La última parada (Ostatni Etap, Wanda Jakubowska, 1947)
La historia del debate sobre la inefabilidad del Holocausto es, en cierta medida, la historia de nuestras propias miradas a través del S. XX. Domènec Font, en el umbral mismo de la muerte, lo escribió con una precisión envidiable:
Con independencia del propósito de ambos cineastas [Lanzmann y Godard] y de su derecho moral de interpelar a la historia, la idea de que el exterminio es “irrepresentable” o infigurable no se sostiene. Como bien señalara Rancière, no hay propiedad del acontecimiento, por horroroso que sea, que prohíba la representación, que prohíba el arte, incluso bajo el artificio de la ficción (…) En cualquier caso, es imprescindible volver a poner en perspectiva la cuestión de la Shoah fuera tanto del carácter alucinatorio que tocaría a lo increíble del exterminio como de su negatividad sublime y absoluta.
La idea de que, en efecto, es posible representar el Holocausto ha debido superar décadas de arduos debates y, de hecho, todavía está muy lejos de ser asumida por los teóricos. De hecho, en un primer momento, cuando surgieron las primeras ficciones sobre el exterminio, nadie pareció sentirse especialmente escandalizado ante la generación de imágenes, ni lo que todavía es más llamativo, sobre el uso de las localizaciones originales de la tragedia.
Espejos en Auschwitz
Aarón Rodríguez Serrano