Paulino Viota en su casa y paseando, Santander
"Las hojas del Godard par Godard percuten agitadas; el libro, sobre la toalla, se ha abierto en abanico.
Viento sur en la bahía. Se ha llevado la humedad del aire que tamiza, que difumina los paisajes de la ancha ribera. El seco sur afila las aristas de las casas y de las rocas, burila las matas sobre las dunas, esculpe planos cubistas de luz y sombra. Ahora, en este momento singular, todo vibra de presencia, de precisión, de brillo. Contrario a la marea, el viento no levanta olas: ha hecho el silencio. Al Norte, el mar abierto y la isla de Mouro, en la que se perfila cada anfractuosidad de la piedra gris, son un dalí: con una mano podríamos levantar la piel del mar, la película perfecta y sin fallas, como engrasada, que parece cubrirlo. Al Sur, sobre Peña Cabarga, densas nubes de núcleo sombrío y contornos translúcidos en el contraluz, se están acumulando, se superponen: sus bordes forman una trama de transparencias, de veladuras, un greco.
Momento único, eternidad instantánea. El cine no puede capturar esto. Un pintor puede hacer un esbozo, Van Gogh puede atarse al caballete para resistir el viento.
El cine y la realidad. Ninguna realidad directa hay habitualmente en el cine. Pero lo disimula muy bien. Sólo en momentos como este —azul, azules, perfiles, texturas, brillo, acorde silencioso— queda al descubierto la impostura. Únicamente Godard ha hundido de verdad sus dos manos —cámara y micro— en este barro de la realidad”.
Paulino Viota
“El trampolín del salto”, Archivos de la Filmoteca nº 6, 1990.