arte y Derecho por Pasión y conocimiento (2007, publicado 2009). Coeditor de Imagen, memoria y fascinación: notas sobre el documental en España (2001), y editor de Cine de pensamiento (2014). Ha publicado también La puesta en imágenes (2001. Nueva edición revisada en 2019), La imagen compleja (2006), La forma de lo real (2008), Pasión y conocimiento (2009), La imagen interfaz (2010), El murmullo de las imágenes (2012), Estética del ensayo (2014), La gran espiral (2016), Viaje al centro de las imágenes (2017), Visionarias (2019), Anatomía de lo real (2021, coautor: Juan Diego Parra) y Posnarrativo. La condicion imaginaria del cine documental (2021). En la UAB, ha sido decano de la facultad de Ciencias de la comunicación y director académico del Máster de Documental Creativo. 
      

Más información:




14.6.22

XI. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




COMBATE CON UN ÁNGEL
LA REALIDAD PARANOICA DE PHILIP K. DICK

Josep M. Català Domènech



Philip K. Dick




Debemos ser cuidadosos de no confundir
una máscara, cualquier máscara,
con la realidad que hay debajo.

P. K. Dick


I

Walter Benjamin proponía la sorprendente idea de que la realidad se forma a partir del material de los sueños. Cada época sueña con la siguiente, es decir, con su futuro, decía Benjamin, recordando la idea de Michelet. De esta aseveración se desprende que, cuando llega el futuro, se precipitan sobre él los sueños del pasado que, al consolidarse, forman la realidad del presente. Cabe preguntarse, pues, dónde se plantan las raíces de nuestra realidad actual. Es decir, donde se originaron los sueños de los que ahora despertamos. Responder a la pregunta implica comprender cuáles son los contornos de una era. Una era es un espacio temporal y cultural que tiene su inicio en forma de sueño y su final en forma de realidad. Observemos, sin embargo, que desde que esta operación de cartografía psicogeográfica es concebible –desde que Benjamin la aplicó a la ciudad de París de finales del S. XIX, entendiéndola como capital de una modernidad que acabó catastróficamente–, sabemos que las eras empiezan con un flagrante optimismo, con un sueño maníaco, y terminan con una depresión en forma de pesadilla real. Quizá se puedan equiparar estos ciclos maniaco-depresivos con las sucesivas crisis del capitalismo. No olvidemos que un teórico del capitalismo y estudioso de sus ciclos como Schumpeter opinaba, siguiendo de cerca a Marx, que este sistema socioeconómico acabaría muriendo de éxito, lo cual implica la posibilidad de que el sueño y la realidad de una época acaben coincidiendo en un mismo momento catastrófico. La aceleración de la realidad que se ha producido en las últimas décadas ha hecho que sueño y realidad, euforia y depresión concuerden en un mismo momento bipolar. De modo que nuestra realidad actual ya no soñaría con su futuro, sino que lo haría acerca del propio presente, el cual se vería obligado a despertar una y otra vez de su propio sueño, hasta el punto de no poder discernir ya de forma clara qué parte de la vida pertenece al sueño y cual al despertar. Cualquier novela del escritor californiano de ciencia-ficción Philip K. Dick nos sitúa en una tesitura parecida. La estructura de una novela como Los tres estigmas de Palmer Eldritch (The Three Stigmata of Palmer Eldritch, 1965), prototípica de la alternancia de realidades que caracteriza la obra de este escritor, constituye, por ejemplo, una perfecta alegoría de la acelerada bipolaridad que aqueja a nuestra época. 

