Botonera

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17.4.15

IV. "PIER PAOLO PASOLINI. UNA DESESPERADA VITALIDAD", Revista Shangrila nº 23-24, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.





REVOLUCIONES EN FORMA DE CRUZ
Josep Maria Català Domènech

Pasolini asesinado


Puede que el término descampado no sea el mejor para describir el lugar donde yació el cuerpo desfigurado de Pasolini durante la noche del día de los muertos de 1975. Más que nada porque el lugar estaba junto a la playa y el trayecto que siguió el cineasta aquella noche con su Alfa Romeo se me antoja como el que recorre Antoine Doinel al final de Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, François Truffaut, 1959): un ansioso recorrido hasta llegar al mar, a la liberación. La antesala de la liberación no puede ser solo un descampado, debe ser algo más. Me refiero al hecho de que la textura de los espacios se transforma de acuerdo a las tensiones que se producen en ellos a partir de los sucesos que los habitan. Y el concepto de descampado, muy cercano al de no lugar, implica un vacío que no se corresponde con la historia del sitio que nos ocupa. No existen los paisajes indiferentes, sino solo la ignorancia sobre su diferencia.

Pasolini se detuvo a cenar antes de trasladarse a Ostia. Lo hizo en una trattoria llamada Biondo Tevere que está situada aún junto a la basílica de San Pablo, en la Vía Ostiense que lleva a la costa. Era algo inevitable que esa cena fuese de inmediato elevada a la categoría de la última cena. Porque la muerte va siempre acompañada de lo simbólico que transforma, a veces con violencia, la literalidad de los acontecimientos más ordinarios. El mismo Pasolini insiste en equiparar el montaje cinematográfico con la muerte, en el sentido de que ambos confieren un significado definitivo a la vida o a la vitalidad de la filmación: “ser inmortal e inexpresivo o expresarse y morir” (...)




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