PELICULEROS ZARANDEADOS
EN LA SELVA DE LAS COSAS Y LOS SIGNOS
EN LA SELVA DE LAS COSAS Y LOS SIGNOS
Luis Alonso García
“Toda la vida diciendo pilícula y ahora resulta que se llama flim”. El chiste es de la época, los años ‘60 del arte y ensayo, en la que Jacques Rancière comienza su carrera profesional; una época que proclamaba por fin la llegada de un nuevo cine que cambiaría el mundo. Va de un pobre espectador, con ansias de cinéfilo, zarandeado por los tiempos y enfrentado a un cambio histórico en las prácticas y los discursos de la institución. Las películas —mercancías desechables de consumo— se transformaban en filmes —productos estimables de cultura. ¿La maldita gracia del chiste? Que tanto antes como después del cambio, el sujeto está descolocado respecto al objeto y en el sistema del que forma parte.
No era el primer cambio de este tipo. En las dos primeras décadas del cinematógrafo, la denominación habitual pasó rápidamente de la estetizante “vistas” a la tecnificada “cintas”; eso sí, como parte siempre de una “sección” o “programa” que era el verdadero objeto de la apropiación textual y la circulación social del cine hasta la llegada —en torno a 1915— de las películas “de fuerza” o “largo metraje”. Pero lo más interesante es que esas etiquetas —vistas, cintas, películas, filmes, ¿elepés?…— son términos equivalentes que revelan al tiempo que ocultan el frágil soporte cuyos átomos o bits sostienen las obras (maestras, mediocres o míseras) de la institución cinematográfica: el sistema-cine.
Lo inaprensible, lo impracticable
Cojo por la cola uno de los últimos libros de Jacques Rancière: Las distancias del cine. No para plantearme —siguiéndole— la relación del cine con otros ámbitos: el entretenimiento, la literatura, el arte, la política. Sino para dar vueltas —a partir del propio quehacer del filósofo francés— a la extraña relación de ese objeto, soporte u obra (la película) con los sujetos que lo circundan, sean dichos sujetos creadores, espectadores o escritores. Podría decir, separando más tajantemente funciones y lugares: cineastas, cinéfilos y filmólogos… Pero mi intención final es precisamente religar las diversas posiciones de esos sujetos frente al objeto que los define a todos: las películas.
Estas deslavazadas notas parten de la incomodidad que me provoca Rancière desde su germinal La fábula cinematográfica y a pesar de la relevancia, en unos casos más que en otros, de sus análisis. Esa incomodidad nace de la (...)
No era el primer cambio de este tipo. En las dos primeras décadas del cinematógrafo, la denominación habitual pasó rápidamente de la estetizante “vistas” a la tecnificada “cintas”; eso sí, como parte siempre de una “sección” o “programa” que era el verdadero objeto de la apropiación textual y la circulación social del cine hasta la llegada —en torno a 1915— de las películas “de fuerza” o “largo metraje”. Pero lo más interesante es que esas etiquetas —vistas, cintas, películas, filmes, ¿elepés?…— son términos equivalentes que revelan al tiempo que ocultan el frágil soporte cuyos átomos o bits sostienen las obras (maestras, mediocres o míseras) de la institución cinematográfica: el sistema-cine.
Lo inaprensible, lo impracticable
Cojo por la cola uno de los últimos libros de Jacques Rancière: Las distancias del cine. No para plantearme —siguiéndole— la relación del cine con otros ámbitos: el entretenimiento, la literatura, el arte, la política. Sino para dar vueltas —a partir del propio quehacer del filósofo francés— a la extraña relación de ese objeto, soporte u obra (la película) con los sujetos que lo circundan, sean dichos sujetos creadores, espectadores o escritores. Podría decir, separando más tajantemente funciones y lugares: cineastas, cinéfilos y filmólogos… Pero mi intención final es precisamente religar las diversas posiciones de esos sujetos frente al objeto que los define a todos: las películas.
Estas deslavazadas notas parten de la incomodidad que me provoca Rancière desde su germinal La fábula cinematográfica y a pesar de la relevancia, en unos casos más que en otros, de sus análisis. Esa incomodidad nace de la (...)