RESEÑA DEL LIBRO EL CUERPO DEL CINE, DE RAYMOND BELLOUR
EN CAIMÁN. CUADERNOS DEL CINE Nº 23 (74), ENERO 2014
POR: JOSÉ MANUEL LÓPEZ
La publicación en España de El cuerpo del cine es un gran acontecimiento editorial. La obra esencial de Raymond Bellour se adentra con brillante prosa en intrincados territorios teóricos que nos ayudan a entender sugerentes misterios de las imágenes fílmicas.
EN CAIMÁN. CUADERNOS DEL CINE Nº 23 (74), ENERO 2014
POR: JOSÉ MANUEL LÓPEZ
La publicación en España de El cuerpo del cine es un gran acontecimiento editorial. La obra esencial de Raymond Bellour se adentra con brillante prosa en intrincados territorios teóricos que nos ayudan a entender sugerentes misterios de las imágenes fílmicas.
El cuerpo del cine es una
obra monumental que recoge y culmina el pensamiento de Bellour, una summa con vocación de totalidad que
responde a dos ideas que le obsesionado en las últimas décadas. La primera es
la conjunción fundacional entre psicoanálisis y cine: en 1895 coinciden la
proyección de la primera película de los hermanos Lumière y la publicación de Estudios sobre la histeria, de S. Freud
y J. Breuer. Y la segunda, precisamente, cuestionar ese tradicional y agotado
‘cara a cara’ entre psicoanálisis y cine estableciendo, en cambio, una relación
directa entre éste y la hipnosis. Para Bellour, esta relación se produce en “el cuerpo del cine”, ese “lugar virtual” en el que se encuentran “el cuerpo de las películas que lo componen
y lo descomponen” y el cuerpo del espectador, “al que afecta la visión de cada película”. El cuerpo del cine se
ofrece, por lo tanto, como una “visión corpóreo-psíquica” en la que confluyen
esos dos haces de luz de los que hablaba Christian Metz: el que desde el
proyector y a la vez desde el ojo del espectador llega hasta la pantalla, y el
que vuelve de ella para fijarse en su retina.
Bellour recuerda las palabras de Jean Epstein cuando afirmaba que la
atención del espectador solo es exigida por un centro, la pantalla, lo que
provoca la “hipnosis del cine”. El
primer bloque del libro (‘Hipnosis’), lo dedica a la relación histórica entre
el estado hipnótico y ese “ante-suelo”,
entre la vigilia y la ensoñación, en el que cae el espectador durante una
película. Bellour apunta entonces a la relación espectral entre la hipnosis y
esas dos fuerzas totales que se estaban gestando en el siglo XIX: “Una teoría del psiquismo humano, el
psicoanálisis” y “un dispositivo de
proyección de imágenes en movimiento, el cine”.
Como afirma Alain Resnais, es precisamente durante ese descenso a lo
inconsciente, provocado por la proyección, cuando puede surgir la emoción. En
el segundo bloque (‘Emociones’), Bellour partirá de Roland Barthes y de su
descripción de la película como un “festival
de afectos” para afirmar que la emoción que se produce en el cuerpo del
espectador, al encontrarse con (o en ) el cuerpo de las películas, no es más
que una forma de “hipnosis ligera”
que dura, siguiendo a Serge Daney, lo que el “tiempo de ‘maduración’ de una película en el cuerpo de un espectador
en la oscuridad”. En el tercer bloque (‘Animalidades’), Bellour trazará el
vínculo definitivo entre el inconsciente de los hombres y el de los animales
(el primer nombre que recibió la hipnosis fue el de “magnetismo animal”) centrándose en cómo la animalidad “encarna la parte de hipnosis interna del
cuerpo de la emoción”.
El cuerpo del cine demanda también su tiempo de maduración, pero Raymond Bellour nunca nos
abandonará en la oscuridad, iluminando su característica profundidad teórica
con centelleantes análisis de aquellas películas que han permanecido en él
porque alguna vez le emocionaron. Y lo hará, como acostumbra, con una prosa
bellísima (notable trabajo de Julián Mateo Ballorca en la traducción) que lleva
la escritura cinematográfica a unas alturas que quizá solo el propio Daney haya
alcanzado jamás. Una escritura de una palpable densidad visual que, a pesar de
que los editores han decidido prescindir de los 684 fotogramas presentes en la edición
francesa, cumple el aforismo bressoniano que abre el segundo bloque: “Conmover
no con imágenes emocionantes, sino con relaciones de imágenes que las hacen
vivas y emocionantes”.