Botonera

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13.9.15

VI. "FASMAS. ENSAYOS SOBRE LA APARICIÓN 1", GEORGES DIDI-HUBERMAN, Contracampo libros 14, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015




Meses of the Afternoon, Maya Deren, 1943


APARECIENDO, DISPARIDAD
Fasmas. Ensayos sobre la aparición 1
Georges Didi-Huberman




Por definición, el investigador va tras algo que no tiene a mano, una cosa que se le escapa, que desea. ¿Cuál es esa cosa? “Una especie de cosa en sí oscura, tentadora y misteriosa, residuo supremo que se puede embellecer con el valor más ideal o con el más sórdidamente material”, según indicaba Michel Leiris en otro contexto.[1] Cosa que, por supuesto, el investigador nunca conseguirá capturar ni dominar. En caso contrario, se acabaría lo esencial, la propia búsqueda o investigación como movimiento. Por lo tanto, el investigador continúa tras su idea fija –aunque no la haya formulado–, dejándose llevar por su pasión predominante en un recorrido sin final que tal vez tenga razón en llamar un método.

1. LEIRIS, Michel, “Le caput mortuum ou la femme de l’alchimiste”, Documents, 1930, nº 8, p.466.

A veces se detiene en su recorrido, desconcertado: de repente, ante su mirada ha aparecido otra cosa que no esperaba. No la cosa en sí de su búsqueda fundamental, sino una cosa fortuita, explosiva o bien discreta, una cosa inesperada que estaba ahí, en el punto de paso. No obstante, ante esta cosa, el investigador percibe oscuramente que ha… “encontrado algo”. Pero ¿de qué le sirve lo que ha encontrado para lo que busca? Esta cosa accidental, ¿no interrumpe su “programa”, como suelen decir los profesionales de la “investigación”? Sin duda. Al detenernos sobre el acontecimiento imprevisto, ¿no corremos acaso el riesgo de dispersarnos, de poner en peligro nuestro propio método? Sin duda. Pero si tenemos a bien interesarnos un poco por ese hallazgo, resulta ser de una generosidad, una fecundidad sorprendentes. Lo que la cosa inesperada es incapaz de ofrecer –una respuesta a los axiomas de la investigación como pregunta en cuanto al saber–, lo regala en otra parte y de otra manera: en una apertura heurística, en una experimentación de la investigación como encuentro. Otro tipo de conocimiento.


Esa sería la doble vida de toda investigación, su doble placer o su doble tarea: no perder la paciencia del método, la larga duración de la idea fija, la obstinación de las preocupaciones predominantes, el rigor de las cosas pertinentes; no perder tampoco la impaciencia o la impertinencia de las cosas fortuitas, el momento breve de los hallazgos, lo imprevisto de los encuentros, incluso de los accidentes durante el recorrido. Tarea paradójica, difícil de mantener por sus dos extremos –sus dos temporalidades– contradictorios. Tiempo para explorar la vía real, tiempo para escudriñar las orillas del camino. Con toda probabilidad, los tiempos más intensos son aquellos en los que la llamada de la orilla nos hace cambiar de vía principal, o más bien hace que la descubramos como lo que ya era, pero no comprendíamos todavía. En ese momento, la desorientación de lo accidental hace que aparezca la propia sustancia del recorrido, su orientación más fundamental.

Ante esas cosas fortuitas –cosas de paso, pero cosas que aparecen–, nos asalta de repente el deseo de abandonarlo todo, y entregarnos, sin perder un minuto, a su poder de fascinación. Leve angustia, en ese momento, por olvidar demasiado pronto su poesía intrínseca, por volver a cerrar demasiado pronto su capacidad de provocar, de abrir un pensamiento. Leve angustia simétrica por poner en peligro la coherencia del recorrido que esa cosa fortuita apenas acaba de interrumpir.

