Botonera

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26.11.14

VI. "JEAN-PIERRE MELVILLE. CRÓNICAS DE UN SAMURÁI", José Francisco Montero, Trayectos libros 2, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014.




El silencio de un hombre, Jean-Pierre Melville, 1967



INTRODUCCIÓN



El absurdo depende tanto del hombre como del mundo.
Albert Camus, El mito de Sísifo



Es una obviedad: el mundo es indiferente; nosotros, no. Todo el cine de Jean-Pierre Melville explora con particular intensidad ese pavoroso desencuentro. Ya sean sus célebres películas policíacas, ya sus películas sobre el período de la Ocupación, ya su adaptación de Jean Cocteau, Les enfants terribles (1950). Es decir, en todas ellas la muerte, momento que continuamente nos recuerda ese desencuentro, aunque su destino sea acabar con él, es una presencia sigilosa pero obstinada. Precisamente fue Cocteau quien definió el cine como la muerte trabajando. En pocas películas como en las del director que protagoniza este libro se tiene en tal grado la sensación, en efecto, de estar presenciando a la muerte trabajando.

En Le silence de la mer (1949), su opera prima, la muerte habita en un ominoso fuera de campo, como continua amenaza; en su siguiente filme, Les enfants terribles, su presentimiento ya es omnipresente, aunque continuamente eludida por sus dos protagonistas, hasta que se impone definitivamente también para ellos, siendo pues una película sobre el tiempo, sobre cómo la desesperada huida del mismo alimenta el relato, pero cómo este, construido en definitiva de tiempo, finalmente invoca a la muerte, y por tanto también a la suya propia: la historia muere con la muerte de sus dos protagonistas. En sus películas policiacas, en fin, así como en sus otras dos obras sobre la Ocupación —Léon Morin, prêtre (1961) y El ejército de las sombras (L`armée des ombres, 1969), sobre todo en esta última—, la muerte contamina todo el relato, de principio a fin, pero si en una película como Les enfants terribles era tenazmente esquivada hasta que su supremacía se imponía definitivamente, en las posteriores aquella progresivamente es mirada de frente, incluso anhelada en no pocas ocasiones.

Cuando este libro conoce la imprenta, hace poco más de cuarenta años que Jean-Pierre Melville murió, a los cincuenta y cinco años, en plena madurez creativa. Ubicado al principio de su carrera como una anomalía dentro del cine francés de la época, Melville se convirtió poco después en uno de los padres espirituales de los críticos de Cahiers du Cinéma que no tardarían en modificar trascendentalmente el panorama del cine de su país —o al menos la imagen más perdurable y la corriente más influyente del mismo—, y por extensión del europeo. Esto último, a principios de los 60, coincidió con el inicio de la etapa más depurada de la obra de Melville, caracterizada por un estilo inconfundible que se plasma en una serie de policíacos que, partiendo del cine negro norteamericano, y en combinación con los rasgos propios de la variante francesa del género, también de notable tradición, en realidad no se parecen a ningún otro. Desde su desaparición Jean-Pierre Melville ha seguido siendo fuente de inspiración de numerosos cineastas —o, sencillamente, un director con el que muchos de ellos han mostrado cuantiosas, y a veces soterradas, afinidades— y, simultáneamente, un creador algo marginado tanto por la historiografía como por buena parte de la memoria cinéfila.

Jean-Pierre Melville comienza su carrera tan solo unos meses después del final de la Ocupación de Francia por las tropas alemanas, en un convulso período de la cinematografía francesa en que esta empieza a desembarazarse de las consecuencias sufridas durante los años en que la industria ha estado controlada por las fuerzas invasoras. O, tal vez, comienza a desembarazarse del ignominioso recuerdo, apenas asumido, de esa época, anegado en un anhelo de continuidad generalizado. En 1946, pues, Melville dirige el accidentado corto Vingt-quatre heures de la vie d`un clown, aunque su carrera alcanza su primer gran logro —de hecho, uno de los mayores de su obra— con su siguiente película, Le silence de la mer, que empieza a rodar en 1947, aunque solo puede estrenarla dos años después. Tras Les enfants terribles, según Jean Cocteau, y Quand tu liras cette lettre (1953), a partir de un guion de Jacques Deval, tal vez menos personales pero poseedoras de un extraordinario interés, Melville realiza su primer policíaco con Bob le flambeur (1955), género que le dará sus mayores éxitos e impondrá la imagen más perdurable de su obra, y que no abandonará hasta su última película, Crónica negra (Un flic), rodada en 1972, con la excepción de dos nuevas incursiones en el período de la Ocupación, Léon Morin, prêtre y El ejército de las sombras —si bien dos películas como Deux hommes dans Manhattan (1959) y El guardaespaldas (L`Aîné des Ferchaux, 1963) solo se acercan al género de forma muy tangencial.