En una era tan intensamente tecnológica como la nuestra, resulta difícil discernir entre lo que compete a las mentalidades y lo que se refiere a la propia constitución de la realidad, por lo que el ciclo acelerado que se produce entre euforia y depresión se detecta en la propia ontología de lo real, no solo en su interpretación. En este panorama, los avances son a la vez retrocesos y viceversa, todo nace provisto de una vibración que lo lleva sin cesar de lo positivo a lo negativo. Lo que es válido para una época histórica y para las mentalidades que se nutren de ella, ha de serlo también para los individuos que habitan ambas regiones. Rosi Braidotti, opina, por ejemplo, que “el estado de ánimo predominante en nuestra existencia social oscila constantemente entre el agotamiento y una angustia que lo penetra todo” y añade que “es como si nuestros paisajes psíquicos estuviesen enmarcados por una economía emocional maniacodepresiva que nos deja a todos colgados no se sabe muy bien dónde”. (1) No siempre ha sido así; en épocas anteriores, los dos estados –sueño/futuro/optimismo y despertar/presente/pesimismo– que ahora forman alternancias inmediatas estaban separados por varias décadas e, incluso, anteriormente, por centurias. 

1. BRAIDOTTI, Rosi, Coneixement posthumà,  Barcelona: Arcàdia, 2020, p.58.

No es común que haya individuos capaces de situarse fuera de los envoltorios culturales que los acogen y subjetivan. Hasta ahora, en estas ecologías imaginarias regía una temporalidad lineal proverbialmente optimista que ocultaba los entrelazamientos del sueño con la realidad constituyentes de la verdadera fenomenología histórica. Es más, el sueño apuntaba al futuro, mientras que la realidad lo hacía al pasado. Según Benjamin, “la imagen de la felicidad que cultivamos está teñida enteramente por el tiempo al que el decurso de nuestra existencia nos ha asignado de una vez por todas”. (2) La felicidad de un momento dado ignora, como el sueño, que su existencia hace equilibrios entre dos abismos. La verdadera conciencia histórica está representada, según Benjamin, por la figura del Angelus Novus de Paul Klee que alegoriza una relación inesperada entre el pasado y el futuro. El viento de la historia empuja al ángel hacia un futuro al que este le da la espalda, puesto que su mirada está puesta en el pasado del que se aleja y en el que “ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies”. (3) El ángel de la historia, en su alucinación, contempla ruinas allá donde se percibía progreso. Es decir, contempla el pasado desde los ojos del porvenir. Comenta Reyes Mate, en su lectura de las tesis sobre la historia de Benjamin, que “lo problemático del progreso es que su producción de novedades es solo aparente porque, en el fondo, es reproducción de los males de los que parte, de ahí que progreso y eterno retorno sean lo mismo”. (4) Solo un ángel sería capaz de invertir la percepción histórica para ver el trasfondo real de los sueños sociales y contemplarlos, mientras sigue soñando, desde la perspectiva de su despertar. Esta capacidad es absolutamente necesaria en una era como la nuestra en que pasado, presente y futuro se han integrado en un todo que oscila psicofísicamente entre los diferentes estados. Pero esta capacidad tan primordial es extremadamente rara, ya que implica el riesgo para quién la posea de ser arrojado fuera de la realidad, entendida esta como una construcción fenomenológica global que solo acoge a quienes están dispuestos a no cuestionarla. No cabe duda, pues, de que están abocados a la locura esos escasos individuos suprahistóricos, dotados de una conciencia visionaria y, por lo tanto, dramáticamente desligados del imaginario social de su época. Son sujetos fuera de quicio porque se han desposeído de la subjetividad que les era asignada por la fuerza catatónica del presente. En lugar de participar del optimismo utópico generalizado, no solo intuyen de alguna manera el catastrófico despertar, sino que incluso lo habiten mentalmente de forma premonitoria. En estos casos, el grado máximo de lucidez coincide, pues, con el más intenso de los delirios.

2. BENJAMIN, Walter, Sobre el concepto de historia, Obras, libro I / vol. 2, Madrid: Abada, 2012, p.305.

3. Ibid., p.310.

4. MATE, Reyes, Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin “sobre el concepto de historia”, Madrid: Trotta, 2006, p.163.

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