La solución, fatalmente imperfecta, consiste en dedicar unas horas, unas páginas a ese conocimiento accidental: sería una manera de señalar una deuda con respecto a la generosidad propia de las cosas que aparecen. También sería una manera de poner a prueba la posición de la propia mirada –apoderarse y ser desposeído– frente a semejante generosidad. Finalmente, sería una manera de volver a plantear la cuestión de una escritura que, cada vez, tendría que poder involucionar en el propio estilo de la aparición. Pero esas páginas siempre parecerán demasiado cortas, demasiado ligeras, demasiado elípticas, hasta tal punto es cierto que cada cosa que aparece, por tenue que sea, merecería su propia monografía, su propio libro. [2] Al menos se sale de allí con el sentimiento de no haberlo olvidado todo.

2. De los textos breves incluidos en este volumen, solo uno dio lugar, algunos años después, a un desarrollo monográfico. Cfr. DIDI-HUBERMAN, Georges, Le Cube et le visage. Autour d’une sculpture d’Alberto Giacometti, París: Macula, 1993.


Los fasmas –de la palabra griega phasma, que significa forma, aparición, visión, fantasma, y por lo tanto presagio– son animales bastante extraños cuya existencia y aspecto desconocía (a pesar de haber leído a Caillois) antes de descubrirlos un día en el vivario del Jardin des Plantes. Descubrimiento sentido como una pequeña experiencia visual bastante paradójica, notable aunque inofensiva. Emblemática, a decir verdad, de un problema más general referido a la semejanza y la desemejanza, a la figura y la desfiguración, a la forma y lo informe.

Más tarde, me acostumbré a incluir todos esos breves relatos de “apariciones” –experimentadas ante objetos muy heteróclitos, cosas de la vida, fotografías, juguetes, textos místicos, fragmentos de cuadros, insectos, manchas de tinta, relatos de sueños, reseñas etnográficas, esculturas, planos cinematográficos, y la lista no podría cerrarse– bajo el rótulo Fasmas. Como si los animales sin pies ni cabeza que son los fasmas pudieran dar su nombre a la clase indefinida de esas pequeñas cosas que aparecen, en relación directa y evidente con la supremacía del fantasma. Como si unos animales sin pies ni cabeza pudieran dar su nombre a un género accidental de conocimiento y escritura. Que tal vez consiguiera situarse entre el movimiento cristalizador del documento (como un síntoma de objeto, emitido desde lo real) y otro, más errático y centrífugo, de la disparidad* (como un síntoma de la mirada, emitido desde lo imaginario).

* N. del T.: El disparate del original suele traducirse por “disparidad, contraste”, para evitar el sentido que indica María Moliner (Diccionario de uso del español, Madrid: Gredos, 1989) de “extravagancia, tontería o cosa absurda, falsa, increíble o sin sentido que se dice por equivocación, ignorancia o trastorno de la mente; también, acción imprudente”. Por su parte, el Dictionnaire historique de la langue française - Alain Rey (dir.), París: Dictionnaires Le Robert, 1998- indica que disparate, en francés, corresponde a “discordante, heterogéneo”, designa un “contraste chocante”. En la entrada siguiente, disparité, el citado diccionario señala que este término es percibido como un sinónimo más usual de disparate.

El riesgo es evidente (pero eludirlo sería, una vez más, salvar los muebles de la presentación académica): atañe no solo a la unidad de la investigación sino también a la de la propia lengua. Involucionar en el carácter dispar, singular en cada ocasión, de la aparición equivale cada una de las veces a plantear de nuevo la cuestión del estilo que impone esta aparición. El libro que sigue no debe su disparidad únicamente a las “épocas” u “ocasiones” muy diversas de su escritura. La debe también a su propia tentativa de conocimiento, a su apuesta heurística siempre recomenzada: que el pensamiento se haga al objeto que aparece igual que el insecto llamado fasma se hace al bosque en el que se adentra.

"Apareciendo, disparidad" en
Fasmas. Ensayos sobre la aparición 1
Georges Didi-Huberman


Fasmas. Ensayos sobre la aparición 1

Contracampo libros - 256 páginas
Shangrila Textos Aparte