Foto: Eva Rubenstein
Antes de abrir un libro ante nuestra mirada, pensemos en el “sacrificio por el que sangró [su] canto rojo”. Pensemos en la “introducción de un arma, o cortapapeles, para establecer la toma de posesión”. El arma, o cuchilla, ha hendido la hoja, íntimamente, según el pliegue: página abierta, pero todavía no ofrecida. Cuando por fin se abre el volumen a nuestra mirada, el “repliegue del papel y las interioridades que instala, la sombra dispersa en negros caracteres”, todo ello viene a ofrecerse y a mirarnos “como un quebranto del misterio, en la superficie, en la separación erigida por el dedo”… Empieza entonces la lectura, ese “vaivén sucesivo e incesante de la mirada”. Entonces, tal vez olvidemos la página, y con ella esa especie de “atención a la que incita alguna mariposa blanca” (...)
"Don de la página, don del rostro" en
Fasmas. Ensayos sobre la aparición 1
George Didi-Huberman