Repasaremos en este libro las circunstancias históricas en que Melville realizó su obra, y, sobre todo, en el modo en que se posicionó ante ellas, así como la ascendencia de Melville sobre los cineastas de la siguiente generación, y en especial sobre los integrantes de la Nouvelle Vague que lo eligieron como uno de sus maestros. Posteriormente trataremos de las particularidades de cada uno de sus filmes y de su aportación a la evolución de una obra, en realidad, extraordinariamente cohesionada, de forma muy evidente en la segunda mitad de la misma, pero de una forma más soterrada durante toda ella. Algo que no es, desde luego, un aspecto novedoso de la obra de Melville ni de nuestro acercamiento a la misma pero que en su caso se hace realidad de forma particularmente intensa.

En coherencia, pues, con esta última convicción, en los siguientes apartados analizaremos la obra de Melville en función de su peculiar inscripción en el género negro —es decir, la mayoría de sus películas—, del hecho de ambientarse durante el período de la Ocupación o del de tratarse de adaptaciones literarias, pero sencillamente para confirmar de nuevo esa espesa cohesión interna de la obra melvilliana, más allá de los frecuentes solapamientos que se dan entre estas categorías —evidentemente, muchos de sus filmes noirs son adaptaciones literarias, así como sus tres películas ambientadas durante el Gobierno de Vichy, por ejemplo— e incluso, más importante, de las continuas hibridaciones genéricas que se hacen efectivas en sus películas —verbigracia, El ejército de las sombras, su visión definitiva del período de la Ocupación, muestra numerosísimas deudas con su cine policíaco, así como sus películas más cercanas al melodrama, esto es, Les enfants terribles y Quand tu liras cette lettre, manifiestan no pocas afinidades con sus filmes negros—. Proseguiremos, una vez más en congruencia con la intensa ligazón de la obra del cineasta de que nos ocupamos en este trabajo, analizando algunas de las claves que recorren la carrera de Melville prácticamente de principio a fin. Por último, un apartado que sirve como epílogo se propone rastrear las huellas de su obra en el cine de las últimas décadas, si bien está lejos de nuestra intención la pretensión de ofrecer un panorama general del cine de las últimas décadas —ambición que evidentemente desborda los objetivos de este trabajo—, sino más bien la de hacer dialogar a algunas películas de Melville con algunas posteriores que o bien muestran una deuda explícita con ellas, o bien unas afinidades y divergencias que son también muy significativas. Con la esperanza de que de ese diálogo extraeremos también una imagen de la presencia de Melville en el cine del último medio siglo, una presencia que en algunas ocasiones se ha plasmado en una obvia influencia directa, incluso materializada en la forma tan propia de nuestra época del homenaje, de la remisión no tanto a un pasado añorado como a uno en el que esa añoranza aún parecía tener sentido, matiz ilustrativo del paso de un tiempo melancólico a una época como la actual que está en buena medida marcada por la nostalgia de la melancolía; y que en otras ocasiones se tratará menos de influencias que de variaciones alrededor de similares preocupaciones, al margen de la cronología: de hecho, como ocurre con cualquier cineasta relevante, algunas películas posteriores a las de Melville han influido en cómo leemos hoy estas últimas.

Pero antes este libro se abre con dos nociones esenciales en la obra de Melville, y que probablemente son su mejor pórtico: la soledad y el silencio. Ambas están en el origen, realmente, de cualquier libro y ambas esperan pacientemente, tras un fugaz paréntesis, a su término. Lo mismo que expresa con emocionante lucidez cada una de las películas de Jean-Pierre Melville.