Botonera

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30.4.15

XVIII. "PIER PAOLO PASOLINI. UNA DESESPERADA VITALIDAD", Revista Shangrila nº 23-24, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.





FOTOGRAFÍAS EN OSTIA (1992)
Fernando González García






Monumento en el lugar donde fue asesinado Pasolini




En 1992, Gianni Minello me avisó de que Franco Citti iba a hacer un sopralluogo y le acompañé a Ostia. Citti pensaba hacer un cortometraje con imágenes de un ángel recorriendo la zona de chabolas y las basuras que rodean el lugar donde mataron a Pasolini, basuras que entonces llegaban hasta el monumento, roto, abandonado. Quería montar esas imágenes con fragmentos de Edipo, el hijo de la fortuna (Edipo re, Pier Paolo Pasolini, 1967) en un homenaje a quien, decía, le salvó de ser para siempre Accattone. Después fuimos a visitar a unos amigos suyos que vivían en una chabola, con un pequeño patio hecho con una furgoneta y un cierre que ya no recuerdo. Un amigo tunecino que acompañaba a Minello y yo compramos el vino, y ellos sacaron algo de comer. Para alguien como yo, que sólo sabía de Pasolini, Franco Citti y las borgate lo que había leído en Pasolini o visto en sus películas, aquel día fue revelador. Que yo sepa, nunca se llegó a hacer esta película.

Por aquellos días, su hermano Sergio nos recibió en Fiumicino a una estudiante francesa y a mí: podíamos preguntarle cualquier cosa sobre Pasolini salvo acerca de su muerte, aunque al final contó todo lo que sabía sin que se lo pidiéramos. Lo que sabía tenía más que ver con lo que habían oído aquella noche los habitantes de las chabolas que con los informes y las conclusiones judiciales, y le confirmaba que había sido asesinado por varias personas. Luego no quiso hablar más del tema y nos invitó al restaurante de un amigo a probar la pasta con almejas –la carbonara era cosa de turistas-. Fue una comida alegre. Se reía de los amigos intelectuales de Pasolini que, según él, no lo conocían. Y afirmaba que sólo se divertía de verdad cuando los dejaba y “se venía con nosotros”. Nos despedimos sólo para volver a encontrarnos por casualidad un par de horas más tarde: casi avergonzado pero retador, nos explicó que daba de comer a los gatos que pululaban por la costa, porque por las personas se podía hacer ya poco.