Botonera

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15.10.14

VIII. "ESTUDIOS DE LA IMAGEN. EXPERIENCIA, PERCEPCIÓN, SENTIDO(S)", REVISTA SANS SOLEIL (coord.), The Searchers libros 3, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014.





EMPATÍA, MOVIMIENTO Y EMOCIÓN
David Freedberg

La masacre de los inocentes, Peter Paul Rubens



Tomemos dos temas con los que a menudo se topan los historiadores del arte: La conversión de San Pablo y El éxtasis de Santa Teresa. En su artículo sobre conversiones religiosas súbitas en casos de epilepsia del lóbulo temporal, Dewhurst y Baird recordaban la sugerencia, expresada por primera vez por Lombroso en 1864, de que la conversión de San Pablo, con sus alucinaciones auditivas, fotismo y ceguera temporal, no fue el resultado de una experiencia mística (lo que sea que esto implique), sino de un ataque epiléptico. Creían asimismo que las visiones, los dolores de cabeza crónicos y las pérdidas transitorias de conciencia de Santa Teresa de Ávila podían atribuirse a la epilepsia del lóbulo temporal. En el caso de San Pablo, William James fue debidamente escéptico ante lo que llamaba “el materialismo médico” y las explicaciones físicas de la conversión de Pablo en términos de una “lesión de la corteza occipital” (como alternativa a la hipótesis mística). De forma significativa, Dewhurst y Beard prefirieron pasar por alto este escepticismo. Otros sugirieron incluso que las alucinaciones de San Pablo podían simplemente deberse a que era un viajero soñoliento que había descuidado la siesta del mediodía o que su conciencia posiblemente estaba enrevesada por una dolencia “similar a la migraña”.

La neurología informa a la historia. No hay que ser materialista médico para reconocer esta posibilidad. Es poco probable que factores contextuales puramente históricos sean suficientes para otorgar una explicación completa de los síndromes manifestados en el comportamiento de San Pablo y de Santa Teresa. Dada la gran cantidad de investigaciones recientes dedicadas a comprender el sustrato neural de las respuestas corporales y emocionales, no parece posible seguir hablando  de la construcción social de la conducta en términos que no tengan en cuenta la anatomía, la biología y la química del cerebro humano o sus mecanismos, vías y déficits. Creo que es importante prestar atención a los recientes avances de las neurociencias, sin pensar que por ello peligre nuestra individualidad o se ignoren las presiones sociales y políticas que contribuyen a su construcción social.

Gran parte de la resistencia de las humanidades a las afirmaciones generales sobre el cerebro humano se basa en el temor de que el abrazar los hallazgos de la ciencia puede conllevar una rendición del contexto, ya sea social o histórico. Pero no tiene por qué ser así. Hoy en día ya no tiene ninguna utilidad la costumbre de excluir a la biología de la comprensión de los comportamientos históricos. Porque, ¿cómo se puede hablar de contexto sin conocer los límites y las posibilidades de aquellos aspectos del comportamiento humano que exceden nuestro control? O ¿cómo es posible hablar de todo ello sin tener en cuenta la evidencia creciente de los aspectos automáticos en las respuestas somáticas y emocionales? (...)